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LAS GRANDES

MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
ÍNDICE
Presentación de Chantal López y Omar Cortés.
PRIMERA PARTE.
La invasión del brigadier Barradas
Capítulo primero
La invasión española 1829.
Capítulo segundo
El desenlace inesperado de la invasión.
Capítulo tercero
Conclusiones.
SEGUNDA PARTE.
La cuestión y la guerra de Texas.
Capítulo primero
El estado mental público en 1830.
Capítulo segundo
La lucha por la existencia.
Capítulo tercero
Las grandes responsabilidades del partido conservador.
Capítulo cuarto
La megalomanía bélica.
Capítulo quinto
Los pretorianos.
Capítulo sexto
Los graves errores de Alamán.
Capítulo séptimo
Cómo debió resolverse el problema de la esclavitud.
Capítulo octavo
La obra siniestra del militarismo.
Capítulo noveno
Los colonos maravillosos de Alamán.
Capítulo décimo
El partido liberal en la cuestión texana.
Capítulo décimoprimero
La cruzada sanguinaria contra los colonos.
Capítulo décimosegundo
El militarismo ante el enemigo nacional.
Capítulo décimotercero
La preparación de otra catástrofe.
Capítulo décimocuarto
En el campo enemigo.
Capítulo décimoquinto
Una campaña antinapoleónica.
Capítulo décimosexto
Una campafia antinapoleónica (continuación).
Capítulo décimoséptimo
Un modelo de batalla santanista.
Capítulo décimoctavo
La responsabilidad de la retirada después del desastre.
Capítulo décimonoveno
El último grado de la bajeza y la traición.
Capítulo vigésimo
Conclusiones.
TERCERA PARTE.
La primera guerra con Francia 1838.
Capítulo primero
Los sesenta mil pesos de pasteles.
Capítulo segundo
El odio judaico.
Capítulo tercero
La crisis bélica inevitable.
Capítulo cuarto
El patriotismo vociglero.
Capítulo quinto
Un escándalo en el mundo naval.
Primera parte
Segunda parte
Capítulo sexto
El 5 de diciembre.
Primera parte
Segunda parte
Capítulo séptimo
La paz.
Capítulo octavo
Conclusiones.
LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
PRIMERA PARTE
Capítulo Primero
LA INVASIÓN ESPAÑOLA DE 1829
La tradición, penetrando en el espíritu de muchos niños consagrados al
analfabetismo, les enseña que el año de 1829 llegó a las costas de la
República un general español al frente de un ejército de reconquista, y
que la nación entonces vivamente indignada, púsose en solemne actitud
guerrera a las órdenes de un joven Escipión veracruzano, que como un
león se lanzó con sus huestes entusiastas sobre el temerario ejército
español, lo derrotó completamente y lo obligó á rendirse.
La historia reduce las proporciones de la tradición, como sucede siempre,
y en la actualidad la historia educativa, la que debe ser siempre pura
verdad, enseña: que el brigadier Barradas con cuatro mil hombres
invadió la República, y quel por su parte, Santa Anna, en combinación
con Terán, dió un asalto a Tampico el 10 de Septiembre de 1829, que duró
doce horas y que hizo que al siguiente día capitularan los españoles ...
Yo juzgo del adelanto moral e intelectual por el de nuestra historia,
especialmente de la dedicada á beneficiar el espíritu de la niñez. ¿Se
enseñan leyendas, fábulas y apologías de secta? Me desalienta y
preocupa esta historia, forma y fondo del siglo XIII. ¿Se comienza á
enseñar la verdad? Convengo entonces en que cierta y afortunadamente
vamos entrando en un digno y sereno período de civilización.
El Sr. Pérez Verdía (1), en lo relativo a la expedición española contra
México mandada por el brigadier Barradas, copia casi textualmente lo que
respecto de ella dice el Sr. Guillermo Prieto en sus Lecciones de Historia
Patria, y como se ha visto, afirma que los generales Santa Anna y Terán
dieron un asalto á la plaza de Tampico que duró doce horas y obligó a
Barradas a capitular al día siguiente. Teniendo México oficiales
instruídos, deberían éstos revisar nuestra historia para corregirla de sus
dislates militares.
¿Un asalto de doce horas a una plaza fuerte? Se comprende que un
tiroteo pueda durar doce horas, doce días, doce meses y hasta doce
años; ¿pero un asalto? En los tiempos modernos el asalto más terrible y
duradero ha sido el de la célebre torre de Malakoff, en la campaña de
Crimea, y ha durado desde las doce del día hasta catorce minutos antes
de las cinco de la tarde; es decir, poco menos de cinco horas. Un asalto
de doce horas es sospechoso, casi como una carrera de caballo vientre a
tierra de sesenta leguas. Desde luego cosquillea esta historia de un asalto
de doce horas; hay más patriotismo que verdad, y á los niños, como a
todos los mexicanos, no se les debe enseñar a tener patriotismo con la
historia; sino lo que es más noble, moral y conveniente: se les debe
enseñar a hacer la historia con el patriotismo. Deben procurar ser
patriotas, si quieren una luminosa historia, en vez de apelar a
deshonrarse con mentiras para al fin y al cabo aparecer siempre malos
patriotas.
Conforme al texto histórico educativo de que me ocupo, al asalto que
duró doce horas se agrega que Barradas al día siguiente capituló: luego
el asalto lo rechazó Barradas; porque el asalto de una plaza que tiene
éxito, hace imposible la capitulación. Cuando el asaltante tiene por mira
tomar la plaza, y lo consigue, no puede tener lugar una capitulación; a
menos que el asalto no sea dispuesto contra determinado punto, o que
siendo dispuesto contra la plaza sólo se obtenga tomar parte de ella; pero
en ese caso hay triunfo y fracaso parcial.
Dudando del libro educativo me propuse estudiar la cuestión
profundizándola, y encontré como verdad que no es cierto que Santa
Anna en combinación con Terán hubiera asaltado a Tampico el 10 de
Septiembre de 1829; en consecuencia, todo lo relativo a dicho asalto es
falso. Yendo hasta la verdad completa, no es cierto que Santa Anna ni
Terán, ni jefe alguno mexicano hubiese derrotado á Barradas; por el
contrario, en cuanto encuentro tuvo Barradas con nuestras fuerzas, en
todos salió vencedor. Como lo veremos, Barradas fue vencido, pero
nunca derrotado.
El objeto de este libro no es servir a un partido, ni excitar sentimientos
nobles o innobles, ni empañar ó pulir glorias nacionales, ni buscar
popularidad ó censura; su objeto es más elevado, y no es otro que llegar
a la verdad. Las personas que por sus enfermedades, debilidades, o
ilusiones voluptuosas, no gusten de emocionarse notablemente con la
verdad como corresponde a todo individuo que aspire a civilizado, no
debe leerlo, y debe prohibirlo a sus hijos o educandos como muy
pernicioso para las mentiras deliciosas de poéticas tradiciones y para
formar esclavos de todo aquel que quiera engañarlos.
Los sucesos de la expedición de Barradas son poco conocidos. Don
Modesto La Fuente la atribuye a uno de tantos desaciertos del Rey
Fernando VII. Pero ¿qué motivó ese desacierto? porque un rey tonto lo
mismo que un inteligente, obra por la potencia de sucesos exteriores. El
notable escritor no lo dice y se muestra excesivamente avaro de palabras,
pues no concede a la historia de esta expedición más de quince líneas.
¿La expedición de Barradas fue la continuación de la conspiración del
padre Arenas? Alamán califica tal conspiración de demencia, y en ello
tiene razón; pero la expedición de Barradas con el objeto no de
reconquistar sino de recibir el arrepentimiento de los mexicanos y su
adhesión entusiasta al trono del rey de España como fieles vasallos, es
otra demencia, y sin embargo, la expedición de Barradas fue un hecho y
lo mismo pudo ser la conspiración del Padre Arenas.
Arrangoiz agrega que si la expedición en vez de contar 3000 hombres
escasos, hubiera sido de 20000 mandados por un príncipe borbón
español, y cuyo plan hubiera sido mantener a México independiente bajo
el régimen monárquico establecido por el expresado príncipe, el éxito
hubiera sido completo.
No lo creo, el invasor hubiera derrocado al gobierno como cualquier
pronunciado, pero hubiera durado menos que cualesquiera de nuestros
gobiernos. El gran elemento que hizo durar al archiduque Maximiliano
tres años como emperador, fueron los millones del tesoro francés y los
proporcionados por los empréstitos; y lo que más aceleró su caída, fue la
falta de recursos. España en 1829, se hallaba en la indigencia, y era
imposible que así realizara la obra en que Francia fracasó.
Alamán, Gutiérrez Estrada, Arrangoiz, Hidalgo, Aguilar y Marocho, y todos
los leaders del plan de Iguala, desde la Independencia hasta 1867, no han
comprendido que el problema político en México fue siempre un problema
lúgubre económico de hambre intensa en las clases pensadoras,
instruídas, vanidosas, con grandes aspiraciones y miserables energías,
combatidas por condiciones del medio, muy desfavorables. País sin agua
y sin carbón; no podía ser rico ni tener porvenir, precisamente en la
época en que el carbón mineral causó el advenimiento de la gran
industria en el mundo, que hace la fuerza moral, política, material y militar
de las naciones que la poseen.
Fue el hambre de las clases medias desvalidas del régimen industrial y
del agrícola, lo que principalmente las lanzó contra el gobierno colonial,
en busca del presupuesto, única presa posible para vivir fuera de los
claustros. Fraile, clérigo, empleado, pordiosero ó ladrón, eran los únicos
medios de existencia para una clase que no era hija de la industria, sino
de los abusos burocráticos de la conquista.
Consumada la Independencia la situación económica se agravó en vez de
mejorar. La insurrección destruyó capitales, y terminada la insurrección,
los españoles continuaron dueños de la mayor parte de la riqueza social.
En el mundo sólo una clase rica puede gobernar, llámese clero, nobleza,
aristocracia, plutocracia; por consiguiente, si después de la
Independencia el dinero lo poseían los españoles residentes en México,
tenían que ser nuestros gobernantes naturales, no en virtud de leyes
falsas de gabinetes ó delirios patológicos, sino de leyes sociológicas tan
firmes como las siderales.
Se podía derrocar a los españoles de su gobierno natural sobre nosotros
por la confiscación de sus bienes o por su expulsión. Las leyes de
expulsión significaban un gran crimen económico y un acto necesario,
político, para la emancipación. De nada ó de poco debía servir la
Independencia si había de continuar gobernando la raza conquistadora.
La clase conquistada emancipada consiguió por su detestable educación
puramente religiosa y literaria, sofocar el desarrollo de los pocos
elementos reales de riqueza que teníamos; hizo la miseria a fuerza de
imitar las reglas que habían empobrecido á España, y en vez de
distribuirse el presupuesto íntegro del gobierno colonial, se encontró con
restos que no podían calmar su hambre.
Así, pues, ni monarquía, ni democracia, ni aristocracia eran posibles. El
presupuesto tenía que asegurar la guerra, como presa escuálida
disputada por toda la fauna decente carnicera. Todo ensayo de gobierno
tenía que fracasar desde el momento en que a todo gobierno le imponía el
famelismo de levita muy numeroso el derecho a la sopa, con la firmeza
con que los socialistas trabajan actualmente por imponer a los gobiernos
el derecho al trabajo.
La empresa de Barradas, completamente reaccionaria hasta poner las
cosas como estaban el año de 1640, era una manifestación de clásica
demencia española.
En política, las demencias encuentran frecuentemente carta de
naturalización. No se puede, pues, negar la realidad de la conspiración del
Padre Arenas, cuyo programa era idéntico al de Barradas, por su
demencia. Se trata de saber si la expedición de Barradas fue la
continuación del complot del Padre Arenas. Zavala cree en la
conspiración; pero cree que la sentencia de muerte que recayó sobre los
culpables, y especialmente sobre el general Arana, fue defectuosa y dió
lugar á sospechar un asesinato jurídico. Suárez Navarro afirma la realidad
de la conspiración y su conexión con la expedición de Barradas (2). Como
he revisado, dice, con particular diligencia, los extractos de la mayor
parte de esos procesos, y como creo tener el conocimiento bastante para
calificar más o menos perfecta la instrucción de un proceso militar; no
vacilaré en decir: que los hechos sobre que se versaron las
causas,fueron verdaderos, y fundados todos los procedimientos. El
espíritu de partido y aun si se quiere el interés individual, pretendieron
ofuscar lo cierto y aun contrariaron la acción de la justicia nacional. A
esto debemos atribuir las especies vertidas contra Gómez Pedraza y de
las que hicimos mención en la página 81. Hubo un interés en extraviar la
opinión pública, negando la existencia de la conspiración de la misma
manera que se negó la realidad de la invasión española al mando de
Barradas.
Suárez Navarro dice más adelante: El gobierno mexicano tuvo oportunas
noticias de haber llegado a los Estados Unidos en los primeros días del
año de 1829, el duque de Montenelo, con dirección a México, para
reorganizar la conspiración que se frustró por la prisión del Padre
Arenas. El advenimiento al poder del general Guerrero, echó por tierra los
proyectos del duque y de un tal García de Medina, que figuraba como
principal agente en estas tramas. Montenelo pasó a Colombia y en México
continuaron los españoles entendiéndose con sus amigos y
corresponsales, excitándolos constantemente á traernos la guerra,
porque les parecía muy fácil recuperar el dominio de la Nueva España (3).
Suárez Navarro publica también gran número de fragmentos de cartas
interceptadas á los conspiradores, procedentes de la Habana, y decisivas
para probar el acuerdo entre ellos y el gobierno español. Publica también
las comunicaciones cambiadas entre el Ministro de Gobernación y el
Gobernador del Distrito Federal, relativas a dicha correspondencia, y que
no dejan duda de su autenticidad.
Hay, pues, suficientes datos hasta ahora, para presumir, casi hasta
asegurar, que la expedición de Barradas fue la continuación de la
conspiración del Padre Arenas, que tuvo por objeto devolver México a
Fernando VII, transformado en Nueva España. Un gobierno afecto a
descubrimientos históricos debería preocuparse de resolver, de una
manera evidente, si la expedición de Barradas fue la continuación de la
conspiración del Padre Arenas, obra de ilusos ciertamente; ¿pero qué
español no es iluso? Esta investigación decidiría esta otra: ¿fue un acto
de barbarie incalificable, ó fue un acto de justicia, severo pero necesario,
la expulsión de los españoles?
La verdadera causa de la expedición de Barradas tiene algo misterioso
setenta y tres años después de haber tenido lugar; lo que prueba que
nuestros adelantos en historia son nulos ó imperceptibles. Nuestros
nuevos textos históricos, son copias serviles de lo dicho por otros, que
desconocían o eran impotentes para la crítica.
Conforme a informes del Cónsul mexicano en Londres, de dos capitanes
de barcos mercantes que habían tocado en la Habana, uno
norteamericano y otro francés, de cartas recibidas por las casas Pasquel
y Muñoz de Veracruz, y por correspondencia interceptada por el gobierno,
éste sabía de un modo positivo desde fines de Mayo, que debía salir
pronto para México la expedición española. Para hacer aun más crítica su
situación (la del gobierno de Guerrero) se tuvieron noticias a fines de
Mayo durante el mes de Junio de que en la Habana se disponía una
expedición para invadir la República (4).
Este dato es muy importante para valorizar el mérito del gobierno del
general Guerrero.
Lo primero que en semejante caso debe hacer un gobierno es concentrar
su ejército efectivo y aun proceder aumentarlo en relación con las
noticias que se tengan de la fuerza enemiga.
¿En qué lugar debía verificarse la concentración del ejército mexicano en
vista de una invasión procedente de la Habana? El desembarco no podía
tener lugar en puertos ó cerca de ellos como el de Matamoros ó
Coatzacoalcos; colocados a gran distancia de los centros de población y
si se cometía semejante torpeza, el gobierno tendría tiempo sobrado para
mover sus fuerzas y colocarlas en lugar oportuno estratégico. El
desembarco para surtir inmediatos y útiles efectos, no podía verificarse
conforme a elementales principios de estrategia más que cerca de los
puertos de Veracruz y Tampico, o en el puerto de Tampico. La fortaleza de
Ulúa impedía un desembarco en el puerto de Veracruz. La estructura
montañosa de nuestro país no permitía la concentración en un solo
cuerpo de ejército, puesto que había que cuidar dos zonas: la de Tampico
y la de Veracruz, de difícil comunicación militar por tierra. Era preciso
formar con todo el ejército dos cuerpos, y situar uno en Tula de
Tamaulipas y otro en Jalapa.
Había en 1829, sobre las armas (5) :
Tropa permanente ... 22 788.
Milicia activa como auxiliar del ejército ... 10 583.
Se estimaba la fuerza armada de los Estados en ... 14 500
TOTAL ... 47 871.
Tomando 16 000 hombres de la tropa permanente y cuatro de las milicias
activas, y dejando por de pronto en su lugar a las fuerzas de los Estados,
el gobierno del general Guerrero podía sin facultades extraordinarias, no
poner el ejército en pie de guerra hasta 60 000 hombres que era lo
decretado; pero sí concentrar dos cuerpos de ejército de diez mil
hombres cada uno. Para esta concentración era más que suficiente, dada
la facultad notable de movilización de nuestro ejército sobre malas vías
de comunicación, cincuenta días contados desde el 28 de Mayo en que
tuvo noticia positiva de la expedición, hasta el 17 de Julio inmediato. Un
batallón mexicano puede andar cómodamente en 50 días, 400 leguas;
luego la concentración era fácil.
Una vez concentrados y en posición de observación, el gobierno debía
esperar conocer la fuerza de la expedición en el punto en que
desembarcara, y si ésta era capaz de hacer dudoso el triunfo del ejército
mexicano, debería mantenerlo a la defensiva, o si era posible, fuera de
toda operación activa hasta reforzarlo.
Para estas operaciones el presidente Guerrero no tuvo necesidad de
facultades extraordinarias como ya lo dije, y para hacer la concentración,
bastaba con los recursos naturales del presupuesto de guerra y marina.
Por la Constitución de 1824, el presidente de la República tenía la facultad
de movilizar libremente al ejército dentro del territorio de la República.
¿Qué hubiera sucedido si el presidente Guerrero obra como debía
hacerlo? El brigadier Barradas se embarcó en la Habana con destino a
Cabo Rojo, con un ejército de tres mil infantes, y habiendo ocurrido una
tempestad durante la travesía que arrojó a las costas de Luisiana una
embarcación en que venían 300 hombres, Barradas desembarcó el 27 de
Julio de 1829, con 2700 hombres. Si nuestro cuerpo de ejército hubiera
estado desde el 17 de Julio de 1829 en Tula de Tamaulipas o más abajo,
no hubiera dejado a Barradas ocupar Tampico, y lo hubiera batido
inmediatamente.
Es una gran vergüenza para una nación que poseía siete millones de
habitantes, que sabía a punto fijo con anticipación de setenta días, que
iba a ser atacada, que disponía de 17000.hombres sobre las armas;
dejarse invadir por 2700 hombres, que se apoderaron sin resistencia del
segundo puerto de la República, con toda su gruesa artillería, y que
permanecieron en actitud triunfal cuarenta y seis días en nuestro
territorio, debido a lo que se llama una pura casualidad, pues si la flota
española hubiera hecho su deber, el general Santa Anna no hubiera
podido llenar el suyo y el ultraje habría durado mucho tiempo.
Espectáculo tan lamentable debía llenar de angustia nuestras almas y de
luto nuestra historia, en vez de enorgullecernos y de hacernos creer que
poseíamos gran potencia militar y pueblo admirablemente patriota.
Era tan fuerte la oposición que se hacía al gobierno de Guerrero por
algunas autoridades, no obstante los graves y vitales negocios que
entonces se trataban, que el Consejo de gobierno reprobó la propuesta
del Ejecutivo, para la reunión de las Cámaras a sesiones extraordinarias;
se quería abandonar a la administración a sus propias fuerzas para
atender al cúmulo inmenso de las necesidades y peligros que le
amenazaban. La negativa del Consejo fue el 22 de Julio y la expedición
española había zarpado de la Habana con dirección a nuestras costas el
día 15 del mismo (6).
Dos escritores de libelos infamatorios llamados Bustamante (D. Carlos
María) el uno y el otro Ibar, negaban que los españoles hubiesen invadido
el país; aun cuando habían ya llegado los partes oficiales de su
desembarque en Cabo Rojo ... El segundo llamaba a gritos a la sedición al
ejército, diciendo: que debía primero destruir el gobierno nacional y pasar
después a batir al enemigo (7).
Todos los días se lanzaba una o muchas calumnias para quitar la fuerza
moral del gobierno y destruir enteramente el crédito de la
administración.- Las medidas del ministerio encontraban, no una censura
racional ni la juiciosa crítica, ni la acusación siquiera verosímil, ni la
sátira, ni el sacarsmo a que dan lugar los abusos de un gobierno
extraviado; sino las calumnias más groseras, las más impudentes
imposturas, las injurias más indecentes que pueden producir la rabia, el
encono, el despecho mismo reunido a la insolencia, a la bajeza y a la falta
de toda caridad.
Desde la Independencia hasta 1903, no hay ejemplo de una oposición más
encarnizada y feroz que la sufrida por el presidente Guerrero. ¿Acaso era
un facineroso y el peor de los gobernantes que ha tenido la nación? No;
por el contrario, Guerrero fue siempre un hombre probo, afable,
moderado, enérgico para los grandes deberes patrióticos, pero tuvo el
candor de creer que el pueblo podía gobernarse a sí mismo, aún cuando
el pueblo esté ausente de la política y que por su falta de cultura y riqueza
no es posible que se halle presente. El general Guerrero fue un jacobino
honrado, leal con sus ilusiones, amante de sus principios, incorruptible
en todos sentidos. Cuando un pueblo no tiene una clase rica
tradicionalista o industrial que lo gobierne, tiene que oscilar entre la
dictadura y la demagogia. No hay término medio para los gobernantes;
tienen que lanzarse con más o menos éxito a la dictadura, o que ser
tratados como imbéciles. La imbecilidad excita hasta el carnero a darse
ínfulas de pantera. No hay cosa peor que el gobierno inspire desprecio,
todos le gritan, hasta los mudos; todos le ponen los puños en la nariz,
todos se creen libertadores y necesarios. Para dar vuelo a la demagogia
no hay como un gobierno que la confunda con la democracia.
Una vez entregado el país al mando de la demagogia, la pérdida de la
nación o su envilecimiento son irremediables. La gran mayoría de la
nación, tímida, ignorante, sencilla, se entrega cariñosamente a los
demagogos, que la educan para seducirla, al mismo tiempo que la
engañan para explotarla y arruinarla. La prensa es la gran fuerza de la
demagogia en los países que quieren ser libres sin ser civilizados, prensa
de escándalo, de chantage, de aventura, de difamación inaudita, de
lenguaje tabernario, de actitud de braví. El vulgo casi analfabeta, cree que
la prueba de una verdad es la indecencia del lenguaje y la fetidez del
insulto. La nación no se llega tampoco a calentar hasta el rojocerezo con
la prensa; se conmueve hasta hablar en voz mediana, hasta tener la
intención de un principio de deseo ... y nada más.
Pero la misma demagogia finge la nación, la improvisa, la viste y la
reviste, le inyecta sangre de víbora, ardores, espasmos, cóleras,
explosiones. El grupo que hace siempre el papel de nación es el muy
grande famélico que busca empleos. El hambre implacable exige a sus
periodistas que destruyan inmediatamente al gobierno que no ha
satisfecho el derecho a la sopa de la clase media; la que quisiera que
cada palabra obscena de la oposición produjera la peste bubónica en los
ministros, o el efecto de un rayo para el presidente. La prensa reservada,
fría, elevada, es para esta clase ardiente con la fiebre de la inanición una
burla para sus necesidades; sólo el libelo sabe a esperanzas, y sólo la
injuria puede ser frase de la venganza.
Zavala cree que la prensa libelista estaba pagada por los españoles
residentes en México, que habían traído la invasión. Si hemos de juzgar
por las apariencias, debe creerse que el gobierno español tenía espías
repartidos en la República; escritores asalariados; instigadores para
introducir la discordia y agentes de diferentes clases que provocasen el
desorden y la guerra civil, mientras sus tropas atacaban por las costas (8).
La opinión de Zavala no es aventurada; la demagogia nunca ha tenido
patria, ni decencia, ni altruismo, los escritores de esa marca tan estimada
de las clases analfabetas o famélicas, reciben igualmente dinero de todas
las manos y para todos los cultos. Debe entenderse que esa oposición
para que Guerrero no atendiera a la guerra extranjera, tenía por objeto
entregar a la nación desarmada al enemigo.
Es bochornoso para el Congreso infestado por la demagogia que atacaba
al presidente Guerrero, haber dado a éste facultades extraordinarias hasta
el 12 de Agosto de 1829, es decir, quince días después de que Barradas
había desembarcado en Cabo Rojo. Por supuesto que estos mismos
hombres que manifiestan pasión porque su país se arruine o sea
fácilmente conquistado con tal que el conquistador derribe al gobierno
que odian, son los más activos para llenar de improperios al que dude un
momento del admirable patriotismo de los mexicanos, que en su mayoría
les rendían culto y sumisión mental.
El presidente Guerrero, como he dicho, pudo, sin facultades
extraordinarias, rechazar la invasión de 2700 españoles al mando de
Barradas. Es también ridículo que un país de siete millones de habitantes,
que tenía la desgracia de sostener sobre las armas como ejército en pie
de paz, 47000 hombres (33000 federales y el resto de los Estados), tenga
necesidad de ejércitos extraordinarios, de ponerse en alarma y de
entregarse á costosos sacrificios para defenderse de 2700 hombres a
medias destruídos por la fiebre amarilla y las enfermedades de tierras
cálidas mortíferas. El gobierno español escogiendo el mes de Julio para
el desembarco de sus tropas, no aclimatadas en Cuba, la costa de
Tampico, parece haber tenido el propósito de castigarlas con pronto
exterminio.
La oposición a Guerrero era general. Todos los partidos, o más bien
dicho, todas las facciones estaban contra él, por la sencilla razón de que
no había querido gobernar con ninguna sino con el pueblo; y como éste
políticamente no existía, había logrado aislarse en sus puros sueños
democráticos. Los españoles habían escogido un buen momento para
reconquistar su nueva presa.
Los españoles desembarcaron como he afirmado en Cabo Rojo el 27 de
Julio de 1829, distante doce leguas de Pueblo Viejo. Según Zamacois. Al
brillar la luz primera del día 29 de Julio y al toque animado de diana, la
división española se formó en tres secciones fijando su dirección hacia
Tampico (9). Según Suárez Navarro, El primero de Agosto principió sus
movimientos el enemigo (10). El dato de Zamacois es el oficial de
Barradas, y no teniendo éste interés para mentir en este asunto, debe
aceptarse.
Después de dos días de marcha, el 31 de Agosto (11) el primer batallón
había pasado por enfrente de un sitio mucho más frondoso que los
demás, distante cien pasos de la playa, empezaba a pasar la cabeza del
segundo, cuando se escuchó la terrible detonación de varias piezas de
artillería, acompañada de mortífera metralla, que tendió en el suelo once
soldados. Aquella inesperada emboscada y la sorpresa causada con ella,
introdujo algún desorden en las primeras filas del segundo batallón que
sufrió la descarga; pero la serenidad y sangre fría del comandante D.
Juan Falomir, hizo que recobrasen su aplomo, y mandó que
inmediatamente salieran el Teniente D. Antonio Sanjurjo y el Subteniente
D. Eduardo Agusty, con media compañía de cazadores a reconocer el
sitio de donde había salido la detonación y la descarga de metralla. La
orden fue puesta en ejecución al momento, y penetrando los españoles
por distintas direcciones a la espesura, sorprendieron a su vez á los que
habían hecho fuego, asaltando una especie de reducto circular formado
de ramaje, donde tenían colocados cuatro cañones de a doce. Los
mexicanos se disponían a hacer otra descarga, pues tenía uno de sus
artilleros ya la mecha encima del oído de un cañón, cuando se vieron
acometidos por los cazadores españoles, uno de los cuales mató al que
iba á dispararle el cañonazo sin darle tiempo a que lo hiciera. La sorpresa
que les causó a los que defendían el reducto la presencia inesperada de
la guerrilla expedicionaria, fue grande; y no pasando la fuerza que tenían
de cincuenta hombres, se vieron precisados a rendirse.
El servicio de cuatro piezas de artillería requiere treinta y dos artilleros, y
si sólo había cincuenta hombres en el reducto, quiere decir que se había
confiado la defensa de una batería mínima a 18 soldados de infantería.
Esto no puede haber sucedido, y el hecho sólo se explica por la huída
vergonzosa del jefe que con mayor número de hombres estaba encargado
de defender el reducto para detener la columna expedicionaria. ¿Quién
fue ese hombre? La historia apenas sospecha su nombre, pues como lo
veremos adelante, no puede ser otro que D. Felipe de la Garza, uno de los
principales asesinos de Iturbide.
Todos los historiadores mexicanos guardan silencio sobre esta cobardía
que entregó a Barradas fácilmente cuatro piezas de artillería de batalla;
excepto el mejor informado de todos, por ser el defensor y panegirista del
general Santa Anna, héroe de la campaña. Dice Suárez Navarro:
Fácil les fue (á los españoles) apoderarse de las piezas y municiones que
hallaron en su tránsito, porque no existía guarnición suficiente para su
defensa en ninguno de los puntos de la misma ribera del rio (12). Pero
cuando no se tiene guarnición suficiente para defender artillería y
municiones, no se le ponen en las narices al enemigo para que las tome.
Las municiones se hubieran podido inutilizar arrojándolas al río, lo mismo
que las piezas; todavía más: bastaba no haber disparado las piezas para
salvarlas. No puede haber sucedido más que el jefe que había dispuesto
la resistencia en el reducto, huyó con su gente, dejando encargado a los
artilleros que descargasen las piezas y huyesen cuando el enemigo se les
viniera encima.
Respecto a la resistencia en los Corchos la discordancia es asombrosa
entre los historiadores mexicanos entre sí y con el informe oficial de
Barradas.
Habla Filisola (13): Entre tanto tuvo lugar la acción llamada de los
Corchos ..., en la cual el coronel D. Andrés Ruiz Esparza y el ayudante D.
Juan Cortina con un corto número de soldados del batallón de Pueblo
Viejo de Tampico, la compañía de cazadores de los mismos, otras de
milicias cívicas de los pueblos inmediatos, detuvieron por más de cuatro
horas a un cuerpo de 3500 españoles, causándoles al mismo tiempo
pérdidas innumerables. Desde luego Filisola, asienta una falsedad: la
expedición al desembarcar tenía 2700 hombres y en los Corchos poco
menos por las bajas ocurridas, con motivo del despojo de las cuatro
piezas y de las enfermedades.
Habla Suárez Navarro:
En los Corchos tuvo lugar el primer encuentro con los invasores. El
coronel don Andrés Ruiz Esparza y don Juan Cortina, con un corto
número de soldados del batallón de Pueblo Viejo de Tampico y algunos
milicianos de los pueblos inmediatos, sostuvieron por más de cuatro
horas el citado punto, cediendo al fin al número centuplicado de los
contrarios (14). Si la relación era de cien españoles por cada mexicano, y
siendo los españoles poco menos de 2700, deben haber sido los
defensores de los Corchos 26 o 27 hombres, cifra que no puede constituir
ni una compañía que consta de 100 hombres.
Filisola estima los defensores de los Corchos en varias compañías es
decir en varios centenares de soldados, mientras que según Suárez
Navarro, no pueden pasar de 27.
Zavala dice: ... tenía algunos heridos (Barradas) de resultas de la pequeña
acción ocurrida en su tránsito desde Cabo Rojo, entre su vanguardia y las
partidas de patriotas que le salían al encuentro sobre los médanos de
arena (15). Si esta pequeña acción no es la de los Corchos no existió para
Zavala, pues no menciona otra, ni habla para nada de los Corchos, lo que
es muy notable, porque formaba parte del ministerio del general Guerrero
cuando la invasión. Don Miguel Lerdo de Tejada dice que Barradas llegó a
Tampico sin haber encontrado en su tránsito otro obstáculo que la débil
resistencia que en el punto llamado los Corchos, les opuso un pequeño
destacamento de milicianos cívicos mandado por don Andrés Ruiz
Esparza y don Juan Cortina (16). Larenaudiere dice: 300 de ellos (los
mexicanos) ocultos en una emboscada con dos piezas de artillería en las
arboladas alturas de los Corchos, intentaron detener a los españoles. Una
descarga de fusilería puso la vanguardia en desorden por algunos
momentos; pero el corto número de aquella tropa cedió prontamente a la
mayor fuerza (17).
Rivera, en su historia de Jalapa, dice exactamente lo que Lerdo de Tejada:
la resistencia en los Corchos fue insignificante.
La versión de Barradas difiere de las que he citado, y lo más notable de la
discordancia es que no coloca la acción de los Corchos en su tránsito de
Cabo Rojo a Tampico, pues Zamacois, que da la versión oficial española,
dice: no había transcurrido una semana desde su llegada a Tampico (18)
cuando tuvo aviso de que las tropas regulares que cubrían el Estado de
Tamaulipas entre las cuales se contaba el batallón de Pueblo Viejo, así
como las milicias, bajaban por los Corchos para provocarle a un
combate. Los principales jefes iban a la cabeza de estas tropas, eran don
Juan Cortina y don Andrés Ruiz Esparza. En el momento que Barradas
recibió aviso de este movimiento, dispuso el 9 de Agosto la salida de
cuatro compañías del primer batallón, cuatro del segundo y dos del
tercero (en todo mil hombres) a las órdenes del comandante don Juan
Falomir cuya fuerza salió con dirección a los Corchos por el rumbo
conocido con el nombre de Camino viejo de Victoria. De manera que los
historiadores mexicanos colocan a los Corchos entre Cabo Rojo y
Tampico y Barradas lo coloca entre Tampico y Victoria.
Encontrados los mexicanos en los Corchos fueron batidos según
Barradas por los mil españoles; habiendo tenido los primeros 97 muertos,
132 heridos y 180 prisioneros. Si la mayor parte eran cívicos, éstos,
cuando se portan muy bien, casi como héroes aguantan perder cinco por
ciento de su efectivo: luego según las bajas debía haber en los Corchos
4000 mexicanos; y si admitimos bajas de 10%, que ya corresponden a
buena tropa, el número de mexicanos debía haber sido 2000.
No cabe duda que la jactancia española hizo que Barradas diera a su
triunfo de los Corchos una importancia que no pudo haber tenido. Jamás,
entiéndase bien: jamás a un coronel se le ha confiado en México el mando
de 2000 hombres, menos el de 4000. En 1829 un coronel mandaba a lo
más 400 hombres. Cuando en 1829, había reunidos 2000 hombres había a
su frente por lo menos dos generales de brigada. Basta que Barradas
confiese que la fuerza mexicana estaba mandada por un simple coronel,
probablemente de cívicos, para que deba considerarse imposible que ésta
en los Corchos pasase de 500 hombres.
Sin meterse a investigar la verdad completa sobre la importancia de los
triunfos españoles, sí se puede decir, que desde que Barradas
desembarcó, hasta el día 9 de Agosto, todos los historiadores serios
mexicanos están de acuerdo, sin excepción, en que no fue derrotado, y
que por el contrario, obtuvo el triunfo en todos los encuentros a los
cuales dan poca importancia.
Entre tanto, el general Don Felipe de la Garza, con una división
respetable, se dirigió hacia Pueblo Viejo, tratando de reducir a la
expedición española a un estrecho círculo, para lo cual había ya situado
diversas fuerzas en distintos puntos. El brigadier Don Isidro Barradas, al
saber el movimiento emprendido por la Garza, y después de oir el parecer
del entendido jefe de Estado Mayor Don Fulgencio Salas, salió de
Tampico con una columna de dos mil hombres, al encuentro del general
mexicano, que, aunque llevaba una fuerza de cinco mil hombres, se
componía una gran parte de ella de milicias, que, aunque de gente
valiente, no podía tener la disciplina y la instrucción militar de las tropas
de línea. Cerca aún del punto de salida y en el sitio llamado el Bejuco o
Bejucal, ordenó Barradas que su fuerza se dividiese en dos secciones,
una por la extrema derecha en dirección al río Pánuco, y la otra por el
sitio de las lomas, marchando por el centro, una compañía de cazadores,
extendida en orden de guerrilla. Colocada de esta manera la fuerza
expedicionaria, rompió al inmediato día el fuego la expresada guerrilla,
cuyos extremos se hallaban fuera del alcance de vista de las dos
secciones.
Esto hizo creer al general Don Felipe de la Garza, que la fuerza española
no era más que la que había entrado en acción y sus tropas se lanzaron á
paso de carga, pero sin orden militar, pues como he dicho eran milicias
en su mayor parte. La guerrilla, por movimiento estratégico, se replegó,
haciendo fuego en retirada, hasta que bien calculado el tiempo, dió lugar
a que la sección de la izquierda les presentase la batalla, mientras la de la
derecha se cerró ocupándoles su retaguardia; cuya operación se verificó
en la calle real de Pueblo Viejo. Viéndose las fuerzas de Garza atacadas.
por tres puntos diferentes, a la voz de: ¡Viva el Rey! se hallaron sin poder
moverse, en medio de la expresada calle Real, entre los dos batallones
expedicionarios que por uno y otro lado les impedían el paso. Inútil
hubiera sido todo esfuerzo para resistir en aquellas circunstancias en que
se veían cogidos entre dos fuegos. El general Don Felipe de la Garza, que
se hallaba a la cabeza de sus soldados, deponiendo su actitud hostil,
pidió hablar con el brigadier Barradas, dándose, lo mismo que su tropa,
por prisioneros de guerra. El jefe español le recibió con agrado, y en la
conferencia que tuvieron, al declararse Garza prisionero, Barradas le
contestó que podía irse libre, bajo palabra de honor de no volver a
hostilizarle ... (19).
Nuestros historiadores educativos omiten hablar de este hecho de armas
altamente vergonzoso para Garza y sus fuerzas. La versión de Zamacois
que acabo de copiar es la versión oficial española; y si Barradas miente
¿por qué no lo dicen y lo prueban? ¿Porque ignoran lo que oficialmente
comunicó Barradas a su gobierno? Esto fue publicado en la Habana tan
luego como llegó Barradas a esa ciudad y comunicado a México, por la
vía de Nueva Orleans. ¿Por qué nadie lo ha desmentido en el curso de
setenta y tres años? Zamacois imprimió su volumen XI, en que habla
sobre la expedición de Barradas el año de 1879, y afirma que dicho jefe
con dos mil hombres hizo prisionero al general Garza que tuvo 5000. ¿Por
qué nadie ha impugnado lo que dijo Zamacois hace veinticuatro años en
México y públicamente? La edición que poseo de la Historia del Sr. Pérez
Vercija es de 1900; ha dispuesto este historiador de la niñez, de nueve
años para conocer lo que dice Zamacois y combatirlo. Todo historiador
está obligado a informarse de lo que dicen sobre un hecho notable, como
es la expedición de Barradas, las dos partes contendientes. Para entender
bien la guerra Franco-Alemana y no ser sorprendido, engañado o
enseñado á medias; hay que leer a los autores alemanes y franceses.
Esto es más necesario en México, donde tristemente se especula con la
vanidad pública, ocultando verdades desagradables y sirviendo
frecuentemente mentiras halagadoras.
Yo no me atrevo a afirmar que todo lo que oficialmente dice Barradas y
sus historiadores es exacto; pero tampoco tengo pruebas ni
razonamientos para asegurar que toda la versión española sobre la
expedición de 1829, es falsa. Todo lo contrario, dos historiadores que
vivieron en 1829; Zavala y Suárez Navarro, siendo el primero notable
hombre público, formando parte del gabinete mexicano que dirigió la
defensa contra Barradas; y el segundo, el panegirista del general Santa
Anna; afirman que la conducta de Garza fue equívoca, y Zavala le califica
con firmeza de cobarde.
En el tomo 2° de la obra de Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones
de México, en el capítulo VII y como encabezado se lee: General Garza -
Su cobardía. En la página 179, Zavala ha escrito:
El general Don Felipe de la Garza a quien hemos visto en el tomo primero,
levantarse contra Iturbide y luego pedir gracia: recibir a éste incauto
caudillo en Soto de la Marina y conducirlo al suplicio; ese mismo Garza
fue encargado por el general Terán de hacer un reconocimiento de las
fuerzas del enemigo y sin resistencia o con muy poca se puso él mismo
en manos de los invasores en donde permaneció corto tiempo. Pasó
después al campo del general Santa Anna y este jefe despojándole de
toda autoridad, en lugar de sujetarlo a un consejo de guerra como debía
hacerlo, lo envió a México con comisiones que ni a uno ni a otro
convenían. Informó al general presidente contra Garza en su
comunicación oficial, y este asunto quedó cubierto con el velo del
misterio sin poder saber, si Garza fue un traidor, o un cobarde y vil
mexicano.
Tocaba pues a nuestros historiadores haber aclarado ese misterio y
decimos lo que realmente hizo Garza, que debe haber sido muy grave,
puesto que Zavala afirma que Santa Anna debía consignarlo a un consejo
de guerra y que lo despojó de toda autoridad. En efecto, Garza era
comandante general de los Estados internos de Oriente cuando
desembarcó Barradas y fue removido sustituyéndole el general Mier y
Terán.
Suárez Navarro, que mereció el aprecio y confianza del general Santa
Anna, dice respecto de Garza: El comportamiento del general Garza está
envuelto bajo el velo de mil conjeturas desfavorables. Desempeñaba las
funciones de comandante general de los Estados internos de Oriente, y
con tal investidura pudo haber hecho mucho oportunamente: nada hizo.
En un encuentro con ellos, al hacer un reconocimiento cayó prisionero,
entró en pláticas con los enemigos y volvió a su campo como si nada
hubiera ocurrido. El general Santa Anna no podía tener en sus filas a un
jefe que así se portaba: le despojó del mando y le envió a México dando
parte de lo ocurrido. La historia no sabe si este militar que condujo al
cadalso a Iturbide, era un cobarde o un traidor (20).
Lo que no dicen Zavala ni Suárez Navarro, es si Garza cayó o se dió por
prisionero, solo con una corta fuerza o con toda su fuerza. Zavala culpa a
Garza de haberse entregado prisionero sin resistencia o con poca
resistencia: lo que prueba que en su concepto debió Garza haber hecho
gran resistencia. Pero si estaba solo no podía hacerla, ni la ley militar
obliga a un jefe que solo o acompañado de una corta fuerza, hace un
reconocimiento, a hacer grande ni pequeña resistencia. En suma, los
historiadores Zavala y Suárez Navarro afirman que hubo algo parecido a
lo que oficialmente dice Barradas respecto de Garza, no habiendo duda
de que éste jefe fue prisionero de Barradas durante corto tiempo.
A la acción en que, como queda referido, fue hecho prisionero el general
Don Felipe de la Garza, se siguió la del punto llamado el Chocolate, dada
por el jefe de Estado Mayor Don Fulgencio Salas, con novecientos
ochenta soldados expedicionarios, al brigadier mexicano Rojas, que tenía
una división de dos mil hombres, incluso doscientos soldados de
caballería del noveno de línea (21).
El resultado de esta acción fue la derrota del brigadier Rojas, que tuvo
que retirarse al rancho llamado El Chocoy, dejando sobre el campo
ochenta y dos muertos, veinte y dos heridos y ciento treinta y tres
prisioneros, que como de costumbre fueron puestos en libertad por
Barradas (22). De esta derrota no habla ninguno de nuestros
historiadores. ¿La inventó Barradas? ¿Inventó que existía un brigadier
mexicano Rojas y un regimiento noveno de línea? Y si existían ambos,
¿por qué no protestar y desmentir cuando tuvieron noticia de que
Barradas inventaba haberlos derrotado?
Con intermedio de muy pocos días, esto es, el 13 de Agosto se verificó
otro refiido encuentro en el punto llamado Doña Cecilia, antes de que este
hubiese sido fortificado por Terán. El jefe de las fuerzas expedicionarias
que ascendían á mil doscientos hombres, era el coronel Don Luis
Vázquez; los mexicanos resistieron el ataque con notable denuedo; pero
al fin cedieron el campo á la ventaja de la disciplina de sus contrarios,
dejando sobre el campo veinte y nueve muertos, 340 prisioneros que
fueron puestos en libertad, muchas armas, algunos bagajes y 57 heridos,
muchos de gravedad, entre ellos tres oficiales. También los españoles
tuvieron sensibles pérdidas, entre ellas la del teniente de la cuarta
compañía, Don Alejandro Cajigal, joven valiente que murió por su
temerario arrojo; la del subteniente Don Manuel Blanco y cadete Don
Rufino Robles, que salieron heridos, la del soldado distinguido Don Juan
Sol y por último, la de los sargentos segundos Tartajasla y Ramos,
aunque no de gravedad.
¿Esta nueva derrota a nuestras fuerzas, es otra invención de Barradas, no
obstante los detalles que contiene el parte oficial?, ¿detalles que como la
muerte de un oficial da lugar a concesión de pensiones a su familia?
Puede ser. ¿Pero porqué entonces no probar que es mentira y anonadar
al jefe español y a los historiadores españoles, poniéndoles en ridículo,
con la simple verdad evidente, comprobada, irrefutable? ¿Por qué
nuestros historiadores se conforman con omitir, lo que les hace
sospechosos ante la crítica leal y penetrante?
Mier y Terán llegó el 15 de Agosto al campo mexicano, no quiso aceptar el
mando en jefe que Garza le ofrecía, se puso a las órdenes de éste y se
dedicó a fortificar el camino entre Tampico y Altamira, que dista siete
luegas del puerto. Terán construyó dos reductos distantes 6 kilómetros
uno de otro.
El 16 de Agosto Barradas salió de Tampico sobre Altamira. Terán
defendía en Villerías los dos reductos de que acabo de hablar y Garza
ocupaba Altamira. Según la versión española, Barradas tomó a viva
fuerza los dos reductos y tomó Altamira sin encontrar más que una ligera
resistencia de parte de Garza. Según la versión mexicana aceptada por
nuestros historiadores que no han compendiado sus obras suprimiendo
todo lo que nos es desfavorable; las cosas marcharon muy mal:
El general Don Manuel Mier y Terán defendía el primer punto (Villerías) y
Don Felipe de la Garza el segundo (Altamira). El enemigo comenzó a
avanzar sobre Villerías la noche del 16 de Agosto, y la mañana del día
siguiente, a las nueve, rompió el fuego por el frente y los flancos de un
reducto construído en una angostura del camino que circundaba un
espeso bosque. Muy difícil era sostenerse en esa posición, por la
desventaja de que a poco esfuerzo el general español podía voltearla;
pero Terán, que era tan perito como experimentado, había construído a
su retaguardia otro parapeto a legua y media del primero, en un
desfiladero que sólo permitía un ataque de frente: allí se replegó y desde
él continuó batiendo al enemigo. Garza estaba en Altamira con quinientos
hombres y tras de una fortificación pasajera; se consideró débil y
abandonó el punto, mandando que hiciera lo mismo el general Terán a las
dos de la tarde del mismo día 17 (23). La columna de Barradas constaba
de 1400 hombres y Terán y Garza reunidos tenían por lo menos mil y
estaban fortificados. Poco honor causa esta defensa a su autor o autores.

NOTAS
(1) Pérez Vela. Compendio de la Historia de México, pág. 346.
(2) Suárez Navarro, Historia de México, tomo 1, págs. 394 y 395.
(3) Obra citada, pág. 414.
(4) Zamacois, Historia de México, tomo XI, págs. 716 y 717.
(5) Memoria de Guerra (1836).
(6) Suárez Navarro, Historia de México, tomo 1, pág. 138.
(7) Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México, tomo II, pág. 183.
(8) Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México, tomo I, pág. 183.
(9) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 733.
(10) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 144.
(11) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 739.
(12) Suárez Navarro, Historia de México, tomo II, pág. 144.
(13) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 144.
(14) Suárez Navarro, Obra citada, pág. 144.
(15) Zavala, Ensayo histórico, tomo II, pág. 179.
(16) Apuntes históricos de Veracruz (Lerdo de Tejada), tomo II, pág. 332.
(17) Larenaudiere, Histoire de Mexico, pág. 210.
(18) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 746.
(19) Zamacois, Historia de México, tomo XI, págs. 750 y 751.
(20) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, nota de la pág. 144.
(21) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 753.
(22) Obra citada, pág. 753.
(23) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 146.
Índice de Las grandes mentiras de
Primera parte - Primera parte - Biblioteca Virtual
nuestra historia de Francisco
Capítulo I Capítulo III Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
PRIMERA PARTE
Capítulo Segundo
EL DESENLACE INESPERADO DE
LA INVASIÓN
Llegamos al momento en que el general Santa Anna, héroe de esta
campaña, entra en escena. Santa Anna, ha sido elogiado por todo lo que
hizo desde que supo en Veracruz el proyecto del gobierno español, hasta
la capitulación del jefe Barradas. La expedición invasora produjo a Santa
Anna la banda de general de división y el ser reputado como uno, sino
como el primero de los capitanes del siglo, por los mexicanos admirados
ante imaginarias hazañas.
El general Santa Anna, tan pronto como tuvo noticia de la salida de la
Habana de Barradas por una fragata de guerra francesa que tocó en
Veracruz el 16 de Julio de 1829, procedente del expresado puerto cubano,
no esperó órdenes del gobierno federal y, con su carácter elevado de
gobernador y comandante militar del Estado de Veracruz, se dedicó a
organizar rápidamente fuerzas para ayudar a combatir la invasión
española. No obstante sus grandes esfuerzos sólo logró reunir mil
sesenta y cuatro hombres; los que fueron equipados, atendidos,
municionados y puestos en marcha con recursos del Estado de Veracruz,
entre ellos un préstamo de 20000 pesos.
Si el general Santa Anna dió pruebas con motivo de la expedición de
Barradas de patriotismo y actividad, las dió también de ser un infeliz
como militar. La expedición española venía de la Habana escoltada por un
navío de línea, El Soberano, dos fragatas de primera, Restauración y
Lealtad, del bergantín Cautivo y de varias lanchas cañoneras. Con esta
flota había de sobra para capturar sin resistencia todas las fuerzas que el
gobierno mexicano quisiera enviar por mar de Veracruz á la costa de
Tampico.
Era evidente que la flota española, después del desembarco de Barradas,
debía cuidarlo, apoyarlo y hacer el crucero entre Tampico y Veracruz, lo
cual fue efectivamente convenido entre Barradas y el jefe de la flota,
Laborde: En el mismo día (29 de Julio) y por unánime acuerdo de los
comandantes de mar y tierra, se dispuso que la escuadra se hiciese a la
vela con objeto de hacer el crucero sobre el puerto de Tampico y
Veracruz, hasta que las circunstancias no obligaran a cambiar de parecer
(1).
Escogiendo Santa Anna ir de Veracruz por mar a Tuxpan, para de allí por
tierra seguir hasta Tampico; no se exponía, se entregaba a la flota
española sin tener medios de resistir, pues nuestra marina de guerra era
pequeña, inservible e incapaz de sostener dos minutos un combate naval
con los españoles. ¿Sabía Santa Anna que Laborde tenía órdenes
secretas del gobernador de la isla de Cuba, para no hacer el crucero y
dejar a Barradas completamente abandonado en un país que podía ser
completamente enemigo como lo fue? ¡Imposible!
Ignorando Santa Anna las órdenes rigurosamente secretas dadas a
Laborde; tenía a lo más como probabilidades de escapar a la captura de
todas sus fuerzas y recursos de guerra en la travesía o durante el
desembarco, una contra noventa y nueve en cien. ¿Con qué objeto Santa
Anna dispuso esta marcha marítima insensata?
Suárez Navarro, el panegirista del héroe no quiere, no, dice, defraudar a la
historia de los pormenores de la gran hazaña, y escribe: Formó una
escuadrilla para atravesar el seno mexicano, que debía suponer vigilado
por las poderosas embarcaciones de los enemigos (2). Se comprende que
un golpe de audacia sea recomendable, cuando se trate de salvar algo
muy grande en peligro inminente de perecer, si no se le presta inmediato
auxilio; por ejemplo una plaza fuerte conteniendo inmenso material de
guerra y numerosa guarnición próxima a capitular. Un ejército de auxilio
si vale más o igual a lo que se perdería con la capitulación, no debe
exponerse a una catástrofe demasiado probable; pero en ningún caso
debe jugarse a favor de una probabilidad cqntra noventa y nueve, la
existencia de un cuerpo de tropas que nada ni nadie reclama con
urgencia a costa de su segura pérdida. ¿Qué interés urgente obligaba a
Santa Anna a someterse al peligro casi sin salvación de perder todas sus
fuerzas y elementos de guerra? ¿Batir al enemigo antes de que recibiese
refuerzos, según nos lo dice el mismo Santa Anna?
La noticia del desembarco de Barradas llegó a Veracruz el 2 de Agosto de
1829, y se estimaba la fuerza desembarcada en cuatro mil hombres.
¿Pretendía Santa Anna derrotar con mil hombres a cuatro mil soldados
españoles, verdaderamente soldados? Si tal cosa pretendía, probaba con
ello, no ser militar.
A lo que parece, ninguno era militar en México en 1829; una expedición
invasora sólo desembarca cuando se halla reunida la fuerza suficiente
para resistir con éxito el primer choque del invadido. Era muy
sospechoso que sólo hubieran desembarcado cuatro mil hombres,
porque como digo, los desembarcos de invasión se hacen generalmente
de un solo golpe como lo hizo Scott en las playas de Veracruz en 1847.
Santa Anna sólo podía ambicionar ser de los primeros en llegar al
territorio invadido, para unirse a otras fuerzas mexicanas capaces de batir
al enemigo. Si el jefe mexicano en el Estado de Tamaulipas, tenía fuerzas
suficientes para batir a Barradas, era imbécil entregar las fuerzas
organizadas en Veracruz a la flota de Laborde, y si no las tenía, nada
había de urgente para que dicho jefe no esperase la incorporación de
Santa Anna seis o siete días, y sí era insensato entregar casi con plena
seguridad a Laborde estos útiles refuerzos.
Suárez Navarro, dice: ... ordenó (Santa Anna), la marcha rumbo a
Tampico, dirigiendo personalmente la infantería por mar y mandando la
caballería por tierra (3). ¿Y por qué no también la infantería? Por donde
pasa la caballería pasa la infantería. ¿Lo hacía porque le era fácil
transportar por mar los pertrechos de guerra? Bien podían ir éstos por
mar y la infantería por tierra. Si Laborde los capturaba se perdían
únicamente los pertrechos; pero como lo dispuso Santa Anna era casi
seguro que todo se perdería: pertrechos, más infantería, más Santa Anna,
más el prestigio de los militares mexicanos.
Por otra parte, además de la flota de Laborde, había que tener en cuenta
la voluntad del mar que podía oponerse al viaje como sucedió, pues
habiendo salido Santa Anna de Veracruz el 4 de Agosto, llegó a Tuxpan
donde desembarcó hasta el 11, Y habiendo corrido peligro de perecer
alguna de nuestras embarcaciones. Es decir, como se dice vulgarmente,
por un verdadero milagro no fue capturado por Laborde y llegó dos días
después de la fecha en que había de haber llegado la infantería a Tuxpan,
si hubiera ido por tierra. De modo que su golpe de audacia fue un fracaso,
puesto que no copsiguió llegar por mar al lugar de su destino con la
prontitud proyectada.
¿Y qué hizo cuando llegó frente a Barradas? no lo atacó sino que para
atacar a Barradas y al grueso del ejército español esperó un mes, que
pasó mirando a Terán construir fortificaciones y establecer baterías. Su
ataque del 20 de Agosto a los 400 hombres del coronel Salmón, que una
torpeza de Barradas hizo que dejara en Tampico, no pudo ser prevista. De
manera que corrió el peligro de perecer casi con seguridad para
contemplar todo un mes al enemigo, sin atacarlo, yen ese mes pudo
recibir Barradas considerables refuerzos y batirlo. En Alemania, Francia,
Inglaterra o Estados Unidos, en cualquiera nación con verdadero ejército,
Santa Anna, por su marcha marítima, hubiera sido condenado por un
consejo de guerra y destituído de mando elevado, en vez de recibir la
banda de general de división.
Todos nuestros historiadores, toda la prensa de la época, y aun el
gobierno, elogió el ardiente patriotismo de Santa Anna que había sido el
primero en volar al encuentro del enemigo. No estoy conforme con los
elogios prodigados a Santa Anna por su patriotismo; pero condeno
resueltamente los que se le dirigieron como militar. Un militar no tiene la
facultad de conducirse por sus inspiraciones, sino que está obligado a
obrar obedeciendo las órdenes que le comuniquen sus superiores y a
falta de esas órdenes, no puede dar paso, ni correr ni volar, si a ello se
opone la Ordenanza.
El general Santa Anna, era el comandante general de Veracruz, y como tal
estaba sujeto al mando supremo del presidente de la República, quien
debía dictar sus órdenes por conducto del Ministerio de Guerra y Marina.
Zamacois dice que el general Santa Anna era también gobernador del
Estado de Veracruz, y aun cuando así fuera y conforme a la Constitución
de 1824, el gobernador de un Estado no podía al frente de sus milicias
invadir a otro Estado, como sucedió en el caso, que Santa Anna, con
fuerzas federales y locales veracruzanas, invadió el Estado de
Tamaulipas. Era facultad exclusiva federal, disponer de las fuerzas de un
Estado fuera de su territorio.
¿Había el general Guerrero delegado sus facultades constitucionales al
general Santa Anna, o lo había autorizado para obrar libremente? Ninguno
de los historiadores lo dice y yo no he encontrado esa autorización no
obstante que con insistencia la he buscado. Por el contrario, hay
historiadores como Lerdo de Tejada que precisamente elogia en Santa
Anna su espontaneidad, lo que claramente significa que no obró por
órdenes del gobierno.
La conducta del general Santa Anna, volando espontáneamente al
encuentro del enemigo, fue la de un mal militar y la de un mal patriota.
Fue un mal militar porque los comandantes generales de los Estados no
pueden abandonar éstos personalmente o con sus fuerzas sin el permiso
u orden del Ministerio de guerra. Fue un mal militar, porque no solamente
abandonó su puesto sin la respectiva autorización, sino que se llevó
consigo a las fuerzas federales y del Estado sin facultad para ello. Fue un
mal militar porque se embarcó con todas las fuerzas y elementos de
guerra que tenía Veracruz para ir al encuentro seguro de la poderosa flota
española que forzosamente debía proteger a Barradas y vigilar la costa
entre Tampico y Veracruz. Fue un mal militar porque expuso a sus fuerzas
a un peligro inminente para ir a Tamaulipas y permanecer un mes sin
atacar a Barradas, lo que prueba que no era urgente su presencia en
Tamaulipas o que si lo era, fracasó por no haber satisfecho esa urgencia;
es decir, sin necesidad se puso en condiciones de ser hecho prisionero
con todas sus fuerzas y recursos bajo la humillación de no poder disparar
siquiera un tiro a la flota de Laborde. Por último, fue un mal militar;
porque por lo mismo que Barradas había desembarcado cerca de
Tampico con un cuerpo de ejército insignificante para conquistar a la
República, y aun para internarse siquiera 20 leguas; podía suponerse con
fundamento, que el desembarco en Cabo Rojo, tenía por objeto llamar la
atención del gobierno en ese lugar para que concentrara sus fuerzas en
Tamaulipas y dejase abandonados y debilitados otros puntos mejores
para hacer el desembarco del grueso de las fuerzas expedicionarias.
En efecto, ¿qué hubiera sucedido si mientras a Santa Anna lo capturaba
la vigilante flota de Laborde en su travesía para Tuxpan, hubiesen
desembarcado cinco o seis mil españoles en las playas de Veracruz?
Hubieran tomado la ciudad con la facilidad con que tomaban su rancho
los soldados y el gobierno hubiera perdido el primer puerto y se hubiera
encontrado repentinamente con el enemigo a cien leguas de la capital.
En este caso que no sólo era posible, sino probable y casi impuesto por
los preceptos de buena estrategia; el pueblo hubiera gritado: ¡qué
estupidez la de Santa Anna! embarcarse sin elementos para no resistir un
minuto a la flota española y cuando debía estar seguro que lo vigilaba.
¡Entregar todo como un niño entrega sus juguetes a su preceptor que le
reprende! ¡Qué imbecilidad la de Santa Anna! dejar abandonada la
primera plaza marítima del país, por ir a correr una aventura militar
indigna hasta de la inteligencia de un tiburón! ¡Qué acto de indisciplina,
abandonar sin órdenes y con toda su guarnición una plaza fuerte, en los
momentos en que estaba amenazada por la probable llegada del enemigo!
¡Qué insubordinación! ¡moverse para atacar al enemigo, sin órdenes
terminantes y todo para despojar del mando y disputarlo al jefe que el
gobierno había mandado para defender Tamaulipas! ¡Oh soez ambición
de Santa Anna!
Como lo he dicho, Santa Anna no tuvo éxito en su golpe de audacia
porque el mar se le opuso y tardó en llegar a Tuxpan más tiempo del que
hubiera consumido yendo sin riesgo por tierra. Y si Laborde no lo
capturó, no fue por la habilidad de Santa Anna para evitar la caza, sino
porque la flota española se volvió a la Habana abandonando a Barradas a
todo el rigor de su suerte, y este hecho infame único en la historia de
España y de todas las naciones, ni Santa Anna, ni profeta u oráculo
sagrado pudo predecirlo.
Lo que se le ha aplaudido a Santa Anna como patriotismo, ha sido el éxito
de una imbecilidad debida a otra mayor imprevista cometida por el
gobernador de la Habana, al dar órdenes a Laborde para que tan pronto
como desembarcara Barradas lo abandonara; de modo que el aplaudido
por los mexicanos debía ser Fernando VII cuyo cretinismo salvó a Santa
Anna. Lo que el público y nuestra viciosa historia aplaude como
patriotismo, es un acto de insubordinación, de indisciplina, un ejemplo
funesto para el ejército.
¿Cómo admitir que al ser amenazado el país por una invasión extranjera,
al jefe de las armas federales en Puebla se le ocurra por patriotismo
marchar a Acapulco; que al jefe de las armas en Jalisco se le ocurra
imponer un préstamo forzoso y marchar a cortar al enemigo la retirada en
Chihuahua; que al jefe de las armas en Chihuahua se le ocurra siempre
por patriotismo, colocarse como primera reserva en Oaxaca y que al jefe
de las armas en Sonora se le ocurra vigilar la frontera de Guatemala? Si
esto sucediera se aseguraría que en México todo había o todo podía
haber, hasta patriotismo, menos ejército. Ahora bien, el buen patriotismo,
el verdadero, el inteligente, no el analfabeta; indica que sólo verdaderos
soldados pueden defender a una nación por medio de operaciones
militares y que sólo hay verdaderos soldados cuando hay disciplina, y
sólo hay disciplina cuando los jefes se sujetan á la ley militar, que no
consiente patriotismos, ni inspiraciones, ni aventuras, sino conocimiento
del primer deber del soldado, la obediencia, energía e inteligencia para
cumplirlo. El buen patriota debe exigir que el ejército sea disciplinado
para que pueda ser útil a la patria, pues si se busca la defensa por medio
de guerrillas, no hay necesidad de ejército, ni de que la nación se
sacrifique pagando elevadísimos presupuestos de guerra, para que
cuando el enemigo se presente, los jefes dejen de ser militares para
convertirse en dementes patriotas. Santa Anna fue pues con su
patriotismo un mal patriota porque no puede dejar de serio un militar
indisciplinado, loco o perverso, que comete imbecilidades trascendentes.
En cualquiera nación civilizada hubiera sido castigado Santa Anna por el
consejo de guerra a quien le hubiera tocado juzgar de su patriotismo
espontáneo y sin igual.
He afirmado que ningún libro de historia enseña que Santa Anna tuviese
orden de abandonlir a Veracruz para marchar a Tampico y que habiendo
buscado yo esa autorización no he podido encontrarla; pero lo que sí es
de intachable verdad, es que Santa Anna no pudo sacar las fuerzas del
Estado de Veracruz para el de Tamaulipas, porque conforme a la
Constitución de 24, sólo lo podía hacer el presidente de la República,
previo el consentimiento del Congreso y este consentimiento lo tuvo el
general Guerrero el 12 de Agosto, cuando hacía ocho días que Santa
Anna había abandonado la plaza de Veracruz.
Suárez Navarro, el panegirista de Santa Anna nos dice: Como hemos
dicho, el general Don Antonio López de Santa Anna, se preparaba para
batir al enemigo en cualquier lugar que hubiese desembarcado (4). Santa
Anna era solamente general de brigada. ¿No había generales de división
en la República? ¿No había generales de brigada más antiguos que él?
¿No había un ministro de la Guerra, para nombrar jefe de las operaciones
contra Barradas, al general que le conviniese? ¿Entonces, por qué Santa
Anna se preparaba para batir al enemigo en cualquier lugar que hubiese
desembarcado? El general que debía prepararse era el que el supremo
gobierno nombrase al efecto y a Santa Anna no le tocaba hacer más que
lo que le ordenase el gobierno, aun cuando fuera que no concurriese ni
como jefe, ni como subordinado a batir al enemigo. Resumiendo: Santa
Anna, que ya había dado muestras de malsana ambición, y estimando en
su justo valor la debilidad de Guerrero, determinó crearse dictador para
hacer la campaña contra Barradas. Y el general Guerrero que en su
carácter como patriota, era un héroe, como hombre de Estado era una
mujer y encontró o fingió encontrar admirable la conducta de Santa Anna
y antes que éste hiciese algo de importancia contra Barradas, premió su
insubordinación y su falta de verdadero patriotismo, otorgándole la banda
azul de general de división; cuyo nombramiento recibió Santa Anna el 29
de Agosto de 1829. El público aplaudía estas locuras porque confundía la
Ordenanza con la vida de Don Quijote y con la de los espadachines del
drama erótico español.
Si el general Santa Anna se portó mal como militar demostrando
indisciplina e impericia por haber emprendido la marcha por mar cuando
pudo haberla hecho por tierra; en cambio como gobernador de Veracruz,
dió pruebas de actividad, de interés, de patriotismo, que lo hacía con
justicia eminentemente simpático al público, que comparaba su conducta
con la muy censurable de los demás gobernadores de los Estados: Los
Estados en nada habían cooperado para los gastos de la administración,
y no podía citarse un solo acto del gobierno federal que menoscabara en
todo o en parte la soberanía de esos poderes, que durante la invasión
española habían permanecido encastillados en sus provincias siendo
simples espectadores del conflicto nacional (5). Rivera nos enseña:
Ningún Estado quiso obedecer la ley de contribuciones, es decir ningún
Estado quiso contribuir con lo ordinario, ni con lo extraordinario para los
gastos de la guerra.
¿Son censurables esos gobernadores por no haber hecho lo que el de
Veracruz; echar leva de indios, recoger vagos, pordioseros, asesinos,
para alistarlos por fuerza en el ejército; solicitar préstamos voluntarios y
exigidos forzosos e intimidar a los Ayuntamientos para que con
excepción del de la Ciudad de Veracruz, facilitaran recursos y procurasen
fingir movimientos entusiastas patrióticos?: en una palabra ¿eran
censurables los gobernadores, por no haber impuesto con su tiranía, a la
inercia, timidez o indiferencia nacional, el patriotismo volcánico,
estrepitoso y rugiente de los pocos? Ciertamente eran culpables porque
este había sido el único medio de hacer que hubiese patriotismo efectivo.
Sin los patriotas, eminentes, valorosos y heroicos que siempre hemos
tenido y que a la fuerza, a culatazos, a cintarazos, y préstamos forzosos,
han obligado a sus compatriotas a llenar sus altos deberes nacionales,
nos hubiera conquistado el que hubiera querido. Para la guerra de
guerrillas ha habido siempre voluntarios, gran parte de ellos atraídos por
el bandolerismo libre. Para la guerra militar, casi la totalidad de los
soldados rasos han sido forzados por la leva y han manifestado por la
deserción en escandalosa escala, su disgusto. La falta de espíritu público
hace que en México sólo sea posible la vida nacional por el rigor del
espíritu oficial. El despotismo entre nosotros llega a ser el primer
protector de los derechos nacionales que sin él serían perdidos por la
falta de vigor social.
Pero si justamente la conducta de Santa Anna como gobernador fue
digna de alabanza porque fue déspota inexorable para hacer cumplir altos
deberes patrióticos; más censurable que la conducta apática de los
gobernadores, debió ser la del pueblo que no necesitaba del permiso, ni
del apoyo, ni del consejo de los gobernadores, para mostrarse patriota;
no con fanfarronadas y palabras tabernarias; sino presentándose al
gobierno pidiendo armas, vaciando su bolsillo en las arcas públicas,
empeñando su crédito para el aumento de recursos y marchando al
combate, valoroso. La censura a los gobernadores, era la triste prueba de
que el pueblo aun no había comprendido lo que es patriotismo cuando
sentía que sólo hubiera habido un déspota, Santa Anna, para hacer
cumplir con las armas, obligaciones que debían llenarse voluntariamente
y con noble entusiasmo.
He dicho que el general Santa Anna zarpó de Veracruz con sus fuerzas en
frágil escuadrilla el 4 de Agosto de 1829, y que llegó a Tuxpan el 11 del
mismo mes (6): Mientras que el general en jefe enemigo entraba en
Altamira, el caudillo de las tropas mexicanas (Santa Anna) sorprendió la
plaza de Tampico, en donde había dejado Barradas al coronel Salomón
con una fuerza de quinientos hombres para sostener el punto y el de la
Barra. El general Santa Anna, luego que hubo alistado su división, trató
de aprovechar la ausencia de la mayor fuerza enemiga, reunió cuantas
canoas y botes pescadores pudo haber a las manos para pasar el río
Pánuco, y se preparó al asalto de una manera decisiva.
Con el mayor silencio comenzó a embarcar sus tropas a las diez de la
noche del jueves 20 de Agosto, cuando la mayor parte de los soldados
mexicanos estaban en el lado de Tampico, a sólo distancia de tiro de fusil
del campo español, un miliciano cívico a quien era nueva la empresa que
se meditaba, disparó un tiro que fue inmediatamente contestado por el
resto del cuerpo en que iba ese inexperto soldado. Descubierto el ardid
que había comenzado a poner en práctica el general Santa Anna, se hizo
indispensable seguir la marcha de frente; sus fuerzas eran doscientos
hombres del tercero de línea; ciento treinta de las compañías de
preferencia de los batallones 2 y 9; cuarenta artilleros, algunos cívicos de
las cercanías y dos escuadrones con fuerzas pequeñas de las que
pertenecían a Jalapa, Orizaba y Veracruz.
Esta fuerza se dividió en tres columnas. Santa Anna, mandó avanzar y a
la una y media de la noche entró a Tampico, arrollando a cuantos
enemigos se presentaban. Se disputa palmo a palmo el terreno, los
mexicanos sostienen el fuego vivísimo que les hacía el enemigo, a quien
en momentos redujo Santa Anna a los puntos fortificados de la playa,
protegidos por las embarcaciones menores que había en la boca del río.
El ataque se prolongó hasta las dos de la tarde del 21, hora en que el
general Salomón enarboló la bandera blanca pidiendo parlamento para
capitular y rendir sus armas (7).
La versión española sostiene que fue Santa Anna quien enarboló bandera
blanca, para proponer al enemigo que capitulara, y que Salomón aceptó
para dar tiempo a que Barradas llegase de Altamira con el grueso del
ejército pues le había sido enviado un correo desde que comenzó el
ataque solicitando su auxilio.
No bien habían comenzado las conferencias entre los comisionados de
una y otra parte, cuando un torbellino de polvo anunciaba que el general
Barradas se aproximaba con dos mIl quinientos hombres, en auxilio de
sus tropas batidas en Tampico. La violenta marcha del invasor, que
abandonaba a toda prisa el punto de Altamira, pudo retardarse cuando
menos si el general Garza le hubiera hostilizado por retaguardia como
pudo hacerlo y como se le había prevenido; tal falta iba a frustrar la
victoria ya conseguida con tanto sacrificio y valor, e igualmente
compiometía a nuestras fuerzas a una derrota, de la que salió por la
serenidad y arrojo de su general y de los bizarros soldados (8).
En situación tan crítica, Santa Anna formó sus tropas y se preparó al
combate contra toda la fuerza del enemigo. Barradas se contiene,
sorprendido de tanto arrojo, se instruye que Salomón había pedido
parlamento y que se estaba en aquel acto acabando la capitulación; no se
atrevió á romper el armisticio y sólo se limitó a solicitar una entrevista
con el jefe mexicano, en medio de ambas fuerzas. La versión mexicana
consignada en los apuntes del coronel mexicano Iturria que se hallaba
presente, y de donde Zamacois toma el dato citando a Iturria, dice (9):
Santa Anna, aprovechando los instantes en que se trataba de las
condiciones de la capitulación, trató de embarcar (pues sabía la llegada
de Barradas, por haber capturado el coronel mexicano Castrillón al
correo que traía a Salomón la noticia) su tropa en las canoas y botes en
que la había pasado; pero en aquellos momentos se presentó Barradas
con su división sin que hubiesen podido molestarle en el camino Garza ni
Terán por el mal estado en que se hallaba su gente con motivo de los
encuentros anteriores, y entonces permaneció quieto a la cabeza de sus
soldados haciendo saber al bngadier español por medio de un ayudante,
que se había entrado en conferencia con el coronel Don Miguel Salomón,
porque éste había pedido parlamento. Barradas pudo romper el
armisticio, puesto que aun nada se había arreglado, ni se había acordado
que nadie pudiese ir en auxilio de sus respectivos compañeros; pero
queriendo usar de una política de moderación y conciliadora se limitó a
tener una entrevista con el jefe mexicano en medio de ambas fuerzas.
La versión de Iturria, que es la de Zamacois difiere del panegirista del
general Santa Anna en dos puntos. Suárez Navarro, no dice que fue Santa
Anna quien informó a Barradas de hallarse en armisticio con Salomón, y
además, Suárez Navarro quiere hacer pasar como gran arrojo de Santa
Anna que a la llegada de Barradas y estando aquél en armisticio, hubiera
permanecido al frente de sus fuerzas.
Si Santa Anna se hubiera podido ir lo hubiera hecho y si no lo hizo fue
porque estaba entre el río y Barradas. Situación muy comprometida como
lo reconoce el mismo Suárez Navarro. No pudiendo dejar Tampico, no
quedaba a Santa Anna más recursos que batirse o capitular, después de
conocer la opinión de Barradas sobre el armisticio que Barradas podía
romper pero con previo aviso a Santa Anna, de otro modo hubiera
procedido Barradas indignamente. Lo que Barradas podía hacer teniendo
en sus manos a Santa Anna era prevenirlo de que rompía el armisticio y
darle un plazo corto para capitular, rendir o combatir. Y una vez que esto
hubiera sucedido y que Santa Anna hubiese optado por combatir contra
un enemigo muy superior; se debió entonces llenar de elogios a Santa
Anna por su heroísmo. Pero simplemente por mantenerse quieto cuando
llegó Barradas, porque no tenía salida, no se le puede aplaudir por
arrojado, ni decir que su serenidad fue lo que salvó a su fuerza. No es
posible que Barradas, que volvía triunfante de Altamira y que había
venido a toda prisa para auxiliar a Salomón, hubiese tenido miedo a Santa
Anna que tenía sólo la cuarta parte de las fuerzas españolas al momento
de llegar Barradas. Si este jefe hubiera tenido miedo a Santa Anna, no
hace una jornada violenta de siete leguas para ponérsele enfrente.
¿Por qué cambió de conducta Barradas? ¿por qué el 16 y 17 salió a batir
a Terán y a Garza, y habiendo triunfado no quiso después batir a Santa
Anna, lo que le era muy fácil, por tener una fuerza disciplinada y valiente
cuatro veces superior a la de Santa Anna? Algunos historiadores, como
Lerdo de Tejada, creen que fue porque Barradas creyó que las fuerzas de
Santa Anna no presentes al otro lado del río Pánuco, eran numerosas, y
temía que se le vinieran encima. En primer lugar Barradas era verdadero
militar y esto le debía hacer comprender que si Santa Anna no había
podido tomar a Tampico desde la una y media ante meridiano del día 21,
hasta las dos de la tarde del mismo día, hora en que el coronel Salomón
enarboló la bandera blanca, era porque Santa Anna no tenía reservas que
sirven precisamente para terminar ataques bien empezados. Si Santa
Anna hubiera tenido reservas, y dado el buen comportamiento de la tropa
que atacó, hubiera podido hacer rendir las armas y capitular antes de la
llegada de Barradas, pues como dice el panegirista Suárez Navarro; en
momentos redujo Santa Anna a su enemigo a las fortificaciones de la
playa, ¿por qué no asaltó y tomó en menos de una hora esas
fortificaciones? ¿Por qué después de haber reducido en momentos al
enemigo a sus últimas posiciones, no pudo tomarlas en doce horas? Por
falta de reservas. No era posible que un militar creyese en las reservas de
Santa Anna;.pero aun suponiendo que existiesen, había entre ellas y
Santa Anna un río no vadeable como el Pánuco, y Barradas tenía tiempo
de vencer a Santa Anna y hacerlo prisionero sin que éste pudiera ser
auxiliado.
Tan era indiscutiblemente fuerte y decisiva la situación de Barradas, que
por no haber querido apoderarse de Santa Anna fue acusado en España
de traición y de haberse vendido al oro mexicano, lo que no es posible;
desde luego porque Santa Anna no tenía oro, ni plata, ni crédito, ni había
en Tampico quien le fiase un peso. La única explicación de tan notable
hecho de Barradas debe encontrarse en sus propias palabras y en lo que
no quiso decir.
Barradas al desembarcar en Cabo Rojo se encontró con milicias que
formaban masas cobardes como todas las masas que no son de
soldados, pues el arrojo cívico es una excepción. Había también tropas
regulares, que al mando de un general, cobarde, inepto, sin prudencia, no
podía dar más que tristes ejemplos de desmoralización y virilidad casi
china. El general Terán era valiente, y muy recto, pero no mandaba en jefe
y la tropa que estuvo a sus órdenes fue poca y dañada ya por la cobardía
de Garza. Barradas debía creer que todos los jefes mexicanos eran poco
más o menos iguales a Garza y que todos los batallones mexicanos eran
aglomeraciones de liebres. El ataque a Tampico, vigoroso, valiente,
cerrado, audaz, digno de buenas tropas de la misma calidad que las
españolas, debió haber desengañado a Barradas y héchole comprender
que estaba derramando sangre española y mexicana sin objeto. Con las
fuerzas que tenía reducidas por las enfermedades Y las balas a 2000
hombres, abandonado por los suyos, casi traicionado por su propio rey,
que no le deja ni barcos para retirarse y viendo sobre todo que ningún
mexicano se le había acercado para convertirse en vasallo del rey de
España, debió creer que ya era tiempo de acabar con una situación
insostenible que lo podía llevar más que a la derrota, al ridículo. Estos
sentimientos influyeron probablemente en la decisión de Barradas
consignada en los apuntes del coronel mexicano Iturria, de donde
Zamacois ha tomado los datos relativos á este punto exclusivamente.
La conferencia (entre Barradas y Santa Anna) se redujo de parte de
Barradas a manifestar que no había sido enviado por su monarca para
hacer daño a los pueblos, sino en lo que anhelaban unirse a España; que
por lo mismo podía dirigirse libremente con sus tropas a su cuartel
general para entrar desde allí en contestaciones que evitasen el
derramamiento de sangre y los horrores de la guerra. Santa Anna
contestó que nadie como él anhelaba ahorrar a la humanidad los
dolorosos excesos de una lucha y embarcando enseguida a su tropa,
cruzó tranquilo el río dirigiéndose a Pueblo Viejo donde tenía su cuartel
general. (10).
Barradas pudo en vez de colocar libre y sano a su enemigo en su cuartel
general para tratar después con él, imponer si no una capitulación a Santa
Anna, sí un convenio para terminar la guerra que no tuviese para
Barradas el carácter de capitulación y Santa Anna hubiera tenido que
aceptarlo. También pudo Barradas batir la corta fuerza de Santa Anna,
tomarle prisionero y tratar con Terán en buenas condiciones para
volverse a la Habana. La conducta de Barradas fue generosa, un buen
rasgo español de clásica hidalguía en que para tratar libremente con el
enemigo se comienza por dejarlo libre. La interpretación de Suárez
Navarro de que Barradas con dos mil hombres, soldados viejos
españoles y cuatro baterías tuvo miedo a Santa Anna al frente de 600
hombres y dos cañones, es ridícula después de haber vencido en todos
los encuentros Barradas a nuestras fuerzas, y haber hecho prisionero a
su jefe Garza y de no haber dado el más ligero signo de timidez, ni la más
pequeña sospecha de no merecer el renombre que siempre había
acompañado en todo el mundo a las tropas españolas.
Ese mismo día o al siguiente debió haber terminado la guerra, si Santa
Anna no hubiera pensado antes que en la humanidad y en su patria, en su
ambición personal.
Era imposible suponer que la flota de Laborde había abandonado
definitivamente a Barradas. No lo creía así el Gobierno mexicano y la
prueba de ello es que Suárez Navarro nos dice: Cuando sucedía esto (los
sucesos de Tampico), nuevos anuncios sobre desembarco de tropas
venían a aumentar las aflicciones del Gobierno y dar pábulo a la agitación
de los partidos (11). Luego no solamente se temían si no que se llegó a
anunciar el desembarco de nuevas tropas lo que aumentaba las
aflicciones del Gobierno. Esto significa que el Gobierno se sentía sin
recursos, débil, expuesto a un desastre con el desembarco de nuevas
tropas españolas que era lo indicado.
Podía muy bien suceder que Fernando VII bien aconsejado y viendo
fracasado su plan de reconquistar a Mexico más que con sus tropas con
sus partidarios en Mexico, se inclinase del lado del plan de Iguala y se
conformase con hacer soberano de México independiente a un príncipe
de su casa. Y si en México en 1829 había muy pocos partidarios de la
reconquista, los había muy numerosos, muy influyentes, y muy decididos
por la monarquía bajo un príncipe español. El partido que trajo a
Maximiliano era más poderoso en 1829 que en 1861 y el clero que lo
apoyaba era más rico, más intransigente, más temible antes que después
de la guerra de Reforma. Soy de la opinión de Arrangoiz en cuento a que
tengo la convicción de que si detrás de Barradas hubiera venido un
príncipe español al frente de diez mil hombres proclamando la monarquía
católica, borbonista, independiente de España; el Gobierno republicano
se hubiera hundido inmediatamente levantándose sobre sus ruinas un
trono que hubiera durado poco menos que el de Maximiliano.
Este peligro era demasiado claro y Santa Anna debió haberse esmerado
en evitarlo, procurando cuanto antes hacer la paz y reembarcar a
Barradas, lo que le ponía en posesión de Tampico que el jefe español
había tomado perfectamente artillado, y con lo cual daba un golpe mortal,
material y moral a las pretensiones de España cualesquiera que fuesen.
podía suceder también que Barradas recibiese cinco o seis mil hombres
de refuerzo, que unidos a los existentes en Tampico y apoyado por una
escuadra poderosa que dominara el río con lanchas cañoneras,
permaneciera dos, tres o más años como Rodil en el Callao. Para atacar a
los españoles en el caso supuesto hubiera sido preciso emplear 25,000
hombres por lo menos con todos los recursos competentes para tan
difícil obra. Arreglar una expedición de esa naturaleza contra Tampico no
le hubiera sido posible al Gobierno hacerlo ni en un año y si además el
gobierno español colocaba dos barcos para bloquear a Veracruz, el
mexicano se hubiera quedado sin rentas, la situación se hubiera puesto
espantosa y quién sabe si Barradas en esas condiciones hubiera
encontrado partidarios hasta para la reconquista. Si Santa Anna no pensó
en este caso muy probable, no era militar, ni político, ni patriota.
Interesaba también no exasperar a España, humillando o tratando de
humillar sus armas, porque lo menos que podía hacer, sin que
pudiésemos oponernos, era bloquear nuestros puertos del Atlántico,
arruinando nuestro comercio exterior, causando el hundimiento del
Gobierno, la expansión de la anarquía y la miseria a un grado de
disolución social.
Era una cuestión de verdadero honor para México no ensañarse contra un
puñado de militares que no había hecho más que llenar su deber
obedeciendo las órdenes de su rey. Es hidalgo, hermoso, teatral,
excitante, ser duro y altivo con un enemigo poderoso, pero contra dos mil
soldados abandonados en una costa mortífera, es digno sólo de
fanfarrones con discutible valor quererles arrojar el peso de la
indignación de un pueblo de siete millones, cuando están dispuestos a
aceptar condiciones honorables de paz.
Barradas había hecho más de tres mil prisioneros mexicanos en distintos
encuentros, entre ellos al general Garza, jefe de la defensa nacional antes
de la llegada de Santa Anna, y se había portado siempre con generosidad,
cortesía y verdadera distinción. Santa Anna mismo le debía su libertád y
la salvación de sus ambiciones, pues si Santa Anna hubiera sido
aplastado como debió serio el 21 ae Agosto por Barradas, pierde su
indiscutible mal adquirida popularidad y probablemente nunca hubiera
sido dictador de la República.
Por último, nos pudo suceder algo de muy bochornoso: podía de un
momento a otro volver la escuadra española no para traer refuerzos, sino
para recoger a Barradas y su fuerza antes de que el ejército mexicano lo
hubiera obligado a capitular y habría sido como he dicho una humillación
intolerable, que hubieran desembarcado 2,700 españoles en nuestras
playas, que se hubieran apoderado del segundo puerto de la República
con toda su artillería, que hubieran derrotado a todas las fuerzas que se
les presentaban, haciendo prisionero a su jefe y que se hubieran
reembarcado tranquilamente llevándose nuestros cañones, banderas y
demás trofeos, sin recibir el menor daño. Este caso era más que probable.
Santa Anna estaba pues obligado como mexicano, como militar, como
político, como patriota, y como humanitario a hacer la paz cuanto antes,
ofreciendo a Barradas una capitulación o convenio honroso. Santa Anna
después que recibió de Barradas la libertad, debió escribirIe desde que
llegó a su campamento: Estoy a las órdenes de usted para hacer la paz,
bajo la base indeclinable de nada escuchar de contrario a la
independencia de la nación y al honor del ejército. Pero no obró así, y
Barradas cuatro días después, el 25 de Agosto le dirigió la siguiente
carta:
Señor D. Antonio López de Santa Anna.
Tampico de Tamaulipas, 25 de Agosto de 1829.
Muy señor mío:
V.S. debe estar penetrado de mi honrado proceder, así como lo estoy yo
de los sentimientos que animan a V.S. Deseo tener con usted una
entrevista en el Humo acompañado de mi secretario D. Eugenio
Aviraneta, para tratar asuntos que interesan a V.S. y a todos en generál.
Se ofrece de V. etc.
Isidro Barradas (12).
La contestación del general Santa Anna fue:
Señor D. Isidro Barradas,
Pueblo Viejo de Tampico.
Agosto 25 de 1829.
Muy señor mío: Efectivamente no ha padecido V.S. equivocación al
penetrarse del buen concepto que me merece. Desde luego me prestaría
gustoso como ofrecí a V.S. a la entrevista que me pide en su atenta de
hoy, si a virtud de la que tuvo V.S. con el Sr. general Garza, no hubiera
prevenido el supremo Gobierno que las evitase en lo sucesivo (13).
Un extraordinario que me llegó anoche de la capital con fecha 22 del que
corre, me trajo la nota indicada, prescribiéndome que no oyese a V.S. si
no era para capitular o para evacuar el territorio nacional. Yo soy súbdito
de mi Gobierno cuyas órdenes debo obedecer y no me es permitido
infringirlas en manera alguna. Sin embargo si V.S. quiere manifestarme
oficialmente esos asuntos interesantes a que se refiere, yo ofrezco a V.S.
que los elevaré al alto conocimiento de S.E. el general Presidente y que
apoyaré con la pequeñez de mi influjo cuanto conozca conviene a los
intereses públicos.
Es de V.S. con la más alta consideración, etc., etc.
Antonio López de Santa Anna.
La contestación de Santa Anna hubiera sido irreprochable si en ella no
hubiera mentido, porque el Gobierno nada le había prevenido relativo a
que evitase entrevistas y tal mentira se encarga de probarla el mismo
Santa Anna oficialmente:
Yo me permito, dice Santa Anna, en nota fecha 26 de Agosto que el
supremo Gobierno aprobará mi conducta en este particular penetrándose
de que mi opinión, es que no entremos en ninguna clase de
contestaciones con unos hombres con quienes no debemos hacer otra
cosa que lidiar en estas circunstancias (14).
Las cartas y el fragmento de nota oficial que acabo de copiar prueban:
Primero. Que Santa Anna después de haber ofrecido tener una entrevista
con Barradas como él mismo confiesa en su ya citada carta de 25 de
Agosto; mintió para no cumplir su palabra empeñada alegando que el
Gobierno se lo había prohibido.
Segundo: Que Santa Anna, quería a todo trance continuar la guerra,
puesto que dice que con los españoles no se debe más que lidiar en estas
circunstancias, cuando precisamente conforme a lo que he expuesto, las
circunstancias indicaban la paz cuanto antes.
Tercero: Que Santa Anna engañó por segunda vez a Barradas al decirle
en su carta que tenía orden del Gobierno para sólo escuchar
proposiciones de capitulación o evacuación del territorio, mientras al
Gobierno le dice que no se debe entrar con Barradas en ninguna clase de
negociaciones sino sólo lidiar.
Cuarto: Que Santa Anna engañó al Gobierno porqde le dice que no se
debe entrar con los españoles en ninguna clase de contestaciones sino
sólo lidiar cuando ya dijo a Barradas que escucharía sus proposiciones
de capitulación o evacuación.
Todo esto prueba que desde 1829, ya Santa Anna era el condotiero
insaciable de poder, que tantos males debía causar a su patria durante
más de un cuarto de siglo.
Barradas no contesto a Santa Anna, pidiéndole concesiones para
capitular o evacuar el territorio, únicas que decía Santa Anna escucharía,
lo que prueba que la intención de Barradas era seducir a Santa Anna para
que se pronunciara a favor de Fernando VII halagándolo con el
nombramiento de virrey de México, con los títulos de duque de Tampico,
marqués de Pueblo Viejo y una buena cantidad en numerario. Es evidente
que Santa Anna por la conducta que después tuvo y por la que ya había
tenido, era capaz de pronunciarse por la monarquía y que hubiera
aceptado sin vacilar ser el autor principal del trono de un príncipe español
en México independiente; pero su inteligencia que era notable, le
señalaba que era imposible que México volviera gustoso a la dominación
de España, y de una España aterrada, envilecida, anonadada por la más
tremenda y demente reacción absolutista.
De todos modos Santa Anna débió concurrir a la entrevista como lo había
ofrecido. Se comprende que una costurera o recamarera honesta tema
una entrevista particular con un brigadier español o de cualquiera otra
nación, pero un general mexicano ¿que podla temer de Barradas que
estaba bien lejos de ser una sirena? y aun contra las sirenas se han
descubierto hace muchos siglos medios de salvación tapándose los
oídos p fortificando la conciencia. Un político no hubiera desperdiciado la
oportunidad de conocer en la entrevista con Barradas las esperanzas de
éste, respecto a refuerzos o a la nueva llegada de la flota española.
¿Por qué Santa Anna le decía al Gobierno que no se debía entrar en
contestaciones con esos hombres sino lidiar con ellos y no procedía a la
lidia, dando ocasión a que llegasen nuevos refuerzos que todo el mundo
esperaba escoltados por una escuadra que, sin temer nada de los
mexicanos, nos podía reducir al último grado de miseria bloqueando
nuestros puertos? Santa Anna dice el 26 de Agosto al Gobierno, que sólo
se debía lidiar con los españoles y deja pasar hasta el 8 de Septiembre, es
decir trece días dentro de los cuales Barradas pudo recibir refuerzos o
largarse llevándose artillería, trofeos y laureles, dejando a la nación en un
ridículo colosal. Desde el 21 de Agosto día en que Barradas tuvo la
generosidad sentimental o calculada para seducir a Santa Anna, de
dejarlo ir cuando pudo destrozarlo; hasta el 8 de Septiembre en que Santa
Anna dió señales de vida, trascurrieron dieciocho días, tiempo suficiente
para que el jefe español hubiera podido recibir de la Habana
considerables refuerzos y para que Barradas en todo caso hubiese
comunicado al Gobernador de Cuba su situación pidiéndole con urgencia
auxilio. Quien nos salvó de un grave conflicto, fue la imbecilidad de
Fernando VII y de su Gabinete; nunca Santa Anna, cuya ambición hizo
todo lo posible para que dicho conflicto tuviese verificativo, pronto,
seguro y terrible.
La conducta de Santa Anna como general del ejército mexicano, sobre
Tampico fue vil. En su carta respuesta a Barradas dice bajo su firma y
comprometiendo la del Gobierno: un extraordinario que me llegó anoche
de la capital con fecha 22 del que corre, me trajo la nota indicada;
prescribiéndome que no oyese á V.S. sino era para capitular o evacuar el
territorio de la República. Esto equivale a decir: Tengo orden de mi
Gobierno de escuchar proposiciones de capitulación ó evacuación, y
después de esta declaración Santa Anna pone a Barradas la indigna, cursi
y cómica nota de 8 de Septiembre que mereció una diana de la prensa de
la República. El territorio sagrado de la opulenta México, ha sido invadido
por V.S. tan sólo por el ominoso y bárbaro derecho de la fuerza: la sangre
del mexicano virtuoso e inocente (¿y por qué no también la de los vagos y
criminales consignados al servicio de las armas?) que defendía sus
patrios lares ha sido derramada por las huestes de un rey que desconoce
el derecho sacrosanto de los pueblos (todos los reyes absolutos, han
hecho lo mismo porque de otro modo no habrían podido ser reyes
absolutos) que sumergiera en época más triste a su dominación tirana; y
en fin V.S. obedeciendo al pQder absoluto de su dueño, ha puesto en
conflagración y alarma con un puñado de aventureros, a ocho millones
de habitantes (que no debieron alarmarse ante un puñado de aventureros,
lo que no les hace favor) a ocho millones de libres que han jurado mil
veces morir antes de ser esclavos, ni sujetarse a poder alguno extraño (ni
propio) y yo, señor general, he tenido el alto honor de que mi Gobierno
me haya puesto al frente de numerosos legiones de valientes para vengar
en un solo día tantos ultrajes haciendo víctimas a los que osados
cometieron tan injusta agresión.
Cumpliendo con tan caros como precisos deberes, he bloqueado por
todas partes a V.S., le he cortado todo auxilio, he puesto a cubierto las
costas de una nueva tentativa (¡y Veracruz estaba abandonado!) y apenas
puedo contener el ardor de mis numerosas divisiones que se arrojarán
sobre su campo sin dar cuartel a ninguno, si V.S., para evitar tan evidente
desgracia no se rinde a discreción con la fuerza que tiene en esa ciudad y
de los pocos que guardan el fortín de la Barra pertenecientes a su
división, para cuya resolución le doy el perentorio término de 48 horas ...
Antonio López de Santa Anna (15).
Santa Anna no sentía la dignidad de sus charreteras en sus hombros,
pues un soldado que sabe lo que es el honor y el deber militares, no
puede calificar sin mengua, de aventureros a un general español y a los
soldados del rey de España. Poco sabía Santa Anna lo que es ejército
desde el momento en que a militares fieles a su patria, a su rey y a su ley,
los llama aventureros. Estas injurias son apenas tolerables en un
discurso dedicado al populacho, pero en un general de nación civilizada,
resultan incalificables, sobre todo saliendo de Santa Anna que debía a la
generosidad de Barradas su libertad, probablemente su vida y
seguramente su popularidad. Santa Anna era el único general mexicano
incapacitado por el honor para exigir al general de quien recibió gran
prueba de generosidad que se rindiese á discreción.
Al mismo tiempo que Santa Anna enviaba este infeliz modelo de literatura
bábara, Barradas le dirigía una comunicación de general decente,
pundonoroso y civilizado. Ambas notas se cruzaron en el camino de sus
respectivos destinos. Dice la nota de Barradas:
La división de mi mando, después de haber cumplido con honor la misión
a que fue destinada de orden del rey mi amo y deseoso por mi parte de
que no se derrame más sangre entre hermanos, por cuyas venas circula
una misma, he determinado evacuar el país; a cuyo efecto propongo que
entre V.S. y yo se celebre un tratado sobre el particular bajo las base que
se detallarán nombrándose dos comisionados por cada parte
contratante ... Firmado Isidro Barradas (16).
¿Cuál era la misión que Barradas había cumplido con honor y por orden
del rey su amo? Venir a México a dar apoyo a la mayoría de la nación
oprimida que según el rey de España anhelaba volver bajo su
dominación. No habiendo resultado cierto tal anhelo, a la expedición
española no le quedaba que hacer más que retirarse; pero el equívoco del
rey había causado grave ofensa a la nación mexicana y ésta no podía
consentir en que el ofensor le dijera: he determinado evacuar el país para
que no se derrame más sangre (17). Santa Anna debió contestar: Si V.S.
ha cumplido con honor su misión, yo aun no cumplo la mía que es la de
obtener reparacion de la grave ofensa hecha a mi país por los errores de
su rey. Deseando evitar derramamiento de sangre inútil, estoy de acuerdo
en que usted se retire del país, pero nunca dejándolo ofendido y sin
ofrecerle la debida satisfacción, por consiguiente saldrá usted del
territorio, mexicano con el honor que merece el valor de sus tropas, pero
dejando en mi poder sus armas, para que conste que México ha puesto a
sus agresores en la imposibilidad de dañarlo. Barradas habría aceptado
como lo veremos después y México hubiera quedado alto ante todos los
modos de ver la cuestión. La contestación de Barradas a la nota
insultante y grotesca de Santa Anna que di a conocer, es enérgica y
humillante para Santa Anna por la fría e inexorable dignidad de su estilo,
y dice:
No es impotencia ni debilidad, lo que me ha sugerido abrir negociaciones
para evacuar el país, razones de Estado y el evitar un derramamiento
inútil de sangre, es lo que me movió a dar el paso que motiva la
contestación de V .S.
No he podido menos que extrañar que V.S., trate de aventureros y
esclavos a soldados que en tantas batallas y combates han acreditado
que prefieren el honor sobre todo. Soldados de un Fey y de una nación
tan ilustre y respetada en los anales de la historia, conservamos aquel
pundonor militar que no sabe transigir con el oprobio y la ignominia.
La división de mi mando, al partir para este país ha obedecido las
órdenes de su rey porque era y es su deber hacerlo así. V.S., su Gobierno
y los pueblos por donde he transitado no pueden quejarse en justicia de
que haya cometido la más leve extorsión, porque he respetado las vidas y
propiedades de sus habitantes.
En vista de esto V.S. es árbitro de elegir, o una transacción con honor o
los efectos de que es capaz una división de valientes que dista mucho de
llegar al estado en que V.S. la supone y que prefiere sus virtudes
militares.
Isidro Barradas.
La contestación del general Santa Anna a la primera nota que recibió de
Barradas fue más dura y amenazante que SU primera intimación; pues le
asegura que si no se rinde no quedará con vida un solo español (18).
Cuando remití a V.S. un oficio, en que le intimaba se rindiese a discreción
respecto a que le tengo por todas partes bloqueado para atacarlo con mis
divisiones, sedientas de lidiar con los que han osado invadir el territorio
sagrado de la República, es entonces cuando llegó a mis manos su nota
oficial de hoy que me fue entregada por el capitán D. Mauricio Casteló y
podría tal vez dudar en la admisión de lo que me propone si no fuera por
las órdenes terminantes que de mi Gobierno he recibido, las cuales no
me permiten otra alternativa que destruir a V.S. completamente hasta no
dejar un solo individuo u obligarle a que ceda bajo un término perentorio
entregándose a discreción.
Conforme a esta nota, Santa Anna mintiendo porque el Gobierno no le
había dado órdenes para que obligase a Barradas a rendirse a discreción,
se había echado encima el compromiso de no dejar con vida un solo
español expedicionario o de recibir la rendición incondicional de
Barradas. Ya veremos que no fue capaz de cumplir este compromiso y
que su énfasis bárbaro lo colocó en el puesto de despreciable fanfarrón.
Al contestar Santa Anna el segundo oficio de Barradas en que éste le dice
no aceptará el oprobio de rendirse a discreción, aquél procura intimidarlo
con mentiras siempre indignas de un general que cuenta con el valor de
sus tropas suficientes para batir al enemigo y que no necesita inventar la
existencia de batallones; lo que quiere decir: confieso que sólo puedo
compeler a usted a que se rinda haciéndole creer que tengo diez veces
más soldados que usted pues aunque en realidad tengo doble número
esto no es capaz ni de intimidarlo ni de darle la convicción de que debo
triunfar. No es otro el triste efecto de las mentiras de Santa Anna cuando
dice a Barradas en su tercera comunicación: El que muy en breve habría
sobre sus fuerzas veinte mil mexicanos que Impedirán el reembarque de
uno solo de los que osaron ... (19).
Santa Anna estaba campado en Pueblo Viejo y Terán en Dona Cecilia,
entre Tampico y el fortín de la Barra, que había sido construído por las
fuerzas expedicionarias con dos estacadas circulares y concéntricas con
doble foso, pero que presentaba poca resistencia a la artillería de plaza
con que contaba Santa Anna.
Cuando Santa Anna tuvo la respuesta enérgica de Barradas, decidido a
batirse si no le concedía capitulación, recibió con afabilidad al emisario
del jefe español coronel Salomón (20) y en junta de jefes y oficiales que
convocó Santa Anna éste y aquélla ofrecieron verbalmente al expresado
coronel Salomón bajo palabra de honor, garantizar las vidas, propiedades
y el honor de los capitulados.
Este incidente descubre la verdadera política de Santa Anna; quería
otorgar la capitulación porque comprendía que le costaría muy caro llevar
adelante su designio de humillar a los españoles, y por tal motivo él y sus
jefes empefiaban su palabra de honor en que a los vencidos se les darían
las garantías propias de una capitulación honrosa, pero Santa Anna y sus
jefes querían deslumbrar al vulgo mexicano, lanzarle a las galerías el do
de pecho de la rendición incondicional y presentar a los españoles a los
pies de sus vencedores. En suma, Santa Anna quería conceder a
Barradas la capitulación para no verse obligado a cumplir lo que no podía
hacer sino a costa de mucha sangre, o de ningún modo, que era no dejar
con vida a un solo español; y al mismo tiempo quería que apareciera en
público y por escrito y para la históría, que no había otorgado
capitulación sino obtenido humilde rendición. El coronel Salomón volvió
a su campamento con las concesiones verbales de capitulación que
ofreció Santa Anna.
Barradas contestó el 10 de Septiembre, es decir al día siguiente, que
puesto que se le ofrecía garantizar las vidas, las propiedades y el honor
de la división de su mando pasaban al campo mexicano el coronel
Salomón y el comandante Don Fulgencio Salas autorizados para hacer y
firmar un arreglo sobre la base de las concesiones verbales sin cuyas
garantías, dice Barradas, V.S. puede conocer tan bien como yo que ésta
no puede presentarse a rendir sus armas a discreción (21).
La cuestión había quedado reducida a lo siguiente: La patria estaba
salvada, el enemigo dispuesto a capitular; pero Santa Anna ambicioso
inexorable y conociendo a sus galerias quería ofrecerles el espectaculo
teatral de una rendlclon incondicional. ¿Debía derramarse sangre
española y mexicana en un combate desesperado por el prestigio de
Santa Anna ante un vulgo poco civilizado? Santa Anna optó como era de
esperarse por su ambición y negó firmar lo que ofrecía bajo palabra de
honor.
A poco de haberse retirado los comisionados españoles, se desató una
terrible tempestad causando en el campamento mexicano de Doña Cecilia
una inundación que elevó las aguas seis pies sobre el suelo. El general
Terán para evitar se ahogaran los soldados los condujo a un bosque más
elevado. Los españoles que ocuparon el fortín de la barra se vieron
precisados a desocuparlo y cuando bajaron las aguas volvieron a
ocuparlo. Defendían este fortín cuatrocientos españoles con seis piezas
de artillería, al mando del coronel Don Luis Vázquez, jefe de una
resolución heroica como lo demandaban las circunstancias.
La tempestad cesó a la una de la tarde y fue necesario esperar a que
bajaran las aguas para proceder al asalto del fortín de la barra; Santa
Anna dispuso que lo ejecutasen el 3° y el 11° de línea; las compañías de
preferencia del 2°, 9° y 5° y alguna fuerza de artillería, apoyando dos
piezas colocadas en dos lanchas, una por lancha. Como se ve, los mil
hombres destinados al asalto habían sido escogidos por Santa Anna,
pues el 3° y 11° de línea gozaban de la reputación de ser lo mejor del
ejército mexicano y como se verá la merecían.
El coronel mexicano Don Manuel María Iturria, que asistió al asalto y salió
herido, fija la hora en que comenzó entre las diez y once de la noche del
10 de Septiembre. Este asalto es sin duda una de las mejores páginas
verdaderas con que cUenta el ejército mexicano para probar que
depurado, disciplinado y formado en todo, como ejército serio, es capaz
de alcanzar la altura de las mejores tropas del mundo. Los mil ombres
lanzados al asalto tomaron, después de un combate muy sangriento, la
primera estacada pero no pudieron tomar la segunda; los españoles
fueron en ella invencibles. Para probar la energía de la defensa y la buena
calidad de la tropas ofensoras, me bastará decir que éstas perdieron (bien
comprobado) el treinta por ciento de su efectivo, sin desordenarse y
obedeciendo la orden de replegarse. La pérdida de treinta por ciento sólo
la resisten tropas dé primer orden. El comportamiento de los jefes y
oficiales fue sobresaliente, pues sin esto, no lo hubiera sido el de los
soldados: en 1,000 hombres se perdieron oficiales y jefes muertos y
heridos 16, lo que es muy alto.
El jefe de los defensores, Don Luis Vázquez cayó herido gravemente
desde el principio del asalto, pero continuó dirigiendo la defensa, con una
bravura digna de los mejores tiempos del ejército español.
Rechazado el asalto por los 400 españoles que perdieron también la
tercera parte de su efectivo, el general Santa Anna, mandó a la
madrugada del día 11, mil hombres a la posición de Doña Cecilia para dar
un segundo asalto al fortín.
Barradas con su buen juicio de verdadero militar, comprendió que la
ventaja alcanzada por sus 400 soldados del fortín rechazando el asalto de
los excelentes mil soldados de Santa Anna, debió haber impresionado el
ánimo de éste y haberle hecho comprender lo que le costaría vencer o no
vencer a los 1,600 españoles de la misma calidad fortificados en Tampico,
y en tal concepto se dirigió, de nuevo, a Santa Anna por medio del
coronel Don Miguel Salomón y Don Fulgencio Salas haciéndole las
mismas proposiciones que le había hecho en la mañana y que el jefe
ambicioso mexicano había rehusado. Santa Anna bien juzgado por
Barradas las aceptó. La sangre mexicana fue pues sacrificada únicamente
en aras de las ambición de Santa Anna, que ante un Consejo de Guerra y
ante sus compatriotas debía haber respondido la pregunta que ahora le
hace la historia:
¿Era necesario para la dignidad e intereses de México exigir a Barradas
su rendición incondicional? ¿Sí? Pues entonces Santa Anna yéndose
para atrás de su intimación de rendición incondicional y concediendo la
capitulación que por tres veces había negado, manchó la dignidad de su
país y de sus armas. ¿No exigían la dignidad y los intereses de la nación
la rendición de Barradas? Entonces ¿por qué derramó la sangre de su
mejor oficialidad y de sus mejores soldados para darle al enemigo un
nuevo triunfo militar y político?
Al ordenar Santa Anna la inmolación de sus mejores soldados y oficiales,
simplemente para formar su prestigio con la barbarie de sus galerías, dió
pruebas no sólo de todo lo que era capaz de hacer de infame para adquirir
celebridad, sino de notable impericia militar.
¿Por qué atacar de noche un fortín que a la luz meridiana no podía resistir
por estar formado de estacadas, a la acción de la formidable artillería que
poseía Santa Ana? ¿Por qué usar sólo de dos piezas pequeñas cuando el
enemigo disponía de seis de grueso calibre? ¿Por qué si no había
probabilidades de sorprender puesto que Santa Anna había dado el plazo
de cuarenta y ocho horas para comenzar el combate, por qué, repito, no
hacer jugar la artillería antes de lanzar las columnas al asalto sobre
terreno fangoso donde se hundían los soldados entorpeciendo
considerablemente su marcha?
Según el coronel mexicano Iturria, que tantas veces he citado y de cuyos
Apuntes se ha servido Zamacois para escribir la versión mexicana, el
general Terán había hecho justas observaciones a Santa Anna sobre los
ataques de noche, diciéndole: Compañero, los ataques de noche tienen
graves inconvenientes, yo ofrezco a usted que mañana ocuparemos el
fortín porque durante la noche situaremos proporcionalmente nuestras
baterías, que en paralelas romperán sus fuegos al ser de día y las
estacadas serán derribadas y nuestras columnas sufrirán poco al entrar
al reducto (22).
Terán tenía razón, en 1829, el ataque de noche era reprobado en general y
admitido sólo en circunstancias muy especIales. Actualmente hay autores
que lo recomiendan debido a la potencia del fuego de las armas
modernas de repetición, de gran alcance y notable precisión. La
superioridad de una infantería se muestra sobre todo en su ataque a la
bayoneta que le asegura el triunfo sobre tropas de menor calidad o
bisOñas. Las armas modernas hacen casi imposible que una infantería
use la mejor y más terrible de sus facultades, la carga a la bayoneta, y
sólo el ataque de noche puede hacer posible el uso de tan imponente
arma.
Aun en 1903 no está decidido dar la preferencia al ataque de noche. Pero
en 18?9, cuando sólo se usaban fusiles de chispa, cañones lisos, pólvora
negra de inferior calidad y proyectiles explosivos muy inciertos; el ataque
de noche estaba condenado por las grandes autoridades militares como
Federico II y Napoleón I.
Jamás, dice Federico II, atacaré de noche, puesto que la oscuridad causa
grandes desórdenes (23).
Las marchas y las operaciones de noche, dice Napoleón I, son tan
inciertas que si a veces salen bien, por lo común fracasan (24).
¿Por qué Terán probo, valiente, hábil, instruído, no mandaba la
expedición contra Barradas en vez de Santa Anna, inmoral, de valor
discutible y que apenas sabía leer y escribir sin corrección? Porque bajo
el régimen de los cuartelazos no son los generales que más saben los
que más alta posición alcanzan, sino los que se pronuncian mayor
número de veces, no hay que olvidar que cada defección produce uno o
más ascensos y Santa Anna era ya en 1829 el modelo del general venal,
sin pudor ante ningún principio, sin decencia ante ninguna delicadeza, sin
firmeza ante ninguna causa y sin lealtad ante ningún amigo. Dado el triste
régimen de 1829, el primer general y hombre público de México tenía que
ser el más despreciable ante la razón, el honor y la justicia.
Una vez que Barradas obtuvo la capitulación tal como la había pedido, en
vista del abandono que sufrió, del clima que lo exterminaba y de la
presencia y continuo aumento de fuerzas que podían llegar a destruirlo,
se retiró a su país con todos los honores a que era acréedor por su valor
y el de subordinados.

