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MODULO I
La Filosofía: Definición y concepción como teoría del conocimiento por Principios. Diferencia con las
Ciencias y la Teología.
La Filosofía, significa etimológicamente, amor a la sabiduría, término utilizado por primera vez por
Pitágoras de Samos (572- 500 a. de C.) quien definió su ocupación como filósofo, no sophos (sabio),
considerado qué esto era reservado sólo a Dios.
Santo Tomás de Aquino explicó que el nombre de sabio se cambió por el de filósofo y el nombre de
sabiduría por el de filosofía. Sabiduría alude a un claro matiz de excelencia.
En la actualidad se emplea el término sabio, para referir a alguien de conducta prudente en la vida, pero
también en conocimientos amplios y profundos.
En tiempos remotos, aludía a un saber universal, que comprendía saber científico. Es decir, que no existía
un saber diferenciado entre Filosofía y Ciencias. A medida que avanzaron los conocimientos, se fueron
desglosando las diversas ciencias, como el saber geométrico con Euclides (entre el 300 y 260 a. de C.
aproximadamente) y también en Alejandría la Anatomía y la Fisiología como ciencias autónomas.
Con el Cristianismo, la Teología o tratado de Dios, pasó a formar otro saber particular.
La Filosofía trata del saber a la luz de los primeros principios, de las razones últimas, explicativas de las
todas las cosas y todos los entes. Es universal, un saber que se refiere a todo lo que existe, real o
idealmente.
Filosofía es conocimiento por los principios, con un método propio de análisis y deducción a partir de ésos
primeros principios. El saber filosófico se inicia cuando la inteligencia forma a partir de datos de la
experiencia, de hechos concretos, realidades externas e internas, y a raíz de esos datos, forma mediante
la abstracción, los conceptos o las ideas.
El análisis de las ideas la dirige hacia las causas y los principios.
Para los antiguos filósofos griegos la Filosofía comprendía el saber científico como el filosófico. Así Platón
(428-347 a. de C.) distinguió la Dialéctica que llamamos Lógica y comprendía la teoría del conocimiento
como la Metafísica, luego la Física que se ocupaba de las ciencias particulares como la Filosofía de la
naturaleza. Por último la Ética, el saber que versa sobre el comportamiento humano.
¿Qué diferencia a las ciencias de la Filosofía?
Las ciencias sólo circunscriben el objeto de estudio por sectores de la realidad, la Filosofía estudia la
totalidad de los entes del Universo y por ello es un saber universal. Las explicaciones científicas no van
más allá de las causas o razones segundas, explican un fenómeno o una relación, por ejemplo, en las
matemáticas. La Filosofía profundiza en el objeto formal propio del saber, las causas o razones últimas.
El método de estudio de la ciencia es la observación, tal como lo hacen las relativas a la naturaleza, por
ej., la Biología y la experimentación o la deducción en la Matemática, pero siempre partiendo de axiomas o
postulados. Los problemas filosóficos del derecho, no podemos tratarlos con el método que utiliza la
ciencia del derecho.
A lo largo de la lectura del módulo hemos visto estos tres valores, justicia, como lo justo concreto
que utiliza la equidad como medida o ajuste al caso concreto y la prudencia que implica la
superación de las explicaciones meramente racionales, destacando la importancia fundamental
de la “experiencia que prevé resultados eficaces”, es un todo inseparable en las decisiones
judiciales, o por lo menos, a lo que debe aspirarse.
La jurisprudencia, o sea, los fallos judiciales, hacen mención expresa de estas confrontaciones
de valores y la aplicación de razonamientos equitativos, para llegar a lo justo concreto. La justicia
constituye la expresión más acabada del bien social precisamente porque solo gracias a ella es
posible la paz, si lo pensamos bien, todas las formas de imprudencia, suponen violencia,
corrupción en insatisfacción humana. Que se manifiesta como formas de injusticia.
