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La Industria Textil argentina (1910-1920)

Para la década del ‘10 la industria textil mostraba un fuerte retroceso el cual queda evidenciado
en las cifras ofrecidas por el Censo Nacional de 1914. Ese año la rama representó una quinta
parte de los establecimientos y del personal empleado en la industria manufacturera, pero sólo un
décimo de los capitales invertidos y una séptima parte del valor de la producción. Las tejedurías
de punto y las de lana eran las actividades más desarrolladas en cuanto a inversiones, personal
empleado y fuerza motriz instalada por obrero. Por el contrario, la producción de hilados mostraba
un atraso importante; sólo existían tres hilanderías de algodón que estaban paralizadas, y en la
rama lanera, una sola hilandería mecanizada producía para las tejedurías independientes. El censo
también reveló la perduración de actividades tradicionales como 1.500 artesanos hilanderos en
Salta y poco más de 700 tejedores domésticos en Salta y Catamarca.
El siguiente cuadro muestra las cifras arrojadas por Censo Nacional de 1914, de acuerdo al
número de establecimientos; capital invertido; valor de la producción; fuerza motriz instalada y
personal empleado en la industria textil argentina (en pesos corrientes).
Actividad Plantas Capital Valor de Fuerza Personal Fuerza
Producción Motriz HP Motriz por
Empleado
Hilanderías 3 835.000 15.000 194 6 32
de Algodón
Hilanderías 1.501 1.090.000 705.000 300 1.682 0,2
de lana
Tejedurías de 16 7.429.090 8.345.698 3.038 2.721 1,1
lana con o sin
hilandería
Tejedurías de 55 7.917.240 12.046.486 2.549 4.382 0,6
Punto
Tejedurías de 9 2.095.475 3.037.448 1.000 940 1,1
Algodón
Tejedurías de 1 4.100.000 1.800.000 300 341 0.9
hilo mezcla
Fábrica de 81 5.967.250 7.829.278 123 2160 0,6
Sombreros
Tejeduría 715 110.214 196.665 - 2.112 -
Doméstica
TOTAL 2.448 29.564.269 29.973.242 9.316 15.305 0,6
Fuente: Tercer Censo Nacional

Por otra parte, el rubro más importante de consumo e importación eran los tejidos de algodón. La
especialización del Lancashire en productos ordinarios permitió a Gran Bretaña conquistar
rápidamente el nuevo mercado. El valor de las importaciones textiles argentinas superó a varios
países de América como Chile, Estados Unidos y Brasil; convirtiendo a Argentina en el principal
mercado americano.
Pero, la situación era algo diferente en el caso de los tejidos de lana donde los británicos debieron
enfrentar la competencia de los fabricantes franceses y alemanes, que estaban especializados en
la elaboración de tejidos de mejor calidad y diseño. A pesar de ello, hacia 1914, Inglaterra
controlaba cerca del 50% de las importaciones de hilados y tejidos de lana de la Argentina.
El estallido de la Primera Guerra mundial, supuso grandes cambios en la economía mundial. Esta
tuvo efectos disímiles entre las diferentes subramas de la industria textil, debido a la fuerte
reducción de las importaciones en el país. Esta reducción fue importante en el rubro de los tejidos
de lana cuya introducción descendió de un promedio anual de 4.300 toneladas entre 1911 y 1913,
a unas 2.500 toneladas entre 1914 y 1917. En contraste, la introducción de telas de algodón
descendió bastante menos; de 26.700 toneladas anuales en el trienio anterior a la guerra a 21.400
entre 1914 y 1917.
En este contexto, sólo la industria lanera se vio beneficiada por la nueva coyuntura. El descenso
de las importaciones y el aumento de la demanda mundial de telas para los ejércitos permitieron
a la industria local vivir un momento de auge. Algunas empresas, fundadas a finales del siglo
XIX, como las hilanderías y tejedurías Campomar & Soulas y Luis Barolo y Cía. lograron colocar
sus productos en el mercado internacional. Las exportaciones alcanzaron un record de 1.000
toneladas en 1915 para descender verticalmente. En realidad, la expansión industrial se vio
limitada por la imposibilidad de importar maquinaria textil.