NOTAS
(1) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 734.
(2) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 145.
(3) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 149.
(4) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 145.
(5) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 174.
(6) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I. pág. 144.
(7) Suárez Navarro, obra citada, pág. 147.
(8) Obra citada, pág. 148.
(9) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 761 Y 762.
(10) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 762.
(11) Suárez Navarro, Historia de México, pág. 151.
(12) Boletín oficial del Gobierno, núm. 18.
(13) Boletín Oficial del Gobierno, núm. 18.
(14) General Santa Anna al Ministro de la Guerra, Agosto 26 de 1829.
(15) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 153.
(16) Brigadier Barradas al general Santa Anna 8 de Septiembre de 1829.
(17) Ibid.
(18) General Santa Anna al brigadier Barradas, 8 de Septiembre de 1829.
(19) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 155.
(20) Apuntes del coronel mexicano Iturria, citado por Zamacois, Historia de México, t. XI,
pág. 776.
(21) Barradas a Santa Anna, 9 de Septiembre de 1829.
(22) Zamacois, Historia de México, tomo II, pág. 784.
(23) General Lewal, Stratégie de combat.
(24) Ibid.
Índice de Las grandes mentiras de
Primera parte - Segunda parte - Biblioteca Virtual
nuestra historia de Francisco
Capítulo II Capítulo I Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
PRIMERA PARTE
Capítulo Tercero
CONCLUSIONES
Es cierto que el general Santa Anna se portó como gobernador patriota
usando de los procedimientos despóticos necesarios para llevar al
terreno de los hechos parte del patriotismo vocinglero que resonaba
estruendoso en la nación.
No es cierto que el general Santa Anna ni jefe alguno mexicano haya
derrotado a Barradas.
No está probado que Barradas haya derrotado a las fuerzas mexicanas en
El Chocolate y en Doña Cecilia, ni está probado que llegasen a cinco mil
hombres las fuerzas que el general Garza rindió sin combatir en Pueblo
Viejo.
Los documentos oficiales mexicanos y los historiadores dignos de
crédito por los documentos que presentan, admiten que Barradas obtuvo
el triunfo en el tránsito de Cabo Rojo a Pueblo Viejo, en los Corchos, en
Villerías, en Altamira y en el ataque al fortín de la barra. Admiten también
que el general Don Felipe de la Garza tuvo una conducta misteriosa y
cobarde.
En ninguna acción de armas dejó de obtener el triunfo Barradas pues
hasta en el asalto dado a Tampico por Santa Anna contra los
cuatrocientos o quinientos hombres del coronel Salomón, llegó a tiempo
Barradas para salvarlo de la capitulación, habiendo tenido entonces a
Santa Anna en su poder y en situación de hacerlo prisionero; pero debido
a un acto de generosidad sentimental o calculada lo dejó libre.
Santa Anna engañó a su gobierno, a Barradas, a la nación y pretendió
engañar a la historia para lo que era impotente. Su conducta como
patriota frente a Tampico, fue pérfida, fue malvado con sus mejores
soldados y oficiales a quienes sacrificó en aras de su ambición y fue
admirablemente inepto como militar. Por lo tanto, la nación no le debe
gratitud y la historia tendrá que calificarlo siempre de condottiero sin
mérito.

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Primera parte - Segunda parte - Biblioteca Virtual
nuestra historia de Francisco
Capítulo II Capítulo I Antorcha
Bulnes
SEGUNDA PARTE.
La cuestión y la guerra de Texas.

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Primera parte - Segunda parte - Biblioteca
nuestra historia de Francisco
Capítulo III Capítulo II Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo primero
EL ESTADO MENTAL PÚBLICO EN
1830
El 17 de Enero de 1821 el Gobierno colonial concedió a Moisés Austin,
ciudadano de los Estados Unidos, el permiso de colonizar en Texas, bajo
las siguientes condiciones:
Primero: El número de familias autorizadas a establecerse debía ser
trescientas y originarias de la Luisiana.
Segundo: Todos sus individuos debían profesar la religión católica,
apostólica y romana.
Tercero: Habían de presentar al establecerse constancias fidedignas de
su buena vida y costumbres.
Cuarto: Debían prestar juramento de obedecer y defender al rey de
España y de observar la constitución política de la monarquía española
sancionada en 1812.
Quinto: El Gobernador de Texas, suficientemente autorizado expidió una
orden por la cual mandó que mientras la colonia no estuviese en estado
de recibir la organización debida para su gobierno político y
administración de justicia, se mantuviera sujeta a Moisés Austin, y a éste
se imponía el deber de gobernarla y mantenerla en buen orden
procurando al mismo tiempo su prosperidad.
Moisés Austin murió el 10 de Junio de 1821 y dejó a su hijo Esteban como
herencia la concesión que para colonizar en Texas había recibido del
Gobierno colonial.
Las primeras familias colonizadoras llegaron a Texas el 15 de Marzo de
1822, cuando el gobierno colonial había desaparecido por la consumación
de nuestra independencia. Esteban Austin solicitó revalidación de su
concesión por el gobierno imperial mexicano, la que le fue otorgada con
modificaciones que no presentan suficiente importancia para ser
mencionadas.
Habiendo caído el imperio de Iturbide, el nuevo gobierno anuló los actos
del imperio, ordenando que fuesen sometidos al nuevo Congreso para su
revisión. El nuevo Gobierno confirmó el 14 de Abril de 1823 las
concesiones de colonización que Esteban Austin había recibido del
imperio y gobierno colonial y además y mientras se dictaban las leyes
que debían regir a la colonia, se otorgaron a su jefe Austin, facultades
casi omnímodas para dictar cuanto creyere necesario al orden, seguridad
y progreso de los nuevos establecimientos, caracterizándole con el
nombramiento de teniente coronel del ejército mexicano.
Todos los escritores que se han ocupado de la cuestión de Texas, afirman
por unanimidad que hubo deplorable imprevisión al hacer concesiones de
colonización á ciudadanos norteamericanos, los que necesariamente
habían de tener más afectos por su país que por el nuestro y debían por
lo tanto empeñarse en anexar a Texas con su patria, los Estados Unidos.
Es imperdonable pretender que los estadistas mexicanos de 1822 y 1823,
tuviesen la conciencia política de los mexicanos de 1903. En 1822 y 1823
y en los sucesivos años, el libro clásico de nuestros hombres de Estado
con excepciones muy limitadas, fué las Mil y una noches arregladas por la
ortodoxia católica. Don Agustín de Iturbide en su Manifiesto á la nación
afirmaba que México era el país más rico del mundo. La mayor parte de
las proclamas de nuestros generales y eran muy numerosas felicitaban a
nuestros soldados por ser los primeros del mundo. El barón de Humboldt
se había extasiado ante la potencia prolífica de nuestros indios sobrios e
indiferentes para todo menos para los placeres carnales sin prostitución y
propios para desarrollar decenas y centenas de millones de población,
desde el momento en que el indio debido a la influencia de la
independencia fuera libre, ilustrado, patriota, y demócrata. Una vez que
comiendo carne nuestros indios se elevasen al rango de necrófagos y
que por su alto jornal dadas nuestras inconmensurables riquezas
naturales adquieran capacidad para absorber toda la luz y virtudes de la
civilización, habían de ser los modelos de la humanidad.
Ya se había afirmado que nuestro peón indígena era el primer trabajador
del mundo, un Hércules dirigiendo el arado, un ciervo para correr, una
paloma mensajera para caminar. Nuestros climas eran numerosos y
excelentes para imponer á nuestras tierras inagotables y también las
primeras del mundo, la obligación perenne de colmarnos de bienestar y
oro por medio de interesantes y fabulosas cosechas de toda clase de
productos. México era también el país minero por excelencia, el primero
en el mundo y en el Cosmos. En 1822, no se conocía aún el formidable
papel que el carbón mineral debía desempeilar en la civilización y
nuestros bosques sin límites en su extensión y calidad de maderas,
respondían de nuestro porvenir industrial también el primero del mundo.
Extendido nuestro territorio entre dos océanos a lo largo de centenares
de leguas y con vista para todos los continentes no era posible que
nuestro comercio dejase de ser en algunos años el primero del mundo.
Poseíamos llanuras indefinidas habitadas por toda clase de ganaderías
salvajes y domésticas. Nuestros elementos de prosperidad eran
incalculables y si no éramos una nación de Cresos al hacer nuestra
independencia, era por la ambición, la envidia, la tiranía, la barbarie de
España que se propuso conquistamos para impedir que explotáramos
nuestras riquezas y envilecernos manteniéndonos miserables.
La convicción de nuestro poderío sin límites era nacional, absoluta,
inquebrantable, religiosa. ¿Por qué recelar entonces de los Estados
Unidos? ¿Quiénes eran nuestros vecinos en 1822? Una nación sin minas
de oro y de plata, productora de granos, carne salada y jamones
ahumados; compuesta de siete millones de blancos y dos de negros casi
todos esclavos. Nuestra población se calculaba no por el censo sino por
el patriotismo en ocho millones poco más que la población libre de los
Estados Unidos. No era posible en 1822 predecir el gigantesco
crecimiento de los Estados Unidos y aun cuando se le hubiera entrevisto
¿nuestro crecimiento no debía ser siempre superior en población,
riqueza, cultura, dado que nuestro territorio era un fenómeno único de
esplendidez en el planeta y que siendo nuestros peones los mejores del
mundo y nuestos soldados invencibles dirigidos siempre por genios
militares; teníamos forzosamente que ser y mantenernos, la primera
potencia guerrera, trabajadora y civilizada del universo? ¿A quién temer y
por qué temer? Si los colonos nos ofendían se les exterminaba, si esto no
agradaba a los Estados Unidos se les castigaba severamente; el triste fin
de Cartago nos era conocido. Basta leer la prensa que rendía culto al
emperador Iturbide para ver que se le colocaba sobre Augusto y Marco
Aurelio.
Se entiende por imprevisión dejar de prever lo que se pueda prever.
Nuestros estadistas no podían prever al día siguiente de la independencia
que el militarismo refinadamente pretoriano surgiría bestial y omnipotente
para masticar, desmenuzar, devorar la riqueza pública con sus
indefinidos apetitos: no se podía prever que ese militarismo había de ser
nuestra única manifestación política y económica, moral y vital. No era
posible prever que una nación en su cuna se presentara corrompida
como un sibarita agotado por las orgías y embrutecido por la sensualidad
única de los viejos gladiadores alquilados para pelear contra todas las
fieras y contra sí mismos en todos los circos. No era posible prever sin
ciencia en la educación de nuestros hombres de Estado, el fracaso de
nuestra opulencia por la falsedad de nuestras portentosas riquezas que
habría de abrir las puertas del poder al famelismo de las clases altas
disputándose con las armas en la mano y la inmoralidad en las
conciencias los miserables dineros de un exiguo presupuesto. No era
posible prever que íbamos á expulsar á los españoles como á los judíos y
moros en España para arrojar del país los únicos capitales existentes, no
era posible prever que con el prohibicionismo absoluto aplicado a
nuestras finanzas y a nuestro comercio debíamos colocar en un patíbulo
a la minería y hacer imposible la paz pública por la ambición de tener
industrias sin elementos para semejante obra.
Como sentimientos contábamos solamente con tres: el orgullo de
creernos los más opulentos, valientes e ilustres habitantes del planeta
terrestre; un desprecio infinito para los demás pueblos, un odio judaico
especial, ortodoxo para todos los extranjeros. Como ideas teníamos
pocas, pero confusas y la mayor parte falsas tomadas del periodismo
grasiento y sanguinario de Marat, del derecho romano corregido por los
concilios de Toledo y del Breviario de Alarico. Poseíamos la historia de
España por el padre Mariana, la legislación de Indias y sobre todo la
excitación a la megalomanía pública por el barón de Humboldt. Nadie
había pensado en que no podíamos ser agricultores sin agua, ni
industriales sin carbón mineral, ni comerciantes por tener nuestros
principales puertos abajo de un territorio elevado a dos mil metros sobre
el nivel del mar; nadie había pensado en que para ser un gran pueblo libre
es preciso el carácter, no el deseo de ser liberal y que nuestra historia
nos imponía la obligación de ser humildes hasta la cobardía o feroces en
el libertinaje hasta el salvajismo. Pretender transformar en algunos días y
sin contar con el medio físico una colonia española en pueblo libre, era
una demencia que teníamos que satisfacer perdiendo la tranquilidad, el
decoro, nuestros elementos efectivos de trabajo, nuestras virtudes serias
y la mayor parte de nuestro territorio.
Se ha inculpado al sistema federativo del desastre de Texas debido a que
el Estado de Coahuila y Texas, sin reserva, sin prudencia y sin
patriotismo prodigó concesiones de inmensa extensión de tierras á los
ciudadanos de los Estados Unidos. El principal denunciante de estos
errores o crímenes, es el general Tornel, pero su inculpación no es más
que un deplorable efecto del espíritu de partido. La ley de colonización de
1824, reconoce en los Estados la facultad de colonización con sus bienes
territoriales; pero contenía tres artículos que daban al Gobierno federal el
derecho de revisión sobre las concesiones que hicieran los Estados y la
mejor prueba de que así fue entendido por el gobierno Federal, es que,
cuando el Estado de Coahuila recomendó al gobierno federal la solicitud
que había presentado Don Lorenzo Zavala para que le fuese concedida
una gran extensión de tierras; Don Juan de Dios Cañedo, Ministro de
Relaciones Exteriores acordó que se previniera al Gobernador de
Coahuila, que, tocando a aquél la concesión de dichos terrenos y al
gobierno general sólo la aprobación procediera conforme a sus
atribuciones y avivase del resultado (1).
Si las concesiones que hiciera el Gobierno de Coahuila quedaban sujetas
conforme a las leyes a la aprobación del Gobierno federal; la
responsabilidad de las imprudencias o venalidades del gobierno de
Coahuila deben recaer sobre el gobierno federal.
Desde que los dos primeros colonos se establecieron en Texas el año de
1823, permanecieron tranquilos hasta que la administración terrorista de
Don Anastasio Bustamante comenzó a oprimirlos. El incidente
escandaloso de la proclamación de la República de Fredonia en Texas fue
extraño a la conducta pacífica de los colonos quienes se portaron
correctamente, según la narración de los hechos por el general Filisola
(2).
Los colonos hasta 1829, habían cumplido con su deber y su conducta
aparecía irreprochable. La insurrección de Edwards y socios era
independiente de la colonización. Sin embargo en México la sociedad se
convenció y aun se exaltó creyendo que en la tentativa imbécil y abortada
de conquistar Texas tres filibusteros y algunos miles de indios bárbaros,
había una primera perfidia de los colonos. Este error de identificar a los
colonos con los aventureros que invadían Texas es decisivo como
funesto en la cuestión texana y debido a él nos separamos de la conducta
propia para salvar nuestro honor y territorio e iremos al galope ciegos y
hurlando himnos patrióticos hasta el fondo de la catástrofe.
Nuestra desconfianza y aversión por todo extranjero en 1829 sólo podía
igualarse a nuestra megalomanía social. No creíamos que fuese posible
que en el mundo existiesen extranjeros que no fueran fundamentalmente
forajidos o fieras escapadas de vírgenes selvas. Por otra parte, nos
figurábamos y así lo decíamos en la prensa diaria que mucho tiempo
antes de las concesiones otorgadas a Austin ya los Estados Unidos,
deslumbrados por las portentosas riquezas de Texas, ambicionaban ese
territorio y se habíán propuesto adquirirlo y como prueba irrefutable se
presentaba la pretensión que había sostenido el gobierno norteamericano
de que el límite del Sur de Luisiana era el Río Bravo del Norte. Esta
convicción de la que emanaron muy graves errores políticos, carecía
enteramente de fundamentos capaces de justificarla como paso a
demostrarlo.
Al hacer su independencia las colonias de Inglaterra para formar los
Estados Unidos aparecían como límites: al Norte, el Canadá; al Sur, la
Luisiana y las Floridas oriental y occidental; al Este, el Atlántico; y al
Oeste, el río Mississipi. Los norteamericanos adquirieron la Luisiana por
compra en 1803 y las Floridas también por compra en 1819, y se
declararon dueños de la inmensa extensión comprendida entre el Oeste
del Mississipi y las costas del Pacífico, desde el límite Norte de California
hasta el límite Norte de Oregón. Esta región fue medida por el astrónomo
Warden quien se valió del estudio de las costas del Pacífico por
Vancouver y por dos distinguidos marinos españoles, Galiano y Valdés.
Para conocer bien la cuestión de Texas, es indispensable conocer la
geografía de los Estados Unidos que tanto se ha impuesto a su política
interior y exterior. La geografía de los Estados Unidos se puede aprender
fácilmente en menos de cincuenta palabras: Los Estados Unidos en 1819
al adquirir las Floridas representaban la inmensa región comprendida
entre el Canadá y las fronteras del Norte de México. Esta gran región se
encuentra naturalmente dividida en cuatro partes siguiendo tres
divisiones interiores que corren de Norte a Sur y son: las montañas
Alleghanies, el río Mississipi y las Montañas Rocallosas.
En 1804 un distinguido hombre de Estado norteamericano de vastísima
instrucción en la geografía de su país, fijaba la extensión de la zona
comprendida entre el Atlántico y las montañas Alleghanies en 386,000
millas cuadradas.
En 1805, cuatro notabilidades procurando evitar los errores de extensión
tomando en cuenta la división territorial verificada por las montañas
Alleghanies, calcularon la superfiCIe comprendida entre el río Mississipi y
el Atlántico considerando el río como límite occidental del territorio
explorado y conocido de los Estados Unidos. Humboldt, Warden, Melish y
Gallatin, dieron con ciertas apreciables diferencias la extensión de la
referida región, la que estimada como resultado final el año de 1819,
presentaba 972,000 millas cuadradas.
La región comprendida al Oeste del Mississipi y las costas del Pacífico no
era conocida ni había sido explorada en 1819. Apenas penetraban en ella
algunos valientes cazadores de búfalos, excepto el territorio de Missouri
que en parte era conocido. La exploración seria y completa de la gran
región comprendida entre el Mississipí y las Montaftas Rocallosas tuvo
lugar de 1830 á 1840 Y hasta esa fecha nadie se había atrevido a atravesar
la cadena de las Montañas Rocallosas. En 1842 un intrépido explorador
acompañado de algunos amigos de su temple, M. Fremont, partió de San
Luis hacia el Oeste, atravesó los territorios de Kansas y Nebraska, llegó a
las Montaftas Rocallosas y subió a ellas hasta alcanzar una altura de
13,570 pies sobre el nivel del mar. En 1843 el mismo explorador atravesó
las Montañas Rocallosas encontrándose con el gran lago Salado que
cruzó en una canoa. Con arrojo admirable continuó hacia el Oeste hasta
perderse en las extensas selvas vírgenes del Oregón llegando al fin a
alcanzar las costas del Pacífico.
Por lo expuesto, es indispensable admitir que, en 1819, se habían
explorado muy poco las regiones comprendidas al Oeste del Mississipí y
no se conocían siquiera en lo más mínimo las comprendidas entre las
Montañas Rocallosas y las costas del Pacífico. Habiéndose encontrado
notablemente ricas las tierras poco exploradas al oeste del Mississipí se
creía firmemente que desde el Mississipi hasta el Pacífico todo el
territorio era igualmente rico y esta creencia la imponían y sostenían
sabios como Warden, Lea, Gallatin, Morse y Humboldt. De modo que en
1830 había en los Estados Unidos:
Territorio explorado y conocido al Este del Mississipí hasta las costas del Atlántico ...
969,020 m2.
De esa parte estaban habitadas holgadamente ... 410,000.
Territorio poco explorado pero que había enseñado ser prodigiosamente rico ...
2.180,000.
La parte ocupada holgadamente, representaba apenas el tercio de la
población que cómodamente contiene en 1903, por lo tantO tomando
como base la densidad de la población actUal puede decirse que sólo
estaban ocupadas densamente pero sin opresión ni dificultad pobladas
140,000 millas cuadradas, en consecuencia, los Estados Unidos poseían
un territorio inmenso que manifestaba ser excesivamente rico, porque ni
siquiera se sospechaba en 1830 que hubiese la gran región árida de Utah
comprendida entre las Montañas Rocallosas al Oeste y el Este de la Sierra
Nevada de California que prolongándose intercepta las corrientes de
nubes que penetran al Continente por el Pacífico. Por lo mismo en 1830 la
situación de los Estados Unidos en cuanto a tierras era:
Tierras verdaderamente poseídas y explotadas la mayor parte de la agricultura ... 140,000
m2.
Tierras muy ricas para extenderse una población total que en 1830 era de 12,866.000 ...
2.571,000
Superficie de Texas ... 262,000
Era imposible admitir que una población de 12.866,000 almas que como
acabo de decir era la de los Estados Unidos en 1830 y que ocupaba
tierras que los alimentaban y enriquecían con extraordinaria abundancia y
que contaban con una extensión quince veces mayor de magníficas
tierras, ambicionasen ardientemente las 262,000 millas cuadradas de
nuestro Texas, al grado de querer emprender una guerra con una nación
de siete millones que hacía gala de un patriotismo igual al de los
españoles y que había puesto sobre las armas durante diez años de
guerra de independencia 160,000 combatientes.
Sólo nuestra vanidad electrizada por corrientes de suprema ignorancia
pudo inventar semejante codicia al pueblo americano el año de 1819 o
antes.
Si los Estados Unidos habían sostenido que Texas les pertenecía
después de la adquisición de la Luisiana en 1803, era porque los
franceses con justicia o sin ella sostenían sin vacilar que el explorador La
Salle había tomado con todas las reglas del arte de la conquista, en
nombre de su poderoso rey, el año de 1685 (20 de Febrero) posesión del
territorio de Texas, que así se llamaba, habiendo recibido ese nombre por
mostrarse parte de sus indígenas ocupantes, amigos y en el idioma de
esos indígenas la palabra amigos es texas y los españoles al hablar de
sus indios amigos o texas decían los indios texas.
Los Estados Unidos antes de 1819 no habían inventado por ambición que
Texas les peitenecíó, tal cosa la sostenía el gobierno francés y así consta
en la Histoire de la Louisiane por el francés Dupratz. No digo que tuviera
razón Dupratz contra la propiedad que alegaba el gobierno español,
porque la cuestión es muy complicada y muy inútil de estudiar, debido a
que en 1819 los Estados Unidos al adquirir las Floridas, abandonaron
para siempre conforme a solemne tratado, los derechos que creían tener
al territorio de Texas. Si los Estados Unidos reclamaban a Texas como
suyo antes de 1819 era porque Francia vendedora de la Luisiana así lo
creían y basta que un gobierno crea que le pertenece determinado
territorio para que los reclame aun cuando nada valga y aun cuando su
población no lo ambicione ardientemente. No es prueba de ponzoñosa
ambición popular en todo caso que un gobierno haga valer los derechos
sobre un territorio que la nación que se lo vendió aseguraba tener.
Dispongo aún de elementos superiores para combatir el error que
asegura que Texas era ambicionado ardientemente por los Estados
Unidos antes de 1821 y voy a emplearlos para no dejar ni la más pequeña
duda sobre un punto que como más adelante se verá es preciso
esclarecer. Antes del establecimiento de los colonos que trajo a Texas en
1823 Esteban Austin, no se sabía en los Estados Unidos que Texas fuera
rico y mucho menos que fuera un territorio muy rico.
La Salle no exploró Texas cuando pisó dicho territorio en Diciembre de
1684 porque se estableció muy corto tiempo en la Bahía del Espíritu
Santo o San Bernardo, creyendo que se encontraba en la desembocadura
del Mississipi, según los españoles y cuando La Salle intentó internarse
en busca de unas legendarias minas de Santa Bárbara que nunca
existieron en Texas, fue asesinado por uno de sus compañeros, los
demás fueron puestos en fuga por los indios bárbaros quedando algunos
prisioneros de ellos; pero nadie sabe que alguno de los cautivos hubiese
escrito o comunicado sus impresiones económico-políticas de cautiverio.
En 1715, siendo virrey de México el duque de Linares recibió aviso de
haber penetrado en Texas cuatro franceses uno de ellos llamado Saint
Denis y al momento el gobierno colonial dictó la orden de capturarlos, lo
que inmediatamente tuvo lugar siendo los presos trasladados a la ciudad
de México.
Las diversas cédulas expedidas por el rey Carlos II son feroces, pues
recomiendan el exterminio de los extranjeros que se introduzcan con
cualquier motivo en las posesiones de S. M. excepto en caso de
naufragio, pero entonces debía la autoridad recoger a los náufragos y
expulsarlos del país con la mayor brevedad posible sin consentir que
quedaran en el país cualquiera que fuese el pretexto o motivo para
desearlo o hacerlo, y estas cédulas fueron siempre preferentemente
atendidas por los virreyes como les estaba recomendado.
En 1789, Felipe Nolan, irlandés establecido en los Estados Unidos penetró
en el territorio de Texas al frente de cincuenta hombres en busca de
minas de oro y plata sin que este programa evitara que robara caballos
entre los ríos Bravo y Colorado. Habiendo tenido noticia de la invasión D.
Nemesio Salcedo, comandante general de las ocho provincias internas de
Oriente, mandó una expedición contra los invasores la que logró
exterminarlos.
El Bulletin de la société de Géographie (Septiembre de 1829) dice:
Las relaciones políticas y comerciales que han existido desde hace
algunos años entre los Estados Unidos y la provincia de Texas han
contribuído a que se conozca este hermoso país sobre el cual no se
tenían más que datos muy inciertos. Antes de la Independencia jamás
hubo relaciones políticas y comerciales entre Texas y los Estados Unidos.
El barón de Humboldt buscó documentos o narraciones verbales que lo
ilustrasen sobre Texas pero nada encontró y se limitó a escribir: La
llanura donde está situado el Saltillo baja hacia Monclova, el río del Norte
y la provincia de Texas en donde en vez del trigo de Europa sólo se
encuentran campos cubiertos de cactus (nopales) población 6,000 (3).
Hasta el año de 1812 tuvo lugar una seria invasión de Texas por el texano
Don Bernardo Gutiérrez de Lara al frente de 500 hombres extranjeros; la
mayor parte de ellos norteamericanos de los Estados de Kentucky,
Tennessee, Mississipi y Luisiana y cuyo objeto era contribuir a la
independencia de Nueva España. Gutiérrez de Lara había obtenido
autorización del cura Hidalgo para emancipar desde luego a Texas de la
dominación española y al efecto recibió el grado de teniente coronel y las
credenciales necesarias para marchar a los Estados Unidos y pedir a su
gobierno auxilios y cooperación para nuestra independencia. Pero a lo
que parece el pequeño ejército de Gutiérrez de Lara se ocupó de guerra
solamente y no hizo estudios económicos y geográficos, pues no se
conoce publicación de ellos ilustrando al público sobre las riquezas del
territorio texano.
El aventurero francés Laffitte apareció en la isla de Gálveston en 1814,
pero su profesión de pirata y su esmero para ejercerla, no le permitieron
internarse en Texas y hacer estudios científicos. Otro pirata francés, Aury,
fue nombrado gobernador y comandante militar de Texas en 1814, por el
Dr. Don José Manuel de Herrera agente y corresponsal del gobierno
insurgente mexicano en el puerto de Nueva Orleans. Aury llegó a reunir
cerca de cuatrocientos buenos aventureros y cuando en 1816 llegó Mina a
la isla de Gálveston, Aury no quiso agregarse a su expedición y
solamente el coronel Perry con cien hombres dejó Texas para seguir al
impetuoso caudillo Don Francisco Javier Mina.
Pero esos ocupantes de Texas desde 1812 no se dedicaron a trabajos
científicos de exploración de tan extenso y rico territorio. Hasta el año de
1819 no era conocida la importancia de Texas en los Estados Unidos y la
prueba más decisiva es que en 1819 cuando el Ejecutivo de la Unión
remitió al Senado de los Estados Unidos el tratado con España por el que
esta nación cedía las Floridas; un eminente orador y estadista, Clay, lo
impugnó haciendo notar que semejante tratado hacía perder a los
Estados Unidos sus derechos sobre Texas, territorio cuya riqueza no
conocía pero que debía valer mucho más que las Floridas siendo su
extensión seis veces mayor (la extensión de Texas es cinco veces mayor)
y en el cual se decía existían ricas vetas de oro y plata como en la mayor
parte de las montañas mexicanas.
Sabido es que en Texas no hay ricas vetas de oro y de plata, la idea de
Clay reconocía por origen la reputación minera de México, pero la
verdadera riqueza de Texas que es el cultivo del algodón, para nada la
hizo figurar el distinguido orador del Kentucky en su magistral discurso,
que no produjo impresión ni interés en el público sudista. Esta prueba es
suficiente por sí sola para convencerse de que antes de 1821 no había
ambición ardiente de los Estados Unidos por apoderarse de Texas a
causa de su riqueza. Ya lo he dicho, si los Estados Unidos hacían valer
derechos sobre Texas antes de 1819 era porque el vendedor de la
Luisiana en 1803 así lo había asegurado. La obra del francés Dupratz,
Histoire de la Louisiane, da como límite Sur de esta provincia el río Bravo
del Norte, dicha obra fue impresa en 1758 cuando no existían los Estados
Unidos, luego no habían sido inventores de la fábula que Texas estaba
incluído en la Luisiana, para apoderarse del suelo texano. Insisto en
manifestar que no creo que los límites de la Luisiana alcanzasen hasta el
río Bravo del Norte, mas esa cuestión no la trato por ser inútil. Si los
Estados Unidos hubieran conocido en 1819 lo que valía Texas cuya
riqueza y extensión son superiores a la de las Floridas, no hubieran
cedido sus derechos sobre Texas que consideraban indiscutibles, más
cinco millones de dollars, precio en que vendieron en realidad los
españoles sus Floridas. El tratado de 1819 es otra prueba importante de lo
poco o nada que ambicionaban a Texas los Estados Unidos antes de
1821.
Los verdaderos descubridores de la gran riqueza agrícola de Texas
fueron los colonos que en su territorio estableció Esteban Austin en 1823,
pero antes ya se había formado la ambición del Sur de los Estados
Unidos no por poseer Texas sino toda la República mexicana por medio
de una o varias conquistas.
La cuestión de Texas no es más que el gran episodio imponente y casi
decisivo de la larga lucha social habida en los Estados Unidos, desde su
formación hasta su reconstrucción por la guerra separatista que les fue
impuesta por el problema económico de la esclavitud. Esta lucha única y
memorable que duró setenta y seis años, dió lugar a manifestaciones
políticas y militares, solemnes por su sombrío aspecto moral y por su
tremenda intensidad.
La solución favorable a los intereses mexicanos en la cuestión de Texas
debió buscarse en las indicaciones precisas que imponía a nuestro
patriotismo y conveniencias la sucesión de escenas palpitantes
producidas públicamente al desarrollarse el soberbio drama
norteamericano de la abolición de la esclavitud.
¿Cuáles eran esas indicaciones? Voy a exponerlas en unas cuantas
páginas.

NOTAS
(1) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, Apéndice.
(2) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, capítulo III.
(3) Ensayo político sobre Nueva España, tomo I, pág. 229.

Índice de Las grandes mentiras de


Primera parte - Segunda parte - Biblioteca
nuestra historia de Francisco
Capítulo III Capítulo II Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo I Capítulo III Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo segundo
LA LUCHA POR LA EXISTENCIA
En el mundo, pocos son los hombres de principios, casi todos son
hombres de intereses. El corazón moral tiene su lugar preferentemente en
el estómago y pocas veces se eleva hasta ponerse cerca de la cabeza.
Los principios poseen fuerza irresistible cuando acaudillan grandes
intereses, tienen alguna cuando no hay intereses que se les opongan y
son miserables cuando los intereses están contra ellos. Los grandes
principios nunca hubieran triunfado, si no hubieran creado a su favor
intereses más potentes que los que en nombre de la moral y de la libertad
acaudillan.
La historia de los grandes principios en los Estados Unidos no es más
que la de sus grandes intereses. El norteamericano es el individuo por
excelencia codicioso y la codicia aumenta con el éxito.
El negro cazado o comprado en África era un hombre sin religión, un ateo
sin filosofía, un animal inferior que causaba horror a pueblos severos y
seriamente religiosos. Pero según algunos teólogos bautizar a un negro
era emanciparlo; un cristiano no podía ser esclavo de otro cristiano. La
codicia y la religión entraron en conflicto y naturalmente triunfó la codicia
resolviendo hasta por los puritanos que para no emancipar a los negros
debían ser considerados sin religión. Pero semejante doctrina
escandalizaba a las almas que tenían principios precisamente porque no
tenían negros. La teología siempre ha sido una cortesana de los
poderosos y siéndolo los negreros se resolvió con apoyo de
innumerables textos que el bautismo era un acto puramente religioso que
nada imponía a la vida civil.
De 1688 hasta 1750 el gobierno inglés hizo todo lo que pudo para
favorecer el tráfico de negros tan provechoso para sus súbditos (1).
Bancroft estima que el número de negros extraído de África por los
ingleses hasta 1776 no baja de tres millones, sin contar un veinticinco por
ciento arrojado al mar durante la travesía a causa de averías o sea
enfermedades del cargamento. Las colonias inglesas de la América
continental hicieron multitud de representaciones a Inglaterra para que se
contuviera en la importación de negros en su suelo. Las representaciones
se apoyaban en bellas palabras y solemnes máximas humanitarias, pero
los fundamentos positivos contra la importación de negros era el temor
de que dominando la raza negra exterminase a la blanca y a la baja de los
capitales de los colonos empleados en negros, con motivo de la
abundancia de éstos en el mercado. Se sabía que el exceso de
mercancías envilece sus precios.
La Pensilvania fue la primera, en 1780, en dictar medidas tendiendo a la
abolición de la esclavitud en su territorio. Siguieron su ejemplo
Connecticut en 1784, Rhode-Island en 1786, New-York en 1799 y New-
Jersey en 1804. En 1781, la esclavitud había sido abolida en
Massachussetts, no por una ruidosa medida legislativa sino por sentencia
de un tribunal que declaró la esclavitud incompatible con los derechos
del hombre inscritos a la cabeza de la constitución del Estado. New-
Hampshire abolió de un golpe la esclavitud por reforma constitucional en
1792, Vermont hizo lo mismo en 1793 y Maine en 1819.
¿Por qué los propietarios de esclavos en esos Estados se portaron tan
generosos? Puntualmente, porque no hubo generosidad en su
comportamiento. Tenían pocos esclavos, el clima muy riguroso en
invierno era destructor para el ganado negro. Después de la
independencia había continuado la excesiva importación de negros, se
podía y se debía hacer un buen negocio vendiendo los esclavos a los
Estados del Sur antes que su precio bajase más. La abolición de la
esclavitud en los Estados de clima destructor de los negros, fue una
hermosa operación mercantil en la que se abonó un buen tanto por ciento
a la moral, figurando en el Libro Mayor una cuenta corriente para la
justicia, la humanidad y la religión.
Hecha la Independencia, los norteamericanos hicieron un gran consumo
de pudor para no presentar al mundo la Constitución política de una
democracia, sancionando la esclavitUd, que tanto y con palabras tan
arrogantes como cristianas le habían echado en cara a Inglaterra, cuando
fueron sus colonos. Es admirable como la hipocresía puritana consagra el
sostenimiento de la esclavitud con sus siniestros atributos, sin para nada
mencionarla.
El artículo constitucional que autorizaba la esclavitud es el muy conocido
entre nosotros por haberlo copiado casi textualmente en nuestra
Constitución de 57: Las facultades no concedidas expresamente a la
Federación, quedan reservadas a los Estados o al pueblo. No habiendo en
la constitución de los Estados Unidos facultades expresas para legislar
en materia de esclavitud, se entiende entonces que la esclavitud, esa
negación de los derechos del hombre, es asunto de régimen interior de
los Estados y hubo cómplices de ese crimen que intentaron probar que
debía dársele una consideración más íntima, un carácter municipal.
La Constitución de los Estados Unidos, autorizó la importación de
esclavos por veinte años que se cumplían en mil ochocientos ocho, pero
para no hablar de esclavitud el hipócrita legislador dice:
La inmigración o la importación de determinadas personas cuya admisión
la consideren conveniente los Estados existentes, no será prohibida por
el Congreso antes de 1808; pero un derecho que no exceda de diez
dollars por cabeza podrá ser impuesto sobre dicha importación. (Artículo
1°, párrafo 9).
Es todavía más hábil e hipócrita la redacción del artículo que impone la
obligación a los Estados libres o esclavistas para entregar a los esclavos
fugitivos de otros Estados que se hubiesen refugiado en el territorio de
aquéllos:
Toda persona que trabajando en un Estado de acuerdo con las leyes de
este Estado, se fugue a otro Estado, no podrá el fugitivo, cualesquiera
que sean las leyes y reglamentos del Estado en que se refugia, libertarse
de sus responsabilidades y será devuelto a la persona que tenga derecho
a reclamarlo. (Artículo 4, párrafo 2).
El anterior precepto constitucional decidió de la unión entre los Estados
libres y esclavistas para formar un solo pueblo regido por el sistema
federativo. Sin la garantía otorgada a los Estados esclavistas, que les
serían devueltos los esclavos que se fugasen a los Estados libres, por las
autoridades de éstos; la Unión hubiera sido imposible y se hubieran
formado dos naciones con elementos recíprocos intensos de odio y
agresión.
Tan grave e inmoral concesión de parte de los Estados libres como era la
de entregar a los esclavos fugitivos refugiados en su territorio, no podía
haberse verificado sin concesiones importantes de parte de las del Sur.
La Virginia que era el más importante de los Estados sudistas cedió en
propiedad a la Unión, el rico y extenso territorio del Noroeste del río Ohio,
donde debían más tarde formarse los Estados libres de Ohio, Michigan,
Indiana, Illinois y Wisconsin. Los Estados del Sur admitieron además que
en el mencionado territorio nunca ni en ningún caso pudiera ser
establecida la esclavitud. Algunos historiadores ven en estas mutuas
concesiones un arreglo y Mr. Colies lo llama el primer compromiso de
1787.
Se presenta como misterioso el hecho de que las colonias del Sur que
después de su independencia consideraban la esclavitud como la base
inquebrantable e inviolable de su sistema social, político y económico, se
hubiesen asociado a Estados libres, de donde necesariamente tenía que
salir un partido abolicionista, ya iniciado fuera del terreno político en un
pequeño y selecto grupo de hombres superiores que habían formado en
1785, una sociedad antiesclavista bajo la presidencia de Mr. John Jay y
otra organizada en 1787 por Benjamín Francklin.
Es fácil explicar la decisión de los del Sur de formar nación con los del
Norte. En 1787, todos los trabajos contra la esclavitud tenían un carácter
enteramente apostólico y su elevada moral no encontraba en el pueblo
más que repulsión e indiferencia. Si los Estados del Norte habían
extinguido la esclavitud era porque vista como negocio no convenía a su
clima, género de producciones é inclinaciones comerciales e industriales
de la población. El gran vulgo del Norte veía en la esclavitud de 1787, un
negocio bueno para el Sur y malo para el Norte, Y el negocio del Sur no se
creía amenazado por la actitud del Norte, por la sencilla razón de que los
cultivadores de trigo del Estado de Chlhuahua en México, no pueden
sentirse amenazados en sus intereses por los yucatecos entregados
exclusivamente al cultivo del henequén.
Por otra parte había un interés supremo que ya señalé, en evitar que los
esclavos fugitivos refugiados en los territorios libres, quedasen por este
solo hecho emancipados como tenía que ser, si se hubiesen formado dos
naciones, la del Sur y la del Norte.
Por último, la Unión no era perpetua, ni podía serlo y los del Sur siempre
sostuvieron el principio de que la Unión debía cesar tan pronto como
fuese nociva o no conviniese a los Estados confederados o federados.
Lo que hizo efectiva la Unión de los Estados fue la cesión que hicieron a
la Unión de los grandes territorios que conforme a sus cartas coloniales
les pertenecían. La Virginia había dado el ejemplo cediendo en 1787, el
inmenso y fértil territorio llamado del Noroeste. Poco tiempo después la
misma Virginia cedió el territorio que se extendía en su extremidad Oeste
y que fue más tarde el Estado de Kentucky. Esta cesión la hizo la Virginia
imponiendo por condición que se respetase la voluntad de sus
habitantes, los que en su oportunidad tendrían el derecho de decidir
sobre la esclavitud en su suelo. En 1792, la Carolina del Norte cedió a la
Unión la parte de su territorio situada al Oeste de las montañas
Alleghanis; haciendo constar en el Acta de Cesión que el Congreso no
podría nunca emancipar a los esclavos que existían o existieran en ese
territorio. Georgia cedió en 1802 el territorio donde se formaron los
Estados de Alabama y de Mississipí, con la misma condición de
conservación perpetua de la esclavitud impuesta por la Carolina del
Norte.
Reconocido el trabajo esclavo por la Constitución, quedaba el problema
del comercio de esclavos, acto económico Igualmente inmoral, pero
diferente del trabajo de la tierra por esclavos.
Los norteamericanos justificaban su guerra de independencia contra
Inglaterra, con la repugnante inmoralidad codiciosa de esa nación que
había ganado cuatrocientos millones de dollars, vendiendo tres millones
de negros a la América continental e insular. No era posible estar bajo el
yugo de una nación hipócrita, sin verdaderos sentimientos religiosos, sin
principios de moral, sin límite a su desenfrenada codicia. La esclavitud
era un mal necesario, se decía, a causa de que los blancos no servían
para el precioso cultivo de artículos coloniales, pero el negro encontraba
en su dueño un director de conciencia, de su trabajo y un moderador de
sus apetitos suicidas. Grandes columnas habían escrito los insurrectos
contra los crímenes de Inglaterra cometidos en el comercio de esclavos, y
era de esperarse que la nueva nación americana prohibiría desde luego la
importación de negros en su territorio.
Pero no sucedió así, el negocio era inmoral y merecía contra él la
insurrección de todos los hombres honrados cuando era un negocio
inglés, pero cuando podía ser un excelente negocio norteamericano, su
forma, fondo y valor cambiaban y entraba en la categoría de los negocios
respetables. Dos hombres rectos y eminentes, Mason y Madison se
pronunciaron abiertamente en 1787, contra la concesión de autorizar por
veinte años la importación de negros; recordaron todo lo que los padres e
hijos de la nacionalidad norteamericana habían dicho, escrito y hecho
contra una de las formas más fenicias e impúdicas de la codicia de
Inglaterra y terminaron diciendo que semejante medida deshonraba a la
nación en el mismo día que había nacido (2).
Los dos oradores fueron desatendidos como sucede siempre que las
bellas palabras no sirven como un repique para solemnizar el triunfo de
poderosos intereses. Cosa inaudita para los principistas. Votaron por la
ley que autorizaba por veinte años la importación de esclavos tres
Estados libres: New-Hampshire, Massachusetts y Connecticut. En estos
Estados disponían del poder electoral los armadores de numerosos
barcos que debían encontrar lucrativo empleo en el tráfico negro.
Cumplido en 1808 el plazo para la importación de negros quedó prohibida
bajo pena de prisión ligera lo que hacía irrísoria la medida. Después de
1808 los norteamericanos establecieron con el empeño y acierto que les
es habitual, la cría en grande de ganado negro y en tal virtud la
importación similar africana dañaba a la nueva industria nacional, y fue
preciso. pues, pedir y obtener bajo la etiqueta de los grandes principios
humanitarios y democratlcos, que se considerasen como piratas a los
buques cuyo cargamento fuera de esclavos y por lo tanto la sanción
penal de la prohibición fue la de muerte, promulgada el año de 1820.
Desde el censo de 1790, apareció el Sur con menor población que el Norte
lo que en política quería decir que la mayoría en la cámara de
representantes debía ser de los Estados libres. Pero en los Estados
Unidos no puede haber reforma constitucional ni admisión de nuevos
Estados, ni ley alguna importante con excepción de los tratados
internacionales, sin el voto del Senado. Cada Estado nombra dos
senadores. Para adquirir mayoría en el Senado es indispensable tenerla
en los Estados. Considerado esto por los del Sur establecieron su política
de equilibrio que consistía en mantener a toda costa el número de
Estados esclavistas igual al de Estados libres.
Al formarse los Estados Unidos, éstos fueron:
Massachusetts;
New-Hampshire;
Connecticut;
Rhode-Island;
New York;
New-Jersey;
Pennsylvania;
Delaware;
Maryland;
Virginia;
Carolina del Norte;
Carolina del Sur; y,
Georgia.
Sin lucha y como efecto de un contrato fueron entrando a la Unión los
nuevos Estados casi alternativamente, uno esclavista y otro libre. Al
confederarse los trece Estados la mayoría era de los Estados libres. Por
la política de los del Sur aplicada con inflexibilidad, en 1819, quedó
perfecto el equilibrio, pues había igual número de estados libres y
esclavistas que se formaron en el orden y años que a continuación se
expresan;
NUEVOS ESTADOS
1791 - Vermont - Libre.
1792 - Kentucky - Esclavista.
1796 - Tennessee - Esclavista.
1802 - Ohio - Libre.
1812 - Lousiana - Esclavista.
1816 - Indiana - Libre.
1817 - Mississipi - Esclavista.
1818 - Illinois - Libre.
1819 - Alabama - Esclavista.
En 1819 la federación norteamericana contaba 22 Estados; 11 libres y 11
esc1avistas. El equilibrio objeto de toda la política del Sur era perfecto. La
obra del porvenir tenía que ser a todo trance conservarlo.
Para los hombres el Norte, cuyos Estados crecían rápidamente en
población, en moralidad, en instrucción, en riqueza; este equilibrio
político y obligatorio entre el progreso y el atraso, entre una aristocracia
despótica y una democracia muy liberal; entre el crimen y la justicia; era
imposible mantenerlo, no obstante el buen deseo público de sostener la
Unión federativa.
En 1819 el territorio de Missouri pidió entrar como Estado en la
Federación.
Esta fue la señal del primero y escandaloso rompimiento entre el Sur y el
Norte.
En 1819, no se había formado un partido francamente abolicionista de la
esclavitud, pero se había formado uno para limitarla. La cuestión era, ¿se
debe continuar dando extensión a la esclavitud o restringirla fijándole
como límite las concesiones hasta ese momento adquiridas? Los
sudistas comprendieron inmediatamente que la restricción de formar
mayor número de Estados esclavistas significaba la entrega de todo el
poder político a los Estados del Norte, pues el baluarte de la esclavitud, el
Senado quedaba a su disposición.
La lucha en el parlamento, en la prensa, en las cátedras, y en todas partes
fue violenta. Los sudistas amenazaron al Norte con la ruptura de la Unión,
estaban decididos a separarse. Mr. Cobb, representante de Georgia decía:
Habéis encendido un fuego que todos los Océanos de agua no podrán
extinguir y que sólo podrá ser apagado con Océanos de sangre (3).
Los oradores del Norte respondieron que estaban dispuestos a ir á la
guerra civil y que si sangre era necesaria para apagar el incendio
producido por las restricciones impuestas a la esclavitud comenzaban
por ofrecer la suya (4). La cuestión no pudo ser resuelta en el terreno legal
y hubiera ido al de las armas sin la hábil y oportuna intervención de Mr
Clay y su grupo, como pacificador, ayudado por la solicitud del territorio
de Maine que pidió entrar como Estado.
Clay con su poderosa palabra y penetrante influencia, logró calmar las
pasiones y reanimar a la razón en síncope. Propuso, sostuvo e hizo
aceptar lo que en la historia de los Estados Unidos se llama el célebre
compromiso de 1820 y que mereció a su autor el nombre de Clay el
pacificador. El compromiso fue:
Primero, el territorio de Maine sería admitido como Estado libre.
Segundo, el territorio de Missouri entraría á la Unión como Estado esclavista.
Tercero, todo el territorio al Oeste de Mississipí y al Norte de los 36 grados, 30 minutos
de latitud, sería para siempre libre sin que jamás pudiera haber en él institución alguna
servil.
El compromiso fue una tregua en la gran lucha y al mismo tiempo una
derrota espantosa y memorable para los intereses del Sur.
Las siguientes cifras enseñan todo lo que significaba en contra del Sur el
compromiso de 1820.
POR EL COMPROMISO DE 1820
Quedaba para formar Estados libres al Norte ... 1,449.225 millas cuadradas.
Quedaba al Sur para formar Estados esclavistas ... 187.115.
Los territorios conservados a la esclavitud eran muy inferiores en
riquezas a los que se reservaba el Norte.
Pero la República mexicana estaba al Sur de los 36 grados 30 minutos y si
se la conquistaba no podía quedar comprendida en el compromiso de
1820 ... La extensión de la República mexicana era en 1821: 1 534 000
millas cuadradas.
Más de lo que se reservaba el Norte de los Estados Unidos. El problema
de los Estados del Sur tenía una solución compatible con el compromiso
de 1820, y era buscar el equilibrio entre los Estados sudistas y nordistas
extendiéndose gradualmente hacia el Sur, hasta convertir en Estados
esclavistas no solo Texas, sino toda la República mexicana. De no seguir
esta política había que ir a la guerra con el Norte o resignarse a ser
subyugados por los que los sudistas llamaban sus detestados enemigos.
Los Estados del Norte eran ricos y poderosos; México tenía fama de rico
y era excesivamente débil. La solución precisa, técnica, lógica para los
intereses del Sur tan gravemente comprometidos, era no la conquista
completa de México sino su absorción gradual conforme fuera necesario
ir presentando nuevos territorios entregados a la esclavitud y destinados
a entidades federativas de la Unión norteamericana. El compromiso de
1820 fue el origen de la ambición del Sur por adquirir toda la República
mexicana no únicamente Texas. La gran riqueza agrícola de Texas fue
descubierta por los colonos de Austin después de 1823, época en que la
conoció el Sur.</P<
La adquisición de Texas no era un fin para los Estados del Sur sino un
principio, el primer platillo de una absorción paulatina, pero necesaria
para sus intereses. La posesión de México o la guerra de secesión era la
fórmula de opción para los Estados del Sur.
NOTAS
(1) Bancroft's, History, tomo I, pág. 540.
(2) The Virginian history of African colonisation, Slaughter, pág. 55.
(3) History for the strauggle for slavery extension or restriction in the United States. Hor
Greeley, pág. 15.
(4) Ibid.

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo I Capítulo III Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo II Capítulo IV Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo tercero
LAS GRANDES
RESPONSABILIDADES DEL
PARTIDO CONSERVADOR
Nuestra primera desgracia consistió en que nadie en México conoció
oportunamente el problema social y profundamente económico de los
Estados Unidos y sus precisas soluciones políticas, que nuestro
patriotismo e inteligencia pudo enérgicamente combatir.
El primer esfuerzo de la política mexicana después de conocer el
compromiso de 1820, debió haber sido obligar a los Estados del Sur a
proceder a la conquista total de México o a convertir en imposible la
conquista gradual ambicionada y proyectada, para lo cual bastaba no
haber admitido que Texas fuera territorio esclavista de la República
mexicana sino completamente libre.
Colonizado Texas por una población libre, enérgica, de primer orden por
su vigor y espíritu público, no podían ambicionar los Estados del Sur
convertido en Estado esclavista; pues un Estado con población civilizada
y trabajo libre no se puede convertir en población de trabajo esclavo.
Quedaba así combatida la política del Sur y éste tenía que obligar en 1823
al Norte a ir a la guerra con México para impedir que los límites entre
México y los Estados Unidos se poblasen con hombres libres a los que
fuese imposible imponer la esclavitud, o apelar inmediatamente a la
guerra separatista en la cual hubieran resultado vencidos como lo fueron
en 1863 y en el caso de que hubieran resultado vencedores se habrían
formado dos naciones, y México no hubiera tenido que pelear más que
con la más débil.
En 1823 los Estados Unidos no estaban en situación de emprender una
guerra con México por las razones que expondré para afirmar que no lo
estaban en 1830. El gobierno mexicano debió autorizar la coloñización de
Texas con norteamericanos siempre que no hubiera esclavitud, condición
suficiente para que no se hubieran establecido norteamericanos sudistas
sino nordistas y éstos entregados al trabajo libre en Texas y opuestos a la
esclavitud jamás hubieran permitido que en caso de anexión se les
transformase en población con trabajo esclavo. Teniendo los Estados
sudistas la vecindad de Texas con norteamericanos enemigos de la
esclavitud, hubieran entonces visto con horror la anexión de Texas a los
Estados Unidos porque significaba uno o varios Estados libres de más en
la Unión norteamericana, lo que era el aniquilamiento de su poder político
y social.
¿Hubiera bastado para conjurar la tempestad texana prohibir al
concesionario Austin establecer colonos que se valiesen de esclavos o
imponiéndole la obligación perpetua del trabajo libre en sus colonias?
Este hubiera sido un grande y eficaz acto de previsión, pero el
omnipotente no está obligado a la previsión cuyo objeto es evitar un mal,
el omnipotente es invulnerable ante ante el mal. En 1823 nos
considerábamos omnipotentes, éramos la primera potencia militar del
universo, el pueblo más rico, más ilustrado y con más virtudes. Nuestro
destino inmediato era la grandeza como no la había tenido nación alguna.
Prever hubiera sido degenerar, deshonrarse, abdicar de un poderío
indefinido. Pretender que en 1823 tuviésemos temor al poder de los
Estados Unidos y que empléasemos una hábil diplomacia para defender
nuestro honor y territorio, era como esperar que un archimillonario
pasara la noche en vela discurriendo cómo pagaría a su sastre y cómo
daría de comer al día siguiente a sus hijos. La megalomanía social en su
forma más perniciosa, la megalomanía bélica, nos hizo un gran daño en
1823 impidiéndonos modificar algo o mucho nuestro lúgubre destino.
En Enero de 1830 entró al gobierno usurpador del general Bustamante,
para ejercer un despotismo ilimitado, Don Lucas Alamán, quien
desgraciadamente había sido educado en España, naturalmente para el
buen servicio de los errores políticos. El gran talento de Alamán tendió
siempre a sobresalir sobre SU falsa instrucción y viciosa educación, su
carácter era el de un hombre de Estado, frío, egoísta, calculador, resuelto,
con energías de héroe, para llenar lo que la fe le dictaba como su deber
aun cuando este deber fuera tenebroso, sanguinario, malvado, siniestro.
Alamán era moral y políticamente irreprochable en materia de probidad.
Nunca fue personalista, siempre leal con sus principios, aparece en
nuestra historia con las manos sin lodo pero llenas de sangre. En 1830
Alamán no participaba de la pandemia de megalomanía bélica que
infestaba todos los cerebros. Por el contrario, en la cuestión de Texas fue
un profeta sombrío; anunció que si los colonos se insurreccionaban, la
nación mexicana perdería este grande y rico fragmento de su territorio ...
no habiéndose esto verificado (la abolición de la esclavitud en Texas) el
intentar hacerlo ahora sería excitar una sedición entre los colonos y la
pérdida de Texas sería infalible (1).
En el mismo documento que acabo de citar Alamán prueba conocer
perfectamente las intenciones de los Estados Unidos, pues dice al
Congreso:
El contacto en que aquel departamento (Texas) se halla con los Estados
Unidos del Norte y las pretensiones que manifiestan ya a las claras para
apoderarse de él ... (2).
El gran error de Alamán que, como lo veremos va a precipitarnos á la
catástrofe, es creer que los Estados Unidos en 1830 ambicionaban la
posesión de Texas. Tan pernicioso error fue el resultado de su educación
viciosa que lo acostumbró al trato con entidades metafísicas. Los
Estados Unidos en 1830 eran como ya lo he dicho los Estados Desunidos,
representaban no una nación con un pensamiento único, una sola
conciencia, y una sola voluntad; no eran la España de Carlos V, ni la
Rusia de Pedro el Grande, ni la Francia de Luis XIV, ni la Prusia de
Federico II, eran dos naciones, cómo debo repetirlo, con voluntad,
intereses y conciencia distIntas.
Alamán en 1830 debió haberse fijado en la política de los Estados Unidos,
clara como la luz meridiana, como toda política democrática. ¿Cómo se
presentaban los Estados Unidos en 1830? Voy á decirlo pues de su
actitud debió depender la de Alamán, colocado por el últimó cuartelazo en
la solemne posición de árbitro de los destinos de Texas y en general de
toda la nación.
Después del compromiso de 1820, gran fenómeno de la política
norteamericana y cuyo origen y consecuencias gravísimas no para Texas
sino para toda la República, he expuesto, habían surgido nuevos hechos
dignos de tomarse en consideración.
Los fenómenos económicos dictan los fenómenos políticos. En 1793,
Whitney descubno su celebre maquina para despepitar algodón,
aumentando la producción de éste por evitarse el enorme desperdicio y
abaratarse considerablemente el producto. Agregado a tan gran
descubrimiento la aplicación del vapor a la industria y a la navegación, el
consumo de las telas de algodón se extendió rápidamente favoreciendo
en alto grado los intereses de los Estados sudistas norteamericanos. La
exportación de algodón de los Estados Unidos creció como sigue:
Exportación de algodón por los Estados sudistas norteamericanos (3)
1792 ... 138.328 libras.
1799 ... 9.500.000 libras.
1804 ... 38.900.000 libras.
1810 ... 93.900.000 libras.
1820 ... 127.800.000 libras.
1830 ... 298.450.000 libras.
La prosperidad colosal y repentina del Sur causada por el sorprendente
desarrollo del cultivo del algodón, lo deslumbró al grado de creer que por
su riqueza debía dominar al mundo. Pero esta prosperidad fabulosa era
debida en su concepto a la institución de la esclavitud: lo que no era
cierto es con el trabajo libre podría hacerse aún más, como después se ha
probado; pero en 1830 se sabía que la esclavitud era inmoral, injusta,
inicua, y se ignoraba que también fuese antieconómica. Para la
aristocracia negrera de los Estados tnidos era un dogma más respetable
que todos los de la teología que sin esclavitud el cultivo del algodón era
imposible. Más que nunca era preciso defender, sostener, y si era
necesario morir heroicamente empuñando la bandera negra del gran
crimen antisocial.
Los Estados del Sur norteamericanos no necesitaban tierras para
continuar ensanchando su lucrativa explotación, lo que necesitaban era
poder, todo el poder emanado del pueblo de los Estados Unidos para
hacer invulnerable la esclavitud y por consiguiente segura la marcha
triunfal de su inconmensurable codicia.
La prueba de que no necesitaban tierras es la siguiente:
Producción de algodón por los Estados Unidos sin contar a Texas
En 1830 ... 5.600.000 quintales.
En 1902 ... 34.375.000 quintales.
En 1830, los sudistas poseían tierras para producir siete veces más la
cantidad de algodón que entonces producían, no urgía pues hacerse de
más territorio. Lo urgente era evitar el progreso de los esfuerzos del Norte
contra la esclavitud. Es cierto que en 1830 no existía aún un partido
resuelto abolicionista, pero el golpe de 1820 había sido repentino y
formidable y había tenido por consecuencia prohibir el desarrollo de la
esclavitud casi en todo el inmenso territorio de los Estados Unidos. El
segundo golpe podía ser al fondo del corazón de la esclavitud, era pues
indispensable absorber el poder, dirigir la política, ofuscar al pueblo,
negar la moral, ambicionar la conquista y en fin gobernar para la
esclavitud.
Había un grave inconveniente para realizar el programa salvador. La
población del Norte crecía rápidamente tanto por reproducción como por
la inmigración de europeos, fuertemente acentuada de 1820 a 1830. Esta
inmigración auxilio poderoso de fuerza, de inteligencia y de capital, no
penetraba a los Estados del Sur, toda era para el Norte. El hombre libre no
trabaja donde el trabajo es una credencial de vergüenza de infamia, de
degradación. Además el Norte pagaba jornales más altos y había dividido
la propiedad territorial en pequeños fragmentos.
La pequeña propiedad repartida entre cultivadores pobres pero sobrios y
enérgicos es la propiedad democrática. La gran propiedad en extremo
aristocrática del Sur no podía emplear más que negros. Los intereses del
Norte eran cada día más democráticos y los del Sur pretendían ser cada
día más aristocráticos. La tempestad futura estaba ya indicada en el
barómetro de la codicia nacional.
Disponiendo de mayor población los del Norte era imposible confiar al
sufragio popular recto el cuidado de los sagrados intereses de la
esclavitud en la Cámara de representantes. En el Senado había igualdad
de fuerzas debido a la igualdad de Estados libres y esclavistas, pero casi
todo el territorio por poblar estaba destinado a formar Estados libres. No
podían transcurrir muchos años sin que la mayoría del Senado fuese
hostil a los intereses esclavistas.
Parecía indicado como conveniente romper la Unión y constituir una
nueva nación esclavista completamente soberana de sus intereses, de
sus crímenes y de su porvenir. Tanto más era prudente recurrir a la
separación, cuanto que las fuerzas del Norte aumentaban sin
comparación con más violencia y seguridad que las del Sur. Tenía que
llegar el momento en que el Sur fuera pigmeo en frente del Norte y
entonces no quedaba más recurso que perecer. La ruptura debió haber
tenido lugar desde 1820.
Población blanca del Sur cuando debió haber intentado su separación del Norte en
1820 ... 2.920,000.
Población blanca del norte en el mismo año ... 5.147,000.
La población blanca del Sur era casi sesenta por ciento de la del Norte en
1820.
Cuando en 1861 el Sur se lanzó a la tremenda guerra de secesión, la
relación de poblaciones era:
Población blanca del Sur en 1860 ... 5.449,000.
Población blanca del Norte en 1860 ... 22,877,000.
El Sur representaba entonces el 25 por ciento de la población del Norte.
En 40 años trascurridos de 1820 a 1860, el Sur no había podido duplicar
su población mientras que el Norte la había cuatriplicado. Retardar la
guerra de secesión era hacerla imposible o desastrosa para el Sur.
Había otro motivo gravísimo para intentar la separación; el
proteccionismo industrial que con mano firme y codicia resuelta había
comenzado a plantear el Norte.
Durante la guerra de 1812, entre los Estados Unidos e Inglaterra se
suspendió la importación de mercancías inglesas y los Estados de Nueva
York, Nueva Inglaterra y Pensilvania pudieron desarrollar
satisfactoriamente diversas industrias. Terminada la guerra, los Estados
del Norte convertidos en industriales comprendieron que ni en precio ni
en calidad podían luchar con la industria inglesa y pidieron protección
apoyados por dos eminencias políticas oratorias; Webster y Clay. El
movimiento proteccionista pronto ganó el terreno electoral del Norte y la
tarifa aduanal de 1824 elevó considerablemente los derechos de
importación. El Sur protestó alegando que la Constitución no permitía que
determinados Estados se enriquecieran expoliando á los demás,
obligándolos á consumir mercancías malas y caras. Los del Norte
ambicionaban más protección industrial y lograron hacer la tarifa de 1828,
que dió lugar en 1832 a la aplicación de la doctrina sudista de la
nulificación y a la rebelión de la Carolina del Sur.
¿Por qué en tales condiciones los Estados del Sur no apelaron a la
separación? Porque ésta ofrecía horizontes de tempestad y aguas
amargas casi de seguro naufragio. La riqueza, la población, eran
superiores en el Norte y el Sur tenía la debilidad morbosa de toda
sociedad esclavista ante la guerra. El Norte en caso de guerra tenía que
decretar la abolición de la esclavitud e invadir con sus ejércitos los
Estados esclavistas; insurreccionar a los esclavos, armarlos y excitar su
venganza contra sus dueños. Una sociedad esclavista difícilmente puede
provocar o aceptar una guerra porque está obligada a combatir al mismo
tiempo al agresor extranjero y a su población esclava aliada natural de
todo enemigo de sus opresores. Para librarse de la insurrección del
elemento negro era indispensable para el Sur no permitir la entrada a los
ejércitos enemigos al territorio esclavista lo que se presentaba como
materialmente imposible. En 1830 el Sur poseía 1.800,000 negros y su
población blanca apenas excedía de tres millones. La historia de la
insurrección e independencia de los negros en Sto. Domingo hacía
profundamente peligrosa una guerra civil contra ejércitos promovedores
y protectores de la insurrección de tan crecido número de esclavos.
El recurso separatista era como la bolsa de oxígeno de la terapéutica
moderna; solamente prescrito en la última extremidad; porque aun
triunfante el Sur en la lucha una vez realizada la separación, los Estados
del Norte no habían de admitir entregar a los esclavos fugitivos del Sur y
éstos tendrían que ser libres al pisar territorio libre. Ya he expuesto que
esta sola consideración decidió en 1787 a los del Sur a confederarse con
Estados ya hostiles a la esclavitud y que la habían abolido en sus
respectivos territorios.
Mientras el Sur no sintiese llegar la última extremidad, lo prudente y
conveniente era defender sus criminales instituciones sociales y políticas
dentro del más profundo respeto al pacto federal y retardar la hora fatal
de la última extremidad.
Conforme al compromiso de 1820, la esclavitud aun podía extenderse en
los territorios de Florida, Indio, Arkansas y Oklahoma.
Los territorios Indio y de Oklahoma estaban muy lejanos, llenos de tribus
bárbaras poderosas y sus tierras no eran de la calidad de las dos de los
Estados del litoral o extendidos en ambas orillas del Mississipí.
La Florida estaba muy poco poblada de blancos, llena de indios
guerreros; declarada territorio federal en 1822 y experimentado en ella el
cultivo del algodón se vió desde luego su inferioridad para tal género de
agricultura, pero en fin, produjera lo que produjera se podía elevar al
rango de Estado y dar dos votos al Sur en el Senado federal.
Del territorio que el compromiso de 1820 dejaba al Sur sólo Arkansas y
Florida eran políticamente útiles para llegar a la categoría de Estados. He
dicho que la inmigración europea en los Estados Unidos aumentaba sin
cesar desde 1820 a 1830 y que no se fijaba en ninguno de los Estados del
Sur, lo que prometía la formación muy rápida de nuevos Estados libres.
Texas siendo más grande que Francia podía dar al sur cinco o seis
Estados federales, es decIr, diez votos senatoriales para lo cual bastaba
colocar bien en Texas trescientos mil habitantes. La Constitución de los
Estados Unidos prevenía que para que un territorio se convirtiera en
Estado debería poseer por lo menos 50,000 habitantes. La posesión de
Texas lo más pronto posible, era la salvación del poder político del Sur y
por consiguiente de su gran riqueza social basada en la esclavitud. Texas
era más que un territorio algodonero para el Sur, era el puntal poderoso
que debía sostener la esclavitud en los Estados Unidos lo menos por
medio siglo.
Los directores de la política del Sur siendo el más capaz de ellos Calhoun,
dieron al partido demócrata una organización tan hábil como inmoral, que
lo hizo formidable. El mundo vió con más asombro que una aurora boreal
en el ecuador, a una nación como los Estados Unidos poseedora de una
mayoría democrática, rica, ilustrada y con grandes elementos sanos y
elevados, subyugada por una minoría aristocrática, esclavista,
conservadora de iniquidades y con pretensiones de imponer al porvenir
como alimento de progreso toda la basura del pasado.
Son dignos de conocerse los medios de que se valió el partido demócrata
durante cincuenta años para arrastrar por toda clase de fangos la política
de una democracia que por sus principios estaba obligada a dar a la
humanidad enseñanzas de nobleza y de las más atractivas virtudes.
Desde luego el Sur tenía en el terreno político a su favor, lo preciso, lo
claro, lo urgente, lo único de su programa; la esclavitud era un interés
único explicable y sin rival posible. El Norte era agrícola, comercial,
industrial, financiero, moralista y filósofo. Todos estos elementos
aparecían más o menos bien claros y dispuestos en el horizonte de las
aspiraciones del Norte con desigual intensidad y más o menos confusión.
Cuando un partido político tiene varios fines que pueden y deben
Sostener entre sí conflictos más o menos graves, tal partido tiene la
cohesión de un colchón, mientras el partido formado en vista de sostener
un solo interés, adquiere fácilmente la cohesión y la flexibilidad del acero.
La ventaja inmensa de la cohesión y de una cohesión tan fuerte como
puede serlo la clerical tenía que hacer del Sur una potencia.
Los Estados esclavistas no tenían necesidad de seducir a sus
poblaciones para que sostuviesen la esclavitud; aun el populacho que no
podía ser aristócrata, ni era esclavo ni poseía esclavos, era una fiera
destructora por medio de la ley Lynch de todo aquel que en lo más
mínimo se atrevía á atacar la abominable institución. La seducción debía
tener lugar en las conciencias nordistas. El Sur había conseguido llevar a
la presidencia de la República a propietarios de esclavos fuertemente
interesados en el lucrativo negocio esclavista. Con excepción de
determinados y pocos empleos federales el Presidente de los Estados
Unidos tiene poder absoluto para nombrar y remover a millares de
empleados federales.
Siendo el Presidente de los Estados Unidos, un sudista esclavista, casi
todos los empleos federales estaban a disposición del partido esclavista
y éste tenía la habilidad de no darlos a los sudistas, sino utilizarlos para
corromper a un gran número de nordistas. Por este medio, el Sur tenía
sus batallones fieles en el campo enemigo formando parte grande de la
fracción llamada demócratas del Norte.
El Sur pagaba además, una falange de periodistas, oradores políticos,
predicadores protestantes y católicos, conferencistas, novelistas, agentes
electorales y diputados; no para que se afiliasen en el partido esclavista
sino en el partido enemigo. La consigna dada a esta falange de
corrompidos y corruptores era votar y hacer votar a favor de los del Norte
todas las disposiciones completamente extrañas a la esclavitud para así
probar su lealtad al partido whig o con cualquiera otro nombre que
tomasen los del Norte; pero dicha falange tenía obligación de convencer a
los agricultores, comerciantes, industriales, financieros y amantes de la
paz en los Estados del Norte que no habría mayor calamidad para la
prosperidad creciente y bienestar del expresado Norte, que una guerra
separatista con el Sur; pará la cual éste se hallaba preparado, resuelto,
aun cuando no se tratase de abolir la esclavitud sino simplemente de
mortificarla o amenazarla por alguna imprudente medida. Estos
consejeros circunspectos, reales, reflexivos profundos del partido
nordista tenían por función llevar la voz atronadora del enano del
tapanco; como vulgar pero gráficamente decimos los mexicanos.
Todos los partidos políticos organizados por intereses de fondo
puramente económico, tienen dentro de su seno una fracción
conservadora muy influyente y una fracción radical impulsiva y militante.
En el Sur esta fracción era dominante y parte de ella ni llegando a la
última extremidad era capaz de apoyar la guerra con el Norte, como lo
probó el hecho de que en 1861, quedaron fieles al Norte los Estados
esclavistas, Delaware, Maryland, Kentucky y toda la parte occidental del
Estado de Virginia. Si los Estados del Sur, no habían ido áun a la guerra
en 1830, por el compromiso de 1820, con el agregado de las tarifas
aduanales de 1824 y 1828 a favor del Norte, ni viendo el constante
progreso del Norte en población y riqueza; era claro que sólo una
extremidad de verdadera angustia y desesperación suprema los lanzaría a
la rebelión. Pero la voz atronadora del enano del tapanco esclavista surtió
un efecto considerable, la parte conservadora del partido whig oyó a sus
falsos consejeros y ofreció temblar ante la actitud fulminante del Sur.
Un pequeño grupo de hombres del Norte quería patrióticamente la paz y
que la esclavitud sin permitirle tomar vuelo decayese poco a poco hasta
extinguirse sola por la acción emoliente de años de ilustración
progresiva.
La corrupción por los empleos, la intimidación por los falsos wihgs y el
cauto patriotismo de un grupo pacífico y selecto formaron la fracción de
los demócratas del Norte que unidos a los del Sur, dominaban en ambas
Cámaras para todo menos para dar ensanche a la esclavitud contra el
compromiso de 1820. El despotismo que pesaba sobre el Norte tenía un
límite, su interés supremo; no permitir la erección de mayor número de
Estados esclavistas sobre los ya autorizados implícitamente por el
compromiso de 1820.
¿Los sudistas sin la solicitud de anexión de Texas habrían impuesto la
guerra de conquista seca, brutal, cínica a los del Norte? Para contestar es
indispensable saber qué clase de guerra se trataba de imponer. ¿Una
gran guerra larga, costosa, ruinosa o una guerra pequeña, barata,
conveniente, fructuosa, en una palabra, mercantil? ¿Una guerra de
negocio o una guerra de catástrofes?
¿Cómo debía ser la futura guerra? La experiencia es el gran maestro, en
todas las artes, ciencias, vicios y atentados. ¿Cómo había sido la última
guerra de los Estados Unidos contra Inglaterra en 1812? En 1812 el
ejército norteamericano puesto en campaña apenas alcanzó a diez mil
hombres y la marina de guerra a ocho fragatas, cinco sloops y tres bricks.
Durante el primer año la marina obtuvo hermosos triunfos y formó su
reputación, pero el ejército de tierra sólo consiguió derrotas al intentar
invadir el Canadá. El año de 1813 tuvo insignificantes triunfos el ejército
norteamericano. El general Pike ocupó Toronto, el general Brown rechazó
una fuerza inglesa en Sackett's Harbor y el general Harrison recuperó
Detroit y derrotó a los indios cerca del Río Thames; pero el ejército
americano fracasó, al intentar sorprender a Montreal. Hasta 1814, la
guerra en tierra que había sido floja, y sin vigor por ambas partes se
acentuó y tuvieron lugar por la primera vez durante la campaña, dos
verdaderas batallas, la de Chipewa y la de Landy's Lane. En Agosto de
1814, una pequeña fuerza de 5,000 ingleses marcharon de Patuxent sobre
Wáshington y lo tomaron. El Capitolio, la Casa Blanca y otros edificios
fueron incendiados. Después marcharon sobre Baltimore donde fueron
vigorosamente rechazados. Esta muy pequeña guerra en tierra, además
de lo pagado por los presupuestos corrientes: causó una deuda pública
de 127 millones de dollars.
El soldado norteamericano es excesivamente costoso. En la guerra de
1846 a 1847, nunca hubo más de 30,000 en el territorio mexicano, pero se
alistaron más de 60,000 que reponían las bajas por guerra, enfermedades
y por cumplimiento de plazo de enganche que era generalmente de tres a
seis meses. La guerra de 1846 a 1847 costó a los Estados Unidos 150
millones de dollars, y nuestra defensa no estuvo siquiera a la altura de
nuestros pobres recursos.
Antes de 1830, habíamos tenido una gran guerra, la de nuestra
independencia; la invasión de Barradas había sido una locura de España
que nunca pudo preocupar a México. Habría sido ridículo en vez de
grandioso que a causa de una invasión de 2,700 hombres toda la nación
se hubiera puesto en armas, poniéndose el traje de gala y guerrero de su
patriotismo.
Los Estados Unidos habían visto que México en su guerra de
independencia, había levantado y sostenido durante largos años 140,000
combatientes de los cuales 80,000 realistas y 60,000 insurgentes. Era
claro que la población de México había aumentado y que podía, en caso
de invasión extranjera poner en pie de guerra, desnudos, descalzos,
demacrados, pero armados y de rara tenacidad, por lo menos 200,000
hombres. Para asegurar el éxito de una guerra con México, la ciencia
militar indicaba superioridad en el número de invasores. Los Estados
Unidos en vista de la guerra de nuestra independencia debían mandar por
lo menos para someter a México 250,000 combatientes expensados por lo
bajo para tres años de campaña.
Los Estados Unidos por la guerra de 1812 sabían el elevadísimo precio
del servicio de sus soldados. No podía salirles el costo de la guerra a
menos de 200 millones de pesos por año, calculando abajo de mil pesos
por soldado; en tres años, el costo sería de 600 millones de pesos.
Semejante gasto no hubieran podido ni querido hacerlo los Estados
Unidos en 1830 por ningún motivo ni pretexto, aun cuando el Sur hubiera
puesto por condición separarse si no se le hacía la guerra a México. Ni la
tercera parte del sacrificio que importaba una guerra con México lo podía
aceptar la mayoría del pueblo norteamericano, siempre que por supuesto
se tomase como era debido por fundamento del cálculo de nuestra
resistencia el esfuerzo prodigioso guerrero, que tuvo lugar durante
nUestra guerra de independencia.
En 1830 la población de México se calculaba en ... 7.500.000 habitantes.
En 1830 la población blanca de los Estados Unidos era ... 10.537.000 habitantes.
En 1845 la proporción había cambiado muy desfavorablemente para
nosotros:
En 1845 población de México calculada ... 8.000.000 habitantes.
En 1845 población blanca de los Estados Unidos ... 17.250.000 habitantes.
La riqueza pública de los Estados Unidos en 1830, era muy inferior a la
adquirida en 1845. La guerra con México debía pues agotarlos aun
cuando saliesen vencedores si México se defendía al grado del alarde
estrepitoso que hacía de su furibundo patriotismo y con la tenacidad y
resolución que había manifestado en la guerra de independencia. En 1830
México no había descendido al desprestigio social, político y militar que
desgraciadamente lo hacía célebre en 1845.
¿Y sobre todo para qué ese grande esfuerzo agotante económica y
moralmente? ¿Para qué vulnerar la Constitución de los Estados Unidos
que prohibe la conquista? ¿Para qué deshonrar la tradición democrática
que anatematiza la fuerza? ¿Para qué escandalizar a todas las naciones
cultas con un atentado de verdadero bandolerismo? ¿Para qué manchar a
toda la nación poniéndola a copiar las glorias funestas de las monarquías
semibárbaras europeas? Por último ¿para qué engrandecer al Sur si era
indispensable para la civilización del Norte y su desarrollo material su
empobrecimiento y agonía? La guerra con México tenía que ser larga y
costosa y México debía pagarla mercantilmente, dollar por dollar, centavo
por centavo, con leguas o metros cuadrados de territorios de poco valor
porque estaban despoblados y casi vírgenes. Los despojos de México no
podían ser más que territorios donde cupiesen holgadamente naciones y
todos ese botín de kilómetros cuadrados de planeta, ¿podían ser para el
Sur? ¿La guerra serviría para echar abajo el compromiso de 1820 y
ensanchar la esclavitud hasta la América central lo que era la ruina del
Norte? No evidentemente.
Pero en cambio el Sur tampoco dejaría que ese gran despojo territorial
fuese destinado a engrandecer al Norte; la última extremidad llegaba
entonces y la guerra con México tenía que determinar una segunda
tremenda guerra; la separatista; el divorcio sangriento entre dos pueblos
que se odiaban, el choque entre intereses incompatibles, la explosión
entre la civilización y la barbarie amasadas por un convenio de carácter
puramente teórico.
Imponer al Norte la guerra con México, era imponerle dos guerras; la
extranjera y la civil. En 1848 los Estados Unidos vencedores adquirieron
los despojos de México y la lucha entre sudistas y nordistas se entabló
terrible para disputárselos. Las fracciones conservadoras de ambos
partidos aterradas formularon el compromiso de 1850, creyendo que
salvaba la jornada, pero Jefferson Davis procedió a formar el partido
resuelto separatista y protestó contra el compromiso de 1850 y sobre
todo contra la admisión de California como Estado libre.
La insurrección no estalló porque los sudistas dominando aún en el
terreno electoral hicieron aprovechar las presidencias de sus hombres,
Franklin Pierce y Buchanan para que rellenasen de armas, municiones y
de toda clase de elementos de guerra, los fuertes federales construídos
en las costas y territorios de los Estados del Sur; con el objeto de que
puestos dichos inmensos almacenes al cuidado de irrisorias
guarniciones, fuesen fácil y seguramente tomados por los sudistas al
rebelarse y se lanzasen contra el Norte desarmado como en efecto
sucedió.
¿Qué objeto podían tener los del Norte para hacernos la guerra en 1830?
¿Quitarnos tierras para los del Sur? Ya he dicho que tal cosa es
inadmisible. ¿Quitárnoslas para ellos? Las tenían que comprar al precio
de dos guerras ruinosas. ¡Esfuerzo estúpido!
Si el Norte ambicionaba tierras mexicanas, el procedimiento prudente y
barato para obtenerlas era esperar a que México cada día más débil
entrase en agonía. Todo indicaba que el Norte sería cada vez más
poderoso y México cada noche mas podrido e impotente. Esperar era
vencer, sin gastar un peso ni un hombre, ni un principio, ni una virtud, ni
esa gran reputación democrática con que se enorgullecían los viejos
yankees vástagos de la rectitud puritana, soldados místicos de la libertad.
En 1830 y fuera de los intereses convulsivos y agresores que se
despiertan en el campo de la opulencia, había un vigoroso elemento sano,
importante en el Norte, menos en el Sur, qUe formaba una vieja guardia
vigilante de la Constitución como los Monteros de Espinosa de un rey de
España. La clase popular tenía como la ilustrada un gran respeto por la
Constitución, verdaderamente sagrado, imponente, leal; respeto que no
se puede comprender en los países donde todas las espadas tienen el
derecho de desgarrar todas las leyes. En las naciones donde el pueblo
amanece católico y anochece ateo y es monarquista al día siguiente y
demócrata algunas horas después, todo esto en discursos nunca en la
realidad, las Constituciones políticas son especie de cucharones
confeccionados por las facciones que mal se llaman partidos para
engullir presupuestos.
En 1830, el corazón de la fracción sana del pueblo norteamericano estaba
aun muy cerca de Wáshington, y su espíritu muy impregnado de
recuerdos, de fórmulas, casi de oraciones en honor de la ley y la justicia.
Para contar los politicastros y los políticos que engendra la plutocracia
con la voluntad de un pueblo que aun engañado manda y se le obedece,
era preciso presentarle un atentado en la forma de un deber, de un
derecho, de una necesidad legítima. La conquista género Atila o Hernán
Cortés, la hubiera rehusado con indignación. Este trabajo de toilette
democrática y positiva para hermosear una maldad era difícil ejecutarlo a
la vista de esa vieja guardia de verdaderos republicanos, depositarios de
primitivas virtudes, creyentes aún en los gobiernos justos, dotados de
religiosa elocuencia y que se hacían escuchar en los momentos de
suprema inquietud de la nación.
La política del Sur tenía que ser muy sucia como lo demandaba la causa
de la esclavitud. Los medios corresponden al fin, para sostener la
esclavitud era indispensable en el partidO sudista hacer la inmolación de
la lealtad, del honor y de toda nobleza o acto de verdadera civilización. No
obstante el programa único del Sur para despojar a México de Texas, su
prensa nunca se atrevió a amenazarnos con la guerra de conquista. El
plan no era tenebroso, sino muy claro y se lo presentaban a nuestro
gobierno en 1830; y era que los colonos hicieran su independencia como
pudiesen y pidieran después su admisión a la Unión americana. Así
quedaba salvada la constitución y el honor de un pueblo que se había
presentado al mundo como paladín de la humanidad por el ilimitado
respeto al derecho ajeno.
Honra extraordinariamente a la inteligencia del ministro Alamán no haber
creído que los Estados Unidos estuviesen dispuestos a declararnos la
guerra en 1830, pues en su iniciativa dirigida al Congreso de la Unión, le
dice: En vez de ejércitoS de batallas e invasiones que hacen tanto
estrépito y que por lo común quedan malogrados, echan mano (los
Estados Unidos) de arbitrios que considerados uno por uno se
desecharían por lentos, ineficaces y a veces palpablemente absurdos;
pero que en su conjunto y con el transcurso del tiempo son de un efecto
seguro e irresistible (4).
No es posible resolver acertadamente un problema con datos falsos. El
estadista debe tener la frialdad de un ermitaño siempre en ayunas, una
gran instrucción y un gran poder de análisis para penetrar en todos los
secretos de una difícil situación. La vasta instrucción de Alamán era
española y en consecuencia deficiente y viciosa en materias sociológicas,
más que útil, perniciosa.
En los antecedentes del progreso de los Estados Unidos en cuanto a
extensión territorial hasta 1830, no había nada de pérfido, ni de ilegítimo,
ni de censurable. Ya he dicho que al formarse los Estados Unidos
aparecía como territorio que legítimamente había pertenecido a Inglaterra,
la inmensa superficie cuyos límites eran: al Norte, el Canadá; al Sur, la
Luisiana y las Floridas; al Este, el mar Atlántico y al Oeste, el río
Mississipi.
La inmensa región comprendida entre la orilla Oeste del Mississipí y el
mar Pacífico, era desconocida y pertenecían en parte a poderosas tribus
de salvajes y en parte no tenía dueño. Al apoderarse de los territorios
poseídos por los indios barbaros, los norteamericanos, hicieron lo que
los argentinos para apoderarse de la Pampa, lo que los brasileños para
hacerse dueños del Amazonas y de sus regiones huleras, lo que los
españoles, en toda la América que conquistaron y lo que estamos
haciendo los mexicanos en 1902, con los indios Mayas en el Estado de
Yucatán.
La benevolencia de la conquista española que conservó a los indios en
vez de exterminarlos como se le echa en cara a los norteamericanos, es
una rueda de molino, conveniente para deglución de los ignorantes.
Cuando en un terreno se encuentran ovejas, se les conserva y se las
trasquila y cuando en vez de ovejas se encuentran lobos y panteras se las
extermina. Los españoles conservaron para trasquilarlos a los indios
mansos, dulces, afables, sumisos, disciplinados por el despotismo azteca
o por el de feroces caciques; y en cuanto a los indios bárbaros hicieron lo
mismo que los norteamericanos, pues entre otras autoridades
respetables, el barón de Humboldt (5): Una sabia legislación acaso
conseguiría borrar la memoria de aquellos tiempos bárbaros, en que un
cabo o sargento con su patrulla cazaba los indios en las provincias
internas como si hicieran una montería de venados. Las misiones
hicieron muy poco y las balas hicieron mucho por la conquista de los
inmensos territorios más allá de los actuales Estados de San Luis Potosí
y Zacatecas. Los mexicanos independientes se han librado de los indios
bárbaros que asolan los Estados fronterizos y eran los primitivos
poseedores de esos territorios, exterminándolos.
La política de la España conquistadora fue ser dueña absoluta del Golfo
Mexicano; para lo cual se apoderó de todas sus costas; pero en algunos
lugares, no se apoderó de los países que corresponden a estas costas.
Debía suceder, que la nación o naciones que se apoderasen del más rico
territorio del mundo, el valle del Mississipi comprendido entre las
montañas Alleghanis y las Rocallosas y dividido por el segundo de los
ríos navegables del globo, habían forzosamente de reclamar o de intentar
por cualquier medio su comunicación con el mar, No ha habido, ni hay, ni
habrá nación poseyendo un gran territorio fértil que necesite para su
comercio por lo menos de un buen puerto que no intente conseguirlo; si
no por bien, por mal. Es una necesidad legítima de las naciones como lo
es de los individuos. La legislación civil favorece a la propiedad particular
y aislada de los caminos públicos, obligando a los propietarios a
conceder paso entre aquélla y éstos.
La civilización no puede consentir en que un territorio inmenso en su
superficie y en riqueza quede aislado, poco productivo e impotente para
el comercio, porque otra nación con fines de codicia y despotismo, se
apodera de una zona más o menos ancha a lo largo de la costa. No hay
pueblo en el mundo que una vez poseedor del valle del Mississipi no
hubiera concentrado todas sus fuerzas para comunicarse con el mar.
¿España quería tierras para cultivarlas, disfrutar de su riqueza y
beneficiar a la humanidad con su propio progreso? ¿Por qué no se
apoderó del valle del Mississipi, que vale más que diez de Nuevas
Españas? Si España sólo se apoderó de Luisiana y Florida para estorbar
el bienestar legítimo de otro pueblo, se hizo acreedora a la hostilidad de
ese pueblo.
Pero los Estados Unidos se encontraron con que los Estados al Este del
Mississipi sólo tenían el mal puerto de Mobila en el territorio de Alabama
y el mal fondeadero de Pearl River en el Estado de Mississipi. Los vastos
territorios al Oeste del Mississipi ni aun esos malos y pequeños puertos
tenían. Los Estados Unidos durante la presidencia de Wáshington
hicieron un arreglo con España, según el cual les era permitida la
navegación del Mississipí en su curso a través de Luisiana y el tener
depósitos de mercancías en Nueva Orleans.
Los Estados Unidos no manifestaron ambición censurable por poseer las
tierras de Luisiana sino el deseo de obtener por compra el puerto de
Nueva Orleans, para dar satisfacción a la necesidad nacional absoluta de
que acabo de hablar (6). These circunstances added to Mr Jefferson's
desire to obtain the cession of New Orleans to the United States. No hay
tal ambición de la Luisiana y esto se confirma aún con las siguientes
líneas: El PresidenteJefferson nombró el 10 de Enero de 1803 a Mr
Monroe Ministro Plenipotenciario en Francia (7) to act with Mr. Livingston
in the purchase of New Orleans.
¿Cómo adquirieron los Estados Unidos la Luisiana cuando sólo
pretendían comprar el puerto de Nueva Orleans? Sin pedirla y por un
cambio en la política de Napoleón I respecto del que no quiso dar
explicación. (8) The sudden change, however in his plan (de Napoleón I)
led him to look favorably upon Livingston's representations; and so most
unexpectedly he offered to the United States not New Orleans only but the
territory of Louisiana for the sum of fifty millions of francs.
Sin que los Estados Unidos lo solicitasen, les ofreció toda la Luisiana
Napoleón I, por cincuenta millones de francos, no hubo pues intrigas
reprochables ni ambición desenfrenada de tierras en esta adquisición.
Respecto de la adquisición de la Florida, es difícil emitir un juicio positivo
y claro sobre el asunto por las condiciones metafísicas que abruman el
caso. Los conquistadores acostumbraban desembarcar en un territorio
desconocido y aun cuando no fueran militares ni funcionarios o agentes
de su nación, tomaban posesión hasta de un Continente en nombre de un
rey todopoderoso en principio y por regla general muy cristiano.
Semejante procedimiento no presentaba inconvenientes tratándose de un
territorio sin dueño o cuando se procedía inmediatamente a exterminar o
subyugar a los dueños hasta su completa eliminación o sumisión.
Cuando en el territorio del cual se tomaba posesión clavando solamente
en el suelo una cruz y levantando una acta ante un escribano
improvisado, existían naciones que ni se sometían ni se intentaba nunca
someter, entonces la posesión era un acto más. bien ridículo que
imponente y de verdadera conquista. En este caso había estado la Florida
hasta 1819. A España lo que le había interesado era tomar posesión de las
costas de Florida para ser dueña del Golfo; poco le importaba el país y las
naciones indias que lo habitaban. Construyó un fuerte y estableció una
pequeña guarnición en un punto que nombró Panzacola no con el objeto
de conquistar a los creeks y seminolas sino para ocupar toda la costa e
impedir que otros conquistadores o exploradores desembarcarsen en
ella.
Las tribus bárbaras, unas veces estaban en paz con España y otras por
excepción reconocían su soberanía y la mayor parte del tiempo no hacían
caso del rey todopoderoso y católico. No se sabía cuándo España
reconocía el poder de los indios dejando burlar su autoridad, ni cuándo
era la soberana de ellos. Éstos obraban contra los habitantes de los
Estados Unidos haciendo incursiones en el territorio de la Unión para
robar, asesinar y cometer toda clase de excesos sin que España quisiese
ni pudiese castIgarlos m evitarlos.
En semejantes casos, el derecho internacional y el sentido común
autorizan a la nación agredida en nombre del principio de la propia
defensa a castigar a sus agresores y a exigir de la nación de que son o
aparecen súbditos las reparaciones correspondientes. El general Jackson
en 1817, fue nombrado para defender la frontera de los Estados Unidos
contra las incursiones de los seminolas que habían asesinado a un gran
número de norteamericanos. No pudiendo o no queriendo España
castigar a los criminales, el general Jackson penetró en la Florida, castigó
a los indios y teniendo noticia o fingiendo tenerla de que los españoles
les daban armas y los instigaban para agredir a los americanos, avanzó
hasta Panzacola, hizo capitular a la fuerza española y la remitió a la
Habana. El Presidente de los Estados Unidos devolvió a España el
territorio conquistado por Jackson sin autorización de su gobierno, pero
no lo castigó como hubiera debido hacerlo.
La prensa americana defendió a Jackson con un buen argumento. Los
seminolas, decía, son súbditos de España y nos ha invadido sin orden de
su gobierno; el general Jackson sin orden de su gobierno invadió el
territorio español. Los seminolas y Jackson deben ser castigados, pero
como los seminolas fueron los primeros en agredir deben ser los
primeros en recibir el castigo. Lo esperamos pues, para pedir que se
castigue a Jackson. España tomó el buen camino de vender un territono
que no quería ni podía explotar y que sólo le ocasionaba costosas
responsabilidades. El objeto de poseer Floria había sido poseer el Golfo
mexicano; en 1819 el golfo era de todo el mundo, la necesidad de poseer
Florida había terminado.
En este asunto no hay procedimiento de colonización, y si aparece la
ambición de tierras es como cuestión enteramente secundaria, pues a
España no le fue impuesta la venta de la Florida sino que tuvo lugar
debido a que poseía la Florida con un objeto que no era colonizarla ni
explotarla. En realidad los dueños de la Florida eran las naciones
bárbaras e indomables que la habitaban.
El Sr. Suárez Navarro arroja la responsabilidad de los tristes sucesos de
Tejas que nos hicieron perder tan rico territorio sobre la administración
del general Bustamante. La cuestión texana tuvo principio en el Gobierno
del Vicepresidente Bustamante, y su Gabinete aparecerá ante las
generaciones futuras cargando con la responsabilidad de haber sido el
que dió los pretextos para la insurrección de aquel territorio. Una ley
monstruosa expedida a impulsos de este gobierno nos arrebató la paz y
la tranquilidad comprometiendo el porvenir de la República, la
imprevisión del Ejecutivo aceleró peligros que mucho ha nos amagaban
por el Norte y la torpeza del Congreso general provocó la lucha fatal que
ha manchado nuestro suelo y nuestra historia (9).
En el gobierno el vicepresidente Bustamante, Don Lucas Alamán fue un
dictador responsable de la tragedia de Texas y sus consecuencias como
la guerra con los Estados Unidos; pero antes de Alamán hubo otro gran
culpable, el general Don Vicente Guerrero.
Encuentro en la parte expositiva de la iniciativa de ley dirigida por Don
Lucas Alamán al Congreso de la Unión, el 8 de Febrero de 1830 el
siguiente fragmento. Es tal la independencia de que gozan los colonos
norteamericanos en Texas y llega ya la superioridad de que disfrutan a tal
punto, que decretada la abolición de la esclavitud en 15 de Septiembre
anterior en uso de las facultades extraordinarias; el comandante de la
frontera de aquel Estado manifestó que no esperaba que jamás fuese
obedecido dicho decreto a menos de que los obligase una fuerza superior
de que el carecía. Esta resistencia ha traído las cosas a tal punto que se
creía esta fuese la ocasión del rompimiento y para evitarlo se dió por
exeptuado a aquel departamento del cumplimiento de esta disposición
derogando no por una providencia ostensible, sino lo que es muy
extrano, por una carta particular escrita por el Sr. Guerrero al general
Terán, comandante general de los Estados de Oriente en que lo
autorizaba para manifestar a los colonos que el expresado decreto no
comprendía a Texas. No se puede apreciar toda la culpabilidad del
general Guerrero sin conocer bien la cuestión de Texas al terminar el año
de 1829.
Un error lamentable de los que han intervenido en el asunto texano de
parte de México, ha sido fijarse mucho en los colonos, no perder de vista
ninguno de sus movimientos, no dejar sin maliciar ninguna de sus
palabras y confundir miserablemente sus intereses con los de los
Estados Unidos. Y otro error mayor fue creer que había en los Estados
Unidos un interés texano reinante, único, nacional invariable y
omnipotente.
En la cuestión de Texas, los colonos están muy lejos de desempeñar el
primer papel, el segundo, el tercero o el cuarto, ocupan el último, es pues
extravagante hablar de su ingratitud superior a la de las hijas del Rey Lear
y de su perfidia mayor que la de Vago en Otelo, como nos lo enseñan
nuestros superficiales historiadores. La acción dramática y política de los
colonos fue insignificante y el colaborador de las miras ambiciosas de los
esclavistas americanos fue en primer lugar nuestro infeliz gobierno.
Se acusa a los Estados Unidos de perfidia en la cuestión de Texas
acatando desde luego el error de admitir que en 1830 existían como
nación los Estados Unidos cuando en realidad y como he probado había
dos naciones; la del Norte y la del Sur, con distintos sentimientos, ideas,
aspiraciones, intereses; con dos conciencias, dos políticas, dos
territorios económicamente desiguales, dos historias y dos caminos
opuestos para su marcha; uno hacia la civilización, otro circular alrededor
de la barbarie. En 1830, lo que verdaderamente existía al norte de nuestra
República era, como ya lo afirmé y vuelvo a afirmarlo, Los Estados
Desunidos.
El empeño de adquirir Texas fue de la mayoría del partido demócrata
sudista apegado con delirio a la institución de la esclavitud. La política de
los Estados Unidos es muy rara; Se llamaron federalistas los partidarios
de la centralización del poder y se denominaron demócratas, la poderosa
aristocracia del Sur cuya bandera fue el sostenimiento de la esclavitud.
Hay que ser muy desconfiado y muy atento al estudiar la política de los
Estados Unidos, porque en esa nación sucede a veces que en las
cuestiones capitales le nom est contraire á la chose.
Las democracias efectivas como la norteamericana presentan una gran
ventaja para la formación, esclarecimiento y evolución del derecho
internacional y en general de sus relaciones exteriores. No hay como en
las monarquías secretos de Estado, ni hombres ni cosas con máscara de
fierro. No habiendo misterios no puede haber perfidias. Después de la
presidencia de John Quincy Adams, demócrata pero opuesto en principio
a la esclavitud, tomó posesión de la presidencia de los Estados Unidos
(Marzo de 1829) el general Jackson esclavista acentuado, enteramente
adicto a los sudistas que lo habían elevado al poder, hombre sin
escrúpulos hasta la indignidad, audaz, arbitrario, resuelto con tendencias
dictatoriales. Muchos de los escritores serios norteamericanos llaman a la
presidencia del general el reinado de Andrés Jackson. Críticos justicieros
aseguran que durante la presidencia de Jackson estuvieron los Estados
Unidos bajo un despotismo que por exceso de bondad puede llamarse
paternal.
Con el presidente Jackson a la cabeza del partido sudista que
ambicionaba Texas por las razones ya expuestas; la cuestión texana tenía
que entrar en un período no de perfidia sino francamente crítico. En la
conducta del general Jackson respecto de México hay cinismo, no
perfidia, el cinismo del fuerte que descaradamente escarnece al débil; la
perfidia reposa sobre el engaño y el cinismo es la degradación de la
franqueza. Desde Marzo de 1829 se ve en la cuestión texana cinismo en el
gobierno americano, indignidad y torpeza en el mexicano.
En Agosto de 1829 Mr. Van Buren, Ministro de Relaciones Exteriores del
General Jackson, escribía a Mr. Poinssett, Ministro de los Estados Unidos
en México, que el Presidente recomendaba que sin demora se abriesen
negociaciones para la compra de Texas, quedando autorizado Mr.
Poinssett para ofrecer hasta cinco millones de dollars.
Hasta el año de 1830 los colonos de Texas se habían portado
correctamente y el paso dado en 1829 por el Presidente Jackson, debió
abrir los ojos del gobierno mexicano para hacerIe ver que la cuestión de
Texas se hallaba casi por completo en los Estados Unidos. El gobierno
mexicano rehusó hasta escuchar la proposición de compra, en lo que
obró torpemente y me reservo fundar más adelante esta apreciación de
torpeza diplomática.
Retirado de México Mr. Poinssett, fue reemplazado por Mr. Butler, amigo
íntimo del Presidente Jackson, sudista esclarecido, propietario de
esclavos y. de tierras en Texas. Mr. Butler estaba pues pecunaria y
personalmente interesado en la cuestión. Lo primero que debió haber
hecho el gobierno mexicano fue no admitir como ministro de los Estados
Unidos a Mr. Butler, pero la debilidad proverbial del ilustre general
Guerrero sostenida por la dulzura monjil de Don José María Bocanegra,
Ministro de Relaciones Exteriores, o explotada por Don Lorenzo Zavala,
Ministro de Hacienda, dieron un primer triunfo al cinismo del Presidente
Jackson.
El Ministro Butler escribía en 1829 al Presidente Jackson:
No he perdido de vista ni por un momento la cuestión de Texas, respecto
de la cual manifiesta usted tanta inquietud, porque además de que
conozco bien sus deseos, no soy insensible a las grandes ventajas que
nuestro país obtendrá con esa adquisición. Pero la opinión pública en
este país se opone de tal modo a la adquisición de Texas por los Estados
Unidos, que el Gobierno no se atreverá a escuchar proposición alguna a
este respecto y mucho menos aun consentiría en cedernos Texas. Cada
vez que los periódicos desean reanimar el fuego de la oposición contra el
Presidente Guerrero, aparecen artículos que le acusan de querer
vendernos Texas y añaden que por solo este crimen merece ser arrojado
del poder (10).
Impuesto el Presidente Jackson de la decisión irrevocable del gobierno
mexicano de no escuchar siquiera propuestas relativas a la compra de
Texas dispuso con su notable actividad cambiar de programa dándolo a
conocer públicamente; pues a principios de 1830 la Gaceta de Arkansas
escribía con toda franqueza lo siguiente: (11): Conforme a informes
tomados de un origen que merece la más alta confianza (entitled to the
highest credit) parece que no debemos abrigar esperanza de adquirir
Texas mientras no domine en México un partido mejor dispuesto para los
Estados Unidos, o mientras Texas no sacuda si es necesario el yugo del
gobierno mexicano, lo que hará sin duda desde el momento en que para
ello encuentre un motivo razonable. Al mismo tiempo Samuel Houston
dejaba los Estados Unidos para radicarse en Texas. ¿Quién era en 1830
este personaje que en 1836 vemos figurar como general en jefe del
ejército insurrecto texano y después como presidente de la República de
Texas? Samuel Houston había sido gobernador del Estado de Tennessee
representante por dicho Estado al Congreso de la Unión y se jactaba por
escrito y de palabra, en público y en privado de poseer toda la confianza
del presidente Jackson. Por haber tomado una parte muy activa y
meritoria en la campaña electoral a favor de la presidencia del general
Jackson se le designaba para un puesto muy elevado y lucrativo en los
momentos en que se aplicaba el gran principio político; para los
vencedores, los empleos o sean los despojos (To the victors the spoils)
era sorprendente que un hombre de esa categoría y con tan risueño
porvenir, dejase el gran teatro de la política norteamericana para tomar
residencia en Texas sin ser colono, ni tener afición a la agricultura ni
negocio visible que lo obligara a fijarse en una pequeña aldea. La
sorpresa poco debía durar pues Houston contaba a todo el que quería
oirlo, que marchaba a Texas, comisionado por el presidente Jackson para
revolucionar en aquel país; y con esa hermosa libertad de la democracia
para publicar todo, el Journal de la Louisiane al dar cuenta de la partida
de Houston para Texas decía claramente, que se había dirigido al
territorio texano para revolucionar a favor de su independencia con el
objeto de anexarlo después a los Estados Unidos y terminaba el artículo
con tas palabras: (12): Podemos esperar pronto saber que ha levantado el
estandarte de su misión (we may expect shortly to hear of his raising his
flag). En todo esto hay gran cinismo, pues México aparecía demasiado
débil para merecer el honor de que se le tratase con perfidia. La perfidia
se usa contra los fuertes, a los débiles la diplomacia y la no diplomacia
les habla claramente, sin disimulo y como lo prescribe el desprecio.
Como los hechos que acabo de narrar ocurrían en 1830, tocaba resolver
en vista de ellos a Don Lucas Alamán, Ministro de Relaciones Exteriores y
de hecho dictador de la República.
La política del presidente sudista que había ofrecido no dejar el poder sin
obtener a Texas para los que lo habían elevado, hacía evidente su
programa con más claridad que la acostumbrada en un cartel de circo. No
había nada que adivinar, sospechar, inferir, suponer, todo era diáfano
como la atmósfera y negro como la esclavitud, no había más que resolver
con firmeza, inteligencia y patriotismo. ¿Cuál debió haber sido esta
grande y memorable resolución que habría hecho popular, grande
invulnerable al partido conservador mexicano? Alamán tenía como datos
de completa exactitud en 1830 para resolver el amenazante problema de
Texas:
Primero: los Estados Unidos representaban dos naciones esencialmente
distintas, con intereses poderosos en conflicto y en vía de llegar a una
tremenda lucha armada.
Segundo: la nación Sur norteamericana tenía empeño en adquirir Texas
para mantener el equilibrio político y salvar la esclavitud base del edificio
social y en consecuencia económico de esa nación.
Tercero: la nación Norte se oponía a la adquisición de Texas pues antes
de resolver el gran conflicto esclavista no convenía al Norte aumentar el
poder de su enemigo.
Cuarto: no obstante el empeño del Sur por adquirir Texas, los Estados
Unidos en 1830 no apelarían a la guerra de conquista.
Quinto: comprendiendo el Sur que no podía imponer la guerra de
conquista, había resuelto apelar a medios inmorales públicamente dados
a conocer en la prensa sudista.
Lo primero que el gobierno de Alamán debió haber hecho era expulsar del
territorio de la República mexicana a los agentes revolucionarios muy
bien conocidos, del partido sudista de los Estados Unidos, apoyados por
el presidente Jackson quien cerraba los ojos y dejaba obrar contra las
leyes. Como segunda providencia urgente debió expedir sus pasaportes
al ministro Butler propietario de esclavos y tierras en Texas y a los más
interesados en el complot contra la República Mexicana.
Alamán cometió un imperdonable acto de debilidad muy semejante por
detrás y por delante a una indignidad, permitiendo que los agentes
revolucionarios esclavistas trabajasen libremente en Texas como en una
industria honrada y benéfica para la nación. Hemos visto que el gran
problema texano consistía en evitar que una nación de siete y medio
millones de habitantes, fuese vencida por una población de veinte mil que
era la de Texas en 1830 y que por un puñado de rebeldes fuésemos
despojados de un territorio más grande que el de Francia.
No hay persona que no siendo mexicano porque nosotros comprendemos
todo, que pueda entender cómo un gran hombre de Estado del calibre de
Alamán, una de las primeras inteligencias que ha tenido México, se
preocupase como gobernante respecto del éxito de un choque entre dos
entidades absurdamente desiguales para una lucha. De un lado siete Y
medio millones, del otro quince o veinte mil.
¿Por qué se preocupaba Alamán al grado de decir en un documento
público y oficial (13): Si los colonos de Texas se insurreccionan la pérdida
de este territorio es infalible. ¿Sería porque pensaba que la insurrección
de los colonos debía recibir auxilios poderosos en hombres y armas de
parte de los Estados Unidos como interesados en la rebelión?
Supongamos que los Estados del Sur se hubieran propuesto hacer todo
lo que pudieran para proteger materialmente la rebelión de Texas ¿se lo
habían de permitir los del Norte? Los Estados del Norte estaban, como
tanto lo he afirmado, interesados en que los del Sur no adquiriesen el
gran territorio texano no por amor a México sino por amor a sus
intereses. Tenían pues que oponerse a que los Estados del Sur por su
cuenta conquistasen o intentasen conquistar a Texas o a la República.
Por otra parte la población blanca del Sur no llegaba a tres millones y la
guerra si México se defendía como era de esperarse, debía costar a los
agresores centenares de millones de pesos. ¿Los iba á pagar el Sur?
¿Admitirían éstos echarse encima el costo de una guerra fuerte aún para
toda la nación?
México para una guerra con los Estados Unidos presentaba la gran
debilidad de no tener marina de guerra capaz de luchar con una fragata de
cualquier nación y por lo tanto podía ser anonadada en sus recursos
fiscales con el bloqueo de sus puertos. Pero era imposible que para la
ayuda fraudulenta de los sudistas a los texanos insurrectos pudieran
disponer éstos de la marina federal de los Estados Unidos, y sin marina el
Sur no podía atacar a México, porque le hubiera sido extraordinariamente
costoso enviar por tierra un ejército competente. Por otra parte, México
sin el bloqueo de sus puertos podía sostener la guerra en Texas
cincuenta años como la sostuvo no obstante sus revoluciones y sus
miserias desde 1836 hasta 1845 y si no continuó fue por la guerra con los
Estados Unidos.
La complicidad del general Jackson no podía ser ilimitada porque el Norte
no era un esclavo, ni el más débil y llegando las cosas a determinado
punto debía intervenir como se preparaba ya hacerlo. El Norte notó las
maniobras del presidente Jackson, protestó contra ellas y comenzó a
tomar una actitud correspondiente a su política de no permitir la
extensión de la esclavitud.
Alamán no podía juzgar más que con los datos del pasado y del presente,
el porvenir no da datos. Pero bastaba lo miserable de la oferta para
comprar Texas que hacía el Presidente Jackson; cmco millones de pesos
cuando por la Luisiana habían dado dieciséis y el no aumentar la oferta;
para comprender que el apoyo sudista tenía un límite muy estrecho. Si el
Sur hubiera estado dispuesto a gastar en guerra por sí solo y contra
México cien millones de pesos los hubiera ofrecido por Texas.
He demostrado que la adquisición de Texas era para los esclavistas de
los Estados Unidos más que una simple ambición de territorio del que no
necesitaban; pues probé que poseían una superficie propia para el cultivo
del algodón quince veces mayor que la que tenían en explotación en 1830.
Texas era en concepto de los del Sur la salvación de la esclavitud y en
consecuencia la de su poder, de sus riquezas y bienestar. Para conservar
la esclavitud los Estados del Sur norteamericanos debían agotar todos
los recursos posibles por miserables que fuesen hasta obtener la
posesión de Texas, que según Calhoun podía dividirse hasta en nueve
Estados y dar dieciocho votos senatoriales con lo que había para
asegurar la esclavitud muy largo tiempo.
Si por el estudio de la política norteamericana que claramente he
expuesto hasta 1830, Alamán no había comprendido que Texas
significaba una cuestión de vida o muerte para el Sur de los Estados
Unidos, la prensa del Sur se había puesto a su disposición con el objeto
de no dejar velo alguno por ligero que fuese que pudiera ocultar un solo
pensamiento del siniestro programa esclavista.
El Mobile Advertiser de Enero de 1830 dice: The South wish to have Texas
admitted into the Union for two reasons; first lo equalize the South with
lhe North (14) ... Las miras de anexión de Texas no eran el proyecto de un
pequeño grupo de colonos berrinchudos sino la decisión irrevocable,
consecuencia de una necesidad de existencia para la poderosa sociedad
sudista dominadora hasta el despotismo en la política de los Estados
Unidos.
Antes de que los colonos de Texas pensasen en manifestar sentimientos
de disgusto y deslealtad; en el Estado de Mississipi se habían impreso los
interrogatorios a que debían responder los candidatos para diputados a la
Cámara de Representantes, durante el período electoral de 1828: Your
opinion of the acquisition of Texas and how whether by force of trealy;
and whether if Texas requested we ought to give the secceders military
assistance; and what would be the effect of the acquisition of Texas upon
the planting interest (15).
No podía dudar un hombre de observación, de estudio, de gran talento
como Alamán, que los esclavistas norteamericanos una vez agotados los
recursos para obtener a Texas por la buena necesariamente habían de
apelar a la fuerza, es decir a la guerra. He dicho que el Norte no había de
lanzarse a la conquista brutal, asiria, romana, europea, de Texas y esto lo
sabían bien los sudistas; pero si no podía la esclavoeracia
norteamericana declarar la guerra a México sin motivo, si podía y aún era
fácil obligar a México a declarar la guerra a los Estados Unidos y
entonces el Norte no podía dejar de aceptarla.
¿Cómo podía el Sur obligar a México a declarar la guerra a los Estados
Unidos? De un modo muy sencillo. El presidente de los Estados Unidos
dirige y sostiene las relaciones con las demás naciones; bastaba que el
general Jackson, cuyos sentimientos, ideas y voluntad eran las de un
filibustero sin el menor escrúpulo de honor como gobernante y de lealtad
para con su patria, para que ordenase a sus diplomáticos en México que
todos eran propietarios de esclavos, desarrollar una conducta agresiva,
insultante, profundamente vejatoria y de insoportable humillación para
México, y si esto no bastaba recurrir a actos que impusiesen a los
mexicanos la necesidad absoluta de lanzarse a la guerra.
¿Qué podía costar al general Jackson su conducta de filibustero
descarado en un puesto que demandaba atenciones al honor y virtudes
de la democracia norteamericana? ¿The empeachement? Para condenar
por responsabilidades políticas a un presidente de los Estados Unidos, es
indispensable que Voten contra él, las dos terceras partes de los
senadores presentes. Los esclavistas, cuyo gerente era el general
Jackson, Contaban con la mitad de los senadores, luego la impunidad
estaba asegurada. Pero aun cuando se hubiera condenado a ackson, una
vez que México instigado por la infame política esclavista hubiese
cometido una ofensa contra los Estados Unidos con el objeto de ir a la
guerra, los del Norte tenían que aceptarla, combatir y triunfar.
¿Por qué triunfar? me dirán aún los patriotas más modestos.
Bonaparte.- ¡Qué queréis! nuestras fuerzas están demasiado divididas y en definitiva la
victoria debe quedar siempre del lado de los más numerosos batallones (16).
Moreau.- Es un principio materialmente verdadero; pero no habéis probado vuestra
campaña de Italia que no es de una exactitud absolutamente rigurosa. ¿No hemos visto a
menudo la inferioridad del número ampliamente compensada por el valor, la experiencia,
la disciplina y sobre todo por los talentos del jefe?
Bonaparte.- Es una batalla sí, pero en una guerra rara vez.
Moreau.- Entonces vos reducís el arte de la guerra a un dato único y bien sencillo, no se
trata más que de levantar más tropas que el enemigo. ¿Para qué entonces la táctica, la
estrategia, todo en fin lo que ha sido inventado para compensar la ventaja del número?
Bonaparte.- Entendámonos, bien lejos estoy de asegurar que con un ejército inferior en
número no se puedan ganar batallas contra un ejército más fuerte, estas victorias se
deberán al valor y disciplina de las tropas, puede ser al genio del general, si estas
victorias son decisivas se podrá obtener el honor de la campaña, pero si la guerra se
prolonga, si dura varios años, infaliblemente el que tenga menor número sucumbirá ante
la presión del más fuerte.
En 1830 los Estados Unidos tenían sobre nosotros la superioridad del
número, la superioridad de la riqueza, la superioridad de la organización,
la superioridad de la disciplina, la superioridad de la voluntad (sus
soldados eran voluntarios) y sobre todo la superioridad de la forma de
gobierno. En los Estados Unidos el presidente es el primero en
empeñarse en que los primeros puestos del ejército los sirvan los
militares más capaces y valientes. En México los presidentes Bustate Y
Santa Anna lo que exigían a los jefes del ejército era que fueran sobre
todo bustamantistas o santanistas aun cuando fueran cobardes e ineptos.
En el sistema de gobierno mexicano en 1830, todo general capaz se
hubiera creído deshonrado si gozando de gran crédito militar se dejaba
mandar del presidente en vez de darle un puntapié y ocupar su puesto, de
aquí la necesidad correlativa de los presidentes, de impedir a todo trance
la formación de generales capaces. En 1830 y en México un general que
hubiera triunfado siquiera en una escaramuza cobraba al momento el
precio de su hazaña y éste no podía ser más que la silla presidencial.
La defensa social contra la anarquía y la personal del presidente exigía
que en los primeros puestos militares sólo hubiera jefes impronunciables
y como todo jefe de prestigio bien o mal adquirido era un candidato
siempre de cualquier partido político para el cuartelazo, resultaba que
sólo los jefes incapaces eran dignos de entera confianza para los
mandos.
Nuestro ejército no tenía jefes, ni disciplina, ni recursos, ni organización
administrativa, ni soldados con voluntad de pelear, ni mando supremo.
Estos son los elementos de las derrotas sin límite y sin gloria. No lo creía
así el partido militar de 1830, lo que prueba que en ese partido militar no
había militares. Los únicos militares de genio que tuvo la República en la
época que estudio, fueron Don Lucas Alamán y Don Luis Mora, quienes
aseguraron desde 1830 que una guerra con los Estados Unidos sería
desastrosa.
Yendo México a la guerra en 1830 no evitaba perder parte de su territorio,
pero hubiera perdido menos por ser los Estados Unidos en 1830 mucho
menos fuertes que en 1846 y México mucho menos débil en 1830 que en
1846 para emprender la campaña de Texas y para resistir a los Estados
Unidos. Las ventajas que México tenía en 1830 sobre sus elementos de
1846 para emprender la campaña de Texas, que debía originar la ruptura
con los Estados Unidos, eran:
1.- En 1830 la población de México representaba el setenta por ciento de
la de los Estados Unidos. En 1846 sólo representaba el cuarenta y cinco.
2.- En 1830 la riqueza de los Estados Unidos era la mitad de la que tenía
en 1846.
3.- El armamento de ambas naciones era igual en 1830; el fusil de
percusión usado por los norteamericanos en 1846 fue inventado en 1840.
4.- En 1830, tenía México siete barcos medianos y pequeños de guerra y
los texanos ni unó. México hubiera sido dueño del mar en 1836 en su
lucha contra los texanos y éstos no hubieran podido recibir por tierra la
mayor parte de los eficaces auxilios que recibieron por mar. En 1836, los
texanos tenían tres goletas de guerra, México sólo una inservible para la
guerra.
5.- En 1846 no contaba la nación con un peso en caja y el ejército sólo
había recibido durante el año fiscal, la cuarta parte de su presupuesto y
estaba disgustado, desmoralizado más que nunca por la miseria, la que
necesariamente había aumentado la indisciplina. En 1830, el ejército había
sido pagado íntegro, lo mismo que todos los gastos públicos quedando
en caja un sobrante en dinero efectivo de $ 800.000 (17).
6.- En 1830, el clero no había erogado en préstamos voluntarios y
forzosos y en salvar la religión comprando condotieros, las enormes
sumas que habían desaparecido de sus arcas en 1846.
Alamán gozaba de gran crédito con la Iglesia, era su leader probo y fiel y
hubiera podido fácilmente obtener para la campaña de Texas por lo
menos dos o tres millones de pesos.
Si la guerra con los Estados Unidos se consideraba fatal, debió haberse
procurado realizarla en 1831, hacerla durar hasta 1833, lo que era muy
fácil; con el objeto de que disgustado el pueblo americano que no poseía
negros, ni tierras en Texas y que daba su apoyo a los que especulaban
sobre el jingoismo, hiciera en 1832, lo que hizo en 1840, elegir presidente
a un whig, es decir a un enemigo del partido esclavista. Si la elección de
1832, se hubiera hecho bajo la fatiga y humillación de una guerra en
México sin más fin que propagar la esclavitud, el general Jackson no
hubiera sido reelecto como no lo fue Polk en 1848, no obstante el
completo triunfo del ejercito norteamericano al momento de las
elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Si los esclavistas
obligaban a México a la guerra, debió México ir a una guerra larga y
gritando que no haría la paz más que con un gobierno del Norte.
Había otro modo, no de evitar sino de disminuir la pérdida de territOrio;
buscando y encontrando una potencia aliada. Dos naciones pueden
aliarse sin pagar ninguna de ellas la alianza cuando recíprocamente se
necesitan. En la alianza actual franco-rusa, tan necesita Franciade Rusia
como Rusia de Francia; pero en 1830, nadie necesitaba de las fuerzas
combatientes de México; por consiguiente sólo era posible obtener un
aliado pagándole con territorio por no tener dinero.
Era pues preciso aceptar casi como imposible no perder territOrio y
únicamente tratar de perder la menor cantidad.
La venta de territorio nos hubiera hecho perder menos, pues el Presidente
Jackson había dado instrucciones a Mr. Butler de proponer a nuestro
gobierno la compra de poco menos de la mitad del que perdimos en 1848
y de conformarse con menos. Esta solución no podía tener lugar; el
gobierno mexicano que hubiera escuchado siquiera y dado esperanzas
vagas de venta del territorio hubiera sido derrocado. Si fue posible a
Santa Anna vender la Mesilla, fue después de quedar convencidos de que
nuestro ejército no era invencible y que estaba muy corrompido.
La alianza con alguna potencia europea no era posible intentarla; tenía en
su contra dos invencibles enemigos; la resolución de no ceder una
pulgada de territorio ni a aliados ni a enemigos y la megalomanía social,
sobre todo la bélica presentando siempre síntomas agudos.
Nuestro aliado existía en Inglaterra. Esta potencia no olvidaba la guerra
con los Estados Unidos de 1812, los que aprovechándose del duelo a
muerte entre Napoleón I e Inglaterra y en los momentos supremos de la
lucha, declararon la guerra a los ingleses, para combatir no contra todas
las fuerzas de Inglaterra, sino contra la parte limitadísima que la Gran
Bretaña podía desprender del total empleado contra un enemigo de la
talla y recursos de Napoleón I.
eLas tarifas aduanales de los Estados Unidos expedidas en 1824 y 1828,
eran contra la industria inglesa. Inglaterra contesto elevando los derechos
de importación al algodón norteamericano, lo que enfureció a los del Sur
y a los fabricantes ingleses. La Gran Bretaña manifestaba públicamente el
deseo ardiente de emanciparse de la obligación de consumir el algodón
de los sudistas norteamericanos, y le hubiera convenido adquirir en pago
de alianza guerrera con México la mitad de Texas, país calificado como el
primero del mundo para la producción de algodón.
Huskisson, el enérgico ministro de Inglaterra, en el curso de una
discusión sobre los negocios de España y México denunció al Parlamento
las maniobras del gabinete de Wáshington para separar Texas de la
Confederación mexicana. Recordó como la adquisición de las Floridas
por los Estados Unidos había alarmado a la Gran Bretaña respecto de sus
posesiones en las Indias Occidentales; después revelando un proyecto
sobre el cual es permitido creer que la ambición inglesa no ha
renunciado, dijo: que México debía ser mantenido en la posesión de
Texas, puesto que el Gabinete de Wáshington había causado el fracaso
de las negociaciones de Inglaterra con España para obtener la cesión de
Cuba (18).
La publicación de donde tomo las declaraciones del ministro Huskisson
que es la Revue des Deux Mondes correspondiente a Marzo de 1836, no
expresa la fecha en que fueron hechas, pero deben haberlo sido con
anterioridad al año de 1830, porque Huskisson fue matado en 1829 sobre
los rieles de la vía de Mánchester a Londres por la tercera locomotora
fabricada en el mundo. Alamán debió estar enterado de la buena
disposición de Inglaterra para impedir que los Estados Unidos
adquirieran Texas.