MODULO XI
Los derechos del hombre son derechos fundados en la condición humana. La dignidad es su raíz
y fundamento. Son los derechos del ser existencialmente autónomo en sí mismo. El hombre está
dotado de una capacidad de conocimiento que le hace posible elegir. Esto quiere decir que la
libre elección hace a la persona titular de derechos y del ejercicio de ellos como capacidad
inherente a su existencia.
Los derechos humanos en el lenguaje habitual se presentan como exigencias anteriores y
superiores a los ordenamientos jurídicos positivos.
El sujeto activo es titular de esos derechos. No sólo el individuo puede ser quien reclame dichos
derechos sino ciertos grupos sociales pueden adjudicarse la legitimidad para representar a un
número considerable de personas vinculadas por un reclamo específico.
Idéntica consideración corresponde respecto de los deudores o sujetos pasivos a quienes se
demandan estos derechos humanos.
Las palabras denotan realidades y con el término derecho se alude a conducta, a facultad y a
norma, con un nexo significativo, es un concepto análogo.
El término jurídico, posee una extensión más amplia, la razón de que algo sea denominado dentro
de ésta categoría implica una cierta relación de causalidad con el bien común político.
Se vincula con las conductas cuyo cumplimiento resulta necesario, para el bien común político. El
término derecho, en su significación más propia y central se refiere a conducta jurídica, a la
conducta humana referida a otro sujeto jurídico, objetivamente debida y en principio coercible. Las
realidades que denominamos derecho guardan relación con la praxis jurídica. La practicidad más
plena se da en las acciones singulares y concretas. La realización del bien humano se da en las
acciones singulares.
Para terminar con el concepto de derecho puntualizo que es una conducta de un sujeto
consciente, con discernimiento y voluntad, exteriorizada y con la nota de alteridad (referencia al
otro, de la vida en sociedad). Además la conducta debe ser debida u obligatoria, que exista un
órgano que ejerza coerción para su cumplimiento
Volvemos al derecho natural, entre las reglas del derecho hay algunas que son deducidas del
derecho inherente a la naturaleza del hombre, no son creadas por el hombre. El derecho como
facultad de exigir ha pasado por varias etapas, la radicalización de la individualidad del sujeto
humano se ha impuesto por ideologías netamente liberales, sin embargo, los conflictos
internacionales y la globalización de los efectos de los enfrentamientos armados han contribuido
al nacimiento y desarrollo de un derecho supranacional e internacional.
En la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano se jerarquiza el fin de la comunidad
política como la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre.
Derechos, aparece como sustantivo al que le corresponden los adjetivos naturales e
imprescriptibles. Y el deber del otro de satisfacer la exigencia planteada por los derechos está
específicamente prevista en la Convención Americana sobre los Derechos Humanos (capítulo 1),
en el Protocolo Adicional a la Convención Europea y con mayor acento aún en la Declaración
Americana, establece como preámbulo que “derechos y deberes se integran correlativamente en
toda actividad social y política del hombre”. Individuos y colectividades son titulares de derechos.
El objeto de esos derechos es siempre la conducta humana.
Existen principios normativos que fundan los derechos, el principio material o sustrato
determinable de las cosas, el formal que especifica la realidad, el eficiente, que explica la génesis
del ente del que se trata (la norma generaltítulo jurídico particular) y el principio final, que da razón
a los derechos, es el bien común político.
En síntesis, no hay derecho a nada sin que otro u otros sujetos jurídicos estén obligados a
satisfacer la prestación de acción, dación u omisión.
Los derechos humanos, como señalamos precedentemente, están enraizados o fundamentados
en el carácter humano de los titulares de dichos derechos y denotan una mayor jerarquía que los
que no se consideran humanos. Son preexistentes a las leyes positivas y por ello se declaran o
reconocen, no se otorgan o conceden por leyes de un sistema jurídico.
Las tesis iuspositivistas sostienen que toda norma o principio jurídico tiene fuente meramente
positiva y por ello, resulta ilógico que hablen de derechos humanos sin riesgo de contradicción.
