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sirvieron del arte para elaborar discursos mediante símbolos y alegorías, que
permitieran perpetuar la memoria histórica a la posteridad, así como trasladar
valores de forma inmediata a la población.
El Renacimiento fue una época en la que el poder tomó gran conciencia del valor
del arte como instrumento propagandístico y de control social a través de la
difusión de ideas. Los códigos de sus imágenes estaban totalmente codificados
para que la gran mayoría de la gente las pudieran entender, aunque éstas no
siempre estaban destinadas a las clases más bajas, como por ejemplo las pinturas
de Luis XIV en Versalles o los monumentos que se levantaban en su honor con
toda clase de referencias clásicas y citas en latín.
El arte desarrollado en Francia en la época de Luis XIV se conoce como
Clasicismo y como bien indica su nombre, bebe directamente de las fuentes
clásicas que fueron difundidas a través del Renacimiento y recogidas en el siglo
XVI por la llamada Escuela de Fontainebleau. No obstante, el Clasicismo francés
no sigue la tendencia de Fontainebleau, más propicia a las influencias manieristas
y al gusto por lo ornamental, sino a la impulsada por la Escuela Boloñesa y
especialmente por Annibale Carracci.
Como reacción al manierismo de la segunda mitad del siglo XVI, surgieron en
Italia dos corrientes artísticas reaccionarias a dicha tendencia. La primera de ellas,
sería el clasicismo que desarrolló la Accademia del Naturale (también conocida
como Accademia del Disegno), fundada en 1582 por Ludovico Carracci y sus
primos Agostino y Annibale. Esta tendencia naturalista tuvo muy en cuenta las
tesis de corte contrarreformista de Gabrielle Paleotti, arzobispo de Bolonia, las
cuales se basaban en crear un arte religioso con un lenguaje más directo,
sencillo y claro, con el fin de que fuese más entendible por el pueblo.
También pusieron sus miras en artistas como Rafael, Correggio o la Escuela
Veneciana del siglo XVI. Tal y como diría décadas más tarde Gian Lorenzo
Bernini, Annibale Carracci había “reunido todo lo bueno: las líneas graciosas de
Rafael, la anatomía básica de Miguel Ángel, la delicada técnica de Correggio, el
colorido de Tiziano y la fantasía de Giulio Romano y Mantegna”.
La segunda tendencia reaccionaria al manierismo, lo encontramos en la figura de
Michelangelo Merisi da Caravaggio, que, si bien comparte con Carracci su gusto
por la realidad natural, a diferencia de éste prefiere un naturalismo mucho
menos idealizado y con mayor crudeza. El tenebrismo del milanés intenta
mostrar una realidad más directa y vulgar, lo cual se contrapone a esa otra
realidad propuesta por Carracci, donde la realidad es suavizada por la razón y las
directrices impuestas por la historia.
Ambas corrientes artísticas llegaron a Francia a lo largo de la primera mitad del
siglo XVII, y si bien el tenebrismo tuvo su éxito en las provincias francesas con
pintores como Georges de La Tour, el clasicismo de los Carracci penetró más en
los ámbitos cortesanos y de la alta burguesía de París.
El Clasicismo Francés nació dentro del contexto del reinado de Luis XIII y del
gobierno del Cardenal Richelieu, donde artistas como Nicolas Poussin, Claude
Lorrain, Laurent de La Hyre o Jacques Stella dejaron su impronta clasicista. Esta
tendencia llegó a su máximo apogeo con el reinado de Luis XIV, momento en que
el Clasicismo se enmarcó como el estilo oficial a través de la Académie royale de
peinture et de sculpture. Esta institución fue fundada en 1648 y entre sus
miembros más destacados se encontraban artistas como Phillipe de Champaigne
o Eustache Le Sueur, representantes de ese primer Clasicismo de los tiempos de
Luis XIII.
Por otro lado, 1648 representó el final de la Guerra de los Treinta Años y el inicio
de una serie de revueltas conocidas como la Fronda de París, incidente que duró
hasta 1653 y que marcó por completo la vida del por entonces joven rey, así como
la política de fuerte autoritarismo que ejercería posteriormente. Si bien en un
principio la reina regente y el primer ministro, tuvieron que huir de Francia debido a
los violentos incidentes encabezados por el duque Luis de Borbón, finalmente Luis
XIV obtuvo la victoria, lo cual fue aprovechado para seguir construyendo una
imagen asociada a los emperadores de Roma y sobre todo a los dioses de los
mismos.
Con motivo de la victoria del monarca francés, se esculpieron retratos alegóricos
de Luis XIV por todo el Estado, se hicieron pinturas donde se humillaba a la
Fronda e incluso se representaron ballets, donde el propio rey participaba
disfrazado del dios Apolo (el astro Sol), haciendo ver que ahora todos los planetas
giraban alrededor suyo. Además, en esas actuaciones se aprovechaba para que
los cabecillas de la Fronda se arrodillaran en público y le rindieran devoción y
pleitesía, como unos súbditos ante su dios.