NOTAS
(1) Iniciativa dirigida al Congreso de la Unión por el Ministro de Relaciones Don Lucas
Alamán el 8 de Febrero de 1830.
(2) Ibid.
(3) Cotton is king. De Cristy, pág. 22.
(4) Iniciativa de 8 de Febrero de 1830.
(5) Ensayo político, tomo I, pág. 227.
(6) Spencer, History of the United States, tomo III, pág. 34.
(7) Ibid, tomo III, pág. 36.
(8) Obra citada, tomo III, pág. 38.
(9) Suárez Navarro, Historia de México y del general Santa Anna. tomo I, pág. 242.
(10) Revue des Deux Mondes, 15 de Julio de 1844, pág. 239.
(11) Biblioteca Nacional. Dirección, tomo VII, primera serie de documentos para la
historia de México.
(12) Biblioteca Nacional, Dirección, tomo VI, primera serie de documentos para la
histona de México.
(13) Iniciativa de 8 de Febrero de 1830, dirigida al Congreso de la Unión.
(14) Jay WiIliam, A review of the Mexican war, pág. 17.
(15) Ibid.
(16) General Pierron, Méthodes des guerres, tomo 1, pág. 513.
(17) Alamán, Historia de México, tomo V, pág. 167.
(18) Revue des Deux Mondes, 1° de Marzo de 1840, pág. 637.
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo III Capítulo V Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo cuarto
LA MEGALOMANIA BÉLICA
Como lo he asegurado, Alamán no padecía de la megalomanía nacional
tan funesta para los intereses públicos e individuales, pero aunque lo
hubiera querido, jamás hubiera logrado el consentimiento público que en
aquel tiempo quería decir el consentimiento de la ameritada clase militar,
dueña absoluta de nuestro territorio, de nuestra dignidad, de nuestra
riqueza, y de nuestros destinos. En punto a megalomanía la clase civil
sentía y aplaudía los accesos neuróticos de la clase militar. Buscar
aliados era imposible cuando nos creíamos la potencia militar y social
más imponente del globo, y lo que afirmo no es una manifestación
literaria.
Nuestra megalomanía era conocida en Europa y tratada como debía serlo,
ridiculizándonos. En un estudio sobre la República mexicana publicado
por uno de los periódicos de más reputación en el mundo se decía:
Uno de los padres conscriptos del Senado de México dijo recientemente:
Mientras que la vieja Europa caduca, flaquea cada día más hasta agonizar, nuestras
jóvenes Repúblicas progresan más cada día a la sombra de la libertad. (1).
Creíamos estar progresando más cada día en 1836 y lo que es más
extraordinario a la sombra de la libertad; la libertad entonces se llamaba
Don Antonio López de Santa Anna.
El general Tornel en su narración sobre la guerra de Texas escribe:
Convencido el gobierno de la justicia de la causa de la nación y no menos de su poder
para hacerla triunfar. (2). El Sr. Tornel anunciaba que el gobierno estaba
convencido del poder de la nación para hacerla triunfar, precisamente en
los momentos en que para la campaña de Texas sólo había podido
conseguirse de dos agiotistas españoles, 400,000 pesos de los cuales
fueron entregados; $200,000 en papel qUe valía tres por ciento, 60,000
pesos en plata y el resto en víveres que debieron ser entregados en el
puerto de Matamoros y que nunca fueron recibidos.
La ley de 4 de Febrero de 1834, tiene el siguiente Considerando:
El vicepresidente de los Estados Unidos Mexicanos en ejercicio del supremo poder
ejecutivo usando de la facultad que le concede la ley de 6 de Abril de 1830 y penetrado
de la necesidad de socorrer a la multitud de personas cuya suerte ha sido y es
desgraciada por errores políticos, por la paralización de los giros, por la destrucción de
las fortunas y por todos los males que trae consigo el estado de revolución permanente,
cual es el que ha tenido la República de muchos años a esta parte, se halla resuelto a
abrir sus arcas para reparar en cuanto esté de su parte un estado tan lastimoso.
Cuando así hablaba el Sr. Vicepresidente diciendo que estaba resuelta la
nación a abrir sus arcas para aliviar infortunios, se pagaban a la
guarnición a lo más diez días en el mes y se dieron casos de que los
centinelas del Palacio de México cayeran desmayados por el hambre (3).
Después del desastre de San Jacinto, de la traición de Santa Anna y de la
conducta equívoca de los demás jefes del ejército mexicano de Texas, y
cuando no era posible continuar la campaña porque no se podía dar ni
maíz solo a los soldados; el Presidente de la República Don José Justo
Corro, decía en su Proclama a la Nación de 19 de Mayo de 1836:
Acerba es la pena del Gobierno (por el desastre de San Jacinto) pero su confianza es
mayor como que está fundada en el honor de esta nación heroica y en sus recursos
inmensos que el Gobierno sabrá emplear.
Son más estrepitosas aún las manifestaciones de la megalomanía bélica
que sombríamente caracterizan tan triste época.
El general Santa Anna decía después del combate de Zacatecas:
Se habla mucho de la batalla de Iena, pero en verdad no puede compararse a la de
Zacatecas (4).
La batalla de Zacatecas que, según la Revue des Deux Mondes, calificaba
el General Santa Anna más notable que la de Iena, fue dada por el general
Santa Anna al frente de 3,400 hombres (parte oficial) contra 4,000 cívicos
del Estado de Zacatecas mal mandados, mal armados, sin disciplina y sin
voluntad de combatir y Cuyo comportamiento fue el de una chusma
cobarde. El Sr. Zamacois en pocas línes da una idea de la batalla de
Zacatecas superior a la de Iena:
El combate empezó inmediatamente cargando con impetu las tropas del Gobierno sobre
las columnas de cívicos que estaban muy lejos de tener la instrucción militar que
aquéllas. La lucha fue en consecuencia corta; las tropas cívicas faltas de disciplina y de
oficiales entendidos se desordenaron en breve y abandonando sus pertrechos se
retiraron al convento de Guadalupe atropelladamente, donde se vieron obligadas a
rendirse después de una insignificante resistencia ... (5).
Santa Anna ocupó la ciudad (de Zacatecas) sin haber sufrido casi ninguna pérdida de
gente.
Santa Anna como buen condotiero quiso asombrar con su victoria a las
galerías y para que corrieran ríos de sangre que no habían corrido en el
combate, ordenó una espantosa carnicería en los fugitivos y una bárbara
hecatombe en los prisioneros; abonando estos asesinatos a la gloria de
una escaramuza que ninguna había tenido. Por este infeliz hecho de
armas, desde el punto de vista militar y por la mucha sangre vertida en
holocausto de la falsa reputación del dictador; el Congreso dió un decreto
declarando, al general Santa Anna benemérito de la patria en grado
heroíco.
Desde entonces el general Santa Anna aceptó con la seriedad con que
todos los hombres duermen, el apodo de Napoleón de América, otorgado
por la prensa que lo adulaba, mas aparte de la adulación había en la clase
militar y en la sociedad el sentimiento profundo de nuestra verdadera
superioridad militar en el universo.
Hablando de los síntomas de la aguda enfermedad mental que padecía la
nación, la Revue des Deux Mondes, escribía:
Después de la batalla de Zacatecas un general decía a un extranjero de calidad: Ve usted
todo lo que somos capaces de hacer y que no tememos a ninguna nación del mundo.
Vamos ahora a dar una buena lección a nuestros insolentes vecinos (los
norteamericanos) y en seguida a la orgullosa Inglaterra.
Pero, repuso la persona a quien se dirigían estas palabras: ¿Pensáis hacer algo contra
Francia y Rusia?
- Tal Vez un poco más tarde aunque hasta ahora no nos han dado motivos de queja (6).
La misma publicación y en la misma página citada agrega copiando líneas
de los periódicos de México; que los mexicanos daban al general Santa
Anna los motes de nuestro Napoleón, el Marte mexicano, el invicto héroe,
el inmortal Santa Anna.
Las apreciaciones de la Reveu des Deux Mondes no eran falsas pues
nada menos que el Presidente de la República Don José Justo Corro en
su ya citada Proclama a la Nación de 19 de Mayo de 1836, dice:
Uno de los azares tan frecuentes en la guerra han puesto en poder de los enemigos de la
independencia al heroico vencedor de Tampico, al presidente de la República, a nuestro
general en jefe, al ídolo de nuestros corazones, al inmortal Santa Anna.
La Lima de Vulcano, periódico serio que veía la luz en 1835, escribía:
... Se ostentan los atletas que pretenden derribar al Alcides de nuestros días (7).
El Ayuntamiento de México llamaba a Santa Anna el Nuevo Mesías (8).
El Ayuntamiento de Puebla al felicitarlo le decía:
Si al hijo predilecto de los dioses, en cuyas manos fuera un juguete el círculo de la
Fortuna no le fuera dado fijar una suerte a la madre patria ... (9).
El Sr. Suárez Navarro nos dice; refiriéndose a los efectos de la
capitulación del brigadier Barradas en 1829:
El placer y la gratitud preocupaba los ánimos, los nombres de Guerrero y de Santa Anna
se pronunciaban sin cesar y con entusiasmo; gobernando uno y mandando el ejército el
otro se creía que la República Mexicana no tenía más que hacer para contrarrestar el
poder combinado de la Europa entera (10).
En todos los libros extranjeros en que se refiere a la guerra de Texas se
encuentra la presentación que de sí mismo hizo el general Santa Anna a
Houston, cuando fue llevado prisionero después de la batalla de San
Jacinto:
You can be afford to be generous you are born to no common destiny you hare
conquered the Napoleon of the West (11).
Todavía en 1846 la megalomanía bélica mexicana se mantenía al estado
agudo, pues el historiador Roa Bárcena nos dice:
En la opinión general no cabía duda respecto de nuestro cabal triunfo en el caso de una
invasión norteamericana; y en varios discursos cívicos en los aniversarios de
Septiembre oímos desarrollar con patrióticas y acaloradísimas variaciones, el lisonjero
tema de que el pabellón mexicano llegaría de allí a poco a ondear sobre el antiguo
palacio de Jorge Wáshington (12).
En la circular expedida por la Secretaría de Guerra, en Noviembre de 1835,
excitando a las tropas mexicanas para la campaña de Texas, el Gobierno
decía:
Los valientes tantas veces vencedores de enemigos exteriores e interiores ...
¿A qué enemigos exteriores habían vencido tantas veces los valientes o
sea nuestro ejército? ¿A Barradas? Ya he probado que Barradas fue
vencido, pero jamás derrotado y que, por el contrario, en cuanto
encuentro tuvo con nuestras fuerzas las derrotó o rechazó, ¿Se refería la
circular a la guerra de independencia? Esta lucha fue más bien de
mexicanos insurgentes, contra mexicanos realistas apoyando a un
pequeño número de españoles; por cada español había en el ejército
reahsta tres mexicanos. Además no es admisible llamar a los españoles
de la época colonial nuestros enemigos exteriores. Y aun cuando asi
pudiéramos hacerlo, más derrotas sufrió el ejército insurgente del realista
que éste del insurgente. ¿Á qué enemigos exteriores había vencido
nuestro ejército como lo aseguraba la circular del Ministerio de la Guerra?
A ninguno. Respecto de la gloria de haber vencido nuestro ejército tantas
veces a nuestros enemigos interiores hay una completa burla a la verdad.
¿Quiénes habían sido hasta entonces los enemigos interiores de nuestro
ejército? Los revolucionarios. Y como todas las revoluciones habían
triunfado, quiere decir que siempre el ejército había sido vencido por sus
enemigos o que el enemigo interior era el gobierno, puesto que a éste
siempre lo vencía el ejército cuyo oficio era pronunciarse.
Ante un estado público mental tan desastroso como el existente en 1830
no era posible que un hombre de Estado de cerebro sano y muy bien
equilibrado como el de Alamán, pudiese hacer aceptar otras soluciones
que no fuesen las bélicas; aun cuando su juicio sobre nuestro Napoleón I
(Santa Anna) fuese el siguiente:
Conjunto de buenas y malas cualidades, talento natural muy claro, sin cultivo moral ni
literario, espíritu emprendedor sin designio ni objeto determinado: energía y disposición
para gobernar, oscurecidas por graves defectos, acertado en los planes generales de
una revolución o de una campaña era infelicísimo en la dirección de una batalla (13).
Si el único medio de evitar gran parte de la pérdida de territorio que
indefectiblemente debíamos perder, era emprender la guerra cuando los
Estados Unidos eran menos fuertes y México menos débil; Alamán debió
haber ido a la guerra en 1830, y para ello debió haber enviado ocho o diez
mil hombres a Texas con el objeto de apoyar a los funcionarios federales
encargados de llevar a efecto las siguientes disposiciones:
1.- Para hacer cumplir en el territorio de Texas, la ley del 15 de Septiembre
de 1829 que abolía la esclavitud en todo el territorio.
2.- Para declarar libres a todos los esclavos fugitivos de Estados Unidos
que se refugiasen en territorio mexicano.
3.- Para expulsar a los agentes revolucionarios, enviados a Texas por el
presidente de los Estados Unidos, general Jackson y que eran muy
conocidos por haberlos designado la prensa sudista de los Estados
Unidos.
4.- Para recobrar las tierras texanas de los que las hubiesen ocupado sin
título legal, excepto en el caso de que las hubiesen cultivado.
5.- Para declarar caducas las concesiones de colonización que no
hubieran sido cumplidas.
6.- Para hacer efectivas todas las leyes violadas por los colonos.
7.- Para la represión enérgica, legal y en términos de civilización de todo
movimento sedicioso con motivo de la aplicación de las disposiciones
que acabo de enumerar.
Si los colonos no se insurreccionaban, al aplicárseles las leyes
mexicanas como lo exigía la dignidad y bienestar de la nación, sobre todo
la relativa a la esclavitud, Texas quedaba convertido en territorio libre con
grandes probabilidades de ser poblado rápidamente por hombres libres
incapaces de aceptar en ninguna época la transformación esclavista y los
Estados sudistas norteamericanos hubieran tenido entonces que tocar
los últimos extremos para impedir que Texas adquiriese una población
decididamente contraria a sus intereses, porque en este caso ni aun
anexado Texas a los Estados Unidos podía servir para mantener el
equilibrio político entre el Sur y el Norte. Al contrario, si Texas se poblaba
de hombres libres, los sudistas tenían que ser los primeros enemigos de
la anexión para evitar el aumento de poder del Norte.
Al hacer México a Texas territorio libre y al decretar y proceder
reconociendo la libertad de los esclavos fugitivos de los Estados Unidos
por el sólo hecho de pisar territorio mexicano, los colonos probablemente
no se hubieran insurreccionado, pero era seguro que el Presidente
Jackson, al frente de su esclavocracia, tenía que llegar a su último
recurso porque más tarde en vez de ser un bien era un grave mal para los
intereses esclavistas anexarse a Texas.
Desgraciadamente aun cuando en 1830 había 48,000 hombres sobre las
armas en México entre ejército permanente y milicias de los Estados, no
era posible que fueran a Texas ocho o diez mil hombres para cumplir con
su deber.
Nuestro ejército era pretoriano, la nación estaba perdida sin remedio pues
no tenía soldados para defenderla y sí para tiranizarla, como lo afirmaba
el Dr. Mora en sus revistas políticas.
NOTAS
(1) Revue des Deux Mondes, Julio de 1836, pág. 99.
(2) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 226.
(3) Felipe Estrada, opúsculo, Necesidad de que Dios salve a la patria, pág. 12, 1836.
Biblioteca Nacional. Segunda serie de documentos para la historia de México. tomo IV.
(4) Revue des Deux Mondes, 10 de Julio de 1836, pág. 95.
(5) Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 52.
(6) Revue des Deux Mondes, 10 de Julio de 1836, pág. 95 y 99.
(7) Lima de Vulcano, Mayo 19 de 1335. Biblioteca de la Secretaría de Hacienda.
(8) México a través de los siglos, tomo IV, pág. 363.
(9) Diario del Gobierno, N° 2199 Octubre 8 de 1841. Biblioteca de la Secretaría de
Hacienda.
(10) Suárez Navarro, Historia de México, pág. 162.
(11) Edwards, Texas, pág. 242.
(12) Roa Bárcena, Recuerdos de la invasión norteamericana, pags. 32 y 33.
(13) Zamacois, Historia de México, tomo XII, págs. 81 y 82.

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de nuestra historia de Francisco
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Bulnes
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de nuestra historia de Francisco
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Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo quinto
LOS PRETORIANOS
La tragedia antigua clásica, de suntuoso e inmortal espíritu helénico,
tiene por condición esencial que la Fatalidad se encargue de establecer y
conducir el encrespamiento y ebullición de las pasiones humanas, desde
la primera escena generalmente una apoteosis, hasta la final,
comúnmente un asesinato, un cadalso, o suicidio. En nuestra trajedia de
Texas y la más doliente aún, la de toda la República en su guerra con los
Estados Unidos, el siniestro papel de la Fatalidad lo desempeñó nuestra
clase militar.
Un ejército no debe pretender ser generador del poder, porque tal función
es contraria a su naturaleza. Un ejército verdadero es el tipo perfecto de
una jerarquía estricta. Una jerarquía sólo es posible por una disciplina
absoluta. En la monarquía pura, el rey es el jefe de esa jerarquía llamada
ejército y desde el príncipe heredero hasta el último soldado, todos deben
igual obediencia a su ley y a su jefe. El rey no divide su poder, ni lo recibe
del ejército, no lo envilece temiéndole. Para Felipe II lo mismo era el
duque de Alba al frente de las legiones flamencas, en cuanto a su
soberanía como el remendón de sus chinelas. Para Luis XIV lo mismo era
Turenne, Vauban o Villars que sus queridas o sus lacayos, a todos les
daba un puntapié cuando le convenía. Para Federico I su hijo era un
soldado a quien su padre debía atravesar con la espada en caso de
insubordinación como estuvo a punto de hacerlo por una desobediencia.
Federico II, el autor del Código Militar aceptado por todas las naciones,
afirma en él, que el soldado debe tener la gloria de ser el súbdito absoluto
porque absoluta debe de ser para él la disciplina.
En el sistema oligárquico como el de la República de Venecia, el ejército
era tan súbdito de la República como en la monarquía absoluta. En las
Repúblicas democráticas como Suiza o los Estados Unidos el poder
emana del pueblo y el ejército es un súbdito absoluto del pueblo, nunca
su protector. Todos en esas dos naciones pueden censurar y mandar
menos él. Ya hemos visto al presidente Polk tratar al victorioso general
Scott con el mismo rigor e impertinencia usual en un soberano absoluto
europeo como jefe del ejército.
Sólo en los países donde no hay monarquía, ni oligarquía, ni democracia,
el ejército pretende ser el árbitro de los destinos nacionales y el origen
del poder público. Pero entonces para que el poder salga del ejército es
preciso que brote de la deslealtad del ejército y un ejército cuya función
es la deslealtad, no tiene disciplina y deja de ser ejército. Nunca pues, el
poder puede salir de un ejército verdadero, sino de una tUrba o
soldadesca corrompida por el soborno y deshonrada por la defección.
Cuando un país tiene la desgracia de que el origen del poder se encuentre
en una turba armada, corrompida y sin honor, está perdido y destinado a
ser presa de los conquistadores más débiles. Tal es su natural destino.
Cuando el origen del poder reside en la soldadesca se le da a ésta por
recuerdo histórico del nombre de pretoriana.
Bajo el sistema pretoriano no sólo el origen del poder sino también la
posición del soberano o su muerte se encuentra a disposición del
ejército. El ejército pretoriano es aquel que asesina en la noche al caudillo
o héroe que aclamó en la mañana; el que derrumba hoy las instituciones
que juró defender ayer; el que sin cesar turba la paz pública y devora la
riqueza, la moral, el honor y el patriotismo de la nación, porque la
acostumbra a tener por amo todos los vicios y todas las indignidades.
Disponiendo los ejércitos pretorianos del poder público por dos hechos;
su corrupción y la impotencia nacional, no lo conceden a los caudillos
por sufragio en urna electoral sino por venta al mejor postor. El
pretorianismo es la subasta pública de la púrpura imperial, que tiene
siempre por principio una orgía de sangre y de pillaje y por final la roca
Tarpeya o la puñalada en las espaldas. La civilización ha modificado el
programa romano en la mayor parte de las naciones pretOrianas,
cambiando el asesinato por el ostracismo o el desprecio.
¿Cómo tiene lugar el remate del poder público por la soldesca en el
sistema pretonano?
La soldadesca pide por precio del poder, que el caudillo postor sacie
todos los apetitos rapaces y brutales de la turba militar colocándola
desde luego fuera de la justicia, de la discipIina, de la probidad, del
patriotismo. Como se ve, este precio de la púrpura es muy elevado, por
ser indefinido, y aunque el caudillo postor ofrece pagar con el erario
público, con la dignidad nacional, con la riqueza social y con todos los
derechos, virtudes y energías de la población, no puede haber nación por
rica que sea que aguante contra su riqueza y virtudes exacciones
ilimitadas. Pero las naciones grandes y ricas pronto aprenden a
defenderse contra el pretorianismo de modo que este azote sólo es
crónico en las naciones pobres de dinero, de moralidad, de ilustración y
dignidad.
El golpe de martillo que abre el remate del poder en el sistema pretoriano,
es el cuartelazo. En las naciones latinoamericanas; los soldados rasos no
se parecen a los soldados romanos de la época de los césares que pedían
arma en mano y con amenazas tremendas su parte del precio del poder;
lo que piden los soldados y han pedido siempre en las naciones
pretorianas de la América latina que se les deje libres y pobres, pues
prefieren todos los males de su triste condición antes que ser soldados.
En atención de este hecho, hay que decir, que es impropio llamar
soldadesca a las turbas pretorianas de la América latina. En los oficiales
está el punto de partida del remate, la corrupción y la insubordinación; en
consecuencia debe llamarse pretorianismo de oficialesca en vez de
soldadesca.
En 1830, nuestro ejército era un valioso ejemplar de pretorianismo con
base oficialesca, diferente del clásico porque, como he dicho, la base del
romano era la soldadesca.
El procedimiento de remate en la época a que me refiero y en México, por
la turba oficialesca era el siguiente: las oficinas rematadoras eran todos
los cuarteles de la nación y las horas de trabajo todas las del día y de la
noche. El rematante ambicioso hacía su primera postura ofreciendo a
algunos jefes, generalatos, coronelatos, pagos de alcances, batallones
sin contabilidad, sobreseimiento de causas criminales, contratos de
vestuario, armas, equipo, libranzas, y si era posible un poco de dinero
efectivo. En fin se ofrecían; impunidad, riquezas y ascensos;
cumpliéndose la fórmula de los pretorianos romanos: fórmula que ha
sonado como la estrofa de desolación y deshonor de la América latina:
Imperatóre, populum spolia ut nos divites facias; contra interfectus eris
justitia nostra.
En el sistema pretoriano se llega al cinismo puro de forma solemne
dogmática. Verrés el fastuoso pretor de Sicilia propuso que los
procónsules durasen en el poder más de tres años fundándose en que, en
el primer año era preciso robar para los padrinos que habían obtenido el
nombramiento; el segundo año para los jueces que debían absolverlos de
la acusación de peculado y el tercer año para cubrir el porvenir de sus
hijos; ya lo veis, agregaba Verrés, para nosotros nada queda.
Una vez hecha la primera postura, ésta determina los primeros
pronunciamientos; si el caudillo presidente entraba al remate ofrecía más
ascensos, más dinero, más impunidades y más riquezas para que no se le
pronunciase el resto de los jefes que aún aparecían fieles en actitud
mercantil de vender su lealtad. Entonces se agrupaban estos fieles,
diciendo que era preciso combatir a la hidra de la revolución y cuando ya
no les era posible explotar más a su jefe presidente por haberlo agotado,
defeccionaban a favor de la hidra y declaraban traidor a la patria a su
último benefactor. Siempre triunfaba en el remate con semejante táctica
de fidelidad, el postor que representaba a la hidra revolucionaria o a la
medusa de la anarquía.
La frase técnica para rematar era: yo atenderé mejor que nadie a la
ameritada clase militar. Para cerrar las posturas y para triunfar se decía:
¡Todo para mis amigos! ¡todo para el ejército!
Estos remates no podían verificarse sin música para la concurrencia que
era la nación. La letra de las sonatas expresaba que la revolución tenía
por objeto libertar a la patria de la tiranía o de la anarquía, regenerarla,
engrandecerla, cumplirle lo ofrecido, hacerla feliz, librarla del clero o
sumergirla en la religión, obedecer su voluntad, ayer monárquica hoY
democrática, mañana teocrática, dos horas después oligárquica, un poco
más tarde anárquica y después cualquier cosa. La nación acabó por
taparse los oídos cuando sonaba esta tediona música compuesta por la
cuadrilla de licenciados y granujas inevitables en todo remate y que
desempeñaban el papel que el público designa con el despectivo nombre
de paleros.
Pocos días después de su triunfo, el nuevo Presidente comprendía que le
era imposible cumplir con sus innumerables y onerosos compromisos.
Todos querían ser coroneles de caballería con mando y caballos
bulímicos; o por lo menos de infantería, o comandantes generales con
gastos extraordinarios para perseguir indios bárbaros o mansos, o
gavillas imaginarias y disponer de las rentas de las aduanas marítimas y
de todas las de las oficinas recaudadoras fiscales. Todos querían llevarse
lo más pronto posible el dinero del gobierno o de los particulares, fabricar
casa y comprar haciendas, títulos nobiliarios, palacios o establecer casa
de juego, de peleas de gallos, de toros, o de hombres. Todos pretendían
que los fueros cubrieran todos sus delitos, pasados, presentes y futuros.
Todos reclamaban haber sido los primeros amigos del caudillo y tener en
consecuencia derecho a siglos de poder y de opulencia comúnmente por
no haberle servido más que para desprestigiarlo. El caudillo triunfante
comprendía pronto que no era más que el esclavo vil de una canalla en
vez de ser el jefe omnipotente de un ejército. Por su parte, la oficialesca
pretoriana viendo que no se le pagaba puntualmente el precio ilimitado
del remate de la silla presidencial, abría nuevo remate y el asunto
empeoraba porque a la numerosa clase militar existente se agregaba la
parvada famélica de civiles que se lanzaban por hambre y ambición a la
revuelta con el objeto de obtener la posición de amigos primitivos del
caudillo en los momentos de mayor peligro y vacilación, título que
equivalía a una escritura hipotecaria contra todos los bienes muebles e
inmuebles de la nación.
Voy a dar cuenta del resultado de los remates del poder público
verificados de 1821 a 1845 por la turba oficialesca o sea nuestro ejercito
pretoriano:
1823 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 9 430 790 ... Ingresos efectivos de
la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 5 409 722
1824 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 8 877 515 ... Ingresos efectivos de
la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 8452 828
1825 (Primer semestre) ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ...18 946 523 ...
Ingresos efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 10 690 604
1825 a 1826 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 10 030 902 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 11 921 127
1826 a 1827 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 10 640 215 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 15 137 729
1827 a 1828* ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 11 343 007 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 10 826 606
1828 a 1829 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 11 191 177 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 12 787 994
1829 a 1830* ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 11 182 558 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 11 656 478
1830 a 1831 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 12 899 533 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 14 521 689
1831 a 1832 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 17 656 929 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 13 033 696
1832 a 1833* ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 17 287 342 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 11 580 116
1833 a 1834* ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 11 298 315 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 12 838 721
1834 a 1835 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 15 058 292 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 9 682 290
1835 a 1836* ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 13 456 565 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 14 237 284
1836 a 1837 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 14 712 346 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 11 176 544
1837 a 1838 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 16 153 411 ... Ingresos
efectivos de la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 8 835 201
1839 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 13 575 306 ... Ingresos efectivos de
la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 11 602 794
1840 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 15 179 270 ... Ingresos efectivos de
la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios 14 084 324
1841* ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 17 116 878 ... Ingresos efectivos de
la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 13 452 119
1842 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 17 502 816 ... Ingresos efectivos de
la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 15 548 540
1843 ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 19 713 416 ... Ingresos efectivos de
la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 18 237 021
1844* ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 20 402 101 ... Ingresos efectivos de
la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 18 940 294
1845* ... Presupuesto decretado de Guerra y Marina ... 22 851 408 ... Ingresos efectivos de
la República Mexicana, ordinarios y extraordinarios ... 16 583 879.
NOTA
El signo *, corresponde a los años de gobiernos derrocados.
Desde 1821 hasta 1845 inclusive, nuestro ejército pretoriano remató el
poder diez veces y otras tantas derrocó a los caudillos postores en que
fincó el remate. Diez gobiernos derrocados en veinticinco años, fuera de
los pronunciamientos sofocados, representan un estado de anarquía.
Luego el sistema de poner a remate el poder público no produce gobierno
sino anarquía, luego el ejército comete el crimen de lesa nación cuando
asegura que en su deslealtad profesional reside el ongen del poder
público.
Por el cuadro que acabo de exponer se ve que los caudillos postores
triunfantes desde 1822 hasta 1850 remataron el poder ofreciendo por él a
la turba oficialesca casi todas las rentas nacionales y que desde el año
fiscal de 1831 a 1832 y con excepción de los años de 1835 y 1836 fue
preciso comprar la silla presidencial, ofreciendo constantemente una
suma muy superior a la total de las rentas de la nación.
En la bandera del pretorianismo está siempre escrita su doctrina: Todo
para la clase militar. No se puede dudar que esta doctrina fue sostenida
desde 1821 hasta 1845 y aun después y que no alcanzando las rentas
nacionales para cubrir las atenciones del ejército la nación adquirió una
importante deuda exterior y una más importante deuda interior que
todavía estamos pagando y que ascendía a 144 millones de pesos en
1845, sin contar con los 44 millones reconocidos como deuda anterior a la
independencia.
En los 23 años corridos de 1823 a 1845 importaron las rentas nacionales ... 291 236 796
Decretaron para el ejército los caudillos postores para rematarle la silla presidencial en
dichos años ... 326 506 715
Rebajando la deuda pública anterior a la independencia y lo que importó lo gastado en
otras atenciones públicas, contrajo la nación para los remates del poder y para el
ejército por deuda exterior e interior hasta 1845 ... 106 000 000
Destinado por la nación sólo para remates del poder público en 23 años quedando sin
caminos, sin puertos, sin ferrocarriles, sin paz, sin honor y sin el territorio de Texas,
Nuevo México y California ... 486 000 000.
Hay que agregar lo que la Nación ha dado a las fuerzas pronunciadas que
formaban parte del ejército y que se echaban sobre las rentas públicas y
los propiedades particulares, y esta suma tan difícil de calcular no puede
bajar en veintitrés años de sesenta millones de pesos. A esta cantidad
hay que agregar todavía los millones que la Nación ha pagado a los
gobiernos extranjeros por ultrajes y todo género de atentados cometidos
por militares déspotas y brutales, contra extranjeros residentes en el país.
Conforme a la promesa del pretorianismo: Todo para la clase militar,
¿esta debe haber sido por el consumo de tantos centenares de millones
desde 1821 hasta 1846, una clase opulenta, muy bien pagada, llena de
comodidades, muy prestigiada en la sociedad y con una suerte
frenéticamente envidiada por todos los civiles? Nada de eso; la clase
militar de 1821 a 1845 ha sido lá más hambrienta, la más extenuda por las
enfermedades, los vicios y las más tremendas miserias. Los huérfanos de
los militares casi han muerto de hambre y sus familias con muy raras
excepciones representaban a las víctimas de la desolación más amarga y
han tenido para no morir en medio de la calle que implorar la caridad
púbUca o agotarse consumidas por la tuberculosis y la anemia, como
costureras de los soldados confeccionando ropa de munición cruelmente
explotadas por sórdidos contratistas de vestuario.
La suerte de la clase militar antes de 1880, era tan negra, tan
desesperada, tan humillante, tan miserable, tan desprestigiada que no
había madre de familia que no exclamase una o varias veces: Prefiero ver
muerta a mi hija antes que casada con un militar, y todos los padres de
familia llegaron á decir: Preferimos contemplar a nuestros hijos limpiando
atarjeas antes que verlos militares.
De modo que en teoría el pretorianismo promete todas las riquezas de
una nación maltratada, pisoteada y aniquilada como botín para hacer
opulenta a la clase militar y en la práctica hemos visto que lo que el
pretorianismo ha proporcionado al ejército, ha sido inconmensurable
miseria, infinito deshonor, completo desamparo para sus familias,
naufragio perpetuo de sus aspiraciones, ardiente aversión nacional y
desprecio del mundo civilizado. El ejército mexicano está bien pagado,
bien tratado, bien equipado y en vía de elevarse al rango de verdadero
ejército, órgano noble de la patria, desde que ha cesado el pretorianismo,
desde que no ha desempeñado la inmoral e imbécil tarea de poner a
remate la silla presidencial.
¿Entonces si la clase militar no había recibido los centenares de millones
de pesos que ha costado a la Nación, adonde han ido éstos a parar?
Ya dije lo que se había destinado en los presupuestos al ejército, voy
ahora a decir lo que en realidad recibió de 1823 a 1845 apoyándome
siempre en datos oficiales tomados de las Memorias de HacIenda y muy
especialmente de la notabilísima de 1869 a 70, formada por el distinguido
Ministro de Hacienda, el Señor Matías Romero.
Para que los militares contemporáneos puedan hacer reflexiones sobre el
militarismo, presento el siguiente cuadro.
1823 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... No hay datos ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... No hay datos
1824 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... No hay datos ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... No hay datos
1825 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 7 277 534 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... Nada
1825 a 1826 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 13 134 810 ... Pagado a
los agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... Nada
1826 a 1827 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 10 155 878 ... Pagado a
los agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... Nada
1827 a 1828 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 8 822 569 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... Nada
1828 a 1829 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 7496 297 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 3 719 232
1829 a 1830 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 7 692 632 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 3 461 165
1830 a 1831 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 8 340 659 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 4 329 206
1831 a 1832 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 10 576 256 ... Pagado a
los agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 3 350 025
1832 a 1833 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 12 386 602 ... Pagado a
los agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 3 507 575
1833 a 1834 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 10 180 620 ... Pagado a
los agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 6 160 375
1834 a 1835 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 7 102 202 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 3 026 192
1835 a 1836 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 7 686 926 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 5 294 253
1836 a 1837 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 6 618 142 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 7 463 590
1837 a 1838 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 8 790 662 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 5 294 236
1839 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 7 088 140 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 10 342 815
1840 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 5 998 908 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 12 484 048
1841 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 6 628 537 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 11 698 755
1842 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 6 777 052 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 15 471 300
1843 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 6 367 329 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 18 324 502
1844 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 6 671 663 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 17 606 755
1845 ... Pagado al ejército a cuenta de su presupuesto ... 5 086 344 ... Pagado a los
agiotistas en efectivo a cuenta de sus créditos ... 16 492 302
Si la gran masa de la clase militar ha sido la más desgraciada de la
Nación, ¿qué suerte han tenido los aclamados, los distinguidos, los
ídolos del ejército? Los generales Iturbide, Guerrero, Victoria, Bravo,
Negrete, Echavarri, Moreno y Andrade fueron declarados por el ejército
héroes de nuestra Independencia a quienes los mexicanos debían eterna
gratitud, respeto y admiración. ¿Y qué hizo el ejército con esos sus
ídolos? Asesinar infamemente a Iturbide y a Guerrero rebelarse contra
Victoria y humillarlo, desterrar a Bravo y hacer morir en la pobreza o en la
miseria en suelo extranjero a Morán, a Andrade, a Negrete y a Echavarri
después de haberlos declarado traidores a la patria, indignos, soeces y
canallas. Y si Hidalgo, Morelos, Matamoros y Mina, hubieran vivido
después de la independencia, la turba ofidalesca pretoriana llamada
ejército, los habría asesinado o desterrado, después de haberlos
deshonrado, insultado, escupido y pisoteado.
Separando a los presidente interinos, el ejército aclamó jefes de la Nación
y colocó en el Capitolio, a Iturbide, Victoria, Gómez Pedraza, Guerrero,
Bustamante, Santa Anna, Herrera y Arista. Ya he dicho que asesinó a
Iturbide y a Guerrero y humilló a Victoria previa rebelión; desterró a
Pedraza; dos veces a Bustamante, tres a Santa Anna, una a Herrera y otra
a Arista. Á todos sus prohombres el ejército en sus actas de
pronunciamiento los ha declarado tiranos, malvados, traidores a la
Constitución o a la Patria, venales, malos mexicanos dignos de oprobio,
de castigo, de maldición y del cadalso. ¿A quién respetó esa turba
desgreñada, famélica, viciosa y antipatriota? Sólo a su hambre, a sus
vicios, a sus ambiciones de pereza, rapiña y desorden. Si no fuera por la
Historia, los militares que hemos tenido nobles y patriotas se hubieran
quedado dentro de la tumba que les construyó el ejército; ¡la infamia!
El sistema pretoriano es infalible en sus procedimientos e inexorable en
su lúgubre putrefacción. ¿Qué ha hecho el pretorianismo con los héroes
de la independencia de la América del Sur? Bolívar recibió incienso como
un pontífice, flores como una Virgen, himnos como un héroe y fue
aclamado por su ejército como un dios fenicio o persa y al fin tuvo que
saltar por una ventana para evitar los puñales de la turba oficialesca que
quiso asesinarlo. El divino Sucre fue asesinado. Morazán el fundador de
la nacionalidad centroamericana, asesinado también; O'Higgins y San
Martín tuvieron que repatriarse y morir en el silencio pavoroso de los
dioses sin culto y de los ídolos arrojados a la basura. Páez y Soublette
fueron desterrados y después de ellos continuó la marcha macabra
pretoriana con los presidentes, sobresaliendo Bolivia donde la turba
oficialesca ha asesinado a once de sus ídolos en menos de cincuenta
años.
En la Roma imperial tuvo lugar la apoteosis del pretorianismo. Los
generales que obtuvieron la púrpura por el sufragio orgiaco de la
soldadesca, fueron veinticuatro. De ellos los soldados asesinaron a
diecisiete. Othon tuvo que suicidarse para evitar ser asesinado por Vitelio
caudillo del cuartelazo iriunfante. Decio hubiera sido asesinado por sus
soldados si derrotado no cae en un pantano donde muere. Valeriano
hubiera también caído bajo el puñal o la espada del prefecto del pretorio
que era el Ministro de la guerra imperial, si no hubiera tenido la fortuna de
morir prisionero de guerra. A Claudio II lo mató a tiempo la peste. Sólo
Vespasiano, Tito y Septimio Severo mueren de enfermedad debido en
gran parte a que se empeñaron en disciplinar al ejército y a no permitirle
que se mezclara en cuestiones políticas. No cabe pues duda que el
sistema pretoriano es una perla engastada en la punta de un puñal para
los militares distinguidos a quien según la Historia no ha favorecido.
Un ejército pretoriano no puede ser base de nada serio. Las tropas que el
Vice-Presidente Don Anastasio Bustamante envió a Texas, para que
apoyasen las disposiciones que el gobierno creía conducentes para
salvar aquel territorio; se le pronunciaron el año de 1832, a favor del Plan
de Veracruz. En 1833, la administración liberal triunfante nombró
Comandante General de los Estados internos de Oriente al general Don
Vicente Filisola con encargo especial de vigilar y repnmlr a los colonos de
Texas, pero las fuerzas puestas bajo su mando, como era natural se le
pronunciaron en el camino. Filisola nos cuenta lo que hicieron los
revolucionarios para Conseguir que se pronunciasen las tropas que bajo
sus órdenes marchaban a Texas:
Con esto, y ofrecerles a las tropas que volverían para México, consiguieron los
revolucionarios decidirlas a todo lo que quisieron y la noche del 19 se pronunciaron por
el plan de Escalada adicionándolo en los términos que les pareció más conducentes a
sus ulteriores objetos (1).
Desde entonces se convenció el General Filisola que el ejército mexicano
no defendería el territorio de Texas y que dejaría que fuese arrebatado a la
nación por un puñado de aventureros a quienes el mismo ejército con sus
vicios e indisciplina tenía que enseñar a que despreciasen las armas
mexicanas.
Y como por más que hizo (por evitar el pronunciamiento el general Filisola) no lo pudo
conseguir, desde entonces desconfió de que en lo sucesivo pudiesen ser mejor
reprimidos los colonos de Texas, ni vueltos a la obediencia de las leyes de la Federación
(2).
Si en 1836 una parte pequeña del ejército mexicano llegó a penetrar en
Texas, fue porque el general Santa Anna le había hecho creer en primer
lugar, que él era un segundo Alejandro el Grande, un Invencible, un dios
bélico del Hindostán, un Mesías, un ser divino. Siempre que un ejército
pretoriano encuentra un caudillo extraordinario que le parece invencible y
que sabe seducirlo por la corrupción, se produce entre ambos una
verdadera luna de miel más o menos larga. Aun los caudillos ordinarios
gozan de pequeña luna de miel con sus pretorianos, que dura algunos
días pasados los cuales les dan un puntapié o los matan conforme al
ritual en uso. Después de la famosa batalla de Zacatecas, Santa Anna
produjo la convicción de ser el Marte de América y los pretorianos
durante la luna de miel que le concedieron, aceptaron ir a Texas por poco
tiempo, pero en 1843 cuando Santa Anna quiso de nuevo llevarlos, lo
arrojaron del poder.
Después del desastre de San Jacinto, el ejército mexicano de operaciones
tuvo que evacuar a Texas. ¿Por qué no volvió?
Porque siendo tan urgente reparar aquella pérdida (la de San Jacinto) y volver al campo
de las guerras con elementos superiores, el estado del país era intranquilo y diferentes y
serias conmociones que sobrevinieron como era natural impedían concentrar la atención
y los recursos para oponerlos a Texas (3).
¿De manera que el país por su intranquilidad y serias conmociones se
oponía a la reconquista de Texas? El país jamás se opuso a semejante
empresa, al contrario siempre se manifestó ardiente para que se llevase a
cabo una nueva campaña. El autor de las serias conmociones y de la
intranquilidad que hicieron imposible dicha nueva campaña, fue siempre
la ameritada clase militar.
¿Por qué el ejército no marchó a Texas á reparar los reveses y las
vergüenzas de 1836? El general Tornel, Ministro de la Guerra nos lo dice:
Por la necesidad de mantener fuerzas en todos los departamentos para
enfrentar las revueltas (4).
¿Pero quiénes hacían las revueltas? Únicamente la clase militar.
En 1838 el gobierno había logrado reunir en Matamoros un cuerpo de
operaciones sobre Texas, pero los pretorianos se pronunciaron en San
Luis Potosí y la expedición fracasó.
Para atacarlos el gobierno mandó traer de Matamoros mil hombres al mando del General
Amador que llegaron después de buena hora porque no sirvieron para derrotar a Ugarte
y además se impidió con esta desmembración del ejército destinado a Texas, la
reconquista de aquel Departamento (5).
El general Tornel leyendo como Ministro de la Guerra la memoria de su
ramo, en la Cámara de Diputados los días 7 y 8 de Enero de 1839 decía:
Es indispensable para atender a dos guerras (contra Texas y contra Francia) preparar y
combinar elementos de defensa cuando escasean recursos y cuando hay que atender al
mismo tiempo a las disensiones interiores.
Se ve pues que para un ejército pretoriano no importa que el país tenga
que sostener al mismo tiempo hasta dos guerras extranjeras; no por tan
pequeño motivo han de cesar las disensiones interiores o sean los
pronunciamientos. Cien guerras extranjeras puede haber en una nación
asolada por pretorianos, sin que se suspenda la tarea de la clase militar
de mantener siempre a la orden del día y en los cuarteles, el remate de la
silla presidencial, al mejor postor, pagadera con los dineros del
presupuesto y la impunidad para todos los crímenes que se encuentren
dentro del amplio fuero militar.
El señor Tornel, terminaba la lectura de su memoria con un arranque
megalómano: Hay que sostener, decía, las glorias del pueblo contra un
invasor extranjero (6). Hubiera sido mejor decir: Hay que sostener la
integridad de nuestro territorio; porque en 1839, ¿cuáles eran las glorias
del pueblo? ¿Haber hecho su independencia? Hay que convenir en que
durante la guerra de independencia más de la mitad del pueblo combatió
contra ella, pues siempre fue más numeroso el ejército mexicano realista
que el insurgente: la verdadera gloria de la independencia corresponde a
nuestros grandes héroes que pelearon contra España y contra la mayoría
del pueblo. Es ya tiempo de dar a cada uno lo que es suyo. Por otra parte,
nuestra independencia se consumó debido al cuartelazo de Don Agustín
Iturbide secundado por la mayoría de los jefes realistas siendo los más
importantes de ellos españoles.
¿Cuáles habían sido las glorias populares después de la independencia?
¿Proclamar a Santa Anna el Mesías cuando en 1834 se convirtió en
paladín de todos los rencores y privilegios del clero? ¿Haber adquirido en
muy pocos años la reputación de ser un pueblo anárquico, vicioso, flojo e
ingobernable? ¿No tener crédito financiero, moral, ni intelectual?
¿Manifestarse en la actitud de un agonizante para quien están abiertas las
puertas del infierno de la conquista extranjera o de la disolución social?
El Señor Suárez Navarro pintando nuestro estado social en 1833 dice:
En todas épocas y en todos países las facciones políticas han sido inconsecuentes en
los medios que emplean para el logro de sus fines; mas en la República Mexicana los
partidos han sido tan miserables y mezquinos en sus proyectos e intrigas, que no
encontramos en su historia, nada grande, nada admirable en la serie de los disturbios
que ellos han promovido en tantos años como la nación cuenta de existencia.
Notaremos la sorprendente facilidad con que se han estrellado los muy pocos
personajes que han querido infundir un soplo de vida a este país infortunado; el
egoísmo, la ignorancia, la depravación de costumbres, la ambición personal y más que
todo, la extraordinaria degradación moral del pueblo han sido y serán los obstáculos de
su regeneración social (7).
¿cuáles eran pues esas glorias del pueblo que había que defender? ¿Las
batallas del Gallinero y de Zacatecas? ¿El saqueo del Parian? ¿Los
tumultos judaicos contra los extranjeros.
El general Santa Anna impulsado por una sed de venganza personal
descrita como un vuelo de patriotismo tomó desde 1841 empeño en abrir
la campaña de Texas y llegó a reunir fuertes elementos.
Como el designio del General Santa Anna fue invariablemente emprender la reconquista
de Texas con una división de quince mil hombres y era además necesario cubrir los
departamentos con una fuerza igual, fue preciso aumentar el ejército que existía en 1841
y casi se llegó a duplicar como aparece en los documentos insertos en la Memoria
expresados, pero la revolución que estalló echó a rodar la obra del patriotismo (8).
¿Y quién hizo la revolución de 1844? El ejército.
Alamán en 1830, no podía conocer los sucesos posteriores que
deshonraron al ejército, pero sí conocía los anteriores que lo habían
deshonrado ya. Alamán debía saber que el ejército era netamente
pretoriano y los ejércitos pretorianos no tienen nacionalidad; su patria, en
su rapacidad, su deshonor, su indisciplina y su cobardía. La educación
anticientífica de Alamán lo perdió: quería reproducir fotográficamente en
1830, el gobierno colonial esencialmente civil, y consiguió entregar la
República al militarismo y clericalismo.
Para resolver la cuestión de Texas lo menos mal posible y tal vez bien, era
indispensable encontrar una solución en que para nada interviniese la
clase militar.

NOTAS
(1) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 385.
(2) Filisola, obra citada, pág. 388.
(3) La Verdad desnuda sobre la Guerra de Texas, pág. 28, Biblioteca Nacional.
(4) Documento citado, pág. 29.
(5) La Verdad desnuda sobre la Guerra de Texas, pág. 30.
(6) Obra citada, pág. 34.
(7) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 303.
(8) La Verdad desnuda sobre la Guerra de Texas, pág. 33.

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo IV Capítulo VI Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo V Capítulo VII Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo sexto
LOS GRAVES ERRORES DE
ALAMÁN
Alamán, conforme al documento público tantas veces citado manifiesta la
convicción de que si los colonos se insurreccionaban, el territorio de
Texas sería perdido. Su iniciativa de ley de colonización tiene por objeto,
según él mismo dice, salvar a Texas. Pero reconociendo que los Estados
Unidos, no el partido sudista únicamente, ambicionan la posesión de
Texas, cree conjurado todo peligro prohibiendo la inmigración de
ciudadanos norteamericanos en Texas. Alamán no había estudiado ni
entendido la política de los Estados Unidos, ni la del mundo en general,
cuando cree que por medio de un acto agresivo, como es prohibir la
entrada a nuestro territorio a los norteamericanos, mataba en ellos la
voluntad codiciosa de posesionarse de Texas. Alamán no vió que los
colonos no eran más que un incidente favorable para la política sudista,
pero cuya influencia podía desecharse sin alterar la marcha del conjunto
de las necesidades de la sociedad esclavista de los Estados Unidos.
En el problema texano la cuestión de la esclavitud era decisiva. Si se
conseguía instalar en Texas una población toda libre, los sudistas
norteamericanos hubieran sido los primeros en oponerse a la anexión de
Texas a la Unión como Estado libre y no estaba en su poder convertirlo
en Estado esclavista, desde el momento en que conforme a la
Constitución de los Estados Unidos, la esclavitud era de régimen interior
y en consecuencia no podía imponerla la ley federal. Texas sin población
o sin la institución de la esclavitud era la única solución conveniente para
los intereses esclavistas. Texas con población libre era inaceptable para
la anexión ante los intereses del Sur.
>Alamán no llegó a conocer que la cuestión de la esclavitud en Texas no
era salamente moral, legal, humanitaria sino patriótica. ¿Se quería salvar
a Texas? Era indispensable comenzar por hacerlo territorio de población
enteramente libre. El peligro consistía en que antes de que se llegara a la
trasformación de Texas en territorio libre, el partido sudista había de
quemar hasta su ultimo cartucho para oponerse a semejante obra. El
programa sudista era público: comprar a Texas. ¿Rehusaba México?
Apelaría a insurreccionar a los colonos. ¿Fracasaba este esfuerzo? Se
obligaría a México, por medio de ofensas, a declarar la guerra a las
Estados Unidos puesto que la mayoría del pueblo norteamericano no iría
a una guerra de conquista brutal, persa, por favorecer la esclavitud.
Las tentativas de compra de Texas, habían fracasado, el gobierno
mexicano se había mostrado resuelto a no escuchar siquiera
proposiciones de venta. Los esfuerzos patrióticos de Alamán debieron
concentrarse para impedir a todo trance la insurrección de los colonos.
Esta tarea era muy sencilla, bastaba conocer que la nueva situación
política podía lastimar intereses legítimos de los colonas e impedir en
este terreno cualquier conflicto con ellos.
De 1823 a 1830, los colonos habían estado en paz.
¿Por qué?
Porque aun cuando la República tenía un arancel prohibicionista absurdo,
que prohibía en realidad toda colonización y la civilización del país, los
colonos habían gozado por sus leyes de concesión de siete años de
exención de prohibiciones y de derechos arancelarios. En 1830, se
cumplían las siete años y Alamán debía resolver sobre prorrogar la
exención o dar un golpe de muerte a la colonización y a la paz.
Los colonos habían tenido esclavos legalmente hasta el 15 de septlembre
de 1829, fecha de la ley mexicana que abolió la esclavitud en todo nuestro
territorio. Tocaba a Alamán resolver tan grave cuestión.
Aún cuando Texas pertenecía al Estado de Coahuila, la miseria de este
Estado casi despoblado, le impedía llenar sus deberes gubernamentales
en el inmenso territorio texano y únicamente se ocupaba de exacciones y
de impedir por medidas estúpidas el desarrollo de Texas. Baste decir que
a los coahuilenses les habían entrado celos, fruto amargo de su
provincialismo berberisco, disgustándoles la rápida prosperidad de
Texas. Tocaba a Alamán salvar de las garras de un poder famélico,
ignorante, provincialista, como el del Estado de Coahuila a las colonias
norteamericanas. Los texanos se habían estado gobernando a si mismos,
amenazados por la intervención casi siempre antisocial del Estado de
Coahuila que no podía ser temible por su debilidad militar y económica.
Ésta era la tercera y última cuestión que debía resolver Alamán.
El problema de la esclavitud en Texas, era muy fácil de resolver si se
resolvían bien los otros dos; el arancelario y el del gobierno interior de las
colonias. Veamos la solución que les dio Alamán.
El problema del contrabando es y ha sido el problema de todas las
épocas y de todos los países civilizados y de la mayor parte de los que no
lo son. Su intensidad está en razón directa de los desatinos arancelarios y
en razón inversa de los medios eficaces de represión. Jamás se ha
logrado extinguir el contrabando con batallones, resguardos y contra
resguardos, cuerpos de policía fiscal, confiscación de mercancías y
aplicación de penas gráves inclusa la de muerte. Tampoco se ha logrado
debilitarlo en lo más mínimo, cuando las cuotas protectoras son muy
elevadas o cuando existen prohibiciones de importación de artículos de
gran consumo público.
En un país como la República mexicana de 1830 que contaba con millares
de leguas de costas y fronteras, con un gobierno sumergido hasta el
pescuezo en la miseria, con un ejército pretoriano, con un cuerpo de
agentes fiscales podridos, con un arancel absurdo y con una población
pequena acumulada en el interior del país y sin espíritu público, a una
altura variando entre 1,300 y 2,300 metros sobre el nivel de mar, dejando
completamente desiertas o casi desiertas las dos terceras partes de un
inmenso territorio; el contrabando tenía que ser, como lo fue, gigantesco,
invencible, destructor de las mejores rentas fiscales y de la moralidad
militar y fiscal.
Los colonos de Texas separados por dos grandes desiertos de loS
centros poblados disponiendo de centenares de leguas, de costas Y
fronteras, ayudados por extensos y espesos bosques, por ríos
navegables y por el merodeo constante de terribles hordas bárbaras que
impedían la vigilancia fiscal a menos que no fuera por batallones; tenían
que entregarse al contrabando no en su calidad de colonos y por odio a la
República Mexicana sino en su simple calidad de hombres y por amor a
sus intereses.
Creer que los colonos por gratitud a México debían abstenerse de hacer
contrabando, es una majadería indigna de la especie humana. Los
alemanes se hicieron célebres por su contrabando en el puerto de
Manzanillo y los españoles y mexicanos lo han hecho con frenesí desde
antes de la independencia, por Veracruz, Acapulco, Tampico, San Blas y
después de la independencia hasta nuestra época ferrocarrilera por todos
los puertos y fronteras de la República. Puede decirse que mexicanos y
extranjeros ligados o independientes han hecho gran contrabando
durante la vida de la República y parte de la época colonial.
Es un axioma; el comercio es contrabandista siempre que puede y puede
siempre que las cuotas arancelarias son muy elevadas y que las
prohibiciones recaen sobre artículos de gran consumo que tienen alto
precio en el mercado nacional. Al contrabando se le domina unicamente
con la aplicación rigurosa de la ciencia económica a los aranceles que
rigen el comercio exterior, no con jeremiadas de gratitud. Todos los
hombres por ley natural luchan contra el Fisco y la ley moral lo aprueba
siempre que las contribuciones no sean libremente consentidas por los
que las pagan, expresando para ello su voluntad de un modo tácito o
expreso. El principio anglosajón es moral, científico y positivo; ningún
pueblo está obligado moralmente a pagar contribuciones que lo arruinan:
todo pueblo sólo está obligado moralmente a pagar las contribuciones
que él mismo ha estudiado, consentido y votado por la libre
manifestación de su voluntad. Cuando las contribuciones emanan de la
simple voluntad arbitraria del soberano, el pueblo y los individuos en
particular tienen derecho a la defensa de sus intereses por la
insurrección, por la astucia y aun por la corrupción de sus opresores. Tal
es la ley de los hombres civilizados y su aplicación fue la causa del
levantamiento de las colonias norteamericanas contra su metrópoli
Inglaterra.
Cuando un gobierno para cobrar contribuciones sólo se apoya en la
fuerza y estupidez, tiene que esperarlo todo de la fuerza, nada de la
conciencia y voluntad de sus gobernados. La lucha entre el fisco y el
contribuyente es evidentemente inmoral, no por la resistencia del
contribuyente sino porque el impuesto puede ser un ataque destructor de
la propiedad individual. El impuesto muy elevado equivale a la
confiscación de los bienes de los gobernados y toda confiscacion es un
crimen ante la moral. Las prohibiciones arancelarias significan en general
impuestos muy elevados sobre artículos de primera necesidad y su
existencia determina una acción confiscadora.
Se me dirá ¿qué debe hacer un gobierno cuando sus gobernados no
tengan bastante civilización para discutir sus impuestos, consentirlos y
votarlos? Entonces no hay más remedio que apelar al despotismo y a la
arbitrariedad para gobernar, pero al mismo tiempo no hay que reclamar
en nombre de la moral más que en nombre de la ley a los que procuren
salvarse de los impuestos para no hundirse en la miseria. El hombre más
honorable está en aptitud de hacer contrabando en este caso y si la
autoridad descubre sus actos ilegales, bien castigado. La violacion de
leyes inmorales o morales, sabias o insensatas; origina necesariamente la
represión; pero la obligación jurídica no contiene siempre la obligación
moral de acatar la ley cuando el origen de la ley es la locura apoyada por
las armas. Se puede ser honrado y eludir el cumplimiento de una ley
inmoral y despótica; lo que no quiere decir que el poder esté obligado a
reconocer la resistencia de sus gobernados a sus leyes. El que por
necesidad o usurpación de la soberanía nacional gobierna sólo en
nombre de la fuerza, la misma fuerza le improvisa un falso derecho
convencional para compeler a los ciudadanos a la obediencia. Ante el
arancel vigente de 1830, la obligación moral de los habitantes de la
República, no existía, ni podía existlr. Esta una ley absurda, vejatoria, y
cuyo objeto era privilegiar desmesuradamente a un puñado de individuos
más bien locos que codiciosos pues no llegaron a enriquecerse. El
contrabando en 1830 era un delito no una indignidad.
Los mexicanos de 1902 nos encontramos en aptitud de contemplar
asombrados la irracionalidad de las leyes arancelarias vigentes en 1830
que debían causar gravísimos males a la República como en efecto se los
causaron y muy especialmente a los colonos de Texas.
En 1830 las leyes fiscales prohibían lo que parece imposible, que
entrasen a la República los siguientes artículos extranjeros y tal era la
ignorancia de nuestros antecesores que aun así creían que pudiera haber
colonizaclón:
En materia de comestibles.- Maíz, trigo, centeno, arroz, cebada, garbanzo,
lentejas, guisantes, chícharos, habas, habichuelas, carne salada o
ahumada, manteca de cerdo o de vaca, mantequilla, quesos de todas
clases, tocino, harinas, pan, gallinas, galletas, ajos, cebollas, sal, chile,
pimientos de todas clases, café, chocolate, frutas, anís, cominos y pastas
alimenticias de todas clases, azúcares de todas clases, piloncillo.
En materia de bebidas.- Aguardiente de todas clases.
En materias para vestirse.- Algodón en rama, tejidos o lienzos trigueños o
blancos de algodón, cualesquiera que fuesen sus dimensiones y
denominación cuya calidad no llegase a la del coco fino, tápalos de
algodón y lana, frazadas, cobertores y colchas de algodón o lana. Sargas
de lana, sayal y sayaletes de pelo burdo, bayetas y bayetones ordinarios,
pañetes y medios paños, casimires no apañados, medias de lana, jerga y
jerguetilla, hilaza de algodón, lana y estambre. Ropa hecha de algodón,
lino, lana, seda y pieles, sombreros de todas clases y formas, cachuchas
y gorras, galonería de todas clases, gamusas, gamusones y gamusillos.
En materia para calzado.- Cerdas para zapatero, clavazon de hierro de
todas clases y tamaños, cueros y pieles ordinarias, zapatos de todas
clases, vaquetas y badanas de todas clases, cortes de toda piel para
zapatos.
En materia para alumbrado doméstico.- Sebo en rama y labrado, faroles y
linternas de lata y papel, cera labrada.
En materia de artículos para construir casas y defenderlas de la
intemperie.- Brochas para pintar, candados, chapas y cerraduras de
hierro, goznes y bisagras ordinarias y de bronce.
En materia de artículos para asearse.- Jabón duro y blando,
escarmenadores, peines y peinetas de madera, cuerno y carey, almidón.
En materia para recreo lícito.- Tabaco en rama y labrado, cuerdas para
insttumentos de música, juguetes de todas clases para niños, naipes,
estampas contrarias a la religión, libros prohibidos por la autoridad
política o eclesiástica.
En materias indispensables para la agricultura.- Freno para bestias,
herrajes para bestias, sillas de montar y toda clase de talabartería,
alambre grueso de hierro y cobre, azadones, hoces, rejas y toda clase de
instrumentos de labranza que se usan en el país, costales de lienzo,
cinchas, plomo en trozos, planchas o municiones.
En materia de artículos necesarios para la vida civillzada.- Colchones,
ropa de cama, cortinas de algodón, maletas de todas clases, ropa de
mesa, baño y cocina.
Respecto de exportación la plata pasta debía pagar siete por ciento, más
los derechos de amonedación, ensayo, apartado etc. y de extracción de
los Estados, en suma catorce por ciento y la plata acuñada diez por
ciento.
Con semejante arancel, con una agricultura nacional rudimentaria, con
una industria miserable, y sin vías de comunicación era imposible; pues
hasta los esquimales hubieran encontrado la vida difícil con el alto precio
de nuestras grasas. Y nuestra pretensión y demente jactancia se elevaba
hasta atraer con la miseria y la opresión política y económica nada menos
que a hombres civilizados.
Ante el arancel de 1830, cuyas prohibiciones acabo de dar a conocer, el
contrabando era un delito pero también una suprema necesidad social
dictada por las leyes biológicas que rigen a la especie humana y a todos
los demás animales. Este arancel era peor que el sistema colonial del
gobierno espanol. El contrabando no podía ser en este caso una plaga
sino una salvación, un beneficio incalculable, no era la maldad sino el
patriotismo puesto en juego para evitar la completa ruina nacional.
Voy a prevenir una objeción muy fuerte en aparienCia que se me puede
hacer. En 1830, el sistema prohibicionista condenado actualmente era el
sistema único admirable y científico para el progreso de las naciones,
gozaba de un prestigio inmenso, indiscutible, universal, lo aconsejaban
los sabios, lo veneraban los estadistas y las masas lo veían con igual
respeto que a la religión. En parte esto es cierto, y en tal caso Don Lucas
Alamán no habiendo podido en 1830 leer a Bastiat, Leroy Beaulieu, Stuart
Mill, Sommer-Maine, a los economistas que florecieron después de 1840,
parece no ser responsable de sostener y aplicar una legislación estimada
como el sol de la economía política.
Desde luego diré que aun cuando no se conociesen las propiedades
tóxicas del arsénico no por eso esta substancia dejaría de matar a las
personas que se la comiesen, No porque en 1830 no se conocía lo
abominable del sistema prohibicionista dejaba éste de causar sus
perniciosos efectos en la nación y especialmente en los colonos de Texas
al grado de ponerlo en la condición de suicidarse o hacer contrabando.
Hablaré antes de la responsabilidad de Don Lucas Alamán en este asunto
decisivo para la ruina de la población texana.
Alamán nada pudo aprender de la España y Portugal de 1830 contra el
sistema prohibicionista porque ambas naciones permanecían de cabeza
hundidas en un extenso muladar de supersticiones contra todos los
ramos del saber humano.
El mismo Alamán, en el tomo I de su Historia de México, nos cuenta que
cuando los diputados de Nueva España pidieron a las Cortes la libertad
de comercio, les fue negada entre otras razones porque era contraria al
mantenimiento de la religión católica.
De Francia tampoco se podía aprender nada de provecho en la materia
porque hasta después de 1830 comenzaron a escucharse en el cuerpo
legislativo francés voces elocuentes y enérgicas contra el sistema
prohibicionista apoyadas por magistrales discursos pronunciados por los
ministros de Luis FeIpe y acogidos con silbidos por las masas
nacionales.
Rusia se había arrojado en brazos del prohibicionismo exagerado,
Bélgica, Austria e Italia habían imitado a Francia. En los principados
alemanes laicos y eclesiásticos dominaba el elemento prohibicionista
pero las ciudades libres estaban todas del lado de las libertades
comerciales.
Prusia había decretado bajas tarifas y abolido la mayor parte de las
prohibiciones fundándose en que eran irracionales y funestas. En
Inglaterra el célebre Adam Smith había escrito desde 1776 su obra clásica
La Riqueza de las Naciones donde se encuentran páginas admirables de
verdad contra las prohibiciones y a favor de la libertad de comercio.
Desde 1820 Inglaterra daba el espectáéulo de la inolvidable lucha entre
los dos sistemas y puede decirse que diariamente en el Parlamento se
pronunciaban excelentes discursos antiprohibicionistas suficientes para
ilustrar la gran cuestión fiscal. En su lucha de reformas económicas,
Inglaterra presenta tres periodos: De 1822 a 1830 quedaron abolidas la
mayor parte de las prohibiciones y se rebajaron los derechos protectores.
De 1830 a 1845 se formó y desarrolló la famosa liga de Mánchester para la
abolición de los derechos de importación, impuestos a los cereales. De
1845 a 1860, se terminó la obra, aboliendo el prohibicionismo y
proteccionismo restante que abatía los privilegios de la marina nacional.
Nuestro dictador de 1830, Alamán, pudo haber aprendido mucho o más
bien todo en los célebres discursos del ministro Huskisson y en la
multitud de libros, folletos y artículos de periódicos que profusamente
fueron publicados de 1820 a 1830. Los Estados Unidos desde su
independencia hasta 1860 mantuvieron una tarifa liberal exenta de
prohibiciones, con excepción de los años trascurridos de 1824 a 1832.
Debo advertir que nuestro arancel de aduanas vigente en 1830 superaba
en absurdos económicos a los más exagerados e insensatos de las
naciones prohibicionistas, lo que hacía creer tanto a las eminencias del
partido clerical mexicano como a las del liberal que marchábamos con
tambor batiente a la cabeza de la civilización.
Alamán no obstante su veneración edificante por el sistema
prohibicionista a la altura requerida por los dogmas del catolicismo pudo
resolver la cuestión arancelaria en Texas, fijándose en la conducta
administrativa del gobierno colonial, quien más hábil, más humano, más
economista o con más instinto gubernamental y social resolvió no
fundándose en principios de economía política sino de justicia y
posibilidad, eximir de toda clase de impuestos a los habitantes de las
provincias internas de Oriente.
¿Era tal medida un privilegio? No, pero aunque lo hubiera sido, el
programa de gobierno de Alamán fue el de los privilegios extensos,
reprobados, absolutos como lo fue sostener los privilegios del clero, del
ejército, del comercio, de la agricultura y de nuestra funesta industria. La
legislación civil, penal, militar, comercial y fiscal no era más que una
monserga de privilegios entrelazados con supersticiones y prácticas
apolilladas, rutinarias. Un privilegio racional, necesario, urgente no
hubiera afeado el ornato churrigueresco de la legislación del gobierno de
Don Anastasio Bustamante.
Eximir del pago de impuestos a los habitantes de las privindas internas
de Oriente fue un brillante acto de justicia y de sabiduría del gobierno
colonial. Al impuesto lo legitima la protección que el poder público da a
los gobernados; mas cobrar impuestos para abandonar indefinidamente a
los gobernados a que defiendan su vida, su libertad y sus propiedades
como puedan y si no pueden dejarlos fríamente perecer; cobrar
impuestos para no abrir a los gobernados caminos, escuelas para sus
hijos, cárceles para sus malhechores, tribunales para administrarles
justicia, hospitales y hospicios para sus enfermos y desvalidos; revela
una opresión profunda, una iniquidad evidente, un procedimiento
administrativo de bandido. El gobierno colonial no obstante su fría
expoliación contra los indígenas y las castas, no obstante su ortodoxa
adhesión a las prohibiciones, no obstante su odio por las franquicias a
los proletarios, no obstante su sistema de crueldad mística y codiciosa;
rindió sus armas de exacción ante una atronadora necesidad de paz,
moral y justicia.
Por otra parte, existía otra razón poderosa para eximir en 1830, de todo
pago de impuestos federales a los habitantes de nUestros Estados
fronterizos que habían sido bajo el gobierno colonial provincias internas
de Oriente. Esta razón era la imposibilidad de hacer efectivos dichos
impuestos, o más bien dicho, el aduanal que era el único excesivamente
pesado.
No se comprende cómo un gobierno caracterizado por su indigencia
crónica y que seriamente sólo podía producir una obra de anarquía; sin
soldados y empleados fieles y probos y sin dinero para conseguirlos,
pretendiese impedir la entrada de mercancias extranjeras a lo largo de
1,600 leguas de fronteras y costas en los dos Océanos, que encerraban
inmensos desiertos, poblaciones raquíticas y miserables diseminadas
como las árabes en Sahara, acosadas por centenares de tribus salvajes
guerreras. Aun cuando hubiese habido dinero para vigilar esa extensión
fronteriza y costeña; el importe de los gastos de vigilancia tenía que
exceder en mucho al mezquino rendimiento del impuesto por el consumo
de efectos extranjeros de pueblos excesivamente pobres en habitantes,
en cultura y en dinero.
Alamán no desconocía las disposiciones fiscales benévolas del gobierno
colonial respecto de los habitantes de las provincias que en 1830 eran
nuestros Estados fronterizos, pues en el tomo V de su Historia de México,
pág. 674, dice:
Mas como se ha hecho asignación de contingente a los Estados fronterizos, expuestos a
las hostilidades de los bárbaros, en la misma proporción que a los demás, sin hacer
reflexión que en tiempo del gobierno español, las provincias de que estos Estados se
han compuesto, no sólo no contribuían con nada sino que en su defensa se invertía la
cuarta parte de los moderados gastos de administración de aquella época.
Alamán hubiera resuelto magistralmente la cuestión de Texas como
cristiano, como patriota, como estadista, como militar y como
economista; exceptuando del pago de todo impuesto federal a los
Estados fronterizos, como lo había hecho el gobierno colonial respecto
de las provincias que en 1830 constituían dichos Estados. Las colonias
de Texas habían podido establecerse y prosperar debido a la exención de
impuestos arancelarios cuyo plazo se cumplía precisamente al tomar
Alamán las riendas del poder dictatorial. Le tocó pues resolver el
problema vital por excelencia de muerte o vida para los colonos, de paz o
guerra inmediata para la República, de honor o censura para su
administración, de beneficio o calamidad inconmensurable para el
presente y porvenir del pueblo mexicano.
La población extranjera de Texas se componía de tres elementos: colonos
norteamericanos e irlandeses de costumbres puras (como lo escribe el
general Almonte en su noticia estadística), juiciosos, emprendedores,
capitalistas en mayor o menor escala, poseedores de tierras bien
cultivadas y de magníficos aunque cortos ganados. En ninguna parte del
mundo esta gente es turbulenta, sediciosa y revolucionaria, mientras la
turbación de la paz signifique trastornos para su trabajo, inquietud para
su espíritu, mengua para su propiedad, y todo esto en nombre de doctrina
o idealismos más o menos brillantes; pero es la más temible para la
insurrección cuando hombres torpes o imbéciles leyes ordenan la
confiscación de la propiedad por el impuesto, el agotamiento o la muerte
de la población por la falta de víveres y vestidos propios para la vida
civilizada; la imposibilidad de progreso, la seguridad de la ruina. Esta
clase de colonos tenía que ser forzosamente fiel a la paz y a la bandera
mexicana mientras ésta respetara sus intereses morales, económicos y
legítimos. El segundo elemento era el negro, pacífico en las épocas de
trabajo y repentinamente activo al estallar las insurreciones. Por último, el
tercer elemento constituído, como dice Filisola, por ocho o diez mil
vagabundos, aventureros sin oficio ni beneficio y criminales procedentes
de todas partes del mundo; era el elemento inquietante, subversivo, ávido
de desgracias, inclinado a la anarquía, crapuloso y sostenido en su vida
sombría por el contrabando.
Pues bien, para desembarazarse de esa canalla no se necesitaban
pasaportes ni chicanas internacionales ni agresiones a una nación fuerte
y amiga, ni grandes tesoros de guerra, ni patrañas de ignorante, ni
niñerías de candoroso; hubiera bastado suprimir el contrabando y el
contrabando hubiese quedado suprimido en Texas y Coahuila con
suprimir el arancel, imitando la cordura, prudencia y justicia del gobierno
colonial en este asunto; Alamán para impedir que el contrabando
perjudicase verdaderamente al Erario debió haber establecido su línea
fiscal de cien leguas de San Luis Potosí a Tampico más fácil de cuidar y
mucho menos costosa que las mil y tantas leguas de perímetro de
inmensos desiertos que comprendía la línea desde Tampico siguiendo las
costas, después la frontera con los Estados Unidos, continuada por el
lítoral de las Californias hasta Guaymas. La población contrabandista de
Texas se hubiera visto precisada a emigrar o a operar sobre la línea al de
San Luis Potosí a Tampico donde hubiera sido fácil al gobierno
exterminarla con sus batallones porque para tan pequeña obra sí
alcanzaban los recursos. Hubiera quedado el contrabando del cohecho a
los empleados solamente para el interior de la República, y el gobiernp
habría hecho imposible que la hez contrabandista adquiriera las
dimensiones de un grave problema internacional comprometiendo una
gran obra de colonización, nuestra integridad territorial y la
independencia de la República.
Pero Alamán optó por el medio que ante la historia tiene que justificar la
sublevación de los colonos en 1832 contra el gobierno que se había
declarado el enemigo de su vida, de su trabajo y de sus libertades. La ley
natural pasa por encima de todas las leyes y obligaciones sociales y
políticas, cualquiera que sea el principio que las apoye y el ideal que las
ilumine.
Las prohibiciones arancelarias tienen por objeto obligar a los habitantes
de una nación a que compren a muy alto precio todos los artículos a que
se refieren las prohibiciones, a los productores nacionales si los hay o a
que nada compren si no los hay. Este sistema es materialmente imposible
plantearlo cuando los consumidores no pueden, por falta de vías de
comunicación, ocurrir para que los expolien los productores aun cuando
tengan muy buena voluntad para dejarse expoliar y en ese caso se
encontraban los colonos de Texas,
En 1830, los Estados fronterizos no tenían excedentes de cosechas, ni
siquiera una miserable industria. Para proporcionarse los efectos
nacionales cuyos similares extranjeros prohibía el arancel, los colonos de
Texas tenían que ocurrir por tierra a San Luis Potosí o por mar al puerto
de Tampico, puntos más cercanos a sus fronteras o a sus puertos.
Examinemos el camino comercial por tierra que nuestro gobierno ofrecía
a los colonos. De San Luis Potosí a San Felipe Austin, centro de negocios
de los texanos, hay trescientas cuarenta y cinco leguas mexicanas y la
descripción del camino en aquella época es la siguiente:
Sesenta leguas de desierto sin agua y con indios bárbaros feroces entre San Luis y el
Saltillo. Sesenta y siete leguas del Saltillo a Monclova a través de bosques espesos de
mezquites y breñales en donde se ocultaban multitud de partidas de indios bárbaros o
de gavillas compuestas por los soldados presidiales que desertaban desesperados por
la falta de haberes y decididos a vivir como bandoleros.
Ciento siete leguas de Monclova a Béjar con nieve en invierno hasta cincuenta
centímetros de altura, desierto sin agua en primavera y otoño cruzado por tres grandes
ríos sin puentes, invadeables que se desbordaban en una extensión de cinco o seis
leguas, más la fiel asistencia de tres o cuatro mil guerreros comanches, armados de
flechas, cuchillos o de carabinas americanas, tiradores de primer orden y audaces hasta
atacar batallones del ejército permanente.
Otro de los peligros de este desierto es la estampida de la caballada que les hacen dar
bien el miedo ocasionado por las piezas o las mestinadas que son unas inmensas
manada de caballos alzadas, que pasando por junto de los animales mansos los
arrastran tras sí en el tropel con una velocidad inconcebible e imposible de impedir si
desde antes no se han tomado las precauciones adecuadas a ese objeto. Pero el más
terrible de todos esos riesgos es el de los indios bárbaros quienes con una seguridad
extraordinaria suelen robarse las bestias aún estando amarradas al lado de sus dueños,
ya desatándolas con una ligereza sin igual, ya espantándolas y echándolas a huir por
medio de alaridos, pasando a caballo por entre ellas y ya en fin por otros ardides de que
saben hacer uso con la mayor sagacidad, como la tienen de sacar ventaja del hedor que
despiden los cuerpos de los mismos indios porque se alimentan con la carne de caballo
y éstos olfatean muy lejos lo que les ocasiona más miedo y terror a estos animales que
los mismos leones, tigres y lobos. Estos bárbaros cuando lo pueden hacer con mucha
ventaja y a su salvo atacan también a las caravanas de transeuntes y aun a las partidas
de tropa, ejerciendo con los vencidos y los cadáveres de los muertos horribles
crueldades (1).
Entre Béjar y San Felipe Austin la distancia es de sesenta y dos leguas,
entre ellas cuarenta de desierto, surcado en aquella época por indios
tahuacanes muy guerreros, armados con carabinas y cuyo número
pasaba de mil.
Tal era el camino comercial de San Luis Potosí a San Felipe Austin en
1830, que nuestro gobierno ofrecía bondadosamente a los colonos de
Texas para comprar los productos de una industria mexicana que no
existía en el interior del País ni en parte alguna del globo.
Don Lucas Alamán asegura de una manera pública en la parte expositiva
de su iniciativa de ley reformando las de colonización dirigida al
Congreso y que dió lugar a la ley de 6 de Abril de 1830; que no es posible
la comunicación comercial entre Texas y los mercados interiores de la
República más que por mar.
Dice Alamán en las conclusiones del citado documento que fijan las de
urgente necesidad para evitar la pérdida de Texas:
Tercera, fomentar el comercio de cabotaje que es el único que podía establecer
relaciones entre Texas y las demás partes de la República y nacionalizar ese
departamento ya casi norteamericano.
Veamos en qué condiciones podía hacerse ese único y salvador comercio
de cabotaje.
Alamán en el mismo documento dice:
El algodón, una de sus principales producciones (de los texanos) podría transportarse
de Tampico a Veracruz en buques campechanos únicos que hacen el cabotaje.
De modo que Alamán nos asegura que Texas sólo podría entrar en
relaciones comerciales por medio de un monopolio del tráfico ejercido
por los campechanos, puesto que eran los únicos que hacían el comercio
de cabotaje. No me explico cómo Alamán podía creer, según sus
conclusiones, que se podía fomentar el comercio de cabotaje entre Texas
y los mercados de la República por medio de un monopolio que sirve
precisamente para lo contrario. En aquellos tiempos no se discurría que
cuando se concede un monopolio de tráfico se fija a los beneficiados el
máximum de las tarifas de transporte como ha hecho el gobierno
mexicano en sus concesiones ferrocarrileras. Pero otorgar un monopolio
con tarifa libre, equivalía a entregar el trabajo de los colonos de Texas a la
voraz expoliación de los campechanos. Los efectos desastrosos del
monopolio no cambian cuando en vez de ejercerlo el productor lo ejerce
el que debe transportar el producto a los consumidores.
Pero lo más notable del caso es que Alamán en el mismo documento
oficial nos anuncia que tampoco el tráfico bajo el odioso y nocivo sistema
de monopolio es posible que se verifique entre Texas y los mercados
nacionales. Dice así el estadista:
Los puertos de Matamoros y hacia el Norte no son frecuentados por nuestros buques
costeños y los campechanos que pudieran emprender estas especulaciones, se retraen
por el uso de la moneda provisional (mexicana) que no circula en su mercado y que, en
Nueva Orleans, se vende con descuento.
Los buques campechanos debían retraerse con mayor empeño de tocar
los puertos de Texas cuando sus dueños supiesen la emisión de papel
moneda que nuestro gobierno hizo en Texas por valor, según dicen los
escritos de los texanos, de $ 600,000. No puedo decir cuál fue el
verdadero monto de esta emisión porque no obstante mis pesquisas no
he podido encontrar documento oficial mexicano que me lo haga conocer.
El general Don José María Tornel asienta que este papel por no haber
sido pagado a su vencimiento circulaba con un descuento de setenta a
ochenta por ciento. No conozco la época en que fue emitido, es una
especie de asunto misterioso y únicamente puedo asegurar que su
emisión fue anterior al año de 1829, porque la ley de 8 de Mayo de 1829
ordena:
Proceda el gobierno a verificar y liquidar la cantidad que se deba en razón del papel
moneda de Texas y pagar lo que resulte según convenga con los interesados.
Este pago nunca llegó a hacerse.
En resumen, Alamán prohibió a los colonos por medio de un arancel
insensato, que los artículos que necesitaban para alimentarse, vestirse,
calzarse, alumbrarse, asearse, recrearse y sobre todo, para sus trabajos
agrícolas, los comprasen en los mercados extranjeros; con objeto de que
los consumiesen únicamente a los productores nacionales imaginarios,
pues nuestras industrias eran muy pocas y miserables. Pero al mismo
tiempo Alamán se encarga de hacernos saber en un documento oficial
que tampoco era posible a los texanos comprar artículos de primera
necesidad prohibidos por el arancel, en los mercados de la República,
porque no se podían establecer relaciones comerciales por tierra ni por
mar.
En consecuencia, de acuerdo con la ley natural de conservación de la
especie humana ¿qué recurso urgente qUedaba a los colonos para no
perecer completamente arruinados? La independencia o el contrabando.
La independencia era difícil, demasiado difícil si el partido clerical hubiera
tenido un poco de ilustración y un poco menos de odio a los texanos. Los
colonos tenían que optar por el contrabando que les era muy fácil a causa
de la miseria de los soldados que desertaban ayudados por los colonos; a
causa de la corrupción en la casi totalidad de los empleados fiscales y
jefes militares encargados de vigilar la importación aduanal y además a
causa de la impotencia de un gobierno sin recursos que tenía la locura de
pretender establecer puertas para cerrar inmensos desiertos dominados
por indios guerreros y por contrabandistas numerosos, audaces e
irresistibles.

NOTAS
(1) Filisola, Guerra de Texas. tomo II, pág. 353.

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo V Capítulo VII Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo VI Capítulo VIII Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo séptimo
CÓMO DEBIÓ RESOLVERSE EL
PROBLEMA DE LA ESCLAVITUD
Resolviendo bien Alamán la cuestión del arancel por la supresión de las
prohibiciones en Texas y el establecimiento de derechos de importación
moderados diez por ciento ad valorem únicamente para Texas y como
franquicia a la colonización, pudo al mismo tiempo resolver
brillantemente la cuestión de la esclavitud. En Texas afortunadamente no
todo el trabajo era esclavo sino sólo una parte, de modo que los colonos
tenían el ejemplo de que no era indispensable la esclavitud para el cultivo
del algodón.
Había en 1830 aproximadamente tres mil negros cuyo precio máximo era
de 600 dollars cada uno. Abolir la esclavitud indemnizando a los dueños
de esclavos no podía costar al Gobierno más de un millón ochocientos
mil pesos. Para pagarlos a los colonos, bastaba organizar un comité
formado de los propietarios de esclavos que se encargasen de recaudar
el diez por ciento por derechos de importación en las aduanas de Texas,
debiendo cubrir los rendimientos; los gastos de recaudación, el servicio
de réditos al siete por ciento y la amortización de las indemnizaciones
acordadas a los propietarios de esclavos por la emancipación de éstos.
Una vez saldada esta deuda el Gobierno debía dejar el rendimiento de las
aduanas de Texas sin elevar los derechos de importación y durante 25
años a beneficio de las colonias, quedando la recaudación, manejo y
distribución del fondo en manos de los colonos. Con estas medidas,
nunca se hubieran insurreccionado los colonos a favor de la federación,
pues como se verá después, no es cierto que la mayoría de ellos se hayan
insurreccionado a favor de su independencia.
Ceder a los colonos la recaudación de las aduanas de Texas no
significaba para el erario público sacrificio de ninguna clase. Lo más
importante del arancel de 1830, eran las prohibiciones y de cumplirse
éstas, el gobierno no debía recibir dinero sobre mercancías cuya
importación estaba prohibida. Respecto de los artículos que causaban
derechos el contrabando impedía que en Texas se percibiera un solo
peso.
Entregando las aduanas de Texas a los colonos con la condición de
derechos moderadísimos, el contrabando hUbiera desaparecido y se
hubiera pagado fácilmente la indemnización a propietarios de negros.
Pero Alamán resolvió aplicar el arancel como un fierro candente contra
las carnes desnudas de los herejes, para triturar y llevar a los colonos a
su muerte. En cuanto a la esclavitud la solución fue igualmente
antieconómica, inmoral y antipatriótica.
Si Alamán prefería imitar a Robespierre y exclamar: Sálvense los
principios y piérdanse las colonias y después México, entonces debió
haber abolido la esclavitud en Texas en su misma ley de 6 de Abril de
1830. Pero ni se mostró estadista mexicano ni principista absoluto y
resolvió el problema del peor modo posible: respetando en Texas la
esclavitud existente y prohibiendo la importación de más esclavos.
En efecto, el artículo 10 de la ley de 6 de Abril de 1830 dice:
Artículo 10. No se hará variación respecto de las colonias ya establecidas, ni respecto de
los esclavos que haya en ellas; pero el gobierno general o el particular de cada Estado
cuidarán, bajo su más estrecha responsabilidad del cumplimiento de las leyes de
colonización y de que no se introduzcan nuevos esclavos.
Alamán resolvió la cuestión de la esclavitud en Texas exclamando y
ordenando: Perezcan las colonias aun cuando también perezcan los
principios.
¿Qué hecho o qué contraprincipio obligó a Alamán a dictar semejante
resolución? Por una parte su profesión de terrorista enteramente opuesta
a la de estadista y por otra el miedo a los colonos pues escribe en su
tantas veces citada iniciativa de ley:
Ya que he vuelto a hablar de los esclavos que conservan norteamericanos establecidos
en Texas parece oportuno este lugar para manifestar a la Cámara que el número de
aquellos y las ventajas que proporcionan a sus respectivos amos contribuyen a
aumentar la preponderancia que disfrutan en el hecho de pisar el territorio de la
República debieron quedar manumitidos en virtud de la ley de 13 de Julio de 1824; pero
no habiéndose esto verificado el intentar hacerlo ahora sería excitar una sedición entre
los colonos y la pérdida de Texas seria infalible.
Fue Robert Peel quien dijo: El abismo de la política es el miedo, pero
todavía hay otra cosa peor, darlo a conocer. La soberanía de México
estaba perdida en la conciencia de los colonos; se les tenía simplemente
miedo; en vez de hacerles concesiones lógicas compatibles con el decoro
y la conveniencia nacionales, se les empujaba a la ruina con el arancel
absurdo y se les entregaba a las seducciones y a las esperanzas de los
esclavistas de los Estados Unidos manteniendo en Texas legalmente la
esclavitud por reproducción y de hecho por inmigración.