No casualmente las doctrinas acerca de los derechos humanos nacieron en el ámbito del
iusnaturalismo moderno que afirma la existencia de principios supra positivos y se relacionan en
forma directa con el fundamento de éstos derechos. La concepción actual de “persona” como
naturaleza, en lugar de la antigua, como sinónimo de estatus o rol social implica sin duda un
avance, pero los derechos del hombre perderán en contenido y concreción, abriendo camino al
positivismo en el siglo XIX.
El fundamento de los derechos humanos radica en la especial dignidad personal, que compete a
todo hombre que lo hace acreedor, sólo por esa dignidad, a un cierto respeto y colaboración por
los demás sujetos.
La preeminencia que lo dignifica ante las demás personas se transfiere a los bienes que
componen la perfección humana; la dignidad del hombre-persona-humano-, no se circunscribe
sólo al plano ontológico sino que se extiende también al práctico. El hombre no sólo es digno en
sí mismo sino que también lo es su actividad libremente ordenada al logro de su perfección. Esta
actividad perfectiva involucra el respeto de cada integrante de la sociedad e involucra a cada
hombre en innumerables relaciones entre ellos.
Cada uno podría considerar que la falta de cumplimiento de sus infinitas aspiraciones será
expresión de injusticia de la sociedad. El resultado será la rebelión o la conformidad. Sin
embargo, debo destacar que no cabe concebir derechos, por muy naturales que se digan, fuera
de la sociedad y que imposibiliten la convivencia ya que el derecho sólo puede desarrollarse en el
ámbito social. La clave quizá, se encuentre en profundizar en el carácter complejo y práctico del
derecho que deberá ser acompañado por una política social acorde a los requerimientos de los
más elementales derechos de un ser humano.
La conciencia sobre los derechos humanos es uno de los signos de nuestra época. Un factor de
presión social y a la vez de insatisfacción.
Resulta impracticable dar cabida a todas las aspiraciones de los individuos, allí será tarea de la
justicia distributiva balancear para equilibrar las grandes diferencias arraigadas en los distintos
sectores de una sociedad. Ya en el año 1945 el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas
aludió a la atención por el respeto y promoción de los derechos humanos como uno de los fines
esenciales de esa entidad. Para determinar esos derechos se constituyó una comisión que,
además de redactar el proyecto de la Declaración, debía resolver tres cuestiones fundamentales:
compatibilizar los derechos del individuo con los del Estado, coordinar las libertades personales y
los derechos económicos-sociales y determinar un asunto doctrinario ¿quién confiere los
derechos humanos?, ¿el Estado, la Organización de las Naciones Unidas, o son inherentes a la
persona? No parecía fácil poner de acuerdo sobre ésta cuestión a representantes del
pensamiento cristiano, el marxista, las concepciones orientales o el iluminismo. De hecho el texto
final procuró no definirse al respecto, lo cual queda claro cuando comparamos este documento
con la Declaración de Derechos de Virginia fruto de una época (año 1776) en que predominaba el
espíritu iusnaturalista y liberal del constitucionalismo anglosajón. Así, mientras en el documento
norteamericano se dice que “los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes”
en la Declaración Universal se limita a afirmar que “todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos”.
Los textos de derechos humanos vienen a recordar que no cualquier acción es digna del hombre
por más eficaz que se presente para el logro de un proyecto ideológico. Al establecer límites y
orientaciones a la actividad política y jurídica están resguardando a los hombres de ser objeto de
manipulación por parte de minorías o mayorías iluminadas. Los derechos humanos son derecho
aplicable en forma directa y en otros casos son fuente directa de las que se nutre el juez en un
decisorio para arribar a lo justo concreto. No son un elemento competitivo de la ley ni la utopía
inalcanzable. Existen derechos que son tan fundamentales que su mutación sustancial conllevaría
a una alteración del ser mismo del hombre.
La verdad de estas exigencias no es afectada por la evolución histórica porque su titular, el
hombre, sigue siéndolo aún en los contextos culturales más diversos.