Entrada Real”, evento celebrado el 26 de agosto de 1660 con motivo del
casamiento entre Luis XIV y la infanta María Teresa, hija de Felipe IV de España,
tras el acuerdo de la Paz de los Pirineos (1659). La cuestión es que una
celebración de estas características tendría como norma exaltar exclusivamente al
rey, pero en este caso también se resaltó, de forma más o menos indirecta, la
imagen de la Reina Madre y del primer ministro. El Rey Sol marchaba en
procesión sentado en un trono junto con su esposa sobre una alta tarima,
simbolizando así estar por encima del pueblo y del Parlamento. Por otro lado, Ana
de Austria, que contemplaba el desfile desde un balcón, era representada
alegóricamente en varios arcos del triunfo por los que atravesaban las carrozas,
en unos como la diosa Minerva, en otros como Juno y hasta con la forma de un
pelícano, símbolo de la “madre que se sacrifica por sus hijos”. El cardenal
Mazarino también tuvo su papel en la procesión y aunque no pudo participar
debido a que padecía de gota, su carruaje vacío ocupó un lugar importante.
También se le representaba en algunos arcos del triunfo como el dios Mercurio o
como el titán Atlas, sosteniendo el mundo con su esfuerzo.
A partir del siguiente año Luis XIV no dejaría que nadie más que él fuera
comparado con los dioses. En Francia sólo había cabida para un Sol y es por ello
que decidió brillar en soledad, sirviéndose de las artes para perpetuar su fuego y
su luz.
Otro ejemplo a tener en cuenta era el Journal des Savants (1665), editado por la
imprenta real y formada por hombres del círculo de Colbert. El periódico se
encargaba de difundir noticias sobre el mundo del conocimiento, lo cual contribuía
a la publicidad del mecenazgo del rey.
Empezando por los eufemismos, este recurso fue empleado sobre todo por
poetas, historiadores y los escritores de inscripciones. Algunos ejemplos los
podemos hallar en las inscripciones de las medallas conmemorativas, como la de
la captura de Estrasburgo donde se ponía “Estrasburgo Recibido /
ARGENTORATUM RECEPTUM” o la del bombardeo de Argel, “Argel fulminada /
ALGERIA FULMINATA”, en la que se representaba a Luis XIV como Júpiter,
presentando a los buques de guerra franceses como una fuerza de la naturaleza.
Dentro de la literatura laudatoria, la hipérbole fue un recurso muy habitual,
aunque también era común escucharlas cuando el rey bailaba en los ballets
representando a algún dios como Apolo o Júpiter. La hipérbole hay que entenderla
sin prejuicios anacrónicos, ya que la exaltación a las cualidades del rey
actualmente pueden parecernos absurdas o propio de funcionarios que quieren
escalar en el poder, pero lo cierto es que fue un recurso tradicional y estético de la
época que iba más lejos de la pura lagotería. Naturalmente, los aduladores se
masificaban en Versalles, pero tampoco era muy aconsejable hacerlo fuera de la
literatura o del ritual cortesano, ya que por lo general el rey no era muy amigo de
esas maneras.
La sinécdoque se empleaba para señalar que Luis XIV era la parte que designa
el todo, es decir, se le atribuía, como hemos mencionado antes, los éxitos de sus
ministros, generales e incluso ejércitos. El diplomático y erudito suizo, Ezechiel
Spanheim, analizó las técnicas de los panegiristas de la corte de Luis XIV
diciendo lo siguiente: “Lo presentan como único autor e inspiración de todos los
felices sucesos de su reinado, atribuyéndolos enteramente a sus consejos, su
prudencia, su valor y si conducta”.
Otra figura retórica recurrente fue la metáfora, como en la clásica comparación
del rey con el sol, el cual representaba uno de los elementos decorativos
característicos de Versalles y de otros lugares donde aparece como forma de
alegoría arquitectónica.
Por último haremos mención a la alegoría, ya que fue una de las figuras retóricas
más recurrentes durante todo su reinado, aunque sobre todo durante su época
dorada que estamos analizando. La alegoría fue un recurso muy utilizado en la
monarquía francesa desde la mencionada Escuela de Fontainebleau en el siglo
XVI, donde se representaban todo tipo de dioses y héroes mitológicos. De este
modo Marte era relacionado con el valor, Minerva con la sabiduría, Hércules con la
fuerza, etc. Aun así, las alegorías no eran siempre fáciles de descifrar, aunque
prevalecía el gusto por los enigmas literarios y pictóricos tan de moda en esos
días.