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de nuestra historia de Francisco
Capítulo VI Capítulo VIII Virtual Antorcha
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de nuestra historia de Francisco
Capítulo VII Capítulo IX Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo octavo
LA OBRA SINIESTRA DEL
MILITARISMO
Don Lucas Alamán cometió la imperdonable falta de someter al régimen
militar a los colonos de Texas, con lo que ante el mundo civilizado podían
justificar éstos plenamente su rebelión.
Antes de exponer los hechos que lo prueban voy a fijar en el espíritu de
mis compatriotas, lo que es verdaderaménte el militarismo, pues las ideas
comunes son muy confusas en este particular y la ignorancia es tan
grande en las masas de mediana ilustración que da lugar a que escritores
sin talento y probablemente sin probidad se atrevan a recomendar la
institución de un sistema prohibido hasta por los conquistadores
modernos que respetan a los vencidos ofreciéndoles no imponérselos en
ningún caso. La sociedad mexicana no está tan civilizada como la
sociedad londinense, pero la halla más alta que la sociedad filipina a la
que sus conquistadores prometen solemnemente no ultrajarla con el
yugo militar. Triste es lo que por civilización rechacen hacer los
norteamericanos con sus vencidos, se les ofrezca a los mexicanos en
1902 para un porvenir inmediato pretendiendo hacerles creer que no
están en condiciones de continuar con el gobierno que actualmente
tienen, no demócrata pero sí enteramente civil.
La sociedad siendo un organismo civil exige para su existencia y
progreso un gobierno civil. Jamás una sociedad ha podido resistir a la
tentativa instantánea de un gobierno militar o teocrático puro. La
sociedad aun cuando se componga de hombres poco civilizados no
puede ser un cuartel ni un convento; es un organismo con energías,
múltiples, variables al infinito, con soberanías caprichosas y obrando en
la inmensa esfera de la actividad física y moral, llena de conflictos
celulares de heterogeneidad de costumbres, de funciones complejas, de
movientos de todos clases, de acciones y reacciones. La sociedad sólo
puede progresar por la libertad dentro del orden, del mismo modo que el
ejército y el clero sólo pueden valer por la absoluta obediencia dentro de
la disciplina.
Los conquistadores más rudos, más personalistas, más entralizadores,
pronto han abandonado sintiendo la vacilación el hundimiento y el
fracaso, la tentación de gobernar militarmente a una nación aun cuando
sea bárbara. En este asunto la confusión es fácil y se cree que en Roma,
que en las monarquías bárbaras sucesoras del imperio y en las
monarquías absolutas postfeudales fueron gobernadas militarmente.
En Roma, bajo el cesarismo; el emperador, el prefecto del pretorio, los
pretores y procónsules eran militares pero la magistratura, el Senado, los
cultos, las finanzas, las obras públicas, y los municipios estaban regidos
y servidos por personas civiles que elaboraban o ejecutaban leyes civiles.
Bajo las monarquías bárbaras, los obispos y abades fueron los que
ocuparon los primeros puestos del Estado. En la Edad media se inventó
un gobierno por contrato civil y militar, y en las monarquías absolutas; el
rey, los gobernadores de los Departamentos, los servidores de la casa del
rey, eran militares; pero al reino lo regían leyes civiles elaboradas por
consejos de gobierno civiles y ejecutadas por funcionarios y empleados
civiles.
No puede haber gobierno fuerte sino basado en la salud de la sociedad, y
el militarismo nunca ha dejado de ser un síntoma grave en la patología
social. Estamos acostumbrados a que se nos diga una gran verdad y es
que no pudiendo la sociedad mexicana gobernarse a sí misma necesita
de un gobierno fuerte.
En primer lugar ¿qué es un gobierno fuerte? ¿Un gobierno despótico?
¿Con qué clase de despotismo? ¿Despótico para qUien? Porque no
pueden existir los gobiernos despóticos contra todo el mundo. Nunca ha
existido un gobernante opresor de todos los individuos de una nación.
Los despotismos siempre se ejercen contra determinada clase social
siempre poderosa. ¿La clase social poderosa contra la que se ejerce el
despotismo posee intereses sociales o antisociales? En el primer caso el
despotismo es nauseabundo, y en el segundo saludable porque se ejerce
a favor de la mayoría nacional. El gobierno que ejerce despotismo contra
una clase social poderosa y cuyos intereses son los de la civilización es
siempre un gobierno débil aun cuando cuente con numerosas armas,
cárceles y suplicios. Por el contrario, un gobiernos que se convierte en
leal tutor de una mayoría nacional incapaz de gobernarse y la defiende
por medio del despotismo contra una clase opresora o anárquica cuyos
intereses son antisociales; es siempre un gobierno fuerte, si el
despotismo gUbernamental se limita a nulificar la acción nociva de la
oligarquía o demagogia antisocial.
Pero una vez que entre nosotros se ha admitido con justicia que nuestra
sociedad es incapaz de gobernarse por sí misma y que necesita un
gobierno fuerte, se deduce de esta gran Verdad una gran falsedad, y se
dice: luego necesitamos un gobierno militar; siendo así y como ya lo dije
que los mal llamados gobiernos militares, ni son fuertes ni son gobiernos.
El militarismo es la arbitrariedad, puesto que la ley militar, la ordenanza
no puede ser aplicable a una sociedad y cuando se intenta este absurdo,
todas las clases sociales se vuelven enemigas del gobierno y la historia
no presenta un solo ejemplo de gobierno estable, es decir fuerte, teniendo
como enemigos a todas las clases sociales. No siendo posible gobernar a
la sociedad con la Ordenanza, y no gobernándola con la ley civil porque
entonces ya no habría militarismo, no queda más acción que la
arbitrariedad absoluta, y precisamente la palabra gobierno significa lo
contrario de la palabra arbitrariedad; donde hay arbitrariedad no puede
haber gobierno, luego el militarismo no es ni puede ser más que la
agresión implacable, demente, viciosa y permanente contra todas las
clases e individuos de la sociedad. Conforme a las pasiones digestivas de
las facciones políticas, lo absurdo puede ser un gobierno; conforme a la
historia todos los gobiernos fuertes sin excepción han sido civiles, y lo
más débil en matena de gobierno al grado de no serio han sido los mal
llamados gobiernos militares.
Federico II, llamado el Grande, peleó contra los enemigo de Prusia como
gran soldado pero gobernó civilmente como gran rey. A él se debe la
colonización de Prusia con los protestantes ricos, industriosos,
ilustrados, activos, perseguidos en las naciones católicas y del mismo
modo permitió la permanencia en su reino a los jesuítas cuando de todo
el mundo católico fueron expulsados. Enseñó a los campesinos a cultivar
las papas y los convenció de que era un gran alimento de inmenso
porvenir para los pobres. Fue el primer gran Señor de Prusia que hizo
servir papas en su mesa, haciéndolas comer a fuerza a sus convidados
que las veían con desconfianza hasta el horror. En los grandes dominios
del Estado abolió la servidumbre y los servicios obligatorios, sin
atreverse a imponer a los barones el mismo sacrificio que hubiera
determinado una revolución.
A él se debe la construcción de grandes canales como los de Bromberg,
Plauen y Finow que ponen en comunicación al Elba con el Vístula.
Construyó magníficos caminos, fundó el Banco real, la gran compañía de
comercio marítimo; las Cajas hipotecarias para los propietarios
territoriales. Importó carneros merinos de España, y cuidó que se
estableciesen fábricas de tejidos de lana. Hizo que vinieran a Prusia a
cualquier costo los primeros obreros del mundo en multitud de industrias
para que las enseñasen a sus súbditos y fundó la primera manufactura de
porcelana en Berlín. Hizo plantar un millón de moreras a su vista e
introdujo el gusano de seda como industria popular por excelencia. Las
fábricas de hilados, de impresión de tejidos, de papel, de azúcar refinado,
fueron establecidas o desarrolladas por sus cuidados y fue el primero en
hacer trabajar las minas de la Silesia.
Reorganizó las finanzas, hizo economías comenzando por su sueldo;
pues de 1.200.000 talers de su presupuesto personal y de su corte sólo
tomó 200.000 y el millón restante entró al tesoro público. Su gestión
financiera fue tan hábil que haciendo progresar notablemente a su país y
no obstante sus grandes guerras, dejó en las cajas del Estado a su
sucesor 5.000.000 de talers.
No habiendo códigos nacionales, sino un embrollo de derecho romano,
canónico y sajón, hizo expedir el notable Corpus Juris Fredericiani, que
fue seguido de un código de procedimientos y más tarde encargó la
formación del código alemán puesto que las leyes regían para el pueblo
que hablaba alemán y no latín. En materia de instrucción pública fue el
primero en decretar en el mundo la instrucción obligatoria para los niños
de cinco a trece años de edad y en materia de justicia es muy conocida la
anécdota referente a la contestación que le dió un campesino'cuando el
rey le dijo: ¿Qué harías si me empeñara en comprar tu choza aun cuando
no me la quieras vender? - Como si no hubiera jueces en Berlín,
respondió el vasallo perfectamente seguro de su derecho.
Federico II hizo grande a Prusia porque la gobernó como debía ser con su
voluntad omnipotente, pero voluntad civil dictando códigos y
procedimientos civiles, imponiendo mejoras económicas civiles,
estimulando con inteligencia y energía todas las fuerzas civiles de la
nación, como la agricultura, el comercio, la industria, la filosofía, las
letras,la justicia, la instrucción pública. Y para su gran obra civil se valió
siempre de agentes, funcionarios y empleados civiles. Cada cual a su
negocio, decía, el arte de gobernar consiste en que cada cual haga lo que
sepa siempre que no sea dañar a su prójimo o a su príncipe. Tan
impropio es hacer, decía Federico, que mande un regimiento un
cultivador de trigo como hacer que un coronel corte camisas a las
mujeres. Federico el Grande debe su sólida grandeza histórica a haber
sentido en su omnipotencia el axioma sociológico: La sociedad es un
organismo civil que sólo puede gobernarse civilmente.
El ejército prusiano fue para Federico un súbdito de bronce, como él
decía, fiel, silencioso y brillante como el bronce. Y siendo Federico II el
pontífice magno de la disciplina militar hubiera hecho fusilar al general
que se hubiera atrevido a hablarle de política. Según Voltaire su frase era:
La política es sólo del rey.
Luis XIV de Francia ha quedado en la Historia como el mOdelo correcto,
admirablemente cincelado de la monarquía absoluta. El elocuente
Bossuet se encargó de sostener la política salvadora emanada de las
santas escrituras que eleva al grado de sacrilegio el crimen de resistir a la
voluntad del rey. El príncipe, dice Bossuet, es un personaje público; todo
el Estado está en él; la voluntad de todo el pueblo no puede ser más que
la suya; es la imagen de Dios que sentado en su trono en lo más alto de
los cielos, hace marchar a toda la naturaleza. Vosotros reyes, sois dioses,
es decir, tenéis de ellos vuestra autoridad; lleváis sobre vuestra frente el
carácter divino (1).
Saint-Simon le enmendó la plana a Bossuet. Luis XIV, no era para él la
imagen de Dios sino el mismo Dios con su traje pagano, es decir, Júpiter
(2). Cuando considero a Vuestra Majestad en medio de todos los grandes
oficiales de vuestra corona, me imagino ver el conjunto de todos los
dioses sobre el monte Olimpo, os contemplo como Júpiter, padre de los
dioses y rey de los hombres; pues bien, el gobierno de este Júpiter no fue
un gobierno militar.
En el reinado de Luis XIV, los nobles tenían que ser forzosamente
eclesiásticos o militares. Lo primero que creyó conveniente Luis XIV al
tomar posesión del gobierno fue excluir sistemáticamente a los nobles de
su consejo con lo cual excluyó a los militares y a los eclesiásticos. Esta
regla comprendía también a los miembros de la familia real. Los
miembros del consejo, eran reclutados entre lo que se llamaba la nobleza
de toga que constituía la magistratura.
Luis XIV gobernaba por medio de cuatro Consejos: Consejo de Estado,
Consejo de los Despachos, Consejo de las Finanzas y Consejo privado.
Los tres primeros eran consultivos y el cuarto judicial y ejecutivo. El
Consejo privado fue una alta corte de justicia y administración. El
Consejo privado estaba formado por treinta miembros, veinticuatro eran
legistas, tres eclesiásticos y tres militares que no habían de ser de la gran
nobleza sino a lo más de la pequeña, en consecuencia, quedaban
excluidos el alto clero y los militares de alta graduación.
Los secretarios de Estado fueron cuatro y pertenecieron siempre al
Consejo de los Despachos.
Los militares de alta graduación nobles, eran gobernadores de las
provincias sin gobernarlas, pues el gobierno directo de ellas
correspondía a los Secretarios de Estado por medio de los intendentes.
Los intendentes eran los verdaderos representantes de la autoridad del
rey en las provincias (3). Gobernadores, Obispos, parlamento, todos
callaban delante de ellos. Eran todo poderosos y su autoridad se extendía
a todos los ramos de la administración. Los parlamentos fueron sólo
cortes de justicia siéndoles prohibido mezclarse en asuntos políticos y
administrativos.
Los gobernadores militares de las provjncias, gozaban de grandes
sueldos y todo su papel se reducía a mandar a las tropas y dar fiestas
para honrar al rey, pero no manejaban ni un solo céntimo de los dineros
fiscales, ni tenían que decidir ningún negocio administrativo, ni judicial, ni
mucho menos político. Su gobierno era como un simple título de
ceremonia adornado con magníficos emolumentos; pero jamás les fue
concedido un átomo de autoridad civil. Los intendentes que como he
dicho eran los verdaderos gobernadores de las provincias debían ser
siempre personajes del orden civil. El rey desconfiaba tanto del manejo
de caudales por su nobleza militar que llegó a suprimir hasta que
intervinieran en los gastos de guerra y de sostenimiento y reparación de
las fortalezas.
Y sin embargo el gobierno de Luis XIV, fue duro y altamente despótico; lo
que prueba que no es necesario el militarismo para formar gobiernos
fuertes; precisamente la Historia enseña que los gobiernos pretorianos
que es lo que únicamente puede producir el militarismo puro, ni son
fuertes ni son gobiernos y han representado constantemente la debilidad,
la putrefacción y lá anarquía.
Cromwell se dedicó a disolver parlamentos aun los mandados fabricar
expresamente para ser obedecido. Lo notable del gobierno de Cromwell,
gran militar, fue su política exterior y la inteligencia de su administración
que lo colocó entre los primeros estadistas, pero cuando pasó del
régimen civil al militar, éste no pudo durar más que dieciocho meses. El
último parlamento que mandó hacer a sus mayores generales, no pudo
soportar a los mayores generales y obligó a Cromwell a suprimirlos (4).
Sin embargo el régimen militar no podía durar más de dieciocho meses.
Tan corto tiempo ha bastado a los ingleses de todas las generaciones y
de todos los partidos para inspirarles un indestructible horror por el
gobierno del sable.
El gobierno de Napoleón I fue rigurosamente despótico y civil. El
Emperador todo lo concentraba en su persona hasta el clero. Firmó el
Concordato para hacer un episcopado burocrático y en general un clero
burocrático sujeto a su voluntad única soberana en el terreno de los
hechos, pero esta voluntad fue civil para el gobierno interior de Francia y
a los militares distinguidos los hizo ricos, príncipes, y hasta reyes, pero
fuera de Francia. En su corte estableció a los grandes dignatarios del
imperio; a los grandes oficiales del imperio; personajes vestidos
brillantemente, llenos de ocupaciones triviales, con gran autoridad
indiscutible e irresponsable para disponer banquetes, bailes y
recepciones, pero en cuanto a poder efectivo ni un átomo. En el gobierno
de Napoleón I, no hay más que un amo en Francia cuya ambición lo obliga
a intentar ser el amo del mundo. El ejército es su primer súbdito y para
mantener en él la disciplina no consiente procónsules que le tramen
cuartelazos. El Emperador hace la ley, pero una vez la ley hecha, todos
tienen que respetarla y obedecerla, no aparece nunca la arbitrariedad de
los pro cónsules o de los coroneles con mando, porque saben que su jefe
no les tiene miedo y que los soldados franceses al amar la gloria aman la
disciplina, única fuerza que hace las victorias. Nada hay, tan funesto
contra la disciplina militar como la política, decía Napoleón I, y no sirve
en los ejércitos más que para hacerlos despreciables y cobardes (5).
Cuando un militar inculto, feroz, vicioso y perverso ejerce su maldad
sobre una población atropellando indistintamente a todos sus habitantes,
atacando las propiedades, dilapidando personalmente el producto de sus
exacciones, condenando arbitrariamente a todas las penas que inventa,
penetrando con su codicia, su lascivia, y su crueldad hasta el fondo de
los hogares; es costumbre aun entre personas ilustradas comparar su
conducta a la del Zar de Rusia o a la del Sultán de TurqUía. En el vulgo
reina tiránicamente la idea de que la expresión de la arbitrariedad pura e
infinita se encuentra en los gObiernos de Rusia y Turquía.
La arbitrariedad absoluta es destructora de todo gobierno y en los
gobiernos absolutos como el de Rusia y Turquía, la leyes la regla y la
arbitrariedad aun cuando es facultativa potencial en el soberano, no
figura más que como excepción: ninguna sociedad puede resistir a la
arbitrariedad como regla de gobierno. La arbitrariedad sistemática de un
gobernante no sería o no es más que la anarquía en su propia persona o
conciencia que se trasmite a la sociedad e imposibilita toda clase de
gobierno. Un hombre arbitrario nunca puede ser gobernante porque la
arbitrariedad es contraria a la idea, sentimiento y práctica de gobierno, de
donde se deduce que un déspota que tiene la arbitrariedad por regla no
es siquiera un detestable gobernante sino un malvado disolvente.
Los gobiernos de Rusia y Turquía son verdaderos gobiernos, y han
demostrado serlo muy sólidos; luego la arbitrariedad existe en ellos en
dosis mínimas. La política en Rusia y en Turquía tiende a la conservación
absoluta y la arbitrariedad es esencialmente opuesta a toda conservación
y a veces es progresista, por lo mismo que jamás puede ser
conservadora. En México la mayor parte de nuestros progresos políticos
los debemos a la inteligente arbitrariedad del partido liberal. Precisamente
el mal que abruma a Rusia y Turquía es su inmovilidad política; la
legislación no cambia, no evolucIona, no progresa, se compone de
preceptos esculpidos por costumbres y tradiciones de granito, la
arbitrariedad es como la legislación de un huracán de deseos,
trasformados incesantemente por una vibración de pasiones. Rusia tiene
instituciones escritas como la del Praviteistvuyushe chiy-Senat cuerpo
con grandes funciones deliberativas y ejecutivas establecido por Pedro I
desde 1711. La organización administrativa fue arreglada desde 1810 por
Alejandro I y no hay acuerdo del Zar que no esté fundado en ley escrita,
en alguna tradición imponente, en alguna costumbre solemne e
imperativa. Es un autócrata institucional, su voluntad es ley, pero esa
voluntad es la de sus antepasados, no de sus padres, organizada en
códigos y fórmulas.
En Túrquía la voluntad del Sultán es también institucionalmente absoluta
siempre que no se oponga al Corán o, lo que es lo mismo, no es absoluta,
puesto que el Corán institucionalmente la limita. Además del Corán,
existen como leyes supremas nacionales, el Multek, código formado por
opiniones y fallos de Mahoma y de sus inmediatos sucesores y el Canon-
nameh, código formado por Solimán el Magnífico con los decretos
notables de algunos de sus predecesores.
Respecto de Turquía hay una ignorancia escandalosa aun entre las
personas de educación superior. En Turquía la raza conquistada y la
conquistadora subsisten separadas, los individuos de la raza
conquistada, rayas, son siervos o esclavos y carecen por lo tanto de
derechos, pero no sucede lo mismo con los Osmanlis, hombres libres,
individuos de la raza conquistadora (6). Las ciudades y pueblos de los
Osmanlis tienen una administración propia, compuesta de los principales
ciudadanos, presidida por un magistrado llamado agam elegido por el
pueblo. Este consejo municipal cuida de los intereses comunes de cada
población y defiende su libertad contra los delegados del poder central
en las provincias y contra los pachas encargados de recaudar el
impuesto sobre los vencidos y de atormentarlos hasta que paguen, y a
quienes podría ocurrírseles opnmir también a los hombres libres.
Además de estas administraciones locales, hay corporaciones que
deliberan presididas por jefes de su elección y cuyos miembros se
aseguran mutuamente contra la injusticia y la opresión. Los pueblos que
no dependen del territorio de las grandes ciudades tienen sus
magistrados electos llamados Kiayas, y su consejo municipal. Así es, que
el poder no puede tocar directamente a los ciudadanos, es necesario que
toque a sus delegados antes qUe llegar a ellos. Las contribuciones son
repartidas por la comunidad a la que le corresponde el servicio de policía.
Los jueces pertenecen a un cuerpo independiente del Poder, este cuerpo
se forma por sí mismo previos determinados requisitos impuestos a los
candidatos. Las promociones a los empleos judiciales tienen lugar por
orden de antigüedad y el Sultán no puede elegir a su capricho ni alterar el
orden de la promoción. La justicia en Turquía no está considerada como
uno de los atributos del jefe supremo del gobierno, no emana de este jefe,
sino del libro sagrado de la ley y de la corporación especial que el pueblo
considera bastante hábiles y bastante probos para interpretarla
dignamente. En la interpretación de la ley, los jueces independientes y
respetados son más bien inclinados a respetar la opinión pública que la
impulsión de la autoridad, a la cual nada deben y de la cual nada tienen
que temer.
Hay casos en que los agentes del gobierno turco castigan fuera de los
procedimientos legales a los criminales sorprendidos en flagrante delito,
pero estas ejecuciones arbitrarias recaen siempre sobre los rayas, es
rarísimo que sea víctima de ellas un hombre libre. Los musulmanes son
remitidos a sus jueces competentes y los soldados son consignados al
tribunal de sus cuerpos, donde comparecen delante de sus pares. Esta
práctica no parece resultar de un derecho social de la autoridad, sino de
los privilegios de la conquista y del régimen de excepción al que fueron
sometidos los vencidos que se despreciaban y al mismo tiempo se
temían.
Limitado en su capacidad ejecutiva por las corporaciones y por el
régimen libre de las ciudades, no disponiendo en manera alguna del
poder judicial, el gobierno de los Osmanlis encuentra aun límites fijos a
su capacidad legislativa. Este mismo cuerpo de jueces que decide de los
conflictos de derechos según el libro supremo de la ley, tiene la facultad
de impedir la ejecución de las leyes nuevas que declara contrarlas a la ley
antigua. El jefe de los legistas el primer muphti puede oponer su veto a
una orden del Sultán por un rescripto que se llama/ fefta; y en cada
provincia un muphti subalterno puede igualmente interponer su veto por
medio de rescriptos del mismo género contra las disposiciones de los
pachas.
Llegamos a la gran singularidad del régimen turco y al fundamento de
todas las fábulas que todos los viajeros han relatado sobre este régimen.
A menudo en las puertas del palacio aparecen cabezas humanas, de
comandantes del ejército, de altos funcionarios, de gobernadores de
provincia, de ministros y de grandes oficiales. Los europeos
impresionados con la barbarie de este espectáculo y con el rango de las
víctimas han concluído que si el sultán podía hacer rodar las cabezas de
los más altos dignatarios, con mayor razón debía disponer de la vida y
bienes de los simples particulares. Nuestros viajeros juzgaban según las
costumbres de Europa, que rodean de un respeto particular y de una
inviolabilidad excepcional la vida, el honor y los bienes de los delegados
del poder, En Francia no se puede perseguir judicialmente más que con el
consentimiento de aquellos que hacen obrar; en Francia son preciosos
delante de la ley; en Turquía es todo lo contrario; la garantía de la ley no
existe para ellos, son considerados como los esclavos de aquel que los
ha nombrado; es por este título por el que sus cabezas y bienes
pertenecen al Sultán y dispone de ambos a su antojo. Pero el Sultán no
dispone de la cabeza y bienes de aquellos que permaneciendo alejados
de los favores oficiales no se han sometido a la esclavitud correlativa;
éstos son sagrados para el sultán como deben serio los ciudadanos ante
un magistrado legal. Pues bien, como a nadie se le obliga a tomar cargo o
empleo en el poder ejecutivo y nadie ignora las condiciones de esclavitud
que imponen los puestos públicos, el que perece en virtud de la
arbitrariedad bajo la cual se coloca no tiene derecho de quejarse de haber
emprendido un juego bien peligroso con tal de medrar. Esta dura
condición no alcanza al jefe de los jueces, quien, aunque nombrado por el
sultán es simplemente revocable y en cuanto a los magistrados
nombrados por las ciudades, nunca el sultán ha creído que puede
tocarlos como dependiendo de él
Tal es el fundamento de la doble responsabilidad de los funcionarios
públicos, hacia su jefe y hacia el público. Hay sin duda barbarie en
semejante ley de garantía efectiva para el pueblo y no una señal de
servidumbre del pueblo. Cualesquiera que sean los agravios públicos y
los resentimientos personales del sultán, cualquiera que sea el número
de los prevaricadores, el Corán exige que no puedan ser ejecutadas en un
día más de catorce personas. Esta precaución de humanidad ha sido
también mal comprendida por los viajeros qUe han hecho de ella una
pretendida prerrogativa del Gran Señor para matar sin juicio a catorce
personas por día. Se llama ourf la facultad que la ley concede al sultán
para sentenciar sin juicio y por simple inspiración a sus agentes o
esclavos, pero la justicia de inspiración no le es permitida más que contra
ellos. El suplicio arbitrario de un simple Osmanli insurreccionaría
inmediatamente a todo Constantinopla.
En Turquía donde los ignorantes creen que el sultán puede copiar a
Nerón o a Heliogábalo, es respetada la clase conquistadora o sea los
Osmanlis. Bajo el militarismo, ¿cuál es la clase respetada que cuenta con
derechos? Ninguna. Debía serlo la clase militar y es la más vejada bajo el
régimen militar. Á nadie se ha juzgado sin juicio y privado de su honra, de
sus bienes, de su libertad con más facilidad en la América latina, como a
los militares. Son las víctimas más lastimosas y más numerosas del
sistema. La única clase medio respetada y floreciente son los agiotistas,
es decir los que alimentan al monstruo pretoriano lo suficiente para que
lama sus sórdidas manos.
El Gobierno colonial contra el que tanto hemos vociferado en parte muy
injustamente; era un gobierno estrictamente civil, admirable para el objeto
con que fue creado; el bienestar de la clase conquistadora. Alamán ha
tenido razón en declarar al gobierno colonial muy superior a los llamados
Gobiernos que el había visto o tomado en ellos parte.
El Consejo de Indias era un cuerpo legislativo y Suprema Corte de justicia
de los colonos españoles americanos. El Consejo era un cuerpo civil con
mayoría de ministros togados y los consejeros llamados de capa y
espada no tenían voz ni voto en materias de administración ni de justicia.
La Corona al nombrar a los miembros del Consejo de Indias, los dejaba
obrar con independencia y Alamán cita con verdad la opinión del
historiador Robertson quien asegura no fue conocida una sentencia
injusta emanada del Consejo de Indlas. El poder del virrey no era
absoluto, pues si alguno se creía agraviado por actos o determinación del
virrey por via de Gobierno podía apelar a la Audiencia (7).
En asuntos de hacienda (los virreyes) tenían que proceder de acuerdo
con la Junta Superior de ella, compuesta de los principales jefes de
oficina y del fiscal del ramo. No podían conferir en lo militar empleo
alguno sino proponerlos a la Corte y en la administración eclesiástica
como vicepatronos, sus facultades se reducían a ejercer la exclusiva en
la provisión de curatos, cuya lista se les pasaba a este efecto por los
obispos y gobernadores de las mitras. En la administración de justicia los
virreyes que antiguamente habían ejercido jurisdicción especialmente en
los pleitos de los indios y que presidían la audiencia con voto, no tenían
facultades ningunas pues la presidencia de ésta había quedado reducida
a un mero título, especialmente desde que se crearon los regentes, que
eran en realidad los que presidían aquel cuerpo. Estaban además sujetos
a la residencia que era el juicio que contra ellos se abría luego que
concluían su gobierno y al que eran convocados por el juez que para ello
se nombraba, todos los que tenían que reclamar algún agravio o injusticia
de cuya sentencia sólo había apelación al Consejo de Indias (8).
Las Audiencias representaban el alto cuerpo judicial colonial y su
reputación histórica es altamente honorable. Pero el gobierno colonial fue
un gran gobierno civil, sólido, de aspecto granítico que lo hacía aparecer
eternamente invulnerable. En lo que difiero de Alamán es que para él, era
un gran gobierno para toda la población colonial, y para mí lo fue sólo
para la fracción conquistadora y para la clase que estaba unida á ella por
intereses y privilegios. En el terreno práctico el gobierno colonial fue una
sólida oligarquía de abarroteros. La Superioridad de ese gobierno sobre
el militarismo, consiste en que existía una clase con grandes derechos
efectivos, la Conquistadora; y casi como esclava la conquistada, mientras
que ante el militarismo, todos son esclavos. Asombra que en 1902 hayan
aparecido en México escritores que considerasen a la sociedad mexicana
indigna aun del gobierno colonial y solo propia para ser tratada como
prisionero de guerra de una banda asiria o africana mandada por un
reyezuelo vuelto en pieles sin curtir de fieras tratadas con más
miramientos que sus súbditos.
En México, el general Díaz ha comprendido como todos los hombres
capaces de gobernar que la sociedad siendo on organismo civil no se la
podia identificar con un cuartel o un convento, razón por la cual jamás
han tenido éxito los pretendidos gobiernos militares o teócratas. Es
evidente que en México la voluntad del general Díaz hace ley, pero es una
ley civil marcada de civilización. La ley civil civilizadora tiene por objeto
garantizar el uso de su libertad a cada individuo. La ley militar correcta
tiene por objeto garantizar que ningún individuo hará uso de su libertad.
Regir por una ley de disciplina absoluta, un organismo cuya función
fisiológica sólo puede ser la libertad, es asesinarlo con premeditación.
Los procedimientos del gobierno actual mexicano son civiles; mejoras
materiales inmensas, organización admirable financiera, restablecimiento
del crédito público, expansión de la instrucción pública en una indefinida
atmósfera de libertad filosófica; recepción incondicional de todos los
progresos extranjeros, seguridad firme y amplia para personas,
propiedades y capitales. Todos los progresos, todas las grandezas, todas
las deficiencias, todos los movimientos y todos los errores de la presente
administración tienen un carácter eminentemente civil, es decir, de
respeto y pundonor para la civilización, única fuerza propia de una
sociedad suceptible de vivir sana y de prosperar indefinidamente.
Si me he extendido en explicar lo que es el militarismo y en probar que no
es cierto que los gobiernos fuertes que nos presenta la historia hayan
sido gobiernos militares es porque, como lo he dicho, intempestivamente,
en nuestra sociedad apareció una bandada de escritores sin más objeto
que buscar a todo trance el restablecimiento del pretorianismo, alma de
los cuartelazos pretendiendo bacer creer a la sociedad vacilante el
absurdo de que un gobierno fuerte no puede ni debe de ser más que la
soberanía demente de cualquier condotiero. El militarismo en toda su
extensión fue aplicado por el gobierno del vicepresidente Bustamante a
los colonos de Texas y parece que este atentado, entra en las
innumerables bondades que según escritores ligeros recibieron los
colonos del gobierno mexicano.
Se ha intentado para presentar a los colonos bajo un aspecto horrible que
no tuvieron, negar que se les aplicó un sistema de gobierno indigno hasta
de las tribus como es el militarismo y es tiempo de que quede probado
que en efecto se trató a los colonos de Texas confundiéndolos con los
soudras de la antigua India.
... Y era tanto más urgente que se llevase a cabo y con prontitud el
proyecto indicado, cuanto que el gobierno lo había encargado muy
especialmente al general Mier y Terán que hiciese que en Texas se le
diera el debido cumplimiento a la ley de 6 de Abril de 1830 (9).
¿La ley de 6 de Abril de 1830 era una ley militar? No, era una ley civil de
colonización y sin ningún artículo que autorizara la intervención militar.
¿Quién era el general Mier y Terán? ¿Un general fuera del servicio activo,
ocupando un empleo civil y dependiendo por supuesto de una autoridad
superior civil como el Ministerio de Fomento? No, el general Mier y Terán
era el comandante militar de los Estados internos de Oriente hallándose
Texas comprendido en ellos.
Luego si el gobierno había encargado muy especialmente a la autoridad
militar que hiciese cumplir una ley civil; el gobierno había colocado a los
colonos de Texas bajo el militansmo. Esta conclusión no tiene ni puede
tener réplica.
La cuestión resulta más grave si se atiende a lo que nos sigue enseñando
el general Filisola: El general tenía la orden de investigar si las empresas
establecidas conforme a la ley de 1824 habían cumplido con las
obligaciones que les imponían sus respectivos contratos y tenía
facultades para declarar ilegales y nulas las que no las hubieran llevado a
efecto (10).
De modo que el general Terán autoridad suprema militar, absorbía entre
sus facultades, las funciones civiles administrativas que corresponden a
los inspectores del ramo de colonización civil y tenía lo que es peor, la
facultad de declarar ilegales y nulas las concesiones cuyas empresas no
hubieran cumplido con la ley. Ahora bien, como se verá después, las
resoluciones del general Terán eran inapelables, quiere decir que también
había absorbido funciones judiciales del orden civil y que en Texas las
cuestiones de colonización no tenían más que una instancia en juicio
militar: la voluntad del general Terán. ¿No es esto militarismo puro?
Hay que advertir que los contratos de colonización verificados con
anterioridad a la ley de 6 de Abril de 1830, los había celebrado el Estado
de Coahuila y Texas con aprobación del Gobierno federal. Tocaba al
Estado de Coahuila y Texas investigar si los contratos en que era parte,
habían sido cumplidos y dictar las resoluciones del caso. El gobierno
federal había despojado de tan legítima facultad al Estado de Coahuila y
Texas para entregarla al general Terán quien absorbía también en sus
facultades, la soberanía de uno de los Estados de la federación.
... dirigió el general Terán una circular a los gobernadores de los Estados
de la federación en que les pedía encarecidamente que cada uno de ellos
le mandase veinte familias pobres para colonizar la frontera (11).
Para el objeto de la colonización civil sólo puede oficialmente dirigirse a
los gobernadores de los Estados la Secretaría a cuyo cargo esté el ramo
de colonización civil y ésa no es la de Guerra. El general Terán tenía
facultades que no podían reconocerle las leyes.
El general Terán al pedir la remisión a cada gobernador de Estado,
confundía a las familias pobres con partidas de reses o cerdos. No era
facultad de los gobernadores, conforme a la Constitución de 1824,
atropellar los derechos de las familias pobres, para remitirlas, amarradas,
cogidos de leva, enjauladas o de cualquier modo empacadas para ir a
colonizar Texas. Mas el hecho prueba el desprecio con que el general
Terán veía a las familias pobres.
Pero desgraciadamente vino a turbar este bello orden (el militarismo) el
aparecimiento en aquel tiempo de Don Francisco a Madero, vecino de
Monclova, que con el carácter de comisionado por el Estado se dirigió a
un punto de la comprensión de Anáhuac donde había algunas
habitaciones de americanos y usando de las facultades que decía se le
habían dado para expedir títulos de tierras y para instalar ayuntamientos,
en los puntos que le pareciesen convementes, comenzó por fundar un
pueblo que llamó Libertad e instaló en él un ayuntamiento.
El coronel Davis dió inmediamente parte al general Terán reclamando al
mismo tiempo a Madero sus procedimientos y atropellamiento que con
ellos hacía de su autoridad en los puntos que le estaban subordinados.
Pero Madero le contestó con altanería, diciendo que por el contrario con
tal reclamo se atacaba la soberanía del Estado de Coahuila y Texas y por
este orden añadía otros reproches que dieron mayor cinismo a los
colonos que había tomado bajo su protección (12).
Se ve por el fragmento edificante anterior, que si el coronel Davis
aseguraba que el agente del Estado de Coahuila, Madero, atropellaba su
autoridad estableciendo un ayuntamiento, quiere decir que esta facultad
correspondía en Texas a la autoridad militar o bien que ésta sustituía
también a los ayuntamientos. El comisionado Madero, pudo no estar
facultado para nada por el Gobierno del Estado, pero no corresponde a
los jefes militares federales juzgar de los títulos en virtud de los cuales
obran los funcionarios o empleados de los Estados en materias que son
de la competencia de éstos. Conforme a la Constitución de 1824, era
competente la soberanía de los Estados para erigir pueblos y establecer
ayuntamientos. Se ve además en el párrafo que acabo de copiar que los
lugares habitados por los colonos, les llamaba el coronel Davis puntos
que le estaban subordinados; luego las colonias eran puntos militares.
¿Había o no militarismo en Texas en 1830?
En efecto desde el momento en que se instaló el ayuntamiento, los
alcaldes y regidores comenzaron a oponerse al Coronel Davis y al
administrador de la aduana Fisher, llegando su audacia al extremo de
amagar al segundo con pistola en su misma oficina la cual se había
establecido en la isla de San Luis, y el comandante de Anáhuac de
conformidad con las órdenes e instrucciones del general Terán y en vista
de los excesos referidos se determinó a poner presos a Madero y a
Carvajal, hasta que por las nuevas y bien tomadas disposiciones del
general Terán, que quería evitar todo paso ruidoso y alarmante, se les
puso absolutamente en libertad, pero el ingrato y tenaz Madero
insistiendo en sus depravados proyectos, en lugar de retraerse de ellos
no hizo otra cosa que sembrar la discordia entre los vecinos de Libertad,
las autoridades de Anáhuac y entre los colonos, y militares y empleados
(13).
Con lo anterior queda probado que las autoridades militares de Texas,
calificaban de proyectos depravados las funciones constitucionales de
los empleados del Estado y pretendían que Madero manifestase gratitud
por haberlo puesto en libertad como si con ello le hubieran hecho una
gracia. El general Terán, ciertamente no era brutal y para evitar un paso
ruidoso según Filisola mandó poner en libertad a Madero, no por
reconocer que éste había obrado en cumplimiento de un deber legal.
... había dado (el general Terán) al coronel Davis instrucciones para que
hiciese trasladar el ayuntamiento que Madero había instalado en la villa
de Libertad a la de Anahuac (14). Madero había instalado al ayuntamiento
en la villa de Libertad como lo prescribían las leyes del Estado de
Coahuila y Texas por medio del sufragio popular. Es curioso como caso
notable de arbitrariedad militar; trasladar a los regidores electos por una
población para que vayan a funcionar a otra. Es como si la autoridad
militar ordena que el Ayuntamiento de Veracruz se traslade a México y
que el Ayuntamiento de México vaya a funcionar a Chilpancingo. Estas
determinaciones continúan probando que el militarismo en Texas
penetraba hasta en la vida íntima municipal.
El artículo 11 de la ley de 6 de Abril de 1830 prohibía que los
norteamericanos colonizasen a Texas, pero las leyes anteriores no
contenían semejante prevención y de ellas emanaban todos los contratos
de colonización celebrados con el Estado de Coahuilla y Texas hasta la
fecha de la expedición de la nueva ley. Todos los concesionarios de
tierras en Texas, que no habían cumplido con las obligaciones que les
imponían sus respectivos contratos, alegaron que como ellos habían
contratado la introducción de familias norteamericanas para lo cual
estaban autorizados por sus respectivos contratos y como la nueva ley
les prohibía establecer en sus tierras norteamericanos, no eran culpables
de haber faltado a sus compromisos porque no se puede inculpar por un
contrato a una de las partes contratantes si la otra le prohibe que cumpla
con sus obligaciones. El general Terán no entendió o no quiso entender
que la ley de 1830, no podía causar efectos retroactivos y valientemente
resolvió que se suspendieran tales concesiones sin fijar tiempo ni
condiciones para levantar la suspensión. Semejante medida fue
acremente censurada y con justicia por la prensa de los Estados Unidos y
dió lugar a reclamaciones respecto de las cuales, según el Sr. Suárez
Navarro, el ministro Atamán tuvo que retroceder, pero la determinación
atentatoria dió por resultado en los Estados Unidos la formación de un
grupo poderoso de capitalistas y especuladores enteramente hostil a
México y promovedor ardIente de la independencia de Texas o de su
anexión a los Estados Unidos.
Cierto día del mes de Marzo del año citado en la villa de Anahuac unos
presidiales a quienes se les daba el desahogo que es de costumbre
proporcionarles en sus trabajos, abusando de este beneficio, proyectaron
entre sí pasar aquel corto intervalo en la infame complacencia de seducir
o forzar a mujer que se encontraba a inmediaciones de la habitación de
un americano y a pretexto de que éste no salió a defenderla, sin averiguar
si pudo o no oir sus voces de socorro, según la costumbre de los
Estados Unidos, inmediatamente se reunió un gran número de los
americanos avecindados en aquella villa y consiguieron el designio de
sacar de su casa a aquel desgraciado y pasearlo emplumado por toda la
población. De hecho así lo ejecutaron y era tanta la bulla y la algazara
qUe movieron que llamó la atención del mayor de la plaza teniente
Ocampo que andaba vigilando los puestos de guardia, acompañado de
una ronda, de un cabo y cuatro hombres, Llegando al lugar de la reunión
les mandó hacer alto, pero lejos de obedecerle le respondieron con
palabras injuriosas, le tiraron algunos pistoletazos y aún se atrevieron a
echarse sobre los soldados llevándose a uno de ellos arrastrándole asido
por el correaje hasta que le quitaron éste y el fusil, que a poco trecho
dejaron tirados y siguieron audazmente en su comenzada mojiganga (15).
Los colonos de Texas eran ciudadanos mexicanos y del Estado de
Coahuila y Texas, sometidos y protegidos por las leyes del Estado,
soberano en su régimen interior. Los colonos al pasear a un americano
emplumado, no cometían el delito de rebelión, porque a éste lo
caracteriza la reunión pública agresiva y tumultuaria con objeto político.
No era tampoco sedición porque para que este delito tenga lugar es
preciso que la reunión tumultuaria se oponga a que una autoridad
desempeñe una función legal. Era como el mismo Filisola lo dice un
mojiganga o lo que llamamos un escandalito.
¿En el territorio de un Estado de la Federación a qué autoridades
corresponde reprimir un escandalito? ¿A la fuerza armada militar o a la
policía local? A la policía local y si esta se considera impotente para
reprimir, su deber es requenr a la fuerza armada del Estado y sólo en el
caso de que a su veZ ésta fuera impotente debe requerir por conducto de
los poderes del Estado al Gobierno federal para que éste disponga el
establecimiento del orden. Pero un escandalito nunca da lugar a medidas
tan extensas y trascendentes. El teniente Ocampo que vigilaba los
puestos de guardia fue un intruso, porque mientras no fueran tocados los
puestos de guardia, su deber era considerar que el escandalito tenía lugar
en Pekin. Haber intervenido, fue un tropello a los derechos de los
ciudadanos del Estado y éstos hicieron bien en no hacerle caso y resistir,
cuando la fuerza viola la ley el agraviado tiene derecho de usar también
de la fuerza para sostener la ley.
Continúa Filisola: Para contenerlos el mayor de plaza reunió más fuerza y
con ella se dirigió nuevamente hacia los alborotadores quienes viendo
que el lance se hacía serio abandonaron su víctima y se dispersaron
inmediatamente, no habiendo podido aprehenderse más que a cuatro de
aquellos que fueron Travis, Jack y otros dos cuyos nombres no
recordamos, pero sí que uno de éstos era miembro del ayuntamiento, a
todos los cuales por disposición del coronel Davis se condujeron
arrestados al cuartel para que se les intruyese causa correspondiente
conforme a ordenanza.
En los países civilizados el delito de rebelión es un delito civil cuando el
que lo comete es persona civil, lo mismo sucede con el delito de sedición.
En el caso de los colonos que emplumaron a un americano y lo pasearon
por las calles se cometió un delito contra ese americano que no era
militar y aun cuando lo hubiera sido, no estando en servicio, el delito no
podía ser militar. ¿Era delito militar haber resistido la intervención e
intimación del teniente Ocampo? No, y la cuestión está muy bien definida
en los países civilizados. Cuando los ciudadanos son agredidos por una
fuerza militar injustificadamente, si resisten, no solamente no cometen
delito militar sino que hacen uso de un derecho. Supongamos que a un
colegio electoral penetra una fuerza militar pretendiendo arro}ar de él a
los ciudadanos que hacen uso de su derecho de sufragio. Si los
ciudadanos resisten y hacen retroceder a la organización militar no
cometen delito de ninguna clase y el jefe que ordeno la agresión militar
debe ser severamente castigado.
En el caso de los colonos de Texas, el derecho de los colonos consistia
en no ser reprimidos más que por las autoridades del Estado de Coahuila
y Texas, en ningún caso por un teniente de las fuerzas federales, el
violador del derecho había sido el militar, quien debió haber sido
castigado si nuestras leyes supremas no hubieran sido puramente
decorativas en 1824. Sigue Filisola su interesante narración: Luego se dió
parte a la comandancia general que por evitar las consecuencias a que
podía dar lugar todo acto de severidad por el estado de altanería e
insubordinación que se advertía en lús colonos dió orden desde Tampico,
con fecha 31 de Mayo al Coronel Don José de las Piedras que mandaba
en villa de Nacogdoches para que pasando a la de Anáhuac procurase
poner fin a tantos disturbios, dictando al efecto las medidas que le
parecieron más convenientes y arregladas a justicia. Mas el dado estaba
tirado y se necesitaban providencias de otro género.
Estas últimas palabras prueban que Filisola quería providencias de otro
género cuando el general Terán ordenaba que las que se tomasen fuesen
arregladas a justicia. Filisola quería a todo trance la violencia, la
arbitrariedad, en suma el militarismo sin razón, ni piedad, ni escrúpulo, ni
límite.
Los colonos no admitieron el castigo, ni clemencia de parte de tribunales
militares incompetentes para juzgarlos conforme a las leyes vigentes en
la República y tomaron las armas para arrancar por la fuerza, de la
jurisdicción militar tanto a sus compañeros como a los presidiales que
habían violado a la mujer, porque tampoco éste era delito militar y
conforme a la ley no gozaban de fuero y privilegios los presidiarios. El
coronel Davis cuando vió que las cosas se le ponían muy serias convino
por mediación de un colono pacífico y respetable en entregar a los presos
a las autoridades civiles con lo cual la sublevación terminó.
... La parte comerciante que era la más influyente en Texas estaba por ella
(la revolución de Veracruz) y además contra la persona del coronel
Piedras por motivos de intereses comerciales, pues este jefe
imprudentemente había abarcado casi todos los renglones de mejor
expendio y más lucrativos que hacía venir por su cuenta de Nueva
Orleans y qUitaba a muchos su beneficio y deseaban echarlo de allí
esperanzados de que le sucedería en el mando el coronel Elías Bean
norteamericano y residente en aquella villa desde hacía muchos años (16).
Nótese que Filisola calificaba sólo de imprudente la conducta de un
militar que hacía contrabando por su cuenta exclusiva para monopolizar
como comerciante los artlculos de mejor consumo en el mercado.
Estos actos para Filisola no son graves delitos militares y civiles sino
simples imprudencias. Filisola agrega: por otra arte, tenían también en
cuenta que los oficiales y tropa mexicanos, también estaban
descontentos por el monopolio que Piedras hacía con sus haberes y
deseaban una oportunidad para deshacerse de él (17).
He ahí un jefe de las armas que robaba a su gobierno, a sus oficiales, a
sus soldados, a los colonos y al Estado de Coahuila y a quien sólo se le
acusaba de imprudente.
Los texanos no formaban poblaciones propiamente dichas sino que se
habían establecido cada uno de ellos en el paraje que les ha acomodado
de las tierras que se les han concedido o se han tomado; se reunen en un
punto determinado y se disuelven según y cuando les parece, lo que hace
más difícil su sujeci6n y subsistencia de las tropas destinadas a este
objeto (18) ... Luego se les había impuesto el militarismo como forma de
gobierno interior. Se pretendía que la colonia de Texas fuese un presidio.
Hubiera sido tal vez menos grave e irritante declarar misiones a las
colonias y enviarles jesuitas para que las gobernasen.
Luego que le fue entregado aquel auxilio al general Lemus (a principios
de 1834) activó eficazmente la remisión de las compañías presidiales y
pudo poner en toda su fuerza a lo menos las de Béjar, Álamo, y Bahía del
Espíritu Santo, con cuyo apoyo ya pudo comenzar a examinar la
conducta y desempeño de los jefes militares y la de los funcionarios de
hacienda que hacía muchos años que procedían como si se hallasen
libres de todo examen y de toda dependencia que pudieran reprimir y
escarmentar su desarreglo o su indolencia en el cumplimiento de sus
respectivas obligaciones. (19).
Las líneas anteriores prueban que el examen de la conducta de los
empleados de hacienda, su represión y escarmiento estaban en manos de
las autoridades militares en Texas y se Ve también que los jefes militares
hacía mucho tiempo qUe procedían con desarreglo e indolencia como si
se hallasen libres de todo examen y dependencia y es precisamente a lo
qUe se llama despotismo, que no puede haber sido agradable a los
colonos durante ese largo tiempo en que se dejó a los militares obrar
despóticamente.
Filisola no puede menos que decir: Bien es que esta aversión a los
militares además de ser peculiar y característica de aquellos habitantes
(los colonos) era fomentada también por las demasías escandalosas que
se notaron en algunos de los oficiales que residieron en aquellos países y
que por desgracia no fueron castigados como la ordenanza lo dispone,
por las circunstancias aciagas de la revolución y desorden en que todo
se confundía.
Esteban Austin la persona más influyente entre los colonos propietarios y
trabajadores y que hasta el último momento se opuso a la independencia
de Texas, en su notable carta dirigida al general Mier y Terán le dice
quejándose del militarismo a que se ha sometido a las colonias:
He dicho a usted muchas veces y lo repito ahora, es imposible gobernar Texas por el
sistema militar. Estoy convencido que cuanto más se aumente el ejército de Texas tanto
más peligra la tranquilidad de aquel país; y la parte inversa de esta regla es cierta y
verdadera que es, que se asegurarán la tranquilidad e integridad de aquel territorio en
proporción que se reduzca allí el ejército. Por ejército quiero decir todo lo sobrante a
más de la tropa necesaria para la guarnición de los puertos y de los puntoS de la
frontera expuestos a los indios como Tenoxtitlan, San Sabas etc.
Desde el año de 1821 yo he mantemdo el orden y se han ,ejecutado las leyes de mi
colonia por medio de los cívicos sin un sólo soldado y sin un peso de costo a la
nación. ... En fin, su situación (de las colonias) es delicada y desgraciada. Espero que no
se ofenda usted con mi dicha franqueza y claridad con que le hablo del poder militar.
Sobre este punto nunca he titubeado en manifestar mi opinión y aborrecimiento a todo lo
que puede llamarse despotismo militar, el germen de los desórdenes, de las
revoluciones, de la esclavitud y de la ruina de los gobiernos y pueblos libres. Creo
firmemente que entre tanto no se reduzca al ejército y se quite el fuero militar nada de
paz ni de estabilidad, ni de adelanto puede esperarse en México. Esto y la tolerancia de
religión son dos cambios que se necesitan y el hombre que los ejecutase me merecerá el
apellido honrado del Wáshington de México.
En 1903 podemos fácilmente apreciar el efecto que causaría esta carta a
un gobierno que proclamaba los fueros del ejército y del clero y la
autoridad de estas dos instituciones como único recurso de salvación
pública. Los colonos empezaron a ser vistos por el partido clerical militar
con profundo horror y como una amenaza para el orden, la religión y la
independencia nacional. Atendiendo a la intolerancia singularmente
española de México en 1830 comparable únicamente a la de Fernando VII
con motivo de su restauración, debe estimarse que la pérdida de los
colonos fue decretada en el espíritu del clero y del ejército, aun cuando
para ello se comprometiese la integridad y el buen nombre de la nación.
Censurar a los dos gigantes del despotismo que armonizaban sus fuerzas
en la tarea horrible de impedir la civilización mexicana, era, por parte de
los colonos, retarlos a muerte, y el espiritu absolutista recogió el guante
sobre el signo de despreclo o de disgusto para su lúgubre autoridad.
Alamán era bastante hombre de Estado para saber que la venganza
armada tenía que ser una tragedia para su país; pero los sucesores de
Alaman, sin su talento y sin su indestructible probidad política, tomaron a
su cargo vengarse de hombres que habían sabido sin miedo conocerlos y
calificarlos.
El vice-gobernador del Estado de Coahuila dirigió al general Filisola en 21
de Marzo de 1833 una comunicación en que entre otras cosas le decía:
Yo creo que la traslación de los supremos poderes (del Estado) a esta capital y un trato
dulce y paternal harían qUe los mal contentos desistan de la indicada empresa y vuelvan
al orden de que se han extraviado quizá con una causa razonable, si se atiende a que en
tiempos pasados quiso tratárseles militarmente en sus asuntos civiles.
Oigamos a un escritor respetable del año de 1835 opinar sobre la
institución de las comandancias generales, bajo cuyo yugo se hallaban
colocados los texanos y sabremos por ese camino también si se les había
impuesto o no el militarismo.
Las comandancias militares han sido un material fecundo de desórdenes; por el empeño
que siempre han manifestado los jefes militares en deprimir a la autoridad civil
especialmente de los Estados; por las competencias de autoridad que constantemente
han suscitado y sostenido con la fuerza; y sobre todo por la insolencia del soldado en
dispensarse de las leyes del Estado y de las consideraciones debidas a sus autoridades,
que por lo común han quedado impunes, en razón del espíritu de cuerpo y de la poca
simpatía que siempre ha existido entre las tendencias del ejército y la Federación. Los
comandantes generales han sido además un pernicioso instrumento, sin el cual ni las
facciones, ni el gobierno se habrían atrevido a hollar las leyes establecidas, oprimir la
libertad, ni derramar profusamente la sangre de los ciudadanos sobre el suelo mexicano
(20).
¿Quién puede dudar que los colonos desde que les mandaron soldados,
no estuvieron sujetos al militarismo? Si a este régimen estaba sometida
toda la nación, ¿puede creerse que el mismo militarismo había de
exceptuar a los colonos de Texas que le eran profundamente antipáticos,
porque tales colonos, como dice el mismo Doctor Mora, antes de dejarse
militarizar se harían cien veces exterminar?
El Dr. Mora nos dice además, pintando al ejército de 1835:
Los militares que no se pronúncian, tampoco son de utilidad alguna al gobierno y
causan a la nación los mismos males que los pronunciados. Luego que se tiene noticia
de un mOvimiento revolucionario, el gobierno no da orden sino que suplica a uno o más
generales o jefes que le inspiran menos desconfianza se ponga a la cabeza de las tropas
y salgan a batir a los sublevados: a esa hora se sabe a punto fino que los cuerpos no
están completos y casi se hallan en cuadro, que carecen de vestuario, que están
alcanzados en sus haberes, que el armamento está descompuesto, en una palabra, que
no hay nada de cuanto sobre estos artículos se ha figurado en las revistas, y que todo ha
sido un conjunto de engaños y falsedades para sacar de la Tesorería las cantidades
correspondientes a cubrir los gastos de un ejército equipado. El jefe o jefes nombrados
dan cuenta de este estado de cosas, y el gobierno lejos de pensar en el castigo de los
culpables que le atraería la rebelión de las tropas que aun no se han declarado contra él
y en las cuales pretende apoyarse, cierra los ojos sobre lo pasado (21).
Filisola, no obstante pertenecer a la clase militar y ser uno de los
principales jefes de la época, no oculta la corrupción que la deformaba,
pues entre otras aseveraciones para ella muy desfavorables, escribe
respecto de la conducta de los militares en Texas:
Tal pesquisa dió lugar a descubrir los enormes fraudes que el comisario de Béjar y el
subcomisario de Matamoros estaban cometiendo hacía mucho tiempo, de acuerdo con
los habilitados de las tropas para usurparse los caudales destinados a las compañías
presidiales (22).
En Europa era perfectamente conocido que México estaba sometido al
más riguroso militarismo y al mismo tiempo lo vicioso y defectuoso de
nuestro ejército. Uno de los periódicos europeos más serios y reputados
decía en 1836:
Los soldados son en México lo que eran los Mamelucos en Egipto o los genízaros en
Constantinopla, es decir, los amos, pues la nación tiene gran debilidad por los que
arrastran sable, no quiere para ocupar la silla presidencial más que hombres de
charreteras. Es el ejército quien manda y quien dispone de todo. Hablemos desde luego
de los oficiales: cuando un joven de los que se llaman decentes, es decir, de buena
familia, es demasiado tonto o demasiado perezoso para estudiar y hacerse licenciado,
para no ocuparse en la agricultura, el comercio o la industria, lo que le proporcionaría
una existencia honorable, apela al recurso de hacerse fraile o soldado. Es necesario que
opte entre el uniforme o el hábito. Si se decide por el uniforme, su familia remueve cielo
y tierra para conseguirle el grado de subteniente, lo que no cuesta trabajo obtener,
porque basta que el solicitante sepa mal leer y escribir para que satisfaga los
conocimientos que la profesión exige. Una vez el joven oficial lanzado en los primeros
grados, está seguro de hacer carrera revolucionando, vendiendo su noble espada
alternativamente a todos los partidos políticos; de este modo llegará sin duda a general
o a Presidente de la República. Así es como casi todos los oficiales del Ejército
mexicano han entrado en la carrera. Como no hay en México ninguna especie de
escuelas militares, no se exige a los oficiales instrucción, ni conocimientos del arte, ni
aptitud para el oficio; basta que sepan decir a los soldados: armas al hombro,
descansen. El mejor general mexicano no sirve para buen teniente en Europa y en
campaña sería batido por cualesquiera de nuestros sargentos (23).
Yoakum que es el historiador americano que mejores documentos
presenta; apoyándose en la exposición del pueblo de Goliad, Texas,
dirigida al gobierno general en cuatro de Agosto de 1835, dice
refiriéndose al militarismo en Texas:
El coronel Nicolas Condelle comenzó sus funciones en Goliad, Texas, poniendo al
alcalde en la cárcel y exigiéndole, pistola en mano, cinco mil pesos a que llegaban los
fondos municipales, amenazándolo de matarlo o de enviarlo a pie a Béjar, en calidad de
prisionero, si no los entregaba en el plazo de diez horas. Despojó a los habitantes de sus
armas cuando el departamento de Béjar era el más asolado por los bárbaros y consignó
al servicio en su filas a los ciudadanos más recomendables, y por último ordenó que
cada familia sostuviese a cinco soldados (24).
Esta conducta tenía que acabar, poco a poco o mucho a mucho con el
patriotismo de las poblaciones mexicanas como lo prueban las siguientes
tristes palabras de Filosola:
... marchaban las fuerzas (mexicanas) sin contar con los recursos necesarios para
subsistir porque el desafecto que les tenían los habitantes (de Coahuila y Tamaulipas)
les debía ser tan pernicioso, cuanto que con sólo la ocultación de lo poco que debía
haber en los pueblos y rancherías del tránsito, que conocían, bastaba para destruir
aquellas fuerzas (25).
Santa Anna escribía al general Filisola que durante su marcha a Béjar
procurase aprovecharse del patriotismo de las poblaciones para agregar
gente al ejército que marchaba contra los texanos, lo mismo que para
obtener caballos y víveres. El general Filisola respondió en su
oportunidad:
En cuanto al acopio de gente, caballos, víveres etc., que V.S. me manda hacer en la
repetida villa de Guerrero, creo muy difícil obtenerlos según los informes que se me han
dado y muy particularmente por los del jefe político del mismo partido y del general Cos;
pues según ellos, el único individuo que pudiera franquear hasta el número de
doscientos caballos mansos, es Don Melchor Sánchez, hombre muy mezquino que no se
presta a nada, y por lo que toca a los hombres, están animados de un egoísmo tal, que
primero se irán todos al monte o harán cosa peor, que tomar las armas (26).
El gobierno, como lo veremos después, excitó a la nación para la guerra
contra los texanos y no obtuvo más que profunda indiferencia, no se
presentaron voluntarios, los soldados eran todos cogidos de leva y
marchaban contra su voluntad a defender un territorio que para su cultura
no podía formar parte de su patria. El general Santa Anna dice en su
Manifiesto de Marzo de 1837, que pidió dinero al país para la guerra de
Texas y que no pudo conseguir más que un préstamo muy oneroso de
cuatrocientos mil pesos que le hicieron dos agiotistas españoles. El
patriotismo que se manifestaba era vocinglero como antes de la invasión
de Barradas, un patriotismo de frases, de ardores gramaticales, de fuegos
graneados oratorios, de sacrificios guturales que a lo más producían
ligeras bronquitis. Para tomar medida de él, hay que leer la Lima de
Vulcano, periódico influyente de la capital, en su número de 24 de Mayo
de 1836, después del desastre de San Jacinto, vacía en lumbre la cólera
pública en los siguientes términos:
... ¿O quién, irritado de insano despecho, no exhala como lavas del Etna, las erupciones
de patriotismo varonil? Al horrísono grito de venganza y muerte convoca Marte a sus
hijos bajo sus gloriosos pendones ... venganza volvemos a reclamar. Corra un lago de
sangre humeante que enturbie las aguas del Sabina. Duro será retrotraer las escenas de
los siglos de los normandos y resucitar el alma de los atilas (27).
Sabido es que no hubo venganza y lo que se enturbió fue nuestra historia
para siempre.
La razón de esta apatía nacional para aplastar a los texanos reconocía el
mismo origen que la que se observó durante la invasión americana y que
más tarde determinó el llamamiento de las armas francesas por una gran
fracción social. La historia nos dice que los pueblos no capaces de
sacudir los yugos, que los envilecen y los destrozan, no tienen
entusiasmo para defender con su sangre y riquezas ese yugo, y ven con
indiferencia la amenaza de uno nuevo y aun con la esperanza de que les
resulte menos duro; si no es que los mismos, o por lo menos un partido
político, llaman al extranjero con la ambición de que los ampare y proteja.
Esta es la gran consecuencia espantosa del militarismo, destruir el
patriotismo por hacer de la patria un calabozo, un cadalso o un
manicomio.
Roma, tan poderosa cuando fue libre, cayó vergonzosamente a pedazos
como todo lo podrido, en silencio, sin heroísmo, casi sin defensa y
completamente sin honor. El pueblo, fatigado del yugo imperial, no se
defendía; los campesinos, aún impregnados de las viejas costumbres y
de la antigua religión romana, los unicos cuyos brazos eran robustos y el
alma capaz de dignidad, se regocijaban de ver entre ellos hombres libres
(los bárbaros invasores) y dioses semejantes a los antiguos de Italia (28).
Cuando el general Stilicón encargado de defender el terrirío imperial
apareció al pie de los Alpes y grito: ¡A las armas! nadie acudió y un
silencio de sepulcro heló su entusiasmo. Stilicón apeló a prometer la
libertad a los esclavos, a distribuir generosamente los dineros imperiales,
a amenazar con castigos terribles, y sólo consiguió levantar cuarenta mil
hombres en toda Italia, cuando Roma, en tiempos de su libertad, había
levantado sólo ella, doscientos mil combatientes para luchar contra
Aníbal. Las Galias, España, la Gran Bretaña, la Iliria cayeron sin
defenderse o se entregaron gimiendo como mujeres.
Cuando los bárbaros atacaron al Imperio Romano en Asia, los pueblos no
sólo rehusan defenderse, sino que aclaman a los invasores. La Tracia se
entrega hasta con voluptuosidad, como para una boda. Belisario, no
obstante su patriotismo, su valor y sus virtudes no encuentra más que
hombres que desean cambiar de yugo con la esperanza de mejorar. Italia
llegó hasta a odiar a Belisario porque quería defenderla de los invasores y
el admirable general derramó lágrimas sobre el suelo que se perdía
porque ningún esclavo quería derramar sangre.
La Moesia fue ocupada sin resistencia como quien penetra a una fiesta a
la que es calurosamente invitado. Los Persas avanzan a su tiempo y son
bien recibidos. Por último, y como broche de oro a esa gran conquista,
todas las tribus de Arabia se levantan arrebatadas por un nuevo huracán
de fanatismo, empuñan virilmente sus armas y, a las órdenes de un jefe
profeta y guerrero, despojan al Imperio de todo el hermoso territorio entre
el Eufrates y el Mar Rojo, sin que resistan ni hombres ni soldados sino
muy débilmente. Montesquieu lo ha dicho: La fortuna de Mahoma, más
que en sus armas y en su fe, debe buscarse en el horror y odio que
inspiraba a los pueblos el militarismo corrompido e ilimitado de los
Emperadores. La destrucción inicua de Antioquía y Tesalónica rompió las
últimas ligas de los oprimidos con la patria común.
No hay caso en la historia de patriótismo serio, heróico, sublime, en las
naciones sujetas al militarismo. Los Bóeoros han asombrado al mundo
defendiendo a su patria; pero nunca estuvieron bajo el régimen militar
agotante de todas las virtudes públicas. Recuérdese la conducta de todas
las Repúblicas italianas asoladas por el condottierismo. Todas, no una
vez sino varias, piden a las bayonetas extranjeras que las salven de los
condottieros. Los Papas hacían lo mismo para salvar de la anarquía y de
la corrupción su poder temporal y espiritual, y llegó un momento en que
el pánico de los pueblos alcanzó la locura y entonces llegaron a pedir
como salvador a César Borgia. El pueblo de Urbino lo llama para que lo
salve de los Montefeltri, le agradece Siena que asesine a los Baglioni, y
Perusa lo aclama por haber exterminado a los Petrucci.
En la República Mexicana sometida a las leyes históricas se verificaron
los mismos hechos: la población texana de origen mexicano acabó por
desear la protección de las armas de los Estados Unidos. En 1839 el
General Canales proclamó la independencia de la República de Río
Grande, compuesta de los actuales Estados de Coahuila, Durango y
Tamaulipas. Para su rebelión, Canales levantó voluntarios en Texas y en
Nueva Orleans, ayudado por la marina de guerra de los texanos, y el
coronel Wigginton, general de la nueva República se comprometió a
levantar en los Estados Unidos, dos mil voluntarios. Más tarde, Yucatán
en 1840, y principalmente a causa del militarismo, proclamó su
independencia y se declaró República soberana. Tabasco hizo lo mismo.
En 1842, cuando el Comodoro Jones desembarca en California violando
las leyes internacionales los habitantes gritan: ¡viva Jones , y muera
Michelena! el jefe militar que los había tratado con un rigor y una
violencia extraordinarios. Más tarde el general Vega en Mazatlán
proclamará la Confederación de los Estados del Norte, y por mucho
tiempo se hablará en Jalisco de constituir la República de la Sierra Madre.
Y por último, veremos que en su tránsito de Veracruz hasta la capital el
archiduque Maximiliano fue espontáneamente aclamado. con ardor que ni
siquiera podíamos sospechar, por la raza indígena que vió en él un
salvador, un vengador o un restaurador de algo que le faltaba a esa infeliz
gente.
Esta disolución con que ha sido amenazada la República de un modo
serio, no se la puede atribuir a crímenes de sus habitantes. Éstos tienen,
como lo he dicho, que seguir la ley histórica que es la manifestación de la
ley natural contra todas las doctrinas, contra todos los ideales, contra
todas las poesías, contra todos los deberes imposibles; donde hay dolor,
donde la desesperación se impregna de angustia, donde se siente un
soplo de caos, donde se ve un horizonte de catástrofe y donde todas las
jornadas son Calvarios, no hay patria, y el general que llame a los
hombres a defender tendrá como Belisario que arrojar lágrimas al suelo
sobre el que los esclavos no quieren verter sangre.
Sólo el patriotismo puede salvar a los pueblos de la conquista. El general
Santa Anna y sus consejeros creían que el patriotismo se fabrica con
decretos, con circulares, con reglamentos, con oratoria figonera, con
leyes marciales. El patriotismo, como ya lo expresé, sólo lo han mostrado
los pueblos que tienen tribulaciones divinizadas por una gran fe o los que
gozan de bienestar que los mantiene sanos, de justicia que los mantiene
virtuosos, de libertad que los mantiene dignos, de soberanía individual
que los mantiene valientes. Sin la fe de las huestes de Mahoma, sin la
disciplina estricta de las huestes de Federico II, sin la pasión de gloria y el
alma revolucionaria de las huestes de Napoleón I, sin la voluntad
democrática de los voluntarios de los Estados Unidos, sin el orgullo
liberal de los ingleses, no hay quien sepa bien combatir y mucho menos
quien sepa vencer. La abyección nunca será la madre del heroísmo y el
régimen pretoriano, o sea el verdadero militarismo, es la úlcera reveladora
de abyección.
Pero quien menos quiere batirse o se bate mal, bajo el regímen
pretoriano, es el ejército. Marco Aurelio reconoce que los bárbaros
disciplinados son mejores soldados que los romanos de la decadencia y
es el primero que los introduce en las legiones imperiales. Desde
entonces los bárbaros comienzan a despreciar a Roma. El Emperador
Comodo engancho veinte mil bárbaros para formar una legión fulminante
y de confianza, lo que significa conciencia de la inferioridad del soldado
romano pretoriano. Alejandro Severo desconfió que sus legiones
pudiesen batir a los bárbaros y prefirió al frente de su ejército comprar la
paz cara y en dinero efectivo, Papiano y Balbino contrataron una gUardia
bárbara para sus personas. Galo desconfiando de sus tropas por ser
pretorianas, opta mejor por pagar tributos anuales a los godos porque
hagan la paz. Diocleciano no fia, para dar batallas, más que en las armas
bárbaras y desconfía de los romanos como leales y como soldados.
Constantino ganó a Licinio la batalla decisiva del Monte Milvio con los
bárbaros que formaban la mayoría de sus legiones. Después tomó a su
servicio para tenerlos como guardias de su persona a cuarenta mil
bárbaros. Las legiones que desde Diocleciano daban guarnición en la
Bretaña estaban compuestas de bárbaros. Sin los Godos, los Hunos
crueles, asquerosos, deformes, innumerables, hubieran arrojado los
restos de población imperial de todo su suelo y hubieran acabado
completamente con la civilización. Y ha quedado muy presente a los
estadistas la frase de Constancio: Es más sensato esperar cobardía que
valor en los pretorianos.
En la continuación de este estudio histórico se verá por lo que hizo
nuestro ejército, que era enteramente pretoriano; tuvieron razón de
desconfiar de tal clase de ejércitos, en cuanto a pericia y valor, Galo,
Papiano, Balbino, Marco Aurelio, Constantino, Constancio y Diocleciano.

NOTAS
(1) Bossuet, La politique tirée des propres paroles de l´Ecriture Sainte, pág. 6.
(2) Etat de la France, Saint-Simon, pág. 13.
(3) Lavisse et Rambaud, Histoire génerale, tomo VI, pág. 176.
(4) Lavisse et Rambaud, Histoire générale, tomo VI, pág. 64.
(5) Tactique expérimentale, Bernard, tomo II. Apéndice, nota 4a.
(6) A. Thierry, Dix ans d'études historiques, pág. 211.
(7) Recopilación de Indias, libro II, tit. XV, ley 35.
(8) Alamán, Historia de México, tomo I, pág. 18.
(9) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág, ISI.
(10) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. ISI.
(11) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 162.
(12) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 168.
(13) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 169.
(14) Filisola, obra citada, pág. 178.
(15) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 189.
(16) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 262.
(17) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 262.
(18) Comunicación dirigida por el general Filisola al Ministro de la Guerra, Marzo 9 de
1833.
(19) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 31.
(20) Dr. Mora, México y sus revoluciones, tomo X, pág. 414.
(21) Dr Mora, México y sus revoluciones, tomo X, pág. 425.
(22) Filisola, obra citada, Tomo II, pág. 31.
(23) Revue des Deux Mondes. 1° de Marzo de 1836.
(24) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 13.
(25) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 389.
(26) Filisola, obra citada, Tomo II, pág. 361.
(27) Lima de Vulcano, 24 de Mayo de 1836, de la Secretaria de Hacienda.
(28) A. Thierry, Dix ans d'études historiques, pág. 206.

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo VII Capítulo IX Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo VIII Capítulo X Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo noveno
LOS COLONOS MARAVILLOSOS DE
ALAMÁN
Un español llega a una ciudad de tercer orden de los Estados Unidos, se
aloja en un hotel, hace una lista de manjares españoles y pide que se le
sirvan. El hostelero le contesta que no es conocida la cocina española y
que se morirá de hambre si no acepta la comida norteamericana. El
español resuelve salvar su vida, come mal manjares que le desagradan y
siente un principio respetable de antipatía por los Estados Unidos y sus
habitantes.
Un norteamericano llega a Constantinopla y a poco andar un policía le
quita el revólver que lleva en la cintura y le previene que está prohibido
portar armas. Pide el Herald de Turquía y le dicen que no existe, que no
hay más opinión que la del Sultán, que el Corán prohibe que se hable del
gobierno y que el sultán no hace públicas sus opiniones. A poco sabe
que les han cortado la cabeza á tres sirvientes del palacio por no haber
saludado al gran visir, sabe además que no hay habeas corpus y que los
meetings y las plataformas son imposibles. El americano decide huir de
Turquía llevándose una profunda antipatía contra el sultán, los genízaros
y el Corán, tan diferente de la Constitución norteamericana.
Un alemán protestante visita la España de Carlos II el Hechizado;
inmediatamente un alguacil le pide entregue, si no quiere ser quemado,
su cédula de confesión, su patente de comunión, su fe de bautismo, su
factura de indulgencias, su certificado de ortodoxia y le pregunta a
cuántos sarracenos a degollado y a cuántos protestantes ha quemado. El
protesante se aterra con la recepción que le hacen los españoles, ofrece
entregar todos los documentos sagrados que se le exigen y se fuga como
un facineroso hasta descansar en tierra francesa, odiando profundamente
a España y los españoles.
Un mexicano abre su botica en la calle de la Palma, otro boticario abre la
suya enfrente; los dos farmacéuticos se lanzan miradas de odio y
conciben proyectos de mutuo envenenamieanto; sus dos familias
estudian la lucha de los güelfos y gibelinos en Italia. Una noche las dos
boticas, devoradas por el incendio, retienen entre sus flamas a las dos
familias rivales.
De estos hechos, Alamán infiere que los hombres cuando tienen distintas
costumbres, distintas instituciones políticas, distintos intereses, se
detestan hasta exterminarse entre sí o por lo menos hasta pretenderlo.
De tan profundas observaciones, desprende el ministro dictador de la
administración terrorista del general Bustamante, su futura política
colonial en Texas. Su razonamiento aparece claro como la luz del día: El
general Tornel en su Reseña Histórica, lo califica de emanación de una
sagacidad refulgente, de rasgo genial imperecedero, de política
salvadora. La base de la política texana se desprende del siguiente
silogismo:
Si los hombres de diferentes costumbres, instituciones, religión e intereses se odian
entre sí; para contrabalancear la influencia de los norteamericanos en Texas no hay más
que impedir su crecimiento prohibiéndoles la entrada, y ponerles en parte un número
igual o mayor de hombres, con distintas costumbres, instituciones, religión e intereses.
No solamente los conservadores de 1830, sino los liberales y los no
políticos que lo eran casi toda la nación, advirtieron la sagacidad política
de Alamán. El general Tornel, declara en su Reseña que si se hubiera
seguido al pie de la letra la política de Alamán, Texas hubiera
permanecido siendo territorio mexicano. Aun en 1902 abundan en México
patriotas liberales y conservadores que piensan lo mismo que el general
Tornel.
Voy á probar que el razonamiento de Alamán es tan falso como la
afirmación de que el globo terrestre no se mueve.
Alamán y su partido no habían notado que hombres de distintas
nacionalidades entran a un restaurant con el objeto de almorzar juntos,
piden cada uno los manjares y vinos de su nación y en vez de odio se
manifiesta entre ellos una tierna fraternización. Tampoco habían notado
que un demócrata práctico Y de raza, siente gran malestar en una nación
regida por el despotismo, a menos que en ella los extranjeros tengan el
privilegio de regirse por instituciones libres, mientras que un chino, un
ruso, un turco, experimentan bienestar en una nación libre. Por último,
tampoco habían notado que en los Estados Unidos, hombres de todas
religiones y sin religión viven en la mejor armonía sin pensar en
hostilizarse.
Todos estos hechos prueban que los hombres de diferentes costumbres,
instituciones y religiones se odian a muerte cuando cada uno quiere
imponer a los demás por medio de injurias, violencias, amenazas, penas
de muerte, sus propias costumbres, instituciones y religiones. Pero
cuando cada uno respeta el derecho ajeno, los hombres pueden vivir
juntos estimándose, protegiéndose mutuamente, progresando sin cesar.
Bajo el régimen de intolerancia los hombres de diferente raza,
instituciones, religiones y costumbres, se detestan: bajo el régimen de
libertad se aman.
Este fenómeno es más preciso, más característico, más inevitable cuando
se trata de colectividades. Jamás una nación ha hecho la guerra a otra
con motivo de la diferencia de idiomas, jamás las naciones se han hecho
la guerra por la diversidad de sus costumbres; pero sí se la han hecho
por la diferencia de instituciones cuando las monarquías, temiendo que
las Repúblicas fuesen una escuela de libertad para sus súbditos,
emprendieron destruirlas. El odio de las naciones entre sí, a causa de
diferente religión, sólo ha existido cuando cada una se creía con la misión
divina de destruir a las que no eran de su comunión; mas desde el
momento en que las naciones ya no pretenden imponer a otras, religion o
instituciones, la armonía reina entre pueblos republicanos y
monarquistas, catolicos y protestantes, musulmanes y ortodoxos griegos.
No sucede lo mismo en materia de intereses, sin embargo, el conflicto a
causa de ellos, es menor bajo el régimen de libertad que bajo el de
monopolio. Los individuos en general colocan sus intereses sobre su
religión, instituciones, costumbres, familia, pasiones, patriotismo y sobre
multitud de deberes. Entre naciones, los intereses deciden
despóticamente de sus relaciones por enérgicas que sean sus diferencias
en otros sentidos.
Alamán conocía bien la historia de España anterior a unidad, y durante la
guerra civil impropiamente llamada de reconquista, pues fue una guerra
de castas. No obstante la intolerancia, la diversidad de idiomas, de
religión, de instituciones y de costumbres, no obstante que la religión
prescribía a gobierno y a iberos, como primer deber hacer la guerra a los
moros, vemos con deshonrosa frecuencia para la causa sagrada, aliarse
árabes y españoles contra beberiscos y españoles; a beberiscos, árabes
y españoles, contra españoles; a españoles, pelear largos años contra
españoles, después de pedir y obtener tregua a los moros; vemos a
moros pelear entre sí acordando para ello tregua los españoles que la
aprovechan para destrozarse mutuamente.
Hemos visto, en los momentos de mayor intolerancia religiosa, al
emperador Carlos V, paladín del catolicismo, aliarse con el rey de la
Inglaterra, paladín del protestantismo, contra una potencia católica.
Hemos visto al rey cristianísimo de Francia, Francisco I, aliarse con el
sultán de Turquía contra un emperador católico y apostólico. Hemos visto
a un cardenal, Richelieu, príncipe de la iglesia, aliarse sólidamente con
los protestantes para combatir a una potencia eminentemente católica; y
por último, hemos visto a los Papas, conspirar contra el poder de
emperadores y reyes que pretendían reconstituir el imperio de Carlo
Magno, sacrificando los intereses del catolicismo para no volver a caer en
el vasallaje del que fueron librados por la espada de los reyes francos.
Alamán debía haber sabido todo lo que acabo de exponer sobre la
omnipotencia de los intereses como voluntad absoluta de las naciones, y
los que vivimos en 1902, tenemos al frente Francia y Rusia, dos naciones
completamente diferentes en religión, instituciones, idiomas, costumbres,
tradiciones, aspiraciones, estructura económica y social, carácter y clima;
ligarse políticamente y manifestarse una simpatía delirante, en VIrtud del
interés supremo de la propia conservación.
Aceptado como axioma: bajo el régimen de intolerancia los hombres de
distintas razas, costumbres, religiones e instituciones se detestan y bajo
el régimen de libertad se aman, ¿creía Alamán que en Texas, al llegar
hombres de todas las naciones, los colonos norteamericanos iban a
imponerles bajo pena de muerte sus hábitos de libertad, su idioma, sus
costumbres y sus religiones? No, evidentemente, y lo que
necesariamente tenía que resultar era la unión de los colonos bajo el
régimen de libertad contra el gobierno mexicano que les imponía el
militarismo, las costumbres bárbaras de nuestros indígenas por medio de
un arancel prohibitivo de los artículos necesanos al hombre civilizado,
que les imponía la religión católica, y que después de imponerles en los
contratos de colonizaciOn la ciudadanía mexicana, les negaba ejerciesen
sus derechos políticos y aun los del orden civil.
Alamán Y su partido confiaban la solución urgente de la integridad de
nuestro territorio a la colonización de Texas por familias mexicanas. Este
desatino ha figurado en el apocalipsis patriótico de casi todos nuestros
gobiernos y emana de uno de esos razonamientos claros como la luz del
día que tantas tinieblas arrojan sobre la verdad. Se dice: nuestras tierras
admirables por su fertilidad valen un caudal; tenemos millares de familias
de empleados civiles y militares jubilados, destituídos, cesantes,
famélicos como los ganados en épocas de inquebrantable sequía,
hagámoslos ricos y felices cubriéndolos con la riquezas que representan
nuestras tierras y ellos a su vez levantarán nuestra agricultura al rango
que le corresponde, del pozo en que la mantuvieron los españoles.
En primer lugar, no es lo mismo territorio fértil que tierra rica desde el
punto de vista económico; hay tierras de una fertilidad asombrosa que no
pueden dar productos útiles, comerciales, que son los que enriquecen y
hay tierras poco o nada fértiles que producen riquezas inmensas, como
las de nuestro Estado de Yucatán dedicadas al cultivo del henequén. En
segundo lugar, la tierra eriaza, salvaje, llena de breñales y bosques es una
materia prima de muy poco valor cuando se halla a centenares de leguas
de los centros comerciales y si a esto se agrega que esté poblada de
fieras y millares de guerreros bárbaros bien armados; resulta que su
valor, conforme a las leyes de la economía política, no las del patriotismo,
es casi nulo y en algunos casos completamente nulo.
Las tierras fuertes pueden representar oro o miseria. Las tierras valen
también en relación con el cultivo a que se las dedica; ¿exige esto el
empleo de un gran capital de instalación y otro de explotación como las
admirables tierras propias para la cultura de la caña de azúcar? Entonces
la tierra figura como valor insignificante. ¿No se necesita más que los
brazos humanos y seis meses de alimentación del cultivador para que
éste levante una rica cosecha cómo en las tierras de la Argentina,
dedicadas al cultivo del trigo? Entonces la tierra representa una gran
riqueza aun cuando su fertilidad sea muy inferior a las tierras tropicales
del Brasil que exceptuando las cafeteras casi nada valen.
¿A qué categoría pertenecían nuestras tierras de Texas en 1830? A las de
un valor pequeño, pues para ser cultivadas se necesitaba desmontarlas,
desecar la mayor parte de ellas y lo que es peor, disputarlas con las
armas en la mano a los indios bárbaros que eran numerosos, guerreros y
muy bien armadas algunas tribus. Se necesitaba además cultivar dichas
tierras por hombres fuertes para competir con las de los Estados Unidos
trabajadas por negros.
La empresa de poblar un desierto donde alternativamente cae fuego solar
y nieve y disputárselo a balazos, a las fieras y salvajes, no podía ser la
tarea ideal de las familias de nuestros empleados civiles y militares que
todo lo esperaban de la empleomanía y nada de la colonización de los
desiertos. Comprendo que algunos de nuestros estadistas jacobinos
crean que nuestras familias de empleados civiles y militares sean
preciosas para la colonización de los desiertos inclementes de muy difícil
conquista, pero Alamán que ha sido nuestro artista predilecto para pintar
a los criollos no podía creer en los errores florales de los jacobinos.
Alamán en su Historia de México, tomo I, página 56, después de pintarnos
a los criollos como desidiosos, indolentes, incapaces de trabajos activos,
preocupados con su papel de caballeros, suplicantes de empleos donde
pasar la vida flojeando en una oficina y mirando con desprecio a los
europeos a quienes calificaban de ruines y codiciosos, porque eran
económicos y trabajadores y los tenían por inferiores a ellos porque se
empleaban en tráficos y profesiones que consideraban como indignos de
la clase a que pertenecían, termina diciendo textualmente:
De aquí resultaba que la raza española en América necesitaba para permanecer en
prosperidad y opulencia, una refacción continua de españoles europeos que viniera a
formar nuevas familias, a medida que las formadas por sus predecesores caían en el
olvido y la indigencia.
Alamán es preciso como un astro en sus movimientos al hacer semejante
afirmación. En México los españoles son fabricantes de familias ricas
mexicanas, sin ellos no habría más que dependientes, empleados y
pordioseros. ¿Eran estas familias caídas en el olvido e indigencia cuyos
jefes sólo apetecían empleos públicos para flojear en las oficinas y que
veían con desprecio a los hombres de trabajo y empuje, las que debían
conquistar por medio del trabajo, de audacia, de tremenda energía, los
desiertos texanos colocados a quinientas leguas de las calles de Plateros
de la ciudad de México? Alamán historiador tiene una conciencia distinta
de Alamán estadista.
Jamás se ha visto que en parte alguna del mundo, la clase media sirva
para colonizar desiertos con el trabajo de sus brazos y el sudor de su
frente; mas en México, donde cada jefe de familia de la clase media es
casi de regio linaje, desciende de un exterminador de moros y le prohibe
su orgullo manejar arados y tomar baños de sol, es más que extravagante
pensar que un escueto descendiente del rey Don Sancho candidato
siempre a poeta y arquitecto de castillos en el aire; va a competir con un
negro labrando la tierra en el inmenso e inhospitalario territorio texano.
La clase media sólo puede colonizar en otras partes del mundo cuando es
capitalista en grande o en pequeño, pero la clase media mexicana sólo
puede colonizar bien las oficinas públicas sostenidas por un brillante
presupuesto. En cuanto a la clase capitalista mexicana, lo más que puede
aceptar es colonizar los boulevards de París; creería que se le proponía la
muerte y la deshonra si se le indicase como conveniente que fuesa a
colonizar los desiertos de Sonora, Chihuahua o la Baja California, y por
último a las familias mexicanas de pequeño capital y que por excepción
no lo despilfarran en unas posadas o en una Semana Santa no se les
ocurre más que poner sederías y estanquillos.
Pero Supongamos que por un milagro de patriotismo, aun cuando el
patriotismo es muy parco para hacer milagros los ex-archiveros del
gobierno, los ex jueces, los ex-administradores de rentas, los ex-
coroneles y ex-generales, se hubieran decidido en obsequio de la ley de 6
de Abril de 1830, salvadora de la integridad nacional según su autor, a
tomar la carabina yankee contra los comanches; el cuchillo moscovita
contra los osos pardos, el látigo para castigar a los negros, los gUantes
para manejar la máquina de despepitar el algodón, el hacha para derribar
bosques; y marchar a Texas sin vacilación y con el mayor denuedo; sus
familias les hubieran hecho en el camino esta observación. El gobierno
nos ofrece cincuenta centavos diarios por colono durante un año,
construirnos una casa en el desierto, ayudarnos en la lucha contra los
bárbaros, darnos una yunta de bueyes, instrumentos de labranza y todo
lo necesario para instalarnos y vivir. ¿Ha cumplido alguna vez el gobierno
con lo que ofrece tratándose de soltar dinero? No, nunca. Luego si a
Texas vamos pereceremos en los pantanos o sobre la nieve, de hambre,
de frío, de fiebre, de desesperación y de patriotismo. Alamán ignoraba
completamente que no se mueve la hoja del árbol para los gobiernos
desacreditados.
El programa del gobierno de 1830 era completo para la colonización de
Texas por familias mexicanas. Además de invitar a morir en los desiertos
a numerosos y desvalidos acreedores del Erario, debían concurrir
también las clases populares, artesanos y sirvientes mestizos y sobre
todo la clase indígena. No entiendo cómo en una persona como Alamán
indudablemente de gran talento y que en su Historia de México presenta
método, gran espíritu de observación, conocimientos profundos de su
país, creyera posible la colonización de Texas por nuestros artesanos y
sirvientes mestizos, después de conocerlos y cuando de memoria sabía
lo que de ellos dijo el virrey duque de Linares en la instrucción que dió a
su sucesor el marqués de Valero al entregarle el mando el año de 1716.
Escribe el virrey saliente:
Despierten (los artesanos Y Sirvientes mestizos) o amanecen ignorando lo que han de
comer aquel día, porque lo que han adquirido en el antecedente, ya a la noche quedó en
la casa de juego o de la amiga y no queriendo trabajar usan de la voz de que Dios no
falta a nadie o esto es porque recíprocamente los que actualmente se hallan
acomodados con amos, en su temporada por obra de caridad alimentan a los que
pueden con una jícara de chocolate y unas tortillas les es bastante, y así cuando éstos
se desacomodan y se acomodan los otros va corriendo la providencia de donde se
origina que como en México se halla la abundancia de la riqueza se atrae a sí la
multiplicidad y deja los reales de minas y lo interno del país sin gente y cuando hacen
algún delito no arriesgan en mudarse de un lugar a otro más que el cansancio del
camino porque todos sus bienes los llevan consigo en sus habilidades pues aún las
camas encuentran hechas en cualquier parte que se paran, en medio de que en México
basta mudarse de un barrio a otro para estar bien escondido.
Es evidente que si a nuestra clase mestiza artesana y sirviente se le dan
tierras y útiles para ir a colonizar, un cuarto de hora después los títulos de
la tierra han pasado a un usurero y los bueyes, arado y demás útiles de
labranza quedan empeñados en la pulquería o vinatería. Alamán copia en
el tomo primero de su Historia (página 70) el retrato que de nuestros
mestizos hace el duque de Linares y como la independencia no los
trasformó pues son los mismos o peores en 1903, hay que encogerse
tetánicamente de asombro viendo a hombres de Estado con la pueril
ilusión de salvar a Texas fiando los desiertos al trabajo de hombres que
odian el trabajo, los hábitos de economía y que desconocen la previsión
al grado de vivir ignorando en la mañana dónde y qué han de comer en el
día y en qué lugar pasarán la noche; y cuando por añadidura, manifiestan
el orgullo de despreciar a los que se ocupan de labores agrícolas y jamás
se les ha visto ocuparse de ellas, prefiriendo primero ir a la cárcel donde
son alimentados, antes que tomar un arado, instrumento que en su
concepto sólo prueba la degradación del indio que desciende a la tarea de
las bestias.
¿Cuando Alamán dispuso que nuestra clase indígena fuera a Texas a
poblar el desierto qué opinión tenía de ella?
Tenían pues, estas clases (indios y castas) todos los vicios propios de la ignorancia y
del abatimiento. Los indios propendían excesivamente al robo y a la embriaguez:
culpábaseles de ser falsos, crueles y vengativos y por el contrario se recomendaba su
frugalidad, su sufrimiento y todas las demás cualidades que pudieran calificarse de
resignación.
De modo que Alamán a una raza abatida pensaba confiarle el esfuerzo
eminentemente político de vigilar la conducta de otra raza y dominarla;
teniendo el concepto de que los indios eran falsos quería confiarles una
solemne y grave misión: la de cuidar los intereses nacionales.
Denunciando que eran excesivamente propensos al robo y a la
embriaguez, creía el autor de la ley de colonización, que debían amar el
trabajo rudo y constante, único que puede salvar a colonos de un fracaso
y juzgándolos como vengativos, lo natural era suponer que podía
ocurrírseles tomar venganza de sus opresores de trescientos años y
ponerse del lado de los colonos. Pero sobre todo la tarea de colocar una
raza frente de otra en una obra de colonización para impedirle a una de
ellas sus movimientos y en general una conducta antipatriótica, es una
tarea propia de un pueblo político que es lo que más falta le hacía, y le
hace en 1903 a nuestra raza indígena (1).
Si Alamán no tenía buen concepto de nuestra raza indígena, la más propia
para de nada servir a la causa mexicana en Texas, en el otro bando, en el
liberal, el concepto que de ella se tenía tampoco era para fiarle el decoro,
la integridad y el porvenir de la República en la colonización de Texas que
contenía un grave problema político, patriótico, social y económico.
El Dr. Mora nos enseña:
Acostumbrados (los indios) a no tener necesidades ni a procurarse sobrantes, no
solicitan sino lo muy preciso para satisfacer las de un pobre vestido y un miserable
alimento y si llegan a obtenerlos con el trabajo de un día descansan todo el resto de la
semana (2).
Tratando aún de los indios de 1835 nos dice el Dr. Mora:
Sería sin disputa interesante una descripción circunstanciada de las costumbres,
carácter, estado físico e intelectual de estos cortos y envilecidos restos de la antigua
población mexicana (3).
Y más adelante, página 66, el mismo autor escribe:
Los más de los escritores han atribuído al régimen español el estado de abyección,
abatimiento y estolidez de los indígenas.
Según estas líneas para el Dr. Mora los indios representaban los restos
envilecidos, abyectos, abatidos y embrutecidos de una antigua raza. El
mismo juicio habla emitido el baron de Humboldt y ni en el partido liberal
ni en el conservador habían aparecido publicistas serios que sostuviesen
lo contrario. ¿Y a una raza envilecida, abyecta, abatida y embrutecida se
pensaba hacerle desempeñar el solemne papel político de estUdiar,
observar, adivinar, vigilar y reprimir las ambiciones de la raza
norteamericana; la primera del mundo para el trabajo, la libertad y la
elevación de la dignidad humana?
Faltaba también probar que los indios eran adictos a las razas española y
mestiza que los dominaban. El mismo Dr. Mora nos enseña:
Y las pretensiones de algunos de ellos han llegado hasta proyectar la formación de un
sistema puramente indio en que ellos fuesen exclusivamente todo (4).
¿Nuestros estadistas no habían leído la historia de nuestra
independencia? ¿Quién sostuvo al gobierno español? ¿Los soldados
españoles o los soldados indios? Los soldados indios que formaban las
tres cuartas partes del ejército realista. Sin el apoyo incondicional y
contra su voluntad de los indios, el gobierno virreinal hubiera caído para
siempre en 15 días, no obstante los profundos errores políticos, sociales
y militares en que incurrió el cura Hidalgo. ¿Quiénes combatieron á favor
de la independencia bajo la bandera de los insurgentes? Los indios. ¿Se
dividieron los indios en dos partidos de acuerdo con sus convicciones
para combatir o realizar la independencia? No, eran los mismos actores
los del pró y los del contra: triunfaba el jefe insurgente fusilaba a los jefes
y oficiales prisioneros e incorporaba tranquilamente en sus filas a los
indios realistas. ¿Triunfaba el jefe realista? Hacía exactamente lo mismo.
La guerra de independencia fue una lucha de la clase media contra la
clase rica privilegiada. La raza indígena hizo los principales gastos de
sangre generalmente contra su voluntad y para quedarse en la miseria.
Odiaba profundamente a los españoles y sin embargo los sostenía
haciendo por ellos heroicos sacrificios. Aun cuando hubiera odiádo a los
norteamericanos que ni siquiera conocía, era probable que también
contra su voluntad los hubiera defendido y si los americanos le daban
buen trato y lograban modificarla en algo favorablemente, lo probable
hubiera sido que se hubieran decidido por ellos. La raza que contra su
voluntad y sentimientos hace los más grandes sacrificios por el triunfo de
los que odian no se le puede fiar ninguna bandera, es como un ganado,
va al rastro a dejarse degollar cualquiera que sea su dueño y cualquiera
que sea la región de donde procede.
Alamán tenía de verdadero estadista ser hombre de pensamiento, de
programa estudiado, de ejecución enérgica. Sin embargo de la pobreza
habitual del erario separó medio millón de pesos que puso a disposición
del general Terán, militar probo, instruido, decente y caracterizado como
gran patriota. El general Terán se empeñó en secundar la política de
Alamán y no habiendo como no podía haber, colonos mexicanos
voluntarios para Texas, determinó cogerlos de leva, procedimiento de
colonización enteramente nuevo. Pidió a los gobernadores de los Estados
veinte familias pobres a cada uno como quien pide veinte yuntas de
bueyes. Los gobernadores en vez de contestar que no podían violar la
libertad de sus gobernados amarrándolos para enviarlos a Texas,
contestaron groseramente haciendo brillar su provincialismo africano. El
general Terán consiguió llevar a Texas algunas cuerdas de hombres
aterrados y enfurecidos destinados al papel sublime de colonos
salvadores de la integridad de su patria. El ayuntamiento de Béjar en su
representación a la legislatura de Coahuila fecha 21 Diciembre de 1832,
dice:
¿Y qué ha sido de las nuevas poblaciones que de dos años a esta parte se comenzaron a
formar bajo los nombres de Anahuac, Tenoxtitlan, Terán, etc., etc., con bastante
sacrificio del erario nacional emprendiendo infructuosos costos para la conducción de
cuerdas con que se intentaron establecer? ¿Qué ha sido? Que es necesario borrarlas del
cuadro de la federación mexicana y colocar de nuevo en el desierto los puntos en que se
fundaron; pues por lo menos de los mexicanos que los habitaron, no ha quedado uno
sólo y aún las tropas que los guarnecían se han replegado a esta ciudad destrozada y
miserable.
(No por los colonos sino por los indios bárbaros). Fracaso completo del
medio millón de pesos que sirvieron para el holocausto de unos cuantos
infelices que amarrados se les envió a Texas a contrarrestar la influencia
norteamericana.

NOTAS
(1) Alamán, Historia de México, tomo I, pág. 69.
(2) Mora, México y sus revoluciones, tomo I, pág. 68.
(3) Mora, México y sus revoluciones, tomo I, pág. 62.
(4) Dr. Mora. Obra citada. pág, 67.

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de nuestra historia de Francisco
Capítulo VIII Capítulo X Virtual Antorcha
Bulnes
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Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo IX Capítulo XI Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimo
EL PARTIDO LIBERAL EN LA
CUESTIÓN TEXANA
Como se ha visto Alamán fue muy desgraciado en las disposiciones
dictadas con objeto de salvar Texas. Al llegar al poder en 1833 el partido
liberal era de suponerse que dirigido por su conciencia repleta de
principios liberales iba a corregir todos los errores que la educación
retrógrada de Alamán había colocado en la solución del problema texano.
Pero no fue así; la administración del Vicepresidente Gómez Farías siguió
los mismos errores de Alamán y únicamente derogó la disposición que
prohibía a los norteamericanos penetrar y residir en el territorio de Texas.
Mas en cuanto a las cuestiones de esclavitud, de arancel y de régimen
militar mantuvo como he dicho, con firmeza y valentía los errores de
Alamán.
El partido liberal tuvo tiempo de haber puesto remedio a todos los males
o a los principales causados por el partido conservador y hubiera salvado
la situación con sólo acoger favorablemente y resolviendo de
conformidad la petición de Texas de ser erigido como Estado para
separarse de Coahuila.
La ley de 7 de Mayo de 1824, acusa inmoderada falta de sabiduría en los
legisladores de la época, por considerar a Texas como territorio
provisional de Coahuila mientras se encontraba en condiciones de pasar
a la categoría de Estado por simple resolución del Congreso federal
tomada por mayoría absoluta de votos. Después la constitución federal
promulgada el mismo año consideró a Texas y Coahuila formando un
Estado y conforme á dicha constitución para que un territorio pudiera
convertirse en Estado nuevo era precisa la aprobación del Congreso
general, por el voto de las tres cuartas partes de los miembros presentes
en ambas Cámaras; mas el voto de las tres cuartas partes de las
legislaturas de los Estados. La Constitución de 1824 privó a los texanos
de una buena posición adquirida como era la de pertenecer sólo
provisionalmente a Coahuila. Se entabló con posterioridad una discusión
sobre si la Constitución de 1824 pudo desalojar a los texanos de su
situación adquirida conforme a la ley que he citado.
Sin tocar esa discusión, la ley de 7 de Mayo de 1824 produjo los efectos
que debía producir. Cuando un Estado recibe provisionalmente en su
seno un territorio procura cargar a éste de contribuciones, desatenderlo,
postergarlo, olvidarlo en cuanto a administración y protección y gastar el
producto de las exacciones que en él ejerce en el mejoramiento del
territorio considerado como propio del Estado.
Tal es el código implacable del provincialismo que entre nosotros
constituye el alma de la soberanía de los Estados.
Por otra parte, nada tan disparatado como hacer a Texas dependiente de
Coahuila, territorio pequeño en comparación del de Texas, sin puertos,
sin comunicación comercial con el interior de la República, sin fertilidad,
casi sin población y sin cultura. En los tiempos modernos la previsión del
gobierno federal impide a todo trance que una colonia o empresa nueva
favorable al país pueda caer en las garras rapaces del fisco de un Estado;
con mayor razón debió haberse tomado en 1830 o en 1833 tan saludable
precaución.
Los Estados en esa época con algunas excepciones, manifestaban
acendrada miseria, gran ignorancia económica, ardor místico por la
rapacidad contra el comercio, la industria, la minería y aun contra la
agricultura. Los Estados realizaban en lo general los más inmundos tipos
de gobierno, semejantes como ya lo he dicho a las tiranías del siglo XV, a
las satrapías asirias pre-romanas, a las cafrerías contemporáneas. Era un
acto de locura antipatriótica colocar a verdaderos demócratas
norteamericanos dentro de la horrible jaula despótica que daba a
Coahuila apariencia de una sociedad desfalleciente, tuberculosa
gubernamental. Sin los patrióticos y humanitarios despotismos de la
Federación, los Estados después de haber desmembrado en nombre de
su feroz provincialismo a la República, se hubieran exterminado los unos
a los otros.
El Estado de Coahuila cumplió con su cometido dictado por su
provincialismo, su miseria y la casi imposibilidad de comunicarse con
Texas a través de inmensos desiertos dominados por hordas salvajes.
Filisola pinta bien el provincialismo de Coahuila y su falta de atención,
consideración y patriotismo por Texas. Cuando tuvo lugar la discordia
intestina en el Estado de Coahuila; el comandante militar federal, hizo ver
a los disidentes lo antipatriótico de su conducta y la influencia funesta
que debía tener en los asuntos texanos, a lo que éstos contestaron: Nada
nos importa que se pierda Texas con tal que Saltillo sea la capital del
Estado.
Hasta el año de 1833, es decir, después de nueve años de pertenecer
Texas al Estado de Coahuila no había abierto o arreglado dicho Estado un
solo camino o por lo menos una vereda para comunicarse con Texas o
para que los texanos se comunicasen entre sí y pudieran hacer su
comercio; en esos nueve años no se habían ocupado las fuerzas del
Estado en hostilizar o combatir a un sólo indio bárbaro en Texas; se
dejaba a los colonos que lo hicieran o que perecieran. En ese mismo
espacio de nueve años no había Coahuila situado un solo agente de
policía en Texas, ni abierto una sola escuela, ni nombrado un solo juez de
primera instancia, ni mucho menos un tribunal de segunda. Un colono
texano para demandar en juicio civil a uno de sus compañeros tenía que
atravesar más de cien leguas de desierto sin agua o inundado, batirse
contra los salvajes, pagar la escolta que lo defendiese y llegar después
hasta el juez coahuilense para que no le hiciera caso o para que le echase
el pleito en contra porque como dice Stuart Henry Foot: para los gringos
no podía haber justicia si ésta molestaba a un coahuilense.
En cambio de esa falta de protección gubernamental no obstante que
Coahuila cobraba contribuciones, fue arrojado de la legislatura del Estado
el único diputado de los texanos y cuando éstos probaron que su
población había notablemente aumentado y que tenían derecho a mayor
representación, tardó cuatro años Coahuila para negar lo legalmente
pedido. Por último, la legislatura de Coahuila expidió, en 1832, su decreto
número 183, tremendamente monstruoso, pues prohibía terminantemente
a los colonos que eran mexicanos naturalizados ejercer el comercio al
menudeo el que en realidad sólo podía ser ejercido dada esta ley
atentatoria por los coahuilenses de nacimiento. Este atentado sin nombre
ante el derecho y la razón fue el óptimo fruto de ese provincialismo
destructor de la nación, de su decoro, de su riqueza é integridad.
Al partido liberal en 1833 le tocaba haber librado a Texas del militarismo y
de ese otro azote que le es casi igual y que se llamaba la soberanía de los
Estados y que desgraciadamente no era más que la soberanía de un
cacique brutal, lascivo, rapaz y bárbaro.
El partido liberal incurrió pues, en todos los errores del partido
conservador y le corresponde la responsabilidad de la situación hasta el
año de 1834, pudiéndose afirmar que como tal partido liberal se deshonró
por su conducta eminentemente retrógrada con los colonos de Texas y
por su completa falta de conocimientos políticos, económicos y
humanitarios.