Debe existir una concientización del carácter absoluto del fundamento de los derechos
esenciales. El hombre es un ser con sentido, tiene un fin. En toda sociedad existe un orden entre
los hombres que la integran, este orden puede ser calificado como “mejor o peor” según las
relaciones que lo constituyen se ajusten más o menos al fin del hombre y la sociedad. El orden
social y los fines de las personas no pueden ser reducidos a simples intereses económicos o
políticos. El bien social incluye aspectos tan múltiples y concretos como la laboriosidad de un
pueblo, la limpieza de su aire, el valor de la palabra, la protección de los más desvalidos, el
sustento de los bienes necesarios para la vida y otras materias que han sido descriptas en los
acuerdos internacionales sobre derechos humanos.
Un bien social abstracto que no traduzca en el desarrollo personal de los individuos será
meramente declarativo y carente de todo sentido. Los derechos humanos no coinciden
exactamente con el bien social pero son medios que permiten gozar de él. Tienden a proteger a
los individuos contra las intervenciones inadecuadas de la autoridad pero también contra las
agresiones y pretensiones injustas de terceros. Los derechos son función de ese orden para el fin
que ilumina sobre su contenido y alcance. La vida social es el único ámbito en que pueden
desarrollar sus posibilidades los hombres.
El famoso principio de “la libertad de uno termina donde comienza la del otro” es un término
vacío en cierto sentido; requiere de un tercer término, el fin, que permita mediar entre los
derechos en disputa y determinar, en función de él, cuál es el límite y la extensión de cada uno.
En la Declaración Universal de 1948 se completó el principio de los derechos y libertades de los
demás como límite de los propios con la referencia a las justas exigencias de la moral, del orden
público y del bienestar general y para evitar malos entendidos agregó la expresión “en una
sociedad democrática”.
Lo realmente importante es avanzar en el campo de las garantías más que en las
proclamaciones, desechando los excesos teóricos. Joaquín García Huidobro refiere que debe
perderse el temor a vincular los derechos humanos con antigua idea del derecho o ley natural
despojada, eso sí, de todo racionalismo altisonante.
Para Norberto Bobbio el problema de nuestro tiempo no es el de fundamentar los derechos
humanos sino el de protegerlos. Expresa además, que el problema no es filosófico sino jurídico y
en un sentido más amplio es político. No se trata de saber cuáles y cuántos son éstos derechos,
cuál es su naturaleza y fundamentos, si son naturales o históricos, absolutos o relativos sino cuál
es el modo más seguro para garantizarlos, para impedir que a pesar de las declaraciones
solemnes, sean continuamente violados. Pero sin duda, no es posible que los hombres respeten
esos derechos sino le damos un porqué.
Bobbio sostiene que el problema estaría resuelto desde el momento en que se aprobó la
Declaración Universal, el 10 de diciembre de 1948, la que ha recibido la aprobación de la mayoría
de los países. Ya que es de suma dificultad deducir estos valores de un dato objetivo como puede
ser la naturaleza humana, aparece este “consensus ómnium gentium” que aprueba por primera
vez en la historia un sistema de principios fundamentales de la conducta humana. Pero este
consenso se refiere sólo al catálogo sin explicar el porqué de los derechos humanos. Es un
acuerdo no fundamentado, como se dijo entonces, ya que se evitó hacer prevalecer alguna
doctrina. Bobbio afirma que los valores no se fundamentan, se asumen.
Este planteamiento transforma la teoría de los derechos humanos en una especie de religión.