Al punto donde queremos llegar con todo esto, es que el término “representación”,
al margen de todo lo comentado, también implicaba tomar el lugar de otro y aquí
es donde entra en juego la alegoría en las artes. Tal y como hemos visto antes,
Luis XIV podía ser representado como un dios mitológico, pero su “representación”
podía asumir diferentes papeles, no sólo entre el enorme catálogo de dioses y
héroes clásicos, sino también entre personajes históricos. Entre ellos podemos
citar a la figura de Alejandro Magno, personaje que fue representado por Luis XIV
en la pintura que realizó Le Brun “La familia de Darío a los pies de Alejandro”
(1660). También era identificado con su homónimo San Luis (Luis IX, rey de
Francia de 1226 a 1270), el cual aparecía asumiendo su papel tanto en pinturas
como en esculturas. Incluso en la festividad de San Luis del 25 de agosto, ésta se
fue celebrando cada vez de manera más rebuscada, relacionando a ambos reyes
como iguales. También representó el papel del rey Clodoveo o Carlomagno.
Todas estas representaciones llegaron incluso al extremo de hacerse representar
como Cristo, como en la pintura de Pierre Paul Sevin, “El Buen Pastor”.
Tal y como se ha hecho mención anteriormente, todos estos recursos retóricos no
deben juzgarse de manera anacrónica. Para cualquier persona de nuestro tiempo
sería fácil tachar a Luis XIV de egocentrista y aunque no podemos decir que no lo
fuera, la cultura de la época prevalecía a su ego como rey. Las figuras retóricas
como la alegoría, eran recursos completamente aceptables en aquella época, del
mismo modo que las hipérboles que antes hemos hecho referencia. Aunque todo
cambiará con la llegada de la Ilustración en el siglo XVIII, durante el siglo XVII
todavía era asumible que se viera a un rey como un dios, aunque a finales de siglo
las ideas racionalistas hicieron que la imagen del rey tomara otro rumbo más
acorde con los nuevos tiempos. Durante las décadas de 1680s y 1690s, las figuras
retóricas se siguieron utilizando en el arte, pero las alegorías de seres mitológicos
para representar al rey se abandonaron por completo. Ya no interesaba mostrar a
un rey-dios, sino más bien a un padre del reino.
Fallece su esposa María Teresa de Austria y Colbert,
Todos estos datos son muy significativos ya que a partir de esta fecha empezará
el ocaso del Rey Sol.
Con Louvois al frente, los grandes hombres de Colbert fueron sustituidos por otros
y aunque Le Brun logró mantener su posición, perdió parte de su influencia en el
terreno de las artes. El pintor Pierre Mignard, apoyado por Louvois, fue el principal
rival de Le Brun y cuando murió este último en 1690, lo sustituyó como “primer
pintor del real”.
Respecto al músico Jean-Baptiste Lully, éste siguió componiendo con total
independencia tal y como lo había estado haciendo con Colbert, no obstante su
fallecimiento en 1687 prevenía el fin de una época, colocándose la guinda final
con la muerte de Le Brun tres años después, enlazando, por otra banda, con el
final del llamado “decenio de paz”.
El ocaso de Luis XIV no sólo se vio acentuado por el cambio de funcionarios
(ninguno llegó al nivel de los anteriores), sino también por las políticas y
decisiones que se se fueron tomando a lo largo de los años 80. Un ejemplo de ello
fue la revocación del Edicto de Nantes en 1685, lo cual supuso la ruptura de la paz
entre católicos y protestantes. Un gran número de hugonotes se exiliaron en el
extranjero, por lo que por un lado Luis XIV perdió eruditos que le habían hecho un
gran servicio y por otro se ganaba enemigos que ahora se encargaban de ayudar
a otros príncipes y monarcas.
Por otro lado, a pesar del constante enfrentamiento entre Luis XIV con Roma,
debido a la autonomía eclesiástica de la iglesia francesa, la revocación del Edicto
de Nantes permitió un mayor acercamiento al Papa. Si hasta entonces su imagen
como cristiano estaba en entredicho debido a factores como su relación con el
ejército turco, su megalomanía que le llevaba compararse con los dioses paganos,
los fuertes destrozos en la población civil que causaban sus ejércitos o el ya
mencionado distanciamiento de la iglesia francesa, ahora su imagen tomaría un
nuevo rumbo como rey defensor de la cristiandad y del catolicismo.
Las alegorías, antes de tema mitológico, ahora se tornaron más cristianas como la
pintura de Guy-Louis Vernansel, “Alegoría de la revocación del Edicto de Nantes”
(1685).
Se esculpieron además esculturas por toda Francia donde se ponía de manifiesto
el tema de la Revocación y la nueva imagen de Luis XIV como héroe de la
cristiandad. De todos modos, a pesar de todos estos esfuerzos por cambiar su
imagen, lo cierto es que la decisión de la Revocación resultó ser más perjudicial
que otra cosa, lo cual acabó precipitando la decadencia del reinado de Luis XIV.
Tras finalizar el “decenio de paz” en 1688, en aquel entonces Luis XIV tenía
cincuenta años y su deterioro físico era notorio debido a dos operaciones que lo
dejaron prácticamente sin dientes y con la salud mermada. Debido estos motivos,
el rey se fue haciendo cada vez más sedentario, lo cual contribuyó también el
agravamiento de su gota, la cual le iba restando poco a poco movilidad (a veces
se le veía en silla de ruedas por los palacios y jardines de Versalles).