Por su parte, la industria hilandera de algodón no tomó ninguna ventaja del conflicto. En 1914 la
producción de fibra de algodón apenas superaba las 700 toneladas. Por entonces una sola
hilandería de 7.000 husos instalados estaba en actividad. Al término de la guerra se le sumaron
otras dos hilanderías (una en 1918 y otra en 1920) que hicieron duplicar los husos instalados.
Pero, la producción local de hilados no superó las 1.000 toneladas hasta 1922. Sólo las tejedurías
de punto parecen haber mejorado su situación gracias a que, precisamente, a partir de 1915, el
abastecimiento de hilados y telas de algodón se normalizó.
A partir de 1918, el crecimiento de la industria textil se vio condicionado por los cambios que se
produjeron en el nivel de la protección arancelaria y por los movimientos de los tipos de cambio,
que alentaban o encarecían las importaciones.
Durante los años veinte, la industria hilandera de algodón logró algunos avances significativos en
cuanto al incremento de su participación en el total del consumo interno que ascendió desde una
cifra insignificante hasta el 25% para mediados de la década. Este proceso estaba impulsado por
un número limitado de empresas laneras como Luis Barolo y Cía. (luego Piccaluga), Campomar
& Soulas y Ángel Braceras, entre otras. A ellas se les sumaron otras firmas de mayor peso como
Fábrica Argentina de Alpargatas, Manufactura Algodonera Argentina y la Compañía General de
Fósforos. Estas empresas intentaban satisfacer sus necesidades vinculadas a la fabricación de
lonas, alpargatas o fósforos. En la mayoría de los casos, esta integración vertical no permitió a las
empresas independizarse de las importaciones ya que las calidades del algodón argentino no
permitían la fabricación de hilados de todos los títulos. En este sentido, es preciso aclarar que la
expansión del cultivo de algodón estaba orientada fundamentalmente al mercado externo.
A partir de 1929, la caída del precio internacional de algodón, la maduración del cultivo
algodonero en el Chaco y las dificultades para importar, alentaron una industrialización local.
En relación con las importaciones de tejidos en piezas puede describirse una evolución similar
(en 1919 las importaciones- en toneladas- eran de 26445; y en 1929, las mismas ascendían a
38708). En cambio, la evolución de las importaciones de tejidos en otras formas y de tejidos de
punto y otras confecciones muestra una tendencia decreciente desde mediados de los años veinte.
Más precisamente, desde 1923, tanto las importaciones de tejidos en otras formas, como los
tejidos de puntos y otras confecciones presentan una fuerte caída. Por ejemplo, en 1923 las
importaciones de los tejidos en otras formas eran de 3590, y para 1929 estas descendían a 2280;
en tanto que, las de los tejidos de punto y otras confecciones eran de 1261, en 1923; y para 1929,
eran de 229. Esto se explica por el desarrollo de la industria local gracias al incremento de la
protección aduanera y al aumento del consumo nacional. En 1923, la Cámara de Comercio de
Estados Unidos señaló el notable progreso de las fábricas textiles; desde hacía una década se
multiplicaban las inversiones en el sector y algunos talleres se convertían en grandes fábricas.
Para el final de la década, la industria ya abastecía la demanda interna.
Las importaciones de hilados y tejidos de lana mostraron una fuerte inestabilidad, pero no se
aprecia una tendencia declinante durante los años veinte. Las mayores importaciones de hilados
y tejidos se alcanzaron en 1929. A partir de entonces, la caída fue general para todos los tipos de
artículos.