Es necesario, a mi entender, utilizar argumentos racionales y jurídicos recurriendo a herramientas
filosóficas más adecuadas que permitan observar al derecho con una perspectiva jurídica y lograr
una fuerza persuasiva no ideologizada. La estrategia reivindicativa de los derechos humanos se
presenta hoy con rasgos inequívocamente novedosos al polarizarse en torno a temas tales como
el derecho a la paz, los derechos de los consumidores, el derecho a la calidad de vida o la
libertad informática. En base a ello se abre paso con creciente intensidad la convicción de que
nos hallamos ante una «tercera generación» de derechos humanos complementadora de las
fases anteriores referidas a las libertades individuales y los derechos sociales. De este modo,
estos derechos y libertades de la «tercera generación» se presentan como una respuesta al
fenómeno de la «contaminación de las libertades» (liberties’ pollution),término con el que algunos
sectores de la teoría social anglosajona aluden a la erosión y degradación que aqueja a los
derechos fundamentales ante determinados usos de las nuevas tecnologías.
La revolución tecnológica ha redimensionado las relaciones del hombre con los demás hombres,
las relaciones entre el hombre y la naturaleza así como las relaciones del ser humano con su
contexto o marco de convivencia. En el plano de las relaciones humanas la potencialidad de las
modernas tecnologías de la información ha permitido, por vez primera, establecer unas
comunicaciones a escala planetaria. Ello ha determinado que se adquiera consciencia universal
de los peligros más acuciantes que amenazan la supervivencia de la especie humana.
El desarrollo de la industria bélica sitúa a la humanidad ante la ominosa perspectiva de una
hecatombe de proporciones universales capaz de convertir nuestro planeta en un inmenso
cementerio. De ahí, que la temática de la paz haya adquirido un protagonismo indiscutible en el
sistema de las necesidades insatisfechas de los hombres y de los pueblos del último período de
nuestro siglo y que tal temática tenga una inmediata proyección subjetiva. Prueba elocuente de
ello lo constituye la monografía de Wolfgang Däubler “Stationierung und Grundgesetz” (1983),
que más allá de su título constituye un replanteamiento del entero catálogo de los derechos
fundamentales de la Grundgesetz asumidos desde la perspectiva de la paz y el desarme (Cfr.
también el tomo sobre Derecho, Paz, Violencia del «Anuario de Filosofía de Derecho», 1985).
En el curso de estos últimos años pocas cuestiones han suscitado tan amplia y heterogénea
inquietud como la que se refiere a las relaciones del hombre con su medio ambiental en el que se
halla inmerso que condiciona su existencia y por el que, incluso, puede llegar a ser destruido. La
tensión entre naturaleza y sociedad corre hoy el riesgo de resolverse en términos de abierta
contradicción cuando las nuevas tecnologías conciben el dominio y la explotación sin límites de la
naturaleza como la empresa más significativa del desarrollo. Los resultados de tal planteamiento
constituyen ahora motivo de preocupación cotidiana. El expolio acelerado de las fuentes de
energía así como la degradación y contaminación del medio ambiente han tenido su puntual
repercusión en el hábitat humano y en el propio equilibrio psicosomático de los individuos.
Me permito en este punto exponer un extracto del Profesor Dr. Eugenio Bulygin publicado en los
Cuadernos de Filosofía del Derecho de Doxa sobre el status ontológico de los derechos
humanos:
“En el caso especial de los derechos humanos se trata de reglas o principios de un sistema moral.
Por lo tanto los derechos humanos son, al menos en su sentido originario, derechos morales.
Llegamos, pues, a la conclusión de quelos derechos humanos otorgados por un orden jurídico
son derechos morales, que el orden jurídico en cuestión reconoce, pero cuya existencia es
independiente de ese reconocimiento.
El jusnaturalismo puede ser definido (y es definido también por Nino) mediante las siguientes dos
tesis:
a) La primera tesis afirma la existencia de un derecho natural, es decir, de un sistema de normas
universalmente válidas y cognoscibles que suministran criterios para la justicia de instituciones
sociales;
b) La segunda tesis afirma que un sistema normativo que no se ajusta al derecho natural (esto
es, se halla en conflicto con él) no es un orden jurídico.
La primera es una tesis ontológica; en cambio, la segunda tesis puede ser considerada como una
tesis semántica, pues ella limita la extensión del concepto de derecho y sirve, por lo tanto, para la
determinación del significado de la palabra «derecho».