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LAS GRANDES
MENTIRAS DE
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Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimoprimero
LA CRUZADA SANGUINARIA
CONTRA LOS COLONOS
¿Por qué dispuso Santa Anna convertido en jefe de la reacción clerical
contra su propio Gobierno, para proclamar el centralismo, preparar una
expedición militar contra los colonos de Texas? Porque éstos se habían
sublevado contra el centralismo, dicen los liberales, y los conservadores
afirman que porque sublevados contra el centralismo lo que en realidad
querían era desmembrar el territorio mexicano.
No es cierta la versión liberal ni la clerical. Los colonos de Texas no
estaban sublevados contra el centralismo, ni contra cosa alguna, cuando
el General Santa Anna eficazmente ayudado por el General Tornel su
ministro de la Guerra decidió Organizar una expedición para expulsar o
exterminar a todos los colonos de Texas, como nos lo asegura el General
Filisola.
Pero lo que sabemos es que desde el mes de Abril de 1835, en que el General y
Presidente Don Antonio López de Santa Anna se preparaba para marchar al frente de
una respetable división sobre el Estado de Zacatecas por haberse puesto en armas para
resistir al cumplimiento de la ley de 31 de Marzo anterior; que redujo la milicia cívica a la
base de un soldado por cada quinientos habitantes, excepto la de los Estados
fronterizos, se había hecho público desde la antesala de los palacios de México y
Tacubaya, hasta los cafés y corrillos más comunes, que en principios del año siguiente
de 1836 se repetiría igual expedición sobre los colonos de Texas; y no solamente para
sujetarlos a la obediencia de nuestras leyes, sino para escarmentarlos exterminándolos
o arrojándOlos más allá de nuestras fronteras. Y por lo que después se vió no debe
caber duda de que así estaba ya acordado en el gabinete (1).
Pues bien, en el mes de Abril de 1835, época en que ya el público sabía
que el Gobierno preparaba una expedición militar contra los colonos de
Texas para exterminarlos o arrojarlos más allá de nuestras fronteras; los
colonos no estaban sublevados ni lo habían estado desde que terminó la
Revolusión contra el Gobierno del General Bustamante, proclamada y
acaudillada por Santa Anna, conforme a su Plan de Veracruz y a favor de
la cual se pusieron los colonos que eran mexicanos naturalizados en
virtud del derecho que indiscutiblemente tenían como tales ciudadanos
mexicanos para ocuparse y preocuparse de la marcha política del país y
unirse a los demás mexicanos cuando éstos usasen del derecho de
insurrección.
Así pues, los colonos desde el año de 1832 que se levantaron en armas,
invitados por jefes militares mexicanos para apoyar la revolución
proclamada por el General Santa Anna que en Abril de 1835 estaba
preparando una expedición para exterminarlos, no se habían vuelto a
sublevar y era la única rebelión que habían llevado a cabo desde su
llegada al país, pero lo repito, desde que triunfó la asonada de Santa Anna
habían permanecido fieles al Gobierno.
Respecto del año de 1834, el mismo Filisola no dice cuál fue la conducta
de los colonos:
En el discurso de este mismo año de 1834 el Estado de Coahuila y Texas
había establecido el juicio por jurados, había creado jueces de primera
instancia y un Tribunal superior para las últimas sentencias: y a merced
de éstas y otras providencias igualmente benéficas, a las que se añadía
sin duda la ausencia de Austin, las colonias de Texas se mantuvieron en
paz, aumentaron su poblaClon a más de 21,000 habitantes, su comercio a
1.400.000 y comenzaron a practicar la navegación del río Bravo del Norte
en buques de vapor. Así es que el General Cos sólo tenía que luchar con
los inconvenientes de la situación privada de la Comandancia general (2).
El año de 1834, según el más receloso y encarnizado enemigo de los
colonos, general Filisola, se hallaban en paz, trabajando activamente y el
estado de las colonias era próspero. El año de 1835 una pequeña parte de
los colonos se sublevó para libertar al Gobernador del Eslado de que eran
ciudadanos puesto preso por atentado incalificable del Comandante
general Don Perfecto Cos. Esta sublevación tuvo lugar el mes de Junio de
1835 y no pudo ser por el sistema federal, porque existía tal sistema
aunque muy vejado por las violencias del militarismo.
Se ve pues, que hasta Junio de 1835, una muy pequeña parte de los
colonos se sublevó para libertar a su Gobernador constitucional preso,
hecho legítimo en los Estados Unidos y en todas las federaciones donde
hay hombres libres. La sublevación duró pocos días y la tranquilidad
volvió a reinar donde se había alterado, y sin embargo de que la primera
sublevación colonial y parcial tuvo lugar hasta Junio de 1835, el gobierno
de Santa Anna había dispuesto desde Abril de 1835, según Filisola,
preparar una expedición militar para exterminar a los colonos o
expulsarlos del territorio nacional.
Para comprobar completamente la política infame del general Santa Anna
que disponía exterminar y expulsar mexicanos por naturalización como lo
eran los colonos, sin que se hubieran sublevado ni dado motivo para tan
atroz medida, voy a citar algunas líneas tomadas a la obra México a través
de los siglos:
En la sesión pública de 29 de Octubre de 1835, los Ministros del Presidente Don Miguel
Barragán se presentaron en la Cámara a dar cuenta con unas comunicaciones de Don
Martín Perfecto Cos, avisando que todas las colonias de extranjeros de Texas se habían
sublevado, sin exceptuar los de la colonia de Austin que habiánse hasta entonces
mostrado adictos al Gobierno (3).
Concuerda el dato que proporciona el documento solemne que acabo de
mencionar con los que nos da Filisola relativo a la fecha en que
comenzaron los colonos sus preparativos serios para insurreccionarse
contra el Gobierno centralista.
En estos mismos días (2 de Octubre de 1835) adquirió datos uros el Coronel Ugartechea,
Comandante de Béjar, de la próxima sublevación y por medida de precaución y defensa
dispuso inmediatamente ... (4).
Luego el 2 de Octubre de 1835 no había habido sublevación, sino que
estaba próxima.
El mismo Filisola agrega:
Pocos días después el mismo (Esteban Austin) marchó para allá embarcándose en
Veracruz y tocando en Nueva Orleans, en cuya ciudad se proveyó de armas, municiones
y otros objetos de guerra para estar como estuvo con ellos de regreso en Texas en
Septiembre (5).
Luego hasta el mes de Septiembre de 1835 recibieron los colonos los
artículos de guerra para sublevarse.
Los colonos comenzaron su insurrección atacando a la una de la mañana
del 11 de Octubre de 1835 la villa de Goliat cien rebeldes (6).
La noticia fue comunicada por el General Cos a una goleta mexicana que
se hallaba en Gálveston, ésta la trajo a Veracruz de donde
inmediatamente fue comunicada al Gobierno de México y éste, a su vez la
comunicó oficialmente a la Cámara de Diputados el 29 de Octubre de
1835.
Hemos visto que Filisola nos anunció que desde Abril de 1835, el
Gobierno disponía una expedición militar para exterminar a los colonos
que no se habían sublevado y que como lo he probado se sublevaron
hasta el 11 de Octubre de 1835, obligados por la actitud salvaje de un
Gobierno que les había ofrecido garantías y no desolación y muerte
cuando vivían en paz. Se me puede objetar que en Abril de 1835 circuló,
según Filisola, en todos los cafés y corrillos de la ciudad de México la
noticia de que el Gobierno organizaba un ejército exterminador contra los
texanos, pero que una noticia que circula no es un documento suficiente
para acusar de maldad a un Gobierno. Es cierto, y debo completar mi
prueba para hacerla intachable.
En efecto, reducido a la obediencia el Estado de Zacatecas, el Presidente volvió a México
en 22 de Junio de 1835 y continuó para su hacienda de Manga de Clavo el 26 del mismo,
quedando definitivamente acordado que en el mes de Diciembre del mismo año
emprendería la expedición proyectada a Texas (7).
Luego antes del mes de Junio de 1835, es decir, antes que se sublevasen
los colonos por cualquier plan revolucionario, ya se había proyectado una
expedición militar a Texas para el mes de Diciembre.
Todavía se me puede objetar que Filisola aun cuando fuese el amigo
apasionado del General Santa Anna y que estuviese destinado a ser el
segundo General en jefe de la expedición, podía haber sido engañado o
querer engañar a sus lectores. Es tan grave la acusación a un Gobierno
de que prepara un ejército exterminador contra colonos pacíficos, que no
basta ni la autoridad de Filisola, como historiador ni como amigo íntimo
de Santa Anna, ni como General del ejército expedicionario para
calificarla como prueba irrecusable.
El 31 de Agosto de 1835, 41 días antes de que los colonos se sublevaran y
56 días antes de que el Gobierno pudiera tener la noticia, nuestro Ministro
de Relaciones dirigió a los Gobernadores y jefes políticos la siguiente
circular con el encabezado:
Circular de la Secretaría de Relaciones.
Excitación a los Gobernadores y Jefes Políticos para conservar el orden en sus
demarcaciones con respecto al alzamiento de los colonos de Texas (8)
Los colonos establecidos en Texas acaban de dar el testimonio más inequívoco del
extremo a que puede llegar la perfidia, la ingratitud y el espíritu inquieto que los anima,
pues olvidando lo que deben al Gobierno supremo y a la nación que tan generosamente
los admitió en su seno, les ha dado terrenos fértiles que cultivar y proporcionándoles
todos los recursos para vivir con comodidad y abundancia, se han sublevado contra ese
mismo Gobierno haciendo armas contra las de la Nación bajo el pretexto de sostener un
sistema cuyo cambio ha pedido una mayoría inmensa de mexicanos, ocultando así las
miras criminales de desmembración del territorio de la República.
Está pues bien probado que el Gobierno centralista tuvo la audacia de
engañar a los Gobernadores y Jefes políticos de la República avisándoles
por circular confidencial, que los a colonos de Texas se habían
sublevado, que como también he probado con declaración oficial pública
de ese mismo Gobierno, que estaban en 31 de Agosto de 1835, fecha de la
circular, en completa paz, habiendo tenido lugar el principio de la
sublevación el 11 de Octubre de 1835. El pérfido fue pues el Gobierno, no
los colonos.
Pero el asombro de la nación mexicana en 1902 será más grande al
conocer todas las escenas de la vergonzosa tragedia de Texas: cuando
sepa que en los momentos en que el Gobierno inventaba que los colonos
se habían sublevado y disponía exterminarlos, existía en Texas entre los
colonos extranjeros de origen, pues casi todos ellos eran mexicanos por
naturalización, un partido muy fuerte, leal, enteramente adicto á México.
Ya he citado las palabras del Sr. Viezca, Gobernador constitucional del
Estado de Coahuila y Texas en 1835, en su manifiesto de Marzo de 1837,
donde afirma que, medidas tomadas por mi, auxiliadas por la mayor parte
de los colonos que estaban en buen sentido. Luego según el Sr. Viezca la
mayoría de los colonos en 1835, era favorable a la nación mexicana.
Al comunicar oficial y solemnemente a la Cámara los Ministros del
Presidente interino Barragán, la noticia de la sublevación se lee en la
comunicación del Comandante general Cos, residente en Béjar, que todas
las colonias se habían sublevado, sin excepción de la colonia de Austin
que habíanse hasta entonces mostrado adictas al Gobierno.
Filisola dice resueltamente:
Mas sin embargo de cuantas maquinaciones se proyectaban y cuantas maneras de hacer
la guerra a los de la opinión por la obediencia a México, esta era hasta entonces
(Septiembre de 1835) la más fuerte y si no tunfó, fue porque estaba contrapesada por los
que de buena fe, además de querer la sumisión de las colonias, también querían que
fuese siempre bajo el sistema federal ya derribado en aquellos días por el Gobierno
mismo, que regía a la nación. En este partido se hallaban casi todos los propietarios del
departamento a quienes de ninguna manera estaban bien los desórdenes y convulsiones
políticas ni mucho menos la introducción de voluntarios vagamundos que á pretexto de
sostener sus principios se apoderaban de sus intereses (9).
Por lo escrito se ve que los colonos propietarios, trabajadores, amantes
de la paz eran adictos a la soberanía de México y formaban mayoría; la
que estaba dividida en dos grupos: el que quería continuar unido a la
nación mexicana, siempre que no hubiera centralismo y el que a pesar de
él se manifestaba adicto a nuestra soberanía. Con estos datos hay lo
suficiente para condenar resueltamente la política sanguinaria y torpe del
Gobierno centralista.
Cuando el general Santa Anna preparaba la expedición exterminadora, los
colonos como hemos visto estaban en paz, la mayor parte de ellos, la más
valiosa era adicta a la soberanía de México. ¿Qué hicieron entonces Santa
Anna y su partido? En vez de alentar al partido leal texano, de protegerlo,
de aumentar su influencia, de apoyarlo con sinceridad, de hacerle
concesiones honrosas compatibles con nuestro decoro y conveniencia;
se discurrió despojarlos de sus propiedades, confiscar sus bienes y
exterminarlos como nos lo enseña Filisola. ¿Quién fue el ingrato, el
Gobierno que discurrió y emprendió exterminar o arrojar del país a los
miembros de un partido político mexicano y leal según confiesa uno de
los más calurosos exterminadores o los colonos que conociendo la
infamia del Gobierno, ni aun así, como se verá más adelante, hicieron uso
de la ley natural para defender sus vidas y bienes y resistir a la
abominable hecatombe contra ellos proyectada?
Todos los colonos no formaban un partido político en virtud de
comunidad de intereses y aspiraciones. Los partidos políticos en Texas
eran tres: el anexionista, el independiente, el mexicano.
El anexionista estaba dirigido por los agentes del Presidente de los
Estados Unidos, General Jackson y formado de Ventureros reclutados y
enviados a Texas por el partido esclavista norteamencano.
El partido independiente deseaba una República texana que nO hiciera
causa común con los esclavistas de los Estados Unidos, cuyo porvenir
inmediato era arruinarse y perecer en una tremenda guerra con el Norte,
quedando como vasallos de los industriales del Este, quienes
amenazaban expoliar los intereses agrícolas sudistas con aranceles
altamente protectores. El partido independiente sentía bien que anexarse
a los Estados Unidos era unir su suerte a la de los intereses sudistas con
lo cual se manifestaba torpeza, pues tales intereses tenían que rodar en
más o menos tiempo, bajo la potencia del Norte, que aumentaba más cada
día en riqueza, población y hostilidad contra la esclavitud.
El partido mexicano lo formaban los mexicanos de nacimiento cuya
influencia y poder eran insignificantes y la fracción más numerosa, rica e
ilustrada de los colonos norteamericanos. Este partido no quería la
anexión por las mismas razones que obligaban a los independientes a
rechazarla y no quería la independencia porque comprendía que la
población de Texas era pequeña para sostener el costoso tren de un
Gobierno liberal con Cámaras, representación diplomática, una grande y
ávida burocracia y un ejército siempre en pie de guerra, pues conocían
que México aun cuando fuera con un soldado desnudo y un mal fusil
había de sostener el estado de guerra. Comprendían que la guerra tenía
que ser asoladora y ser sacrificadas sus propiedades, bienes muebles y
aun sus vidas tanto por lo sangriento de la lucha como por la voracidad
de los aventureros que debían formar el ejército independiente dedicado a
vivir sobre el país.
La fracción de los colonos adicta a México formaba el partido de la paz,
porque todos sus intereses se la imponían como una necesidad de
conservación y bienestar, aun cuando el arancel prohibitivo era una
causa de destrucción de las colonias, tenían la ventaja de no poder
hacerlo efectivo el gobierno mexicano, pues para cuidar costas y
fronteras e impedir el contrabando hubiera sido preciso consumir todo el
presupuesto del ejército sin vencer al fin a los contrabandistas. Había un
medio eficaz para evitar el arancel aduanal de 1830 y era precisamente la
corrupción de los empleados del Gobierno que estaba en todo su apogeo.
El Dr. Mora en su Revista de 1835 afirma que la inmoralidad de los
empleados de Hacienda había llegado a tal grado, que eran los primeros
en ir a buscar a los comerciantes para proponérseles en venta y dar vuelo
al contrabando.
El Sr. Mariano Blasco, Ministro de Hacienda en 1835, en documento oficial
como es la Memoria del ramo dirigida al Congreso dice:
De aquí es el origen principal de la inmoralidad de los empleados, porque abierta la
puerta, no al mérito y a la aptitud, sino al favor, considerándose los empleos no como
unos puestos donde servir, sino lugares donde enriquecerse, acudieron a ellos muchos
hombres, que si habían prestado servicios a tal o cual partido no son por eso capaces de
desempeñar unos puestos que exigen conocimientos particulares, muchos años de
práctica y una honradez experimentada. Las Cámaras advertirán que hablo
principalmente de algunos empleados en cierto ramo que han sido la piedra de
escándalo y el objeto de la más severa censura pública: pero al tocar esta materia me
veo con complacencia en el caso de hacer varias y honrosísimas excepciones,
asegurando que hay empleados que no debiendo su nombramiento a un origen tan
bastardo; se conservan ilesos del contagio en medio de la corrupción que los rodea.
Éste es uno de los efectos inevitables del militarismo. Cada cuartelazo
levanta un remolino de basura social que cae concentrado en los puestos
públicos más delicados y que demandan completa probidad. Como el
pretorianismo en su fondo es el saqueo del presupuesto y la ignominia de
la justicia como premio a los que derrocan a un Gobierno para elevar a un
caudillo postor; debe admitirse que el sistema pretoriano determina la
disolución de todo sistema administrativo y sujeta a la nación al robo
público, descarado, insolente, impune e interminable.
En el terreno práctico el contrabando fácil e incorregible en 1835 salvaba
a las colonias de Texas de la muerte a que estaban sentenciadas por
nuestro arancel proteccionista. El problema de bienestar para los colonos
dependía de la cuestión del militarismo. En 1833 el Gobierno liberal
triunfante había mandado tropas a Texas que se habían pronunciado en el
camino. En 1835 las había enviado nuevamente y como era debido, los
colonos tomaron una actitud resuelta para no sufrir los ultrajes que a toda
la nación imponían los militares con las prerrogativas aristocráticas de
sus grandes vicios e indisciplina. Y si los mexicanos de la Alta California
recibieron como salvadores a los norteamericanos, y si los yucatecos
más tarde a causa del militarismo rompieron la unión mexicana, era
imposible que los hombres más refractarios en el mundo al yugo militar a
él se sometiesen.
Es necesario entenderlo bien, la mayoría de los colonos era adicta al
federalismo porque esperaba obtener para Texas la categoría de Estado y
así librarse del militarismo centralista o del famelismo burocrático de
Coahuila; pero los colonos habrían aceptado con preferencia a la guerra
el centralismo, siempre que éste no se manifestase por el militarismo en
toda su pureza.
En México, aún dura el error de creer que militarismo y centralismo son
una misma cosa. En Bélgica hay centralismo y no hay militarismo, lo
mismo sucede en Italia, en Francia, en Chile. La mayoría de los colonos
hubiera aceptado el centralismo sano, civil, garantizador de derechos
individuales, pero no podían aceptar lo que es contrario a toda especie de
Gobierno civilizado y que sólo engendra la anarquía. El aspecto histórico
de México de 1821 a 1867 no es más que la lucha de la sociedad civil
contra el militarismo y el clericalismo. El militarismo existía en México
con federalismos, y con centralismos, pues era lo único real que surgía
de las farsas democrática o aristocrática; la clase militar era dueña de la
República por el derecho de su inmoralidad espantosamente prolífica en
la naturaleza raquítica de la nación.
El que sostiene a un Gobierno lo gobierna. Cuando el pueblo sostiene al
gobierno, el pueblo gobierna; cuando las bayonetas sostienen a un
gobierno las bayonetas deberían gobernar; pero como esto no es posible
porque precisamente el pretorianismo es el síntoma mortal de los
Gobiernos que pretenden sostenerse con bayoneta; resulta que en
realidad nadie puede sentarse sobre las bayonetas, y que éstas, cuando
entran a la política, sólo pueden producir anarquías. Lo repito por la
centésima vez, ni ha existido ni puede existir en el mundo un Gobierno
militar puro; todo gobierno social ha sido siempre un gobierno civil.
Es un gran desatino decir que el ejército permanente es el guardián de
nuestras instituciones, porque lo que esto quiere decir es que no hay
tales instituciones. Las instituciones gubernamentales las guarda el
pueblo o las guarda una clase gobernante aristocrática o plutocrática,
pero el ejército no es ni puede ser clase gobernante, porque su
organización es rigurosamente jerárquica y la voluntad del ejército no
puede ser más que la voluntad despótica de su jefe y de no ser así, el
ejército deja de ser ejército y se convierte en turba vandálica contraria por
su naturaleza a ser gobierno y a ser gobernado. No hay que olvidarlo,
cuando alguien sostiene a un poder, el que sostiene es el verdadero
poder y el sostenido no es más que su servidor o vasallo, que es lo que
pasa en el pretorianismo. Cuando a un gobernante lo sostienen los
soldados, tiene que ser esclavo de los soldados del mismo modo que
cuando a un gobernante lo sostiene el pueblo tiene que ser el servidor del
pueblo. Pero no pudiendo ser el jefe de un ejército, el servidor o vasallo
de sus soldados, resulta que la pretensión de un ejército gobierno
corrompe y disuelve tal ejército.
Pero hay esta diferencia, es función fisiológica de una clase social o del
pueblo culto gobernar, no lo es para un ejército, de modo que en el
pretendido gobierno militar, el ejército siendo jerarquía y en consecuencia
incapaz de gobernar tiene que transformarse en demagogia armada y
dejar de ser ejército y en este caso la sociedad corre peligro de ruina o de
conquista necesaria por humanidad.
En México aparece como que el ejército sostiene las instituciones, es
porque las instituciones no existen, el pueblo mexicano en su gran
mayoría no es político, tiene forma asiática y las clases superiores se
dividen en liberales y conservadores sobre la indiferencia popular. Lo que
el ejército sostiene no son las instituciones nacionales sino las
instituciones de un partido contra el partido temporalmente vencido a
quien le son impuestas. Y cuando el partido vencido prescinde de luchar
entonces el ejército sostiene a la fracción de un partido contra la fracción
restante de ese partido que encuentra las instituciones excelentes, pero
que no las acata mientras no sean cumplidas por el caudillo de su gusto o
conveniencia.
Las instituciones que necesitan para existir y funcionar de un caudillo no
son instituciones populares, ni de clase aristoUrática o plutocrática; no
son instituciones de ninguna clase, porque el personalismo no puede ser
un principio. Las instituciones tienen por objeto matar el personalismo,
de modo que es absurdo admitir instituciones con caudillos. En suma, en
México en 1835, no había ni podía haber instituciones centralistas ni
federalistas y en los países donde no hay instituciones, la misión del
ejército es sostener y derrocar personas durante el tiempo que al ejército
place que por regla general es muy corto, excepto cuando la habilidad del
gobernante impide que sus soldados rematen su poder. Pero de estos
hombres eminentes pocos dan a luz las mujeres.
Lo repito, la mayoría de los colonos texanos estaba dispuesta a aceptar
hasta el centralismo con tal que no fuese en realidad el militarismo.
El partido de la paz en Texas llegó a alarmarse bastante y dirigió una carta circular
haciendo a sus compatriotas un enérgico llamamiento a la paz, lamentando los intereses
de la mayoría de un pueblo dispuesto a la paz fuesen sacrificados por la temeridad de
algunos; reprobando las actitudes inquietantes revolucionarias y llamando la atención
sobre la reciente circular que les había sido dirigida por el general Cos y el Jefe político
de Béjar que sólo contenía seguridades de que las autoridades de México nunca habían
pensado en lastimar los derechos políticos de los colonos y que no había motivos para
dUdar que el supremo Gobierno estaba dispuesto a escuchar con benevolencia las
representaciones de los colonos y a no omitir todos los medios que estuvieran en su
poder para promover el progreso y bienestar de todos los habitantes de la República
(10).
Estas repetidas seguridades habían sido recibidas como la expresión de
los sentimientos amistosos del general Santa Anna para Texas y de su
buena voluntad para consentir la constitución de Texas como Estado. La
circular expresaba la firme determinación para promover por medios
honorables, la unión, la moderación y la adhesión a las leyes y a reprobar
todo acto o actitud capaz de envolver a los colonos en un grave conflicto
con el Gobierno mexicano. Agregaba que estaban dispuestos a sostener
al Gobierno en su empeño para que se cumpliesen las leyes que a
menudo habían sido violadas, obteniendo como era de esperarse el alivio
de aquellas que les eran inso
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XI Capítulo XIII Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimosegundo
EL MILITARISMO ANTE EL
ENEMIGO NACIONAL
La vanidad nacional ha hecho de nuestra historia una madriguera de
fanfarronadas y mentiras. Si examinamos los libros dedicados a la niñez
que debían ser los más nobles y puros, encontramos que se hace
comenzar la campaña de Texas por lo que se llama una serie no
interrumpida de brillantes victorias, siendo así que la campaña de Texas
debe comenzar desde el momento en que los colonos insurreccionados
atacaron a las fuerzas mexicanas con el objeto de expulsarlas del
territorio texano. Hemos visto que sin destruir el centralismo, objeto
principal de las ambiciones del general Santa Anna, hubiera sido muy
fácil mantener en paz a los colonos de Texas dando tiempo a que
terminase el pernicioso y amenazante período presidencial del general
Jackson; pero una vez Santa Anna, cegado por las cataratas niagarescas
de la adulación, dispuso someter a Texas a la misma o mayor presión que
la que ejercía su tiranía en todo el país. Santa Anna no era un imbécil
como no lo era Napoleón, pero la tiranía más allá de las fuerzas de que
puede disponer no es más que uno de los más bellos triunfos de la
imbecilidad. Muy excepcionales son los déspotas que saben mantener el
equilibrio de su opresión con la elasticidad propia y especial de los
oprimidos.
Lo excepcional en Santa Anna no era su ambición, ni su sed de
omnipotencia, ni su avidez de gloria, ni su codicia de Judío, sino su
completa impericia como militar. A nadie se le ocurre para amarrar a un
adulto atlético siempre despierto, enviar a un niño ético o a un hombre
raquítico y completamente ebrio. Lo primero que debe saber un militar es
saber calcular la resistencia que debe ofrecer el rebelde o la víctima que
quiere someter.
En el año de 1832, los colonos norteamericanos de Texas habían dado
serias pruebas de un gran valor personal, de una decisión indomable para
defender sus derechos, verdaderamente imponente; con una audacia
igual a su valor y de una actividad revolucionaria superior a su actividad
industrial, de una inteligencia notable para organizarse, para resistir y
ofender; de suma habilidad en el manejo de sus rifles constantemente
empleados para rechazar los ataques de los bárbaros; habían dado
pruebas de su justa aversión al militarismo y de la necesidad indeclinable
de emplear el contrabando contra un arancel absurdo, que de serles
aplicado los haría perecer; y por último habían mostrado que les era muy
fácil organizar, sostener y hacer combatir con bizarría más de mil
hombres, casi todos excelentes tiradores y dotados de esa flema
anglosajona que tan temible hacía a la infantería inglesa según Napoleón
I.
El general Filisola, obrando como comandante de los Estados internos de
Oriente, era tal vez por ser de origen italiano, un militar invulnerable
contra la pandemia nacional de megalomanía bélica y en un memorial
muy bien escrito el año de 1833, expuso al Ministerio de la Guerra que si
se quería que en Texas fuese respetada la soberanía mexicana y hacer
acatar leyes contrarias a los intereses de los colonos, debían enviarse por
lo menos diez mil hombres de las tres armas. Enviar menos no podía
tener más resultados, según Filisola, que entregar la dignidad nacional al
ultraje y a los soldados a la derrota y desmoralización. Ni el general
Filisola, ni persona alguna sabe si tan sensato memorial fue siquiera leído
por el ministro de la Guerra a quien fue dirigido o por algunos de sus
sucesores.
La administración centralista determinó colocar en Texas para reprimir el
contrabando y hacer respetar toda la tiranía de Santa Anna, apenas
quinientos hombres destinados a diseminarse en tan vasto territorio. Para
sostener la aduana mantima en Anáhuac y dar cumplimiento al arancel
prohibidonista que he dado a conocer se mandó al capitán Tenorio con
veinte hombres para que luchase a todo su sabor contra un medio millar
de contrabandistas. Para defender a Goliad en cuyo cuartel había un
depósito de armas y material de guerra fue colocado el teniente coronel
Sandoval con cuarenta hombres, otros cien se diseminaron por la costa y
cerca de trescientoS ocuparon la capital Béjar al mando del coronel
Ugartechea. Estas disposiciones parecen concebidas para favorer lo más
posible la insurrección de los colonos, que no estaba en su naturaleza ni
en sus más caros intereses respetar el militarismo y el arancel; dos
azotes de una intensidad ignominiosa y mortífera.
El partido de la guerra, formado como se ha visto por los agentes del
Presidente de los Estados Unidos, por los de los especuladores en tierras
texanas y por los pocos colonos que deseaban la independencia de
Texas; siendo muy débil en comparación con el partido de la paz,
formado por la población norteamericana, propietaria y verdaderamente
trabajadora; necesitaba para insurreccionarse del apoyo de este gran
partido pacífico, lo que no era posible conseguir sino en el caso de que
los grandes y legítimos intereses de ese partido fueran estúpida aunque
legalmente heridos.
El 9 de Septiembre de 1834 la Legislatura del Estado de Coahuila y Texas
eligió conforme a la Constitución local a Don Agustín Viezca Fonseca
para gobernador. El general Santa Anna en nombre de su despotismo
declaró nula la elección y ordenó que se repitiese. La Legislatura de
Coahuila y Texas expidió en Abril de 1835 un decreto facultando
ampliamente al gobernador para organizar las milicias del Estado y
rechazar la fuerza con la fuerza.
La capital del Estado era Monclova, mas el Saltillo pretendía serio y en
vez de coadyuvar al sostenimiento de la soberanía del Estado, hizo lo que
siempre han hecho los partidos de oposición de los Estados; recurrir al
Gobierno federal entregándole la soberanía del Estado y declarándolo
vasallo de cualquiera dictadura con tal de obtener una sombra de poder y
una realidad de empleos y de fuerzas revolucionarias contra el Gobierno
legítimo del Estado. El Saltillo apoyó a Santa Anna; el Gobernador Viezca
viendo que sus elementos militares eran irrisorios y conociendo la
superioridad incontestale de los texanos para defender sus derechos
contra las fuerzas federales, concibió el proyecto de declarar capital del
Estado a San Antonio Béjar, capital de Texas y con los rifles de los
colonos que como varias veces lo he dicho, eran mexicanos por
naturalización, resistir al despotismo de Sant Anna. Al poner Viezca en
práctica su proyecto fue aprehendido en el camino para Béjar, con su
Legislatura, por orden del general Cos comandante militar de los Estados
internos de Oriente.
Santa Anna nombró entonces como sucesor de Viezca a un señor Falcón,
y viendo que no tenía aptitud para obedecerle ni para desobedecerlo
dispuso que el general Cos asumiera el mando político, civil y militar de
Coahuila y Texas imponiendo así el estado de sitio a los texanos que no
se habían metido ni querían meterse en la cuestión política de Coahuila.
El partido texano de la guerra aprovechó tan hermosa oportunidad de
obrar y Julián Travis, el más audaz, valiente y temible de los
revolucionarios, levantó una pequeña fuerza, atacó al capitán Tenorio,
quien no pudiendo resistir, tampoco quiso defenderse y aceptó la
capitulación que le ofreció Travis en términos generosos, más que
decorosos. Tenorio debía partir para Béjar con las armas para sus veinte
hombres y entregar a Travis cerca de cien fusiles con sus respectivas
municiones que se hallaban depositados en Anáhuac.
Mientras Travis atacaba a Tenorio y esto sucedió a fines de Junio de
1835: algunos colonos se apoderaron de la correspondencia oficial
dirigida al capitán Tenorio por la que se le hacía saber la marcha a Texas
de todas las tropas vencedoras en Zacatecas. El partido de la paz ante
semejante noticia reunió una convención, reprobó la conducta de Travis y
ofreció aprehender a los cabecillas de la pequeña rebelión y entregarlos a
las autoridades competentes.
Estas disposiciones, dice Filisola, verdaderamente favorables y sinceras porque eran de
los propietarios que temían las precisas consecuencias de la guerra, iban también
garantidas por el carácter de dos comisionados que las apoyasen ante el Sr.
Comandante general (1).
El general Cos, aunque muy arrogante é insolente no estaba ciego como
el general Santa Anna y comprendiendo lo delicado de la situación en
Texas y que no se podía intentar oprimir a hombres resueltos a no dejarse
humillar, sin la fuerza que semejante tarea demandaba, expidió una
circular exhortando a la paz y al trabajo a los colonos y ofreciéndoles que
sus quejas serían atendidas y sus legítimos intereses protegidos con
inteligencia y generosidad por el general Santa Anna. Esta circular
especie de decreto de amnistía dió lugar a la actitud enérgica, leal y
apreciable del partido de la paz en la convención del 17 de Julio de 1835.
Los ocho artículos presentados por la expresada convención si hubieran
sido aceptados por el Gobierno hubieran dado algunos años de paz a
Texas y muy probablemente hubieran quedado arruinados los proyectos
inmorales del presidente Jackson.
Pero el general Santa Anna que a pesar de ser un pretoriano vaciado en
condotiero milanés no había comprendido que la fuerza bruta no podía
resolver el problema, porque los ejércitos pretorianos representan la
putrefacción precisamente de la energía militar y ésta nunca puede ser la
fuerza, dispuso rechazar la política conciliadora del general Cos y, por
conducto de su Ministro de la Guerra, general Tornel, ordenó con fecha 10
de Agosto de 1835 que fuesen perseguidos y aprehendidos para su
ejemplar castigo, Don Lorenzo Zavala, Don José María Carvajal, Don Juan
Zambrano, mexicanos de nacimiento y todos los leaders revolucionarios
norteamericanos que se manifestaban enemigos de las iniquidades del
militarismo en apariencia, pero en realidad algunos de ellos lo que
querían era hacer estallar la revolución con cualquier motivo para dirigirla
luego hacia las miras del presidente Jackson. Estos leaders perseguidos
eran, Travis, Houston, Thompson, Williamson, Baker, William, Moore y
todos los que como tales debieran considerarse.
La medida hubiera sido buena, si al mismo tiempo se hubIeran hecho las
justas concesiones que reclamaba como urgentes el partido de la paz y si
se hubieran apoyado las determinaciones contra los revolucionarios con
la fuerza militar competente.
Mas Santa Anna sólo había enviado a Texas de refuerzo ciento cincuenta
hombres del batallón Morelos y cien hombes de caballería presidial. Total,
para atemorizar a una población de treinta mil almas valientes que habían
probado terriblemente resueltas para batirse, ¡750 hombres! Para
perseguir revolucionarios hasta su aprehensión en un territorio más
grande que Francia con 750 hombres, era preciso diseminarlos a razón de
centésimo de hombre por legua cuadrada o no perseguir para
mantenerlos concentrados.
Cos debió contestar haciendo observaciones a la orden imposible que
debía cumplir, pero para un tirano, una observación es una rebelión y el
general Cos tenía más de cortesano que de héroe; penetró a Texas y
comenzó a diseminar su fuerza y los texanos a devorarla con excesiva
facilidad.
El general Cos era como la gran mayoría de los generales de su época,
ignoraba de preferencia la ciencia y el arte militares. Si hubiera tenido
siquiera los conocimientos de un jefe seminola o comanche no hubiera
escogido a San Antonio Béjar como base de operaciones y centro de su
acción. En este punto quedaba cortado de su comunicación con el puerto
del Cópano y con el camino más corto por tierra a Mier o a Matamoros,
plazas de donde podía recibir auxilios, si los colonos ocupaban a Goliad,
lo que precisamente tenían que discurrir y ejecutar. El general Cos,
eligiendo a San Antonio Béjar como centro de operaciones, determinó
aislarse lo más posible de su gobierno hacer imposible o muy difícil el
apoyo de éste.
Poco antes de llegar el general Cos a San Antonio Béjar, como se lo había
ordenado el gobierno, se encontraba en ese punto con poco menos de
quinientos hombres el coronel Ugartechea.
En estos mismos días adquirió datos seguros el coronel Ugartechea, comandante de
Béjar, de la próxima sublevación (de los colonos) y por medida de precaución y defensa
dispuso inmediatamente marchasen un cabo y cuatro presidiales a la villa de González
con el objeto de recoger de allí un cañón que sus vecinos habían pedido prestado con el
pretexto de defenderse de los bárbaros y que con fundamento se podía temer que
hiciesen muy pronto uso de esta arma contra los mismos que la habían facilitado. Esta
indiscreción tuvo el resultado que debía esperarse porque los de González no sólo no
entregaron el cañón sino que pusieron presos a los cinco hombres que habían ido por
él. Indignado Ugartechea de esta insolencia hizo marchar de Béjar a aquella villa al
teniente de la compañía del Álamo Don Francisco Castañeda con ochenla presidiales
con los objetos de libertar a los cinco presos, recoger el cañón y castigar a los
insolentes que habían cometido aquella demasía; mas el teniente Castañeda no pasó el
río de Guadalupe, sino se dejó imponer por los vecinos de González y regresó a Béjar
trayendo consigo una mancha de lavar, una nueva ofensa a las armas nacionales que
vengar y un crimen que perseguir y escarmentar ... (2).
Lo primero que debió haber ordenado el coronel Ugartechea era la
consignación del teniente Castañeda a un Consejo de Guerra para que en
vista de que dicho oficial se había dejado imponer por los 340 vecinos de
la villa de González, entre los que se hallaban una mitad de mujeres y una
tercera parte de niños; fuese sentenciado por cobarde y pasado por las
armas. La mancha que lavar de que habla Filisola no había sido arrojada a
las armas mexicanas por los colonos, pues el rebelde no puede manchar
las armas del gobierno si no pertenece a ellas como sucedía con los
vecinos de González. Quien manchó las armas fue el cobarde teniente
Castañeda y quien acabó de mancharlas fueron Ugartechea y los que no
aplicaron el jabón eficaz suministrado en abundancia por la Ordenanza e
infalible para lavar esta clase de manchas. El que se pronuncia está
dispuesto a batirse, ni mancha ni ultraja las armas de la ley. El teniente
Castañeda quedó por supuesto impune; esta fue no la mancha sino el
aguacero fecal sobre nuestras armas y con semejantes oficiales y
semejante disciplina justificaban los revolucionarios texanos como acto
de gran cordura y prudencia, que una pequeña población de treinta mil
almas a los más como la de Texas pretendiera despojar a una nación de
siete y medio millones de habitantes de un rico territorio más grande que
Francia, y sin el auxilio de las armas de los Estados Unidos.
El coronel Ugartechea al ver que el teniente Castañeda volVía como un
mandria de su expedición, dispuso salir a castigar a los colonos.
González dista de Béjar veintisiete legua que en dos jornadas hubieran
recorrido nuestros soldados, pero el general Cos ordenó a Ugartechea
que no se moviese; que lo esperase.
El general Cos llegó el 9 de octubre de 1835 a San Antonio Béjar, siete
días después de la hazaña del teniente Castañeda. En Goliad a donde
había estado el 5 de Octubre el general Cos, y donde había en depósito
trescientos fusiles, cinco piezas de artillería y municiones de guerra por
valor de doce mil pesos; dejó el general Cos para cuidar tan intereseante
punto cuarenta hombres al mando del coronel Sandoval, quien el 10 de
Octubre fue atacado por un grupo de colonos, vencido y obligado a
entregarse prisionero con toda su fuerza, perdiendo el depósito de
fusiles, artillería y municiones.
El general Cos al pasar por Goliad el 5 de Octubre, tuvo conocimiento de
la rebelión de los colonos comenzada en González, pues el capitán
Sabariego al volver de Mata Gorda le había informado haber encontrado
en el camino varias partidas de colonos armados; y no obstante esto el
expresado general dejó en Goliad al coronel Sandoval con cuarenta
hombres para cuidar un punto de alta importancia estratégica y un
depósito de material de guerra. Como se verá, más auxilio de armas y
pertrechos de guerra recibieron los colonos del general Cos con su falta
de sentido común que de los Estados Unidos. El primer protector de los
revolucionarios de Texas fue la impericia del general Cos y el segundo el
general Jackson presidente de los Estados Unidos.
Filisola da cuenta de la toma de Goliad por los rebeldes el 10 de Octubre
de 1835 en los siguientes términos:
No habiendo pues logrado la sorpresa que se había premeditado porque Sandoval,
Sabariego y el alférez Don Jesús de la Garza, sospecharon el intento y se fueron al
cuartel con los pocos soldados que tenían, a cosa de la una de la mañana del dia 10 lo
atacaron a cara descubierta como cosa de cien rebeldes. Nuestros militares se
sostuvieron con el mayor valor subiendo éste de punto cuando perdieron tres hombres y
se reconocieron otros varios heridos; pero careciendo los demás de municiones les fue
preciso sucumbir y quedaron todos prisioneros después de una hora de puro combate
(3).
La versión de todos los escritores extranjeros de la guerra de Texas
comprendiendo la Revue des Deux Mondes es uniforme y completamente
distinta de la de Filisola.
Cuarenta y ocho hombres al mando de Collingsworth sorprendieron al teniente coronel
Sandoval, que se rindió, teniendo un muerto y dos heridos (4).
No sólo me inclino a creer que la versión extranjera es la exacta sino que
tengo la convicción de ello en vista de los hechos que paso a exponer.
El primer interesado en narrar que el vencido ha hecho una defensa
heroica, es el vencedor y es muy común que los vencedores inventen
heroicidades a los vencidos aun cuando hayan sido débiles o cobardes,
por tal de adquirir gloria. Si esto hacen los militares de profesión, los
aficionados como eran los asaltantes de Goliad se muestran como es
natural más ambiciosos de vencer a tropas disciplinadas. Cuando un
puñado de revoltosos, reclutas vence a verdadera tropa que se porta
heroicamente, por ningún motivo deja de pregonar en todos los tonos
posibles y aun en los absurdos que ha vencido no a mandrias sino a
positivos héroes. El parte de Collingsworth es, como lo copia Yoakum,
una sorpresa con resistencia insignificante, ¡un muerto y dos heridos!
Filisola nos dice que el teniente coronel Sandoval se rindió por falta de
municiones. Esto es imposible porque en el informe de Austin al Comité
revolucionario de San Felipe, fechado en 13 de Octubre de 1835, consta
que cayeron en poder de los rebeldes al tomar Goliad, trescientos fusiles,
cinco piezas de artillería y de diez a doce mil pesos de municiones y otros
efectos de guerra, con lo cual, dice Austin, podrá dar impulso a sus
operaciones como en efecto se las dió. No es creible que un jefe como
Austín aceptase la invención de uno de sus subordinados de haber
capturado armas y municiones y que con estos elementos de guerra
imaginarios, hubiese en realidad dado gran impulso a sus operaciones.
Por otra parte, ¿ignoraba el coronel Sandoval que no había parque en su
cuartel convertido en fortaleza y confjado al honor de sus armas? ¡Sí!
¿Qué clase de oficial era éste que tenía bajo su mando soldados y un
fuerte y no conocía el deber de averiguar si había municiones para las
armas? El general Cos había estado en Goliad el 5 de Octubre, cinco días
antes del ataque de Collingsworth y había dado orden al coronel Sandoval
de que se defendiese hasta la última extremidad (5). ¿Cómo es posible
que el jefe que recibía tal orden no se informase si tenía muníciones
suficientes para llenar el deber que se le imponía? Además Filisola
escribe:
No faltó quien diese aviso de esta maquinación (sorprender a Sandoval) al capitán
Sabariego, aunque éste fue de opinión que se mandasen reunir los destacamentos y
estarse sólo a la mira procurando atacar a los facciosos solamente en los desfiladeros y
pasos de los ríos que tenían que atravesar para llegar hasta allí (6).
Sabariego era subordinado de Sandoval y ¿sabiendo con suma
anticipadón que lo iban a atacar no se informó si había parque para
defenderse? ¿Y si sabía que había parque sólo para una hora de fuego de
fusiles de chispa, cómo era de opinión de que saliesen a atacar a los
facciosos en los desfiladeros y en el paso de los ríos?
La verdad es que había en Goliad municiones para un año de fuego
servido por cuarenta hombres y el comportamiento de Sandoval estuvo
muy lejos de ser digno como lo ratifica el hecho de haberse presentado a
los rebeldes ofreciéndoles sus servicios que éstos rehusaron.
Juan N. Seguin, mexicano, levantó una compañía de rancheros mexicanos a favor de los
rebeldes, el coronel José María González del ejército mexicano se alistó bajo las
banderas de los colonos y el teniente coronel Sandoval sorprendido en Goliad por
Collingsworth solicitó también entrar al ejército texano pero no fue admitido (7).
El día 11 de octubre el general Cos supo en Béjar la toma de Goliad y que
las avanzadas del grueso de las fuerzas rebeldes, llegaban a nueve leguas
de Béjar.
El doce de octubre de 1835 se dispusieron los texanos a marchar con quinientos
hombres y un cañón sobre Béjar. De éstos, ciento diez hombres fueron enviados a
proteger Victoria (8).
De manera que el 13 de octubre el general Cos que contaba 800 hombres
de buena tropa entre ellos parte del magnífico batallón de Morelos y 21
piezas de artillería, en vez de salir a batir a los 390 colonos
indisciplinados que formaban en esa fecha el ejército de Austin en Texas,
dispuso ponerse a la defensiva estricta y ordenó fortificar Béjar, lo que
visto por su enemigo levantó su moral a una altura suficiente para mirar
con desprecio las armas mexicanas y este desprecio estaba bien
fundado: ponerse ochocientos soldados con 21 piezas de artillería y
abundantes municiones a la defensiva dentro de una plaza que se hace
fortificar porque avanzan ¡390 agricultores armados! Aun no llegaban los
voluntarios de los Estados Unidos.
El general Cos se encerró en Texas con el objeto de dejar al enemigo libre
enteramente para que se organizase a su vista e hizo lo que todos los
generales que llenos de miedo se encierran en plazas fortificadas, enviar
pequeñas partidas a reconocer y tirotear al enemigo con lo que creen
demostrar ciencia y bravura.
El combate de Concepción se encuentra entre dos versiones distintas.
Según los historiadores norteamericanos, que se apoyan en el parte
oficial del coronel Fannin, éste y su segundo Bowie, al frente de 90
hombres encontraron a 400 mexicanos en un bosque, con una pieza de
artillería y habiéndose empeñado la acción salieron vencedores los
rebeldes capturando el cañón y causando a los mexicanos sólo en
muertos 60 bajas. Para esa cantidad de muertos debió haber más del
doble de heridos de donde resultan ciento ochenta bajas por lo menos,
mientras que los rebeldes sólo tuvieron un muerto y nueve heridos. Esta
versión es falsa a todas luces.
La mexicana es en mi concepto la verdadera y es la siguiente: El general
Cos habiendo tenido noticia de que en la misión de la Concepción se
ocultaban algunos sublevados dispuso que de Béjar salieran a batirlos
cincuenta infantes del batallón Morelos muy disciplinados y aguerridos,
con un cañón y al mando del teniente coronel José María Mendoza. En el
bosque que envolvía parte del camino de Béjar a Concepción, el pequeño
destacamento mexicano encontró a los sublevados y el teniente coronel
Mendoza, en vez de hacer alto y reconocer si había emboscada, hizo
avanzar a su fuerza la que fue completamente destrozada, perdiendo el
cañón. De los cincuenta soldados mexicanos que verdaderamente eran
de primer orden resultaron doce muertos y treinta y dos heridos, un
oficial muerto y tres heridos. Puede decirse que la impericia del teniente
coronel Mendoza llevó a sus soldados a un patíbulo más bien que a un
combate.
El general Cos, en vez de ordenar al teniente Rodríguez, que mandaba en
Lipantitlán la segunda compañía que iba de Tamaulipas, que se
incorporase a las fuerzas mexicanas indignamente colocadas a la
rigurosa defensiva en Béjar, le ordenó que llamase la atención del
enemigo por Goliad, es decir, le ordenó que se dejase destruir cuanto
antes por el enemigo, lo que tuvo lugar sin dificultad. Los soldados a
quienes desmoralizó tan estúpida orden comenzaron a desertar y cuando
le quedaban pocos fue sorprendido durmiendo el teniente Rodríguez y
hecho prisionero con toda la fuerza que lo acompañaba (9).
El general Cos jamás pensó en que ya fuera que tomase la ofensiva o la
defensiva, su primer deber era concentrarse y si lo hubiera hecho no
hubiera sido tomado Béjar y la campaña habría cambiado mucho de
aspecto. El general Cos empeñado en diseminar perdió fuera de Béjar:
En la toma de Goliad ... 40 soldados.
En la emboscada de Concepción ... 48 soldados.
En la sorpresa al teniente Rodríguez ... 90 soldados.
Al enviar Ugartechea con cien presidiales a traer no soldados sino reemplazos
amarrados como si los condujeran presos (10) ... 100 soldados.
Suma ... 278 soldados.
Cuando se conozca cómo estuvo la toma de Béjar se verá que si esos 278
hombres despachados por el general Cos al sacrificio o a una comisión
inútil, se hubiesen concentrado en Béjar, para lo que tuvieron tiempo
sobrado, los rebeldes no hubieran tOmado la capital del departamento de
Texas.
Llegamos ya a la operación más seria y final de la primera parte de la
campaña de Texas: el asedio y toma a viva fuerza de San Antonio Béjar
por los rebeldes.
La ciudad de San Antonio Béjar en 1834, sostenía su calificativo de
ciudad por la simple autoridad de un decreto, pero era una aldea de 2,400
habitantes, formada por dos calles que se cortaban en ángulo recto
formando una cruz, cuyo pie se hallaba en el punto medio de una
semicircunferencia que tocaba casi las extremidades de sus brazos,
formada por el río San Antonio. Las casas eran bajas pero en su mayoría
de cal y canto, los jacales diseminados alrededor de la cruz que formaban
las calles estaban construídos con enrejados de madera forrados de lodo
y sus techos eran de paja. Como en todas las aldeas españolas el edificio
más sólido era la iglesia parroquíal.
Bajo el punto de vista militar esta aldea debía ser fácilmente atacable
porque todos los alrededores y las márgenes del río estaban cubiertas de
bosques espesos y de una especie de matorrales de que se han llenado
las labores por la falta de cultivo, lo que presta una facilidad suma a las
emboscadas de los enemigos y ofrece gran riesgo a aquellas gentes (11).
Los sitladores no necesitaban pues, de fortificaciones de campaña, ni de
caminos cubiertos, ni de paralelas, ni de pequeños reductos, ni de nada
de lo que ordena la ciencia respecto del ataque de las plazas fuertes;
porque la naturaleza se había adelantado a favorecer a los rebeldes con
obras muy superiores de gran eficacia. Tan detestable posición defensiva
había sido escogida por el general Cos, cuya posición de general la debía
a su parentesco con Santa Anna, cualidad que no da los conocimientos
militares para merecer el alto grado de general.
Como a ciento sesenta metros de la curva que forma el río de San Antonio
y del lado de su convexidad, se levantaba lo que lmproplamente se
llamaba el fuerte del Alamo, consistente en un solar y una iglesia a medio
construir. La superficie del solar se eleva sobre la de la ciudad y su
muralla no era más que una pared de piedra y lodo de sesenta
centímetros de espesor y dos metros de altura. Pegado a la pared Sur de
la muralla, estaba la iglesia en forma de cruz de Este a Oeste teniendo
cuarenta y dos metros de largo y treinta de ancho en los brazos de la
cruz. La iglesia no tenía construído más que parte de sus muros a una
altura variable entre cuatro y seis metros. A esta construcción se le
agregaron algunas obras de fortificación permanente.
He dicho que la fuerza de Austin, jefe de los rebeldes que ocupaban la
villa de González, no excedía de 500 hombres el doce de Octubre de 1835,
de los cuales fueron despachados a proteger a Victoria ciento diez. Este
hecho tan importante para probar el miedo y la impericia del general Cos
que puso a la defensiva detrás de fortificaciones 800 hombres de buena
tropa y veintiuna piezas de artillería lo reconoce plenamente la versión
mexicana.
El coronel Sandoval, el capitán Sabariego y el alférez Garza a las once de la mañana del
mismo día (11 de Octubre de 1835) fueron transportados de allí (G0liad) a Victoria y
después a la villa de González en la que encontraron a Don Esteban Austin con cosa de
500 sublevados sacados del interior de las colonias (12).
La fuerza de Austin siete días después, el 19 de Octubre, apenas excedía de 600
hombres (13).
La villa de González está a dos jornadas de tropas de Béjar, tiempo
sobrado tuvo el general Cos de impedir la concentración de los colonos
armados en González y de escarmentar severamente a los ya reunidos
(14).
Conducta tan pusilánime dió energía a la insurrección.
The intelligence of the capture of Goliad kindled a flame of enthusiasm throughout the
country (15).
El entusiasmo se hubiera desvanecido si nuestras tropas hubieran
cumplido con su deber de buscar al enemigo y batirlo.
Austin continuó concentrando sus fuerzas con toda tranquilidad y a la
vista turbada del general Cos hasta reunir 1 200 hombres con dos piezas
de artillería bien dotadas de municiones, gracias al depósito que nos fue
tomado en Goliad. En los primeros días de Noviembre de 1835 Austin
llegó con su improvisado ejército de 1,200 hombres frente a Béjar y
campó en los bosques comenzando inmediatamente el asedio de la plaza.
Pero los elementos de guerra de Austin no eran para tomar la plaza por
medio de un audaz asalto y decidió un sitio en forma muy penosa para los
sitiadores porque se anunciaba un invierno riguroso. La deserción
comenzó en las filas de Austin quien habiendo llegado con 1,200 en los
primeros días de Noviembre, el 14 del mismo mes no le quedaba más de
600 (16). El invierno era el único general leal, entendido y valiente que
defendía a la República Méxicana.
La noticia de la insurrección de Texas llegó a Nueva Orleans el 13 de
Octubre de 1835, y un meeting para auxiliar a los rebeldes tuvo lugar en la
tarde del mismo día en que se recibió la noticia. El resultado práctico del
meeting fue la organización inmediata de dos compañías de voluntarios
una al mando de Morris que entró por tierra en Texas y la otra al mando
de Breesse que llegó por mar. Estas compañías se llamaron The grays.
Los colonos sitiadores seguían desertando y no obstante la llegada de los
grays y de una compañía de voluntarios del Mississipí que llegó frente a
Béjar el 24 de Noviemre, sólo había el 29 del mismo mes, por total de
fuerzas sitiadoras, 800 hombres mal contados (17).
No obstante la llegada de los voluntarios de que acabo de hablar, las
operaciones no presentaban aspecto satisfactorio para los sitiadores.
El 4 de Diciembre a las dos de la tarde el coronel Burlesson que desde el 21 de
Noviembre había reemplazado a Austin, dió la orden para que se levantara el sitio a las
siete de la noche debiendo retirarse el ejército a Goliad (18).
Pero la traición de un oficial mexicano cambió rápidamente la situación
de los sitiadores:
Entre tanto Arnold volvió y el teniente Vauvis del ejército mexicano que había desertado
la noche anterior llegó al campamento y fue inmediatamente conducido al cuartel
general para un minucioso examen. El oficial mexicano denunció que la guarnición de la
plaza estaba amotinada y muy descontenta y que no era cierto que tuviese conocimiento
de los preparativos para un asalto. Afirmó además que la fuerza con que contaba la plaza
no era grande como se había dicho (19).
No obstante tan buenas noticias comunicadas a los sitiadores no los
decidieron a proceder al asalto y la retirada hubiera tenido lugar sin la
presencia de un propietario de tierras, caracterizado por una codicia
inconmensurable y por un valor y audacia igual a su codicia. Este hombre
que ejercía gran influencia sobre todos los voluntarios, les dirigió una
arenga incendiaria, terminando con la pregunta: ¿Quién quiere seguirme
al asalto? Sólo trescientos respondieron por la afirmativa y el asalto tuvo
lugar en la madrugada del 5 de Diciembre, mas los asaltantes sólo
consiguieron apoderarse de una pequeña parte de la ciudad. Millam, el
propietario que inició el asalto, fue muerto por una bala que le atravesó el
cerebro.
Filisola no habla del teniente Vauvis cuyo nombre no es español, pero así
consta en el texto inglés en el que sufren graves deformaciones los
apellidos españoles. Pero Filisola nos asegura cosa peor, y es que en vez
de un oficial traidor y cobarde tuvimos varios:
Pero desgraciadamente los capitanes Don Juan Galán y Don Manuel Rudesindo
Barragán que hasta aquel día se habían conducido con honor y valor, en vez de entrar en
la plaza como lo ordenó el coronel Condelle, hicieron montar a las dos últimas
compañías nombradas de que eran capitanes y se retiraron con ellas en dirección de Río
Grande llevándose además dieciocho hombres de la compañía de la bahía; haciendo
más escandaloso y perjudicial este ejemplo inaudito en las tropas mexicanas la
imitación del mismo ayudante inspector de Coahuila y Texas Don Juan José Elguézabal
que también se fue con aquellos arrastrando tras sí a veintitrés hombres de la primera
compañía de Tamaulipas (20).
Esta deserción produjo una baja en los defensores de Béjar de 6 oficiales y 169 hombres
montados. También desapa~ecieron en la misma noche el capitán de la compañía de
lanceroS Don Ignacio Rodríguez y un sargento y tres hombres montados. El desorden y
desaliento que estas vergonzosas defecciones más bien que deserciones, produjeron en
todas las demás tropas especialmente habiendo divulgado que el general Cos había
muerto...
El general Cos desde el 12 de Noviembre había mandado al coronel
Ugartechea como ya lo dije, con 100 presidiales a recibir los refuerzos
que le habían ofrecido. Formaban parte de estos refuerzos los 400
reemplazos que sin armas y amarrados debía conducir el comandante
José Juan Sánchez (21).
Y aunque el comandante Peralta convino con el ayudante inspector Don José Juan
Sánchez continuar escoltando los reemplazos hasta Laredo, el día 7 de Octubre regresó
intempestivamente para San Luis Potosí, alegando que tenía orden del comandante
general Don Gabriel Valencia, a pesar de haber recibido en el Venado orden del Ministro
de la Guerra para no obedecer otras que las que le comunicase el comandante general
de los Estados internos de Oriente en cuyo nombre procedía Sánchez ...
Y esta circunstancia dió lugar a que diez días después del abandono de Peralta, hiciese
otro tanto, tomando igualmente el camino para San Luis, el capitán de Guerrero Don
Ramón Guerra.
¡Tal era la disciphna y patriotismo de nuestro glorioso ejército!
Para que se comprenda la heroicidad de la defensa de Béjar con que la
vanidad nacional intentara defraudar a la historia, Filisola nos dice que
los asaltados el día 5 de Diciembre resistieron siendo mil y pico de
valientes más que valientes, leones rugientes (22) (frase de la Lima de
Vulcano) contra trescientos voluntarios que los atacaban, al grado de
haber tenido los mil y pico de leones la pérdida de un compañero muerto.
El fuego, dice Filisola, duró tres horas, habiendo habido un muerto y varios heridos por
nuestra parte (23).
Del 5 al 10 de Diciembre, los rebeldes continuaron atacando la plaza,
tomando casa por casa hasta obligar al general Cos a buscar refugio en el
fuerte Alamo. Se hubiera podido defender en este lugar el tiempo
suficiente para recibir los setecientos hombres que el Ministro de la
Guerra le enviaba con el coronel Ugartechea, pero la desmoralización de
las tropas del Alamo, produjo el desorden que degeneró en pánico.
En vano el general pretendía tranquilizar los ánimos y restablecer la debida
circunspección, como se necesita en momentos tan serios y difíciles para el buen éxito,
porque los intempestivos gritos de ¡Traición, nos quieren entregar, somos perdidos! que
se comenzaron a multiplicar, no sólo apagaron la voz del afligido general, sino que
confundido entre la multitud por la oscuridad de la noche que a pocos momentos
sobrevino, fue atropellado y maltratado de una manera brutal (24).
Por supuesto que el general Cos dijo a la nación dispuesta siempre a
aceptar lo que era halagador para su amor propio; que no se defendió en
el Álamo porque le faltaban (25) víveres, municiones, medicinas y forrajes.
Desde luego hay que notar que las leyes militares no autorizan a un jefe
de plaza sitiada a pedir capitulación por falta de botiquines y en cuanto a
la falta de forrajes no son necesarios para defender una fortaleza y si los
necesitaba el general Cos prueba era que había caballos que comer en
vez de darles forrajes y en consecuencia que no faltaban víveres.
Se comprende que un jefe se refugie perseguido por un enemigo
poderoso en una plaza sin atender a los víveres que ésta puede contener.
Pero cuando libremente se escoge una plaza con el objeto de esperar
refuerzos que deben tardar bastante tiempo en llegar y cuando se ha
dispuesto de 33 días (del 9 de octubre al 12 de Noviembre) para abastecer
de víveres la plaza de Béjar, no se puede dignamente entregarla antes de
un mes de sitio alegando falta de víveres. Tal proceder es una triste
chicana de jefe sin pundonor.
En el parte oficial del general Cos, relativo a la capitulación de Béjar,
copiado casi textualmente por Filisola se encuentran contradicciones que
señalan la conducta poco digna del general Cos. Todo comandante de
plaza sitiada está obligado a conocer cada veinticuatro horas por lo
menos la existencia de los víveres y municiones con que cuenta la
guarnición. ¿Cómo ordenó el general Cos la retirada al fuerte Álamo con
el objeto de defenderlo nasta la última extremidad, haciendo transportar a
los heridos, cuando sabía que no tenía municiones ni víveres?
Cuando el general Cos redactó el parte oficial de su capitulación se había
degradado sus facultades mentales. Sólo así se explica que después de
afirmar que capituló por carecer de víveres y municiones escriba las
siguientes líneas (26):
Así fue cómo la operación de la retirada se practicó con el mayor orden y se sacaron de
la ciudad los heridos, la tesorería, las municiones, nueve piezas de artillería, los hatajos
de mulas y en fin todo cuanto había en ella.
Para los jefes de plaza sitiada valientes y dignos los hatajos de mulas son
víveres.
En su mismo parte oficial el general Cos se desmiente a sí mismo en
cuanto a que capituló por falta de víveres y municiones porque escribe:
Con este intento ordené al coronel Don Nicolás Condelle para que procurase hacer con
anticipación, orden y disimulo la retirada de los heridos y enfermos y, cuanto
armamento, municiones, depósitos, etc., etc., existian en ella pertenecientes a la
guarnición (27).
Pero si este segundo mentís que el general Cos da a los motivos de su
capitulación no es suficiente para probar su indignidad, el mismo parte
oficial añade:
El día 12 (de Diciembre) se empleó en arreglar lo necesario para la marcha y ésta se
emprendió el 13 de Diciembre para la villa de Laredo en el mayor orden, llevando un
cañón de a cuatro con algunas municiones para él y todo el número de hombres que
ascendía a más de 800 inclusos los reemplazos, armados de fusil, bayoneta y
municiones a raz6n de cincuenta cartuchos sin olvidar los víveres, equipajes, etc.. etc.
(28).
¿Qué víveres eran esos con los que el general Cos emprendió atravesar
las setenta leguas de perfecto desierto que existían entre Béjar y Laredo?
¿Los que existían en la ciudad de Béjar? Entonces no faltaban víveres
para defender la plaza. ¿Habían entrado recientemente? ¿De dónde? El
día 12 de Diciembre en que se preparó la marcha fue el siguiente de la
capitulación. ¿Eran los víveres del enemigo? No los vendía y ofreció
generosamente de ellos al general Cos; pero éste, según él mismo dice,
contestó con altivez: El ejército mexicano ni recibe, ni necesita recibir
nada dado de sus enemigos (29). Esta frase fanfarrona es una nueva
mentira, porque quedaron en Béjar los heridos graves al cuidado
generoso de los vencedores y esto se llama recibir favor.
El general Cos tenía más de 200 caballos el día que pidió capitular y ya he
dicho que los caballos son víveres para militares resueltos y
pundonorosos. Se ve por las mismas afirmaciones del general Cos que
hubo víveres y municiones para huir por medio de una vergonzosa
capitulación, pero que éstos no nutrían cuando debían servir para
continuar la resistencia.
En el parte oficial del coronel Burlesson jefe sitiador al comité de San
Felipe, consta que cayeron en poder de los vencedores 21 piezas de
artillería con sus correspondientes municiones, 500 mosquetes,
abundantes municiones y 1,105 prisioneros (30). Esto prueba que había
municiones para todo hasta para proveer al enemigo menos para batirse.
Pero la gran responsabilidad del general Cos, es no haber intentado salir
con sus tropas lo que era excesivamente fácil y nada peligroso.
De Béjar podían salir durante el sitio hasta un tímido batallón de señoritas
sin temor de ser destruído. Los sitiadores no eran más que ochocientos
de ellos trescientos ocupaban parte de la ciudad y el resto campaba a tiro
de fusil de la plaza entre los matorrales. Béjar estaba rodeado de espesos
bosques cuyos árboles se hundían en espesos matorrales que cubrían a
un hombre de pie y que precisamente rodeaban al Alamo a tiro de pistola.
El perímetro de asedio tenía 3,600 metros y como lo cuidaban 500
hombres sin obras de circunvalación, correspondía a una línea cubierta
por un soldado a cada siete metros. ¿Qué resistencia podía oponer
semejante línea contra una salida de 1,105 hombres? ¿Cómo era posible
la concentración rápida de los sitiadores dentro de un matorral y de
noche? ¿Cómo era posible ver y perseguir y sobre todo causar daño a los
sitiados que disponían de la noche, de los bosques y de los matorrales a
tiro de pistola para efectuar su salida? Más tarde veremos cómo debido a
esos bosques y matorrales Santa Anna no pudo impedir con dos mil
hombres que penetrase un auxilio al fuerte del Álamo de 32. Es
vergonzoso hasta la más amarga humillación, ver como nos lo describe el
general Cos a 900 hombres armados y municionados que piden
capitulación a 800 reclutas.
Por último el mismo general Cos, se encarga de decir la verdad, cuando
llamó al comandante Sánchez para que pidiera la capitulación, diciéndole:
Por la cobardía y perfidia de muchos de los que creíamos nuestros
compañeros todos se ha perdido (31) ... El general Cos debió haberse
denunciado como el primer autor del desastre por su impericia y falta de
espíritu militar. Si cuando Austin tenía 390 hombres en González, a
jornada y media de Béjar, o a lo más a dos jornadas, el general Cos
hubiera marchado a batirlo con más de 800 hombres de que disponía, los
rebeldes no hubieran tomado Béjar. Casi todos los generales adictos a la
escuela defensiva detrás de trincheras ni son generales ni valientes. Lo
que perdio a Béjar fue la pasión del general Cos por la defensiva absoluta.
Ni el general Cos ni los historiadores mexicanos mencionan el hecho de
que tanto el jefe que tan mal defendió Béjar como todos sus oficiales, una
vez hechos prisioneros Obtuvieron su libertad comprometiéndose bajo
palabra de honor a no volver a tomar las armas contra la causa que
sostenían lo rebeldes. La prueba de esta vergonzosa debilidad consta en
los archivos de Texas y Henry Stuart Foot en su obra Texas and the
texans copia íntegra el acta de capitulación que a la nación y a la historia
mexicana se les ha presentado mutilada por el fraude y el cinismo
habitual con que tantas veces se la ha engañado.
El primer artículo del acta de la capitulación de Béjar dice textualmente:
1er. That Cos and his officers retire with arms and private property into the interior of the
Republic, under parole of honour, that they will not in any way Oppose the restablisment
of the federal constitution of 1824. Martin Perfect Cos, Edward Burlesson (32).
Ofende el prestigio de nuestros adelantos intelectuales que en la mejor
obra de historia patria que tenemos México a través de los siglos se
hagan apreciaciones laudatorias a los defensores de Béjar y
principalmente a su digno jefe por fin, se lee en México a través de los
siglos, hubo de rendirse (el general Cos) a la superioridad numérica.
¿Desde cuándo 800, número de los sitiadores, es superioridad numérica
sobre 1,105, número de prisioneros hechos por la capitulación de Béjar?
Ni el general Cos en su parte oficial ni Filisola en su obra, Guerra de
Texas, se atreven a hablar de superioridad numérica. Pero si la
superioridad numérica fuese motivo para rendirse, todas las plazas
sitiadas se rendirían en el término de algunos minutos y antes de disparar
un solo tiro, porque la regla general es que el sitiador tenga superioridad
numérica sobre el sitiado.
Está admitido por las grandes autoridades militares que a igual calidad de
tropas beligerantes, el sitiado puede resistir hasta siete veces el número
de sitiadores. Una superioridad de fuerzas sitiadoras, cinco veces mayor
que la de los sitiados está considerada como motivo para optar por la
defensiva detrás de trincheras. Ante la igual calidad y número de dos
ejércitos beligerantes no hay general digno y capaz que busque las
trincheras, su honor y el del ejército le imponen la batalla.
En el caso de que me vengo ocupando, Cos pretendía lo mismo que el
gobierno mexicano e igualmente la nación, que los 800 y tantos hombres
del General Cos eran tropa de mejor calidad que los 390 rebeldes que
mandaba Austin a jornada media de Béjar el 12 de Octubre de 1835. La
superioridad de número, de calidad y aún de mando la tuvo Cos y evitó
con indignidad manifiesta cumplir con su deber.
Es deplorable que nuestros historiadores más juiciosos, imparciales e
ilustrados ignoren que las plazas fuertes sirven precisamente para resistir
a la superioridad numérica.
Continúa la errónea apreciación de México a través de los siglos que le
hizo prisionero (el enemigo al general Cos) no sin haberle dado lugar a
portarse honrada y dignamente como militar y como político (33). En
efecto, el enemigo dió lugar al general Cos no sólo a portarse honrada y
dignamente sino todavía más a que le destruyeran las tropas mexicanas,
pero Cos no era del temple necesario para hacer lo que el enemigo le
daba lugar a que hiciese y lo que hizo fue cubrirse con el desprecio de
nuestros enemigos justificado por las manifestaciones de cobardía, de
perfidia, de indisciplina, de defección, de traición y de ineptitud que hacen
de la primera campaña de Texas un capítulo de humillaciones y de
dolientes indignidades para nuestro ejército.
Todas nuestras historias modernas suprimen o deforman la primera parte
de la campaña de Texas que he dado a conocer en todo el rigor de su
verdadera expresión. No siendo posible que nos honrase, el patriotismo
prostituído, con su espíntu mezquino, bárbaro y falso ha cumplido su
misión de guerra a la verdad siempre que no sirve para inflar nuestro
amor propio originado por un estado intelectual demente. Por fortuna
vamos alcanzando la convicción de que nuestro pasado en 1836 no es un
material propio para la epopeya viviendo eternamente en los bronces de
los monumentos públicos.
El mismo comité revolucionario de Nueva Orleans que organizó las dos
compañías de voluntarios llamadas the grays (los grises) que asistieron a
la toma de Béjar, organizó una expedición contra Tampico con el objeto
de distraer la atención y recursos del gobierno mexicano de los asuntos
da Texas. La embarcación llamada Mary Jane zarpó el 6 de Noviembre de
1835 del puerto de Nueva Orleans, con destino a Tampico, llevando a
bordo 130 aventureros; los dos tercios americanos y el resto de franceses
y alemanes (34). El fuerte de la Barra fue entregado por la traición de un
jefe mexicano y la expedición iba mandada por el general mexicano José
Antonio Mexía. Los aventureros fueron batidos por la fuerza mexicana
que permaneció fiel, habiendo sido capturados 31 de ellos de los cuales
tres murieron en el hospital y 28 fueron pasados por las armas el 14 de
Diciembre de 1835.
La versión norteamericana de la expedición de los 130 aventureros sobre
Tampico, sólo difiere de la mexicana en que ésta fija en doscientos el
número de aventureros. Respecto de que el fortín de la Barra fue ocupado
gracias a la traición de un jefe mexicano, el general Tornel, Ministro de la
Guerra en Diciembre de 1835, dice sobre este asunto:
En la tarde del 14 (de Diciembre) se avistaron tres buques con bandera nacional
trayendo a bordo doscientos aventureros salidos de Nueva Orleans y se apoderaron del
fortín de la Barra por la traición del teniente coronel Ortega que lo mandaba (35).
Con esta nueva prueba de la corrupción propia del ejército pretoriano que
oprimía a nuestro país y lo entregaba al mismo tiempo a las ambiciones
extranjeras termina la verdadera historia de la primera parte de la
campaña de Texas.
El buen éxito de esta campaña para los rebeldes produjo en el partido de
la guerra en Texas o sea del presidente Jackson, una confianza ilimitada
en las armas texanas, una insolencia de conquistadores asiáticos, un
orgullo de militares sobresalientes, un desprecio sólido por nuestro
ejército. El éxito tenía desgraciadamente que justificar ese desprecio,
pues 1,200 colonos entre los cuales se contaban entonces trescientOs
voluntarios, indisciplinados, mal mandados, sin artillería, casi sin
municiones e incompletamente armados, habían en menos doS meses
arrojado de su territorio a más de 1,500 hombres de tropas mexicanas
contando con los refuerzos diversos que le habían sido enviados a Cos;
habían tomado los rebeldes 26 piezas de artillería, 800 fusiles, 3 banderas,
municiones por un valor superior a 20,000 pesos y no había quedado un
sólo soldado mexicano en el inmenso territorio conquistado por los
colonos. La limpia había sido pronta y completa. Habían hecho más,
nunca tocaron un cabello a los prisioneros de guerra, a todos les dieron
libertad y auxilios a los que los solicitaban; cuidaron a nuestros heridos y
dieron pruebas de ser adictos a un género de guerra de acuerdo con los
sentimientos humanitarios que informan la civilización.

NOTAS
(1) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 128.
(2) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 145.
(3) Filisola. Historia de Texas, tomo II, pág. 153.
(4) Yoakum, History of Texas, tomo I, pág. 369.
(5) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 152.
(6) Filisola, obra citada, tomo II, pág. 153.
(7) Yoakum, History of Texas, tomo I, pág. 88.
(8) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 156.
(9) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 188.
(10) Obra citada, tomo II, pág. 186.
(11) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 182.
(12) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 152.
(13) Yoakum, History of Texas, tomo 1, pág. 372.
(14) Yoakum, History of Texas, tomo I, pág. 370.
(15) Obra citada, pág. 370.
(16) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 17.
(17) Obra citada, tomo II, pág. 24.
(18) Yoakum, History of Texas, tomo II. pág. 25.
(19) Obra citada, tomo II, pág. 25.
(20) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág, 201.
(21) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, págs. 162 y 163.
(22) Lima de Vulcano, Enero 2 de 1836.
(23) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 195.
(24) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 203.
(25) Obra citada, tomo II, pág. 204.
(26) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 201.
(27) Obra citada, tomo II, pág. 200.
(28) Obra citada, tomo II, pág. 208.
(29) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 208.
(30) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 32.
(31) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 208.
(32) Doran Maillard, History of the Republic of Texas. pág. 95.
(33) México a través de los siglos, tomo IV, pág. 361.
(34) Yaokum, History of Texas, tomo II, pág. 37.
(35) Filiso1a, Guerra de Texas, tomo II, pág. 190.

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de nuestra historia de Francisco
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Bulnes
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Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XII Capítulo XIV Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimotercero
LA PREPARACIÓN DE OTRA
CATÁSTROFE
Un general verdadero encargado de una campaña lo primero que debe
conocer es el terreno en que debe tener lugar la campaña; al enemigo;
sus propias fuerzas y elementos de guerra.
La superficie de Texas es de 262.000 millas cuadradas, muy superior a la
de Francia y tan vasto territorio en 1836 estaba apenas ocupado por una
población civilizada de 30,000 almas. La región colindante con los
Estados de Coahuila y Tamaulipas comprendida entre los ríos San
Antonio y Bravo del Norte, era un desierto de 70 leguas de largo, sin agua
en tiempo de secas y con demasiada hasta ser inundado en época de
lluvias. Esta zona sin recursos, sin abrigos, sin posiciones defensivas no
podía ser teatro de la campaña.
Desde las márgenes del río San Antonio hasta el río Sabinas, límite con
los Estados Unidos, el aspecto del terreno era muy diferente. Estaba lleno
de inmensos bosques separados por llanuras en general pequeñas,
excepto en la región de la costa cuyo ancho medio era de quince leguas,
sin contar la región entre Río Colorado y el Sabinas donde los bosques se
aproximaban al mar. La región de la campaña tenía pues que ser bosques
interminables cortados por seis ríos y salpicados con llanuras de
diversas dimensiones dominando las pequeñas. Esto quiere decir que era
casi imposible obligar a un enemigo colocado a la defensiva a presentar
batalla o a sorprenderlo fuera de un bosque.
¿Qué significación estratégica tienen los bosques? Un bosque como
terreno de combate es el nulificador por excelencia de los resultados
decisivos y aún de los resultados apreciables. Un bosque como terreno
de combate paraliza o suprime la acción eficaz de dos armas; la artillería y
la caballería. La arma única de efecto para un bosque es la infantería
parcialmente nulificada porque el fuego no puede causar daño en toda la
zona de alcance del fusil. Si hay dentro del boSque fuertes espesuras o
pastos que cubran a un hombre de pie o a caballo, el combate, la
persecución y aún el descubrimiento de la existencia del enemigo son
imposibles. Si el bosque tiene el suelo limpio, o casi limpio, los
combatientes se apoderan de los árboles como abrigos y el combate tiene
lugar en la forma de tiradores fortificados siempre con el inconveniente
de faltar mucho campo de tiro.
Ya en 1835 los expertos en la ciencia y arte de la guerra habían fallado:
Primero, dentro de los bosques cuyo suelo ocultará los hombres no es
posible combate, ni persecución, ni exploración regular y fructuosa.
Segundo, cuando el suelo del bosque permite ver a los combatientes, los
encuentros no tienen resultados decisivos y es frecuente que tampoco
los tengan apreciables.
Tercero, el arma única, no completamente eficaz, es la infantería.
Cuarto, mientras más grande es el bosque más difícil es obligar a
combate y caso de lograr éste es casi imposible el resultado decisivo.
Quinto, si el objeto del combate es poseer el bosque, puede conseguirse
si éste es pequeño y el efectivo de los beligerantes muy grande y las
tropas que llevan la ofensiva de primer orden. Pero si el bosque es grande
hasta ser inmenso y el objeto es destruir al enemigo que lo ocupa a
menos de una torpeza excepcional de éste no es posible llenar tal objeto.
Las reglas para atacar los bosques en Europa no eran aplicables a Texas
donde son inmensos, teniendo algunos hasta 600 leguas cuadradas y
donde los efectivos debían ser insignificantes.
Hay que considerar:
Superficie de Texas ...262 000 millas cuadradas.
Superficie de la Isla de Cuba ... 45 800 millas cuadradas.
Superficie del Estado de Guerrero (Mex.) ... 24 996 millas cuadradas.
Hemos visto que España con 200.000 soldados dotados de magnífico
armamento moderno y habiendo gastado más de 300 millones de pesos
oro, no logro en tres años destruir a 17 000 insurrectos maniobrando en
un espacio igual a la sexta parte de la superficie de Texas.
El general Santa Anna en 1835 no pudo tener a la vista este ejemplo de la
formidable influencia geográfica y climatérira en la guerra; pero había
tenido el del general Guerrero en el Estado que lleva su nombre, dos
veces; durante la guerra de independencia y durante la primera
administración de Don Anastasio Bustamante quien para acabar con el
general Guerrero tuvo que apelar a la asquerosa intriga con Picaluga con
el objeto de asesinar al rebelde.
Veamos ahora lo que Santa Anna tenía a su favor: los bosques de Cuba y
de nuestro Estado de Guerrero son en alto grado clementes, hospitalarios
y alimenticios; poseen raíces de gran poder nutritivo entre otras la yuca y
el camote y frutas como el plátano, capaces de sostener indefinidamente
la vida humana.
En Texas los bosques eran inclementes, horriblemente inhospitalarios,
nada alimenticios y el ganado que en algunos de ellos existía era
disputado a los civilizados por más de 100.000 indios salvajes, bravos,
armados y entusiastas por la guerra y la desolación.
En Cuba y en nuestro Estado de Guerrero había en toda su superficie
pequeños centros de población y de producción agrícola. En Texas la
población era insignificante y se hallaba diseminada en una zona muy
pequeña en relación con la extensión del poblado.
Todavía por el año de 1806 se contaba más de 100.000 cabezas de ganado y como
cuarenta o cincuenta mil caballos mansos; pero a principios del año de 1810 hubo una
irrupción terrible de indios bárbaros que destruyeron la mayor parte de aquellos
ganados y también los estab}ecimientos que se hallaban a alguna distancia de las
poblacIones grandes (1).
Del ganado no destruído era difícil que dispusiesen en los bosques los
rebeldes porque había en Texas diseminados 100 000 indios bárbaros que
disputaban su posesión y eran más aptos para concentrarlo, conducirlo y
esconderlo que los hombres civilizados. Tanto más cuanto que los
comanches que disponían de más de cuatro mil guerreros todos usaban
no caballo sino caballos pues no hay comanche que tenga menos de tres
caballos cuando va a campaña (2).
Los colonos estaban dedicados casi exclusivamente al cultivo del
algodón, que era lo que rápidamente los enriquecía. En tiempos normales
recibían harina, papas y todos sus comestibles de los Estados Unidos
con excepción de maíz, verduras y carne. No tenían existencia más que
de efectos alimenticios extranjeros y sus depósitos de maíz eran
insignificantes y calculados para su consumo únicamente.
Para dejar a la población de Texas sin más alimento que el maíz y algunas
verduras bastaba impedir la importación permanente de los demás
comestibles y destruir el poco ganado que pertenecía a los colonos, la
importación por tierra era costosísima en la primavera y muy difícil si se
ocupaba a Nacogdoches, población relativamente próxima a la línea
divisoria con los Estados Unidos. En invierno era casi imposible la
importación por tierra procedente de los Estados Unidos y en época de
lluvias completamente imposible.
El territorio de Texas ofrece una particularidad notabilísima: siguiendo la
línea de su inmensa costa, paralelamente existen un cierto número de
islas excesivamente largas y muy angostas que presentan en el mapa el
aspecto de culebras. En Matagorda, una de estas islas se vuelve
península lo mismo que en dos o tres puntos más. Estas islas se
aproximan mucho al continente y están separadas del territorio de Texas
por muy pequeños estrechos de poco fondeadero y que se pueden cerrar
fácilmente cada uno de ellos con una pequeña embarcación. Semejante
disposición del territorio texano hace que el poseedor de las islas y de los
estrechos haga imposible la Importación marítima de mercancías en
Texas.
Lo primero que debió hacer el general Santa Anna era hacerse dueño del
mar para impedir que a los colonos les llegasen de Nueva Orleans por
mar, hombres, víveres, pertrechos de guerra y dinero. Dada la disposición
de la costa de Texas bastaba para dominar completamente el mar y hacer
desaparecer las cuatro goletas de guerra que habían comprado los
colonos, pequeñas y usadas, en cuarenta y dos mil pesos los cuatro; la
siguiente flota cuyo costo estaba al alcance de las miserables recursos de
la República mexicana:
Dos corbetas nuevas de á 20 cañones a razón de 46.636.00 cada una, que fue lo que
costó la corbeta Iguala en 1838 calificada de magnífica ... $ 93.272.00
Cuatro bergantines de a 12 cañones a razón de 32.000.00 cada uno ... $ 128.000.00
Ocho goletas de 6 cañones a razón de 15.000.00 cada una ... $ 120.000.00
Veinte pailebots de dos cañones a razón de 6.000.00 cada uno ... $ 120.000.00
Cien canoas chatas para los ríos a razón de 200.00 cada una ... $ 20.000.00
Suma ... $ 481.272.00.
Con esta flota se hubieran conseguido dos cosas; impedir completamente
que los colonos pudiesen recibir auxilio formal de los Estados Unidos
cortándoles toda comunicación marítima con esa nación; se les hubiera
impedido exportar y los buques mercantes mexicanos hubieran tenido
libre el mar y los puertos de Texas lo que no sucedía siéndolo los colonos
como lo fueron con sus cuatro goletas usadas. Es más que penoso,
insufrible ver que siendo la posesión del mar el elemento decisivo para el
éxito de la campaña de Texas, los rebeldes se hacen dueños de él por la
suma de cuarenta y tantos mil pesos empleados en goletas.
Una vez impedida la importación de efectos extranjeros ¿qué podía comer
la población extranjera de Texas? Sólo. maíz y carne cuando la hubiera, lo
que era difícil que aconteciera a menudo porque los indios bárbaros eran
muy celosos para eVitar que les matasen y robasen lo que llamaban su
ganado.
Para impedir que la población consumiera maíz, hubiera bastado destruir
las sementeras de este cereal que no eran muy extensas porque como he
dicho los colonos se dedicaban casi exclusivamente al cultivo del
algodón.
La estructura geográfica del litoral de Texas y la organización económica
de su sociedad eran de tal naturaleza que ponían fácilmente la vida de su
población a la discreción de un gobierno dueño de los puertos, de las
islas y del mar.
El Gobierno mexicano poseía además dos enormes recursos para
dominar a los colonos caso de que se insurreccionasen. El primero de
todos era impedir, teniendo los puertos, la exportación de algodón. Los
colonos, produjeron de algodón el año de 1835, sesenta mil pacas de
quinientas libras por paca y cuyo precio medio era noventa pesos;
haciendo pues un total de cinco millones cuatrocientos mil pesos. Todo el
consumo del algodón texano tenía lugar en el extranjero. Impedir a los
colonos que vendiesen en el extranjero sus cosechas de algodón era
arruinarlos pronta y definitivamente. Fue la principal de las causas por las
que veían con sumo horror la guerra con México, creyendo que el
Gobierno lo primero que iba a hacer era apoderarse de los puertos e
impedir la exportación de sus algodones. Ya he dicho que en Texas había
dos partidos, el de la paz y el de la guerra, y si el partido de la paz que era
el dueño del algodón hubiera visto que tenía que arruinarse
completamente aun cuando triunfase la causa de la independencia, en vez
de abstenerse de hecho de combatir, como lo hizo, hubiera, sin vacilar,
puesto sus milicias a favor del gobierno con sólo ver que éste se hacía
dueño de los puertos y del mar y que estaba en condiciones de poseerlos
durante dos años por lo menos. El segundo medio era no de libertar
simplemente a los esclavos sino de ofrecerles en propiedad las tierras y
bienes de sus dueños rebeldes y de darles tierras a los libertos de
colonos fieles a la causa mexicana.
Hay que notar también que el clima de Cuba y del Estado de Guerrero
permite la guerra con soldados desnudos durmiendo al aire libre,
mientras que la nieve que cae en Texas durante el invierno impone la
necesidad de vestidos confortables para los que en ese territorio habitan.
Prohibida la importación de efectos extranjeros, los rebeldes no podían
reemplazar los vestidos ni los zapatos que tan fácilmente se destruyen en
campaña. Ademas, no eran los voluntanos americanos, aventureros de
profesión, los que se habían de resignar a una guerra comiendo a lo más
elotes, desnudos y descalzos en un clima riguroso y malsano por la gran
cantidad de pantanos que había en todo el territorio.
Una vez que la geografía, el clima y la organización económica de Texas,
indicaban claramente que la guerra debía hacerse al estómago de los
enemigos y que debía consistir principalmente en un facilísimo bloqueo,
quedaba por examinar el poder del enemigo.
Ya he explicado porqué la gran mayoría de los colonos hombres de
intereses, de juicio, serenos y muy conocedores de los aventureros que
se les imponían, eran opuestos a la guerra. Tomaron las armas cuando
creyeron combatir por la Constitución de 1824: pero cuando vieron que se
trataba de independencia ó de anexión, se resolvieron a no acudir al
llamamiento de los agentes del presidente Jackson y de su partido. Los
recursos que daban para sostener la guerra era contra su voluntad y casi
nulos y si no se declaraban contra sus opresores era porque temían que
éstos viniesen en un número muy considerable de los Estados Unidos y
porque no confiaban ni en el número, ni en la pericia, ni en el valor, ni en
la lealtad, ni en los recursos del ejército mexicano para sostenerlos. Si el
general Santa Anna no conocía semejante estado de cosas, era porque no
quería obtener informes que ilustrasen su conducta, pues los colonos
eran injuriados por la prensa de Nueva Orleans a causa de su inercia y
tibieza para la revolución.
Veamos las fuerzas de que podía disponer el enemigo. Siendo la
población de 30.000 almas al máximum de su ejército en pie de guerra
debía ser tres mil hombres y en efecto a esa cifra se elevaban sus
milicias. ¿A qué número podían ascender los voluntarios enviados por los
simpatizadores de los Estados Unidos?
Era imposible haberlo sabido en los meses de Noviembre y Diciembre de
1835 y de Enero de 1836, pero una vez que no se impidió la insurrección
de los colonos en Octubre de 1835, como pudo fácilmente hacerse, no se
trataba ya después de la toma de Béjar de si se emprendía o no la guerra
sino de continuarla. Y si el número de voluntarios procedentes de los
Estados Unidos que habían de ir a Texas no podía descubrirse,
correspondía al gobierno mexicano enviar un cuerpo de ejército a Texas
suficiente para satisfacer las exigencias de lo previsto, organizando al
mismo tiempo un ejército de reserva para hacer frente a lo imprevisto.
Con veinte mil hombres como ejército de operaciones, efectivo, cifra
inferior a la del ejército mexicano en época de paz, nuestro gobierno pudo
haberse hecho formidable en Texas. Como no se trataba de batir al
enemigo porque en los bosques esto no se consigue, no debía el ejército
mexicano concentrarse sino ocupar de preferencia los puertos, las islas
que están despobladas enteramente, el mar y los principales centros
poblados del interior.
Debió haberse colocado:
En Nacogdoches cerca de la línea divisoria con los Estados Unidos, en San Agustín y
Johnsburg ... 2 000 hombres.
En los puertos de Gálveston y Cópano mil hombres en cada uno ... 2 000 hombres.
En los otros seis puertos, 500 hombres cada uno ... 3 000 hombres.
En las islas ... 1 500 hombres.
En Béjar, Golíad y Austin ... 2 500 hombres.
Una columna volante de ... 4 000 hombres.
De reservas en Matamoros ... 5 000 hombres.
El gobierno podía al mismo tiempo prepararse a tener un segundo ejército
de reserva caso de que los voluntarios de los Estados Unidos hubieran
pasado de seis u ocho mil.
La campaña de Texas exigía para asegurar su éxito de un moVimiento de
20.000 soldados operando dos años como máximum dentro de la sencilla
estrategia que he dado a conocer y con la cual los rebeldes hubieran
quedado obligados a perecer en sus tácticos bosques.
El ejército mexicano existía en número mayor, pues, en 1836 la cifra
efectiva del permanente en pie de paz mantenido Con grandes sacrificios
por la nación, era de 27.000 hombres más seis mil hombres a las órdenes
del gobierno federal, pertenecientes a los Estados, más las milicias de los
Estados, total cuarenta y ocho mil seiscientos hombres. Estos datos
están tomados de la Memoria de guerra de 1837. Había pueos en la nación
para ir a batir a los rebeldes e impedir la desmembración de nuestro
territorio 21.000 hombres de ejército permanente y cerca de 28.000
hombres de milicias para cuidar el orden en la República, orden que
ningún mexicano a menos de ser un vil traidor, debía alterar cualesquiera
que fuesen sus principios políticos, sus ambiciones o su propensión a la
locura.
Pero desgraciadamente esos 27.000 de ejército permanente que
sacrificaban a la nación despojándola de su riqueza, de su tranquilidad,
de su moralidad, de su crédito y de su porvenir no estaban disponibles ni
podían ir a Texas.
En México se llamaba ejército disponible el sobrante del empleado en
impedir o combatir la revolución en proyecto o en vías de ejecución.
Siempre había una de dos cosas; revolución en perspectiva o revolución
en marcha. El pueblo mexicano para vivir pacíficamente no necesitaba
ejército, éste servía únicamente para que el pueblo mexicano viviera
siempre agitado dentro de la anarquía. El objeto del ejército era sostener
al gobierno contra la ameritada clase militar compuesta de centenares de
generales de división, de millares de brigadieres, de decenas de millares
de coroneles y de una verdadera e inmensa plebe de mayores, capitanes,
tenientes y subtenientes. Esta masa famélica, viciosa y aspirante a la
riqueza y al bienestar por medio de la galantería del presupuesto, tenía
por función enteramente fisiológica poner en venta la silla presidencial
promoviendo o ejecutando cuartelazos.
Lo malo era que el ejército encargado de vigilar y reprimir a la hambrienta
turba oficialesca nunca cumplía bien con su deber; por el contrario, se
dejaba seducir por las brillantes ofertas que aquélla le presentaba.
Siempre se le hacía notar al ejército que el general que estaba en la
presidencia, después de haber ofrecido a cada oficial que sería un
sibarita, a cada coronel convertirlo en mandarín y a cada general en
sultán con efectivo completo de odaliscas, cocineros, tahures y joyeros,
no había cumplido sus promesas y que era menester derrocarlo. El
ejército que se hallaba siempre en la miseria, nunca creyó que era debido
precisamente al sistema pretoriano, sino al hombre desleal, pérfido,
malvado y traidor a sus promesas, que no era otro más que el general
presidente que había rematado la silla presidencial.
En teoría, el ejército disponible servía para vigilar y reprimir a la clase
militar, pero en la práctica servía para apoyarla en sus pronunciamientos
contra el mísero esclavo de la turba oficialesca, el presidente de la
República.
En México el sistema federativo entendido por sistema desmembrativo
tenía dos grandes apoyos; el primero un provincialismo de sabor
enteramente bárbaro y que indicaba como extranjeros abominables a
todos los mexicanos que no fueran de la provincia. Este horrible
fenómeno de barbarie está expresado en la famosa y unánime respuesta
de los Estados al general Mier y Terán cuando les pidió a cada uno veinte
familias pobres para colonizar Texas. Genserico, Alarico, Gontran, Atila,
Roderico, no hubieran contestado con más rigor que nuestros
gobernadores, los que respondieron a Terán:
Que no habían mandado ni mandarían las veinte familias que les había pedido de oficio,
porque no querían con la sangre de sus Estados, engrandecer a otro que se hiciese más
poderoso (3).
El segundo apoyo formidable del sistema federativo, era el canibalismo
burocrático local, sostenedor de una especie de doctrina Monroe
doméstica, expresada de la siguiente manera: Yucatán para los
yucatecos; Zacatecas para los zacatecanos, Jalisco para los jaliscienses
etc., etc., lo que condensado en fórmula general culinaria quiere decir: El
presupuesto del Estado lo más grande posible, pero sólo para sus hijos.
En 1835 no había en México, mexicanos, sino durangueños,
veracruzanos, oaxaqueños, poblanos, etc., como hay en el mundo
franceses, chinos, españoles, cafres, ingleses y persas.
Destruído el sistema llamado federativo quedaban heridos, en pie de
guerra y hendiendo el aire con alaridos de venganza, los intereses
burocráticos locales sazonados con la irritante salsa del provincialismo y
para impedir su acción era indispensable otro ejército permanente.
Bajo el sistema federativo en la cuestión de Texas y teoría se necesitaban
dos ejércitos; uno para reprimir a la ameritada clase militar y otro contra
los rebeldes texanos.
Bajo el sistema central era preciso:
Un ejército para vigilar y reprimir a la turba ojicialesca.
Un segundo ejército contra los caciques y turbas burocráticas de los Estados apoyadas
por el provincialismo y llamados federalistas.
Un tercer ejército contra los rebeldes texanos.
El gobierno del general Santa Anna creyó deber explicar en su circular de
13 de Agosto de 1835 que la rebelión de los texanos tenía por objeto real
no el restablecimiento de la Constitución de 1824, sino la desmembración
de nuestro territorio. Esto como ya lo probé, era mentira, fue de parte de
Santa Anna un acto de fullero y no de gobierno participar en Agosto de
1835 un movimiento revolucionario que tuvo lugar dos meses después.
No obstante las circulares y proclamas del gobierno, muy elocuentes para
pintar el patriotismo excelso de los mexicanos, la unión contra el enemigo
común, la extinción de los odios de partido, la desaparición de los
rencores; la flama de amor al suelo nacional, la pirámide de nuestras
grandes virtudes, el fuego de nuestra sed de venganza; no obstante toda
esa retórica de gobierno desesperado, el general Santa Anna no se
atrevió a convertir en disponible todo o la mayor parte del ejército; pues
una vez cubiertos los puntos peligrosos para la estrategia del
centralismo, pudo solamente reunir para la expédición a Texas ¡seis mil
hombres!
El problema era matemático para el éxito de la campaña de Texas. Sin la
toma de los puertos y de las islas, sin la posesión del mar y sin la
ocupación de los puntos interiores que he marcado; la campaña tenía que
ser un horrible fracaso, pues ni con cien mil hombres hubiera sido
posible destruir a cinco o seis mil rebeldes sosteniendo su causa en
bosques inconmensurables y provistos de toda clase de recursos por el
partido sudista de los Estados Unidos.
¿Qué iban hacer esos seis mil hombres a Texas? Nadie creía en México
que los colonos no se insurreccionasen y la mejor prueba es que no
habiéndose insurreccionado, todavia el pueblo mexicano en 1903 está
creyendo que se insurreccionaron. Pues bien las milicias de los colonos
se elevaban a tres mil hombres y tres mil mas que recibieran por lo
menos de los Estados Unidos eran seis mil; contaban con la posesión del
mar, habían ocupado las principales islas voluntarios, disponían de
cuatro goletas de guerra y de una gran cantidad de pequeñas
embarcaciones para los ríos, cuya navegación dominaban
completamente, lo que equivale a decir que tenían caminos interiores y
como contaban también con buques transportes tenían el camino
marítimo a lo largo de toda la costa. Ponerles a esos seis mil rebeldes que
contaban con recursos y vías de comunicación fluviales y marítimas, seis
mil hombres sin depósitos de víveres, sin marina, sin embarcaciones para
los ríos, es decir, sin poderse mover, era absolutamente estúpido y sólo
un general mexicano de la impericia de Santa Anna pudo haber concebido
semejante disparate, aceptado por una nación agobiada por una
ignorancia verdaderamente mortal.
La campaña de Texas tenía que ser larga o fracasar. Aun cuando
hubiesen sido cien mil hombres si a estos se les hubiese impuesto el
plazo de cuatro meses para extinguir la rebelión no habrían conseguido
su objeto. Ya he citado los ejemplos de la guerra de Cuba y de nuestro
Estado de Guerrero resistiendo sin ser extinguida la rebelión a la
incesante acción de fuerzas abrumadoras. Para una campaña larga era
preciso contar con recursos y éstos, como lo veremos inmediatamente,
existían en cantidad suficiente, lo que no existía era patriotismo ni honor
en el ejército, en su conjunto.
El año de 1835 a 1836 se gastó en efectivo en el ejército:
7.686,926 pesos plata.
Se abonó a los agiotistas que como he demostrado son el fruto
abundante, amargo e inevitable del pretorianismo:
5.294,253 pesos
Con sólo los 7.686.926 pesos pudo haberse sostenido en Texas un
ejército de veinte mil hombres durante un año, sujeto a su presupuesto
económico. Para cuidar de la tranquilidad interior ante la amenaza de los
Estados, hubiera bastado respetar el sistema federativo que tiene la
ventaja de que los Estados bien o mal se pueden cuidar a sí mismos con
sus cívicos mal armados o sus miserables guardias nacionales. Lo grave
era la ameritada clase militar que exigía sólo para ella el empleo de un
ejército especial con el fin práctico de que dicho ejército se dejara en más
o menos tiempo siempre corto, corromper por ella.
Obrando con alguna inteligencia el gobierno debió haber organizado en la
capital por lo menos guardias nacionales con servicio gratuito como lo
hizo más tarde durante la guerra con los Estados Unidos, conservando la
capital el gobierno, Veracruz, Puebla, Tampico y Matamoros, poco debía
importarle que la clase militar se pronunciase en el resto del país, no
proporcionándole el gobierno mismo el ejército como acostumbraba
hacerlo, tenía que tardar mucho en organizarse, en maniobrar y en
triunfar, pues los Estados por su propio interés tenían que defenderse
contra la turba famélica militar, mísera y devastadora. Pero se aceptó el
plan de sostener ante todo el programa político centralista y el de gastar
en su sostenimiento todos los recursos militares y pecuniarios de la
nación, dejando para conservar el territorio inmenso y seriamente rico
que poseía la República como lo era Texas; los recursos disponibles, es
decir, las sobras de un festín de un millar de buitres ocupados en devorar
una docena de canarios. La nación daba el dinero suficiente para salvarla
más allá de lo que permitía su pobreza, pero el militarismo cumplía su
programa de tiranía para los mexicanos, de cobardía y de traición para
entregar el territorio a los extranjeros.
La humillación de las derrotas de Texas, sobre todo la vergonzosa
capitulación del general Cos en Béjar, pudo evitarse fácilmente. La plaza
de Béjar capituló el 11 de Diciembre de 1835, y desde el 31 de Octubre el
Ministro de Guerra dió orden al general Ramírez y Sesma gobernador y
comandante gener de Zacatecas para que inmediatamente hiciera
marchar en aUxilio de Béjar los batallones permanentes de Matamoros,
Guerrero, el activo de San Luis y el regimiento de Dolores con cuatro
cañones Y sus correspondientes municiones (4).
En cuanto a recursos el ministro Tornel decía al general Ramírez y
Sesma: pero que si aun no llegaban con oportunidad a aquella ciudad ($
25,000) tampoco por esto detuviese la marcha, sino que se hiciese
proporcionar de aquella población (Leona Vicario) los recursos precisos
para continuarla valiéndose de las medidas extraordinarias que tuviese
por conveniente (5). Estas medidas las hace conocer Filisola cuando
escribe:
El general tuvo que marchar con la fuerza a que únicamente llegaban los mencionados
cuerpos y piquetes y sin los recursos que debieron haberle llegado según el ministro de
la guerra porque tampoco se verificó esto y porque la ciudad de Leona Vicario no tenía
un individuo bastante rico a quien se le hubiese sacado por la fuerza (6).
Y sin embargo el año en que no pudo salvarse Béjar por falta de $ 30,000,
la nación pagó más de $ 7,600,000 en soldados para que se mantuviesen
en las poblaciones disfrutando de la ociosidad, de los garitos, tabernas y
lupanares, mientras se abría el nuevo remate del poder público.
El general Santa Anna en su Manifiesto de 10 de Marzo de 1837 nos
impone de los recursos con que emprendió la segunda campaña de
Texas.
¿Quién ignora el estado de nuestra hacienda? La esperanza única de sacar el dinero
para la guerra era el muy riesgoso y dilatado medio de contribuciones que pudieran muy
bien servir de pretexto a alzamientos y conmociones populares y no era por tanto
político adoptar, y aún los préstamos contratados por el Gobierno que tanto habían
agotado al tesoro público, escaseaban por la misma repetición con que era necesario
acudir a ellos, nuestras aduanas única garantía que hasta entonces se había podido dar,
estaban empeñadas por mucho tiempo (7).
El gobierno no pudo a pesar de la autorización del Congreso al efecto, en 23 de
Noviembre de 1835; procurarse lo recursos necesarios para esta campaña y hasta mi
llegada a San Luis eran tan mezquinos que en aquella capital, ya reunida una parte del
ejército, pasaron hasta cinco días sin poderse socorrer las tropas que lo fueron al fin
con diez mil pesos que sólo con mi garantía personal pude conseguir.
El general Santa Anna sólo pudo obtener para una campaña a trescientas
cuarenta y cinco leguas de San Luis Potosí y en un país inmenso desierto
e inclemente, la cantidad de $ 400,000 que con mucho trabajo se
decidieron a prestarle los españoles, Sres. Cayetano Rubio y Joaquín de
Errazu, en condiciones de agio tremendas. El préstamo de los $ 400,000
consistía en:
Dinero efectivo ... $ 80 000
En víveres que debían situarse en Matamoros ... $ 120 000
En créditos ... $ 200 000.
TOTAL ... $ 400 000.
Los víveres, según el informe del proveedor Drumondo, fueron cargados
a más del doble de su valor y las constancias de su entrega debían ser
consideradas como dinero efectivo. El préstamo debía quedar reintegrado
en cuatro meses con el total del préstamo forzoso de los departamentos
de Zacatecas, San Luis, Guanajuato y Guadalajara y con el subsidio de
guerra de los mismos Estados y con los rendimientos de las aduanas de
Tampico, Matamoros y Veracruz. Al contrato se le hizo después una
modificación y fue que se admitieran cuarenta y siete mil pesos más en
papel, de los libramientos a favor de la casa de Rubio, protestados por la
aduana de Matamoros por falta de fondos. De manera que los recursos
para hacer marchar a los seis mil hombres o víctimas del centralismo a
Texas y sostenerlos en campaña eran:
Valor real de los víveres cargados al doble aunque fue más ... $ 60 000.
En efectivo ... $ 33 000.
En el libramiento protestado ... $ 47 000.
En créditos al 4 por ciento ... $ 8 000.
TOTAL ... $ 148 000.
Esta suma debía ser comenzada a pagar inmediatamente y cubierta a los
cuatro meses con cuatrocientos mil pesos en efectivo. Más adelante se
sabrá que el general Santa Anna en este negocio ventajoso tuvo su parte.
Los datos que presento sobre el efectivo y estado del ejército que fue a
Texas son rigurosamente exactos porque están tomados de documentos
oficiales procedentes del Ministerio de la Guerra existentes en el archivo
de la Cámara de Diputados.
Ejército de operaciones en Texas
1836
Personal de artillería ... 182
Zapadores ... 185
Infantería ... 4 473
Caballería ... 1 024
Caballería presidial ... 95
Presidiales de a pie ... 60
Suma ... 6 019

Piezas de artilleria ... 21


Cureñas de reserva ... 6
Fraguas de campaña ... 2
Carros de conducción ... 2
Municiones de todas clases ... Muy abundantes.
Del informe del general Filisola, segundo en jefe del ejército (8).
Víveres.
Éstos estaban reducidos al mes de raciones que llevaba consigo cada brigada a cuyos
jefes se les previno los economizasen con el mayor esmero por lo que se llegó hasta el
grado de dar sólo ocho onzas diarias de galleta o totopo de maíz a cada soldado que
tenía que atravesar, con su mochila, armamento y municiones, aquellos treinta días de
desierto para llegar luego a una población como Béjar, casi l~slgnificante y casi
desolada ... tampoco llevaba el ejérCito calzado suficiente ni otras prendas de vestuario
y abrigo con que reemplazar las que se inutilizarán diariamente, que las que les iban
sirviendo, pero en cambio era desproporcionado al objeto, el número de jefes y oficiales,
el de la artillería, municiones de todas clases, sacos a tierra y otra infinidad de objetos
inútiles que conducían los cuerpos con el nombre de depósitos, equipajes, víveres, etc.,
etc.
Ningún cuerpo llevaba armero y menos cirujanos. Las camas, ropa de abrigo, utensilios;
medicinas que el ejército llevaba, las hilas, aparatos, camillas, instrumentos de la
facultad, etc., etc., eran ningunos, de modo que respecto de este importante ramo para
conservación de la especie hUmana, puede decirse que el ejército marchaba confiado
sólo en el favor de la divina providencia.
El general Filisola enseña en unas cuantas palabras el estado moral del
ejército que marchaba a Texas.
No había generales, jefes ni aun subalternos de los que medianamente pensaban, que
viendo este orden de cosas no se augurasen desde entonces un resultado tan funesto
como el que realmente tuvo tal expedición, como sin duda se lo recelaba el mismo
general en jefe y cuya íntima convicción si no contribuyó a desalentar su corazón, bien
pudo ser que abatiese y desanimase a los que no lo tuviesen tan a prueba en estas
circunstancias poco lisonjeras y cómodas (9).
Un solo fracaso debía ocasionar la pérdida de la campaña como en efecto
sucedió, no sólo por estar distante cuatrocientas leguas el ejército de su
base de operaciones, sino en realidad porque no existía tal base de
operaciones. En ninguna parte de la República había resérvas, ni dinero,
ni víveres, ni municiones para el ejército de Texas. Entró a aquel territorio
quemando sus naves como Cortés al invadir el territorio mexicano, con la
diferencia de que Cortés iba a operar en un país poblado, con abundantes
recursos y apoyado por resueltos aliados; mientras que en Texas el
ejército mexicano sólo debía encontrarse con indiferentes, con enemigos
y con desiertos.
Los generales mexicanos tenían que saber muy poco en relación con los
conocimientos que deben poseer los generales mandan grandes
efectivos. El general Santa Anna en su marcha de San Luis Potosí hasta
Texas no tenía que dividir su ejército para marchar, ni para que viviera, ni
calcular su frente de alimentación, ni preocuparse por sostener
comunicación con su base de operaciones porque el gobierno había
rasuelto que no la hubiera. El general Santa Anna por lo mismo que el
efectivb de su ejército apenas llegaba a seis mil hombres y porque
también la mayor parte del camino tenía que hacerse a traves de
inmensos desiertos, sólo tenía para ejecutar su marcha que preocuparse
por satisfacer lo siguiente:
1.- Escoger el camino más corto siempre que éste no fuera desventajoso
para surtirse de agua o que no fuera cómodamente transitable.
2.- Marchar en columna sin fraccionarla.
3.- No mezclar su gran convoy con la columna.
4.- Disponer jornadas que no causaran a la tropa exceso de fatiga capaz
de disminuírla por las enfermedades.
Respecto de la primera condición de marcha, el general Santa Anna por
falta de conocimientos geográficos de su país o por carecer de Estado
Mayor, escogió el camino más largo, menos cómodo y en donde era más
difícil encontrar agua, lo que ocasionó grandes bajas por deserciones,
enfermedades y muertos de sed, al grado que hubo día que fallecieron de
sed treinta mujeres y niños de los soldados (10).
En cuanto a la segunda condición, la columna iba cortada de tal modo
que la brigada de vanguardia marchaba separada de la del centro más de
cien leguas. Si los rebeldes de Texas hubieran estado bien mandados o
que hubieran sido bien disciplinados, la expedición hubiera sido
derrotada en la frontera de Texas.
Respecto de la tercera condición de no mezclar el gran convoy con la
columna, Filisola nos dice (11):
Así es que no pudo haber ninguna economía ni proporción en la distribución de
acémilas y carruajes, pareciendo la brigada unos inmensos convoyes de cargamento,
que cuerpos que iban a hacer una campaña tan laboriosa como todos sabían que había
de ser la de Texas.
En cuanto a la condición cuarta, el mismo general segundo en jefe del
ejército nos dice:
Estas escaseces y padecimientos se iban aumentando al paso que las tropas se alejaban
de los pueblos y de toda clase de recursos y eran la causa de las enfermedades,
malestar y murmuraciones y disgusto del ejército y el que los soldados comenzaban a
ver con indiferencia el servicio. Así era que en el camino de Monclova a Béjar se
presentaba a la vista de los que siguieron pocos días después al ejército, como un
continuado campo de batalla, cubierto de fragmentos de carretas aparejos, cajones, y
esqueletos de bueyes, mulas y caballos y de montones de galleta podrida, siendo muy
pocos los lugares en que campaban los soldados en que no se advertían crucecitas de
pequeños y toscos palos que la piedad de los soldados había puesto sobre los
sepulcros de sus compañeros que habían expirado más bien por falta de asistencia y
facultativos que por la malignidad de las enfermedades y con cuyo motivo exclamaban
amargamente entre ellos y decían: Ya éste tomó posesión de Texas y de las tierras que
le tocaban (12).

NOTAS
(1) Noticia estadlstica sobre Texas, 1836, por el general Don Juan N. Almonte.
(2) Juan N. Almonte, Noticia estadistica sobre Texas, 1836.
(3) Filisola. Guerra de Texas, tomo I, pág. 164.
(4) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 214.
(5) Obra citada, tomo II, pág. 218.
(6) Obra citada, tomo II, pág. 219.
(7) General Santa Anna, Manifiesto, 10 de Marzo de 1837.
(8) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 339.
(9) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 478.
(10) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 338.
(11) Filisola, obra citada, tomo II, pág. 339.
(12) Filisola, obra citada, tomo II, pág. 361.

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XII Capítulo XIV Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XIII Capítulo XV Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimocuarto
EN EL CAMPO ENEMIGO
El partido de la guerra, representando minoría en una población de treinta
mil almas, ¿con qué elementos contaba para pretender arrancar un gran
territorio a una nación de más de siete millones de habitantes? ¿Con el
ejército de los Estados Unidos? ¿Con las numerosas huestes y mesnadas
de los barones de la esclavocracia sudista? Houston, el amigo del
presidente Jackson, y el Dr. Archer nos van a ilustrar en tan interesante
materia.
Houston escribía al general Jackson desde Natchitoches, el 13 de Febrero
de 1833 y entre otras cosas de poco interés, le dice:
México está envuelto en la guerra civil. La Constitución Federal en realidad nunca ha
regido. El gobierno es esencialmente despótico y lo será más cada día. Los empleados
no tienen honradez y el pueblo carece de inteligencia.
El pueblo de Texas está resuelto a formar un Estado separándose del de Coahuila y sólo
que México vuelva pronto al orden y que la Constitución gobierne prácticamente, el
territorio de Texas volverá a formar parte de la Federación mexicana. Han sido batidas y
expulsadas las tropas mexicanas (1832) y no se les permitirá volver. Texas sin apoyo
exterior puede defenderse contra todo el poder de México, pues realmente México no
tiene poder, ni dinero para nada serio. Su necesidad de dinero en relación con el curso
de las cosas en Texas hará que inevitablemente Texas pase a manos de otra nación y si
los Estados Unidos no se apresuran a aprovechar, Inglaterra lo hará seguramente (1).
En Febrero de 1836, Houston en su proclama al pueblo de Texas, decía:
Podemos levantar 3.000 hombres en Texas o 1.500 bastarán para derrotar a todas las
fuerzas que Santa Anna envíe al río Colorado (2).
El desprecio de Houston por el ejército mexicano era inmenso e
inalterable.
En Diciembre 14 de 1835, el Dr. Archer, duelista y revolucionario de
profesión escribía al gobernador de Tennessee:
Nada de más cuerdo que un puñado de hombres resueltos pretendamos quitar Texas a
México. Esta es una nación donde todos son militares y en la que no hay ejército. Lo que
así se llama en el país es una reunión armada y tumultuosa, sin principios, sin
patriotismo y sin más mira que enriquecerse por el robo y el peculado. A los militares de
aquí, todo les agrada siendo vicios y pillaje, pero no batirse. Los soldados detestan a
sus jefes que los explotan, los martirizan y los tratan como animales domésticos, útiles
para la industria del pronunciamiento. En las guerras civiles no hay más que encuentros
de cobardes que procuran mutuamente derrotarse con disparos a distancia que los
hacen inofensivos; eso sí, el que primero huye asustado por solo el ruido, es asesinado
por su contrario que necesita sangre para ponerla en la historia de sus falsas hazañas.
Ciertamente que si los 25.000 hombres que sostiene armados México, fueran un ejército,
no intentaríamos nada sin el apoyo del ejército de los Estados Unidos (3).
El coronel Burlesson escribía en la Gaceta de Alabama, de 2 de Enero de
1836:
No obstante que sólo somos un grupo de agricultores, desesperados y sin disciplina, no
hemos conseguido hasta ahora ver pelear a los soldados mexicanos fuera de trincheras.
El campo raso les produce pánico y sólo pueden disparar mal sus fusiles cuando están
abrigados. SI no vamos a ellos nunca vendrán sobre nosotros.
Tan mal concepto de nuestro ejército en 1836, no era exclusivo de los
texanos. En Europa no lo había mejor. Encuentro en una publicación tan
seria y caracterizada como la Revue des Deux Mondes un estudio sobre la
República mexicana, en que se hacen las siguientes apreciaciones de
nuestro ejército:
No hay entre los oficiales ni tenue, ni disciplina, ni respeto por las conveniencias, por el
grado o por el rango: un teniente entra a una taberna y pega con la mano a su coronel
sobre la espalda y se embriaga con él. Uno de estos últimos confesaba que nunca había
logrado que sus oficiales fuesen a las maniobras de instrucción. En efecto, de lo que
menos se ocupan es de su profesión y como su servicio se limita a muy poca cosa,
pasan su tiempo en las casas de juego o en los lupanares. Un capitán jugó un día y
perdió el sueldo que acababa de recibir, jugó después los galones de su pantalón y los
perdió también, la suerte fue aún contraria y entonces jugó sus charreteras. Tales son
las ocupaciones ordinarias de estas gentes, desde el general hasta el sargento. Sus
sueldos siendo pagados sin exactitud, los señores oficiales tienen a menudo la bolsa
vacía y por salir de apuros, el jefe suele desertar con la caja del batallón, el capitán con
la caja de su compañía y el sargento con los haberes de sus soldados; todos, hasta los
cabos, tienen su pequeña industria ... En cuanto a los generales especulan en grande, se
venden a todos los partidos políticos ... (4)
Continúa la misma publicación:
Del lado de la bravura, los portadores mexicanos de charreteras no son más
recomendables que del lado de la moralidad, de la instrucción y de la capacidad ...
Llegados al lugar del combate cada oficial grita a sus soldados: Adelante muchachos y
al mismo tiempo toma gran cuidado de librarse de los proyectiles enemigos, sea
echándose a tierra o cubriéndose detrás de algún abrigo protector ... Tales son los jefes
mexicanos, los héroes, los inmortales, cuyos panegíricos llenan las columnas de los
diarios de su país (5.
En campaña los ejércitos beligerantes no son nunca numerosos, pues desde que el
soldado huele la pólvora arroja sus armas y deserta con más facilidad y en mayor
número que en tiempo de paz. Una reunión de 400 hombres armados forma una división,
dos mil combatientes forman un gran ejército de operaciones. Después de tres o cuatro
meses de preparativos, si la colisión llega a ser inevitable, el grande ejército de
operaciones marcha hacia el enemigo. Este enemigo no es otro que una banda de
pronunciados, pues hasta ahora los mexicanos no tienen más enemigos que ellos
mismos. Si el enemigo que se va a atacar está a cien leguas, la marcha dura dos o tres
meses y ¡qué marcha o más bien qué desorden! En fin, el enemigo es alcanzado. Nada
de disposiciones estratégicas, nada de maniobras que aconsejan la prudencia o que
denotan la habilidad de un jefe. Desde que los beligerantes se aperciben se provocan
con injurias. ¡Vengan, cobardes, alcahuetes, chivatos! Los aludidos responden con las
mismas palabras. Al fin se deciden a cambiar algunos tiros, pero a una distancia que
permite hacerlo impunemente. Tales son durante tres o cuatro días los preliminares de la
batalla pues juegan a quién no atacará. Los oficiales cuya modestia alcanza hasta
compararse con nuestros generales los más célebres, dicen que en esto siguen el
ejemplo de Napoléon que no atacaba nunca primero ... En todo caso la acción no dura
largo tiempo pues tan luego como uno de los contendientes ve caer por lo menos treinta
de los suyos, cede el terreno. Una vez rechazados no se intenta reorganizarse y
restablecer el combate; el desorden es general, un sauve qui peut espantoso. En la
batalla del Gallinero un general al huir corrió cincuenta leguas en un día y una noche.
Para bien batirse no es que les falte valor en lo general. Nuestros
indígenas tienen razón en desertar, cuando se les quiere obligar a
derramar su sangre por la ambición de un condotiero o por un principio
abstracto que no entienden. El valiente no puede poner su sangre a
disposición de todas las causas, de todos los ambiciosos y de todos los
cuartelazos. La gran mayoría de los oficiales que figuran en luchas
intestinas personalistas, buscan un ascenso o un empleo civil en donde
si es posible se pueda robar, y si esto se puede obtener batiéndose mal,
¿para qué exponer la vida batiéndose bien? ¿Por el honor militar? Las
guerras civiles crónicas tienen por base la defección crónica del ejército y
este delito es opuesto a todo honor militar.
Hay que recordar la inalterable frase de Napoléon: es reciso no confundir
a un hombre con un soldado. Un soldado se bate igualmente bien por una
causa sagrada, por una mala causa, por falta de causa. Pero sólo puede
haber verdadero oficial y verdadero soldado cuando hay disciplina y los
ejércitos que fabrican cuartelazos no la tienen ni pueden tenerla; luego en
ellos no puede haber sino por excepción y en corto número verdaderos
soldados.
Ya lo he escrito y probado, el régimen de los cuartelazos, determina en
cualquier ejército el régimen del deshonor, de la prostitución, de la
cobardía. El pretorianismo es una escuela de maldad y degradación, no
un crisol para sublimar virtudes. Una guerra civil puede ser sangrienta,
heroica, cubierta de hazañas memorables, envuelta en glorias ardientes y
puras, pero esto no puede suceder de un modo crónico. Un tifoso puede
resistir tres semanas, fiebre de 40°, profunda adinamia o espantoso
delirio, falta de alimentación, y un corazón vacilante, torpe, casi
asistólico; pero sería absurdo pretender que el tifo con su gran cortejo de
terribles síntomas durase tres o cuatro años. La sociedad es un
organismo, diferente del individual pero idéntico en la propiedad de no
resistir al estado agudo crítico más que corto tiempo. Cuando una
enfermedad aguda pasa al estado crónico, los síntomas mortales
desaparecen o degeneran hasta parecer inofensivos o indiferentes.
Cuando una sociedad adquiere el estado crónico de guerra civil, los
síntomas mortales de la guerra aguda y tremenda dejan de existir o se
degradan: el heroísmo desaparece, el espíritu de sacrificio se convierte
en espíritu de lucro o de rapiña, el patriotismo desinflamado se convierte
en culinarismo, la sed de gloria se vuelve sed de taberna, el culto
medioeval al honor, se torna en culto a la defección, a la ingratitud, a la
traición; y el valor personal no reconociéndose necesario para cultivar el
arte de ser despreciable, desaparece de una escena en que todo se puede
alcanzar por medios viles.
En México comenzamos por una guerra civil, la de Independencia,
grandiosa, heroica, cruel, volcánica, aterradora; para irnos después
degradando como era natural por la cronicidad del fenómeno hasta llegar
a la bufa guerra civil llamada de los polkos. Antes de la guerra de
Reforma, que fue grandiosa por lo mismo que se disputaban principios
tan nobles como en la de Independencia, nuestras luchas civiles de torre
a torre y de cerro a cerro, sin sangre y sin valor, llegaron a inspirarnos
profundo desprecio.
Las apreciaciones desfavorables texanas y europeas sobre nuestro
ejército de 1836, si son exactas aplicadas a la guerra civil crónica, no lo
son enteramente tratándose de la guerra extranjera. El aspecto de una
conquista es tan ofensivo, el desprecio por los conquistados tan
bochornoso, la amenaza del yugo extranjero tan punzante, el
desmembramiento nacional tan trágico, el ultraje a la dignidad pública tan
profundo, que es indispensable mucho sufrimiento interior, sin
esperanza, en un pueblo, para que este desesperado considere como
salvación una conquista.
Pero en la clase opresora se agrega a su sacudimiento penoso moral ante
una invasión extranjera, los impulsos enérgicamente defensivos dictados
por la ley de propia conservación y la de la dominación adquiridas, y
entonces la aparición del peligro extranjero obra en un ejército pretoriano
como algo depurador, como algo antiséptico, como algo desinfectante, La
conmoción social que determina la amenaza de una conquista en la clase
opresora principalmente, es tan fuerte que determina una reacción
violenta e irresistible, aunque nunca general ni completa hacia el honor, el
patriotismo, el espíritu de sacrificio, hacia la necesidad de cumplir altos y
gloriosos deberes.
El militar valiente es inútil en el programa de la guerra civil crónica donde
los ascensos y la riqueza se obtienen por las defecciones, la adulación, y
la cobardía. Cada cuartelazo causa de uno a seis ascensos para los
militares que lo apoyan traIcionando a su jefe, a su gobierno, a su país y a
su deber. Dos o tres revoluciones pretorianas pueden elevar a un oficial
inepto y cobarde a los grandes mandos militares. El valor es un mal para
los ascensos, porque los caudillos postores desconfían de los valientes,
y de los ameritados, que por sus naturales ambiciones pueden producir
nuevos cuartelazos. La regla del sistema pretoriano en su aplicación a la
guerra civil crónica es postergar a los militares de mérito que son muy
peligrosos y confiar a los ineptos sin pundonor, los altos puestos para
hacer de su nulidad una garantía de lealtad.
Pero este procedimiento funesto para las cualidades viriles e intelectuales
de un ejército de dar la supremacía a las nulidades para hacerlas
inofensivas, no pudo aplicarse al ejército romano obligado a sostener
constantes guerras extranjeras o a perecer. Los emperadores tenían que
ser buenos militares o confiar la defensa de su poder o de su patria a
militares de mérito, o de lo contrario desaparecer bajo los pies de las
huestes bárbaras. Desde el momento en que en un ejército corrompido
ingresan jefes de mérito la disciplina comienza a restablecerse, el honor a
hablar, el patriotismo a influir, la cobardía a mitigarse, el valor a
descubrirse, el heroísmo a prometer.
Esta reacción saludable se verifica siempre en razón inversa del grado de
corrupción del ejército pretoriano. Una fruta podrida siempre tiene una
parte sana que la caracteriza como fruta; la putrefacción completa
haciendo desaparecer completamente el cuerpo organizado no presenta
más que líquido orgánico de mal olor. Pues bien, ante la amenaza de la
invasión extranjera, esa parte sana del ejército podrido, crece, se vigoriza,
adquiere importancia: los postergados por su mérito son llamados, los
valientes hacen a un lado su cobardía de especulación, los ineptos
pierden su supremacía en parte y su prestigio, y el ejército aunque
siempre es malo como ejército se modifica notablemente. Y digo que
siempre es malo, porque una vez verificada la reacción saludable, como
nunca alcanza a todos, resulta con un ejército abigarrado con héroes y
miserables, con jefes valientes y cobardes, unos probos y otros
bandoleros, unos pundonorosos y otros sin vergüenzas. Pero si no se
necesita de todo el ejército; un jefe inteligente puede entresacar lo bueno
para la campaña. Fue lo que hizo Santa Anna, escogió para la expedición
de Texas a los mejores jefes y oficiales, tenía como cuadro a batallones
veteranos y con su gran talento de organizador que es imposible negarle,
presentó para la campaña, un cuerpo expedicionario valiente, medio
disciplinado, sufrido, pero desgraciadamente Sin jefe, pues lo era él
mismo.
El desprecio de los leaders revolucionarios texanos por el ejército
mexicano, como veremos adelante, estuvo a punto de causar la ruina de
todos sus proyectos de independencia.
Después de la toma de Béjar por los colonos el 11 de Diciembre de 1835,
éstos se disolvieron para entregarse a sus labores agrícolas, dejando un
comité legislativo revolucionario, que Sostu_ viese la insurrección á favor
de la Constitución de 1824, según la voluntad de la mayoría del pueblo
texano, manifestada por sus resoJuciones de 14 de Septiembre de 1835.
Después de la toma de Béjar, fue despachado Austin a los Estados
Unidos ampliamente facultado para contratar un empréstito.
El 25 de Diciembre de 1835 llegó a Texas el coronel Wyatt con ochenta
voluntarios procedentes del Estado de Alabama. Dos días después
llegaron procedentes del Estado de Georgia 112 hombres al mando del
mayor Ward.
El 30 de Diciembre Houston ordenó a Fannin que concentrara a todos los
voluntarios en el puerto de Cópano y que nadie se moviera sin su orden
expresa (6); ordenó igualmente que los víveres y efectos de guerra
procedentes de los Estados Unidos, se depositaran en los almacenes de
los puertos de Copano y Matagorda.
El Consejo de gobierno representante de los colonos, no era partidarió de
la independencia de Texas, pero los voluntarios se les imponían más cada
día. El partido independiente estuvo a punto de sucumbir por obra del Dr.
Grant.
El Dr. Grant, era inglés de orígen y mexicano por naturalización, rico
propietario de Parras (Coahuila) y diputado a la legislatura del Estado de
Coahuila y Texas. Poco le importaba la causa de Texas y le importaba
mucho vengarse de los que habían disuelto con amenazas e injurias la
legislatura coahuilense; odiaba profundamente el militarismo y concibió
el proyecto de emplear los elementos de guerra de los texanos para
excitar y apoyar la rebelión de la guarnición de Matamoros, hacerse de los
rendimientos aduanales y propagar la revolución contra el centralismo,
con el apoyo de los voluntarios de los Estados Unidos a quienes ofreció
tierras y buen sueldo, Grant era elocuente, insinuante, persuasivo y
consiguió seducir para su empresa a la mitad de la guarnición de Béjar
compuesta de 400 voluntarios. Los colonos habían dejado las armas,
como lo he dicho, después de haber tomado a Béjar.
El 30 de diciembre de 1835, sin orden ni autorización alguna el Dr, Grant
salió de Béjar al frente de 200 hombres para ir a encender la chispa
revolucionaria a Matamoros contra Santa Anna.
El Consejo de Gobierno texano cuando supo la determinación de Grant, la
aprobó con toda franqueza. Era una solución para los colonos. Si se
lograba la rebelión de la guarnición mexicana de Matamoros y si se
propagaba la revolución, triunfaría sin duda, y en tal caso el nuevo
gobierno mexicano daría satisfacción a las justas y legítimas
reclamaciones y aspiraciones de los colonos. Si la expedición fracasaba
la lucha y las exacciones causadas por los aventureros norteamericanos
y los soldados mexicanos tendría lugar fuera de Texas. Los colonos
querían quitarse de encima el peso de la rapacidad, inmoralidad e
indisciplina de los voluntarios siempre que este no fuese reemplazado
por las violencias y ultrajes del militarismo mexicano. Se encontraban en
medio de dos militarismos insoportables, siendo preferible en último caso
el de los voluntarios por ser necesariamente pasajero, mientras durase la
guerra.
Habiendo dado el Consejo de gobierno texano su aprobación, el coronel
Horton quiso hacer lo mismo con otros doscientos voluntarios y si Fannin
después de vacilar mucho, no hubiera optado por obedecer a Houston y a
los demás leaders anexionistas o favorables a la independencia de Texas,
hubieran invadido mil voluntarios el Estado de Coahuila proclamando la
Constitución de 24 y excitando a la rebelión a las vacilantes huestes de
Santa Anna. Para México ésta hubiera sido una solución altamente
favorable. Restablecido el federalismo se hubiera podido pagar a los
voluntarios sin peligro alguno, repartiéndoles medio millón de pesos y
algunas tierras calientes de aspecto deslumbrador, en alguna costa. A los
voluntarios de los Estados Unidos, como buenos aventureros les
importaba muy poco en el fondo la causa de la independencia de Texas.
Fannin sin saberlo, resolvió con su actitud el problema texano a favor de
los agentes del presidente Jackson.
La aprobación de la expedición del Doctor Grant a Matamoros, por el
Consejo de gobiernó Texano, disgustó al gobernador revolucionario de
Texas, adicto a la causa de la independencia y el choque entre ambos
poderes legislativo y ejecutivo se produjo. El Consejo destituyó al
gObernador y éste no acató la orden de destitución. La discordia extendía
su red de grietas para formar el caos en el campo de los insurrectos.
Los colonos temían las violencias de los voluntarios existentes,
reforzados por los demás que debían venir de los Estados Unidos, que
debían ser innumerables según aseguraba el periódico órgano de los
anexionistas e independientes. No tenían tampoco los colonos adictos en
su mayoría a la causa de México, seguridad de la firmeza del ejército
mexicano para protegerlos contra las violencias de sus compatriotas, lo
que les obligó a abstenerse de tomar parte en la lucha sin declararlo con
franqueza, sino oponiendo silenciosamente la inercia como negativa a los
continuos y apremiantes llamamientos que se les hacían para que se
presentaran armados y proporcionaran dinero para los gastos de la
guerra.
Los auxilios en efectivo de los Estados norteamericanos esclavistas
ascendía en 1835, apenas a nueve mil pesos; de los cuales dos mil habían
sido colectados en Mobila y 7000 en Nueva Orleans. Después de grandes
esfuerzos, Austin consiguió el 11 de Enero de 1836, un préstamo en
Nueva Orleans por valor de $ 200 000, debiendo ser entregado
inmediatamente en efectivo el diez por ciento y el resto en cinco plazos
mensuales (7).
En dinero efectivo para Enero y Febrero, procedente de los préstamos
hechos en los Estados Unidos, contaba el gobierno revolucionario con
ciento diez mil pesos, que debían servir para saldar más de doscientos
mil pesos de deudas y sostener la guerra.
El comité de finanzas propuso y fue aceptado establecer derechos altos
de importación en todos los puertos de Texas, mientras que durase la
lucha, los que debían producir de cuarenta a cincuenta mil pesos
mensuales.
La situación financiera se presentaba sombría para los revolucionarios,
pues los voluntarios no eran como los soldados mexicanos que se
conformaban con un real diario y media libra diaria de totopo (eso les
daban según Filisola). ¿Qué hubieran hecho los revolucionarios si el
general Santa Anna, hubiera comenzado como debió hacerlo ocupando
los puertos? El único recurso serio que eran los derechos de las aduanas
marítimas hubiera desaparecido por completo.
El 20 de Diciembre de 1835, el gobierno revolucionario promulgó el
decreto que autorizaba al Ejecutivo a contratar 1120 voluntarios por dos
años o por toda la duración de la guerra. Cada voluntario debía recibir el
mismo sueldo y efectos que los soldados de los Estados Unidos más
seiscientos cuarenta acres de buenas tierras (8).
En Febrero de 1836 la penuria del tesoro revolucionario oscureció
densamente la situación. Los voluntarios comenzaron a desertar por no
recibir sus haberes.
The volunteers at Bejar had been promised their pay monthly, which not receiving, they
gradually abandoned the service, until there were but eighty troops lefts (9).
Houston cambió de plan y en vez de concentrar sus fuerzas en el puerto
de Cópano, orden que ningún jefe acató, envió a Travis para que
defendiese a San Antonio Béjar a principios de Enero de 1836. Travis
pidió a Houston 500 hombres y dinero; pero ninguna de las dos cosas
podía el comandante en jefe dar:
None of these things had the commander in chief to give (10).
Travis hacía notar con insistencia que el entusiasmo solo mantenía bien a
las tropas algunos días:
But money, and money alone, will support an army for regular warfare (11).
Los oficiales comisionados para reclutar gente en los Estados Unidos, se
quejaban de nada conseguir por falta de dinero:
The letters from the recruiting Officers all complain that they can not succeed without
funds.
El 7 de Febrero de 1836, el coronel Fannin que mandaba la plaza de
Goliad con la mayoría'de los voluntarios, escribía a su gobierno
quejándose amargamente de los colonos que permanecían en sus casas,
descansando con los esfuerzos de los voluntarios, muchos de los cuales
habían estado sin sueldos desde principios de Noviembre y solicitaba se
le enviase lo más pronto posible dinero, municiones, vestuario, zapatos,
víveres (12).
El 16 de Febrero Fannin noticiaba a su gobierno la marcha de las tropas
mexicanas, pedía con urgencia 1500 hombres para Béjar y 700 u 800 para
Goliad y recomendaba cuidar el mar para que fuera posible continuar
recibiendo provisiones, gente y municiones de los Estados Unidos. Pero
no había en ese momento más que 1100 voluntarios en todo Texas y de
los colonos no llegaban a sesenta los que habían acudido a los reiterados
llamamientos para tomar las armas. Kennedy tan afecto a la causa de la
independencia de Texas dice con su característica probidad:
El año de 1836, comenzaba bajo los más funestos auspicios para la causa de Texas (13).
La campaña que debía hacer el general Santa Anna estaba ordenada
claramente por la situación del enemigo; y que como he indicado era:
1° Posesionarse de los puertos para privar a los revolucionarios de los
rendimientos aduanales que eran sus mejores recursos y para cortarles la
comunicación marítima con los Estados Unidos de donde habían recibido
y debían seguir recibiendo todos sus hombres y elementos de guerra,
pues después de la toma de San Antonio Béjar, los. colonos no daban ni
hombres, ni dinero, ni víveres. Su actitud era el pasivismo absoluto.
Ocupando Santa Anna los puertos se impedía la exportación del algodón
con que los colonos pagaban la mayor parte de su alimentación
importada de los Estados Unidos. Tomados los puertos Santa Anna debía
alentar, apoyar, infundir confianza y decisión al partido texano opuesto a
la separación de Texas, y asegurar la fidelidad de dicho partido
haciéndole las justas concesiones que pedía. Podía haber hecho más.
Invitar a los voluntarios desbandados por la penuria a formar un batallón,
pagando a cada soldado $1.50 centavos diarios y ofreciéndoles además a
cada uno, quinientas hectáreas de tierras fértiles en Tehuantepec,
entregadas inmediatamente después de la guerra. Los voluntarios, es casi
seguro, habrían aceptado porque lo que buscaban eran utilidades no
triunfos de principios, y las tierras calientes de Tehuantepec aparecerían
en 1836 junto a las de Texas como las de un paraíso con frutos de oro.
Con mil voluntarios que hubiera enganchado Santa Anna e incorporado a
su ejército, la revolución hubiera sido extinguida, siempre que los
colonos fuesen satisfechos en lo que justamente demandaban. El
enganche de los mil voluntarios por cuatro meses, a razón de $1.50 por
día, habría costado a la nación $180.000, suma que hubiera podido
sufragar. Es admitido en la guerra comprar los soldados del enemigo.
Cuando el general Santa Anna llegó al frente de San Antonio Béjar, el 23
de Febrero de 1836, no había más de sesenta colonos en las filas
revolucionarias y los voluntarios se encontraban estúpidamente
diseminados en una inmensa superficie del modo siguiente:
En Velasco a las órdenes de Breesse ... 80
En el Cópano a las órdenes de Horton ... 60
En Matagorda a las órdenes de Wyatt ... 130
En Goliad a las órdenes de Fannin ... 400
En González a las órdenes de Neil ... 200
En Austin a las órdenes de Houston ... 100
En San Patricio a las órdenes de Johnson ... 50
En San Patricio y Río Bravo a las órdenes de Grant ... 20
En Béjar a las órdenes de Travis ... 150
Total voluntarios de los E.U. ... 1190
Si Houston aseguraba que con 1500 hombres derrotaría al general Santa
Anna, cualquiera que fuese el número del ejército mexicano enviado al río
Colorado, no necesitaba más que 300 colonos además de los voluntarios
para vencer a México quedando Texas independiente. ¿Por qué no lo
hizo? ¿Por qué esa diseminación imbécil de las fuerzas rebeldes
cOlocadas en posición de ser barridas como una basura por solo mil
mexicanos?
Houston en realidad era lo que en los Estados Unidos se llama un
politicien y en México un politicastro, pero como militar era muy superior
a Santa Anna como lo probarán los hechos. Houston inflado por su
exquisita y descomunal presunción nunca pudo creer que los
insignificantes destacamentos en que se encontraba fraccionada la fuerza
rebelde deberían cualesquiera de ellos, derrotar a los seis mil mexicanos
del ejército de Santa Anna.
La estrategia idiota de los rebeldes fue debida a lo que sucede siempre
cuando una revolución no comienza dirigida por un caudillo de gran
prestigio militar que todos incondicionalmente obedezcan: todos quieren
mandar y la anarquía entre los revolucionarios es su primer enemigo.
Todos pedían al gobierno revolucionario hombres, dinero, municiones
para operar por su cuenta, nadie pedía respetuosamente órdenes para
obedecerlas. Esta anarquía representaba la buena estrella de Santa Anna
y lo ponía en situación de vencer en una campaña sin plan, sin ciencia,
sin entenderla siquiera superficialmente. Los rebeldes para recibir a Santa
Anna se habían colocado en la posición de los manjares de un suculento
menú para ser devorados fácilmente por cualquier glotón grosero con
paladar de tigre. La estrella del vencedor de la bufa, batalla de Zacatecas,
permanecía en el zenit, sostenida por la anarquía de los voluntarios.