Para finales de la década, la industria local tenía instalados unos 80.000 husos y cerca de 2.000
telares. A demás, existían cerca de treinta fábricas textiles de lana, de las cuales 27 tenían
integradas las fases de hilado y el tejido. El personal empleado alcanzaba unos 10.000
trabajadores pero Campomar & Soulas y Piccaluga & Cía ocupaban aproximadamente el 60% de
la mano de obra empleada mientras que diez firmas tenían menos de 50 empleados cada una
En resumen, durante la década de 1920, la Argentina continuó siendo una gran importadora de
artículos textiles
Industria Láctea argentina (1960-1970)
Para la década del 60, las zona de Buenos Aires comprendía los tambos dedicados principalmente
a la producción de leche fluída para consumo. Los niveles de producción eran muy bajos, y se
carecía casi por completo de tecnologías de reproduccion y de alimetación. En tanto que, los
volúmens de leche en primaveran llegaban casi triplicaban a los de invierno.
Las zonas industriales abarcaban parcialmente a las provincias de Santa Fe, Córdoba y Buenos
Aires; y su producción era enviada a las denominadas “cremerías”. En estas, la leche era separada
de la materia grasa que se utilizaba para la elaboración de anteca. Con la leche descremada se
alimentaba a las fabricas de caseína. También de esta época eran las antiguas queserías, que
satisacían el producto interno con productos elaborados con escasa tecnología.
En este período se desarrollaron dos grandes “Cuencas Lecheras”: la “Cuenca de Abasto” de leche
fresca para consumo en la ciudad de Buenos Aires y la “Cuenca de Industria”, especializada en
manteca, caseína y quesos. La primera abarcaba las áreas rurales que rodeaban al casco urbano
de Buenos Aires desde el noroeste y hasta el sur, contra el Río de la Plata, en tanto la segunda se
ubicaba en áreas más alejadas, como una opción a la invernada y sobre suelos menos aptos para
la agricultura: centro–oeste y sur de Santa Fe, centro –este de Córdoba, noroeste de Buenos Aires
y sur de Entre Ríos.
Por otra parte, durante estos años, en algunos barrios de la provincia de Buenos Aires todavía se
comercializaba la leche a través del denominado ” lechero”. Quien visitaba cada domicilio
llevando un tarro similar a los que transportaban la leche, pero de menor tamaño y un jarro con
capacidad de 1 litro para servir la leche, con 4 marcas de un cuarto litro cada una. De lunes a
sábados y a la misma hora, aparecía con su carga renovada diariamente.
Los tarros con leche eran colocados diariamente en determinadas estaciones de tren, por los
tamberos de la Provincia de Buenos Aires en horas de la madrugada, llevándose un conjunto
similar de tarros vacíos y limpios; los distintos colores de las tapas identificaban a sus dueños.
Los lecheros coexistían pacíficamente y trabajaban en franca competencia. Cada uno tenía su
clientela y era común ver, en una misma cuadra y a la misma hora, dos o tres carritos abasteciendo
al vecindario.
La prohibición de la leche sin pasteurizar en la Ciudad de Buenos Aires, las botellas de vidrio
primero y los sachets después; provocaron su desaparición de las calles porteñas.
En tanto que estra prohibición, fue un fuerte impulso al desarrollo de una de las usinas lácteas
más grandes del país (La Serenísima) y elevó los estándares de producción de la industria. En
1965, La Serenísima creó su Departamento de Promoción de Calidad, el cual controlaba la
calidad de la leche comprada y asesoraba a los tamberos sobre cómo mejorar su producción.
La epoca que va desde fines de la década del ’60 hasta la segunda mitad de la decada del 70, se
la puede definir como un período de transición.
La incorporación de empresarios a nivel productivo con mentalidad más dinámica, el trabajo de
profesionales en la producción primaria y los equipos de extensión creados por las empresas
lácteas que transferían paquetes tecnológicos de gran impacto,fueron creando los condiciones
adecuadas para el cambio.