Naturalmente, no tiene sentido discutir sobre el significado de las palabras y por lo tanto es en
principio indiferente si el positivismo jurídico es definido como una tesis puramente semántica o
como una tesis sustantiva. La pregunta interesante en este contexto es: ¿qué son los derechos
humanos, es decir, cuál es su status ontológico para un positivista (en mi sentido del término) o
para un escéptico ético en el sentido de Nino?
Es claro que si no hay normas morales absolutas, objetivamente válidas, tampoco puede haber
derechos morales absolutos y, en particular, derechos humanos universalmente válidos.
¿Significa esto que no hay en absoluto derechos morales y que los derechos humanos sólo
pueden estar fundados en el derecho positivo? Esta pregunta no es muy clara y no cabe dar una
respuesta unívoca.
Por un lado, nada impide hablar de derechos morales y de derechos humanos, pero tales
derechos no pueden pretender a una validez absoluta. Ellos sólo pueden ser interpretados como
exigencias que se formulan al orden jurídico positivo desde el punto de vista de un determinado
sistema moral.
Si un orden jurídico positivo cumple o no efectivamente con esas exigencias es una cuestión
distinta, que sólo puede ser contestada en relación a un determinado orden jurídico y un
determinado sistema moral. Por lo tanto, los derechos humanos no son algo dado, sino una
exigencia o pretensión. Recién con su «positivización» por la legislación o la constitución los
derechos humanos se convierten en algo tangible, en una especie de realidad, aun cuando esa
«realidad» sea jurídica. Pero cuando un orden jurídico positivo, sea éste nacional o internacional,
incorpora los derechos humanos, cabe hablar de derechos humanos jurídicos y no ya meramente
morales.
Se me podría reprochar que esta concepción de los derechos humanos lo priva de cimientos
sólidos y los deja al capricho del legislador positivo. Por lo tanto, la concepción positivista de los
derechos humanos sería políticamente peligrosa.
Sin embargo, no veo ventajas en cerrar los ojos a la realidad y postular un terreno firme donde no
lo hay. Y para defenderme del ataque podría retrucar que es políticamente peligroso crear la
ilusión de seguridad, cuando la realidad es muy otra.
Si no existe un derecho natural o una moral absoluta, entonces los derechos humanos son
efectivamente muy frágiles, pero la actitud correcta no es crear sustitutos ficticios para
tranquilidad de los débiles, sino afrontar la situación con decisión y coraje: si se quiere que los
derechos humanos tengan vigencia efectiva hay que lograr que el legislador positivo los asegure
a través de las disposiciones constitucionales correspondientes y que los hombres respeten
efectivamente la constitución.
Por eso, la fundamentación de los derechos humanos en el derecho natural o en una moral
absoluta no sólo es teóricamente poco convincente, sino políticamente sospechosa, pues una
fundamentación de este tipo tiende a crear una falsa sensación de seguridad: si los derechos
humanos tienen una base tan firme, no hace falta preocuparse mayormente por su suerte, ya que
ellos no pueden ser aniquilados por el hombre. Para la concepción positivista, en cambio, los
derechos humanos son una muy frágil, pero no por ello menos valiosa conquista del hombre, a la
que hay que cuidar con especial esmero, si no se quiere que esa conquista se pierda, como
tantas otras.
La discusión en torno a la fundamentación de los derechos humanos presenta una marcada
analogía con la que se suscitó al comienzo de la edad moderna y muy especialmente en la
Ilustración respecto de la existencia de Dios. También en aquella época se esgrimió el argumento
de que sin Dios el hombre se encontraría solo en medio de un universo hostil y la vida no tendría
sentido. Pero si Dios no existe, de nada vale postular su existencia y fomentar la fe. Hay que
probar la existencia de Dios de una manera independiente de las tristes consecuencias que
acarrearía su ausencia. Y si tal prueba no se produce, la actitud racional consiste en afrontar la
realidad, exactamente como en el caso de los derechos humanos”.