NOTAS
(1) Yoakum, History of Texas, tomo II, Apéndice.
(2) Obra citada, tomo II, pág. 109.
(3) Edward, Téxas, pág. 420.
(4) Revue des Deux Mondes, 1° de julio de 1836, Biblioteca Nacional.- 2a. Serie,
Documentos para la historia de México.
(5) Revue des Deux Mondes, 1° de Julio de 1836, pág, 90, Biblioteca Nacional.
(6) Houston to Fannin, Diciembre 30 de 1835.
(7) Copy of contract of loan. Enero 11 de 1836.
(8) Report of January 30, 1836.
(9) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 114.
(10) Obra citada, tomo II, pág. 57.
(11) Obra citada, tomo II, pág. 59.
(12) Kennedy, pág. 84.
(13) Kennedy, pág. 85.

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XIII Capítulo XV Virtual Antorcha
Bulnes

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XIV Capítulo XVI Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimoquinto
UNA CAMPAÑA
ANTINAPOLEÓNICA
No hay más que dos clases de guerras; la irregular y la regular. La
irregular impone a los beligerantes combatir lo menos posible y acosar
hasta destruir al enemigo operando sobre los recursos de éste para vivir.
Ya he dicho que si Houston imponía al general Santa Anna la guerra
irregular este general estaba obligado a posesionarse y conservar los
puertos de Texas, como operación decisiva para su campaña, pensando
lo menos posible en ir a los bosques inmensos, pantanosos, mortíferos,
espesos, a perseguir guerrillas invisibles e impalpables.
En la guerra regular, lo primero que debe hacerse es concentrar todas sus
fuerzas, buscar violentamente al enemigo y librarle batalla. Si el enemigo
está fraccionado y quiere sostener la guerra regúlar, debe atacarse de
preferencia la fracción mayor. El general Santa Anna, debió comenzar por
prever la guerra irregular que era la indicada en una lucha en que la
inferioridad numérica y de disciplina debían estar marcadamente del lado
del enemigo; pero puesto que ni siquiera sospechó ésta aún después que
fue formal y hábilmente emprendida, debió operar en regla en el sentido
de la guerra regular que era la única que aparentaba entender.
Para la guerra regular o irregular, el general Santa Anna debió adquirir en
Texas una base de operaciones fácil de abastecer de víveres y material de
guerra. El abastecimiento del ,ejército en Texas sólo era militarmente
practicable por la Vla marítima. El Cópano era el mejor de los puertos por
la profundidad de sus aguas y abrigos contra los vientos. A doce leguas
del Cópano se encontraba la población de Goliad con un cuartel grande
convertido en algo que ambicionaba ser su fuerte. En el Cópano sólo
había una casa; Goliad debía haber sido la base de operaciones de
nuestro ejército.
Goliad podía considerarse como el vértice de un triángulo isósceles, cuya
base era la línea que une San Antonio Béjar a San Felipe de Austin siendo
estos puntos los vértices de la base. La distancia de Goliad a Béjar y a
Austin es casi igual y mide cuarenta leguas. Béjar era la capital del
Departamerto, centro casi exclusivo de la población mexicana fiel a la
causa nacional y elevándose a la cifra de cinco mil habitantes en el
Distrito de Béjar. Austin era la capital de los colonos por ser centro de las
principales colonias. La ocupación de Goliad representaba la del Cópano
o sea el mejor puerto de Texas y era una excelente posición sobre los
principales centros poblados y de producción de los colonos. Respecto
de la comunicación por tierra entre Goliad y Matamoros, dista cuarenta
leguas menos que Béjar al mismo Matamoros. Por último Goliad estaba
ocupado por la fracción más fuerte del ejército enemigo y tenía más
artillería que Béjar. Su guarnición era de 400 voluntarios al mando de
Fannin y 17 piezas de artillería. Había además gran cantidad de
municiones y cerca de mil fusiles a disposición de los sublevados. El más
infeliz de los generales improvisados hubiera tomado a Goliad como base
de operaciones, pero Santa Anna, cuya debilidad era copiar al revés a
Napoleón I, escogió Béjar como base de sus operaciones a 52 leguas del
Cópano y cortada la comunicación con el mar por los enemigos que
ocupaban Goliad quienes no obstante su impericia habían sabido apreciar
la importancia estratégica de Goliad.
La estrategia del general Santa Anna no era napoleónica sino romántica,
escogió a Béjar como base de operaciones, porque era ante todo
obligatorio lavar la mancha que allí había caído sobre las fuerzas
mexicanas cuando las hicieron capitular los colonos.
He afirmado que la deplorable diseminación de las fuerzas de Houston
tenían por causa la anarquía que reinaba entre los leaders revolucionarios
que todos querían mandar y ninguno obedecer, pero Santa Anna que era
puntualmente obedecido por sus tropas dispuso entrar a Texas, en
columna cortada por inmensas distancias o sea en marcha de segura
derrota.
La estrategia de marcha del general Santa Anna, fue la siguiente (1):
1° Vanguardia 1541 hombres con ocho piezas de artillería al mando del general Ramírez
y Sesma, marchando; ¡diez jornadas! adelante de,
2° La primera parte del centro, 1.600 hombres y seis piezas de artillería, al mando del
general Gaona, marchando tres jornadas, adelante de
3° La segunda parte del centro, 1839 hombres y seis piezas de artillería, al mando del
general Tolsa y marchando una jornada adelante de
4° La brigada de caballería que marchaba a la retaguardia.
5° Sección al mando del general Urrea de 601 hombres que penetró a Texas por un
rumbo muy distante del que seguía el ejército y con doce Jornadas de atraso (2).
¿Qué hubiera sido de nuestro ejército si los colonos como era de
esperarse hubieran acudido al llamamiento para que tomasen las armas
como lo hicieran para tomar a Béjar, y en número de 3.000, más 1.200
voluntarios y 25 piezas de artillería, se le presentan a los 1.500 hombres
de nuestra vanguardia, distante 90 leguas de la cabeza del centro de
nuestra columna? Era seguro que la vanguardia hubiera sido derrotada y
sus restos habrían desmoralizado la fuerza de Gaona, quien a su vez
hubiera sido batido y después todas las demás fracciones de la columna
mexicana. Pero la estrella de Santa Anna, porque todos los Napoleones
deben tener una estrella, no había entrado en el período anémico para
palidecer. Santa ~nna se salvó de un desastre completo, no por su
ciencia, Sino por su estrella. Es triste que los grandes destinos de
algunas naciones, dependen de absurdas estrellas militares, o sea de
albures jugados en los garitos de la casualidad.
El efectivo de seis mil hombres que componía el ejército de TeXas a las
órdenes del general Santa Anna, era pequeño para el que técnicamente
exigían las necesidades de la campaña. Era preciso ahorrar soldados en
los puntos estratégicos que debían estar permanentemente ocupados y
con tal objeto debían fortificarse y artillarse debidamente. Habiendo
perdido las fuerzas mexicanas toda su artillería durante la primera parte
de la campaña de Texas, consistente en veintiséis p{ezas, debía el nuevo
ejército haber llevado la suficiente para artillar los puntos que debiera
conservar fortificados, y en conjunto para dominar la del enemigo que
llegaba a 34 cañones de diferentes calibres, desde los de la artillería
volante o de a caballo, hasta las de plaza o sitio.
El general Santa Anna tuvo noticia oportuna de la toma de Béjar y del
fuerte Alamo por los rebeldes el 11 de Diciembre de 1835, y de que había
quedado en poder del enemigo toda la artillería del Álamo consistente en
catorce piezas de los siguientes calibres.
Cañones de 6 ... 1
Cañones de 8 ... 2
Cañones de 12 ... 4
Cañones de 24 ... 5
Cañones de 36 ... 2
Suma ... 14
Es decir siete piezas de sitio y siete de batalla. Si el enemigo defendía el
fuerte como era casi seguro; para atacarlo en regla, Santa Anna debió
haber llevado artillería de sitio o esperarse a tomarla más que por un sitio
muy largo, por un asedio, lo que era contrario a sus proyectos
desatinados que, como he dicho, se condensaban en hacer una campaña
de cuatro meses.
El Álamo no era ciertamente Gibraltar, sino un pequeño fuerte,
regularmente fortificado y como se verá en seguida lo defendían hombres
de un temple superior al común en los primeros soldados del mundo.
Esta última circunstancia no podía conocerla Santa Anna, pero tampoco
podía saber que los defensores del Álamo, apenas debían llegar a 182
voluntarios.
No obstante que el general Santa Anna sabía lo bien dotado del enemigo
en materia de artillería, dispuso que nuestro ejército para atacar dos o
más fuertes, pues el de Goliad estaba bien fortificado, defender puntos
estratégicos fortificados y dominar la artillería enemiga de batalla, volante
y de montaña; llevase las siguientes piezas de que ya hice mención.
De calibre de a 12 ... 2
Del de a 8 ... 4
Del de a 6 ... 4
Del de a 4 ... 7
Obuses de a siete pulgadas ... 4
Suma ... 21
El 23 de Febrero de 1836, a las tres de la tarde, el general Santa Anna
acompañado de la división del general Ramírez y Sesma, compuesta de:
Artilleros ... 62
Infanteria ... 1110
Caballería ... 369
Suma ... 1541
Mas ocho piezas de artillería; entró a San Antonio Béjar.
El 24 de Febrero, el general Santa Anna, estableció dos baterías mínimas
(4 piezas) para batir las fortificaciones del Álamo a las que nada hizo,
pues la principal, el reducto formado por la Iglesia, tenía buenas paredes
de cal y canto de espesor de una vara y en algunas partes de más. Las
ocho piezas que batían el fuerte tenían:
Del calibre de a 8 ... 2 piezas ... Con una penetración en la mampostería a
600 metros, de ... 19 centímetros
Del de 6 ... 2 piezas ... Con una penetración en la mampostería a 600
metros, de ... 15 centímetros
Del de 4 ... 2 piezas ... Con una penetración en la mampostería a 600
metros, de ... 9 centímetros
Obuses de siete pulgadas ... 2 piezas ... Con una penetración en la
mampostería a 600 metros de ... 16 centímetros
Total de piezas ... 8
El objeto de la artillería era, según parece, descascarar la muralla, por tal
motivo, hasta el momento del asalto no hubo novedad ni en el fuerte ni en
su guarnición.
En los momentos en que el general Santa Anna, ocupaba !a cIudad de
Béjar, el 23 de Febrero de 1836, Travis se retiraba al fuerte Álamo con
ciento cincuenta y dos hombres que estaban bajo sus órdenes.
Inmediatamente Travis envió un correo al coronel Fannin que ocupaba
Goliad con 400 hombres. La distancia entre Béjar y Goliad es de 38
leguas. Pannin recibió dos días después la petición de Travis y tardó tres
días en arreglar su salida para Béjar con 300 hombres y cuatro piezas de
artillería. No pudiendo hacer pasar el río a su artillería y careciendo de
víveres resolvió volver a Goliad, previa consulta a un Consejo de guerra
(3).
Este incidente libró a Santa Anna de un fracaso casi seguro, que lo
hubiera puesto en una situación difícil. El mismo día 28 de Febrero que
salió el coronel Fannin de Goliad, tuvo noticia el General Santa Anna del
proyectado movimiento de auxilio, con la inexactitud de que debían ser
únicamente 200 hombres los que seguirían a Fannin. El jefe mexicano
despachó entonces con 300 (batallón Jiménez) al general Ramírez y
Sesma a encontrar a Fannin. Como después se verá por la calidad de los
voluntarios rebeldes y por su artillería admirablemente servida, que los
300 hombres del general Sesma, sin artillería no hubieran salido
victoriosos. No encontrando el general Ramírez y Sesma a Fannin, volvió
a Béjar.
Desde el 24 de Febrero, al día siguiente de haber ocupado el general
Santa Anna, la ciudad de Béjar con la división del general Ramírez y
Sesma, el comandante del fuerte Álamo, Travis que apenas tenía a sus
órdenes 150 hombres dirigió al gobierno revolucionario la siguiente
comunicación: (4):
Estoy sitiado por mil o más mexicanos al mando de Santa Anna. He sostenido un fuego
continuo durante veinticuatro horas sin haber perdido un hombre. El enemigo me ha
intimado rendirme a discreción, le he contestado con un cañonazo y nuestra bandera
ondea orgullosa sobre nuestra fortificación. No me rendiré ni me retiraré. A vosotros
pues me dirijo en nombre de la libertad, del patriotismo y de todo lo que forma el
carácter americano para que sin demora vengáis en mi ayuda. El enemigo recibe
diariamente refuerzos, y no dudo que dentro de cuatro o cinco días, tenga tres o cuatro
mil hombres. Aun cuando este llamamiento sea desatendido, estoy resuelto a
sostenerme todo el tiempo que me sea posible y a morir como soldado que nunca olvida
lo que debe a su honor y a su patrIa. ¡Victoria o muerte! Firmado. W. Barret Travis.
Esta comunicación prueba que Travis estaba resuelto a portarse como un
verdadero militar de gran alzada pereciendo antes que abandonar el
fuerte que le había sido confiado, prueba al mismo tiempo que creía
posible el triunfo, en lucha tan desigual y tan desfavorable para él, pues
termina su comunicación citada, diciendo ¡Victoria o muerte! Aun cuando
Travis creyese tener bajo sus órdenes a los soldados de la guardia que
mandaba Cambronne en la batalla de Waterloo, no debía creer en la
victoria si no profesaba un gran desprecio por nuestras fuerzas. Sólo así
se concibe que un hombre que manda a 150, crea posible vencer hasta
cuatro mil soldados mexicanos.
Travis tuvo tiempo suficiente para evacuar el Álamo sin sufrir pérdidas
considerables ni correr riesgo de fracasar. El día 23 de Febrero Travis
evacuó Béjar y se retiró al Álamo, libre por el lado Norte de las fuerzas de
Santa Anna, hasta el 26 de Marzo. El Álamo quedó desde entonces (26 de
Febrero) casi circunvalado por nuestras tropas, no quedándole libre más
que el lado del Norte (5).
El 1° de Marzo lograron penetrar al Álamo sin ser sentidos por los
sitiadores; 32 colonos procedentes de González al mando del capitán
John Smith, quien el cuatro del mismo mes salió del Alamo con dirección
a González para traer cincuenta hombres más (6).
El 6 de Marzo de 1836, el general Santa Anna dispuso asaltar el Alamo por
sorpresa en la misma noche.
A este fin ordenó el general que cuatro columnas de ataque mandadas por sus
respectivos jefes, y éstos de toda confianza, saliesen de la ciudad con el mayor silencio
y orden para comenzar sus maniobras aquella misma noche. Pero era tal el entusiasmo y
ardimiento de aquellos valientes por llegar a las manos de los enemigos del nombre y
del gobierno de su patria, que degenero en una funesta y trascendental indiscreción de
las que ninguna se comete impunemente en tales casos. Una de las referidas columnas
comenzó a dar vivas a la República en alta voz y estas voces que inmediatamente
resonaron por el aire, despertaron la adormecida vigilancia de los texanos, que
prevenidos de la aproximación de nuestras armas se dispusieron para hacer una
defensa desesperada y comenzaron a fijar de tal manera su artillería, que sus fuegos
hacían por momentos un estrago horrible en nuestras filas, y aunque el valor y denuedo
de nuestros soldados se apresuraba a llenarlas, al cabo de un largo rato comenzaron a
desordenarse y quizá hubieran retrocedido si el general Santa Anna que lo observó no
hubiese mandado que entrasen a obrar las reservas, con cuyo apoyo se restableció la
confianza y el orden de los nuestros y se comenzó el asalto que inútilmente se afanaban
en rechazar con una tan rigurosa resistencia y fuegos de todas armas los enemigos
contra quienes se dirigía, cuando era segura la convicción en que se encontraban de no
quedarles otro recurso que perecer si no pudiesen vencer los (7).
El asalto del Álamo proporciona brillantes pruebas de la impericia del
general Santa Anna. El número de los asaltantes fue 1400, el número de
los defensores 183. Las bajas causadas a los asaltantes, 400.
Así es que aunque se tomó el Álamo este triunfo costó al ejército mexicano más de
setenta hombres muertos y de trescientos heridos (8).
De los cuales murieron más de cien. El Sr. Martínez Caro, hace subir las
bajas a cuatrocientos, cifra de acuerdo con la de Filisola, más de 70
muertos y 300 heridos (9). Es decir Santa Anna perdió en el asalto casi la
tercera parte de su efectivo, lo que es muy honroso para el valor de los
asaltantes, pero ignominioso para la pericia del jefe, que estuvo a punto
de ser derrotado por 183 rebeldes. Si logran entrar doscientos voluntarios
más al Álamo, Santa Anna hubiera sido vencido.
El general Santa Anna había dejado libre el lado Norte del Álamo, como
nos lo dice Filisola. ¿Por qué? ¿Para puente de plata al pequeño
destacamento que mandaba Travis? La línea de circunvalación en el lugar
en que correspondía la segunda paralela era para el Álamo de 1570
metros. Santa Anna disponía de 1541 hombres, luego pudo cerrar su
circunferencia e impedir que entraran o salieran combatientes del Álamo
sin su conocimiento. Santa Anna ignoraba que el enemigo hubiera
recibido la noche del 10 de Marzo 32 hombres más sobre los 151 que
tenía. ¿Cómo sabía Santa Anna que un enemigo que debía haber pedido
refuerzos y que por el solo hecho de permanecer en el fuerte, pudiendo
abandonarlo sin pérdida grave daba a entender que los refuerzos que
esperaba debían ser suficientes y oportunos; no había recibido esOS
refuerzos durante las noches del 10 al 6 de Marzo?
Una sorpresa tiene dos objetos. Tomar un punto inexpugnable ante un
ataque franco y descubierto o reducir las pérdidas del ataque a viva
fuerza, a toda luz, prevenido el enemigo. Pero en el caso del Álamo, Santa
Anna dispuso la sorpresa sin tener noticia ni dato de ninguna clase para
suponer que el enemigo no vigilaba, como era de su interés. Se notará
que según la versión de Filisola que acabo de copiar y que es la oficial, el
asalto comenzó después de que las reservas habían entrado a dar apoyo
a las tropas asaltantes que comenzaban ya a desordenarse por los
estragos que en ellas causaba el acertado manejo de la artillería enemiga.
Esto quiere decir que la sorpresa fue descubierta desde que se formaban
las columnas asaltantes y en ese caso, ya no había sorpresa posible, y el
ataque se convertía en un simple asalto nocturno, lo que es terriblemente
desfavorable para los asaltantes.
Lo que protege a los asaltantes de un fuerte, es la artillería, dispuesta en
tres distintas fracciones. 1a. Las baterías de brecha, cuyo objeto es
destruir la fortificación hasta abrir varias brechas. Esta operación hubiera
sido facilísima a Santa Anna, si sabiendo como lo sabía que había puntos
fortificados en Texas, hubiera llevado siquiera una batería de piezas de 36
o por lo menos de 24, lo que era bastante para demoler el Álamo en un día
a lo más; no habiendo llevado artillería de sitio, debió siquiera hacer
cumplir a su insuficiente artillería la tarea de desmontar parte de la
artillería del fuerte, y por último antes de asaltar debió sostener fuego
vivo de artillería y concentrarlo rápidamente, minutos antes del asalto y
durante éste protegerlo. Pero de noche ni se puede desmontar la artillería
de un fuerte, ni sostener fuego vivo eficaz de artillería, ni concentrarlo, ni
proteger bien a la infantería asaltante. La artillería del Alamo se componía
de 14 piezas y estaba muy bien servida. Santa Anna más que Un combate
ordenó la hecatombe de su propia tropa exponiéndose a una derrota
imperdonable.
Esta hecatombe, pues no es otra cosa permitir que los 183 voluntarios del
Alamo hicieran 400 bajas a nuestros 1.400 asaltantes, produjo un gran
efecto moral y desterró del espíritu del enemigo, el desprecio por todos
nuestros soldados y jefes. Sólo una tropa valiente, disciplinada y de
primer orden pierde la tercera parte de su fuerza en un asalto. La toma del
Álamo hizo sentir a los enemigos que por esa vez tenían verdaderos
soldados enfrente y que ya no les era posible pretender luchar con
destacamento o con fuerzas muy inferiores, con las tropas mexicanas. El
asalto del Álamo, estúpido bajo el punto de vista técnico, valió a nuestro
ejército de Texas ser considerado como valiente y disciplinado. Los jefes
de nuestras columnas asaltantes fueron el general Amador, y los
coroneles Mariano Salas, Juan Morales y José María Romero.
De los 183 defensores del Álamo todos murieron en el asalto entre ellos
su jefe Travis, con excepción de seis: el coronel Bowie que estaba
gravemente enfermo y fue muerto en su cama y cinco voluntarios que
lograron ocultarse y fueron descubiertos por el general Castrillón y
presentados á Santa Anna.
Entre dichos ciento ochenta y tres hombres, deben contarse cinco que pudieron
ocultarse y que concluída la acción encontró el general Castrillón y llevó a presencia de
S. E. que ya había llegado, quien al momento reprendiendo agriamente a dicho general
volvió la espalda, a cuya acción, los soldados aunque ya formados, cargaron sobre ellos
hasta concluirlos (10).
La defensa del Álamo fue heroica, los voluntarios sin ser soldados se
portaron como no lo hubieran hecho mejor los primeros del mundo.
Travis su jefe, fue admirable porque se empeñó en morir sin que su honor
se lo exigiese y pudiendo haberse salvado sin novedad y con toda su
gente. Travis no era en realidad más que un guerrillero y los guerrilleros
no están sujetos a los preceptOs de honor para combatir como las
fuerzas regulares y en el caso del Alamo pudo evacuarlo sin mengua.
Inmediatamente después de la toma del Alamo, Santa Anna dando rienda
suelta a sus pasiones de condotiero, comenzó a especular indignamente
con su triunfo, contra la pobre nación mexicana que tenía la debilidad de
considerarlo como a Marte escapado del Olimpo para reconquistar a
Texas. En su parte oficial anunció al gobierno que los muertoS enemigos
ascendían a seiscientos. Tal número de muertos obliga a suponer por lo
menos doble número de heridos y este número de bajas obliga a admitir
por lo menos doble número de combatientes, de donde resultaba por lo
bajo una guarnición de 3.600 hombres para el Álamo, asaltados y
exterminados por 1.400 mexicanos. Semejante triunfo debía poner de
rodillas al pueblo mexicano frente a las efigies de Santa Anna, quien
debería considerar a Napoléon I, apenas digno de ser enfermo en las
ambulancias mexicanas que por su puesto no existían.
El Sr. Martínez Caro, Secretario particular del general Santa Anna en
Texas y a quien le dictó Santa Anna el parte oficial de la toma del Álamo,
dice sobre el particular:
Aunque en el parte que en aquella fecha dió S.E. al Supremo Gobierno, constan más de
seiscientos enemigos muertos, debo advertir que yo mismo lo hice, poniendo el número
que ordenó S. E. pero ahora se habla la verdad y en consecuencia no fueron más que los
ciento ochenta y tres. Me remito al testimonio de todo el ejército (11).
El general segundo en jefe, Filisola, refiriéndose a las bajas de los
defensores del Álamo escribe:
En cuya toma (del Álamo) murieron mayor número de los nuestros, que de los tejanos
(12).
El 17 de Febrero de 1836 el general Urrea pasó el río Bravo al mando de
una sección de:
Infantería ... 300 hombres.
Caballería ... 301 hombres.
Artilleros ... 12 hombres.
Total ... 613 hombres y un cañon de a 4.
El general Urrea una vez que pasó el río Bravo, siguió el camino que
debió haber tomado el general Santa Anna para ir a San Felipe de Austin
pasando por San Patricio y Goliad. El día 27 de Febrero de 1836 el general
Urrea llegó a los alrededores de San Patricio, pequeña villa entonces de
600 habitantes, con sólo cien hombres; el general Urrea había cometido,
como Santa Anna, la insigne torpeza de fraccionarse. Afortunadamente
para este jefe, sólo había en San Patricio cuarenta rebeldes y fuera a una
distancia de cinco kilómetros aproximadamente, seis rebeldes cuidando
cincuenta caballos mansos.
El general Urrea mandó treinta hombres al mando del capitán Pretalio a
atacar a la guardia que cuidaba los caballos y él con los sesenta restantes
atacó a la pequeña guarnición de cuarenta hombres. En muy poco tiempo
la villa fue tomada habiendo tenido el enemigo once muertos, cinco
heridos y veinticuatro prisioneros. No habla en su parte el general Urrea
de sus pérdidas. A esta escaramuza se le ha llamado la batalla de San
Patricio (13).
El día 1° de Marzo estando aún en San Patricio el general Urrea tuvo
noticia de que el Dr. Grant volvía del río Bravo con una partida de 23
rifleros y dispuso salir a su encuentro con ochenta dragones, los que
fueron emboscados en un lugar llamado Cuates de agua dulce. El
resultado de la emboscada fue para el enemigo, todos muertos entre ellos
su jefe el Dr. Grant. El parte oficial de Urrea es a todas luces falso pues es
poco menos que imposible que en un combate contra 23 hombres
resulten todos muertos y ningún herido. Se comprueba la falsedad del
parte de Urrea con lo que indica Filisola que el general Urrea fue felicitado
por el general Santa Anna a causa de la captura del Dr. Grant. De modo
que a Santa Anna el general Urrea le participó confidencialmente supongo
que capturó al Dr. Grant y oficialmene lo da por muerto en el combate. En
la Historia de Texas de Kennedy (14), aparece que los heridos fueron
asesinados después del combate. Sólo así se explica que haya habido
veintitrés muertos y ni un solo herido. A esta escaramuza patibularia la
han calificado con el nombre de brillante victoria alcanzada por nuestro
ejército contra el execrado enemigo (15).
El 14 de Marzo el general Urrea emprendió la marcha a la villa del Refugio,
para encontrar un destacamento que había salido de Goliad para ocupar
el puerto de Cópano. Acompañaban a Urrea 200 infantes, 200 soldados de
caballería y el cañón de a 4. Los rebeldes en número de cien ocupaban la
pequeña iglesia. El ataque de Urrea fue muy torpe porque sin lograr tomar
la posición tuvo trece hombres muertos y cuarenta y tres heridos;
mientras los rebeldes solo tuvieron un herido (16).
Cerca de la iglesia en el campo se habían emboscado cincuenta rebeldes;
el general Urrea dió orden de atacarlos y en el pequeño combate que tuvo
lugar los rebeldes perdieron cinco muertos y dos prisioneros; teniendo la
fuerza mexicana tres muertos y diez heridos. Una partida de paisanos
adictos a la causa de México, persiguieron los restos de los cincuenta
rebeldes a la mañana siguiente, los que sin oponer resistencia por haber
agotado sus municiones la víspera, se rindieron en número de treinta y
seis.
Durante la noche del 16 de Marzo y debido a falta de vigilancia, los cien
rebeldes que ocupaban la iglesia se retiraron. En la mañana del 17, Urrea
mandó a la caballería a perseguir a los fugitivos, la que habiéndolos
alcanzado les hizo diez y seis muertos y treinta y un prisioneros.
En suma, en el combate del Refugio, la victoria costó cara a Urrea; pues
perdió 16 muertos y 53 heridos: total bajas 69. El enemigo perdió 21
muertos y 69 prisioneros. Nótese que el enemigo tuvo 21 muertos y
ningún herido, lo que comprueba lo afirmado por Kennedy y los demás
historiadores extranjeros, que los heridos eran invariablemente
asesinados. A esta tercera escaramuza también se la ha llamado (17)
batalla y señalada victoria.
Llegamos al cuarto cómbate del general Urrea, considerado por
historiadores imparciales como siniestramente curioso, por haber dado
lugar a uno de esos casos de felonía y ferocidad, casi desconocidos en la
historia de los pueblos civilizados.
El 19 de Marzo el general Urrea, alcanzó en un punto llamado El Perdido,
al coronel Fannin, rebelde que se retiraba del fuerte Goliad con 280
hombres y 9 piezas de artillería. Viendo Fannin que la caballería de Urrea
le había cortado la retirada se vió obligado a combatir contra la sección
de Urrea (600 hombres) aumentada de 500 al mando del coronel Don Juan
Morales, despachado de Béjar para reforzarlo. La columna al mando de
Urrea tenía 1100 hombres y 4 piezas de artillería, pero abrieron el combate
solamente 360 infantes y 80 caballos.
El coronel Fannin se desplegó en batalla en una gran llanura, pues le fue
imposible alcanzar el espeso bosque que la limitaba. La caballería de
Fannin, en número menor de cien hombres, huyó desde el principio del
combate; con excepción de algunos soldados que echaron pie a tierra
para reunirse a la infantería y batirse a su lado. No obstante que el general
Urrea atacó con gran vigor, Fannin pudo defenderse con éxito desde las
cuatro de la tarde del 19 de Marzo, y al oscurecer ordenó Urrea que se
suspendiera el ataque.
El día 20 al amanecer, según Filisola, reconoció el general Urrea la posición de Fannin,
que no se había movido durante la noche anterior, pero que había reforzado
considerabl~mente sus trincheras con bueyes y caballos muertos y una ligera
fortificación de campaña (18).
A las seis y media llegó el parque que se había extraviado el día anterior, lo mismo que
cien infantes y dos piezas de a cuatro que fueron colocadas en batería a ciento sesenta
pasos del enemigo sostenidas por las compañías de cazadores. La infantería restante se
mandó formar en columna que marchaban a la izquierda de la batería al momento de
romper el fuego, pero al tiempo de emprender los movimientos y apenas comenzando
aquél, el enemigo enarboló una bandera blanca. CesÓ el fuego y mandó el general Urrea
al teniente coronel Don José Holzinger, para que fuera en compañía de Don José de la
Luz González, a saber lo que pretendía, regresando a poco y diciendo que quería
capitular. La contestación del general Urrea fue que se rindieran a discreción, lo que fue
comunicado al coronel Fannin por medio de los coroneles Salas y Morales. Mediaron
algunas comunicaciones hasta que pasó el mismo general al campo enemigo
manifestando que sólo podía convenir en una rendición á discreción .
Federico Leclere, en su sereno e imparcial estudio publicado en la Revue
des Deux-Mondes, cita los términos de la capitulación, que en francés
copio:
1° Le coronel Fannin et ses soldats seraient traités en prisonniers de guerre et dirigés
sur Goliad, ou ils resteraient pendant neuf jours (19).
2° A l'expiration de ce terme, les volontaires des ÉtatsUnis, seraient embarqués pour la
Nouvelle Orléans aux frais du gouvernament mexicain.
3° Les Texiens et Fannin resteraient prisonniers jusqu'á leur échange ou jusqu'á la fin de
la guerre (20).
El mismo autor añade:
Estas condiciones fueron violadas con una abominable perfidia, Santa Anna, que se
encontraba aún en Béjar, ordenó la matanza de los prisioneros, y el 27 de Marzo en la
mañana, domingo de Ramos, fueron todos, en número de cuatrocientos
aproximadamente, fusilados a poca distancia de Goliad, entre esta villa y el mar. Era el
presidente mismo que había querido este horrible asesinato; varios de sus generales se
opusieron en el Consejo que al efecto tuvo lugar en Béjar, pero Santa Anna no los
escuchó, firmó la sentencia de muerte, selló el pliego y lo cerró, y entregó él mismo al
correo que debía llevarlo. Todo lo odioso de este gran crimen pesa pues sobre la cabeza
de Santa Anna.
El primer cargo que Houston hizo a Santa Anna cuando éste fue
capturado al día siguiente del desastre de San Jacinto; fue la matanza de
Fannin y sus hombres, cuando sus vidas estaban garantizadas por la
capitulación. Santa Anna negó y se le ofreció probarle el hecho antes de
que marchara al cadalso, pero habiendo Santa Anna ofrecido para salvar
su vida traicionar a su patria; el juicio ya no tuvo lugar.
Los historiadores de la guerra de Texas; Maillard, Yoakum Edward, inglés;
Chasles-Newell, americano, Kennedy, irlandés testigo en Texas de la
guerra, Stuart Foote, norteamericano, están de acuerdo en que hubo
capitulación.
Los generales Tornel, Filisola y Urrea, niegan que hubiera habido
capitulación. Mandar asesinar a los prisioneros cuya vida está
garantizada por una capitulación choca hasta con la ferocidad salvaje,
pues muchas tribus guardan la palabra que empeñan y hacen tratados
que esmeradamente respetan. Pesando exclusivamente sobre Santa
Anna, este asqueroso crimen; no era probable que lo denunciasen los
generales Filisola y Tornel, ambos acérrimos partidarios de Santa Anna.
Examinando los hechos se observa lo siguente: En la narración de
Filisola, Fannin estaba decidido a batirse el día 20, puesto que en la noche
del 19 al 20 reforzó sus trincheras con bueyes y caballos muertos e hizo
una ligera fortificación de campaña. Fannin había perdido la tarde del 19,
cuarenta y dos muertos y noventa y siete heridos que aparecen en el
parte oficial de Urrea sobre un efectivo de 280 combatientes; Fannin había
perdido más de la tercera parte; lo que probaba gran valor en su gente.
Fannin no aprovechó la noche para evadirse por no abandonar a sus
heridos porque sabía que serían miserablemente asesinados (21). Y en
eso no se engañaba según lo ocurrido en Álamo y los Cuates de Agua
Dulce. No se comprende cómo doscientos ochenta hombres resueltos
que han dado pruebas de gran valor, y que no quieren para salvar su vida,
evadirse durante la noche, por evitar que sus heridos sean asesinados;
entreguen a la mañana siguiente después de prepararse para combatir, a
esos heridos y sus propias vidas a un enemigo feroz que a nadie daba
cuartel. Filisola confiesa que se cambiaron varias comunicaciones y que
Urrea pasó al campo de Fannin a conferenciar con él y cuando un jefe
está decidido a no dar cuartel, no admite comuniciones ni se presta a
conferencias.
Pero hay mas, el general Urrea, una vez que hizo prisionera a la fuerza de
Fannin en la que había 60 heridos; no los hizo fusilar; lo que es una
prueba no plena pero sí considerable a favor de la capitulación. Urrea
tenía orden del general Santa Anna, de fusilar a los prisioneros que en su
poder cayesen y en virtud de esa orden había hecho ya algunos
fusilamientos, entre ellos el del 15 de Marzo, en que fueron pasados por
las armas treinta prisioneros. El 21 de Marzo fueron fusilados seis
voluntarios hechos prisioneros en la mañana y veinte en la tarde. En ese
mismo día el capitán Pretalia fusiló otros siete dispersos capturados: total
fusilados el 15 y el 21 de Marzo por Urrea, 63 prisioneros.
Sin embargo de tantos fusilamientos Urrea no había tocado ni a uno solo
de los prisioneros de Fannin, hasta el día 27 en que recibió orden expresa
y tronante de Santa Anna de pasarlos inmediatamente por las armas.
El día 25, remitió a Goliad (Urrea) los prisioneros y el 27 se recibió una comunicación del
coronel Portilla en que se le participaba que se le prevenía por el general en jefe pasase
por las armas a todos los prisioneros existentes en Goliad, que se hallaban bajo sus
órdenes. Toda la división se consternó con la noticia y el general Urrea, sintió
sobremanera esa catástrofe de la que escaparon los prisioneros del Cópano y cosa de
150 que se hallaban en su poder sirviéndole de zapadores (22).
¿Por qué el general Urrea que sólo en dos días, el 15 y el 21 de Marzo
había fusilado 63 prisioneros sin orden expresa de Santa Anna sintió
sobremanera y consideró catástrofe cumplir la orden de fusilar a Fannin y
su gente? ¿Por qué se consternó la división cuando a su presencia se
habían fusilado ya más de cien hombres sin que se consternase? Todo
esto constituye pruebas no plenas pero sí apreciables para creer en la
capitulación de Fannin. De todos modos no fue Urrea; sino Santa Anna el
empeñado en hacer asesinar a cerca de cuatrocientos hombres, teniendo
entre ellos noventa y siete heridos.
El general Urrea niega en su narración de la guerra de Texas que haya
habido capitulación y a esta negativa responde el capitán Shacklelord
comprometiendo su honor, que hUbo capitulación. Este capitán se
hallaba entre los combatientes de Fannin y fue de los 17 que escaparon
huyendo de los pelotones a los que hacían fuego graneado los soldados
mexicanos para ejecutar la orden del fusilamiento en masa, dada y
repetida por Santa Anna. El capitán Shackleford afirma (23):
On this point, as well as his denial of any capitulation, I never read a more villanous
falsehood from the pen of any man who aspired to the rank of general.
El mismo capitán asegura que después de la capitulación, el coronel
Holzinger del ejército mexicano dijo a los vencidos (24):
Well, gentlemen, in eight days, liberty and home.
En el diario del teniente coronel Portilla, bajo cuya vigilancia se hallaban
en Goliad los prisioneros hechos por Urrea, se lee en lo tocante al día 26
de Marzo de 1836.
A las siete de la noche llegó un correo extraordinario de Béjar, enviado por S. E. el
general Santa Anna, ordenándome que todos los prisioneros rendidos por la fuerza de
las armas fueran inmediatamente ejecutados. A las ocho de la misma noche llegó un
correo extraordinario enviado por el general Urrea, quien entre otras cosas me decía:
Trate Ud a los prisioneros con consideración especialmente a su jefe Fannin (25).
Sin la capitulación escrita o verbal, es inexplicable la recomendación del
general Urrea al teniente coronel Portilla relativa a los prisioneros de
guerra, cuando dicho Urrea había fusilado ya más de cien prisioneros.
Conforme al parte del teniente coronel Portilla, ejecutor de las severas
órdenes del general Santa Anna, había en Goliad: el 27 de Marzo de 1836:
Cogidos prisioneros al desembarcar en el puerto del Cópano, al mando del mayor
Miller ... 82 voluntarios.
Médicos y enfermos ... 8 voluntarios.
Procedentes de la rendición o capitulación de Fannin ... 266 voluntarios.
Procedentes de capturas de dispersos y pequeñas rendiciones ... 89 volunatrios.
Total ... 445 voluntarios
Fueron fusilados el mismo día 27 ... 330 voluntarios.
Quedaron ... 115 voluntarios.
Que después fueron remitidos a Matamoros.
El testimonio del coronel Holzinger del ejército mexicano, sería decisivo
si no hubiera sido dado bajo terribles circunstancias; como eran las de
ser prisionero de los rebeldes en compañía del general Santa Anna y de
todos los jefes, oficiales y soldados hechos prisioneros en la batalla de
San Jacinto. Si el coronel Holzinger hubiera afirmado que había habido
capitulación, ni Houston, ni Zavala, ni poder humano alguno hubiera
impedido el exterminio de todos los prisioneros por los voluntarios, aun
cuando Santa Anna hubiera ofrecido en cambio de su vida todo el
territorio mexicano y mil traiciones.
El coronel rebelde Wharton interpeló por escrito a Holzinger y este
contestó:
Sr. coronel D. Juan A Wharton.
Velasco Quintana, Junio 3 de 1836.
Muy Sr. mío de mi estimación:
Contesto a la apreciable de Ud. del día de ayer relativa a las ocurrencias del coronel
Fannin, con la división del ejército mexicano, bajo el mando del general Urrea, en la que
me hallaba en clase de Ingeniero y paso a exponerle los hechos, tales como los he
presenciado.
El día 19 de Marzo último, se supo a las dos de la tarde en el campo mexicano, que la
guarnición texana había abandonado el fuerte de Goliad dirigiéndose por el camino del
Coleto a Victoria. Inmediatamente se pusieron en marcha dos batallones de infantería y
doscientos caballos, para atacar a las fuerzas del coronel Fannin que fueron alcanzadas
en Paso del Perdido y comenzó la acción a las cuatro de la tarde. El ataque duró hasta la
noche sin que por una ni otra parte hubiera ventajas. A la mañana siguiente llegaron al
general Urrea, dos piezas de artillería que fueron colocadas en un punto ventajoso, no
debiendo hacer fuego sobre el enemigo si éste no hacía ningún movimiento. Al aviso de
una de las avanzadas, de que el enemigo se movía, se ordenó atacarlo con artillería, pero
viendo al tercer tiro que no había COntestación por su parte, se mandó suspender el
fuego, observando un cuarto de hora después, que el enemigo había izado bandera
blanca. Entonces mandó el general Urrea comisionados al campo de Fannin, a los
coroneles Salas, Morales y a mí con el objeto de preguntar el motivo de la bandera. La
contestación fue de que estaban dispuestos a rendirse como prisioneros de guerra
siempre que el jefe mexicano se obligase a tratar los como se acostumbra entre
naciones civilizadas, Aunque se nos había instruído en la ley que decretaba pena de
muerte, a los que venían armados a hacer la guerra en territorio mexicano y que de
consiguiente teníamos cerrada la puerta para cualquier convenio, ofrecí al coronel
Fannin manifestar su disposición al general Urrea, lo que en efecto verifiqué. La
contestación de este jefe fue de que existiendo una ley que prohibía que hiciera
semejantes convenios, no podía entrar en transacción alguna y que no podía admitir otra
cosa que su rendición al supremo gobierno de México, añadiéndome que en lo particular
podía yo asegurarle que emplearía su influencia y empeño para con el supremo gobierno
de México, a fin de que se aliviase su suerte y la de sus compañeros, tratándoles durante
el período de la contestación de dicho gobierno como prisioneros de guerra conforme al
derecho de gentes.
En vista de esta contestación el coronel Fannin hizo una junta, con el objeto de consultar
sus obligaciones acerca de lo dicho por el jefe mexicano. Después de media hora de
espera, el coronel Fannin y sus compañeros unidos con nosotros, nos declararon que la
resolución de esa junta había sido obtener garantías de la vida y propiedad de sus
personas, igualmente que sus heridos fuesen tratados iguales a los mexicanos, por
medio de un documento firmado por nosotros y ratificado por el general Urrea. Impuesto
de esto el general Urrea repitió, que no podía hacer tratado alguno publico y firmado por
parte mexicana y que si se rendían a discreción debía manifestarlo Fannin por escrito, en
lo que insistía dicho general, bajo las promesas hechas anteriormente en lo particular. A
esta segunda contestación, después de algunos minutoS de meditación, el coronel
Fannin y sus compañeros nos hicieron la pregunta siguiente. ¿Señores, ustedes creen
que el gobierno mexicano no atentará contra nuestra vida? Y los tres comisionados
contestamos: que no podíamos dar garantía alguna en virtud de la ley existente: pero
que no había un solo ejemplo de que el gobierno mexicano hubiese mandado fusilar un
hombre rendido a su clemencia. Aunque esta contestación no les satisfizo, nos dijo,
pues bien, no tengo agua; mis heridos necesitan asistencia, recomiendo particularmente
a ustedes estos desgraciados: me entregaré a discreción del gobierno mexicano (26).
El coronel Holzinger no podía afirmar la capitulación sin determinar la
hecatombe de seiscientos de sus compañeros, pero no obstante tan
fuerte obstáculo, aseguró que hubo un compromiso que no cumplió
Urrea. Este compromiso fue que dicho general se comprometía a solicitar
con todo empeño, no de Santa Anna sino del gobierno mexicano la gracia
de indulto de la pena de muerte para los prisioneros y que entre tanto
serían tratados con todas las consideraciones usadas con los prisioneros
de guerra por naciones civilizadas. De Goliad a la ciudad de México por
tierra hay cerca de 500 leguas y otras tantas de vuelta, hacen mil o sean
cincuenta días para un correo ordinario y si Urrea hubiera cumplido su
compromiso los prisioneros se hubieran salvado cualquiera que hubiese
sido la resolución dictada en México por el gobierno, pues la batalla de
San Jacinto, tuvo lugar el 21 de Abril, es decir 32 días después de la
capitulación o rendición de Fannin.
Fannin, sus heridos y el resto de su fuerza, fueron pasados por las armas,
seis días después de haber capitulado p rendido; es decir no hubo
cumplimiento del compromiso que era solicitar indulto del gobierno
mexicano y mientras éste resolvía respetar la vida de los prisioneros y en
estos casos no respetar un compromiso acredita el calificativo de infame
para Urrea. Tal vez si este jefe habla francamente al general Santa Anna y
pone en su conocimiento el compromiso de honor que había contraído, la
orden de ejecución no hubiera tenido lugar. No he encontrado documento
que pruebe que Urrea hizo conocer a Santa Anna, la condición bajo la
cual se habían rendido las fuerzas de Fannin, en este caso la infamia debe
empañar únicamente el honor del general Urrea.
Según el testimonio de Holzinger, hubo otro acto censurable de Urrea y
fue asegurar a Fannin y a su fuerza, que jamás el gobierno mexicano
había privado de la vida a un vencido rendido a su clemencia. Esto no era
cierto, la regla general era lo contrario y no ignoraba que el verdadero
gobierno y la verdadera ley era la voluntad sanguinaria del general Santa
Anna.
No es justo hacer pasar por monstruo único al general Santa Anna, por su
conducta en Texas respecto de los prisioneros de guerra. El general
Santa Anna hizo lo que debía como ya lo habían hecho otros generales de
naciones muy civilizadas. Como desgraciadamente la ignorancia en la
cuestión de Texas, ha determinado la errónea identificación de colonos y
voluntarios, resulta repugnante, asqueroso, incalificable, que después
que en la primera parte de la campaña de Texas, los colonos hicieron
prisionero a un general mexicano, a seis coroneles treinta y ocho oficiales
y 1.105 soldados, y los trataron con grandes consideraciones, dejándolos
en libertad y ayudándolos para su viaje; el general Santa Anna, ordenase
sin compasión y sin restricción la pena de muerte contra todo prisionero
rebelde.
Es cierto que los colonos se portaron con gran generosidad con nuestros
militares a quienes hicieron prisioneros, pero esto no lo hubieran hecho
los voluntarios. Los colonos y los voluntarios eran esencialmente
distintos y los primeros no quisieron tomar parte en la campaña de Texas
cuando la dirigió el general Santa Anna. En toda la segunda parte de la
campaña de Texas tomaron parte:
En la defensa del Álamo ... 32 colonos.
En todas las operaciones de Fannin hasta su rendición ... 4 colonos.
En la expedición de Grant a Matamoros ... 3 colonos.
En la batalla de San Jacinto ... 37 colonos.
Total ... 76 colonos.
Y sus milicias se elevaban a 3.000 hombres bien armados. De ellas sólo
tomaron parte 76, luego la abstención de los colonos es un hecho
indiscutible para la historia.
Los voluntarios eran en todo el rigor de la palabra y de los hechos,
filibusteros, y no conozco nación civilizada que no haya tratado a los
filibusteros con el mismo rigor que el geneal Santa Anna a los que
invadieron a Texas en 1836. ¿Cómo trató el gobierno colonial a todos los
filibusteros que invadieron a Texas o cualquier territorio del imperio
español? En 1851 la isla de Cuba, fue invadida por la expedición de
López, de la que formaban parte cincuenta norteamericanos que fueron
capturados e inmediatamente pasados,por las armas. La regla sin
excepción del gobierno español fue fusilar a todo voluntario que
desembarcase en Cuba, para sostener la revolución, tanto en la guerra de
1868 a 78 como en la de 1895 a 98. Se me dirá: España ha sido siempre
bárbara en todas sus guerras. Aceptado, pero hemos visto a los
generales alemanes en la campaña con Francia en 1870, declarar que no
reconocerían como beligerantes a los franco-tiradores y que los fusilarían
si caerían prisioneros. Esta amenaza fue cumplida con más rigor que la
de Santa Anna en Texas. ¿Y qué diferencia ante el derecho, la moral y el
patriotismo, entre un franco-tirador en Francia en 1870 y un filibustero
norteamericano de Texas en 1836? Vuelvo a preguntar a escritores
mexicanos y extranjeros que arrojan piedras al general Santa Anna por su
crueldad en Texas. ¿Qué nación civilizada ha dejado vivir a los
filibusteros capturados que la han invadido? Ninguna.
Esto no quiere decir que apruebo la orden del general Santa Anna para
que fuesen ejecutados Fannin y su gente si tenía conocimiento de que se
habían rendido condicionalmente. Por otra parte, los voluntarios eran
valientes, pero de una ferocidad superior a la más grande que pueda
inventársele al general Santa Anna.
La Revue des Deux Mondes nos dá a conocer el carácter sobrío de las
relaciones entre colonos y voluntarios en Texas durante la lucha contra
México en 1836 (27).
Tan pronto como la declaración de independencia fUe publicada, se obligó a los colonos
a adherirse, el silencio les fue impuesto sobre las causas de su rebelión y todas las
protestas fueron sofocadas. A penas un colono se atrevió a levantar la voz dirigiéndose
a un diario de Nueva York, excusándose de firmar su carta para evitar su sentencia de
muerte. Otro abandonó el país y publicó en el National Intelligencer Un artículo firmado
Un emigrante de vuelta. Un Señor Bartlet escribió a un diario de Nueva York para refutar
este artículo terminando su carta con las siguientes palabras:
Doy un consejo a este caballero, y es no volver nunca a Texas después del artículo que
ha publicado si no quiere hacer conocimiento con la saludable disciplina de la ley Lynch.
Hé aquí otro hecho aun más significativo: Un ciudadano de la Louisiana llamado
Boatright había tenido la imprudencia de oponerse altamente en una reunión contra la
revolución texana y de reprobar la connivencia del gobierno americano con los rebeldes.
Fue sorprendido en su casa en Caddo por una banda de texanos y llevado a Texas,
donde se resolvió enterrarlo vivo. Mientras que delante de él se ahuecaba su sepulcro,
llegó a escaparse por ún esfuerzo desesperado; pero una descarga de mosquetería lo
tendió muerto. Su cuerpo fue cortado en pedazos y los miembros suspendidos a los
árboles vecinos. El gobierno americano guardó silencio sobre este hecho; ¿cuál no
debía de ser el terror de los colonos texanos cuando un ciudadano americano era así
tratado? (28)
En materia de rigor el general Santa Anna obró correctamente. Después
de haber probado a los rebeldes por la toma del Álamo, que mandaba
tropas disciplinadas y valientes capaces de sostener una lucha
sangrienta cualquiera que fuese su intensidad y después de haber
probado también con el fusilamiento de los prisioneros, que sabía cumplir
sus amenazas por terribles que fuesen; expidió una proclama que envío a
Houston especialmente ofreciendo a los rebeldes una amnistía y ayuda
para que volviesen los voluntarios a los Estados Unidos. Estos
contestaron rechazando con insolencia la paz que ofreció México; el rigor
llevado a su último límite era entonces un deber para una nación que
necesitaba de él para defenderse, por carecer de hombres y dinero
suficientes para hacer una guerra generosa, que son sin duda bellas pero
muy largas y costosas.
Hay que atender á que la nación por la corrupción de su ejército era
completamente despreciada y el desprecio sólo tiene un remedio en
política, según Maquiavelo: el terror. Si el despreciado procede con
generosidad se le desprecian más, porque ésta se le atribuye a miedo y a
un estado de feminismo nervioso. La crueldad en la guerra tiene a veces
su razón de ser y en la de Texas era indispensable, nunca contra los
colonos, siempre y fuerte contra los filibusteros, que eran los que la
habían impuesto tanto a México como a los mismos colonos.
Por lo que se ha visto la tan señalada campaña de Urrea en Texas,
consistió en cuatro escaramuzas y el pequeño combate contra el coronel
Fannin, totalmente manchado por la infamia de asesinar a vencidos que
se habían rendido condicionalmente. En el comportamiento de las fuerzas
al mando de Urrea hubo siempre disciplina, valor y marcada impericia.

NOTAS
(1) Vease, Filisola, tomo II, páginas 332 y siguientes.
(2) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 336.
(3) Fannin to licutenant Governor Robinson, Febrero 29 de 1836.
(4) Doran Maillard, History of the Republic of Texas, pág. 102.
(5) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 384.
(6) Smith to the president of the Convention, Marzo 7 de 1836.
(7) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 388.
(8) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 389.
(9) Román Martínez Caro. Primera campaña de Texas, pág. 19.
(10) Román Martínez Caro, Secretario particular del general Santa Anna, Primera
campaña de Texas, pág. 11.
(11) Román Manínez Caro, Primera campaña de Texas, nota 1 de la página 11.
(12) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 389.
(13) Lima de Vulcano, Marzo 28 de 1836.
(14 ) History of Texas, pág. 112.
(15) Lima de Vulcano, Abril 12 de 1836.
(16) La relación del combate del Refugio, está tomada de la narración que de él hiZo el
Coronel Francisco de Garay que se encontraba presente a las órdenes de Urrea.
(17) Prieto Guillermo, Lecciones de historia patria, pág. 527.
(18) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 425.
(19 y 20) Revue des Deux Mondes, Abril 15 de 1840, pág. 241.
(21) Kennedy, History of Texas, pág. 143.
(22) Filisola, tomo II, pág. 443.
(23) Yoakum, History of Texas, tomo II, Apéndice.
(24) Yoakum, History of Texas, tomo II. Apéndice.
(25) Diario del teniente coronel Portilla, Biblioteca nacional.
(26) Martinez Caro, Primera campaña de Texas, Documentos comprobantes.
(27) Revue des Deux Mondes, 15 de Julio de 1840, pág. 243. Véase Biblioteca Nacional
Tomo VI, 1a. Serie de documentos para la Historia de México.
(28) Revue des Deux Mondes, 15 Julio de 1840, página 243.

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XIV Capítulo XVI Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XV Capítulo XVII Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimosexto
UNA CAMPAÑA
ANTINAPOLEÓNICA
(CONTINUACIÓN)

El general Santa Anna después de perder, la noche del seis de Marzo, la


tercera parte, de la división del general Ramírez y Sesma, en el asalto del
Alamo, tuvo un acceso de cordura, no enviando al día siguiente
destacamento alguno a buscar y batir al enemigo. Esperó la
concentración de sus fuerzas en San Antonio Béjar, la que se verificó del
modo siguiente:
El día 8 del referido Marzo llegó el general Gaona con infantería ... 648 hombres ... 6
piezas de artillería.
El día 9 del mismo mes llegó el general Filisola con ... 952 hombres ... 0 piezas de
artillería.
El día 10 del mismo mes llegó el general Andrade con caballería ... 437 hombres ... 0
piezas de artillería.
El día ll del citado mes llegó el general Tolsa con infantería ... 1839 hombres ... 6 piezas
de artillería.
Totales ... 3876 hombres ... 12 piezas de artillería.
Agregando mil hombres útiles que habían quedado al general Santa Anna,
deducidas las 400 bajas por el asalto la noche del 6 y los enfermos, el
ejército mexicano concentrado en Béjar ascendía a 4876 hombres y 20
piezas de artillería.
El día siete de Marzo, el general Santa Anna recibió noticia del general
Urrea participándole la derrota de los 40 hombres de Johnson y de los 23
hombres del Dr. Grant. En suma, agregando a los 183 hombres
exterminados en el Álamo, las dos pequeñas partidas de Johnson y de
Grant, resultaba que hasta el 11 de Marzo nuestro ejército había tenido
por combate más de 500 bajas y había logrado destruir en tres acciones
dIferentes a 243 rebeldes. Si este resultado era victorioso también era
deplorable como perspectiva de campaña.
Quedaban enemigos:
En Goliad ... 400 voluntario.
En González ... 340 voluntarios.
En Matagorda ... 200 voluntarios.
En Harrisburg, New-Wáshington, Gálveston y en los cuatro barcoS de los rebeldes ... 800
voluntarios.
Suma ... 1740 voluntarios.
Mas los colonos que, según todo el mundo creía, debían acudir al
imperioso llamamiento de guerra que les hacía el comité revolucionario y
cuyas milicias se elevaban como he dicho a 3000 hombres.
Se debía tomar en cuenta que los refuerzos de voluntarios procedentes
de los Estados Unidos no habían terminado de llegar y que no era posible
conocer a cuánto ascenderían. El general Santa Anna tenía las mayores
probabilidades de encontrarse con una masa de seis a siete mil hombres
sostenidos por cuarenta piezas de artillería, y capaces de batirse con la
indisputable heroicidad con que se habían batido los 183 defensores del
Álamo.
¿Qué correspondía hacer militarmente? una vez que no se había atendido
a hacer la guerra como lo indicaba la geografía de Texas, los recursos del
gobierno mexicano, y los del enemigo; ocupando todos los puertos, las
islas y dominando en el mar; era indispensable proceder a averiguar en
dónde estaba el grueso de las fuerzas enemigas y salir a batirlo con el
mayor número posible de soldados mexicanos, evitando que el enemigo
se concentrase y al mismo tiempo impedir que los colonos acudiesen al
llamamiento del gobierno revolucionario agente del presidente Jackson.
Pero el general Santa Anna después de haber destruído solamente a
doscientos cuarenta y tres voluntarios, dió por terminada gloriosamente
la campaña a favor de México y en honra de sus grandes talentos
militares, y dispuso dejar a Filisola encargado de barrer las últimas
basuras de la rebelión y venir a México a recibir ovaciones, a organizar
besamanos y besapiés, a envolverse en las nubes de incienso de los Te
Deum y a ser arrastrado en su carruaje triunfal por nuestro populacho,
para hacer la caricatura de un emperador romano llevando uncidos a su
carro, reinas africanas, generales partos, doncellas macedónicas y
mancebos catos. El éxito del plan de Santa Anna hubiera sido infalible. Si
en vez de dar el parte oficial de haber tomado el Alamo, se le ocurre
anunciar el asalto y toma Wáshington, Londres y San Petersburgo,
hubiera sido creído por todo el pueblo mexicano, con excepción de
cincuenta personas a lo más de sentido común a las que se hubiera
mandado asesinar o entregado al furor bélico de la plebe si se hubieran
atrevido a oponerse a la erección de un templo báquico o venéreo en
honor del héroe mexicano a imitación del levantado a Alejandro el Grande
cuando por sus huestes fue proclamado dios asiático.
Semejante estado mental de nuestro general en jefe Santa Anna, debería
atribuirse a malignidad, si el segundo en jefe Filisola no lo asegurase (1):
Después de la toma del recinto del Alamo, acontecida el 6 de Marzo y la insignificante
ventaja de la muerte del Dr. Grant, con la de veinte aventureros y tres mexicanos que lo
acompañaban, acaecida el día dos del mismo mes y de la que se tuvo noticia en Béjar el
día siete, ya supuso el presidente general en jefe que los enemigos no volverían a dar la
cara y que por consiguiente la guerra estaba concluída.
De esta falsa idea y del desprecio que él (Santa Anna) concibió desde entonces del
enemigo, han emanado las desgracias que después se han sufrido y las que todavía
podremos experimentar si se camina con la misma ligereza que se ha hecho hasta hoy.
La destrucción de los 23 hombres del Dr. Grant por los 80 dragones de
Urrea emboscados, nada significa para formar concepto de un enemigo.
Pero el asalto del Álamo en que 183 voluntarios que tuvieron trece noches
para evacuar sin peligro un punto que no estaban obligados a defender;
resisten heroicamente a 1400 soldados de lo mejor del ejército mexIcano
haciéndolos vacilar y causándoles cuatrocientas bajas, no es hecho para
inspirar desprecio de tal enemigo como el que adquirió Santa Anna por la
toma del Álamo.
E general Santa Anna, tenía la refinada inmoralidad del condotiero y una
ilustración de batracio, pero era muy inteligente y un verdadero profesor
práctico de revolucionarismo, como que no había hecho más que
revolucionar desde el año de 1822. Catorce años de esmerada práctica
revolucionaria no hacen creer ni a un idiota que la destrucción de una
guerrilla de 243 hombres, ha producido la paz en un país profundamente
conmovido y enérgicamente revolucionado por aventureros valientes y
audaces que contaban con el apoyo del presidente de los Estados Unidos
y del poderoso partido esclavista.
Lo que es inexplicable en la conducta de un general probo y patriota, es
visible sin mancha de misterio en un condotiero. Estudiado bien
cualesquiera de ellos se establece la fórmula para leer en el cerebro de
todos. Es evidente que Santa Anna había razonado del modo siguiente:
La campaña se presenta muy mala porque el enemigo se bate muy bien. Destruírle 243
hombres me ha costado 500 bajas por combate más las que me están costando las
enfermedades, porque mi tropa también pelea contra toda higiene. No se puede pues
destruir a 2000 voluntarios aparte de los colonos que se hayan levantado o puedan
levantarse sin que tenga yo que perder el setenta por ciento de mi efectivo, cosa que no
resiste la moral de mi ejército ni la de ninguno. Si dejo en mi lugar a Filisola y marcho a
México a desaparecer en un montón de laureles y bajo torrentes de adulación, podré
probablemente fundar un segundo imperio y convertirme en Antonio I. Si Filisola sale
victorioso, lo que es muy remoto, mis galerías gritarán: Ningún mérito tiene el general
Filisola, porque el general Santa Anna ya había anunciado oficialmente que la guerra
había quedado concluída y que se quedaba su segundo para barrer la basura o lo que es
lo mismo para llenar la función higiénica del aseo de los gloriosos campos de batalla. Si
Filisola es derrotado, el país en masa gritará: Era claro; nuestro ejército es invencible
siempre que a su cabeza esté el general Santa Anna, quien, semejante a Napoleón I, ya
había batido a sus enemigos y he aquí que sus sucesores han sido tan miserables y
torpes que le han permitido reorganizarse y reanimarse. Presentémonos de rodillas ante
nuestro Marte, Santa Anna, para que salve á la patria, pues es el único que puede
hacerlo.
Tal debe haber sido el plan de Santa Anna, porque de modo es imposible
explicar que un hombre tan inteligente como él, hubiera creído que
terminaba una campaña donde a todas luces y con todo y sus laureles
estaba llevando la peor parte.
Tan pronto como Santa Anna hubo concentrado en Béja su pequeño
ejército, lo volvió a diseminar dando prueba de una torpeza excepcional.
Envió a 60 leguas de distancia a los generales Sesma y Woll, a San Felipe
Austin con 725 hombres y dos piezas de a seis debiendo seguir después
hasta Harrisburgo y Anáhuac, es decir los envió a recorrer ciento
cincuenta leguas a lo largo de un territorio sin recursos, con sólo
raciones para ocho días.
Tengan presente para siempre que se hable de raciones, que la de galleta o totopo, S. E.
quiso que desde Monclova en adelante no constase más que de media libra, es decir de
la mitad del peso que previene el Reglamento de la materia, que sólo fueran socorridos a
un real por plaza y que los oficiales se abasteciesen de víveres como pudiesen con su
sueldo, dejándoles el derecho a salvo de cobrar la gratificación de campaña para cuando
pudiese dárseles (2).
Para seguir la obra funesta de diseminación, despachó S. E. el mismo 11
de Marzo a Goliad distante 38 leguas de Béjar y en rumbo muy distinto al
que llevaba el general Ramírez Y Sesma, al coronel Don Juan Morales,
con 500 hombres, tres piezas de artillería y un mes de raciones (3). Mandó
para Nacogdoches, a 120 leguas de distancia al general Gaona con 725
hombres, dos piezas de artillería y 40 días de raciones (4).
Por último, mandó S. E. para reforzar al general Urrea, al coronel Montoya con 537
hombres, una pieza de artillería y un mes de raciones.
Al llegar el general Sesma con 725 hombres al río Colorado, supo que el
enemigo ocupaba la orilla opuesta con mll doscientos y no considerando
prudente atacarlo avisó al general Santa Anna que, como he dicho, daba
por terminada la campaña después de la destrucción de 243 rebeldes.
Éste envió entonces a reforzar al general Sesma al general Tolsa con 750
hombres.
Si la toma del Alamo y la pequeña ventaja conseguida por el Sr. Urrea en la muerte del
Dr. Grant, hizo creer al general en jefe que la guerra estaba ya concluída, esta última
victoria (sobre los 280 hombres de Fannin) le persuadió que ya no era necesaria su
presencia allí y que debía regresar a la capital de México, verificándolo por mar del
Cópano ó Matagorda a Tampico y desde allí subir por tierra a San Luis dejando a mí el
cargo bajo sus instrucciones de todo lo que faltase que hacer en Texas. En esta
inteligencia previno al general Urrea el 25 (Marzo) recorriese todos los puntos de la costa
desde Guadalupe Victoria a Gálveston en el concepto que su izquierda estaba cubierta
por la sección del Sr. Sesma y que bajo su más estrecha responsabilidad cumpliese con
las órdenes del gobierno haciendo pasar por las armas a todos los prisioneros,
diciéndose respecto de esto último otro tanto al comandante de las armas en Goliad,
siendo esta misma la orden que habían llevado Gaona y Sesma con cuantos
aprehendiesen con las armas en la mano y hacer salir del país a los que no las hubieran
tomado (5).
De manera que los colonos que habían rehusado hasta entonces
cooperar con los voluntarios, iban a ser expulsados de Texas, castigados
por su abstención. El general Santa Anna había decidido pues que cuanto
antes se levantasen contra él 3000 hombres bien armados, resueltos a
bien batirse y habiendo ya probado que lo sabían hacer tan bien como los
buenos soldados mexicanos que tomaron el Álamo.
Previno también por la orden general del día, que toda la brigada de caballería a las
órdenes del Sr. general D. Juan José de Andrade, y los depósitos y piquetes de los
batallones permanentes Guerrero, Matamoros y Jiménez, los de los activos de Querétaro
y primero de México, todas las piezas de artillería que se hallaban en aquel cuartel
general y se habían traído de México, y los treinta y dos carros de conducción, de la
pertenencia de D. José Lombardo y compañía, se dispusiesen para salir el día primero
de Abril con dirección a San Luis Potosí, en razón del crecido gesto que por su contrata
hacían (6).
Es muy oportuno aquí Sr. Ecsmo., hacer, notar que tanto los muertos de los enemigos
en la toma del Alamo, y los que perecieron en los diferentes encuentros del Sr. Urrea
eran aventureros, venidos todos de la Nueva-Orleans después de la toma de Béjar por
los colonos, a excepción de treinta vecinos de la villa de González, que llegaron de
refuerzo a Travis el día antes del asalto, y de algunos jefes, y que por consiguiente las
fuerzas de los verdaderos colonos o habitantes de Texas se conservaban intactas
todavía.
Ninguna de las providencias tomadas hasta aquel día había ido de acuerdo con mi modo
de ver las cosas, y en diferentes ocasiones había pretendido insinuarme con S. E. sobre
la materia, pero inútilmente, porque no daba oído a nada de aquello que no iba
enteramente en consonancia con sus ideas; mas éstas últimas me parecieron de la más
peligrosa trascendencia: como S. E. tenía o manifestaba tener concepto de lo que le
representaba el Sr. coronel Almonte, me aproximé a él, lo invité a que fuéramos a su
casa y que en ella tuviese la bondad de presentarme la carta de Texas, como lo hizo;
sobre ésta le hice cuantas reflexiones se me ocurrieron en desaprobación de lo que
hasta allí había practicado S. E. y le supliqué con el mayor encarecimiento, se lo hiciese
así presente, y que recibiese aquella manifestación como una formal protesta en
descargo de mi responsabilidad para con la patria de todo lo que pudiese suceder de
adverso en nuestras operaciones militares, emanado de aquellas medidas, pues mi
opinión era que dejando guarniciones en Béjar, Goliad y el Cópano, marchásemos todos
reunidos hasta batir el grueso del enemigo, obligándolo a dejar el país o a encerrarse en
la isla de Gálveston sin que por eso se dejase en descubierto el paso de los ríos que
fuesen quedando a nuestra retaguardia. Este paso apoyado en una manifestación que le
hizo el Sr. general Sesma desde la orilla derecha del río Colorado, con fecha 15, muy
juiciosa y puesta en razón, dió por resultado el mandar suspender la marcha de
caballería, piquetes, depósitos, etc.; dispuesta como dije, para san Luis; que se mandase
por un expreso, orden al Sr. Gaona con fecha 25 que pasando el Colorado por la villa de
Wastrop, se dirigiese por travesía sobre San Felipe de Austin, al Sr. Urrea que lo
verificase del mismo modo pasando el Colorado por Matagorda para Brazoria y
decidiéndose por sí mismo a concluir las pocas operaciones militares que a su juicio
restaban.
Se ve que las órdenes encaminadas a una concentración se debieron a
instancias e influencia del general Filisola y del coronel Almonte. En
cuanto que Santa Anna se hubiera decidido a concluir por sí mismo las
pocas operaciones militares que a su juicio restaban, los acontecimientos
posteriores prueban que al asegurar S. E. semejante cosa, se burlaba de
los jefes Filisola y Almonte.
E1 2 de Marzo de 1836, la Convención reunida en Wáshington (Texas),
bajo la presión brutal de los voluntarios, declaró la independencia. La
gran mayoría de los colonos que habían formado el partido de la paz
recibió esta declaración como una declaración de ruina para sus
propiedades y de amenaza para sus vidas. Por un lado los voluntarios los
declaraban traidores que merecían el suplicio si no abrazaban la causa de
la independencia, por el otro y como eran mexicanos conforme a las leyes
de colonización, el general Santa Anna también los declaraba traidores y
había decidido matar a los que tomaran las armas y expulsar a los que no
las tomasen.
La convención confirmó a Houston en el mando de las fuerzas rebeldes y
éste esperaba reunir inmediatamente 4,000 hombres entre voluntarios y
colonos con los cuales estaba seguro de batir a los seis mil hombres que
mandaba el general Santa Anna. Pero sucedió que por más que se
llamaba a los colonos a las armas, éstos no se presentaban y que
entretanto Santa Anna asaltaba el Álamo el 6 de Marzo y Urrea destruía
completamente a las partidas de voluntarios mandadas por los leaders
Johnson, Grant, Fannin y Ward. Con la muerte de Travis en el Álamo,
todos los cabecillas que aspiraban a mandar habían muerto el 21 de
Marzo de 1836 y Houston no tenía qUien se le opusiera o resistiera en sus
funciones de general en jefe.
Una vez hecha la declaración de independencia, Houston permaneció en
Wáshington (Texas) hasta el día 6 (Marzo) en que salió a dirigir la
campaña acompañado del coronel Hockly y dos oficiales.
El 11 de Marzo, Houston envió a Fannin la orden de returarse de Goliad a
Victoria sobre el río Guadalupe. La orden la recibió Fannin hasta el 14 del
mismo mes e inmediatamente la comunicó a Ward que estaba en el
Refugio y ordenó al coronel Horton a Matagorda para que se le reuniese
con 200 hombres. Horton no obedeció y sólo le envió 27 rebeldes a
caballo. El 19, Fannin que tuvo tiempo de haberse retirado
tranquilamente, si no resuelve concentrar a Horton y a Ward, fue atacado
por el general Urrea, quien ya había atacado a Ward en el Refugio y los
malos resultados para los rebeldes son ya conocidos.
El 12 de Marzo, el coronel Neil pasó revista a sus fuerzas en González, las
que ascendían a 374 hombres, algunos sin armas, otros sin municiones y
con víveres sólo para dos días.
El 17 de Marzo, Houston había recibido un refuerzo de voluntarios
siempre procedentes de los Estados Unidos y con la fuerza de Neil, su
ejército ascendía a 600 hombres.
Cuando Houston tuvo noticia del asalto del Álamo, comprendió que las
tropas mexicanas eran de las disciplinadas y capaces de batirse en toda
regla en cualquier terreno. Su presunción bajó y el sentido práctico de su
raza dominó en su espíritu, indicándole que con fuerzas inferiores a las
de Santa Anna no podía luchar en campo raso como lo había creído.
Houston se retiró a Austin, después se retiró, frente a Beason. El 23 de
Marzo, su ejército había aumentado a setecientos hombres todos
voluntarios.
El 25 de Marzo, tuvo noticia Houston de la rendición o capitulación de
Fannin, lo que confirmó la resolución de cambiar de plan y el adoptado
fue esperar o procurar que Santa Anna dividiera sus fuerzas y con las
rebeldes concentradas, atacar siempre que tuviera la seguridad o muy
grandes probabilidades de triunfo a su favor (7).
It was his policy to keep the enemy divided and when the blow was given, to strike at a
vital part. (Su plan era mantener dividido al enemigo y al dar el golpe pegar en parte
noble).
Para obligar a Santa Anna a dividirse, Houston había resuelo incendiar
todas las poblaciones y destruir todos los recursos interiores,
concentrando a los habitantes. Houston continuaría recibiendo sus
víveres y elementos de guerra de los Estados Unidos y la mayor parte de
los puertos de Texas contenían grandes depósitos de víveres. El plan era
excelente siempre que las fuerzas mexicanas no se apoderasen de los
puertos o que Santa Anna fuese bastante torpe, como lo fue, para pensar
en todo menos en lo que debía militarmente hacer. Destruídos por
Houston los pocos recursos interiores y cortado por la ocupación de los
puertos y la vigilancia en Nacogdoches de la frontera por donde era muy
difícil introducir víveres a causa de la distancia Y del desierto, Houston
tenia que perecer sin que hubiera necesidad de perseguirlo ni de batirlo.
El plan de Houston era acertado contando con la impericia de meduza de
Santa Anna; pero sin ella y sin la asistencia de las milicias de los colonos,
Houston no hubiera resistido ni tres meses el bloqueo terrestre indicado
por las circunstancias.
El plan de Houston, lo conoció pronto el general Filisola que era
verdaderamente entendido en asuntos militares y por lo tanto no
escuchado por el general Santa Anna siempre inflado por el orgullo
napoleónico.
El 27 de Marzo, el jefe de voluntarios Forbes se unió a Houston con 130
hombres y por intimidación en unos y por convicción en la minoría de los
colonos adictos a la causa de la independencia, Houston llegó a reunir a
las orillas del Río Colorado 1,200 hombres.
Se ha visto que el general Filisola y el Coronel Almonte haciendo
juiciosas reflexiones al general Santa Anna consiguieron que revocase
las órdenes estúpidas para diseminar el ejército en todo el territorio
texano y obtuvieron que se ordenase una nueva concentración en San
Felipe de Austin con el objeto de buscar y batir el grueso de las fuerzas
enemigas. Pero este triunfo fue pasajero pues apenas se figuró Santa
Anna que los generales Sesma, Tolsa, Gaona y Urrea se habían
concentrado en Austin, cuando dió órdenes terminante una nueva y más
fina diseminación (8).
El general Santa Anna cuando creyó que la villa de San Felipe estaba en nuestro poder
ordenó al Señor Sesma que se pusiese de acuerdo con los generales Gaona, Tolsa y
Urrea para maniobrar de manera que obtuviesen inmediatamente resultados favorables
ya venciendo a los enemigos, o haciéndoles evacuar el territorio, para lo que se admitía
que se separase el general Tolsa de la división y obrase sobre Bolívar, West Bay,
Chocolate, Halls, Baryan y Preck; entretanto que el mismo general Sesma, marchase
sobre Buffalo, Bayon, Harrisburg y Linchburg hasta los ríos San Jacinto, Goose y Cedar;
y el general Urrea por Victoria, La Baca, Matagorda, Madame Neils, Brazoria y Columbia.
Órdenes para expedicionar por otro rumbo fueron dadas al general Gaona y la última
expedición al mando de Amat debió tomar por la línea fronteriza con los Estados Unidos.
Como recursos para estas largas y difíciles expediciones a través de bosques y llanuras
sin recursos para vivir, el general Santa Anna ordenó al general Sesma que se
proporcionara los víveres y demás recursos que necesitase de los que se quitasen al
enemigo, pues ya no los había en la proveeduría general.
Presumo que el general Santa Anna nunca quiso informarse sobre los
recursos de Texas ni ver a Texas cuando ocupó su territorio. En Texas no
había más recursos alimenticios que para una población de 30,000 almas,
gran parte de ellos se recibían de los Estados Unidos y el resto lo
producían los colonos, cuya principal producción era algodón, artículo
que como el general Santa Anna debió saber no es alimenticio. Los
recursos de Texas eran muy limitados para su insignificante población y
muy fácil de ser destruídos por ella, o por los rebeldes para privar al
ejército mexicano de todo alimento.
Sin duda el general Santa Anna creyó que estaba haciendo la guerra en
los Estados de Veracruz, Jalisco, Guanajuato o Michoacan y por tal
motivo confiaba en que sus tropas podían vivir sobre el país. Pronto
debía quedar bien desengañado.
Las órdenes del general Santa Anna relativas a la nueva diseminación
partiendo de Austin. no se cumplieron porque sus generales no habían
llegado a cumplir las primeras, debido a que el general Santa Anna,
ignorando que Texas está surcado por numerosos ríos que carecían de
puentes y que era preciso pasar en canoas o balsas. no había dispuesto
su oportuna construcción. así es que sus generales no hubieran pasado
los ríos si, como ellos dicen, no hubieran encontrado por casualidad y
después de perder muchos días una que otra canoa abandonada, que se
empleaba en el paso excesivamente lento de las tropas que tenían orden
de marchar con suma actividad. El general Santa Anna ocupó Béjar el 23
de Febrero y hasta el 11 de Marzo siguiente tuvo 16 días para hacer
construir canoas en un lugar que como Béjar estaba rodeado de bosques.
No debió salir ninguna expedición, sin llevar desarmadas las canoas
correspondientes para el paso rápido y seguro de los ríos. Pero ni una
sola canoa fue construída a tiempo y todos los jefes sin excepción se
encontraron en la orilla de los ríos con la obligación de campar mientras
el cielo les enviaba una canoa siquiera y si esto no sucedía mantenerse
en indefinida espera.
Para apreciar bien cómo se preparó la catástrofe texana y conocer la
perfidia y deslealtad del general Santa Anna para su país y su ejército,
hay que seguirlo en su Manifiesto a la Nación fechado en Manga de Clavo
el 10 de Mayo de 1837. Este documento ha sido considerado en nuestra
llamada historia como una narración verídica con algunas ligeras
inexactitudes de apreciación, lo que es falso, pues tal documento no es
más que un fárrago de desatinos y mentiras combinados para el apetito
bulímico de glorias nacionales del que sufría nuestra generación inculta
de 1836.
En marcha hacia sus destinos las divisiones de los generales Don José Urrea,
compuesta de más de mil trescientos hombres, la de Don Joaquín Ramírez y Sesma de
mil cuatrocientos y la de Don Antonio Gaona de setecientos, cada una capaz de batir el
resto de las fuerzas enemigas, verifiqué la marcha de Béjar el día señalado con mi
Estado Mayor y una escolta de treinta dragones (9).
Es falso que el general Santa Anna el 31 de Marzo de 1836, día de su
salida de Béjar, creyera que cualesquiera de las divisiones mandadas por
los generales Urrea, Sesma y Gaona fuese capaz de batir el resto de las
fuerzas enemigas, pues Filisola dice:
... del lado opuesto del río se hallaba situado el enemigo con objeto de impedirle el paso
a Sesma con una fuerza de 1.200 hombres. Con tal motivo el general Sesma convocó
para acordar lo que debía de hacerse a los cuatro jefes y a los oficiales y éstos opinaron
que forzando el paso por el punto donde se hallaba el ejército, era muy probable una
gran pérdida de tropa; no consiguiéndose tal vez el objeto en razón a lo pendiente de las
orillas y espesura de los bosques que las cubren, así como por la resistencia que
necesariamente debían hacer los enemigos protegidos por sus obras y una posición
ventajosa. Por lo que se decidió que se diese parte al general en jefe inmediatamente
para que se completase la fuerza hasta el número 1.800 o 2.000 hombres (10).
Desde luego hago notar que el resto de las fuerzas enemigas no consistía
sólo en las que tenía Houston a sus órdenes, pero aun admitiendo tan
falsa apreciación del general Santa Anna se ve por el párrafo que acabo
de copiar que el general Sesma con sus 1.400 hombres no se consideraba
capaz de batir a Houston en la posición que ocupaba y que por lo tanto el
expresado general Sesma celebró una junta de guerra que decidió se
pidiera al general en jefe 400 o 600 hombres.
Que Santa Anna creía lo mismo que Sesma, es decir que con 1.400
hombres éste no podría batir a Houston, lo prueban las líneas siguientes.
El general Santa Anna recibió estas noticias (las de Sesma pidiendo refuerzos) y ordenó
al general Sesma que no intentase el paso del río a no ser que fuese abandonado,
notificándole su salida para el 31 de Marzo y la que ya había verificado el coronel Amat
con 600 hombres y un obús ...
¿Para qué había salido el coronel Amat con su obús y 600 hombres? (11).
El mismo general Santa Anna en su mismo Manifiesto nos lo enseña:
Al tercer día alcancé en el río Guadalupe, frente a la vilIa incendiada de González a los
batallones de zapadores y activo de Guadalajara que a las órdenes del señor coronel
Don Agustín Amat caminaban a reforzar la división del señor general Ramírez y Sesma.
De modo que el general Santa Anna asegura a su país que cada una de
las divisiones mandadas por los generales Urrea, Sesma y Gaona era
capaz de batir el resto de las fuerzas enemigas y doce renglones desués
en el mismo documento afirma que el coronel Amat marchaba con 600
hombres a reforzar al general Sesma que era el que tenía mayor fuerza y
que ya le había declarado a Santa Anna que con sus 1.400 hombres no se
consideraba capaz de batir a Houston.
Esta primera mentira que se nota en el Manifiesto tiene por objeto hacer
creer que el resto de las fuerzas enemigas era casi despreciable y el
objeto de hacer aparecer despreciable el resto de las fuerzas enemigas es
hacer creer a la nación que ya el 31 de Marzo de 1836, nuestro Napoléon,
vencedor en la famosa batalla de Zacatecas, había vencido por una serie
de victorias que, exceptuando la toma del Álamo, no habían sido más que
escaramuzas, la revolución de Texas que se había presentado formidable.
Siguiendo el plan de hacer pasar como casi extinguida la revolución
texana el 31 de Marzo, el general Santa Anna asegura que la fuerza de
Houston era el único resto de los rebeldes y (12) que el enemigo
intimidado por los triunfos sucesivos de nuestro ejército, despavoridos a
la vista de sus rápidos movimientos ... (13). En estos puntos el general
segundo en jefe Filisola, desmiente completamente lo afirmado por Santa
Anna.
¿Su número (de los enemigos) era ya insignificante? Por desgracia probó lo contrario la
experiencia en San Jacinto, Sin contar más de otros mil hombres que tenían repartidos
en aquella fecha (31 de Marzo) en Anáhuac, Gálveston, Velasco, Isla de la Culebra y a
bordo de los steam boats. En cuanto a su disciplina e instrucción debo decir que en
todos tiempos las comparaciones son odiosas, me contentaré pues con hacer advertir
que es demasiado sabido que la clase de gente de que Se componían las fuerzas
rebeldes de los texanos vivían en su mayor número de su rifle, es decir de la caza y que
el peligro común los obligaba a observar disciplina y subordinación (14).
Los datos de Filisola que tenían que ser los de Santa Anna, pues eran
dados por los mismos exploradores y consignados en las mismas
noticias; sobre el número de voluntarios en Texas en 1836 está
enteramente de acuerdo con la versión enemiga.
Había en Matagorda ... 200 hombres.
En la Isla de la Culebra ...100 hombres.
En Velasco y Anahuac ... 470 hombres.
En Gálveston ... 180 hombres.
En Wáshington ... 100 hombres.
A bordo de los steam boats ... 80 hombres.
A las órdenes de Houston ... 800 hombres.
Suma ... 1 930 hombres.
El ejército mexicano había destruído:
En el Álamo ... 183 voluntarios.
En el Refugio e inmediaciones ... 150 voluntarios.
En el Perdido bajo Fannin ... 280 voluntarios.
En San Patricio ... 40 voluntarios.
A las órdenes del Dr. Grant ... 23 voluntarios.
Por captura de pequeñas partidas de 8 y 10 hombres ... 40 voluntarios.
Suma ... 716 voluntarios.
Quedaban por destruir 2.000, más los que vinieran de Nueva Orleans pues
las expediciones filibusteras continuaban cada vez con más vigor. A
estas fuerzas sin contar las de los colonos que habían sido nuevamente
llamados con urgencia a las armas en número de otros 2.000, el general
Santa Anna llamaba desdeñosamente los restos de las fuerzas enemigas
para anunciar a sus crédulos admiradores que lo eran toda la nación, el
fin de una campaña, que no había hecho más que comenzar.
Respecto a lo despavoridos e intimidados que estaban los enemigos, el
general Filisola no contraría directamente a su jefe el general Santa Anna,
pero sí lo hace el general Urrea cuando éste comunica al gobierno la
misma afirmación que al general Santa Anna a la nación. Dice Filisola a
Urrea (15):
¿Que el enemigo ha sido batido en cuantas acciones ha tenido con nuestro ejército?
Este hacinamiento de fanfarronadas y petulancias vacías de toda razón y que denotan la
falta de meditación, o el atrevimiento del que las dirige a un superior con sólo el objeto
de zaherirlo, de hacer alarde de ellas y de su irrespetuosidad ante el supremo gobierno y
el público, por medio de una inserción en la imprenta causan a un mismo tiempo lástima,
indignación y sentimiento ... ¿Á qué cosa el señor Urrea llama batido en cuantas
acciones osó presentar la cara (el enemigo) y perdidas sus principales fortalezas? ¿Á las
escaramuzas de San Patricio, Misión del Refugio y llano del Perdido que no quiero
pormenorizar por consideración al mismo señor Urrea y a otras de más entidad?
¿Fortalezas a las insignificantes y desmoronadas tapias de la misión del Refugio, del
cuartel de Goliad y del Álamo? (con excepción de la iglesia). Por cada una de estas
escaramuzas merecía el señor Urrea un Consejo de Guerra y el castigo condigno por
haber asesinado en ellas porción de soldados valientes debiendo sin este sacrificio
haber obtenido iguales resultados.
En cuanto a la afirmación del general Santa Anna de que los enemigos
estaban despavoridos e intimidados además de por los triunfos por la
rapidez de los movimientos de nuestras tropas, es otra rueda de molino
para la crédula nación.
Los jefes en movimiento al frente de columnas como lo hemos visto eran
los generales Urrea, Ramírez y Sesma, Gaona, y por último el mismo
general Santa Anna quien también quiso ser jefe de columna. Veamos la
rapidez de sus movimientos que tanto habían intimidado y amedrentado
al enemigo.
Rapidez del general Urrea.
Primero: Habiendo sido destinado el señor Urrea con una fuerza respetable de caballería
e infantería para formar la derecha del ejército y tomar el camino de la costa para la villa
de Goliad, punto el más intereSante para las operaciones de la guerra, como que desde
él se cubre el puerto o ensenada del Cópano por donde se debían recibir los víveres de
Matamoros, no llegó a la mencionada villa hasta el día 21 de Marzo, fecha en que ya la
vanguardia del ejército a las órdenes de los señores generales Sesma y Tolsa estaba
sobre el río Colorado, cincuenta leguas más adelante y cuantos enemigos había entre
dicho río, y el de San Antonio, cortados y sin retirada más que la del mar.
Segundo: Cuando el Presidente se hallaba ya en Harrisburg, todavía Su Señoría (Urrea)
no pasaba de Matagorda habiendo quedado por esto el señor Sesma sin apoyo alguno y
después el ejército con la derecha descubierta (16).
Rapidez de movimentos del general Gaona.
El mismo general Gaona que pilló a la población de Bastrop y que demoró la marcha de
la división ocho días para cargar su botín (que declaró su propiedad personal) faltando a
la orden que por extraordinario se le dió se reuniera en Austin (17).
Rapidez de los movimientos del general Ramírez y Sesma:
... y si por otra parte el general Ramírez y Sesma empleaba más de veinte días en andar
cincuenta leguas que hay de Béjar a la margen izquierda del río Colorado (18).
Rapidez de los movimientos del general Santa Anna:
Salió de Béjar el 31 de Marzo a la madrugada y llegó a San Felipe el 7 de Abril en la
noche. En ocho días caminó 60 leguas. Esta rapidez no es para intimidar. Salió de San
Felipe el 9 de Abril a la madrugada, llegó al Paso de Thompson el 12 del mismo mes en la
noche. Tres días para andar 16 leguas. Salió del Paso de Thompson para Harrisburg a
las dos de la tarde del 14 de Abril y llegó a Harrisburg el 15 a las ocho de la noche, 12
leguas en 30 horas. Es buena marcha pero no para intimidar. Sobre todo el general Santa
Anna conforme lo probaré, había resuelto perseguir a Houston huyendo de él y en ese
caso la rapidez de una fuga no puede intimidar al perseguidor aun cuando esta fuera la
del rayo.
El general Santa Anna nos enseña siempre en su Manifiesto en el que
ofrece solemne verdad a la nación que después de dejar al general
Filisola en vía de pasar el río Guadalupe que estaba crecido, llegó al río
Colorado encontrando del otro lado al general Ramírez y Sesma y que
juntos siguieron para San Felipe de Austin llegando el 7 de Abril a la
madrugada. La villa de San Felipe había sido incendiada por sus
habitantes al retirarse, destruyendo toda clase de recursos como lo
habían hecho en González. Entre las ruinas fue aprehendido un
angloamericano quien declaró que las poblaciones se quemaban para
quitar los recursos a los mexicanos. Se recordará que Santa Anna había
ordenado al general Sesma que hiciese vivir a su fuerza con los víveres
del enemigo, porque ya no los había en la proveeduría general. El aspecto
de las ruinas carbonizadas de San Felipe Austin y de González debe
haber enseñado a Santa Anna que los únicos alimentos que los rebeldes
podían proporcionar a nuestros soldados era ceniza fría o caliente.
El mismo angloamericano aprehendido aseguró a S. E. que Houston se
hallaba en el Paso Gross a orillas del río Brazos, a quince leguas a la
izquierda de San Felipe hacia el interior de Texas o sea río arriba. Es el
general Santa Anna quien en su Manifiesto nos da la posición de Houston
a quince leguas distante de nuestra izquierda, con sólo ochocientos
hombres que le habían quedado (19). El general Santa Anna agrega que
nada más conveniente que perseguirlo y batirlo antes de que pudiera
reponerse (20). De manera que Houston podía reponerse, luego S. E. no
dice la verdad cuando afirma que la fuerza de Houston era la única
esperanza de los traidores.
Pero hecho extraordinario en la historia de las persecuciones militares. El
general Santa Anna considera conveniente perseguir y batir a Houston
cuanto antes, para que no pueda reponerse. Houston está quince leguas
distante a la izquierda y entonces S. E. para perseguirlo y pulverizarlo
puesto que estaba despavorido, se lanza con sus valientes hacia la
derecha porque no pudiendo pasar el río en canoas, es preciso buscar un
paso. ¿Por qué no se podía pasar el río Brazos en canoas?
El día 8 (de Abril) dispuse la construcción de dos canoas chatas para lo cual se hizo
preciso traer madera de las habitaciones distantes. Ya en la obra calculáronse diez o
doce días para su conclusión por la escasez de carpinteros y tres o más para colocarse
donde podían servir (21).
No afirma lo mismo el Secretario particular del general Santa Anna quien
escribe respecto de las dos canoas chatas:
Dos americanos carpinteros que se nos habían reunido, auxiliados de otros individuos,
en día y medio concluyeron uno de dichos chalanes o canoas (22).
En otro día y medio pudo construirse la otra canoa.
Pero aun cuando no fuere una fábula el obstáculo de la construcción de
las canoas en doce días ¿por qué buscar el paso del río alejándose de
Houston y no acercándose? En quince leguas que era la distancia a que
se hallaba Houston el río podía tener un paso. Además, Santa Anna no
sabía que el río tuviese paso a la derecha, su movimiento tuvo por objeto
buscarlo. ¿Y si no lo había? Hubiera sido preciso volver a Austin a
construir las canoas en doce días. Como se verá por los acontecimientos
que siguen lo que quería Santa Anna era no encontrarse con Houston.
El paso buscado fue encontrado en un punto llamado Holdford, distante
de Austin 16 leguas, el 11 de Abril. De manera que el general Santa Anna
había perdido cuatro días buscando pasar el río por no haber hecho
construir en día y medio la segunda canoa que quedaba por hacer y se
había alejado de Houston a quien perseguía no con sus soldados sino
con su espíritu, 31 leguas. Lo natural era que después de haber pasado el
río, el general Santa Anna lo subiera rápidamente para encontrarse
cuanto antes con Houston, pero el destino no lo quiso, por algunos
colonos presentados, uno de ellos mexicano, me cercioré de que en la
villa de Harnsburg, doce leguas distante, situada a la orilla derecha del
arroyo de Buffalo, residía el nombrado gobierno de Texas, D. Lorenzo
Zavala y los demás directores de la revolución y que segura era su
aprehensión si rápidamente marchaba alguna tropa sobre ella (23).
La villa de Harrisbourg donde estaban los seis miembros del gobierno
rebelde tenía cien habitantes se supone que despavoridos según la
afirmación del general Santa Anna. Según este mismo jefe en su mismo
documento el Manifiesto, asegura que las únicas fuerzas rebeldes que
quedaban en el territorio de Texas, eran las de Houston, quien según
Santa Anna estaba despavorido e intimidado a 31 leguas de distancia a
espaldas de Santa Anna. Nadie, pues, podía auxiliar a la villa de
Harrisbourg, distante doce leguas rumbo opuesto al que se encontraba
Houston. El problema militar o de policía era el siguiente: Para
aprehender a seis individuos sin fuerza militar que los proteja y sin
esperanza de adquirirla y refugiados en una aldea de cien habitantes (no
cien hombres) compuesta de mujeres, niños, ancianos, enfermos y
hombres despavoridos, ¿cuántos soldados es prudente enviar para
realizar la operación? Solución: De cincuenta a cien soldados de
caballería para que la sorpresa tuviera las mayores probabilidades de
éxito. ¿Quién debía mandar esta pequeña y urgente expedición? Un
teniente o capitán entendido, activo y discreto.
Pues bien, dispuso abandonar la persecución de Houston y al grueso de
su ejército y ser él, general en jefe, el que se ocupase de una aprehensión
que aun cuando se efectuara, nada de importante significaba para la
campaña, porque el verdadero comité revolucionario que enviaba a Texas
voluntarios, dinero, municiones y víveres residía en Nueva Orleans. Los
miembros del gobierno revolucionario eran decorativos y nadie se
ocupaba de ellos. Houston obedecía órdenes de los Estados Unidos y
nada más (24).
Pues bien, para hacer violentamente a la distancia de doce leguas la
aprehensión de seis individuos indefensos e inofensivos, refugiados en
una aldea de 20 casitas de madera diseminadas y sin habitantes, el
general Santa Anna se hace acompañar de 700 infantes; 50 dragones, una
pieza de a seis bien dotada y cincuenta cajones de cartuchos de fusil.
Todos estos preparativos más que extravagantes para aprehender a Seis
politicastros inofensivos prueban que lo que quería el general Santa Anna
era aproximarse al mar para embarcarse; pues Harrisbourg sólo dista 18
millas de Gálveston. y si Santa Anna se hacía acompañar por una sección
de las tres armas, era porque sabía bien que las fuerzas de Houston no
eran las únicas de la rebelión y que había fuerzas rebeldes por el rumbo
de Harrisbourg.
Frustrada la aprehensión de los corifeos de la rebelión sabiendo el paradero del enemigo
y su fuerza para mejor combinar mis movimientos ulteriores, dispuse que el general Don
Juan N. Almonte con los cincuenta dragones de mi escolta hiciese una descubierta hasta
el paso de Lichnburgo y New-Wáshington. Desde este punto me participó dicho Coronel
entre otras cosas que varios colonos encontrados en sus casas aseguraban
uniformemente que el general Houston se retiraba para el río Trinidad por el paso de
Lichnburgo (25).
Asombra el poco respeto del general Santa Anna a su auditorio, fiado en
que no había mexicano que conociese la geografía de Texas y en que los
militares que la conocían se habían de callar por miedo a la ordenanza y a
las venganzas de un hombre que debía volver al poder.
Para que se comprenda esta retirada del general Houston bastará
recordar que cuando Santa Anna se encontraba en Austin, Houston se
hallaba en el paso Gross a la izquierda de Santa Anna o sea hacia el
interior de Texas y que Santa Anna para perseguirlo tomó rumbo
contrario hacia la derecha o sea para el mar y en ese sentido anduvo 16
leguas hasta Holdford y doce hasta Harrisbourg siempre alejándose del
punto adonde había dejado a Houston o sea del paso Gross. Ahora bien,
cuando Santa Anna había llegado casi al mar creyendo tener a Houston
por lo menos a 43 leguas de distancia se encontró con que Houston
estaba encima de él. Houston es el que ha perseguido a Santa Anna, el
que ha alcanzado y el que va a imponerle el combate. Pero esto no le
conviene a Santa Anna y como tampoco puede negar el hecho resuelve
en realidad la cuestión escribiendo que Houston se retira hacia el río
Trinidad por el paso de Lichenburg o sea hacia las narices de Santa Anna.
Se le olvidó decir a Santa Anna que para que Houston pudiera llegar al
paso de Lichenburg necesitaba pasar por Honrrisbourg donde se
encontraba Santa Anna. De modo que Santa Anna en realidad le dice a la
nación en su Manifiesto, Houston seguía huyendo de mí y al efecto
seguía retirándose sobre mí hasta que me alcanzó. Tal es el sentido
preciso de las frases dislocadas y extravagantes del general Santa Anna.
Para probar el hecho de que Santa Anna huía de Houston y que este jefe
fue quien lo persiguió y alcanzó no se necesita más que de las
afirmaciones del mismo Santa Anna aplicadas a la carta geográfica de
Texas; pero si esta prueba pericial irreprochable e inatacable no fuese
suficiente voy a reforzarla o más bien dicho voy a sobrecargarla con
pruebas documentales.
El 16 de Abril se encontraron en el camino (las fuerzas del general Gaona) algunos
cadáveres colgados a unos árboles y por los morriones y ropa se conoció que eran
cazadores del activo de Toluca (26).
El día 16 de Abril el general Gaona se encontraba a una jornada de Austin
sobre la línea que había seguido el general Santa Anna, para alejarse de
Houston. ¿Quién pudo haber ejecutado a esos soldados de Toluca y
colgado sus cadáveres? Solo Houston, pues entre Austin y Santa Anna
no había otras fuerzas rebeldes. El batallón de Toluca formaba parte de
las fuerzas de Ramírez y Sesma que seguían a Santa Anna; luego
Houston ya el 16 de Abril marchaba a la retaguardia de Santa Anna.
¿Quién es el perseguidor, el que va adelante o el que va detrás en la
misma dirección?
El Sr. Martínez Caro, secretario particular del general Santa Anna que iba
constantemente a su lado nos dice:
Desde San Felipe hasta San Jacinto, siempre fue y bien de cerca (el enemigo)
picándonos la retaguardia y lo más gracioso sin saberlo S.E. (27)
Hé aquí un militar preocupado de reproducir a Napoleón I en México y que
marcha 28 leguas sin saber que un enemigo que había dejado a 15 leguas
huyendo intimidado y despavorido, lo ha venido siguiendo picándole la
retaguardia y colgando a sus soldados retrasados.
¿Qué hizo el general Santa Anna cuando supo que Hoston lo había
perseguido y estaba sobre él?
Evitar el paso a Houston y destruir de un golpe la fuerza armada y las esperanzas de los
revolucionarios, era cosa bien importante para dejar escapar la ocasión (28).
¿Y qué otra cosa había hecho Santa Anna que huir de Houstón y
ponérsele a gran distancia para que no se presentase la ocasión de
destruirlo? Conforme a esta fanfarronada el lector del Manifiesto espera
que Santa Anna salga inmediatamente a librar sangriento combate a su
enemigo. Nada de eso.
Mi disposición primera (dice S. E.) se contrajo a reforzar la sección que me acompañaba
compuesta de un cañón, setecientos infantes y cincuenta caballos hasta ponerla
superior en número a la enemiga ya que lo era en disciplina.
¿Y es un mismo militar el que escribe estas líneas y las que ya copié y
vuelvo a copiar del Manifiesto?:
En marcha hacia sus destinos las divisiones de los generales D. José Urrea, compuesta
de más de 1,300 hombres, la de D. Joaquín Ramírez y Sesma de 1,400 y la de D. Antonio
Gaona de setecientos. Cada una capaz de batir el resto de las fuerzas enemigas (29).
Luego el general Gaona con setecientos hombres era capaz por sí sólo de
batir el resto de las fuerzas enemigas y S. E. el general en jefe que
oficialmente había sido declarado el Primer general de la República, no
era capaz de batir con setecientos cincuenta hombres que él mismo dice
que llevaba, al resto de las fuerzas enemigas despavoridas e intimidadas
que el general Gaona podía batir con setecientos; tanto más cuanto que
Santa Anna asegura que su fuerza era superior en disciplina a la del
enemigo. ¿Á cuánto ascendía la fuerza de Houston? Según el mismo
Santa Anna a 800 hombres despavoridos. ¿Y setecientos cincuenta
hombres bien disciplinados llenos de laureles recientemente
conquistados y mandados por el Napoleón I de América necesitaba
refuerzos para batir a 800 hombres no disciplinados, intimidados y
despavoridos? ¿Pues qué sucedió con el profundo desprecio que según
el general Filisola, S. E. manifestaba por el enemigo? ¿Qué crédito se
puede dar a las palabras que estan en el mismo documento y que vuelvo
a copiar:
La situación del jefe enemigo no me era ya desconocida, intimidado por los triunfos
sucesivos de nuestro ejército, despavoridos a la vista de sus rápidos movimientos (30).
Jamás un fanfarrón ha sufrido precipitación igual hacia el ridículo que la
que debió hacer para siempre despreciable a Santa Anna como militar y
como honrado a los ojos de la nación, si ésta no hubiera padecido de
megalomanía aguda.
Pero Santa Anna se había propuesto a lo que parece no proceder
militarmente; comienza según nos dice, pidiendo refuerzos a su segundo
en jefe, Filisola, y después en vez de tomar una buena posición defensiva
frente a Houston mientras llegaban los refuerzos innecesarios; emprende
un tercer negocio inexplicable para alejarse nuevamente de Houston y
siempre hacia un puerto como si tuviera empeño en que el combate de
infantería fuera a todo trance marítimo.
Santa Anna no obstante que era el perseguidor de Houston y que en la
posición que ocupaba (Harrisbourg) le cortaba el paso, al río Trinidad
hacia donde, según Santa Anna, se dirigía, abandonó esta magnífica
posición con un objeto extraordinariamente raro, escuchemos sus
explicaciones:
Comprometido el coronel Almonte en el puerto de New Wáshington a orillas de la bahía
de Gálveston con los buques enemigos que podían arribar ... (31)
El coronel Almonte estaba en New Wáshington con los cincuenta
dragones de la escolta de Santa Anna con el objeto, según dijo antes
Santa Anna, de combinar sus movimientos. Ya veremos cuáles eran
éstos. Por de pronto, hay que resolver esta cuestión: ¿Pueden cincuenta
dragones libres, en terreno libre, encontrarse comprometidos por buques
que podían arribar? No sólo cincuenta dragones, pero ni un niño de ocho
años de edad en condiciones de correr, puede encontrarse comprometido
en un puerto por buques enemigos que pueden llegar. No se conoce en
táctica, ni en la historia, una carga marítima de buques contra caballería y
creo que sólo una vez alguien intentó una carga de caballería contra un
buque. Además, si los buques no estaban presentes, sino que podían
arribar, el coronel Almonte con sus 50 dragones no estaba comprometido
sino que podía estar comprometido. Todavía más, aun cuando el coronel
Almonte estuviese realmente comprometido con cincuenta dragones al
grado de tener que rendirse, un general en jefe, no deja escapar la
ocasión de cerrarle el paso a su enemigo que constantemente huye, para
decidir de un golpe la suerte de una laboriosa campaña en que está
comprometida la integridad territorial de una nación; para ir a salvar a 50
dragones. A ningún general se le puede ocurrir alejarse de una posición
estratégica decisiva para ir a auxiliar a cincuenta dragones. En este caso,
deben perecer los dragones si ellos mismos no pueden salvarse; y su
pérdida salvaría a la patria de una revolución que la deshonraba y
sacrificaba.
Desconfiando el general Santa Anna de que la fábula de la salvación del
coronel Almonte, comprometido con cincuenta dragones por una
probable carga de unos buques, tuvo el pudor de reforzar su mentira con
otra de igual calibre:
... a la vez que era necesario asegurar la cantidad de víveres que había logrado
aprehender, hice jornada para aquel punto la tarde del 18 (32).
Esto quiere decir que Santa Anna iba a sacar de New-Wáshington los
víveres que había logrado aprehender Almonte. ¿Con qué medios de
transporte? Cuando el general Santa Anna dejó el río Bravo con 700
infantes y 50 dragones, fue según asegura, para sorprender y aprehender
en Harrisbourg a los miembros del gobierno revolucionario, no para fletar
y escoltar convoyes. El general Santa Anna no tenía, pues, consigo mulas
ni carros en disponibilidad para transportar víveres; no tenía más que las
mulas que cargaban las municiones. Era más lógico tomar posición en el
paso de Linchbourg, descargar el parque y mandar a Almonte las mulas
que lo habían cargado, para que éste transportase los víveres que
pudiera, y no ir con las mulas cargadas con parque a donde estaba
Almonte, porque en ese caso, si se cargaba con los víveres, había que
abandonar el parque, y si se cargaba el parque, había que abandonar los
víveres, que fue lo que sucedió.
El general Santa Anna, cuando quiso destruir los víveres que había encontrado en New-
Wáshington por no poder llevárselos, recibió la noticia de la aproximación violenta de
Houston y los víveres se salvaron sirviendo, dos días después, a los vencedores de San
Jacinto (33).
Santa Anna se dirigió a New-Wáshington para embarcarse.
A mi llegada, dice, se hallaba a la vista una goleta que por falta de viento no podía
alejarse: intenté apresarla para servirme de ella a su tiempo sobre la isla de Gálveston
(34).
Otra mentira de S. E. Dentro de pocas horas tenía que combatir con
Houston, cuyas fuerzas, según lo dice y repite muchas veces Santa Anna,
en su Manifiesto, eran la única esperanza de los rebeldes, las únicas
existentes en Texas. Dice igualmente, y ya copié esas líneas, que al
vencer a Houston le daba el golpe final a la revolución. ¿Entonces, para
qué la goleta? Si en la batalla con Houston vencía Santa Anna, no había
necesidad de goleta porque ya no había más enemigo que combatir, y si
Santa Anna era vencido, tenía que perder también la goleta. El cuento de
la goleta lo termina S.E. diciendo:
Pero cuando se alistaban los botes y chalanes, de que se había provisto también el
coronel Almonte, llegó un buque de vapor y le dió fuego (35).
Mansfield, dice:
Mr. Vogel, alemán dueño de la goleta que incendió el Star, reclamó su valor al gobierno
de Texas en 1838, más 2,600 pesos, que el jefe mexicano Dalmonte le había ofrecido
porque le pusiese a disposición del general Santa Anna. El gobierno texano sólo
reconoció el precio de la goleta, y el quejoso apeló al rey de Prusia. No tengo
conocimiento del resultado (36).
Es innegable que ese jefe mexicano, Dalmonte, es el coronel Almonte.
El Secretario particular del general Santa Anna, acaba de aclarar el punto
relativo a la decisión del general Santa Anna, de embarcarse para
Matamoros o Tampico, abandonando a su ejército.
Ya se había prevenido de oficio desde Béjar al general Don Francisco Vital Fernández,
ordenase al comandante de la goleta de guerra mexicana General Bravo, anclase en el
Cópano a recibir órdenes de S. E. el general en jefe (37).
Continúa engañando a la nación S. E.:
En la mañana del 19 mandé al capitán Don Marcos Barragán al paso de Linchbourg
distante de New-Wáshington tres leguas, para qUe observase y me comUnicara con
oportunidad la llegada de Houston, y el 20 a las 8 de la mañana se me presentó
participándome que Houston llegaba a Linchbourg (38).
El secretario particular del general Santa Anna impugna esta afirmación.
Es cierto que el capitán Don Marcos Barragán fUe el día 19 con algunos dragones al
paso de Linchbourg; pero no a observar la llegada de Houston, sino a preparar los
chalanes que al día siguiente debían facilitarnos el paso (39).
¿De dónde había tomado Santa Anna esos chalanes que debían facilitar el
paso del río Linchbourg? No los había llevado consigo ni tuvo tiempo de
mandarlos construir. Esos chalanes son a los que se refiere Santa Anna
cuando nos cuenta que iba abordar con ellos la goleta que estaba en
New-Wáshington. Queda pues, descubierto el plan de Santa Anna.
Cuando vió que no podía usar de la goleta para embarcarse, porque el
vapor americano Star le dió fuego, entonces cargó con los chalanes que
había encontrado en New-Wáshington donde tenía que haberlos como en
todos los puertos donde los barcos no descargan directamente sobre los
muelles.
¿Para qué quería pasar Santa Anna el río? Para ponerlo entre él y
Houston y darse tiempo a ir a otro puerto donde pudiese embarcarse. Es
necesario al estudiar la campaña de Texas, conocer bien su geografía,
porque es la ignorancia de ella sobre la que Santa Anna basó su aplomo
para mentir impunemente. Después de que Houston pasó el río Brazos y
cuya noticia recibió Santa Anna en Harrisbourg como él mismo lo
asegura, estaba del mismo lado del río que Houston, es decir, los dos
habían quedado en la región comprendida entre los ríos Brazos y
Trinidad; para atacar a Houston, Santa Anna no necesitaba pues pasar
ningún río, y por consiguiente eran inútiles los chalanes.
Pero Houston en realidad no trataba de pasar ningún río o de derrotar a
Santa Anna, y es nada menos el segundo en jefe, Filisola, quien nos da a
conocer el plan de Houston de entera conformidad con lo que exponen
los autores norteamericanos y texanos.
Habla Filisola:
Este (el enemino) después de los primeros reveses había adoptado el plan de quemarlo
todo y retirarse tan luego como nos aproximásemoS para que no encontrásemos
ningunos recursos, y sí cometíamos alguna imprudencia, aprovecharse de ella. En
efecto, así lo fue practicando con cuanto dejaba tras de sí. Houston, al abandonar la
orilla izquierda del Colorado, se fue a situar a quince leguas más arriba de San Felipe, en
el paso del río Brazos llamado Gross, en donde tenían un steamboat para facilitarse el
paso, con el objeto de observar los que iban a las inmediatas órdenes del general en jefe
y a las del general Gaona. El día 15 de Abril estuvo en aptitud (Houston) de poder atacar
al Sr. Gaona, al Presidente o a mí, en San Felipe o camino de aquella villa para Holdfort.
Le pareció más oportuno hacerlo con el presidente, porque estaba del otro lado del río
Brazos y sin enlace ninguno con las demás fuerzas, echó pues río abajo el steamboat
para llamarnos la atención, y se dirigió sobre S.E (40).
Se vé claramente que Houston, como ya lo había anunciado a su
gobierno, tenía un plan premeditado y técnico, y que jamás pensó en
pasar el río Trinidad por ninguna parte, sino en pasar sobre Santa Anna y
destruirlo. Este general, por el contrario, aparentaba no tener plan, y por
tal motivo, un día se le ocurrió dejar a sus fuerzas dizque para ir a
aprehender personalmente a seis politicastros indefensos con 700
infantes, 50 dragones y un cañón, tarea que correspondía a un teniente de
caballería. Después se le ocurrió, para no ir a batir a un enemigo
indisciplinado y despavorido, pedir refuerzos. Después discurrió ir a
salvar a 50 dragones de una carga marítima, de buques que podían
arribar. Después, en Vez de atender a Houston, discurrió abordar una
goleta, y por último se apoderó de unos chalanes para ir a batir a un
enemigo que ya estaba en su mismo campo y cuando no había entre
ambos, río de por medio. Pero sí había plan fijo Santa Anna, y era
embarcarse y abandonar a su ejército a la miseria y a la derrota.
Abandonaba al ejército a la miseria más abrumadora, porque desde Béjar
ordenó al general Sesma que tomara al enemigo los víveres y demás
recursos que necesitase, porque ya no los había en la proveeduría
general; y Santa Anna sabía lo que Filisola nos dice en el documento que
he citado y que todo el ejército conocía, y era que el enemigo incendiaba
sus propiedades y destruía a su paso todos los recursos, que eran muy
pocos, para matar el hambre de nuestras tropas.
Abandonaba Santa Anna su ejército a la derrota, porque gracias a su
impericia inconmensurable, la posición del ejército el 15 de Abril, cinco
días antes del primer contacto de Houston y Santa Anna, era desastrosa
la posición del ejército mexicano, porque Filisola nos dice:
El general presidente se hallaba en camino de Harrisbourg como veinte leguas distante
del Señor Sesma; yo a 16 de éste; el Sr. Gaona perdido en el desierto de Wastrap a San
Felipe, sin que supiésemos de él; el Sr. Urrea en Matagorda, distante 30 leguas del Sr.
Sesma, más de 40 de mí y 50 del presidente. El mismo Urrea distaba de Goliad otras 30 o
más, y los destacamentos de Victoria, el Cópano y Goliad a 45 leguas de Béjar, donde
estaba el general Andrade (41).
Esta era la destrucción, o más bien dicho, la pulverización dada a un
ejército que sólo contaba en totalidad con 540 hombres. He aquí la ciencia
militar de un general que pasaba por ser el primero de la República, y a
quien sus aduladores le habían dado el título de Napoleón Primero de
América.
¿Por qué Santa Anna se había propuesto cometer la deslealtad infame de
abandonar a su ejército? Porque ante todo, y después de todo, era
condotiero. No tenía en su conciencia, en sus deberes, en sus
aspiraciones, en sus entusiasmos y en su llamado patriotismo, más que
una obligación, un colosal deber: atender a la gloria de su persona para
desplomarla despóticamente sobre la nación. Todo lo que no fuera él,
tenía que ser visto por su ambición como un andrajo, aunque fuera la
patria, el honor de la nación, la dignidad de su ejército y la vida de sus
soldados. En el alma del condotiero sólo hay una palabra que representa
al mundo, a la religión, a la ciencia, a la humanidad, a la moral y al crimen:
¡Yo! Sin compasión para nadie, sin atención aunque insignificante para
algo, sin grandeza para mucho más; el condotiero se dedica a su
programa irrevocable, la inmensidad de su persona, que todo lo debe
aplastar. En el egoísmo de un condotiero el mejor microscopio no puede
mostrar la más infinitesimal traza de altruísmo. El condotiero es la bestia
política con brama incesante de egoísmo absoluto.
Hemos visto que después de la toma del Álamo, el general Santa Anna
envió un parte falso a su gobierno afirmando que había causado más de
600 muertos al enemigo; con el objeto de hacer del asalto del Álamo un
hecho de armas tan importante para su persona como la bufa batalla de
Zacatecas que le había valido el título de Marte mexicano y el decreto del
Congreso, declarándolo Benemérito de la patria en grado heroico.
Confeccionada así la nueva superchería para continuar embobando a una
nación que de buena fe creía ser el poder militar más formidable del
universo, Santa Anna dispuso dejar Texas, encomendando a Filisola que
diera fin con los restos intimidados, despavoridos e insignificantes de la
revolución. Y vimos también que el general Filisola, ayudado por el
coronel Almonte, consiguió detener la marcha de Santa Anna a México,
donde debía recibir el premio de sus grandes victorias, que no habían
sido casi más que escaramuzas celebradas con el asesinato de los
heridos y el fusilamiento de los prisioneros aUn después de haber
capitulado condicionalmente.
Es de presumir que Santa Anna accedió a las instancias de los Jefes
Filisola y Almonte, porque creyó que Houston iba a continuar con la
imbécil táctica de esperar a pie firme con pequeños destacamentos, a
fuerzas cinco o más veces superiores, como sucedió en el Álamo, en el
Refugio, en el Perdido y en la emboscada puesta al Dr. Grant.
Desde que el 24 de Marzo el general Ramírez y Sesma pidió refuerzos al
general Santa Anna, porque no se consideraba capaz de batir a Houston,
Santa Anna comprendió qUe sus subordinados no habían tragado la
vasta rueda de molino de que el enemigo no hacía más que huir
despavorido rueda empacada y enviada al gobierno mexicano para menú
glorioso de la nación. Pensó entonces que reforzando a Sesma hasta
hacerlo superior en fuerzas a Houston, éste expondría en una batalla el
segundo tercio de las fuerzas rebeldes, pero Houston se movió en
retirada, amparado por espesos bosques y sin separarse nunca de ellos,
a grandes distancias.
Cuando el coronel Drumondo, proveedor del ejé¡cito mexicano, notificó al
general en jefe que habían concluido los víveres y demás recursos, y que
no habían llegado ni había esperanzas de que Hegasen del interior de la
República; Santa Anna ordenó al general Sesma que para vivir tomase los
víveres y demás recursos del enemigo. Pero S.E., que era muy inteligente,
debió haber comprendido que el enemigo no había de aceptar el cargo de
alimentar, vestir y proveer de municiones al ejército mexicano, y como
primera prueba de que los rebeldes renunciaban al cargo de nodrizas de
las fuerzas de Santa Anna, apareció el incendio de la villa de González y la
destrucción completa de toda clase de recursos por la mano enérgica del
enemigo.
El general Santa Anna había, en su brillante carrera de revolucionario,
hecho la guerra en la parte mejor poblada del país, la que ofrecía
ilimitados recursos a beligerantes que sólo contaban para subsistir con la
exacción y el pillaje. Pero no siendo Texas lo mismo, sino muy diverso
por el clima que no consentía desnudeces, ni andrajos, y más severo aún
porque sus plantas silvestres no eran alimenticias y porque su población
era casi inapreciable en tan inmenso territorio; resultaba que el ejército,
haciendo uso del mayor pillaje y esmero para atacar la propiedad
particular, no podía subsistir en Texas más allá de un mes.
El general Santa Anna pensó, entonces, de una manera irreprochable, que
si después de haber anunciado a la nación, con énfasis napoleónico, la
reconquista de Texas y la carbonización del enemigo, volvía a la ciudad
de México con un ejército de espectros desnudos, vacilantes, lúgubres,
teñidos por el paludismo, completamente descarnados por el hambre,
ulcerados por las enfermedades y abatidos por desastres climatológicos
y guerreros, los besamanos se convertirían en mordidas, los Te Deums en
maldiciones, los arcos triunfales en lapidaciones, los repiques en
silbidos, y se cumpliría la ley histórica para los condotieros: basta una
derrota para arrojarlos del poder, sellarlos como traidores, porque todos
los pueblos que creen tener soldados invencibles, no conciben como
motivo de derrota más que la traición de su tirano.
Cuando Santa Anna llegó a los escombros del que fue San Felipe de
Austin, incendiado por el enemigo, debió aterrarse de tanta resolución de
los rebeldes para que el ejército mexicano muriera de hambre lo más
pronto posible. ¿Qué hacer entonces? Embarcarse en el primer puerto de
Texas, para el Cópano, donde debía esperar las órdenes de S.E. la goleta
de guerra mexicana, General Bravo, llegar a Tampico, subir a San Luis
Potosí, enviar a México correos extraordinarios anunciando, que no
habiendo ya nada que hacer en Texas, porque no quedaba más que la
basura de la lucha, S.E. había dejado precisas instrucciones a sus
generales y buenas escobas para que a lo más en veinte días quedase
aseado el territorio de Texas de la rebelde canalla. Una vez enviados los
correos, no había que hacer más que tomar algunos baños tibios y
perfumados, afeitarse, plantarse el gran uniforme de gala, rociarse el
pecho con un centenar de condecoraciones fantásticas por Austerlitz y
Wagrams imaginarios, y aparecer en la capital con la solemnidad de un
Budha, para que el populacho, quitando como siempre los caballos del
carruaje presidencial, y sustituyéndose a las bestias, lo condujese a la
Catedral, donde un estuche con frascos de óleos sacros, proporcionaría
el bautismo de olímpica e imperecedera gloria, mientras en puro canto
gregoriano, el obispo, adiamantado, haría arrodillar a todos los asistentes
a los pies de divus Antonio reconquistador insigne de Texas.
Pocos días después aparecería saliendo de Texas el ejército de espectros
desfallecientes y abatidos, mandados por generales con la cabeza baja,
abrumados por la desesperación y la vergüenza, y entonces Santa Anna,
con su aplomo habitual, señalaría a esos jefes como ineptos y cobardes,
que no habían sabido cumplir sus instrucciones, y que por el contrario,
habían destruído en pocos días su magna obra. Se les habría consignado
ante un consejo de guerra, cuya consigna sería sentenciar a la deshonra y
degradación a los jefes que no habían podido mantener muy alto las
glorias legendarias del ejército y los ejemplos magno-alejandrinos del
general Santa Anna. Poco importaba que la rueda de molino fuera el
mismo calendario azteca de piedra pegado como parche al costado
occidental de la Catedral, el país la hubiera tragado como una simple
cápsula farmacéutica de éter o aceite de ricino. Santa Anna, como
excelente condotiero, era lo único que conocía bien: la potencia del país
para deglutir montañas como si fuesen píldoras, siempre que fueran de
exquisito sabor para la vanidad nacional. El pedestal de todas las falsas
glorias de Santa Anna, siempre fue nuestra megalomanía social.
Afortunadamente Houston nos libró del culto babilónico a Santa Anna por
algunos años, y de los males que todos los dioses guerreros han causado
a sus adoradores. La batalla de San Jacinto no significó nada para la
patria; con ella, triunfando o derrotados, o sin ella, Texas estaba bien
perdida desde el momento en que el ejército a duras penas y a ración de
convaleciente en sus primeros días de restablecimiento, sólo podía durar
a lo más un mes en territorio texano, o perecer. La batalla de San Jacinto,
dicen los creyentes, que fue dedicada por la Providencia, especialmente
al general Santa Anna para abatir su soberbia y castigar sus crímenes; y
los que no son creyentes tienen que ver la batalla de San Jacinto, no
como la obra de una providencia vengadora, sino como la obra maestra
del mismo Santa Anna. Todos los tiranos abominables, han sido los
arquitectos de su propio cadalso.