Durante la primer mitad de la década del 70 la industria láctea procesaba anualmente un volúmen
que fluctuaba alrededor de los 5.000 millones de litros, que eran abastecidos por una cantidad
estiada de 44.000 tambos.
Los productos elaborados, de consumo masivo y poco diferenciados, casi con exclusividad se
destinaban a satisfacer el consumo ineterno (175 l/hab).
En la segunda mitad, los sectores idustriales se modernizan y promueen una modernización del
sector productivo como consecuencia de sus propios requerimientos. Debido a que la industria
tiene condicionada la ubicación de su producción en forma casi exclusiva al mercado interno, en
primer lugar se tiende a reducir la estacionalidad de la producción primaria para adecuarla al ciclo
anual de consumo de productos y así reducir los stocks, y en segundo lugar limita los incrementos
en la oferta de leche a los incrementos de la demanda interna de productos lacteos.
Sin embargo, y para poder mantener un incremento sostenido en el consumo, la industria tuvo
que idear estrategias que le permitieran aumentar los niveles de consumo interno. Por lo que trató
de ofrecer a los consumidores una mayor diversificación de los productos. Siendo que la leche
fluída admite muy pocas variaciones ( leches adicionadas, chocolatadas, etc), por el contrario se
puede obtener una variedad mucho mayor en otros productos (quesos, yogures, postres,etc.)
Debido a ello, a partir de 1975 el incremento del volumen de produccíon total de leche sigue
igual tendencia que el incremento de leche industrializada, mientras que el volumen de leche
destinada al consumo como fluida se mantiene con varaciones, lo que significa una disminución
progresiva de su proporción sobre el total de la leche producida. En esas condiciones, el aumento
del consumo por habitante se debe principalmente al mayor consumo de productos con mayor
nivel de elaboración.
El siguiente cuadro muestra, la producción e industrializacíon de leche en Argentina en el período
1970-1980.
Millones de litros
La aparición para la industria de una necesidad de producir derivados lácteos con mayor
tecnología y mejor calidad, obligó a ésta a su vez, a exigir del sector de producción primaria una
mejor materia prima. Para ello la industria utilizó como principal política la aplicación de precios
diferenciados, para intentar disminuir las diferencias estacionales de producción; y a su vez,
dirigir los esfuerzos hacia una mejora continua en la calidad higiénico sanitaria y fisicoquímica
de la leche. Esta política trajo como consecuencia que los tambos se tuvieron que reconvertir,
independizando la alimentación del ganado de las pasturas estacionales y concentrando las
lactancias en los meses de invierno. Esto provocó una real organización productiva que cuestionó
la rentabilidad y la supervivencia de las explotaciones tamberas de bajos niveles productivos.
Como consecuencia, aumentaron en gran proporción los costos de la alimentación pero la
industria no dejó desamparados a los productores, por el contrario acudió en su auxilio
brindándoles servicios de asistencia técnica y profesional; y también facilidades para la
adquisición de equipos de frío, semillas para pasturas permanentes, ordeñadoras, etc.
Por otro lado, se establece un sistema de “premios y castigos” para los pagos de leche basado en
bonificaciones. Se establecía lo que se denominaba un producto de calidad base, para lo que se
tenía en cuenta parámetros microbiológicos, sanitarios y fisicoquímicos. Las leches de mayor
calidad que este producto base, recibían bonificaciones proporcionales a la mejoría, en tanto que
las de menor calidad recibían descuentos o “castigos” también proporcionales. En este sistema se
penalizaban severamente las adulteraciones tales como aguado y agregado de conservantes. Este
sistema benefició la calidad de la leche y redujo los puntos de abastecimiento y longitud de los
recorridos de recolección; debido a la disminución del número de tambos por cierre de los más
pequeños y concentración de la producción en los establecimientos más grandes.
En cuanto a la comercialización de los productos lácteos y hasta fines de la década del '70, más
del 70% de las ventas se realizaba a través de comercios minoristas como almacenes.

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