NOTAS
(1) Filisola, Defensa, pág. 9.
(2) Filisola, Defensa, pág. 9.
(3) Diario del general Almonte, pág. 13.
(4) Filisola, Defensa, pág. 10.
(5) Filisola, Defensa, pág. 11.
(6) Filisola, Defensa, pág. 11 y siguientes.
(7) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 113.
(8) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 439.
(9) Manifiesto del general Santa Anna de 10 de Mayo de 1837.
(10) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 441.
(11) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 441.
(12 y 13) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.
(14) Filisola, Defensa, pág. 12.
(15) Filisola, Defensa, pág. 15.
(16) Filisola, Defensa, pág. 39.
(17) General Urrea, Diario de sus operaciones, pág. 20. Biblioteca Nacional.
(18) General Urrea, Diario de sus operaciones, pág. 39. Biblioteca Nacional.
(19) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.
(20) Documento citado.
(21) Documento citado.
(22) Martínez Caro, Primera campaña de Texas, nota de la pág. 19.
(23) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.
(24) Stuart Foot Henry, Texas and the texans, tomo II, pág. 46.
(25) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.
(26) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 450.
(27) Martínez Caro, La primera Campaña de Texas, nota tercera de la pág. 36.
(28) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.
(29) Manifiesto citado.
(30) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.
(31) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.
(32) Manifiesto de 10 de Marzo de 1837.
(33) Mansfield R., Texas, pág. 414.
(34) Manifiesto.
(35) Manifiesto.
(36) Mansfield R., Texas, pág. 512.
(37) Martínez Caro, Primera campaña de Texas, nota de la pág. 21.
(38) Manifiesto.
(39) Martínez Caro, Primera campaña de Texas, nota de la pág. 24.
(40) Filisola, Defensa, pág. 2.
(41) Filisola, Defensa, pág. 13.

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XV Capítulo XVII Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XVI Capítulo XVIII Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimoséptimo
UN MODELO DE CAMPAÑA
SANTANISTA
Seguiré la relación de la batalla de San Jacinto, hecha por el general
Santa Anna en su Manifiesto, marcando los desatinos e inexactitudes:
A mi llegada se encontraba Houston posesionado de un bosque en las orillas del Bayuco
de Buffalo, cuyas aguas se incorporan allí en el río de San Jacinto y componen parte de
las del Gálveston. Su situación (la de Houston) lo precisaba a batirse o a tirarse al agua
(1).
Esta afirmación es simplemente una fanfarronada de S. E. con el objeto
de hacer creer al pueblo mexicano que Santa Anna era el perseguidor, y
que le había impuesto el combate a Houston acorralándolo, cuando quien
imponía el combate era Houston. El coronel del ejército mexicano, Pedro
Delgado, que estuvo al lado del general Santa Anna en San Jacinto, dice:
Las tropas de los rebeldes se hallaban a tiro largo de cañón, metidas en un espeso
bosque, que se encontraba a la derecha de la división mexicana: el frente de ésta,
aunque llano, estaba dominado por el fuego del enemigo, que desde el bosque podía
sostenerlo, sin sufrir él ningún daño, quedándole por su costado derecho y por su
espalda una franca retirada (2).
Que el enemigo tenía libre su retirada, lo confirma el Sr. Martínez Caro,
secretario particular de Santa Anna, y todos los hIstoriadores extranjeros
sin excepción, no habiendo encontrado uno que se comprometiese
sosteniendo la falsedad del general Santa Anna; y el sentido común dice
que el perseguidor y el que impone el combate, no puede ser el
acorralado.
Continúa describiendo el general Santa Anna:
Mi tropa manifestaba entonces tanto entusiasmo, que comencé a batirle (3).
Quiere decir, que si la tropa no hubiera mostrado mucho entusiasmo no
habría comenzado a batirle. El entusiasmo de la tropa no es razón
suficiente para emprender un ataque, sino las prescripcioneS de la
estratégia y la táctica. Sobre principio y disposiciones de este combate,
dice el coronel Pedro Delgado, que como acabo de decir, se hallaba
presente:
Logrado el objeto (de avistarse con el enemigo) dispusso (Santa Anna) la columna de
ataque, pero de una manera precipitada, agolpando disposiciones que revelaban su
impericia y dando órdenes que más servían para embarazar la acción que para obrar con
acierto (4).
Continúa Santa Anna:
Quise atraerlo al terreno que más me convenía, y me retiré hasta mil varas sobre una
loma, que proporcionaba ventajosa posición: agua a la retaguardia (una laguna fangosa)
bosque espeso por la derecha hasta la orilla de San Jacinto, llanura espaciosa por la
izquierda y despejado el frente (5).
Creo que en el mundo no ha habido militar que haya escrito el desatino
que una posición con laguna fangosa a la retaguardia y bosque espeso a
la derecha, es ventajosa, a menos que el general Santa Anna haya querido
decir que era ventajosa para el enemigo.
Ninguna de estas excelentes condiciones (las del campamento de Houston) presentaba
el terreno en que el general Santa Anna se había situado; en él no tenía campo suficiente
donde maniobrar; a su retaguardia quedaba un bosquecito que iba a terminar en la orilla
de la laguna y extendiéndose ésta por la izquierda del campamento mexicano hasta New-
wáshington, no quedaba terreno para una retirada, si la suerte de las armas era favorable
a los texanos. El coronel Don Pedro Delgado hizo algunas. observaciones sobre este
punto al general Castrillón algunas horas antes de que dlese principio la batalla, pero su
contestación fue decirle: Amigo, ¿qué quiere Ud. que yo haga? Todo lo conozco, pero
nada puedo remediar, porque Ud. sabe que aquí no obra más que el capricho y la
arbitrariedad de ese hombre. Estas últimas palabras las pronunció Castrillón con alguna
exaltación, señalando la tiendá de campaña en que estaba Santa Anna. Ninguno de los
generales y jefes, como se vé, juzgaba propio para emprender una acción el sitio elegido
por el general en jefe. Los soldados, que notaban el disgusto de la oficialidad,
participaban de él, y empezó a decaer en ellos la fuerza moral, y el entusiasmo que hasta
entonces los había animado en todas las acciones (6).
Volvamos a la narración del general Santa Anna:
A las nueve de la mañana del 21 (Abril) llegó el general Cos con 400 hombres de los
batallones Aldama, Guerrero, Toluca y Guadalajara, habiendo dejado los 100 restantes a
las órdenes del coronel graduado Don Mariano García, con las cargas en un mal paso,
demoradas de Harrisbourg, cuya incorporación no llegó a efectuarse. A primera vista
noté contravenida mi orden, respecto de los 500 infantes escogidos, que ella expresaba
terminantemente, pues la mayor parte del refuerzo se componía de reclutas que en San
Luis Potosí y el Saltillo se repartieron a los cuerpos (7).
Esta es otra mentira de S. E., quien jamás pensó en pedir 500 hombres
escogidos.
El general Filisola, a quien fue dirigida la orden de enviar el refuerzo de
los 500 hombres escogidos, dice al Supremo gobierno con oficio de 14 de
Mayo de 1836:
El 17 recibí de S.E., orden para que la fuerza que debía llevar el Sr. Cos solo debía
constar de 200 hombres y 500 cajones de cartuchos de fusil.
Tan grave falta, continúa diciendo el general Santa Anna (la de no haber enviado Filisola
escogidos los 500 infantes) me. causó en aquel momento el mayor disgusto,
considerando insignificante un auxilio que esperaba impaciente, y con que le prometía
dar un golpe decisivo al enemigo.
Con estas últimas palabras el general Santa Anna prueba su descomunal
ignorancia en asuntos de guerra. Dice con verdad, que Houstos ocupaba
un espeso bosque, en el cual el día 20, ni siquiera se atrevió a penetrar el
general Santa Anna. Dicho bosque era muy grande, en consecuencia era
casi imposible obtener resultado decisivo sobre los 800 hombres de
Houston con los 1150 a que ascendía el ejército mexicano con todo y el
refuerzo llevado por el general Coso Santa Anna desconocía el papel de
los bosques, sobre todo los muy grandes, que consiste en impedir los
resultados decisivos, cuando dentro de ellos se combate y el de hacerlos
casi imposibles cuando el bosque es demasiado grande, y los efectivos
de los beligerantes muy pequeños, como en el caso de que me ocupo.
Sin embargo de todo, intenté aprovechar la sensación favorable que advertí en los
semblantes a la llegada del general Cos; pero éste me expuso que por forzar su marcha
para llegar prontamente, la tropa que traía no había comido ni dormido en 24 horas, y
que mientras llegaban las cargas, que sería dentro de dos o tres horas, podía reponerse
y estar en buena disposición para batirse. Cedí á esta insinuación consintiendo que
descansara y comiera (8).
¿Cuánto tiempo? Dos o tres horas mientras llegaban las cargas, dice S.E.:
Acordando una hora para alimento y cuatro para un sueño reparador,
hacen cinco. La fuerza de Cos llegó a las nueve de la mañana, según el
mismo general Santa Anna, luego contando cinco horas, y dando una
más para bostezar, restregarse los ojos, asearse, fumar el cigarrillo, y
alguna conversación; esta tropa debió haber estado despierta, fresca y
lista a las tres de la tarde en punto. La sorpresa del enemigo fue a las
cuatro y media, luego S. E. no puede justificar ese estupor o sueño largo
de la tropa de Cos, por la absoluta necesidad de que comiera y
descansara después de veinticuatro horas de abstinencia y fatiga.
Para observar al enemigo y proteger las cargas citadas, situé mi escolta en buen lugar,
reforzándola con 32 infantes montados en caballos de oficiales. No hacía una hora de
esa operación, cuando el general Cos se me presentó pidiendome a nombre del capitán
don Miguel Aguirre que mandaba la escolta, que se le permitiera comer a su tropa y dar
agua y un pienso a los caballos, por no haberlo hecho desde el día anterior. El tono
compasivo con que se me hacían estas peticiones me hizo acceder, advirtiendo que
satisfecha prontamente la necesidad, volviera al instante el capitán Aguirre a ocupar la
posición que tenía, lo que no habiendo verificado, contribuyó a proporcionar al enemigo
la sorpresa que logró (9).
Todas estas disculpas, culpan intensamente al general Santa Anna,
porque prueban que no obstante su alta jerarquía militar, reforzada por la
adulación, nada entendía tampoco de castramentación. El general Santa
Anna nunca supo que los romanos, no por su valor fueron los primeros
soldados del mundo, pues casi sin excepción los bárbaros les eran
iguales o superiores en arrojo. La superioridad militar de los romanos
consistió ante todo y sobre todo, en que jamás se dejaron sorprender.
El general en jefe de un ejército juzga y decide del campamento que debe
presentarle el cuartel maestre asociado del jefe de ingenieros, del
comandante general de artillería, del aposentador general y de un
ayudante general de la plana mayor.
Al cuartel maestre corresponde señalar los puntos en que se han de
colocar las avanzadas y grandes guardias, y a los oficiales de plana
mayor, conducirlas. En todo campamento debe haber un jefe de día, entre
cuyas funciones se encuentra la de visitar las avanzadas, servicio que
también corresponde a las patrullas y a los oficiales de la plana mayor.
El cuartel maestre, al señalar los puntos donde deben colocarse las
avanzadas o grandes guardias, tiene que llevar en cuenta las necesidades
de sus subordinados, tales como comer, dormir, descansar. Jamás se le
confía en un campamento a nadie un servicio que le impida satisfacer las
necesidades citadas, a menos que no falte personal, lo que no sucedía en
este caso, o en el momento del combate. No era a Santa Anna sino a su
cuartel maestre a quien le tocaba señalar el punto que debía vigilar el
capitán Aguirre; y como éste mandaba 80 hombres montados para vigilar
y explorar el bosque a la derecha del campamento, no se necesitaba más
que de un retén de 20 hombres durante dos horas, mientras los demás
hombres comían y daban alimento a sus caballos. Y cuando esto
sucediera, ser relevados los que vigilaban para que hiciesen lo mismo. En
todos los campamentos los soldados, comen duermen y descansan todos
los días, pues es para lo que principalmente sirve un campamento, y en
ninguno militarmente establecido se suspende la vigilancia,
desapareciendo las avanzadas, grandes guardias y retenes exploradores
mientras el ejército asiste al refectorio, descansa o duerme. Precisamente
se establecen vigilantes para que el ejército pueda dejar su actitud de
batalla y satisfacer sus necesidades.
El general Santa Anna nos dice que dió permiso a la tropa de Cos para
que durmiera dos o tres horas, y el resultado fue que llevaba ya siete
horas de sueño cuando el enemigo la despertó. El general Santa Anna
nos asegura que dió permiso al capitán Aguirre para que abandonara por
muy poco tiempo la interesante vigilancia que le estaba encomendada, y
que no volvió a su puesto. En primer lugar ningún jefe de campamento,
por ningún pretexto, ni durante un minuto, debe suspender el servicio de
vigilancia. En segundo lugar; ¿por qué el jefe de día no hizo despertar a
las tropas de Cos a la una de la tarde, cuando se le cumplía el tiempo para
descansar, y por qué ese mismo jefe de día no obligó al capitán Aguirre a
que volviera a su puesto, que en ningún caso debió haber quedado
abandonado? La verdad es, que como he dicho, ni por un segundo debe
quedar abandonada la vigilancia en un campamento, y esto se realiza en
todos los campamentos, sin que por tal motivo los soldados y caballos
dejen de comer, dormir y descansar, a menos que el enemigo se
proponga por una agresión constante, impedir el descanso a los
campados, lo que no sucedía en San Jacinto, y aun en este caso, Jamas
se suspende la vigilancia.
Fatigado de haber pasado la mañana a caballo y desvelado de la noche anterior, me
recosté a la sombra de unos arboles, mientras la tropa alistaba su rancho. Hice llamar al
general don Manuel Fernández Castrillón y le previne que vigilara el campo y me diese
parte del menor movimiento del enemigo: y encargué asimismo me recordase tan luego
como la tropa hubiese comido, porque era preciso obrar cuanto antes decisivamente
(10).
Las últimas palabras significan una nueva mentira de S. E. pues ya en
junta de jefes, se había acordado que el ataque tendría lugar al día
siguiente (11):
Hasta el siguiente día al amanecer no debía darse el ataque conforme estaba dispuesto.
¿Qué quería decir el general Santa Anna al escribir que era preciso obrar
cuanto antes decisivamente, cuando el ataque que era lo único decisivo
que podía hacerse, debía tener lugar al día siguiente? Respecto a que le
recomendó al general Castrillón que cuidara el campo, el general, sólo, no
podía cuidarlo pues ningún general puede cuidar ningún campamento sin
el correspondiente servicio de vigilancia, éste no existía, luego la
recomendación a Castrillón, caso de ser cierta, no pasa de patraña.
Como el cansancio y las vigilias producen sueño, yo dormía profundamente, cuando me
despertó el fuego y el alboroto. Advertí luego que éramos atacados, y un inexplicable
desorden. El enemigo había sorprendido nuestros puestos avanzados ... (12).
¿Pues no acaba de decir el general Santa Anna que el capitán Aguirre que
mandaba su escolta, más 32 Infantes montados, situados en buen lugar,
habían abandonado ese buen lugar, y que el capitán Aguirre, a pesar de la
orden que tenía, no volvió a ocuparlo, lo que contribuyó a proporcionar al
enemigo la sorpresa que logró? El enemigo no tuvo puesto avanzado que
sorprender, porque de las compañías de infantería que dice Santa Anna,
guardaban el bosque, resulta otra falsedad, porque nadie fue colocado en
el bosque, que distaba medio tiro de fusil de la derecha del campamento
de Santa Anna. Por otra parte, no es posible sorprender un puesto
avanzado de 300 hombres, de día, sin que estos hagan algunos disparos,
a menos que estuvieran bajo fuertes dosis de infalibles anestésicos. En el
parte de Houston oparece que nadie estaba vigilando el bosque, ni parte
alguna (13).
Aunque el mal estaba hecho, creí al pronto remediarlo. Hice reforzar con el batallón
permanente de Aldama la línea de batalla que formaba el batallón permanente de
Morelos y organicé en instantes una columna de ataque a las órdenes del coronel Don
Manuel Céspedes, compuesta del batallón permanente de Guerrero y piquetes de Toluca
y Guadalajara, lo que a la vez que la del teniente coronel Luelmo marchó de frente a
contener el principal movimiento del enemigo; mas en vano fueron mis esfuerzos ... (14).
No continuó copiando tan interesante narración porque toda ella es falsa.
El general Santa Anna era una especie de novelista militar del género
Ponson du Terrail. El secretario particular del general Santa Anna, que se
hallaba a un metro de distancia del catre en que dormía S. E.; nos dice:
El principal movimiento del enemigo fue la sorpresa que consiguió completa, y entonces
dormía S. E. profundamente. Sus demás movimientos (del enemigo) fueron
instantáneos; de modo que cuando S. E. llegó a la línea, ya ésta estaba en derrota y
completo desorden (15).
El Coronel Pedro Delgado, que se hallaba presente, escribe:
Entonces vi a S.E. correr aturdido de uno a otro lado, restregándose las manos, sin
acertar a tomar providencias (16).
Perdida toda esperanza, escapándose cada uno según podía, mi desesperación era tan
grande como mi peligro, cuando un criado de mi ayudante de campo, coronel D. Juan
Bríngas, con noble franqueza me presentó un caballo de su amo, y con encarecidas
expresiones me instó a que me salvara (17).
Busqué mi escolta, y dos dragones de ella que ensillaban con precipitación, me dijeron
que sus oficiales y compañeros iban de escape. Recordé que el general Filisola se
encontraba a 16 leguas en el paso de Tompson, y sin vacilar procuré tomar aquel
camino.
En San Jacinto no hubo derrota, sino completo desastre; los muertos, por
no tener retirada el ejército, llegaron a 500, porque el pánico favoreció una
enérgica persecución, y sobre todo la inmovilidad de los fugitivos
espantados en la laguna fangosa de la retaguardia, que tan recomendable
hacía la posición según el general Santa Anna. Los prisioneros fueron
como 600. Ningún jefe escapó. Apenas 70 soldados y 9 oficiales se
salvaron.
El Sr. Martínez Caro cayó prisionero, y fue después llevado al campo de
batalla por orden de Houston, para que buscase y recogiese el archivo de
la secretaría particular del general Santa Anna. Cumpliendo esta orden, el
Sr. Martínez Caro pudo juzgar bien del desastre, y nos lo hace conocer en
pocas y precisas palabras.
A mí solo estaba reservada la aguda pena de ver nuestrO campo después de la acción.
El primer espectáculo y cuya impresión no he podido aun desvanecer, fue la vista del
general Castrillón; desnudo ya, y en la misma forma, y a poca distancia, los colores
Peralta y Treviño y teniente coronel Luelmo, otros oficiales que desconocí y como 50
soldados, no pasando a más los muertos en este punto, que era nuestra línea de batalla.
Continué hasta el bosque, distante unos cien pasos, y a mi llegada ya había encontrado
nuestro dicho soldado la escribanía que buscábamos. Sentéme un rato a respirar, si es
que respirar se podía, en aquel sitio de luto y de dolor, y ocupado en las más tristes
reflexiones, me preguntaba ¿dónde están nuestras seiscientas víctimas? (18).
La llegada del ayudante, que me había dejado solo, me hizo advertir nuestra partida. Al
emprenderla, le manifesté no creía fuese tan crecido el número de muertos como se
decía, pues tanto en la línea, como en todo el círculo que nos rodeaba, seguramente no
pasaban de 100. Quiso satisfacer mi curiosidad, y me condujo a la entrada del camino
por donde se había emprendido la retirada; y a lo que alcanzaba la vista observé a
derecha e izquierda, dos hileras de cadáveres, todos nuestros. Conmovido de este triste
desengaño, ojala hUbiera sido el último, tuve el amargo dolor de que me condujera a un
pequeño arroyo a la entrada del bosque, en donde infinidad de muertos, apiñados unos
sobre de otros, podían servir de puente: Aquí, me dijo, se precipitaron en tanto nÚmero
y confusión, que convirtiendo el agua en un espeso lodo e imposibilitando el vado,
nuestros soldados, en el calor del combate, hicieron esta matanza.
Aun cuando hubiera habido sorpresa, por falta de vigilancia, la derrota no
hubiera alcanzado las terribles proporciones de una catástrofe completa,
sin la posición escogida por el general Santa Anna y definida por él como
ventajosa, teniendo una laguna fangosa a la retaguardia que fue lo que
ocasionó la pérdida del mayor número de soldados. Lo notable es que el
general Santa Anna hizo su Manifiesto a sangre fría un año después de
esa batalla, y no obstante la prueba plena que le dió la laguna fangosa, de
que no debe haber agua a la retaguardia de un campamento, no aparece
convencido, sino que dice aún a la nación, que es ventaja tener agua a la
retaguardia, prueba que ni la soledad, ni el tiempo, ni la reflexión
ahuyentaban su crasa ignorancia militar.
Houston sabía que el ejército mexicano carecía de provisiones para
sostener enérgicamente y por largo tiempo la campaña, y sabía que si
nuestro ejército se resolvía a vivir sólo del merodeo y del pillaje, tendría
que fraccionarse para así subsistir más o menos tiempo; pero en ningún
caso podía ser éste muy largo. Su plan, fue el que nos expone Filisola;
concentrarse y maniobrar para no presentar combate, hasta que las
fuerzas mexicanas se fraccionasen para subsistir, o por la torpeza de su
general en jefe, y entonces batir a la fracción que ofreciese más ventajas.
Houston supo oportunamente la marcha de los 700 infantes y 50 caballos
a Harrisbourg al mando de Santa Anna, y sus noticias se confirmaron
cuando aprehendió al capitán Miguel Bachiller, enviado por Filisola a
Santa Anna, para entregarle pliegos recibidos de la ciudad de México, y la
comunicación en que Filisola participaba a Santa Anna que ya cumplía
con la orden de enviarle al general Cos con 500 infantes, como lo había
pedido.
Houston comprendió todo el valor táctico de un bosque para resistir un
ataque, sin grave riesgo de resultados decisivos. Entre los 783 hombres
que tenía Houston, figuraban, 200 desertores del ejército americano de
observación e invasión, que al mando del general Gaines ocupaba la línea
divisoria con los Estados Unidos. El resto de la fuerza de Houston eran
cazadores y contrabandistas, gente bien armada, que apuntaba al tirar,
dominaba admirablemente su arma y conocía la vida, la actividad y la
táctica de pequeños combates en bosques, pues muchos habían hecho
por cuenta del gobierno americano o de los Estados sudistas, la guerra a
los indios bárbaros. El combate dentro de un bosque es un combate de
tiradores fortificados con los árboles y obrando casi libremente. El fuego
debe ser de puntería, cosa que no conocían nuestros soldados, pues
muchos de ellos no habían practicado siquiera el fuego de pelotón. Las
ventajas del combate en bosque eran para Houston, y así fue
comprendido el día 20 en la junta de jefes rebeldes que trató del asunto.
Poco antes del medio día (del 20), tuvo lugar un consejo de guerra, en el que tomaron
parte los coroneles Burlerson y Sherman y tenientes coroneles Milliard, Somerville,
Bennett y el Mayor Weills. El punto a discusión fue: ¿Atacamos al enemigo o esperamos
su ataque? (19).
Weills y Bennett opinaron por atacar al enemigo y los demás por esperar
el ataque, resolución definitivamente adoptada por Houston. Como el jefe
rebelde, por la captura del capitán Bachiller conocía que el refuerzo
enviado a Santa Anna por Filisola sería de 500 hombres, sin más artillería,
resultaba que el enemigo conocía perfectamente el efectivo del ejército
mexicano, mientras éste no conocía el del enemigo.
El día 21 de Abril, Houston mandó exploradores, como era debido, a
observar el campamento mexicano. Siguiendo el bosque que ocupaba
Houston, marcharon sin ser vistos hasta llegar al bosquecillo limitado por
la laguna fangosa, que se hallaba a la retaguardia del campamento de
Santa Anna. Los exploradores treparon a los árboles para examinar el
campamento y vieron casi a la izquierda de la laguna y donde ésta se
estrechaba para recibir las aguas del arroyo o pequeño río, un puente de
madera, y vieron además, que la fuerza de reserva dormía en el
bosquecillo, que la caballada estaba desensillada, los soldados dispersos
o haciendo su rancho, lejos de sus armas en pabellón, y los jefes dentro
de sus tiendas, lo mismo que la mayoría de los oficiales o jugando a los
naipes.
Inmediatamente quemaron el pequeño puente y pusieron en conocimiento
de Houston que no había en el campamento de Santa Anna servicio de
vigilancia exterior ni interior y qUe la tropa estaba dormida una parte, y
comiendo disperso el resto. Houston inmediatamente aprovechó la
ocasión qUe se le presentaba de dar un golpe mortal, irresistible, total a
Santa Anna y sus fuerzas, y dispuso atacar el ala derecha de Santa Anna,
saliendo del bosque que estaba a su frente a 200 yardas (medio tiro de
fusil), y por donde no había artillería haciendo que la caballería apenas 60
jinetes atacasen por el frente. Con una precisión extraordinaria se
organizaron las columnas que ejecutaron su movimiento de avance con
inaudita rapidez, obteniendo el espléndido triunfo que conocemos.
Mirando el plano de la batalla de San Jacinto que figura en la mayor parte
de las obras norteamericanas, que se ocupan de la guerra de Texas; se ve
una llanura irregular rodeada sin interrupción por espesos bosques, es
decir rodeada por un solo bosque, pues todos se comunican. Este
bosque que rodea la llanura, está en contacto con Harrisbourg y con
diversos cursos de agua que en gran parte también circundan a la llanura,
pues siguen casi todo el límite exterior del bosque. Houston ocupaba el
bosque cuando llegó el general Santa Anna a la llanura. Como
campamento debió escogerse un punto que distase por lo menos de todo
el perímetro del bosque que circundaba la llanura, más de mil metros,
para que el campamento establecido en ese punto, estuviese fuera de tiro
largo de cañón, conforme al alcance que en 1836 tenía esa arma. Como
los planos de la batalla de San Jacinto no presentan completa la llanura,
ignoro si existirá ese punto en esas condiciones.
Un campamento debe tener libre su frente y su retaguardia y apoyados
sus lados en posiciones fuertes o en cursos de agua. Y si no se encuentra
apoyo para las alas y se trata de soldados bisoños o que por cualquier
motivo no son de primer orden, deben fortificarse muy ligeramente las
alas, siempre que se sepa cuáles son las alas. Pero esto no es posible
cuando el campamento está rodeado por un bosque espeso, porque
entonces el enemigo puede estar en todas partes o en ninguna y no se
puede decir qué punto del campamento corresponde al frente del
enemigo, ni cuál es la retaguardia ni las alas. En este caso es preciso
campar en cuadro, siempre que los lados del cuadro estén fuera de tiro de
cañón del bosque circundante. Campar en cuadro, tropas nuevas, exige
fortificación de campaña y por lo menos cuatro piezas de artillería; Y si
esto no se consigue, vale más irse a campar a otra parte para penetrar al
bosque por su perímetro exterior si esto se juzga conveniente.
Ya en 1836, eran conocidos como axiomas de estrategia, puesto que eran
clásicos: que un bosque que no se ocupa, pegado a un campamento
quiere decir: Sorpresa inminente, y que un curso de agua sin puente, o
una laguna a retaguardia y a la izquierda quiere decir: Triunfo o desastre
absoluto. De manera que en buena apreciación militar, la posición de
Santa Anna, tenía este letrero trágico: Catástrofe inminente. La posición
por sí sola tenía una muy lúgubre significación para nuestras tropas.
Si a esto se agregaba la falta completa de servicio de vigilancia exterior e
interior que debe garantizar de sorpresas a todo campamento; el desastre
tenía que ser inevitable ante un enemigo capaz de aprovecharse. Era de
día y nada importaba que la tropa durmiese, pues es mejor que duerma de
día que de noche, tampoco es censurable que el general Santa Anna se
haya entregado al sueño que lo vencía a las tres de la tarde. Un buen
general cuando siente que su campamento está en peligro, vela durante la
noche y duerme de día. Tampoco es censurable que los soldados hicieran
su rancho, pues en todo campamento se debe comer. Lo censurable es
que se haya escogido para campar un punto que exigía que los soldados,
no comiesen, no durmiesen ni descansasen, además de una exquisita
vigilancia para conjurar el peligro inminente de la sorpresa, sin que se
conjurase el de la desventaja, porque el agresor siempre estaba efendido
por el bosque, hasta permitirle éste, atacar impunemente a la distancia de
200 yardas. La torpeza de campar con un curso de agua a retaguardia y a
la izquierda, no se podía neutralizar más que yéndose a mejor parte.
Si Houston no sorprende a Santa Anna, al día siguie este general hubiera
atacado a los rebeldes en su espeso bosque. ¿Qué hubiera resultado? He
insistido mucho en dar a conocer que los encuentros en el interior de los
bosques se caracterizan entre buenas tropas por su falta de resultados
decisivos y exigen mucha habilidad en los jefes, mucha serenidad y
mucha disciplina en los soldados para verificar las retiradas, como los
beligerantes casi no se vén, sus movimientos son misteriosos, y son
fáciles los ataques de los flancos o retaguardias, sobre todo, cuando los
efectivos son pequeños. Ser flanqueado en un bosque no tiene el peligro
que en terreno limpio. En un bosque el ofensor se halla en el mismo caso
que el ofendido, de ignorar la verdadera posición de su contrario, y en
muchos casos de su fuerza.
Pero en el ejército mexicano había un inconveniente grave para el
combate en bosque. Ni su temperamento , ni su instrucción, ni su
disciplina lo hacían propio para las retiradas en buen orden. El ejército
mexicano era notable porque sólo tenía dos modos de terminar un
encuentro: la victoria o el desastre. Nada de retirada, nada de
reorganización después que se experimenta la desorganización que
imprime la derrota. Una vez que nuestras tropas se desordenaban y
daban la espalda, seguía la desbandada, el pánico, y una derrota que
podía ser ligera, se transformaba siempre en cataclismo. Este peligro era
muy grave en el caso de Santa Anna, porque siendo casi imposible el
resultado decisivo en bosque inmenso, y pequeño efectivo; casi no tenía
probabilidades de triunfo y si casi todas de conseguir el desastre, no por
la acción del enemigo, sino por la naturaleza de nuestras tropas, cuya
disciplina jamás llegaba a satisfacer el caso de retirada en orden.
El general Urrea que tenía bravura, pero muy poca instrucción,
comprendía por un instinto militar superior, lo que significaba un bosque,
pues cuando se apresuró a impedir que Fannin penetrara a un bosque
inmediato, enviado al galope la caballería, dice:
... y dispuse que la caballería alcanzase a todo escape para cortarle la retirada al tiempo
mismo que trataba aquel de ocupar un bosque, del que hubiera sido difícil si nó
imposible desalojarlo (20).
Y si esto creía Urrea cuando Fannin tenía 280 hombres y él 1100, casi
cuatro veces el efectivo de su enemigo, qué debería haber pensado Santa
Anna teniendo 1100 y Houston 800, que podían haber sido reforzados
como en efecto lo fueron la tarde del 22 por 240 voluntarios procedentes
de las inmediaciones de Harrisbourg. Y si a esto se agrega que la mayor
parte de los soldados que había traído el general Cos eran reclutas, no
quedará duda del fracaso que debió experimentar el general Santa Anna
al atacar el bosque el 22.
NOTAS
(1) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.
(2) Coronel Pedro Delgado, Campaña de Texas, citado por Zamacois, Historia de México,
tomo XII, pág. 85.
(3) Manifiesto 10 de Mayo 1837
(4) Coronel Pedro Delgado, citado por Zamacois, Historia de MéxIco, tomo XII, pág. 81.
(5) Manifiesto.
(6) Coronel Pedro Delgado, en la misma obra, pág. 86.
(7) Manifiesto.
(8) Manifiesto.
(9) Manifiesto.
(10) Manifiesto.
(11) Martínez Caro, La primera campaña de Texas, nota segunda de la pág. 28.
(12) Manifiesto.
(13) Stuart Foote, tomo II, pág. 156.
(14) Manifiesto.
(15) Martínez Caro, Primera campaña de Texas, pág. 30.
(16) Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 89.
(17) Manifiesto.
(18) Martínez Caro, Obra citada, pág. 32.
(19) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 208.
(20) Urrea, Diario de sus operaciones, pág, 18. Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pag,
421.

Índice de Las grandes mentiras


Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XVI Capítulo XVIII Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras
Segunda parte - Segunda parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco
Capítulo XVII Capítulo XIX Virtual Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimoctavo
LA RESPONSABILIDAD DE LA
RETIRADA DESPUÉS DEL
DESASTRE
La batalla de San Jacinto cerró con un crespón de ignominia la campaña
de Texas en la que tantas esperanzas había colocado la nación. ¿Porqué
la destrucción de 1,150 hombres de un ejército que se había anunciado
vencedor en todas partes dió a un enemigo que se había presentado con
800 hombres despavoridos, el triunfo sobre los cuatro mil mexicanos que
aun quedaban?
Nuestra llamada historia ha respondido:
Habiendo exigido el jefe vencedor a Santa Anna que hiciera retirar a todas las tropas
mexicanas del territorio de Texas, envió éste una orden al general D. Vicente Filisola, que
era el segundo jefe del ejército y que tenía a sus órdenes más de 4,000 hombres para
que se retirara al otro lado del Río Colorado dejando así libre el territorio a los
usurpadores ... En ella (En la junta de generales) se resolvió el 25 de Abril la evacuación
del territorio pasando al otro lado del Río Colorado y esperar allí las órdenes del
Gobierno y refuerzos para emprender de nuevo la campaña (1).
En un libro de historia educativo se enseña principalmente a la niñez:
El general Santa Anna viéndose prisionero y con peligro de ser fusilado cometió la
cobarde debilidad de ordenar el día siguiente al general segundo en jefe Don Vicente
FIlisola que se hallaba cerca con 3,000 hombres que inmedIatamente retrocediera hasta
Béjar a esperar órdenes y el general Filisola por tal de salvar al prisionero y bajo la
influencia de que no era un soldado común sino el Presidente de la Republica, en lugar
de marchar inmediatamente para San Jacinto contramarchó obedeciendo aquella orden
sin atender a que un militar jamás debe obedecer las órdenes de un jefe que ha caído
prisionero (2).
La versión aceptada como histórica es:
1. Houston tenía 800 hombres después de San Jacinto menos las bajas
causadas por el combate.
2. El general Santa Anna para salvar su vida aceptó la condición de
Houston de dar orden para que Filisola pasara el Río Colorado con todas
las fuerzas mexicanas.
3. Filisola segundo en jefe a quien fue dada la orden de retirada, convocó
una junta de guerra y en vista de su opinión cumplió con la orden que
Santa Anna le daba de retirarse.
4. Filisola contaba entonces con poco más de 4.000 hombres y se hallaba
a 16 leguas de Houston.
5. En vez de obedecer la cobarde orden de retirada, Filisola que de ningún
modo tenía la obligación de obedecer a su jefe prisionero, debió haber
marchado inmediatamente sobre Houston con los 4.000 valientes
mexicanos y el triunfo hubiera sido infalible para México.
6. Obedeciendo la orden de retirada Filisola devolvió al enemigo, plazas,
fortalezas, territorio reconquistado, más el honor del ejército; muy
superior al de Houston. Conforme a las leyes militares, tanto Filisola
como los generales que votaron por obedecer a Santa Anna cometieron el
crimen de traición a la patria y debieron ser juzgados y pasados por las
armas.
7. La campaña de Texas se perdió pues, por la traición y cobardía de
Santa Anna, Filisola y demás jefes que votaron por obedecer la orden de
retirada.
8. Sólo el general Urrea que fue el único que se opuso a la evacuación y
que se empeñó por que se atacara al enemigo inmediatamente, cumplió
con su deber de soldado y de mexicano.
Tales son las afirmaciones que pasan por históricas y que no lo son.
Nuestros historiadores tienen el vicio de considerar inatacable toda
versión con tal que sea popular o que por lo menos se halle en boga, no
preocupándose por averiguar si es verdadera.
Procedo a destruir nuestras llamadas verdades históricas.
Houston, después de San Jacinto tenía 800 hombres, menos las bajas
causadas por la batalla.
El 7 de Abril, un anglo-americano dió la noticia al general Santa Anna, que
había dejado a Houston en el paso de Gross, distante quince leguas de
San Felipe, con ochocientos hombres. Esto lo decía el anglo-americano
en 7 de Abril. ¿Cuándo había visto el anglo-americano a Houston que
estaba a quince leguas de distancia? El 5 de Abril o antes, porque debe
haber tardado lo menos dos días en andar quince leguas. De modo que
Santa Anna, y al mismo tiempo Filisola, habían tenido noticia que
Houston el 5 de Abril tenía 800 hombres bajo sus órdenes.
Hasta el 21 de Abril, tuvo lugar la batalla de San Jacinto:
La noticia de la catástrofe que había tenido el general en jefe en San Jacinto llegó al
cuartel general de Holdford el 22 de Abril por medio de un soldado presidial que en
secreto entregó al general Filisola un papelito del señor coronel graduado Don Mariano
García, en que le participa, aunque sucintamente dicha desgracia (3).
¿Qué le tocaba hacer al general Filisola al recibir semejante noticia?
Nuestros historiadores responden, y con ellos toda la nación: Marchar
inmediatamente sobre el enemigo con los 4.000 hombres que Filisola
tenía a sus órdenes. Los histOriadores siempre de temperamento bélico
debían haber comenzado por averiguar si realmente tenía el general
Filisola en Holdford 4.000 hombres cuando recibió en ese punto la noticia
de la desgracia de San Jacinto enviada por el coronel García que no había
estado en la acción.
Son datos oficiales los siguientes (4):
DISTRIBUCIÓN DE LAS FUERZAS MEXICANAS EN EL TERRITORIO DE TEXAS EL 22 DE
ABRIL DE 1836.
En Holdford al mando de Filisola ... 1 408 hombres.
En Columbia y Brazoria al mando de Urrea ... 1 165 hombres.
En Béjar al mando del general ndrade ... 1 001 hombres.
En el Cópano ... 60 hombres.
En la Misión del Refugio ... 5 hombres.
En Goliad ... 174 hombres.
En Matagorda ... 189 hombres.
En Victoria ... 40 hombres.
ActivoS de Durango (No se conocía dónde estaban) ... 21 hombres.
Presidiales (No se sabía dónde estaban) ... 15 hombres.
Se me puede objetar que estos datos, aunque oficiales, pueden ser falsos
porque siendo dados por el general segundo en jefe, Filisola, éste tenía
sumo interés en mentir para defenderse de no haber marchado
inmediatamente sobre Houston con los famosos 4.000 hombres. A esta
objeción verdaderamente oportuna y juiciosa contestaría: El general
Urrea fue el único que se opuso a la retirada, el único que tomó empeño
en que se marchase sobre el enemigo, el que denunció a Filisola ante el
gobierno y la nación como pusilánime y responsable de la evacuación
indebida de Texas. Pues bien, Urrea ni en su Diario ni en parte alguna
impugna la distribución que tenía el ejército mexicano el 22 de Abril de
1836, por el contrario, se muestra de acuerdo con ella; luego deben
considerarse exactos los datos citados si el opositor y censor de la
conducta de Filisola que figura como actor en la humillante retirada los
considera irreprochables. Así pues, el general Filisola, cuando recibió la
primera noticia del desastre de San Jacinto el 22 de Abril de 1836, sólo
contaba con 1.408 hombres.
Filisola supo, el 7 de Abril de 1836, que el día 5 del mismo mes, Houston
tenía 800 hombres. ¿Es ésta una razón para que Houston el 22 de Abril, 17
días después, tuviese todavía 800 hombres?
Aun cuando no hubiera tenido lugar la batalla de San Jacinto y que por
muerte de tifo del general Santa Anna el general Filisola hubiera obtenido
el mando supremo, lo primero que debió hacer, era corregir la estúpida
disposición de Santa Anna de díseminar sus fuerzas y cuyo fruto ya se
había recogido en San Jacinto. El primer deber militar de Filisola era
concentrarse y fue lo que hizo.
El general Filisola antes de tomar otra medida, mando extraordinarios al general Urrea y
al coronel Salas, ordenándoles que se pusieran en marcha inmediatamente con todas
sus fuerzas para venir a reunírsele (5).
Houston recibió 240 hombres de refuerzo en la tarde del 22 procedentes
de las inmediaciones de Harrisbourg y ya cité la obra norteamericana de
donde tomé el dato, pero si no fuere bastante, voy a apoyarme en la
versión mexicana.
Días antes de que Houston se aproximase a Harrisbourg, y cuando los
soldados de Santa Anna pillaban las inmediaciones, apareció una partida
de rebeldes.
En esos momentos se oyó un vivo fuego que salía de un bosque inmediato al sitio en
que estaba campada la tropa mexicana. Eran los disparos hechos por una partida
norteamericana, que se había aproximado sin ser vista, a favor de los árboles, y que se
retiró antes de que los mexicanos se preparasen a perseguirla. De la descarga disparada
resultó gravemente herido el cuartelero de Matamoros (6).
Esta partida fue la que se unió a Houston la tarde del 22.
De estos datos irreprochables se infiere que Houston no tenía el 22 de
Abril 800 hombres, y que Filisola tampoco tenía 4.000. Caen pues dos
verdades de nuestra historia.
Pocos momentos después de despachadas las órdenes citadas (para la concentración)
llegó el coronel graduado Mariano García con las cargas y tropa que acompañaba al
general Cos y que habían dejado en el camino para no dilatar su marcha, y por dicho jefe
se impuso el general Filisola de los pormenores de la desgracia del Presidente, según
los cuales tuvo por casi seguro que había muerto o se hallaría prisionero en poder de los
enemigos, sobre cuyo número estaban discordes, tanto el citado coronel, como todos
los dispersos, habiendo algunos que aseguraron que era de 2.500 hombres (7).
El general Filisola dejó el campamento de Holdford por considerarlo en
muy malas condiciones para resistir un ataque del enemigo y citó como
lugar de concentración la habitación de Mme Powel. El 24 de Abril la
concentración de todas las fuerzas posibles de concentrar en poco
tiempo, se había verificado, y su número ascendió a 2,573 hombres, cifra
bien distante de 4,000. Para los que conocen la geografía de Texas, y en
vista de la distribución que tenían las fuerzas mexicanas, es una verdad
irreprochable que no era posible concentrar mayor número de soldados
en pocos días.
En la mañana del 24, el general Filisola lanzó una proclama belicosa.
llamaba a los vencedores de Santa Anna cobardes, y excitaba a sus
soldados a volar para vengar la afrenta causada a sus compañeros (8).
Nuestra literatura militar tiene su origen en la guerra llamada de
reconquista de España entre moros y godos, no hay que olvidar que cada
general, antes del combate, expedía una proclama, cuyo fondo era una
especie de desahogo muy semejante a los que descargan las malas
pasiones de los políticos que nutren la prensa famélica y soez. El
combate no tenía lugar hasta que la primera proclama, recargada de
injurias, era contestada con otra del mismo jaez por el general enemigo.
Con esta inyección de insultos virulentos, los soldados entraban en calor,
y los jefes, antes que instruírlos, debían ser virulíferos en su idioma para
que las proclamas tuviesen la temperatura requerida por la sangrienta
lucha.
Las sencillas nobles palabras del almirante Nelson pronunciadas
momentos antes de la batalla de Trafalgar: Inglaterra espera que cada
uno cumplirá con su deber, no tenía aceptación en nuestra literatura
sanguinaria; el enemigo sea que fuera nacional o extranjero, había de ser
forzosamente cobarde, vil, miserable, insignificante, despreciable, pero
sobre todo, cobarde. Tengo a mi vista proclamas mexicanas de 1863 en
que se ha llamado al ejército francés, el más cobarde del mundo.
El procedimiento de denunciar al ejército mexicano como cobardes a los
ejércitos extranjeros que luchan con él, con el objeto de animar a
nuestros soldados, es más bien profundamente ultrajante para ellos;
porque quiere decir que si se les dijera que el enemigo era valiente,
nuestros soldados se llenarían de miedo y no habría modo de hacerlos
combatir contra valientes. Además, si se le hace creer a nuestros
soldados que los que los derrotan, son los hombres más cobardes del
globo deben decir: ¿Si los cobardes nos pegan, qué nos sucederá el día
que luchemos contra los valientes? El libelismo góticoarabesco, se
encuentra en casi todas nuestras proclamas. NQ obstante haber lanzado
Filisola su proclama gótico-árabe la mañana del 24 de Abril, al día
siguiente fue el orador que en la junta de generales sostuvo la necesidad
inmediata de una retirada. El general Urrea se opuso con vehemencia y
tenacidad, pero triunfó la proposición del general Filisola. Para que se
aprecie este debate que en concepto del vulgo y de nuestra crema
intelectual decidió de la suerte de Texas, voy a presentarlo en unas
cuantas líneas.
El general Urrea sostenía que para que Houston hubiera podido vencer a
1,200 valientes, muy bien disciplinados, cubiertos de gloria, convictos y
confesos de ser invencibles y mandados por un general del valor y pericia
de Santa Anna; era imposible que hubiera vencido sin haber quedado
aniquilado, pues la resistencia de los mexicanos debió ser, como
siempre, heróica.
Llamo la atención de nuestros lectores sobre que la impericia de Santa
Anna sólo era conocida de una exquisita y prudente minoría y que para la
mayoría del ejército, Santa Anna era igual o mejor que Napoléon I, el
ejército mexicano, por supuesto superior al de Napoleón. El día de la
junta de guerra, 25 de Abril de 1836, no se conocían en el campo de
Filisola todas las torpezas de Santa Anna y sus jefes que eXCitaron al
enemigo a la terrible sorpresa que tan completo triunfo le dió. Tampoco
se sabía que había habido sorpresa.
Urrea concluía que los 800 hombres de Houston debían haber quedado
peor que derrotados después de su victoria, y que los 2,573 mexicanos
concentrados, eran suficientes para desmenuzar la hueste de Houston ya
agonizante por su propio triunfo. Las ideas del general Urrea han
triunfado en nuestra historia y el público mexicano en 1903 sigue
creyendo lo mismo que en 1836.
El general Filisola contestó con argumentos irresistibles excluídos de
nuestra historia probablemente porque eran sensatos.
Filisola decía: por lo mismo que Houston ha vencido a S E. que es sin
duda el primer general mexicano, y que no ha habido derrota sino total
exterminio de 1,100 valientes disciplinados y dispuestos a morir matando
con el orgullo e ímpetu de sus anteriores victorias, no es posible que 800
voluntarios indisciplinados, mandados por un aventurero politicastro,
hayan sido vencedores. Es preciso que Houston haya tenido por lo
menos 3,000 hombres. Ciertamente que Houston tenía 800 hombres,
continuaba Filisola, el 5 de Abril, pero esto no nos obliga a creer que no
ha podido tener mayor número de fuerzas 17 días después, tanto más,
cuanto que sabemos que en la costa había partidas numerosas de
voluntarios y que las fuerzas de los colonos estaban intactas, pues aun
no habían tomado parte en la lucha.
Filisola, después de haberlo dicho, en la junta de guerra del 25 de Abril,
decía al supremo gobierno:
Desde la habitación de Mme Powell a San Jacinto hay cerca de 50 leguas, se tiene que
pasar el río Brazos; mil hombres de guerra con todo lo necesario no hacen esta
operación ni en cuatro días, las cincuenta leguas exigen a lo menos seis días de marcha
que hacer, lo que hacen diez: hacía cinco que la acción del 21 había pasado. Quince días
pues, habrían tenido los enemigos para prepararse: si les convenía el combate lo
admitían, y si nó fusilaban nuestros prisioneros, se embarcaban en los steam boats y
otros barquichuelos, daban la vuelta por la laguna de Gálveston a subir el río Brazos,
tomaban nuestra retaguardia, atacaban la fuerza que naturalmente teníamos que dejar en
Holdford con los heridos, los enfermos, las cargas, parqUe, etc., y nos dejaban en un
saco a morir de hambre. Además; después del temporal del día 27, ¿hubiéramos podido
movernos ofensivamente ni en quince días? ¿Y qué comíamos? En todo el campo de
Holdford no se hallaba una galleta por ningún dinero para hacer un poco de cocimiento
blanco para los pobres que morían de disentería y todo cuanto existía desde allí a donde
estaban los enemigos, se hallaba quemado o destruído; una gran parte del armamento,
descompuesto lleno de orín y sin armero siquiera, y la pólvora de nuestras municiones
de cañón y fusil casi convertida en una masa ... pero aun cuando el enemigo no hubiese
hecho la operación indicada ¿quién le impedía meterse en Gálveston y traernos en
marchas y contramarchas que hubieran causado la destrucción de las fuerzas aun
cuando hubiésemos tenido víveres? (9).
Yo creo que Filisola obraba como un buen militar decidiendo la retirada
por las razones que expone y por otras más precisas que voy á exponer.
Efectivo del ejército mexicano en Texas el 23 de Febrero de 1836 ... 6,019 hombres.
Efectivo del mismo ejército en 24 de Abril de 1836, día de la junta convocada por
Filisola ... 4,078 hombres.
Es decir, nuestro ejército en 60 días de insignificantes triunfos y una
terrible catástrofe, había perdido la tercera parte de su efectivo y se
encontraba, como lo había dicho oficialmente el general Santa Anna al
general Ramírez y Sesma, sin víveres ni demás recursos en la
proveeduría general, y sin más esperanza para vivir que los del enemigo.
Veamos el enemigo.
Tenía en Febrero de 1836 ... 1,200 voluntarios.
Tenía en Abril 1836 ... 1,700 voluntarios.
El enemigo había tenido 750 bajas y los mexicanos 2,000, pero las bajas
del enemigo eran inmediatamente reemplazadas por continuas
expediciones de voluntarios que llegaban de Nueva Orleans, debido a la
gran imbecilidad de Santa Anna de no haber comenzado por hacerse
dueño del mar y de las islas. Y mientras nuestros efectivos estaban
reducidos a las dos terceras partes, el del enemigo sólo en voluntarios
había aumentado en 60 por ciento, sin contar las milicias de los colonos
que como dice Filisola, estaban intactas sin haber tomado la más ligera
parte en la guerra.
La cuestión de víveres era la más grave, pues aun con los tomados al
enemigo había generales que los declaraban propiedad personal y
traficaban con ellos vendiéndolos, para enriquecerse con la miseria de
sus subordinados, a un precio excesivo. El soldado daba su sangre para
la patria y para que miserablemente lo robara su indigno jefe.
Sobre esta rapacidad de prostitutas de nuestros principales jefes dice
Urrea:
Diré pues, para satisfacer al general que me provoca, que su señoría fue quien
principalmente suministró los colores para el horrible cuadro de miseria que el general
(Filisola retrata en su nota oficial de 14 de Mayo) cuando se queja de haber comprado la
carga de maíz a noventa pesos, la torta de pan a tres, una tortilla en dos reales, un
piloncillo cuatro pesos, y un cuartillo de aguardiente ocho pesos. El general Don Antonio
Gaona que es de quien hablo, hacía ese infame comercio con los víveres monopolizando
los que llegaban al ejército a su aproximación a Matamoros, para venderlos a su brigada
a más de un ciento por ciento (10).
El coronel Diego Martínez expone:
Nunca debí verme envuelto en el miserable atentado contra el señor Segura, quien
habiendo regalado en su calidad de mexicano patriota 300 cargas de maíz a nuestros
pobres soldados en los momentos en que no les podíamos dar ni totopo, según recibo
que presenté, del jefe de Goliad; recibió una paliza de orden de este jefe por haberse
quejado Segura, hombre recto y acomodado, al general Andrade, de que el jefe del
batallón a quien regaló el maíz había vendido las dichas trescientas cargas a Don Juan
Carbajal, comerciante de Béjar a razón de diez pesos carga, y cuando Segura me dijo
que se le había amenazado de fusilarlo acusándolo de connivencia con el enemigo si
volvía a chistar sobre el asunto del maíz, yo dí parte al general Andrade en cumplimiento
de mi deber, y ofreciendo garantías a Segura (11).
El general Ramírez y Sesma, dirigiéndose al coronel Amat le dice:
Es preciso que cuanto antes se informe Usted y de cuenta del resultado del considerable
depósito de víveres tomados en el rancho del colono Neil y que según mis órdenes
estaba destinado a racionar, duránte el mes, al batallón de zapadores. Se me ha
denunciado que esos víveres han sido vendidos por uno de los jefes a un comerciante
mexicano quien los está vendiendo a mi división a un precio elevadísimo (12).
... Y entonces volvieron los soldados que se habían dispersado por el pueblo, llenos de
despojos, vestidos ridículamente y los más embriagados por haberse encontrado el
aguardiente en mucha cantidad en las habitaciones de los colonos. El capitán Infanzón
hizo recoger el botín de la casa que ocupaba, diciendo que iba a repartirlo entre todas
las clases de la brigada, y poniendo luego una guardia de 20 hombres para que
custodiaran los efectos bajo su más estrecha responsabilidad. Pero este reparto, dice el
autor del diario que venimos extractando, no tuvo efecto, aunque todas las noches
pasaban en la casa, baúles y cajones cerrados que se recibían por el ayudante Don
Francisco García y se guardaban en la misma tienda del general Gaona. Pasados
algunos días éste dijo a los oficiales de su brigada, que pasasen al otro lado del río para
que tomaran lo que quisiesen del botín, y en efecto, habiéndolo hecho, se les presentó el
Sr, Infanzón, quien los condujo a su casa, de donde se habían quitado ya los guardias, y
les presentó los pocos efectos que habían quedado reducidos a libros en inglés, loza,
almidón, espejos, dos relojes de sala y unos cuantos baúles descerrajados. Los oficiales
dieron las gracias al Sr. Infanzón y se volvieron a su campo sin haber tomado
absolutamente nada del resto del botín (13).
Tel maitre, tel valet. La corrupción de los jefes debía probar la de su
general en jefe.
Al lado opuesto del río o baños, que forman la laguna de Harrisbourg en que estaba la
división mexicana había tres habitaciones bien provistas de ropa fina de uso, la mayor
parte de mujer, con preciosos muebles, un excelente piano, cajas de conservas,
chocolate, frutas y otras diversas cosas agradables. Este botín, segun asienta en su
relación el coronel Pedro Delgado, citado en mis dos notas anteriores, fue para el
general (Santa Anna) y los individuos de su estado mayor que con él iban (14).
Se comprende que cuando un general no pueda impedir el pillaje, o
cuando resuelva hacer la guerra conforme a las pragmáticas de Atila, vea
con indiferencia o entusiasmo el pillaje. Pero un Presidente de la
República, debía respetarse más a sí mismo y a la nación que lo
admiraba, y no tomar ni un alfiler de los constantes saqueos a que se
había sujetado a los colonos que no habían querido levantarse en armas.
Es repugnante ver a un presidente de la República pedir la parte del león
en un pillaje de ropa de uso y de muebles, y apoderarse de media docena
de camisas de mujer, de quince o veinte teclas de piano y hasta de los
utensilios de costura de una señora. Pero Santa Anna antes que
dedicarse al pillaje de los colonos lo había establecido para envilecer a su
patria y matar de hambre y de desnudez a sus propios soldados.
En la ciudad de San Luis Potosí fue donde comenzó la tragedia que deploramos y a cuya
primera escena se dió principio por los contratos celebrados con la casa de comercio de
Rubio y Errazu por la suma de 400,000 pesos, para las atenciones del ejército de
operaciones y para las que se hallaba autorizado S.E. por el supremo Gobierno.
Contratos que además de ser bastante onerosos a la nación, valieron a S.E. Libranzas de
consideración (15).
¿Es esta, calumnia de Martínez Caro? No es creíble, porque en nota de la
misma página dice:
Carta de S.E. el general Santa Anna, fechada en Orozimba (Texas) el 25 de Septiembre
del año próximo pasado, en que con objeto de calumniarme lo dice: que mi intención era
la de marchar a Veracruz a registrar su equipaje, en donde sabía tenía libranzas de
consideración que deseaba tomarme; calumnia tan atroz como imbécilmente concebida;
atroz, porque bien sabía S. E. que yo ignoraba la existencia de dichas libranzas, porque
no fuí agente en los contratos, sino los señores Castrillón y Batres e imbécilmente
concebida porque yo no creí a S. E. tan incapaz, que ignoraba la inutilidad de unos
documentos de interés pecuniario sin el correspondiente endoso.
... libranzas, continúa Martínez Caro, que se aumentarían con el remate de las Salinas,
celebrado a favor del señor Errazu a pesar de la mejora de'proposiciones hechas por el
anterior poseedor Don Antonio Esnaurrizar, pero que S.E. desatendió porque así le
convenía, contratos por los cuales se concedió a la misma casa de Rubio la facultad de
pagar derechos en la aduana de Matamoros, con libranzas por el valor de 40,000 pesos
que seguramente no le costarían la mitad, contratos por los cuales se concedió a la
repetida casa de comercio, la facultad de introducir víveres y provisiones por el mismo
puerto para el ejército de operaciones y sobre cuyas primeras introducciones (que
nunca llegaron al desgraciado ejército) reclamó aquel digno comisario, pues en lugar de
víveres se introdujeron víboras, es decir, contrabando a mansalva y contrató por fin que
se diesen a los agentes Castrillón y Batres $6,000 que depositó el primero en la tesorería
del ejército de operaciones con conocimiento de S. E. al moderado premio de 4 por
ciento al mes (16).
Los señores jefes de los cuerpos pueden manifestar qué provisiones se recibieron de
aquellas introducciones.
¿Era racional seguir una campaña, cuando los pocos víveres que podía
mandar el gobierno a Texas y los que se pudieran tomar al enemigo, eran
objeto preferente de la rapacidad e infame especulación de los principales
jefes del ejército de operaciones?
En Goliad se encontraron algunos víveres que habían conducido las goletas nacionales
Segundo Correo y Segundo Bravo; pero de éstos, por desgracia, mucha parte de la
galleta salió podrida, y las barricas que venían con peso de cuatro arrobas, no resultaron
ni de dos y media cada una.
Cuando el Supremo Gobierno manda al ejército auxilios no llega al soldado lo remitido
pues los contratistas son más enemigos de nuestro ejército que los voluntarios
rebeldes, pero como hay jefes que están en combinación con los contratistas para
recibir como buenos, los alimentos podridos con que están causando la disentería de las
tropas; nuestros pobres soldados sólo tienen la esperanza de morir envenenados por
jefes que debían esmerarse en cuidarlos (17).
Abril 29. Este día nuestras desgracias llegaron al colmo. Desde el día anterior se habían
atrasado los carros, y en ellos murieron algunos de nuestros enfermos, a quienes se
veía con el mayor desprecio. Causaba indignación ver insultar a éstos, en la desgracia,
por los generales; principalmente por Gaona, como si los hombres fueran de bronce
para no enfermarse con los trabajos y miserias (18).
En 1836, valía más ser perro callejero, porque era libre, y no soldado
mexicano, tratado por la nación como un esclavo, por el gobierno como
un combustible y por sus jefes, con raras excepciones, como una bestia,
para todo menos para alimentarla. En el alma de esas víctimas no podía
haber más que odio para todos, nacionales y extranjeros, y la indiferencia
del desesperado para lo que no puede mitigar o anestesiar su dolor.
El general Filisola, para decidirse a marchar contra un enemigo triunfante,
debía examinar la moral de sus tropas.
La alarma y desaliento fue general en todas las clases, pues era creíble que todos los
prisioneros, hubiesen sido fusilados en represalia de la conducta observada en Béjar y
Goliad con los suyos (19).
El general Urrea que sostenía la necesidad de marchar inmediatamente
sobre el enemigo, escribe sobre la moral de la tropa:
Verdad es que había hombres muy espantadizos, como sucede siempre en estos casos,
pero no era ciertamente el mayor número, y yo contaba con el buen espíritu de mi
división, porque era de la que podía responder (20).
De modo que el general Urrea sólo podía responder de su división, y
desgraciadamente salió mal el expresado general en su caución, porque
al mismo tiempo que aseguraba en la junta que respondía de su división,
el coronel Don Agustín Alcérreca sin órdenes, y desobedeciendo las que
se le habían dado evacuó el interesante puerto de Matagorda que Urrea
había confiado a su honor, porque creyó que el enemigo, en número de
600 hombres, venía sobre él; se le olvidó que precisamente para eso lo
habían colocado en Matagorda, para esperar al enemigo, nunca para
huirle.
Las mejores tropas, quitando las de Urrea, a las que pertenecía el coronel
Alcérreca sujeto a accesos de pánico, eran las que tenía el general Santa
Anna en San Jacinto, y éstas no se portaron, en concepto del Sr. general
Tornel, coma debieron, pues la sorpresa fue de día y el enemigo fue visto
a la distancia de 200 yardas; hubo cuatro minutos para tomar las armas
cargadas y presentar la punta de las bayonetas.
... se hubieran acostumbrado a los peligros y pudieran mantenerse de pie firme, como
desgraciadamente no lo hicieron nuestros soldados en San Jacinto, por la falta de estos
requisitos antecedentes (21).
La ignorancia pública admite entre sus numerosos errores, que todo
mexicano nace soldado de primer orden. Nadie nace soldado, éste se
forma difícilmente, muy difícilmente, Y para ello, hay necesidad de que el
medio social los pueda producir. En las naciones donde hay cuartelazos,
los soldados tienen que ser en lo general de último orden y en sus
mejores días medianos. Los soldados de primer orden son la expresión
de la disciplina de primer orden, suprema, absoluta, el régimen de
cuartelazos sólo mantiene en el ejército la disciplina de la corrupción,
muy distinta a la del honor.
Había otro inconveniente grave señalado por Filisola para marchar sobre
el enemigo despues de San Jacinto. Tenía en su campamento treinta y
dos carros y más de dos mil mulas de tiro y de carga. ¿Para qué tanta
bestia? Los europeos tenían razón de considerar ridícula la organización
de nuestro ejército; hemos visto que Santa Anna llamaba divisiones a los
700 hombres de Gaona y a los 1400 de Sesma y Ramirez, 100 hombres no
hacen en Europa ni un batallón, y no pueden ser mandados más que por
un comandante. Vemos que en San Jacinto, fuera del estado mayor de
Santa Anna, había para el mando de 1100 hombres, dos generales de
división, dos de brigada, cinco coroneles y los demás grados abundaban
también. Filisola asegura y prueba, que la tropa tenía el triple número de
oficiales y jefes ,que conforme a las leyes mexicanas necesitaba, y es
evidente que en relación con las leyes militares europeas había seis
veces más el número de jefes y oficiales.
Esta exuberancia de jefes y oficiales, además de sobrecargar inútilmente
el presupuesto del ejército, exigía un número considerable de bestias
para cargar con los equipajes de tanto privilegiado. Los treinta y dos
carros no hubieran podido pasar el río en chalanes, y no era posible
intentar llevarse todos los víveres, pues, caso de otro descalabro, el
ejército tenía que replegarse a algún punto donde encontrase algo que
comer. Por último, los enfermos cuyo número, y no lo desmiente Urrea,
era de 189, en el campamento de Filisola el día 24 de Abril de 1836, no
podían quedar abandonados, pues el enemigo los hubiera asesinado
como lo había mandado hacer Santa Anna con los suyos.
Al cuidado de los enfermos, víveres, equipajes, municiones de reserva,
bestias de carga, había que dejar por lo menos 500 hombres.
Descontando éstos del efectivo total, más los enfermos, quedaban en
realidad últiles 1800 hombres desmoralizados, para ir a buscar un
enemigo, que de los 1100 de Santa Anna había matado a 500 Y tomado
prisioneros a 600, que se creían pasados por las armas. ¿Era militar
emprenderla contra ese enemigo misterioso cuyo número era
desconocido, con una fuerza desmoralizada y pequeña de 1800 hombres?
Si el enemigo se consideraba superior, esperaría, y si no, huiría. ¿Se le
iba a perseguir sin víveres y sin medios de locomoción?
En Urrea no encuentro más que deseos, entusiasmos, vuelos, empujes de
hombre bravo; pero ni siquiera una razón para lanzarse sin previa
exploración sobre un enemigo cuyo numero era misterioso y cuya
potencia debía ser terrible para haber exterminado, no derrotado a 1100
invencibles según Santa Anna. He dicho que no eran entonces conocidas
ni la sorpresa ni las detestables condiciones del campo mexicano de San
Jacinto. A lo más, marchando sobre el enemigo, podía haber
probabilidades de triunfo; pero ¿por qué la seguridad? Aun conocida la
sorpresa de San Jacinto, un enemigo que sabe sorprender, es un
enemigo dotado de la primero cualidad militar ofensiva, y un enemigo que
aprovecha la sorpresa, al grado que de 1100 hombres sólo escapen
setenta era un enemigo terrible.
La cuestión de víveres era decisiva como en toda campaña y en toda
ocasión, aun cuando no se trate de campaña. ¿Cómo responde Urrea a la
falta de víveres? ¿Diciendo que se encuentra ganado en el campo? A eso,
Filisola responde, que ya ha comenzado la disentería, y lo prueba con los
documentos de hospital; agrega que la carne no es un alimento para
usarlo en calidad de único, y prueba con el oficio del general Andrade y
por testimonios irrevocables, que el enemigo incendia todas las
poblaciones, destruye todos los víveres que no puede llevarse y mata el
ganado que no puede arrear. Urrea habla entonces de los víveres traídos
al Cópano por las goletas nacionales, Segundo Correo y Segundo Bravo,
Filisola lo prueba con los documentos de navegación, que ambas traen
víveres para doce días y en su mayor parte podridos. Urrea señala los
víveres que ha traído la goleta Wachtman, Filisola prueba que son para
diez días.
Pero supongamos que los 1800 hombres disponibles en Holdford salen
como lo exigía Urrea a perseguir y castigar a Houston. Esta salida no
hubiera podido tener lugar antes del 25 de Abril, por haber terminado la
concentración de tropas la noche del 24 (Abril). A la primera jornada de
persecución se hubieran encontrado con un inconveniente, no previsto
por Filisola en la junta de guerra. El adelanto de los aguaceros. El 26 en la
noche, primer día de la retirada, las aguas pluviales comenzaron.
La noche fue de las más penosas, los soldados la pasaron en cuclillas y casi metidos en
el agua, que no cesó de caer hasta cerca del amanecer del día siguiente¡ que continuó la
marcha; poco antes se mandó al general Urrea que hiciera salir una partida de los
hombres mejor montados para recoger los dispersos de San Jacinto y para que
observase los movimientos del enemigo por la retaguardia del ejército. A las tres leguas
de camino que hicieron nuestros soldados con el agua a media pierna, se encontró con
otro de los arroyos que forman el de San Bernardo, siendo imposible su paso, porque
además de la mucha agua que llevaba, de su anchura y de lo fangoso de sus orillas y
lecho, había una multitud de encinos que lo impedían (22) ... El mismo día se continuó la
marcha para el paso del Atascosito, pues según los informes del general Woll que había
reconocido el arroyo de San Bernardo, era imposible pasarlo ni aun después de esperar
algunos días para que bajase, y se acampó en la noche a cinco leguas de distancia del
punto de partida y tres del lugar donde habían pasado la noche del 26, es decir, cinco
leguas caminadas en dos días.
¡Y así podía perseguirse a Houston que el día 24 llevaba cincuenta leguas
de delantera! ¡Ah historiadores ligeros! ¿Por qué suprimís de vuestras
apreciaciones militares la geografía, la meteorología y todos los datos
propios del problema que con tanto énfasis resolvéis?
A razón de cinco leguas de marcha cada día, y aun menos porque el
terreno es más pesado en tiempo de aguas entre los ríos Brazos y de San
Jacinto, se hubiera necesitado de veinte días para llegar a donde estaba
Houston el 24 de Abril; y de no encontrarlo como era seguro, ¿qué se
haría? ¿Seguir adelante? ¿Volver al punto de partida? Era comer veinte
días más, y por todo, cuarenta días de víveres y con todos los que se
pudieran obtener, no alcanzaban ni para 14 días a las orillas del Brazos.
No entiendo que haya quien crea, después de estudiar la retIrada de
Filisola del río Brazos, que era seguro, fácil, inevitable destruir a los
vencedores de San Jacinto, si sobre ellos se hubiera marchado.
¿Era racional seguir una campaña cuando los pocos víveres qUe podía
mandar el gobierno a Texas y los que se pudieran tomar al enemigo eran
objeto de la rapacidad e infame especulaclon de los principales jefes del
ejército de operaciones? Hay bandoleros que respetan a la patria en una
guerra extranjera y sobre todo a sus hombres; en nuestro ejército, la
rapiña contra el alimento, vestido y bienestar del soldado, había llegado a
una verdadera traición a la patria; pues en suma, una de las principales
objeciones contra la continuación de la campaña era que la mayoría de
los jefes en mando habían decidido enriquecerse a costa de la miseria y
sufrimiento del soldado imposibilitándolo para combatir. El soldado, en el
fondo, tenía que odiar a sus jefes que le imponían el papel de bestia para
todo menos para alimentarla.
La junta de generales decidió la retirada el 25 de Abril de 1836, y al día
siguiente comenzó ésta, con enormes dificultades.
Como a las dos de la tarde del día siguiente (21 de Abril) que aun permanecía el ejército
en esta posición, donde rindió su primera jornada, se presentó al general Filisola un
soldado con comunicaciones del general Santa Anna ... (23), que inserto a
continuación.
EJÉRCITO DE OPERACIONES
Exmo. Sr.:
Habiendo ayer tenido un encuentro desgraciado, la corta división que obraba bajo mis
órdenes, he resultado estar como prisionero de guerra entre los contrarios, habiéndome
guardado todas las consideraciones posibles; en tal concepto, prevengo a V .E., ordene
al general Gaona contramarcha para Béjar a esperar órdenes, lo mismo que verificará
V.E. con las tropas que tiene a las suyas; previniendo asímismo al general Urrea se retire
con su división a Guadalupe Victoria, pues se ha acordado con el general Houston un
armisticio, interín se arreglan. algunas negociaciones que hagan cesar la guerra para
siempre. Puede V. E. disponer para la mantención del ejército de $20.000 que están en
esa tesorería y que se sacaron de Béjar. Espero que sin falta alguna cumpla V. E. estas
disposiciones, avisando en contestación, de comenzar a ponerlas en práctica.
Dios y Libertad.
Campo de San Jacinto
Abril 22 de 1836
Antonio López de Santa Anna.
Exmo. Sr. General de división don Vicente Filisola.
A esta comunicación acompañaba una carta particular del General Santa
Anna, pidiendo a Filisola su equipaje y el de otros jefes, terminando con
estas significativas palabras:
Recomiendo a V. que ~uanto antes se cumpla con mi orden de oficio, sobre retirada de
las tropas, pues así conviene a la eguridad de los prisioneros y en particular a la de su
afmo. amigo y compañero, Q.B.S.M. Antonio López de Santa Anna (24).
El oficio y carta de Santa Anna que informaban de su paradero, fueron
recibidos el 27 de Abril, y la retirada había sido decidida el 25 y
comenzada la madrugada del 26; luego no fue la cobarde orden del
general Santa Anna, lo que determinó la retirada de Filisola.
Queda probado.
1° No hay prueba ni razonamiento serio militar para admitir que si Filisola,
con los elementos que realmente tenía a sus órdenes, hubiese marchado
contra Houston lo habría derrotado con toda seguridad. Al contrario, los
datos indican que el ejército tenía casi todas las probabilidades de morir
de hambre y de toda clase de miserias durante la expedición.
2° No es cierto que la retirada de Filisola hubiese tenido lugar en virtud de
la orden del general Santa Anna, enloquecido por su propia cobardía.
El general Filisola, con el objeto de salvar la vida del general Santa Anna,
de seiscientos de sus compañeros, engañó a Santa Anna contestándole
que debido a sus órdenes, y para salvarle la vida lo mismo que la de los
demás prisioneros, ejecutaba ya la retirada que le ordenaba. En suma,
Filisola es culpable de haber escrito a Santa Anna una gran mentira
inofensiva para el ejército, con el objeto de evitar la hecatombe de más de
600 mexicanos. ¿Quién perdía con esa mentira? Solo Filisola ante
Houston; pero una vez que Houston supiese que el ejército mexicano no
se hallaba en condiciones de combatir por un mes más, Filisola
restablecería su crédito perdido ante el jefe rebelde. ¿La mentira de
Filisola, es delito conforme a Ordenanza? He buscado, y no he
encontrado el precepto que así lo declare.
Oportunamente Filisola dió cuénta a su gobierno con determinación de
efectuar su retirada del río Brazos al Colorado, y el general Tornel,
ministro de la guerra, le contesto:
Con la comunicación de V.E. del 28 del pasado, se ha enterado el Exmo. Sr. presidente
interino de las órdenes qUe comunicó a V.E. el Exmo. Sr. presidente general en jefe,
después de haber sido hecho prisionero, y de la carta que también le escribía (25).
Aprueba S.E. la conducta observada por V.E. es decir, la retirada. Esta
comunicación tiene fecha 15 de Mayo de 1836, y por ella se ve que el
gobierno ya tenía noticia de la cobardía de Santa Anna, que daba la orden
de retirada del ejército, sólo por salvar su vida. Este rasgo cobarde y
criminal ante la Ordenanza, de Santa Anna, lo ponía bajo una sentencia de
degradación militar y muerte, abrumándolo el desprecio de toda la
humanidad. Pues bien, el gobierno mexicano, tal vez para moralizar a
nuestro ejército y enseñarle el código del honor, discurrió decretar a
Santa Anna honores de héroe, precisamente cuando se mostraba traidor,
cobarde y despreciable como el más inmundo de los hombres.
Este decreto inconcebible en un gobierno con dignidad, tiene fecha 20 de
Mayo de 1836, y dice:
Art. 1° En la orden diaria del ejército, de las plazas y de todos los cuerpos, se asentará el
período siguiente: En 21 de Abril de 1836 fue hecho prisionero el presidente de la
República, general Don Antonio López de Santa Anna, peleando por salvar la integridad
del territorio nacional.
2° Mientras dure en prisión S.E. el presidente de la Republica, se pondrá a las banderas y
a los guiones de los cuerpos del ejército, un lazo negro.
3° El pabellón nacional se pondrá en las fortalezas, plazas de armas y buques nacionales
a media asta, entre tantO no obtenga su libertad el presidente de la República.
Este decreto fue publicado en bando con toda solemnidad. Santa Anna
había conseguido petrificar el servilismo hasta que tomase una
resistencia y potencia capaz de honrar la cobardía y la traición como
dignos modelos para el ejército y como asuntos de culto para la nación.
No es cierto, como corre en nuestra impura historia, que de Houston haya
partido, ofrecer respetar la vida de Santa Anna y de todos los demás
prisioneros en cambio de la orden de retirada dada por Santa Anna a
Fllisola.
Inmediatamente que Santa Anna fue presentado a Houston, quien que se
hallaba con el coronel Rusk, el jefe de nuestro ejército propuso al general
rebelde los medios de obtener su libertad.
He immediately proposed to enter into negotiations for his iberations (26).
Houston habituado a la sumisión del poder militar al civil, que representa
el poder social, contestó a Santa Anna que él era súbdito e incompetente
para tomar en consideración sus proposiciones, tanto más, cuanto que
existía un gobierno en Texas a quien correspondía decidir sobre estos
asuntos:
But general Houston answered him that it was a subject of which he could not take
cognizance, in as much as Texas had a government, to which such matters appropriately
belonged (27).
Santa Anna replicó que le disgustaba tener que tratar con civiles, a
quienes aborrecía, y que deseaba mejor tratar con el general del ejército.
Santa Anna, observed that he disliked to have any thing to do with civilians, that he
abhorred them, and could much rather treat with the general of the army (28).
Aborrecer a los civiles es aborrecer al pueblo, que está compuesto casi
en su totalidad de civiles, equivale a decir, detesto a la sociedad, y estas
palabras de un miserable como Santa Anna, eran el premio que recibía la
nación por haberlo declarado su ídolo. Napoléon I, de quien Santa Anna
no podía ser siquiera la más bufa de sus caricaturas, murió diciendo en
su testamento:
Deseo que mis cenizas reposen a las orillas del Sena, en el seno de ese pueblo francés a
quien tanto he amado.
El aborrecimiento de la sociedad es síntoma neroniano, y cuando se
carece del poder de un César, señor del mundo, se pasa al ridículo
condotiero de última clase.
Decirle a un norteamericano: aborrezco a los civiles, eqUivale a ingerirle
un gramo de emético. Santa Anna concluyó diciendo a Houston:
You can be afford to be generous, you are born to no common destiny you have
conquested the Napoleón of the West (Ud. no ha nacIdo para un destino vulgar, ha
vencido Ud. al Napoleón del Oeste, no puede Ud. menos que ser generoso) (29).
La versión norteamericana no puede ser falsa. Desde que Santa Arina
cayó prisionero, debió haber comprendido que tenía que pagar con su
vida todas las que justa o infamemente había mandado quitar en el Álamo
y Goliad. Al ver la áctitud claramente amenazadora de los voluntarios que
luchaban como fieras por destrozarlo, debió sentir que no le quedaban
más que minutos de vida. Su cobardía no podía menos que aconsejarle
aprovecharse de la ambición de Houston para ofrecerla a la nación
mexicana de rodillas entregándole Texas. Es imposible admitir que Santa
Anna hubiera tenido la calma de esperar que a Houston se le ocurriese
proponer el cambio de la vida de S.E. por la cesión de Texas, o de morir
linchado si a Houston nada se le ocurría sobre el particular.
Después de haber aprobado el gobierno mexicano la retirada de Filisola,
cambió de conciencia a causa de una protesta que contra el general
Filisola publicó y envió al gobierno el general urrea, contra la necesaria
retirada que urrea calificaba de operación cobarde, innecesaria,
vergonzosa y antipatriótica, pues entregaba un país ya reconquistado a
un enemigo sin fuerzas e impotente para luchar con soldados que habían
adquirido una serie de espléndidas victorias dejando despavondo al
enemigo. Naturalmente la opinión pública, guiada por su patriotismo,
centuplicado por su vanidad, aceptó las fanfarronadas de urrea como
había acogido las de Santa Anna: aclamó a urrea como a un Escipión, y
obligó al gobierno a declararse por urrea, bajo pena de pronunciamiento.
El general Tornel, con gran habilidad, quitó el mando al general Filisola y
lo puso en manos de Urrea, dándole facultades para que continuase la
fácil campaña y exterminase al enemigo despavorido. Filisola recibió el
oficio que lo destitUía del mando del ejército en el territorio de Texas, y lo
entregó a Urrea. Desgraciadamente sabemos que Urrea no reconquistó
Texas, ni destruyó al enemigo despavorido, ni continuó la campaña, sino
que hizo lo mismo que Filisola: retirarse.
¿Y por qué se retiró? Por el hambre, la desnudez, el desaliento de las
tropas, sobre todo de los jefes, que llegaron a manifestar a Urrea, lo que
era cierto que si repetía sus órdenes para volver sobre el enemigo; la
sublevación de soldados y oficiales que no querían morir de hambre,
enterrados vivos dentro de los pantanos y lodazales, sin amparo de
ninguna clase, sería la respuesta.
El gobierno aprobó la retirada de Filisola y ofreció a la nación que se
abriría con todos los recursos necesarios una nueva campaña; promesa
que no fue cumplida. Así terminó la campaña del general Santa Anna en
Texas.

NOTAS
(1) Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 92.
(2) Perez Verdía, Compendio de la Historia de México.
(3) Filisola, Guerra de Texas, tomo II.
(4) Obra citada, tomo II, pág. 474.
(5) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 473.
(6) Coronel Pedro Delgado, citado por Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 79.
(7) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 473.
(8) Urrea, Diario de operaciones. Documento oficial, núm. 21.
(9) Filisola, Defensa, pág. 16.
(10) General Urrea, Diario de operaciones, pág. 20.
(11) Coronel Martínez, Representación al Supremo Gobierno, Biblioteca Nacional tomo
VIII. Documentos para la historia de México.
(12) Oficio de 4 de Abril de 1836. Citado por Andrade, Dos palabras sobre la guerra de
Texas, pág. 14.
(13) Filisola, Guerra de Texas, pág. 443.
(14) Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 79.
(15) Martínez Caro, La primera campaña de Texas, nota 1 de la pág. 4.
(16) Filisola al Supremo Gobierno, Mayo 15 de 1836. Diario de Urrea, Documentos.
(17) General Andrade a Urrea, Mayo 20 de 1836, Biblioteca Nacional. Ultimos
documentos para la Historia de Texas.
(18) General Urrea, Diario, pág. 33.
(19) Filisola al Supremo Gobierno, Mayo 14 de 1836. Urrea. Documentos.
(20) General Urrea, Diario, pág. 31.
(21) La verdad desnuda sobre la guerra de Texas, pág. 53.
(22) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 486.
(23) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 481.
(24) La misma obra, tomo II, pág. 482.
(25) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 501.
(26, 27 y 28) Joakum, History of Texas, tomo II, pág. 148.
(29) Joakum, History of Texas, tomo II, pág. 148.

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LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo décimonoveno
EL ÚLTIMO GRADO DE LA BAJEZA
Y LA TRAICIÓN
El general Santa Anna, con su aplomo habitual aseguró en su Manifiesto
de 10 de Mayo de 1837, que había sido trátado con las consideraciones
debidas a su rango; cuando la nación ya sabía la verdad. Santa Anna fue
tratado con odio por los voluntarios empeñados en hacerlo pedazos y con
desprecio inconmesurable por las personas que juzgaban conveniente
emplear su cobardía en beneficio de su causa. El Secretario particular de
Santa Anna que lo acompañaba en calidad de prisionero, dice respecto al
tratamiento que recibía de sus vencedores.
Jamás corrimos peligro más inmediato y jamás experimentamos tanta vejación e insulto.
Yo no pude ser superior al bochornoso estado en que nos veíamos y poseído del triste
cuadro y espectáculo que presentábamos, conociendo que mi espíritu se contristaba y
oprimía más y más, hice un esfuerzo para levantarme y a pocos pasos caí sin
conocimiento al lado del coronel Núñez, quien me favoreció secundado por S.E. el
coronel Almonte (1).
Para aliviar su terror Santa Anna discurrió entonces cometer una bajeza
inaudita. Redactó una proclama cariñosísima para los voluntarios y
solicitó y obtuvo que fuera publicada y repartida inmediatamente. La
proclama es ésta y dice:
Mis amigos:
Me consta que sois valientes en la campaña, contad siempre con mi amistad y nunca
sentiréis las consideraciones que me habéis dispensado. Al regresar al suelo de mi
nacimiento, por vuestra bondad admitid esta sincera despedida de vuestro
recomendado.
Junio 10 de 1836.
Antonio López de Santa Anna
En este libro se ha visto quién fue el general Jackson, Presidente de los
Estados Unidos, para México; el más encarnizado, cínico, audaz e
inquebrantable de sus enemigos, y bien, fue al Presidente Jackson a
quien dirigió el general Santa Anna, Presidente de la República la
siguiente carta:
Al Presidente de los Estados Unidos
Sr. general Andrés Jackson
Columbia (Texas)
Julio 4 de 1836.
Muy Señor mío y de mi aprecio,
Cumpliendo con los deberes que la patria y el honor imponen al hombre público, vine a
este país a la cabeza de seis mil mexicanos. Los azares de la guerra que las
circunstancias hicieron inevitable, me redujeron a la situación de prisionero, en que me
conservo según estará Ud. impuesto. La buena disposición del Sr. Samuel Houston,
general en jefe del ejército texano, para la terminación de la guerra; la de su sucesor el
Sr. Don Tomas Rusk; la decisión del gabinete y Presidente de Texas por una transacción
entre las dos partes contendientes y mi convencimiento, produjeron los convenios de
que adjunto a Ud. copias, y las órdenes que dicté a mi segundo el general Filisola, para
que con el resto de ejército mexicano se retirara desde este río de los Brazos en que se
hallaba, hasta el otro del río Bravo del Norte. No cabiendo duda que el general Filisola
cumpliría religiosamente cuanto le correspondía, el presidente y gabinete dispusieron mi
marcha a México para poder llenar así los demás compromisos, y al efecto fuí
embarcado en la goleta Invencible que debía conducirme al Puerto de Veracruz; pero
desgraciadamente algunos indiscretos produjeron un alboroto que precisó a la autoridad
a desembarcarme violentamente y a reducirme otra vez a estrecha prisión. Semejante
incidente obstruyó mi llegada a México desde principios del mes pasado, y él ha
causado que mi gobierno, ignorando sin duda lo ocurrido, haya separado del ejercito al
general Filisola, ordenando al general Urrea a quien se ha concedido el mando, la
continuación de sus operaciones, en cuya consecuencia, se encuentra ya este general
en el río de las Nueces según las últimas noticias. En vano algunos hombres previsores
y bien intencionados se han esforzado en hacer ver la necesidad de moderar las
pasiones y de mi marcha a México, como estaba acordado; la exaltación se ha
vigorizado con la vuelta del ejército mexicano a Texas y he aquí la situación que guardan
las cosas. La continuación de la guerra y sus desastres serán en consecuencia
inevitables si una mano poderosa no hace escuchar la voz de la razón. Me parece pues,
que Ud. es quien puede hacer tanto bien a la humanidad, interponiendo sus altos
respetos para que se lleven a cabo los citados convenios, que por mi parte serán
exactamente cumplidos. Cuando me presenté a tratar con este gobierno, estaba
convencido ser innecesaria la continuación de la guerra por parte de México. He
adquirido exactas noticias de este país, que ignoraba hace cuatro meses. Bastante
celoso soy de los intereses de mi patria para no desearla lo que mejor le convenga.
Dispuesto siempre a sacrificarme por su gloria y bienestar, no hubiera vacilado en
preferir los tormentos y la muerte antes de consentir en transacción alguna si con
aquella conducta resultase a México ventaja. El convencimiento pleno de que la presente
cuestión es más conveniente terminarla por medio de negociaciones políticas es en fín,
lo que únicamente me ha decidido a convenir sinceramente en lo estipulado. De la
misma manera hago a Ud. esta franca declaración. Sirvase Ud. pues favorecerme con
igual confianza, proporcionándome la satisfacción de cortar males y de contribuir a los
bienes que me dicta mi corazón. Entablemos nuestras relaciones para que esa nación y
la mexicana estrechen la buena amistad y puedan entrambas ocuparse amigablemente
en dar sér y estabilidad a un pueblo que desea figurar en el mundo político y que con la
protección de las dos naciones alcanzará su objeto en pocos años. Los mexicanos son
magnánimos cuando se les considera; yo les patentizaré con pureza las razones de
conveniencia y humanidad que exigen un paso noble y franco y no dudo lo harán, tan
pronto como obre el convencimiento. Por lo expuesto se penetrará Ud. de los
sentimientos que me animan con los mismos que tengo el honor de ser su más adicto y
obediente servidor.
Antonio López de Santa Anna.
Cuando el gobierno texano decidió poco después del triunfo de San
Jacinto pedir su anexión al Presidente Jackson como estaba convenido
con éste, el general Santa Anna que en 1847 nos hacía creer que peleaba
contra los Estados Unidos porque éstos se habían anexado Texas;
escribió a Houston el 5 de Noviembre de 1836 la siguiente carta no menos
impúdica ni ofensiva a la nación mexicana que la proclama cobarde a los
texanos, y la humillante carta al presidente Jackson.
EL GENERAL SANTA ANNA, AL GENERAL SAMUEL HOSTON
Orozimba, Noviembre 5 de 1836.
A Su Excelencia el General Samuel Houston.
Mi estimado Señor:
Por conducto de comisionados, y por mi conversación con Ud., del día 2 del actual, ya le
he manifestado la importancia de mi visita a la ciudad de Wáshington, a fín de adoptar la
manera más eficaz para terminar la cuestión texana; y como el tiempo va pasando, sin
que se tome resolución definitiva alguna, siendo como es precioso, yo desearía que Ud.
expeditara la determinación final de esta cuestión, empleando, si Ud. lo juzgara así
conveniente, los siguientes argumentos:
Cuando fue celebrado el tratado del 14 de Mayo, se basó en el principio de que Texas
formara una nación independiente, y de que adquiera una existencia legal por medio de
su reconocimiento por parte de México. Pero, como quiera que aquella base ha sido
cambiada por la reciente declaración del pueblo texano a favor de su anexación a los
Estados Unidos del Norte, paréceme que, a consecuencia de tal declaraCión, la cuestión
se ha simplificado mucho; porque, en lo de adelante, al gabinete de Wáshington tocará el
arreglo de asunto, y no creo que vacile México en entrar con él en explicaciones, así
como en celebrar un tratado definitivo, si así se deseare.
La manera de alcanzar ese importante resultado, sin pérdida de tiempo, es lo que me
prometo lograr conferenciando con los miembros del Gabinete, en Wáshington, de
manera tal que se concilien todos los intereses. Convencido, como lo estoy, de que
Texas nunca volverá a unirse a México, deseo por mi parte, sacar el mejor partido de las
ventajas que pueda yo ofrecer, y evitar los sacrificios que sobrevendrían de un
imprudente intento por reconquistar este territorio, que, hasta el presente, ha resultado
ser, para México, más perjudicial que benéfico. Consiguientemente, reduciendo esta
cuestión texana a este único punto: el arreglo de los límites entre los Estados Unidos y
México, que, como Ud. sabe, ha estado pendiente desde hace ya muchos años, esos
límites bien pudieran ser fijados en el Río Nueces, el Río Grande del Norte, o en
cualquiera otra línea, como llegue a ser decidido en Wáshington. De esa manera, se
evitarán desagradables discusiones que pudieran retardar la terminación definitiva de
esta cuestión, siendo causa de diferencias entre dos naciones amigas.
Esta es, en substancia, la manera sencilla, segura, y expeditiva, de terminar este
importante asunto; y, como quiera que todos estamos en ella interesados, hácese
necesario que Ud. me facilite mi viaje a Wáshington, lo más pronto posible.
Respecto a la estipulación, del tratado secreto, sobre que mi viaje deberá ser
directamente a Veracruz, a nadie sorprenderá cuando sean conocidas las razones para
ello de que vaya yo, primeramente, a Wáshington; y, en el caso de que sea decidido que
vaya yo a ésta última ciudad, desearía que me acompañaran los Señores Hockley,
Patton, y Bee. Si esto fuere de la aprobación de Ud. será bueno nombre Ud. a dichos
Señores para esa comisión.
Terminaré la presente diciéndole lo que le tengo dicho, tanto de palabra como por
escrito: que mi nombre, conocido ya en el mundo entero, no sea empañado por acción
alguna indigna. La gratitud es el rasgo característico de mi manera de sér; así, pues, de
nada tendrá Ud. que arrepentirse por su parte. A Ud. debo mi existencia, así como
muchos favores, que agradezco profundamente; haré todo esfuerzo por corresponder a
ellos, como lo merece Ud.
Tengo la honra de subscribirme, de Ud. obediente servidor,
Antonio López de Santa Anna.
P.S. Si no necesita Ud. la carta para el general Jackson, mucho le agradeceré me la
devuelva con el Mayor Patton.
Antonio López de Santa Anna (2).
El general Santa Anna había ajustado con Houston el convenio que a
continuación se expresa:
CONVENIO PÚBLICO
Artículos de un convenio celebrado entre S.E. el general en jefe del ejército de
operaciones, benémerito de la República mexicana Don Antonio López de Santa Anna,
por una parte y S.E. el presidente de la República de Texas D. David G. Burnet por la
otra.
1° El general Antonio López de Santa Anna se conviene en no tomar las armas, ni influir
en que se tomen contra el pueblo de Texas durante la actual contienda de la
independencia.
2° Cesarán inmediatamente las hostilidades por mar y tierra entre las tropas mexicanas y
texanas.
3° Las tropas mexicanas evacuarán el territorio de Texas, pasando al otro lado del río
Grande del Norte.
4° El ejército mexicano en su retirada no usará de la propiedad de ninguna persona sin
su consentimiento y justa indemnización, tomando únicamente los artículos precisos
para su subsistencia, no hallándose presentes los dueños, y remitiendo al general del
ejército texano, o a los comisionados para el arreglo de tales negocios, la noticia del
valor de la propiedad consumida, el lugar donde se tomó, y dueño si se supiere.
5° Que toda propiedad particular, incluyendo caballos gros esclavos, o gente contratada,
de cualesquiera denominación, que haya sido aprehendida por una parte del ejército
mexicano o que se hubiera refugiado en dicho ejército desde el principio de la última
invasión, será devuelta al comandante de las fuerzas texanas, o a las personas que
fueren nombradas por el gobierno de Texas para recibirlas.
6° Las tropas de ambos ejércitos beligerantes no se pondrán en contacto, y a éste fín el
general texano cuidará qUe entre los dos campos medie una distancia de cinco leguas
por lo menos.
7° El ejército mexicano no tendrá más demora en su marcha, que la precisa para levantar
sus hospitales, trenes, etc., y pasar los ríos, considerándose como una infracción de
este convenio la demora que sin justo motivo se notare.
8° Se remitirá por expreso violento este convenio al general de división Don Vicente
Filisola y al general T. J. Rusk, comandante del ejército de Texas, para que ambos
queden obligados a cuanto les pertenece, y que poniéndose de acuerdo convengan en la
pronta y debida ejecución de lo estipulado.
9° Que todos los prisioneros texanos que hoy se hallan en poder del ejército mexicano o
en el de alguna de las autoridades del gobierno de México, sean puestos inmediatamente
en libertad y se les dén pasaportes para regresar a sus casas; debiéndose poner también
en libertad por parte del gobierno de Texas un número correspondiente de prisioneros
mexicanos del mismo rango y graduación, y tratando el resto de dichos prisioneros con
la debida humanidad, haciéndose cargo al gobierno de México por los gastos que
hiciesen en obsequio de aquéllos, cuando se les proporcione alguna comodidad
extraordinaria.
10° El general Antonio López de Santa Anna será enviado a Veracruz tan luego como sea
conveniente.
Y para constancia y efectos consiguientes lo firmaron por duplicado las partes
contratantes en el puerto de Velasco, a 14 de Mayo de 1836.
Antonio López de Santa Anna.
David Burnet.
James Collimworth, secretario de Estado.
Bayley Hardeman, secretario de Hacienda.
P .H. Grayson, procurador general.
En cualquiera nación puede haber y ha habido militares como el general
Santa Anna que hayan dado pruebas como él de maldad y cobardía, pero
en ninguna nación se ha visto que el ejército y un partido político aclamen
como jefe, al militar que ha tenido conducta como la del general Santa
Anna.

NOTAS
(1) Martínez Caro, Primera campaña de Texas, pág. 57.
(2) History of Texas, Redfield, 1856, 2° volumen, págs. 530 y 531.

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LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
SEGUNDA PARTE
Capítulo vigésimo
CONCLUSIONES
No es cierto que la riqueza de Texas fuera conocida en los Estados
Unidos ni en México antes de 1819.
No es cierto que los Estados Unidos hubiesen ambicionado la posesión
de Texas antes de 1820.
No es cierto que la ambición que manifestaron los Estados Unidos para
poseer Texas hubiese sido determinada por las concesiones otorgadas a
Moisés Austin.
No es cierto que el Gobierno mexicano haya colmado de bondades,
riquezas, franquicias, libertades y garantías a los colonos. Desde 1830 el
Gobierno mexicano y el Estado de Coahuila fueron una verdadera y gran
calamidad para los colonos y para la civilización del país.
No es cierto que los colonos hayan sido ingratos, ni infames, ni
revoltosos, ni que se hayan insurreccionado contra la República
Mexicana para hacer independiente a Texas.
No es cierto que la campaña de Texas haya sido brillante y favorable para
las armas mexicanas. La campaña de Texas, debiéndose contar desde la
insurrección de los colonos contra el centralismo o sea contra el
militarismo hasta la retirada del ejército mexicano al mando de Filisola,
consta de diez escaramuzas. Cinco de ellas, que fueron las de Anáhuac,
González, Goliad, Concepción y Río de las Nueces, en que tuvieron la
ventaja los rebeldes, y cinco en que la ventaja fue para los mexicanos y
fueron en Lipantitlán, San Patricio, Cuates de Agua dulce, Refugio y el
Perdido.
Hubo dos asaltos, uno sobre Béjar y otro sobre el Alamo habiendo
vencido en los dos casos los asaltantes. En el asedio y asalto de Béjar
vencieron los colonos, cuando estaban insUrreccionados por el
federalismo; en el asedio y toma del Alamo vencieron las fuerzas
mexicanas.
No hubo en toda la campaña más que una sola batalla que fue la de San
Jacinto y ésta, como nadie ignora, fue un gran desastre para los
mexicanos.
Como ni la historia militar ni la general toman en cuenta escaramuzas,
resulta que toda la campaña de Texas se redujo a la toma de Béjar por los
colonos, a la toma del Alamo por los mexicanos y a la batalla de San
Jacinto perdida por éstos.
Los mexicanos perdieron vergonzosamente en Anáhuac, muy
vergonzosamente en San Antonio Béjar y en San Jacinto. Los rebeldes en
ninguna escaramuza o acción de guerra perdieron vergonzosamente.
Es tal el descuido que en nuestro país hay por la historia, que una
persona de la categoría del Sr. Guillermo Prieto, notable hombre público,
con gran reputación de ilustrado, y autor de las Lecciones de Historia
Patria nada menos que para los alumnos del Colegio Militar de la ciudad
de México, lanza al mundo un chubasco de batallas habidas en Texas,
pues en la página 703 de su obra Lecciones de Historia Patria escritas
para los alumnos del Colegio Militar y en el índice, nos anuncia: Batallas
del Álamo, Harrisbourg, Goliad, el Refugio, etc., etc. Ni en el Álamo, ni en
Harrisbourg, ni en Goliad, ni en el Refugio, ni en etc., etc., hubo batallas
pues como lo he afirmado, no hubo más que una: la de San Jacinto; pero
en Harrisbourg no hubo nunca ni batalla ni escaramuza y en Goliad
tampoco hubo ni batalla ni escaramuza en la época señalada por el señor
Guillermo Prieto.
Si una persona de la importancia del Sr. Guillermo Prieto lanza tan
numerosas y estupendas falsedades sobre la guerra de Texas, para
volarles los cascos a los alumnos del Colegio Militar ¿qué se puede
esperar de las personas que no ocupan el rango político e intelectual del
Sr. Prieto en nuestra sociedad? Si el Sr. Prieto cree en esas imaginarias
batallas ¿qué puede creer el vulgo de levita? ¿qué el populacho? y sobre
todo ¿qué tendrán que creer las generaciones futuras si se sirven a la
niñez y a la juventud tan ponzoñosos manjares como alimento
hermosamente nutritivo de su espíritu?
No es cierto que el general Santa Anna antes de San Jacino hubiera
tenido casi concluída la campaña de Texas.
No es cierto que el general Santa Anna haya perseguido a Houston hasta
obligarlo a dar batalla.
No es cierto que el general Filisola, al retirarse del punto donde se hallaba
cuando tuvo lugar la batalla de San Jacinto, para dejar libre el territorio
texano al enemigo, obedeciese a las órdenes del general Santa Anna, en
consecuencia, no es cierto que el general Filisola haya sido cobarde y
traidor a la patria.
Es cierto que la pérdida de Texas se la debemos al militarismo impuesto a
los colonos por Don Lucas Alamán desde 1830 y representado por los
vicios, ambición, corrupción y degradación de su ídolo, el general Santa
Anna.

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Capítulo XX Capítulo II Virtual Antorcha
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LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo primero
LOS SESENTA MIL PESOS DE
PASTELES
Siguiendo la regla irreprochable de buscar la última palabra de la historia
de una nación en sus libros populares educativos, me he fijado en el libro
del Señor Pérez Verdía, Compendio de la Historia de México el mejor
aceptado y el que contiene menos errores y manifestaciones de un
espíritu perturbado por el patriotismo vulgar.
El Señor Pérez Verdía ha concretado la guerra entre Francia y México, el
año de 1838, a las siguientes tristes conclusiones:
Así concluyó esta guerra injusta, por las exorbitantes reclamaciones de unos cuantos
súbditos franceses que ansiosos de enriquecerse a costa del país, pedían por
indemnización lo que apenas habrían logrado tener, al grado de que un pastelero
reclamaba más de sesenta mil pesos que decía le habían robado de pasteles en un
pronunciamiento. Y eran tan exageradas las pretensiones de Francia, que todavía
pagados los créditos fabulosos del pastelero y otros; conservó varios años cerca de
doscientos mil pesos sin entregarlos porque no había quien los reclamara.
La historia se encargó de vengar a México llamando a esta agresión guerra de los
pasteles.
No conozco la historia que haya vengado a México, porque en todos los
textos de Historia Universal en diversas lenguas, que he leído o
consultado, no he encontrado ni un solo autor que a nuestra guerra con
Francia la llame guerra de los pasteles. ¿La venganza emana entonces de
la historia patria? Niego que tengamos verdadera historia patria, tan
necesaria obra está aún por formar; sobre todo la parte relativa a nuestras
guerras exranjeras. Pero aun aceptando la existencia de una historia
patria, los historiadores serios como Lerdo de Tejada, Rivera y otros, no
hacen mención del pastelero ni de sus pasteles al exponer las causas que
en 1838 determinaron nuestra guerra con Francia.
El Señor Pérez Verdía, fija en el espíritu de la niñez a donde alcanza su
libro, la creencia de que nuestra guerra con Francia, fue el atentado de la
fraudulenta codicia de unan cuantos franceses sostenida por la
inmoralidad y violencia del Gobierno de Francia con la aprobación de un
pueblo que pretendía marchar a la cabeza desgreñada de la civilización.
El veredicto del Señor Pérez Verdía, que es el de la opinión nacional, me
parece simplemente inicuo y corruptor de conciencias infantiles, por
contrario a las constancias procesales.
Las causas de la guerra entre Francia y México en 1838, se encuentran en
el ultimátum, fecha 21 de Marzo de 1838, presentado a nombre del
gobierno francés por su representante el Barón Deffaudis.
Un ultimátum tiene por objeto declarar por última vez y de una manera
irrevocable que se abandona una controversia sea para darla por
terminada o para resolverla en el terreno de las armas. El ultimátum del
gobierno francés a que me refiero, es cortés porque explica con claridad y
corrección los motivos que lo obligaron a dar por terminada una larga,
fatigosa y depresiva controversia. El representante de Francia no
amenazó al gobierno mexicano con apelar a la guerra para hacer valer
reclamaciones que habían sido categóricamente desechadas, sino porque
el gobierno mexicano había probado durante trece años que solamente
trataba de evadirse o de aplazar indefinidamente la resolución a las
reclamaciones que se le habían hecho, esperando de su honorabilidad
atención y justicia.
Basta ver el ultimátum una vez, para convencerse que se amenaza con la
guerra al gobierno si no satisface inmediatamente reclamaciones que ha
tomado empeño en discutir a perpetuidad con el objeto de nunca llegar a
un resultado franco, digno y propio de un gobierno honorable. Yo no
cultivo la diplomacia sino la crítica y en el lenguaje correcto, fino,
elegante y a la vez dirigido por la arrogancia característica de la
diplomacia francesa, traducido al lenguaje vulgar y gráfico, el ultimátum
dice en puro grano:
Estando convencido de que el gobierno mexicano es un deudor chicanero, que no busca
más que dejarme burlado con expedientes inmorales de tinterillo, he resuelto ya que no
me es posible hacer valer mis reclamaciones en forma jurídica internacional estando
dispuesto a aceptar los fallos de un tribunal mixto; apelar a la fuerza para pagarme como
sucede siempre que el acreedor fija por sentencia de la victoria lo que le conviene
cobrar, puesto que la guerra es origen de un nuevo derecho; cobrar al vencido hasta
aniquilarlo.
El deudor hábil y moral debe evitar siempre que su acreedor se
transforme en su vencedor, y hay que decir en honra del gobierno francés
que si bien cobró seiscientos mil pesos y de éstos sobraron por falta de
reclamantes doscientos mil, no cobró lo que tenía derecho a cobrar y que
valía más que los doscientos mil pesos; los gastos de la guerra en que
resultó vencedor.
Estoy muy lejos de creer que todas las reclamaciones que nos hizo
Francia de 1826 á 1838, eran justas, pero niego y lo probaré que todas
fuesen injustas. Mas antes de establecer cuáles fueron las reclamaciones
justas, hay que convenir en que la conducta del gobierno mexicano fue
altamente censurable: si las reclamaciones eran injustas debió haberlo
así declarado con firmeza, con rectitud, con oportunidad y en último caso
pagar protestando que lo hacía compelido por la fuerza si no le convenía
ir á la guerra y en caso de optar por la lucha, vencer, o resistir hasta el
último extremo sin que éste fuera nunca el pagar.
¿Eran justas las reclamaciones? Entonces no quedaba más recurso que
reconocerlas y proponer leal y honradamente los medios de pago
compatibles con la miseria pública. ¿Las reclamaciones eran unas justas
y otras injustas? La respuesta era consentir en el pago de las primeras y
desechar la responsabilidad de las segundas directamente o mejor por la
solemne intervención de una comisión mixta de arbitraje como lo
proponía Francia. Pero tomar el camino de la chicana para alargar la
controversia indefinidamente, era decidirse a irritar al acreedor, a
exasperarlo y a obligarlo a que, contra la burla, el desprecio y el chicaneo,
apelara a la reconvención, al lenguaje duro y correcto pero punzante; a la
ofensa necesaria arrojando verdades amargas y por último a la violencia
cuyo resultado fatal debía ser la humillación de nuestra diplomacia, de
nuestra historia, de nuestra patria, y de nuestras armas.
Es cierto, como lo dice nuestra historia patria educativa que Francia
reclamaba al gobierno mexicano la suma de seiscientos mil pesos, pero
no dice que esta reclamación tuviese el carácter de una sentencia que ha
causado ejecutoria, si no de una demanda imperfecta en materia de
pruebas, que podía sustanciarse ante un tribunal mixto si así lo hubiera
querido el gobierno mexicano cuando en tiempo oportuno Francia se lo
propuso (1).
La historia de los tribunales mixtos, prueba una regla sin excepción
cuando se sujeta a sus fallos un conjunto de reclamaciones. Jamás el
importe total que debe pagar la parte sentenciada ha ascendido siquiera a
la mitad de las sumas reclamadas y para México los tribunales mixtos de
arbitraje que han fallado reclamaciones presentadas contra nuestro
gobierno, nunca nos han condenado a pagar más de la tercera parte de la
suma total reclamada por el conjunto de los interesados. Tenemos tres
pruebas; reclamaciones hechas por los Estados Unidos y falladas en
1842, en 1876 y en 1902. Las reclamaciones falladas en 1842, ascendieron
en totalidad a poco más de dos millones de pesos, llegando a once
millones las sumas reclamadas. Conforme al convenio de 1876, México
fue sentenciado a pagar cuatro millones elevándose a diez y seis las
pretensiones de los reclamantes. El tribunal más duro contra México por
no decir injusto, el de la Haya, nos sentenció a pagar menos de la tercera
parte de la suma reclamada.
He dicho que esta regla no tiene excepción; por lo mismo que la codicia
se inflama y crece como nube de tempestad cuando una potencia militar
invita a sus súbditos a que presenten sus créditos contra un gobierno
débil; se necesita muy poco esfuerzo intelectual y moral de un tribunal
probo para reducir pretensiones exorbitantes no sólo a lo justo, sino
hasta lo generoso. Por lo mismo que el gobierno francés reclamaba $
600,000 y propuso sujetar sus injustas reclamaciones a un Tribunal mixto,
éstas infaliblemente se hubieran reducido a doscientos mil pesos con
gran satisfacción para el gobierno francés acosado por las
interpelaciones populacheras y belicosas propias de un gobierno
parlamentario de nación latina pretendiente a la jefatura militar del
mundo.
En el terreno histórico no hay que triturar con sarcasmos la reclamación
de los sesenta mil pesos de pasteles; porque un pastelero puede bien
reclamar sesenta mil pesos sin que esto signifique indemnización por
igual suma de pasteles destruidos o comidos por el populacho insurrecto.
Un pastelero puede ser dueño de la casa en que fabrica sus pasteles y
reclamar el incendio de ésta; puede después de trabajar diez, veinte o
más años, acumular un capital de sesenta mil pesos en efectivo y
perderlos en un saqueo; puede tener una familia y perecer ésta en una
hecatombe militar y pedir sesenta mil pesos de indemnización. En fin, el
oficio de pastelero no constituye prueba plena judicial de que no se
pueden poseer y perder sesenta mil pesos. En nuestros días tenemos
pasteleros que poseen medio millón de capital.
En un libro publicado por el gobierno mexicano en 1838, intitulado El
ultimátum, compuesto de más de trescientas páginas y en el que el
Ministro de Relaciones Exteriores expone al pueblo mexicano la causa de
la cuestión con Francia, poniendo en evidencia todos sus detalles; no
figura esa famosa reclamación de los sesenta mil pesos de pasteles, no
obstante que figuran reclamaciones por mucha mayor cantidad de la
reclamada por el gobierno francés.
Con el empeño que tengo en dilucidar cuestiones históricas, he buscado
con esmero, el documento o documentos que prueben la existencia de
esa célebre reclamación, y no he encontrado más que un compendio de
historia escrito por Don Manuel Payno en que se asegura que la tal
reclamación fue satisfecha por el gobierno francés con nuestros
seiscientos mil pesos de indemnización. Todo historiador cuando da
cuenta de un hecho que puede ser puesto en duda por un grupo o clase
de personas respetables, está obligado a probarlo, lo que no hizo el Señor
Payno.
Es verdaderamente extraordinario que Don Carlos María Bustamante,
apasionado contra Francia en 1838, escritor popular, vehemente, precoz,
frecuentemente libelista y frenético por servir al público manjares
afrodisiacos de sensación. no le haya hablado de las reclamaciones del
pastelero por los sesenta mil pesos de pasteles.
En su libro Los Gobiernos de Bustamante y de Santa Anna, Don Carlos
María Bustamante escribiendo a la vista de los acontecimientos y con su
pasión habitual de herir al enemigo a todo trance, de frente o por la
espalda, informa a su nervioso auditorio de todas las pretensiones del
gobierno francés, calificándolas de absurdas, malvadas, inauditas y
vergonzosas. Y sin embargo de que especifica las más notables de las
reclamaciones no menciona para nada la de los pasteles que le hubiera
valido atronadores aplausos y el aumento de su inmoral prestigio. No es
posible admitir que un escritor populachero y muy hábil para explotar las
pasiones públicas, hubiese callado un hecho culminante por lo ridículo e
inmoral en una cuestión generadora de una guerra extranjera.
Pero aun suponiendo que realmente hubiese existido esa bufa y
fantástica reclamación por sesenta mil pesos de pasteles nada podría
probar en contra de la honorabilidad del gobierno francés. En los países
parlamentarios como Francia; los Ministros son en realidad los esclavos
de los leaders del populacho dentro y fuera del recinto del Parlamento. Un
Ministro sería acusado como enemigo de los derechos del hombre y
especialmente de las impertinencias de sus conciudadanos; si no diera
curso a los centenares de reclamaciones necias, exageradas por la
ambición fraudulenta de ciudadanos codiciosos a los cuales todo
Ministro parlamentario esta obligado a escuchar con real o fingida
benevolencia.
Por dar curso se entiende que el Ministro muy confidencialmente diga al
representante de Francia en el país que qUiere explotar un falso
agraviado: Dé Ud. curso a su vez al tas de bétises a que nos obliga a
prestar atención nuestro papel de Ministros incondicionales del pueblo.
El gobierno reclamado tendrá buen cuidado de desecharlas. Un ministro
cuya posición depende en gran parte de las pasiones, errores o maldades
de las masas, está obligado no a procurar la guerra por el pago de
sesenta mil pesos de pasteles, sino a dar curso a une pareille betise, con
lo cual México tampoco nada perdía dándole el golpe mortal de una
rotunda negativa.
Las reclamaciones que Monseur Deffaudis, representante del gobierno
francés en México, hizo al nuestro fueron:
Primero. Por pillaje y destrucción de las propiedades de los súbditos
franceses por autoridades o agentes y empleados de ellas.
Segundo. Por pillaje y destrucción de las propiedades de los súbditos
franceses, por particulares o fuerzas militares rebeldes.
Tercero. Por préstamos forzosos cobrados a súbditos franceses por
medios ilegales y violentos.
Cuarto. Por confiscación de bienes a los súbditos franceses no
autorizada por las leyes de la República.
Quinto. Por denegación de justicia.
La primera clase de reclamaciones es incuestionablemente justa ante el
derecho internacional y sin vacilar debió el gobierno reconocerlas en
principio.
La segunda es completamente inaceptable, excepto cuando se prueba
que la autoridad pudiendo proteger al extranjero no lo hizo o cuando el
gobierno declara solemne y expresamente hacer suyos todos los actos de
los revolucionarios, como sucedió con el saqueo del Parián de la Ciudad
de México.
La tercera clase de reclamaciones por los célebres préstamos forzosos,
contiene cuestiones de gran importancia: ¿Qué es un préstamo forzoso?
Lógicamente es un desatino puesto que el acto de prestar debe ser
necesariamente voluntario, nuestros financieros terroríferos les han
llamado préstamos porque son sumas que el gobierno ofrece devolver.
Es indudable que si un ratero detiene a una dama alhajada en la calle y
amenazándola con agudo puñal le arranca sus anillos, poniéndole en la
mano un pagaré a plazo indeterminado, por el que el asaltante se
compromete a devolver el valor de lo que ha arrancado, este asaltante
será siempre tenido como ladrón por todos los pueblos y tribunales del
mundo.
Pero se puede objetar, ningún particular tiene derecho a tomar por la
fuerza dinero u objetos a otro particular, pero el gobierno teniendo el
derecho de decretar contribuciones y de emplear la fuerza en último caso
para cobrarlas, no esta en el caso de un particular.
¿Cuál es el límite legal de la fácultad de un gobierno para cobrar
contribuciones? Ninguno. Nuestra Constitución de 1857 ha preceptuado
un desatino cuando prescribe que los impuestos sean proporcionales y
equitativos. Jamás hay equidad en los impuestos indirectos hasta hoy
conocidos, pues la misma suma paga por ejemplo sobre la sal, el
archimillonario que el archipordiosero. Y no hay proporcionalidad efectiva
en ningún impuesto directo. Si nuestra Suprema Corte de Justicia
quisiera ejecutar algunas maniobras políticas, podía acabar con el
gobierno y lanzar la sociedad al caos, con sólo dar cumplimiento al
disparatado artículo constitucional relativo a impuestos.
El impuesto puede ser tan elevado, que equivalga a la confiscación, pero
es la facultad fundamental, sustancial, decisiva de las asambleas
legislativas populares. Se entiende que nunca el pueblo imponiéndose a
sí mismo las contribuciones que debe pagar, por medio de sus
representantes, ha de decretar su propia ruina y la confiscación de sus
bienes a favor del erario gubernamental. Y cuando una asamblea
legislativa decreta la ruina del pueblo en nombre del pueblo, a éste no le
queda más recurso que apelar a su legítimo derecho de insurrección
contra el usurpador de su soberanía.
En ninguna nación se acepta que los extranjeros tengan derecho de
insurrección, pero en todas las Naciones civilizadas, la dificultad se salva
porque el capital de los extranjeros representa una pequeña fracción del
capital nacional; y si el impuesto se vuelve confiscador e intenta herir de
muerte al capital, éste apela a la insurrección con el apoyo de las clases
que de él viven y sin que la rebelión pierda su carácter íntimo nacional.
Pero cuando como en México, los ricos son casi exclusivamente
extranjeros, cuando el impuesto los hiere de muerte, no hay intereses
nacionales que por defender la riqueza de los extranjeros se lance a la
rebelión, tanto, más cuanto que las clases pobres por barbarie consideran
la riqueza del extranjero como un despojo hecho a los nacionales, por
medio del privilegio, del fraude o por la suerte. La falta de cultura hace
que el vulgo nunca crea que el extranjero ha trabajado meritoriamente y
que es digno de su fortuna. El trabajo no se toma en cuenta y es
demasiado popular la afirmación: Los extranjeros sólo vienen a
enriquecerse a nuestras costillas. Para nada se aprecia el trabajo, como si
el extranjero no tuviese más que inclinarse para recoger pepitas de oro de
a un kilo, profusamente regadas en los doscientos millones de hectáreas
de nuestro territorio.
Es cierto que no hay leyes, ni nunca las ha habido que autOricen los
terribles préstamos forzosos, pero en nuestra legislación existen las
facultades extraordinarias omnímodas, fenómeno que no ocurre en los
países civilizados. Si á esto se agrega que cuando el país se hallaba bajo
el siniestro régimen de los cuartelazos; siempre la constitución por
excelente que fuera estaba suspendida y en vigor las facultades
extraordinarias, resultaba que el país carecía de leyes de un modo
permanente y un país sin leyes y que pretende ser civilizado, no ha
encontrado consideración, ni siquiera su hipótesis en el Derecho
Internacional.
Conforme al Derecho Internacional, todos los gobiernos tienen el derecho
de reclamar a favor de sus nacionales la aplicación de las leyes
extranjeras que los protegen en país extranjero. ¿Pero qué se hace
cuando un gobierno evade su responsabilidad alegando que ha obrado en
virtud de facultades omnímodas que tiene y que ha tenido durante todo
su período de gobierno? Esto equivale a decir; no hay leyes en el país
para nadie, y tanto nacionales como extranjeros tienen que soportar mi
tiranía aun cuando ésta sea la de una serpiente de cascabel.
En los países civilizados, nunca hay facultades extraordinarias
omnímodas y las que rara vez suelen otorgarse a un gObierno son muy
limitadas y en ningún caso alcanzan a la suspensión del derecho de
propiedad y de la garantía de juicio público y con defensa a favor de la
vida y de la libertad personal.
Debido a las facultades omnímodas y permanentes, no es posible aceptar
en la práctica el axioma, que los extranjeros rn ningún caso y por ningún
motivo puedan tener más derechos que los nacionales. Las naciones
fuertes jamás se sujetarán y harán bien, a que una nación débil aplique a
sus súbditos facultades extraordinarias omnímodas, sólo consintiendo en
tal aplicación, las naciones civilizadas, pudieran admitir la plaga para süs
súbditos en país extranjero, de los préstamos forzosos. Sostener tal
pretensión hubiera costado a México una guerra con cada una de las
grandes potencias como le costó con Francia en 1838; guerras cuyo
resultado hubiera sido el que se tuvo con la de Francia; ceder bajo el
peso de la humillación y la derrota, por no ceder bajo el peso siempre
honroso de la razón. Lástima es, que historiadores ocupados en nutrir la
conciencia de la niñez, como el Señor Pérez Verdía, no digan nada de lo
que acabo de exponer a su interesante y noble auditorio.
Es simplemente un bello principio del derecho internacional, que los
extranjeros no puedan estar en mejores condiciones que los nacionales
del país en que residen. Sólo entre naciones de igual civilización puede
tener satisfacción tan lógico principio; pero en las naciones bárbaras o
poco civilizadas, el extranjero se halla en peores condiciones que los
nacionales, o en mejores si es protegido por su gobierno. El sistema
infalible de los bárbaros o de los poco civilizados, es el odio exaltado a
los extranjeros y si este odio no está refrenado por los preceptos del
Derecho Internacional sostenido con las armas por los gobiernos
extranjeros en relación con sus respectivos súbditos, éstos llegarían a la
degradación de parias en los países de poca civilización.
Las que tienen leyes excelentes efectivas.
Las que tienen leyes excelentes decorativas.
Las que no tienen leyes o las tienen opresoras.
En las naciones de la primera clase de leyes, el extranjero se encuentra
igual o mejor que en su país. Un venezolano en Nueva York tiene que
sentirse feliz, respirando una atmósfera de orden, progreso y libertad.
En la segunda clase de naciones, los extranjeros se encuentran en tan
plausibles condiciones como en las de la clase anterior, porque para ellos
las leyes decorativas para los nacionales, se vuelven efectivas por la
acción de sus respectivos gobiernos que obrando legítimamente exigen
que las leyes sean efectivas para sus súbditos residentes en el país
decorativo en legislación.
En las naciones que no tienen leyes o que las tienen malas, los
extranjeros se escapan de sufrirlas pidiendo a sus gobiernos ser
aliviados del peso de la tiranía local, por los principios humanitarios del
Derecho Internacional. De modo que siempre consiguen ser tratados
humanitariamente comprendiendo en este tratamiento el respeto a su
vida, propiedades y libertad personal.
De esto se deduce que un país poco civilizado tiene que sostener guerras
con todas las naciones y perder su territorio a pedazos o de un solo golpe
y al final su nacionalidad o conformarse con que los extranjeros tengan
en su territorio más derechos efectivos que sus nacionales.
Por estas últimas razones era preciso también acordar a Francia, lo que
ya nuestro gobierno había admitido conceder a Inglaterra desde 1826.
Dos cosas son imposibles para una nación cuando pueda darse la vuelta
al mundo en ochenta o más días: aislarse, y declarar su territorio patíbulo
de extranjeros. Contra lo imposible sólo luchan los locos o los idiotas.
La pretensión de obtener indemnización por confiscación de bienes a
súbditos franceses, no autorizada por leyes de la República mexicana, era
correcta de parte del gobierno francés, lo mismo que las reparaciones por
denegación de justicia.
Resuelto el gobierno mexicano a no dar resolución sobre las
reclamaciones que se le hacían, que pudieron comprometerlo a soltar un
peso, o a dar satisfacciones perjudiciales a su popularidad, y en 1838 era
popular ante todo no pagar (2), como lo fue hasta 1886. Por otra parte, era
contrario al honor nacional dar reparaciones de cualquiera clase a una
nación aun cuando injustamente la hubiéramos ofendido. El honor
mexicano, era enteramente el honor castellano; sostener la ofensa vertida
aun cuando hubiera sido involuntaria o injusta; con toda la sangre del
pueblo, con todos sus bieneo y con toda la arrogancia de la romántica
valentía de capa y espada. Las cuestiones diplomáticas debían ser
resueltas con el criterio del drama El Trovador. Una nación debía ser Un
héroe de noche de luna con residencia en torres feudal y propiedades
fúnebres en Palestina. Para el criterio del populacho, dar una explicación
a un gobierno extranjero, no era ser hombre y los mexicanos eran los
más hombres de la tierra.
El gobierno mexicano para evadirse de una solución que le imponía el
verdadero honor, recorrió una vasta región escabrosa de expedientes,
indicados en el Ultimátum. Su primer sistema de evasión, fue mostrarse
más indignado que Francia por los ultrajes cometidos contra los súbditos
de S.M., y disculpar esos errores por el estado poco avanzado de la
civilización del país, por las guerras civiles, por los errores legislativos,
por la organización imperfecta del ejército, de los tribunales y sobre todo
por la juventud demasiado tierna de la nación.
Cuando este sistema produjo todos sus efectos, nuestros ministros de
relaciones entablaron con la legación francesa una discusión sobre todos
los preceptos y casos del Derecho Internacional, impugnándolos,
aclarándolos, obscureciéndolos, negándolos o adicionándolos. Este
curso indigesto de internacionalismo duró seis años completos y la
Legación de Francia ya no quiso al fin continuar dando vueltas en un
laberinto doctrinario sin salida. Entonces apareció un tercer sistema de
combate y fue negar la responsabilidad del gobierno no porque siendo
los Tribunales independientes del Ejecutivo, no podía exigirles que
hicieran justicia, ni responsabilidad cuando hacían iniquidades; y que
respecto a indemnizaciones, nada se podía dar porque era necesaria la
autürización del Congreso y negándola éste o no resolviendo el asunto,
quedaba el Ejecutivo en la imposibilidad de satisfacer como deseaba, las
justas reclamaciones de Francia. Parece imposible que abogados
notables como los que se ocuparon de estas reclamaciones, en calidad
de ministros de negocios extranjeros, ignorasen que en Derecho
Internacional público, la única persona que existe es el Estado, con una
sola conciencia, una sola inteligencia, una sola responsabilidad y una
sola voluntad y que en consecuencia no pudiendo existir la división del
Estado, tampoco puede alegarse la división e independencia de poderes.
Es evidente que nuestros ministros que no se sonrojaron para firmar
semejantes desatinos, no ignoraban el Derecho Internacional sino los
funestos resultados que al país ocasionaría esa táctica de aventureros
intelectuales.
Cuando ya no fue posible sostener que las naciones donde existe la
división de poderes, son irresponsables ante el Derecho Internacional,
apareció otro sistema, el cuarto, que causó sensación en todas las
cancillerías europeas; conforme al cual el gobierno no era responsable
por la conducta atentatoria de sus autoridades o agentes contra los
extranjeros. Conforme a esta doctrina que Atila no hubiera rechazado
suscribir si hubiera sabido firmar, el gobierno mexicano podía mandar a
sus soldados a saquear las cajas de los comerciantes extranjeros y
ahorcarles sin juicio y sin motivo pudiendo si quería arrojar a las fieras a
sus familias para gustar de los placeres neronianos. Tan atroz doctrina
anarquista en un gobierno se encuentra en la nota de 27 de Junio de 1837,
dirigida por el gobierno mexicano al ministro francés y en la que figuran
las siguientes palabras:
Somos una nación en revolución; sufrimos todas las consecuencias del estado
revolucionario; los motines, las exacciones, las sentencias inicuas, el pillaje, los
asesinatos, y puesto que sufrimos todos estos males, entendemos que los extranjeros
que se encuentran sobre nuestro suelo, deben sufrir como nosotros, sin esperanza de
reparación, sin compensación posible.
Todo gobierno que se precia de civilizado, tiene la obligación de
responder por las exacciones, sentencias inicuas, pillaje, asesinatos y
toda clase de atentados que cometan sus autoridades o agentes contra
los extranjeros. Y respecto a los atentados cometidos por particulares; el
gobierno está obligado a buscar, perseguir, juzgar y castigar a esos
particulares nacionales. Un gobierno agonizante, o corrompido puede
dejar sin castigo al asesino de un nacional, pero está obligado por el
Derecho Internacional, a castigar al asesino de Un extranjero o a recibir
justa intimación para que se efectue tal castigo, de parte del gobierno de
la nación a que pertenecía la víctima. La nota del 27 de Junio de 1837, es
salvaje porque incluye en la irresponsabilidad al mismo gobierno, a sus
autoridades y agentes aun cuando cometan contra los extranjeros, los
mayores crímenes.
He dicho que ni en el Memorándum ni el Ultimátum, donde se citan las
principales reclamaciones aparece la de los sesenta mil pesos de
pasteles que según el Señor Pérez Verdía, ha comido la historia para
vengarnos.
Son más graves que una cuestión de pasteles, las reclamaciones que
hacía Francia a nuestro gobierno.
En 1833, cinco vecinos franceses pacíficos y honorables, de la hacienda
de Atencingo que ejercían industrias útiles al país. fueron degollados,
amarrados a la cola de caballos, para ser arrastrados y cortados en
pedazos (entre las víctimas había una mujer) por mexicanos conocidos y
obrando en plena luz al grito salvaje de: ¡Mueran los extranjeros! (3).
Esos asesinatos habían quedado impunes mereciendo la indiferencia o
aprobación de las autoridades locales; pues habiendo acaecido en 1833, a
instancias de la legación francesa, el gobierno general ordenó se hiciesen
las primeras averiguaciones hasta 1835, y tres años después nada se
había adelantado en el asunto. El Señor Cuevas en su contestación al
Memorándum explica la inercia judicial por lo lento de los procedimientos
en México. M. Deffaudis hace notar que esos procedimientos son lentos
cuando se trata de castigar mexicanos y esencialmente violentos cuando
se trata de acusados extranjeros y presenta como ejemplo, que en 21 de
Octubre de 1837, dos franceses cometieron en San Luis Potosí un
asesinato hábilmente envuelto en el más profundo misterio y que diez
días después, el 31 de Octubre habían sido ajusticiados previo juicio
contra el cual no había objeción.
Cuando desembarcó la expedición de voluntarios filibusteros en Tampico,
en 1835, veinte y ocho extranjeros fueron pasados por las armas entre
ellos dos franceses. El Señor Cuevas ministro de Relaciones contestó a la
reclamación de la legación francesa, que la nación era soberana y tenía
derecho indiscutible de aplicar la pena de muerte a los filibusteros o
piratas que inVadieran su territorio. El ministro frances replicó que
reconocía este derecho, pero que una nación civilizada no puede usar de
él para los extranjeros, mientras no expida la ley penal relativa. En el caso
de los franceses a que me refiero, no se aplicó la ley, porque quedó
perfectamente comprobado que a los prisioneros franceses los interrogó
el fiscal militar y que poco tiempo después de concluído el interrogatorio
a solas con dicho fiscal y de haberse retirado éste, entró un individuo al
calabozo de los interrogados y les ordenó que se preparasen para morir
porque debían ser inmediatamente fusilados.
El coronel Gregorio Gómez manifestó públicamente que había recibido no
una sino tres órdenes terminantes para pasar por las armas a los
prisioneros extranjeros y en la última se le prevenía por la Superioridad,
que sin excusa ni pretexto contestase a vuelta de correo haber cumplido
la sanguinaria orden. El ministro francés estaba de acuerdo en que la
nación mexicana tenía pleno derecho para ordenar la muerte de cualquier
extranjero siempre que fuese culpable y que conforme a ley mereciese tan
terrible pena. Agregaba que un interrogatorio no es un juicio y que los
franceses habían sido pasados por las armas sin que se llenasen los
requisitos que para el caso prescribía la Ordenanza del Ejército.
Era tanto más inconveniente esta conducta de nuestro gobierno cuanto
que como lo hacía notar el barón Deffaudis, los oficiales mexicanos
aprehendidos con los filibusteros, no fue ninguno de ellos fusilado y se
les guardaron grandes consideraciones hasta ponerlos poco tiempo
después de su crimen en libertad, no obstante que eran más culpables
que los extranjeros, pues al delito militar de defección, se agregaba el
crímen militar y civil de traición a la Patria.
Un Juez de la Capital el Señor Tamayo el año último (1837) condenó a diez años de
presidio en San Juan de Ulúa, es decir a una muerte espantosa después de sufrimientos
más o menos prolongados, a un francés que pretendía hacer pasar como culpable de
homicidio, sin apoyar su sentencia en prueba alguna y resistiendo al contrario a la
presentación de pruebas del acusado (4).
El señor Cuevas contestó que la Supremas Corte de Justicia había ya
reducido la pena a dos años de prisión. El ministro francés replicó que él
no había pedido ni podía pedir reducción de pena, sino la casación de la
sentencia por falta de juicio y que tuviese lugar éste conforme a las leyes
del país.
El coronel Francisco Pardo, Comandante militar de la ciudad de Colima,
atacó en la calle en pleno día a un acreditado médico francés que le había
rehusado prestarle determinada cantidad de dinero. La intención de Pardo
fue matar el médico, pero sólo lo hirió gravemente infiriéndole varias
lesiones y no consumando el asesinato, por creerlo muerto cuando quedó
tendido en el piso. El coronel Pardo no fue siquiera reconvenido y una
impunidad escandalosa cubrió al culpable de tan atroz atentado y siguió
disfrutando de las consideraciones del Gobierno.
Las demás reclamaciones son por atentados contra las propiedades de
súbditos franceses por autoridades políticas, judiciales, militares, por
tumultos de la plebe y por fuerzas revolucionarias. El Señor Lic. Luis G.
Cuevas firmó la escandalosa nota de 27 de Junio de 1837 que pretendía
eximir de toda responsabilidad al gobierno y a los particulares
cualesquiera que fuesen los crímenes cometidos contra los extranjeros.
Semejante nota colocó a la nación mexicana en Europa, en el subsuelo de
la civilización donde se agitan casi sin ruido las tribus salvajes y
misteriosas de África y Oceanía.
Pero al examinar la controversia entre el ministro de Francia y nuestro
ministro de Relaciones Exteriores, no se ve que éste haya intentando
sostener que el país no debía pagar indemnizaciones por atentados
cometidos contra extranjeros particUlares, individualmente, en masa, o
como revolucionarios en lucha contra el gobierno. Para el Señor Cuevas,
la cuestión sólo tenía tres soluciones: aceptar todo, desechar todo o nada
resolver; habiendo llegado a contestar con un silencio absoluto las notas
que recibía de la legación francesa sobre asuntos nuevos ó viejos. Esta
conducta era ciertamente ofensiva contra la nación francesa.
Antes de apelar el Señor Cuevas al silencio como única resuesta a la
legación de Francia, recorrió otra región escabrosa y ofensiva para
evadirse.
Trataba de falsas y calumniosas las reclamaciones que hacía Francia contra las diversas
autoridades de la República, sin discutir los hechos, ni los documentos comprobantes y
contentándose con presentar la simple negativa de las autoridades inculpadas (5).
El Ultimátum, cita como ejemplo los casos Duranton, Peyret y otros.
El ministro francés acusó también a nuestro gobierno de haber tenido
varias veces la intención de suscitar contra los franceses reclamantes
persecuciones destinadas a intimidarlos y hacerles guardar silencio
(negocio Peyret) o bien de abandonar a los reclamantes a la venganza de
las autoridades contra las que habían presentado queja.
Nuestro gobierno apeló también al sistema, de calificar sin discutir los hechos, ni los
documentos de prueba de ofensas al pueblo y al gobierno mexicano, las quejas de la
legación de Francia en interés de sus nacionales, y de emplear frases verdaderamente
insultantes para la legación y a veces contra su gobierno (6).
Una vez expuestos los agravios con claridad y dureza, sin faltar a la
correción diplomática, el barón Deffaudis, presentó las reparaciones
indispensables para que continuasen las buenas relaciones de amistad y
comercio entre ambos países, y fueron:
Primera. El gobierno mexicano debería entregar seiscientos mil pesos en
la ciudad de Veracruz destinados a indemnizar a las diversas categorías
de reclamantes de que se ocupaba el ultimátum, y entregando dicha
cantidad quedaría libre de toda reclamación de origen anterior al 1° de
Marzo de 1838. No estaban comprendidos en esta absolución los créditos
de súbditos franceses reconocidos por el gobierno, en vía de pago y que
emanaban de contratos de servicios y mercancías, celebrados entre
dichos súbditos y el gobierno. Respecto de estos créditos el gobierno
mexicano debía comprometerse a no suscitar, ni permitir que se
suscitasen dificultades que impidiesen la marcha regular de los referidos
pagos.
Segundo. El general Gregorio Gómez, autor de los asesinatos de los
franceses Saussier y Demoussaut en Tampico, debía ser destituído,
debiendo el gobierno pagar además indemnización a las familias de las
víctimas. El coronel Pardo, comandante militar de Colima, culpable de
haber inferido lesiones graves al tratar de asesinar al médico francés Mr.
Geraud Dulong debía ser destituído y pagada por el gobierno una
indemnización de nueve mil seiscientos sesenta pesos.
El Juez Tamayo debía ser destituído y el francés Lemoine injustamente
sentenciado, puesto inmediatamente en libertad, debiendo recibir como
indemnización por el largo tiempo que estuvo preso, dos mil pesos. Por
último, a las familias de los cinco franceses degollados y cortados en
pedazos por una turba feroz en la hacienda de Atencingo, el ministro
Deffaudis pedía quince mil pesos para indemnizar a las cinco familias.
Debemos confesar que aun cuando el gobierno mexicano no estaba
obligado a pagar indemnizaciones a las familias de las víctimas de la
hacienda de Atencingo, sino un buen patíbulo a los principales culpables;
las pretensiones de Francia eran moderadas. La cantidad de cuarenta y
seis mil seiscientos sesenta pesos por siete asesinatos, un medio matado
y un inocente preso tres años; prueban que no era posible que el mismo
gobierno que cobraba dicha cantidad por nueve víctimas verdaderas, nos
hubiera cobrado sesenta mil pesos por seis millones de pasteles
imaginarios. Jamás los Estados Unidos, nos han pasado entre sus
numerosas facturas diplomáticas una cuenta tan moderada. Su tarifa
nunca ha bajado de cincuenta mil pesos por norteamericano maltratado o
injustamente encarcelado. Un norteamericano asesinado nos ha costado
siempre más de cien mil pesos si no era prominente (7). Un Doctor
americano como el gravemente herido por el coronel Pardo, nos hubiera
costado doscientos mil pesos. No se puede inculpar a Francia en sus
reclamaciones de 1838, sin tomar en cuenta la tarifa expiatoria que nos
han impuesto otras naciones.
Una vez acordadas las indemnizaciones y reparaciones que acabo de
exponer, el gobierno mexicano debía según el ultimátum, comprometerse:
Primero. A conservar constantemente en el territorio de la República, a
los agentes diplomáticos y consulares, al comercio y la navegación de
Francia, el goce del tratamiento concedido a la nación más favorecida.
Segundo. A no exigir de los súbditos franceses en lo futuro
contribuciones de guerra de ninguna clase, ni impuestos semejantes o
análogos a los conocidos bajo la denominación de préstamos forzosos.
Tercero. A no tocar nunca la facultad legal que hasta la fecha habían
tenido los franceses, de hacer el comercio al menudeo como los
nacionales, sin acordar previa indemnización a los interesados, caso de
retirárseles dicha facultad.
Á la luz de la verdad fría y correcta el ultimátum contiene:
Primero. Cargos injustamente ofensivos para el gobierno si hubieran sido
falsos, debidamente ofensivos siendo verdaderos. En las controversias
diplomáticas no encuentran acogida las palabras groseras e injuriosas,
pero sí, la imputación de hechos verdaderos, de exposición necesaria
para colocar la cuestión en sus indeclinables términos y completa en sus
datos, con el objeto de hacer posible la solución evidente y acertada. Si
un gobierno se dedica a falsificar o consiente en que se fabrique moneda
extranjera falsa en su territorio; la nación agraviada tiene el derecho de
exponer el hecho aun cuando resulte ofensivo para el gobierno
falsificador. La humillación no consiste en ser calumniado, sino
precisamente en no serlo, cuando la parte agraviada prueba cómo es
aceptado en la más extricta moral, y correcta diplomacia el agravio y para
mostrarlo es indispensable enunciarlo.
Segundo. Pretensiones justas de indemnizaciones y reparaciones.
Tercero. Pretensiones injustas de indemnizaciones y reparaciones.
Cuarto. Pretensiones justas de obtener concesiones favorables a Francia
y a México y que en nada dañan el decoro nacional y en cambio son útiles
a la moralización y progreso del país.
Si el Señor Cuevas creyó que la nota de Mr. Deffaudis era ofensiva por los
duros cargos que en ella se le hacen al gobierno, debió esmerarse en
demostrar que tales cargos eran falsos, con lo cual la ofensa hubiera
recaído sobre el ministro francés, y ante el mundo civilizado hubiera
aparecido la cancillería mexicana humillando a la diplomacia francesa;
ligera, calumniadora, inexperta y nociva a la buena reputación de Francia.
Pero si los hechos que fundaban los cargos duros eran verdaderos,
entonces no había más que dos caminos que seguir: reparar los errores a
fuerza de lealtad, actividad, decencia y amplitud en las concesiones
siempre dentro de los límites de dignidad y conveniencia nacionales o
tomar el triste papel de valentón que no sufre ofensas después de haber
demostrado que con profusión las merece. La segunda solución
caracteriza la cólera inmoral de los caballeros de industria; convencidos
de que la fanfarronada y la valentía lavan todas las manchas; conducta
horrible y desastrosa en un hombre de Estado que se dedica a limpiar con
la sangre del pueblo, los cienos de su política torpe y criminal.
El que apela a las armas en vez de apelar a la razón, cuando le hacen
cargos ofensivos; partiendo la ofensa de los hechos, no de la intención
del que los expone conforme a su derecho; prueba que merece la ofensa
y la ofensa merecida ante la moral, es correcta en diplomacia decente.
El primer impugnador del Señor Pérez Verdía quien, como se ha visto,
presenta en su libro educativo de la niñez, la guerra franco mexicana de
1838, causada por la codicia fraudulenta de unos cuantos franceses,
sostenida por la corrupción insolente de su gobierno; es el mismo
Presidente de la República mexicana que promovió la desastrosa guerra.
El general Don Anastasio Bustamante, dirigiéndose oficial y publicamente
a los Gobernadores de los Departamentos (8), les comunicaba una
memoria del ministro del exterior, en que estaban señalados los motivos
de la guerra, asegurando que la cuestión ya no era de dinero sino de
amor propio por parte de los dos gobiernos.
Luego si la cuestión no era ya de dinero según lo aseguraba el mismo
gobierno, no era de codicia, ni de pasteles. Desgraciadamente no existía
una prensa inteligente y verdaderamente patriota que hubiera interpelado
al Presidente Bustamante, sobre lo indigno del amor propio del gobierno,
que hacía cuestión de guerra, sostener asesinos, cubrir con el manto del
honor nacional a autoridades violentas y depravadas, y negar toda
justicia a los colocados bajo la protección de un gobierno que se preciaba
de civilizado y civilizador. Francia había colocado su amor propio en
sostener principios humanitarios del Derecho Internacional y respecto de
sus pretensiones exageradas o injustas, eran como si no existiesen
desde el momento en que por dos veces había propuesto someterlas al
arbitraje de una comisión mixta.
Aun después del ultimátum dice el historiador Rivera (9), pudo el gabinete
haber reparado los errores de su conducta anterior, aunque pasando por
el sonrojo de tratar a la vista de una escuadra, para evitar mayores
perjuicios y mayor deshonra para México, pero le faltó la cordura al
gabinete como había sucedido al principio de la cuestión y confundió el
orgullo con el honor olvidándose que los hombres que se encuentran al
frente de los destinos de una nación, nunca deben guiarse por los
sentimientos de su corazón, sino por los consejos de la razón y que el
honor del pueblo no consiste en comprometerse en una lucha en la que
no tiene esperanzas de salir airoso ... llegándose a tal punto (a la guerra)
más bien por la torpeza, imprevisión y mezquinas ideas de los hombres
que estaban al frente de los destinos de México, que por la cavilosidad y
arrogancia del embajador francés en México.
El gabinete de acuerdo con el Señor Cuevas, declaró el ultimátum
altamente ofensivo para la nación; es decir, Don Quijote pidió sus armas y
el bálsamo de Fierabrás para la paliza de reglamento. El ultimátum según
Rivera tiene un lenguaje altivo y duro, así es el lenguaje de todos los
ultimátums que no puede ser el de una felicitación por el nacimiento de
un delfín abrumado por graciosos horóscopos de cortesanos astrólogos.
Pero aun suponiendo que el lenguaje del ultimátum fuera ofensivo, por
sus palabras, pues tenía que serlo inevitablemente por los justos cargos
que al gobierno se le hacían.
El ministro de relaciones había seguido en este asunto el sistema de
evasivas y dilatorias que tantos males y tantas pérdidas ha ocasionado a
la nación (10).
Pues bien, aun en ese caso, la dignidad del gobierno no era más que una
infeliz y deplorable comedia.
Después de la batalla de San Jacinto y cuando el Presidente de los
Estados Unidos se convenció que México estaba resuelto a emprender
una nueva campaña en Texas y que jamás de buen grado reconocería la
independencia, creyó llegado el momento de arrancar Texas a México con
las armas de los Estados Unidos y para lograrlo fijó su política en ultrajar
a México hasta conseguir que a fuerza de tremendas humillaciones,
nuestro gobierno declarara la guerra, pues le era casi imposible obtener
que el partido antisudista admitiera una guerra de conquista contra
México a favor de la esclavitud. Esta política de pisoteo sobre la dignidad
de la nación mexicana comenzó desde que el General Gaines invadió al
frente de un cuerpo de ejército en 1836 el territorio de Texas, hasta
ocupar Nacogdoches. Nuestro ministro en Wáshington reclamó, y sólo
obtuvo frases frías impregnadas de desprecio que lo obligaron a retirarse.
Pero el Presidente Jackson no quería manifestaciones tan inofensivas de
parte de México como la retirada de un ministro; la bofetada había sonado
en plena mejilla, no había ardido bastante en concepto de Mr. Jackson y
era preciso continuar la agresión por medio de mejores ultrajes y
encontró entonces como precioso pretexto, presentar reclamaciones por
gravisimas ofensas a los ciudadanos norteamericanos.
The administration thought it expedient to raise a note of wailing for the injuries comitted
by Mexico upon American citizens, acompanied with the most obstreperous clamors for
compensation (11).
El gobierno de los Estados Unidos sabía perfectamente que un gobierno
no tiene derecho a reclamar por la falta de cumplinúento de contratos
celebrados por sus súbditos con gobiernos extranjeros, pues ni por un
momento toleró el Presidente de los Estados Unidos que el gobierno de la
Gran Bretaña le hiciese manifestación o reproche alguno con motivo de la
queja presentada por un inglés que trabajaba en los arsenales y que decía
no haberle sido pagados sus salarios.
Our government would not tolerate for a moment, a remonstrance from the British
Cabinet in behalf of an Englishman employed in our arsenals or ships-yards who
complained that he had not been paid his stipulated wages (12).
El objeto de estas reclamaciones era tan importante en sí mismo, como
por indicar la determinación del gabinete de Wáshington de provocar una
guerra con México:
But the subject of these claims is so important in itself and so indicative
of the determination of the cabinet at Washington to provoke a war with
Mexico (13).
El 20 de Julio de 1836, en los momentos en que la cancillería mexicana
había establecido su censurable sistema de evasivas y moratorias para
hacer eterna la controversia con el gobierno francés; el Secretario de
Estado de los Estados Unidos envió a Mr. Ellis, ministro de esa nación en
México, la lista de quince reclamaciones contra nuestro país,
acompañada de una extraña advertencia:
El Departamento no está en posesión de las pruebas de todas las
circunstancias de los agravios hechos en los casos expresados, como los
presentan los interesados (14).
Esto quiere decir que tales reclamaciones no ofrecían carácter evidente
de justicia y tal vez ni probabilidades de ser dignas de consideración.
Como era de uso en aquella época, casi todas las reclamaciones tenían
por origen violencias y arbitrariedades militares. Es uno de los
detestables defectos del régimen de los cuartelazos, pues en lo que se
llama ejército no hay disciplina y como la impunidad es una forma de la
gratitud y miedo del caudillo rematador de la silla presidencial, cada jefe
se dedica a cultivar tiranías orientales, contra nacionales y extranjeros, y
la nación paga después con millones de pesos, humillaciones profundas,
derrotas vengonzosas desmoralización sin límites y con un agotamiento
bestial de patriotismo los rasgos de mal humor de su turba belicosa.
Puede decirse que el 90% de las numerosas reclamaciones que las
grandes y medianas potencias han hecho a México, no son más que
manifestaciones fóbicas de la neurastenia militar.
El 26 de Septiembre de 1836, Mr. Ellis presentó trece reclamaciones o más
bien dicho trece cartuchos de guerra contra el gobierno mexicano. Dos
reclamaciones habían sido ya resueltas por nuestro gobierno con una
eficacia de dinamita para remover obstáculos con prontitud. La nota
relativa de Mr. Ellis es de un énfasis musulmán, pues da al gobierno
mexicano solamente dos semanas de plazo para que se informe, estudie y
resuelva a satisfacción de los Estados Unidos, las trece dichas
reclamaciones o pediría el ministro sus pasaportes siguiendo lo que en el
caso correspondiera. Francia nos había dado trece años para resolver
sobre sus diversas reclamaciones, Mr. Ellis sólo acordaba quince días;
hay pues sensible diferencia en la conducta, respecto de México, del
Presidente Jackson y del Rey Luis Felipe, a quien la prensa del día
comparaba con Diocleciano por su odio a los católicos y a Don Félix
Calleja por su desprecio a los mexicanos (15).
Á ninguna nación se le ha hecho la ofensa que el Presidente Jackson a
México, al darle con arrogancia de implacable vencedor, dos semanas
para conocer, tomar informes, pedir pruebas, apreciarlas , estudiar y
resolver sobre trece reclamaciones relativas a hechos que habían tenido
lugar en diversas épocas y lugares de un territorio inmenso que carecía
de fáciles vías de comunicación. ¿Qué hizo entonces nuestro ministro
entre nota tan insolente calificada así con justicia por los escritores
norteamericanos:
It was only to a feeble nation and one whose hostility was courted for ulterior designs,
that the administration would have hazarded such insolence (16).
Nuestro gobierno no limpió entonces para tan expresivo caso el yelmo de
Mambrino, ni recalentó el bálsamo maravilloso, ni afiló las recias armas
colgadas a la cabecera de su fiera dignidad, como lo hizo al recibir el
ultimátum justificado, decente y duro dentro de la diplomacia usual que le
remitió el barón Deffaudis en representación del Rey Luis Felipe. Todo lo
contrario:
México apreciando su debilidad no tomó en cuenta el insulto. (México sensible of her
feebleness, did not resent the insult). Y Mr. Ellis recibió una respuesta dentro del número
de días que había asignado (and Mr. Ellis received an answer, within the number of days
he had assigned) (17).
El 20 de Octubre de 1836, es decir veinte y cuatro días después de haber
presentado Mr. Ellis sus reclamaciones, expuso al gobierno mexicano,
que si no le satisfacía plena e inmediatamente, solicitaría sus pasaportes.
Al día siguiente contestó el gobierno a esa nota verdaderamente
insultante, to this insulting missive (18).
No obstante haber contestado el gobierno mexicano en el perentorio y
ridículo plazo que con tanta impertinencia se le había fijado para obligarlo
a un rompimiento; Mr. Ellis el 7 de Diciembre de 1836 pidió soberbio e
indignado sus pasaportes. Con lo cual demostraba que más que
diplomático jugaba el triste papel de espadachín de taberna pagado para
buscar a todo trance camorra a la nación escogida como víctima. Con
suma moderación el gobierno mexicano preguntó al terrible diplomático
la causa de su inexplicable furor. Mr. Ellis que no tenía más causa para
indignarse que el que no se hubieran indignado contra él por sus ofensas,
no pudo contestar a la moderada interpelación mexicana y guardó
siencio. Pocos días después Mr. Ellis conforme a las instrucciones que
había recibido de jugarles a los norteamericanos una comedia de ofensas
mexicanas, regresó a los Estados Unidos declarando que su misión
pacífica había fracasado, no obstante sus valiosos esfuerzos para
mantener sólida y cordial amistad entre los dos países.
El 6 de Febrero de 1837 el Presidente Jackson habiendo recibido el
volcánico informe del conciliador Mr. Ellis, relativo a su fracasada misión
pacífica y humanitaria en México, en el que se afirma que sólo por la
fuerza sería posible Obtener las indemnizaciones y reparaciones que
tanto necesitaba el honor y los intereses del buen pueblo americano;
dirigió al Congreso el correspondiente mensaje bélico y patético llamando
la atención sobre las condiciones verdaderamente lastimosas de los
ciudadanos de los Estados Unidos en México y sobre los graves insultos
que había recibido el decoro nacional. Terminaba esta malévola pieza de
complot esclavista, con las siguientes palabras:
I recommended that an act be passed authorizing reprisals and the use of the naval force
of the United States, by the Executive against Mexico, to enforce them, in the event of a
refusal by the Mexican government to come to an amicable adjustment of the matters in
controversy between us, upon another demand there of made on board one of our
ressels of war on the coast of Mexico.
Este mensaje ridículo a fuerza de exceso de maldad, significaba en
concepto de Mr. Jackson un estupendo rasgo de generosidad porque las
ofensas que habían recibido de México los Estados Unidos eran de tal
modo graves que exigían a los ojos de todas las naciones la guerra
inmediata:
would justify in the eyes of all nations inmediate war (19).
Afortunadamente la mayoría del pueblo norteamericano no era esclavista
ni lucía la inmoralidad de su Presidente, y ambas Cámaras escucharon
con frialdad el desahogo pasional de Mr, Jackson, sin concederle la
importancia que el PresIdente recomendaba.
En los mismos días había pues en México dos políticas opuestas en un
mismo gobierno y sobre la misma clase de asuntos. Una, sensata,
moderada, serena, fina por su tacto, digna por su resolución de no tomar
en cuenta las indignidades del adversario, fría como el desdén y altiva
como la justicia ante la grosería del fanfarrón brutal y púnico. La otra
política era quijotesca, trovadoresca, camorrista, quisquillosa como de
caballero andante, tonta, rociada de malos procedimientos de caballero
de industria que cuenta con su espada y los correspondientes padrinos
para saldar cuestiones de dinero con lances tabernarios de honor.
La primera clase de política la había adoptado nuestro gobierno con los
Estados Unidos y la seguía silenciosamente bajo riguroso secreto. La
segunda política era pública, teatral, patriotera y la seguía nuestro
gobierno contra Francia. Hay que tomar en cuenta que las reclamaciones
de los Estados Unidos que llegaron a subir a más de once millones de
pesos, tenían por objeto llevarnos forzosamente a una guerra en la que
seguramente y sin dificultad debíamos ser vencidos y pagar nuestra
humillación y derrotas con nuestros territorios de Texas, Nuevo México,
las Californias y parte de los Estados de Coahuila, Chihuahua y
Tamaulipas; en suma con más de la mitad del territorio nacional. En
cambio Francia nos pedía solamente 600,000 que se habrían reducido a
200,000 Y tres concesiones favorables al buen nombre del país, a sus
intereses comerciales y en general a nuestra civilización.
¿Cuál de las dos políticas era la verdaderamente patriótica y levantada?
Conclin nos dice:
Con tanta firmeza como habilidad y manteniéndose serena y digna la diplomacia
mexicana, resistió y deshizo los proyectos del general Jackson que había ofrecido a su
partido entregarle Texas antes de dejar la presidencia (20).
Mr. Jay juzga como actitud digna y razonada la que usó el gobierno
mexicano contra la desusada y censurable política del presidente de los
Estados Unidos:
Con razones tomadas a la historia y a la práctica de las naciones cIvilizadas, México
contuvo con serena prudencia los tumultuosos impulsos de la ambición esclavista (21).
En Francia la Revue des Deux Mondes dice, hablando del gobierno de Mr.
Jackson en la cuestión mexicana:
Le gouvernement américain ne rougit pas de descendre aux chicanes diplomatiques les
plus mesquines (22).
Pero la opinión más autorizada en la materia, es sin duda la emitida por el
expresidente de los Estados Unidos Mr. John Quincy Adams en su
aclaración a su notable discurso de 1838 pronunciado en el Congreso
sobre la cuestión de Texas:
From the day of the battle of San Jacinto, eVery movement of the administration of the
Union appears to have been made for the express purpose of breaking off negotiations
and precipitating a war, or of frightening Mexico into the cession of not only Texas, but
the whole course of the Rio del Norte ... The instructions of the 20th July, 1836 from the
Secretary of State to Mr. Ellis almost immediotely after the battle were evidently
premeditated to produce rupture and were but too faithful carried into execution. His
(Ellis's) letter of the 20th October 1836 to Mr. Monasterio was the premonitory symptom,
and no true hearted citizen of this Union can read it and the answer to it one the next day
by Mr. Monasterio, without blussing for his country (23).
La política que sin excepción ha merecido la honrosa e irrevocable
sanción histórica, fue la seguida por nuestro gobierno de 1836 a 1839,
con motivo de las reclamaciones que nos hacía el gobierno de los
Estados Unidos, empeñados en llevarnos a la guerra. ¿Por qué los
mismos hombres se separaron de la misma conducta en la controversia
con Francia? El Señor Cuevas era una persona circunspecta, muy
moderada, serena, honrada, muy ilustrada en su profesión, en la historia
de su país y en la universal, y su patriotismo siempre fue intachable. ¿Es
exacto el juicio del historiador Rivera sobre los funcionarios que
provocaron y decidieron nuestra guerra con Francia en 1838?
En materia de guerras extranjeras, un hombre público director de escena
política, no puede someter a sus decisiones personales a una nación que
si no es democrática es apasionadamente revolucionaria. Los pueblos
poco civilizados sólo salen de su indiferencia o abyección política,
cuando se trata de una guerra extranjera o simplemente de una amenaza
o grave peraro exterior. En estos casos aparece repentinamente una
voluntad nacional o por lo menos voluntad de la clase que se considera la
nación. Toda tiranía viable debe ejercerse sobre una minoría con el apoyo
activo o pasivo de la mayoría; pero cuando la mayoría toma actitud
resuelta como sucede en materia de guerras extranjeras, cesa toda clase
de dictaduras y el gobierno se deja dominar, por un impulso público, que
sabe que es imposible resistir o atenuar.
Un gobierno hábil debe, para evitar que la voluntad pública exaltada le
imponga una guerra extranjera, no presentar al pueblo ni siquiera su
remota probabilidad, lo que le es fácil mientras las negociaciones
diplomáticas pueden seguirse con riguroso secreto. Corresponde a las
cualidades eminentes de los hombres de Estado, no dejar traslucir a un
pueblo violento, mal educado, sin ilustración, inmensamente vanidoso y
peligrosamente impulsivo, nada que pueda determinar un acceso terrible
de histerismo patriótico; mientras dicho gobierno tenga la seguridad o la
esperanza de llegar a un resultado pacífico, honorable, conveniente y
equitativo para su país.
En la controversia con Francia semejante conducta sensata y hábil era
imposible, porque precisamente nuestros hombres de gobierno no sólo
comprendían sino que bajo su firma y oficialmente lo declaraban, que
Francia tenía razón en parte, de sus reclamaciones y en su ambición de
concesiones. Llegar a una solución pacífica y honrosa, era imposible
porque el gabinete más ilustrado que el Congreso, sabía por experiencia
que este cuerpo por su ignorancia desastrosa, le había de negar su
aprobación a las ilustradas iniciativas del Ejecutivo en materia de tratados
de comercio y protección amplia a los extranjeros residentes en la
República.
En 1827 el Ejecutivo Federal había celebrado con el gobierno francés un
convenio que se denominó Declaraciones provisionales de 1827, que en
sustancia era una copia del tratado que México celebró con la Gran
Bretaña en 1826 y en el qUe nUestro gobierno se comprometía a no
imponer préstamo forzosos a los franceses y a no retirarles la facultad
legal de hacer comercio al menudeo. Á causa de estas dos estipulaciones
rehusó el Congreso mexicano dar al convenio con Francia su aprobación.
En 1830 nuevo acuerdo con Francia para un nuevo tratado, estipulando
México exceptuar a los franceses de los terribles préstamos forzosos y a
nunca retirarles la facultad legal para hacer el comercio al menudeo.
Nueva reprobación del Congreso. En 1832 nueva tentativa de tratado con
Francia y tercer fracaso en el Congreso. Por ultimo, en 1834, el Ejecutivo
presentó otra vez su proyecto de tratado con Francia obteniendo igual
resultado que en los anteriores, pues el Congreso era inquebrantable para
sostener el derecho del Ejecutivo dotado de facultades extraordinarias
para imponer a los franceses préstamos forzosos, fundándose en que era
indigno que los extranjeros gozasen de franquicias y garantías negadas a
los mexicanos. Este razonamiento es el que usaría un príncipe del Congo,
para asesinar sin responsabilidad a los extranjeros, apoyándose en que
no gozando sus súbditos de las garantías que hacen inviolable la vida,
sería vergonzoso que un extranjero disfrutase de mejor situación que un
congolés bajo el paternal gobierno de una fiera.
Con igual horror veía el Congreso la estipulación de que jamás se retirase
a los franceses la facultad legal de hacer el comercio al menudeo. Esta
concesión parecía excesiva y daba lugar a quejas constantes de los
mexicanos. Los cuatro fracasos en el Congreso del tratado entre México y
Francia, prueban dos clases de criterio: el de los hombres de gobierno
más ilustrados y apreciando en consecuencia desde un punto de vista
más alto y razonable, los deberes de México ante el Derecho Internacional
y la civilización. El Congreso no podía alegar que lo que Francia pedía era
indigno para los mexIcanos concederlo, porque ofrecía en el tratado
reciprocidad de franquicias y concesiones.
El criterio del Congreso era chaparro, deforme, aplastante como el de
toda colectividad poco civilizada. El progreso humano tiene siempre lugar
por la acción individual y se manifiesta por una lucha entre el individuo y
la colectividad, tanto más necia y desconfiada cuanto más grande es la
diferecia de ilustración entre uno y otra. Ningún congreso popular es ni
ha sido órgano de progreso, por la sencilla razón que toda colectividad es
esencialmente conservadora, menos los Congresos demagógicos
quienes en su marcha violenta y demente avanzan a veces con perjudicial
rapidez. Pero los Congresos que habían rechazado cuatro veces el
tratado con Francia, eran ultraconservadores sobre todo en materia de
desatinos económicos. Sin las preocupaciones acerbamente españolas
del Congreso en relación con los extranjeros, nunca hubiera habido
guerra con Francia que consideraba secundaria la cuestión de
reparaciones e indemnizaciones. Habiendo obtenido Francia de México lo
mismo que la Gran Bretafia, hubiera sido más que generosa respecto de
los demás puntos en cuestión.
El Congreso de 1838, no era hostil al Presidente Bustamante, pero aun en
los Congresos más sumisos a la política ejecutiva, se produce una fuerte
resistencia cuando creen comprometida la dignidad o cualesquiera de las
imaginarias prerrogativas de la nación. En 1880 el Congreso mexicano
continuó presentando la resistencia invencible al empleo del capital
norteamericano en México, con igual energía a la manifestada por
Congresos anteriores sobre el mismo punto. Grande y perpetua tiene que
ser la gloria del general Díaz, por haber salvado a su país de la protección
insensata que querían darle sus legisladores contra los únicos medios de
civilización como lo han sido y continúan siéndolo la construcción de
ferrocarriles. En 1885 fue preciso reconocer las deudas públicas
extranjeras apoyándose en una ley de 1883, votada bajo una gran presión
ejecutiva, y no se hubiera obtenido nada del Congreso sin grave y
peligroso escándalo nacional. La opinión pública, se opuso no a
determinados artículos de los contratos de reconocimiento, sino a que se
reconocieran en principio las deudas extranjeras. Más tarde hemos visto
al Senado, conmoverse, resistir y votar con suma dificultad el convenio
de límites con que terminaba patriótica y útilmente el Señor Mariscal la
cuestión de Belice. Una República de tipo parlamentario que ya de por sí
es abominable por lo que respeta al parlamentarismo, tiene que ser en un
pueblo no bien civilizado, el arma lógica de su suicidio.
En la cuestión con Francia los diversos estadistas mexicanos que habían
firmado con esa nación los cuatro tratados presentaban la razón y el
progreso; el Congreso representaba tradición bárbara, caudalosa en
preocupaciones, en qUe estaba naufragando el pensamiento nacional.
Pero si detrás de los hombres ilustrados estaba la historia, detrás del
Congreso estaba toda la sociedad y especialmente el ejército ofreciendo
anticipar el inevitable cuartelazo o todos los que fueran necesarios para
honrar tan magnífico motivo de anarquía.
He dicho que lo que pedía Francia en materia de franquicias y garantías
para sus nacionales era lo concedido desde 1826 a Inglaterra. Para el Rey
Luis Felipe la negativa de tratar a Francia como a la nación más
favorecida, era un acto de poca amistad y de poco juicio, pues en suma
quería decir gue México concediendo a Inglaterra únicamente, la exención
de los préstamos forzosos, sólo el capital inglés podía tener seguridad de
no ser repentinamente confiscado por las sombrías y perennes facultades
extraordinarias del gobierno mexicano.
El gobierno sabía que en el texto español del tratado con Inglaterra de
1826 no existía la exención de los préstamos forzosos para los ingleses,
pero sabía que en el texto inglés sí existía semejante estipulación y que el
fraude podía descubrirse como sucedió y que los ingleses, no habían de
permitir ser burlados. He aquí, la esperanza lisonjera de una cuarta guerra
extranjera: Teníamos ajustada una guerra con Texas convertida en
República independiente, teníamos en perspectiva una segunda guerra
con los Estados Unidos por la que tomaba decidido empeño el General
Jackson. Habíamos resuelto tenerla con Francia e indudablemente nada
de más bello que asegurarla con Inglaterra.
La situación de nuestro gobierno en 1838 era bien comprometida si se
atiende al hecho curioso que denuncia el libro sobre la expedición
francesa en 1838 en México, mandado publicar de orden del Rey Luis
Felipe.
El tratado celebrado entre México e Inglaterra en 1826, decía:
El gobierno mexicano no impondrá préstamos forzosos a los súbditos de S.M., etc. (24)
Pero temiendo el Ejecutivo el furor público y la desaprobación del
Congreso, introdujo de un modo fraudulento en el texto español, la
palabra especialmente, con lo cual nulificaba la exención otorgada a los
ingleses, quedando así el texto español:
El gobierno mexicano no impondrá préstamos forzosos especialmente a los súbditos de
S.M.
Este fraude fue descubierto por los ingleses, reclamado y el gobierno
tuvo que dar satisfacción, corrigiendo el texto español sin inconveniente
por estar ya aprobado por el Congreso. Como era natural se le echó la
culpa al impresor.

NOTAS
(1) Véase el ultimátum de 21 de Marzo de 1838.
(2) Frase del Señor Cosmes. en la discusión sobre reconocimiento de la deuda exterior
en la Cámara de Diputados, Diciembre de 1884.
(3) Ultimátum de 21 de Marzo de 1838.
(4) Ultimatum de 21 de Marzo de 1838.
(5) Ultimátum de 21 de Marzo de 1838.
(6) Ultimátum de 21 de Marzo de 1838.
(7) Véase informe sobre reclamaciones norteamericanas. 1842.
(8) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, pág. 345.
(9) RIvera, obra citada, tomo III, pág. 353.
(10) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, pág. 350.
(11) Jay William A review of the causes, pág. 34.
(12) Obra citada, pág 34.
(13) Obra citada, pág. 35.
(14) Jay William, A review of the causes, pág. 36.
(15) ¡A la guerra mexicanos! Opúsculo de Don Pedro Zaldívar. Biblioteca Nacional.
Dirección. tomo IV, II Sección. Documentos para la historia de MéxIco.
(16) Jay William, A review of the causes, pág. 42.
(17) Obra citada, pág. 42.
(18) Jay Williham, A review of the causes, pág. 41.
(19) Mensaje del 6 de Febrero de 1837.
(20) Conclin, A new history of Texas, pág. 102.
(21) Jay William, A review of the causes, pág. 42.
(22) Revue des Deux Mondes, 15 de Julio de 1844, pág. 239. Biblioteca Nacional.
(23) New York Review, Julio 20 de 1838. Biblioteca Nacional.
(24) Blanchard et Dauzart, Expédition francaise au Mexique, pág. 512, publicada por
orden del rey.

Índice de Las grandes mentiras de Segunda parte - Tercera parte - Biblioteca


nuestra historia de Francisco Capítulo XX Capítulo II Virtual Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras de
Tercera parte - Tercera parte - Biblioteca Virtual
nuestra historia de Francisco
Capítulo I Capítulo III Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo segundo
EL ODIO JUDÁICO
Desde el momento en que la opinión pública tuvo noticia vaga del
ultimátum se declaró abierta, franca e inexorablemente por la guerra. Los
motivos para esta unánime y placentera declaración, eran poderosos,
fatales, irresistibles.
Desde luego y en primer término figuraba el odio ortodoxo por los
extranjeros, cualquiera que fuese su raza, aspecto, religión y
nacionalidad.
Ocupándose de ese odio extranjero, la Revue des Deux Mondes, decía:
El mexicano en efecto, es más temible para los extranjeros que el vómito que devasta
sus costas y el Norte de su golfo. El odio al extranjero es general en México, y este odio
es común a todas las clases; de manera que todos los que por diversas causas se fijan
en el país son tratados casi como lo eran los judíos en la Edad Media: aborrecidos,
insultados, perseguidos, robados y asesinados; sin que tenga consecuencias serias. En
las calles, los léperos les arrojan piedras y les gritan: ¡Mueran los extranjeros! ¡Fuera los
extranjeros! Las gentes llamadas decentes, no los apedrean pero excitan a la canalla.
Este odio tiene por causa principal las preocupaciones religiosas. Los españoles
hicieron creer a los mexicanos que sólo ellos eran cristianos y que las demás naciones
eran herejes y en consecuencia era preciso detestarlos y evitar todo contacto con ellos.
Esta creencia subsiste hoy en toda su fuerza y los extranjeros son generalmente
mirados como una raza de Caín -maldita y eternamente proscrita (1).
¿Era exacto o exagerado lo asentado por la autorizada publicación
francesa dos años antes de que se rompieran las relaciones entre México
y Francia?
En el mismo año de 1836, un escritor mexicano de grandes polendas, el
Dr. Mora escribió:
Este es el verdadero origen y la principal razón del odio de las masas a los extranjeros:
suponen que ninguno de ellos profesa la religión católica, y como esto en los principios
de la misma religión es uno de los más grandes pecados, el pueblo los reputa por los
mayores criminales, a pesar de que las leyes del país no los obligan a profesar su culto y
los tratados celebrados con las potencias a que pertenecen les garanticen la libertad de
no conformarse con él. De aquí provienen los asesinatos que se han cometido y de que
han sido víctimas algunos de ellos, entre los cuales se cuentan personas de gran mérito.
El gobierno siempre ha procurado reprimir y castigar estos excesos; pero como al
pueblo se la ha hecho creer antes que era un acto meritorio el matar a los herejes y hoy
los maestros de su moral no se empeñan en destruir esta convicción, él aplaude en su
corazón estos asesinatos y ya que no puede hacer otra cosa en público, procura
disculparlos, al mismo tiempo que le inspiran el más grande interés en el suplicio los
ladrones y asesinos afamados, que como es común mueren con las disposiciones
cristianas. Suceden comúnmente que el pueblo en estos espectáculos censura la
autoridad y toma partido en su corazón por el paciente, así porque no puede concebir
que un hombre que ya se reputa entre los justos y la gloria, sea un criminal en la
sociedad como porque no comprende cuál sea la necesidad y utilidad de las penas ni de
la represión de los delitos (2).
El asesinato en 1833 de los cinco franceses en la hacienda de Atencingo
del Partido de Chietla (Puebla) fue debido a que los dependientes de
dicha hacienda, excitaron a la población acusando a los franceses de
envenenar el agua para causar el cólera morbus.
Pero teniendo motivos para creer que esa invención del envenenamiento de las aguas,
se ha hecho y propagado con estudio malicioso por hombres que no contentos con las
aflicciones que padece la sociedad, pretenden exaltar los ánimos de los ignorantes
contra los extranjeros, me manda S.E. que al manifestar a V.E. el hecho lastimoso de
Atencingo, le encargue que desimpresione a los pueblos de la idea que se les sugiere
del envenenamiento de las agua por los extranjeros (3).
El barón Deffaudis, pregunta a nuestro ministro de Relaciones Exteriores
¿por qué el epíteto popular de los extranjeros en México, es el de judíos?
¿Por qué, pregunta el mismo ministro, en todos los alborotos públicos y
sea cual fuese el motivo, los primeros y los últimos gritos del pueblo son:
¡Mueran los judios! (4).
El general Tornel, ministro de la guerra, dirigiéndose a los comandantes
generales de los Departamentos, les recomienda castiguen a las
personas que en los alborotos públicos proclamen la muerte de aquellos
que no han nacido en el país (5).
El Gobernador de Zacatecas en su carta al vicecónsul de Francia, deplora
la existencia de antipatías populares contra los extranjeros y la excitación
que recibían estas antipatías por la falta de prudencia y de moderación de
ciertas autoridades (6).
El pueblo mexicano tenía en 1838, la misma conciencia turbia,
sanguinaria, siniestra y ardiente del pueblo español, bajo la piadosa mano
de Felipe III con la que expulsó a los moriscos de sus reinos. El clero
predicaba la misma persecución, el mismo odio, la misma fe en la
grandeza de México no por la explotación de nuestras riquezas, sino por
la expulsión de los herejes, que lo eran todos los extranjeros menos los
españoles. El Obispo de Puebla, había dicho en su sermón celebrando las
elecciones católicas que aseguraron en 1834 la tranquilidad de la Iglesia
alarmada por las leyes liberales de 1833:
Si de esta nación cristiana hasta ser predilecta de Su Divina Majestad, salieran por sus
puertas todos los herejes mexicanos y extranjeros como han salido del santuario
profanado de las leyes, no volverían a contristarnos las pestes y hambres que Dios nos
envía (7).
Son las mismas ideas contenidas en el sermón del arzobispo de Valencia,
después de la expulsión de los moriscos.
Entre las felicidades, que cuenta el Espíritu Santo que tuvieron los hijos de Israel en el
gobierno del rey Salomón, es una; que vivían los hombres seguros, durmiendo a la
sombra de su parra y de su higuera, sin tener de quien temer. Así estaremos en este
reyno de aquí adelante, por la misericordia de nuestro Señor y paternal providencia de
Su Majestad (la expulsión de los moriscos) todo nos sobrará y la misma tierra se
fertilizará y dará fruto de bendiciones (8).
No hace muchos años, que en Irapuato tuvo lugar un tumulto de fanáticos
que atacaron brutalmente a una familia protestante instigados por su
pastor, y no obstante hallarnos en un período de mucha mayor
civilización que en 1838, el obispo no condenó privada ni públicamente la
ferocidad delictuosa de sus ovejas.
¿Cómo es posible que un pueblo que considera santo su odio por los
extranjeros quiera pagar cientos de miles de pesos o millones, como
indemnización por poner en práctica su primer deber religioso; odiar al
hereje y exterminarlo? España creyó que su misión en el mundo era
mantener la guerra contra toda nación hereje y nunca dudó de su poderío
para vencer a todos, sino hasta que se vió estropeada, humillada, vencida
y en agonía. Aceptar en México una guerra contra herejes extranjeros,
debió considerarse como insigne favor de la Providencia que
graciosamente designa a la República como a su caballero de Malta o de
Calatrava en América.
En México tenemos el orgullo insensato y ridículo de creer que todo
extranjero por el solo hecho de pisar nuestro suelo recibe un favor
insigne, favor de Califa oriental, que dispone de hadas y maneja varas
mágicas. Para nosotros todo extranjero viene a enriquecerse a nuestra
costa como un parásito o un bandido. Los extranjeros honrados como
todo hombre que trabaja y tiene virtudes, se enriquecen a costa del sudor
de su frente y de energía indomable resultado de esas virtudes y nos
enriquecen con su ejemplo, con los impuestos que pagan, con tierra o
industria cuyo valor levanta, con la creación de unas familias útiles, con
el consumo que nos hacen, con la ayuda que nos prestan y si llegan a
millonarios sus millones no los roban, sino que salen de sus manos y de
materias primas que sin su trabajo permanecerían sin valor
indefinidamente.
Desgraciadamente en México, la creencia en que todo extranjero debe ser
un esclavo de nuestro insensato orgullo vive aún, aunque atenuada en las
altas clases de la sociedad, deformando más o menos hasta el criterio de
personas que se precian de ilustradas. Como es natural, en las clases
bajas dura con mayor intensidad este vicio de criterio respecto de los
extranjeros y uno de los lugares más desagradables del mundo para un
extranjero tiene que ser nuestro suelo, mientras recordemos a gritos día y
noche el precio de nuestra hospitalidad comparable a la que los
venerables patriarcas de la India védica daban a los que querían hacer
eternamente felices.
Casi todas las naciones americanas pero especialmente Argentina, Brasil,
Chile, Uruguay, Perú, Venezuela, Guatemala y México, se han preocupado
por su colonización, estimándola como el mayor de los bienes, como el
único medio capaz de sacarlas o de haberlas sacado de la miseria y de
llevarlas al apogeo de la potencia; civilizándolas en pocos años y
asegurando al mismo tiempo su independencia por el aumento rápido de
vigorosa población.
Si la colonización fuera lo que expresa la frase que constantemente se
escupe a los extranjeros: Estos sólo vienen a enriquecerse a nuestras
costillas, sería la tal colonización una obra de caridad o petulancia
indiscutiblemente ruinosa, antipatriótica e imbécil, condenada por la
ciencia, la moral y en suma contraria a todo programa juicioso de
progreso.
En 1838 nuestro orgullo era aun más refinado, más cruel, más oriental,
más judaico. Colocados aunque muy pobres y desgreñados en el
elavadísimo trono de oro y piedras preciosas de nuestras infinitas
riquezas naturales, trono torneado, esculpido, tallado por las
exageraciones y errores del baron de Humboldt, y sobre todo por los
artífices fantásticos de nuestra demente imaginación; recibíamos a los
extranjerOS como a reptiles a quienes una diosa caritativa nos ordenaba
soportar. No eran dignos de besar nuestra mano ilimitadamente
protectora, sino a lo más de tocar con sus labios la punta de la varita de
marfil tenida por dedos sacerdotales forrados con gruesa piel de elefante.
Darles a los extranjeros en 1836 un pedazo de tierra eriaza castigada por
la falta de lluvias para que la labrasen, era como concederles un reino en
el Asia Menor; cada pedazo de nuestras tierras valía tanto o más que un
imperio europeo con todo y reyes, palacios y basílicas. Las almas
forzosamente inmortales de estos favorecidos, no debían quedar
formadas más que de excelsa gratitud expresada en medioeval vasallaje,
bajo las pirámides colosales de nuestros beneficios.
En 1835 el odio al extranjero alcanzaba proporciones deformes próximas
al canibalismo. Habíamos sido inyectados tres siglos, de espíritu judaico,
por esa España que a fuerza de depurativos obtuvo el coma que la
confunde con el cadáver. En nuestras clases elevadas, no reinaba el
espíritu judaico del saduceo mundano, elegante, con relieves de
escepticismo, de fino y sutil pensamiento; tampoco sentíamos el efluvio
del eseniano de túnica blanca practicando la perfección de las
abstenciones, nuestro espíritu judaico era netamente fariseo, devoto,
intratable, separatista hasta de la familia, ambicionando la secuestración
nacional del contacto impuro de los demás pueblos.
Nuestra felicidad suprema era sentirnos aislados, temidos, detestados,
agrios, con fisonomía de azote y aliento de epidemia. El ideal político de
nuestro partido católico era el gobierno severamente religioso, con
ministros que orasen y recibiesen acuerdos sobre montañas
trepidatorias, traduciendo en palabras de decreto, relámpagos y
huracanes. Una prensa de profetas imprecando tabernariamente para
evitarse convencer y formulando anatemas en sustitución de ponzoñosos
silogismos. Como en Jerusalem; se ambicionaba la omnipotencia
sacerdotal, la riqueza acumulada sólo en los templos, un condotiero
místico y cruel como David por dictador, gobernando al país sagrado con
ritos de purificación, salmos de Policía, cantares legislativos y
ceremonias raras y cabalísticas que hiciesen sentir a las multitudes el
peso extraño de un despotismo infinitamente melancólico.
Sobre el odio ortodoxo a los extranjeros, reventó en 1835 el odio
industrial, el odio púnico, sin ideales humanitarios no religiosos. Éramos
muy ricos, pero los extranjeros nos despojaban vandálicamente de todo y
era preciso expulsarlos del país y proclamar nuestro aislamiento dentro
de una mUralla de atrocidades legislativas. Tal fue el pensamiento que
redactó la manifestación popular presentada al Congreso, el 28 de Enero
de 1835, pidiendo la inmediata expulsión de todos los extranjeros.
El párrafo más expresivo de la citada manifestación que es muy larga,
dice así:
Representación de los mexicanos al soberano congreso para la expulsión de todos los
extranjeros: 28 de Enero de 1835.
Señor:
Los mexicanos a la vanguardia de la opinión, penetran con sus clamores hasta el recinto
augusto de la soberanía nacional. Los males de la patria exigen hoy medidas radicales y
salvadoras; medidas políticas pero justas; medidas justas pero vigorosas. La nación,
Señor, se halla al borde de movimientos tumultuarios y espantosos. La miseria, el
anonadamiento, el vasallaje opresor la exacerba, la enfurece, la precipita: ¡No más
extranjeros en los destinos públicos! ¡No más extranjeros apoderados de todos los
canales de industria y propiedad territorial! ¡No más extranjeros exprimiendo la
sustancia de los pueblos! ¡Afuera esas prerrogativas destructoras! ¡Arriba leyes
represivas y restrictivas! ¡Fuera los extranjeros! ...
El maligno Don Carlos María Bustamante que tan bien sabía impregnarse
de los sentimientos y errores públicos, dice hablando de las concesiones
justas que pretendía Francia en su ultimátum y que he dado a conocer:
Entre varias pretenciones absurdas que se presentaron al gobierno, una de ellas fue el
comercio al menudeo de los franceses, por el cual se dejaba reducidos a nuestros
conciudadanos industriosos a la mendicidad; la sola idea de que un mexicano a merced
de su industria comercial no pudiera hacer su fortuna en su suelo natal, horroriza a todo
corazón sensible ... (9).

NOTAS
(1) Revue des Deux Mondes, Julio 1° de 1836.
(2) Doctor Mora, México y sus revoluciones, tomo II, pág. 521.
(3) Circular a los Gobernadores de los Estados. México, Septiembre 7 de 1833. García.
(4) Deffaudis, Nota de 19 de Junio de 1837.
(5) Tornel, Circular de 22 de Marzo de 1837.
(6) Deffaudis, Nota de 19 de Junio de 1837.
(7) Lábaro, Septiembre 9 de 1834. Archivo Nacional.
(8) Ximénez, Vida de Rivera, Apéndice, pág. 419.
(9) Carlos María Bustamante, Gobiernos de Bustamante y Santa Anna, pág. 109.
Índice de Las grandes mentiras de
Tercera parte - Tercera parte - Biblioteca Virtual
nuestra historia de Francisco
Capítulo I Capítulo III Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras de
Tercera parte - Tercera parte - Biblioteca Virtual
nuestra historia de Francisco
Capítulo II Capítulo IV Antorcha
Bulnes

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo tercero
LA CRISIS BÉLICA INEVITABLE
Rivera explica el deseo ardiente de guerra en México el año de 1838,
porque la derrota tan reciente de Texas había herido el orgullo nacional,
así como los papeles que se publicaban en Francia contra México, por lo
que gran parte de la prensa y el pueblo instaban al gobierno a que no
transigiese en nada (1). Es decir, la prensa y el pueblo instaban al
gobierno para que no atendiese a lo justo ni a lo injusto de las
reclamaciones, sino simplemente a vengar en los franceses la derrota con
que nos había avergonzado un puñado de aventureros en Texas.
En primer lugar ni Francia ni los franceses de México eran culpables de
nuestra reciente derrota en Texas, sino los militares mexicanos y
especialmente Santa Anna, que había dispuesto una expedición en
condiciones que necesariamente la debían hacer fracasar. Pero los
mexicanos no conocían la verdad sobre Texas sino las groseras mentiras
que el general Santa Anna les había servido en la cantárida de la vanidad
pública. Si había la convicción de que para reconquistar Texas era
preciso acudir a la guerra ofensiva y que para ella no había dinero; esto
era falso pues se gastaban en efectivo cada año, en ejército, de ocho a
catorce millones de pesos, no obstante la miseria social, cantidad más
que suficiente para emprender contra Texas una campaña fructuosa; pero
ya he dicho, el público no se daba cuenta que el ejército sólo servía en
México para contener un poco de tiempo a la clase militar entusiasta por
el remate perpetuo de la silla presidencial, entre tanto el mismo ejército ya
bien corrompido, se dejaba seducir y tomaba parte en el tráfico del poder
produciendo o secundando el inevitable cuartelazo. Entretanto su
distracción era tiranizar y despreciar a la sociedad.
El orgullo nacional debía haberse sentido herido, de que la nación
estuviese bajo las plantas y vicips de una turba oificialesca, que la
corrompía, la afrentaba, la expoliaba y la entregaba sin defensa a la rapiña
filibustera de los aventureros norteamericanos o a conquista por
cualquiera potencia ambiciosa. En vez de clamorear por nuevas guerras
extranjeras para recibir nuevas derrotas y humillaciones, debió el pueblo
haber luchado no por la democracia para lo que era incompetente, sino
para hacer y sostener un gobierno fuerte civil, respetable, capaz de usar
de todos los recursos de la nación y salvar la parte más rica de su
territorio de la absorción casi neumática de los Estados Unidos.
Abandonar la lucha en el terreno donde era necesaria y donde el
verdadero honor la exigía que era en Texas, para buscar laureles
imposibles hostilizando a Francia que no pretendía conquistarnos ni
tomarnos una pulgada de territorio, ni una palabra de nuestras leyes, ni
una vibración del sentimiento de nuestra independencia, era insensato,
ridículo y antipatriótico.
Era sencillo despachar el ejército a Texas, siempre que las clases
superiores hubieran organizado con las populares, milicias para cuidar el
orden en las ciudades y pueblos y defenderlos contra la clase militar que
fuera del honor y del presupuesto debía como siempre levantarse para
derrocar al gobierno que no cumplía ni podía cumplir con el compromiso
fundamental de los caudillos pretorianos que en páginas anteriores he
citado: Oh emperador, si no despojas al pueblo para enriquecernos,
nuestra justicia te matará. Con un poco de espíritu nacional esas milicias
hubiesen podido hacer los grandes servicios que han hecho en muchas
partes; no dar cargas a la bayoneta ni batallas campales, ni echarse sobre
los cañones cuando vomitan metralla; pero sí sostener a la policía y
defender a la población débil contra el ataque de los malhechores. Si la
clase militar turbulenta y numerosa existente fuera del ejército hubiera
visto que mientras éste iba a Texas, los hombres del país estaban
resueltos a defender sus bienes, su dignidad y su gobierno, se hubiera
mantenido tranquila o hubiera sido fácil y severamente castigada.
¿Por qué no se hacía lo que debió hacerse y que era ya bien conocido por
haberlo hecho con fruto otras naciones? Mr. Chevalier que al juzgar a
México el año de 1835 comete errores, falsedades y exageraciones, dice
también grandes verdades y entre estas se encuentra la respuesta a la
interrogación que acabo de hacer.
Los nueve décimos de blancos presentan una noble semejanza con el vecindario de las
ciudades de España, es una especie de gentes pacíficas, sin ambición, dotadas de
sentimientos honestos; poco apáticas, enervadas y tan desprovistas de toda energía
para el bien como de todo frenesí para el mal
... Un vecindario así formado de esta manera, no presenta ningún recurso ya sea para
defender al país contra invasión extranjera, ya sea para constituir una opinión pública
firme, severa y esclarecida, porque ignora aún lo que es la furia francesa y lo que quiere
decir el valor civil de los ingleses. La suprema felicidad para esta clase, es no hacer nada
en lo físico ni en lo moral; y sin embargo para asegurar la conservación de este estado
de inacción, ni aun tiene el grado de fuerza necesaria para organizarse en milicia única,
formidable en los tumultos o contra los ladrones. Hace veinte años que esta clase no ha
sufrido modificaciones profundas en su temperamento, ni en sus tendencias; sin
embargo ha cambiado más que los indios. Sus defectos han empeorado, por más que
importa a su propia conservación el sacudirlos. Las crisis revolucionarias, la apatía y la
indiferencia han llegado a la laxitud más culpable. Una y otra lo repito los conducen al
suicidio. El vecindario mexicano parece que no tiene conciencia (2).
Más tarde los inteligentes autores de los Apuntes para la guerra con los
Estados Unidos, hicieron notar que en México había una gran energía
para las fanfarronadas e intolerancias a la que llamaron patriotismo
vocinglero. Esta clase de patriotismo era enteramente inofensivo para
todo enemigo extranjero, pero era imponente, inconmensurable,
irresistible para echar abajo a un gobierno que se atreviese a censurarlo,
a calmarlo, a nulificarlo, a corregirlo, a escapar a su tiranía. El cuartelazo
periódico daba lugar a uno o varios cuartelazos extraordinarios contra un
gobierno frío en el centro del fuego patrio.
En 1838, en el concepto público no siendo posible Una guerra ofensiva
contra los Estados Unidos o contra Texas; el honor castellano quedaba
manchado y era muy difícil lavarlo con una guerra defensiva; porque para
la guerra ofensiva basta con que el ofensor quiera pelear, pero no basta
para que haya combate que un individuo esté decidido a defenderse; se
necesita encontrar un ofensor y para ello hay que apelar al medio de
provocar el designado para ofensor. El ultimátum del barón Deffaudis,
aparecía como el mayor de los beneficios: el ofensor que el honor
necesitaba para vengar el fracaso de Texas, surgía en Europa; este
hallazgo merecía un Te Deum, la guerra única posible, la guerra defensiva
era segura y para ello bastaba que el gobierno desechara todo lo que
reclamaba Francia; injusto o justo; no se trataba de aparecer como
pueblo civilizado sino como pueblo insolente que pide campo, sol y
armas para probar no la justicia de su causa sino lo infinito de su valor.
Se creía en el pueblo que Francia comenzaría sus hostilidades con un
bloqueo, al cual nadie prestaría atención. Entonces el honor de la nación
francesa exigiría la invasión de nuestro territorio con cien mil hombres a
lo más (3). A esos cien mil hombres se les opondrían sesenta mil
mexicanos que los derrotarían al primer encuentro. Los prisioneros serían
destinados a trabajar nuestras minas, hasta que Francia los rescatara
dando una fuerte suma (4). Al romperse las hostilidades el gobierno haría
saber al mundo que estaba dispuesto a prodigar patentes de corso y
tanto los campechanos, como los berberiscos, como los ingleses y aún
todos los piratas del globo, se lanzarían sobre la nación mercante
francesa para en dos años a lo más destruirla. Acosada Francia por
centenares de corsarios, y no pudiendo evitar la ruina total de su
comercio exterior pediría de rodillas la paz, que le sería concedida previa
una fuerte indemnización de guerra y la entrega de cuatro de sus mejores
navios de línea. Con este oro y esta base de gran flota iría nuestro ejército
a Texas y si era posible a los Estados Unidos (5). En suma la guerra con
Francia reparaba todos nuestros males, haría ver a los Estados Unidos
cómo se defendía el suelo patrio, para que perdiesen por completo la
insensata ambición de invadirlo.
El Patriota Jalapeño decía y era escuchado con reverencia obtenido en la
prensa de México los honores de numerosas reproducciones.
Una vez comenzado el bloqueo, la bofetada ha sonado en nuestro rostro y aun cuando
Francia de rodillas perdón nos pidiere, con el látigo la haría caer exánime. El pueblo
mexicano sólo es generoso después de haber vencido y el francés cobarde y rufián sólo
obtendrá nuestro perdón cuando bajo nuestras plantas gima pidiendo misericordia (6).
Recomendamos a nuestros compatriotas que antes de salir a campañas contra los
mandrias franceses, den un paseo por todos los muladares y cloacas, pues no debemos
hacerles el honor de darles puntapiés con los pies limpios. Contra esos cobardes
pordioseros que buscan las migajas de nuestra opulencia no hay que usar fusiles, sino
reatas para arrastrarlos a cabeza de silla hasta dejar remolidos sus inmundos cráneos en
nuestros vastos pedregales (7).
Sí, Francia abominable y maldita, ven a caer dentro de nuestras fauces
sedientas de tu sangre, para machacar tu médula y escupirla después con
asco, nuestras mujeres desde el Popocatépetl, verán un mar rojo con sólo
tu impura sangre (8).
Por estas manifestaciones de la prensa saboreadas con delirio intenso, se
verá que la excitación pública había llegado a la temperatura de fundición
del cobalto y que el pueblo como un solo hombre iba a levantarse para
escarmentar al invasor. La fe en la victoria era más ardiente que en la
religión. La venganza aleteaba como un ángel pardo exterminador, el
patriotismo no conocía límites, ni decencia, ni civilización en sus
manifestaciones. Nuestro inolvidable Guillermo Prieto compuso las
estrofas del himno de guerra que exigían las circunstancias:
Mexicanos, tomad el acero.
Ya rimbomba en la playa el cañón.
Odio eterno al francés altanero, y vengarse o morir con honor.
Lodo vil de ignominia horrorosa
Se arrojó de la patria a la frente.
¿Dónde está? ¿Dónde está el insolente?
¡Mexicanos! ¡Su sangre bebed!
Y romped del francés las entrañas
Dó la infamia cobarde se abriga;
Destrozad su bandera enemiga
y asentad en sus armas el pie.
Si comparamos las estrofas del himno del 1838, con las del actual, se
observa la prueba de un notable progreso. En nuestro actual himno se
revela el patriotismo de una nación más civilizada, más serena, más firme.
El himno de 1838, tiene el sabor gótico de la época de Pelayo, propio para
celebrar la batalla de Covadonga si no fuese una invención. En la epopeya
hay dos períodos: En el primero se hace lo que se dice: los pieles rojas,
van al combate para beber la sangre de los vencidos y de veras se la
beben. En la época de Pelayo, el canibalismo era puramente mental, pues
no se sabe que los godos hayan bebido sangre mora. En 1838, nuestro
patriotismo era mentalmente salvaje, nuestros bardos colocaban los
actos caníbales como el primero de los deleites que ocasiona la victoria.
El verso de dicho himno.
¡Mexicanos! ¡Su sangre bebed!
comprende el patriotismo de tribu feroz que por tanto tiempo conservaron
los españoles en su literatura enérgica y siniestra.
En el centro de ese ciclón patriótico formado por la prensa de los partidos
extremos, hablaba la razón por medio de El Mexicano, periódico
moderado, ilustrado, prudente y verdaderamente patriota. Decía ese
respetable y honorable órgano del buen sentido y de los verdaderos
intereses mexicanos:
Mas en el segundo caso, es decir cuando han precedido contestaciones entre los
funcionarios de ambos gobiernos, y el ultimátum es el resultado de los errores o por lo
menos de manejo poco acertado de nuestros gobernantes, entonces la causa no es ni
puede ser nacional, a no ser que se quiera con tOda injusticia que la nación se haga
responsable de los yerros de sus funcionarios (9).
Si pues los motivos que han conducido las cosas entre Francia y nuestro gobierno al
estado en que hoy están, han consistido en aberraciones personales de algunos
funcionarios ¿por qué no influye sobre ellos únicamente la responsabilidad? ¿Por qué
se quiere envolver en ella a una nación inocente?
El Mexicano creía bien, que no existían tales ofensas de Francia, ni
prestaciones que por no ser posible satisfacer en el territorio del honor,
de la conveniencia, hiciesen necesaria la guerra. Para El Mexicano las
cosas habían llegado al grado que se encontraban por excesos o manejos
poco acertados de nuestros funcionarios; esto era cierto pero no lo era
que éstos quisieran envolver en la responsabilidad a una nación inocente.
La nación era la que quería envolverse, la que instaba a los funcionarios a
cometer desaciertos e injusticias para ir a la guerra. Los errores de los
funcionarios les eran impuestos y la inmoralidad de éstos les había
permitido aceptar el triste papel de obedecer órdenes dementes e
injustas. Un hombre honorable debe rehusar secundar locas injusticias,
aun cuando sea el pueblo quien pretenda imponerlas. El hombre libre y
virtuoso no tiene amos, ni aun en su nación, ni aun en la humanidad.
El Mexicano añadía con entereza:
Ni se diga que en la mencionada nota (del Señor Cuevas) se hizo la debida distinción de
reclamos; pues aunque a primera vista aparece que de este modo se verificó, ni fue así:
porque al reclamo sobre indemnizaciones, que es el que ha dado motivo a que las cosas
hayan llegado al estado en que las vemos; se negó absolutamente sin distinguir los que
eran admisibles de los que no lo eran; o si no se calificaba ninguno de justo por nuestro
gobierno haberlo así manifestado y sostenido desde un principio (10).
Una vez el bloqueo francés en curso, surgió un temor en el partido de la
guerra, al que pertenecían los que en su maYor parte estaban resueltos a
no ir a sostenerla en nuestras costas. Podía suceder que Francia no
pasara del bloqueo conformándose con impedir que el gobierno
disfrutase del ochenta por ciento de sus ingresos ordinarios y gobierno
sin dinero se rinde y pide la paz o se precipita de cabeza en la anarquía.
Esta terrible pregunta echaba abajo los entusiasmos bélicos.
Francia ofendía con su bloqueo sin que nada se pudiera hacer en el
sentido de la guerra defensiva, para vencer y escarmentar al enemigo.
Pero a ella contestó de un modo triunfante uno de los hombres más
funestos que ha tenido la nación; el Señor Antuniano, fundador de
nuestra industria nacional, que debía deleitarnos asfixiando con su peso
de prohibiciones insensatas a la nación.
En cambio, dice Rivera, algunos escritores de Puebla como Antuniano, consideraban el
bloqueo como el mayor bien que el cielo hiciera a México (11).
El razonamiento de Antuniano era corto y falso como el de todos los
paladines prohibicionistas. Antuniano, decía en muchos artículos.
México es el país más rico del mundo, tiene las materias primas de todas
las industrias presentes y futuras del Universo; no necesita de nada
extranjero; nuestra plata sale del país para enriquecer a los extranjeros y
empobrecernos. Si se prohibiese la introducción a México de toda
mercancía extranjera; al instante todas las industrias nacerían y se
desarrollarían en nuestro suelo y la plata que tanta sale, se quedaría en
nuestro bolsillo; todos entrando el gobierno seríamos opulentos y felices.
¿Por qué no se ha realizado plan tan sencillo? por falta de ilustración del
gobierno y por la corrupción de los empleados de aduana que dejan
entrar de contrabando lo ya prohibido.
Continuaba Antuniano.
El bloqueo de nuestros puertos tiene que remediar el mal; las flotas de Francia no eran
corruptibles y en consecuencia gracias al bloqueo ninguna mercancía extranjera entraría
y México por lo mismo sería al momento poderoso, riquísimo, feliz, poseedor de plata en
enormes cantidades.
El patriotismo indicaba hacer todo lo posible porque durase ese inmenso
beneficio del bloqueo de nuestros puertos. Antuniano aseguraba que con
cinco años de bloqueo México llegaría a ser la primera nación del orbe.
Conforme a la doctrina de Antuniano que era la nacional, la paz, con las
naciones extranjeras era la muerte de México, en cambio las guerras que
produjeran bloqueos, debían reputarse como caricias de la providencia.
La horrible y desesperada situación actual de Venezuela en 1903,
bloqueada por las escuadras de Inglaterra, Alemania e Italia, hubiera
conducido a Antuniano a manifestaciones frenéticas de admiración y
hubiera deseado para México la suerte de Venezuela.
Para la masa social no indigna, la guerra con Francia en 1838, era el
medio para alcanzar el apogeo de la grandeza desde el fondo caótico del
desprestigio y la miseria.
En el ejercicio del gobierno, los hombres ofuscados por ilusiones
provocadas por su ignorancia y multiplicadas por su temperamento; las
pierden, despiertan a la vida seria, se civilizan algo si no lo están; porque
aun cuando no gusten de palpar la realidad, ésta se les echa encima, los
besa, los manosea, los estruja, los muerde y aun los enferma, o mata. Los
hombres de gobierno de 1838, no participaban más que en apariencia del
fuego sacro de los patriotismos insensatos, veían bien como los
directores de las comedias de magia, que los volcanes eran mechas
azufradas, los muros babilónicos, cartones embadurnados, postizas las
pantorrillas de los gladiadores, y las armas, hojas de tejamanil estañado.
Si hubieran deseado una buena guerra extranjera de conquista, como se
deseaba con Francia, no tenían más que hacer un movimiento de
pestañas; disponían del presidente Jackson, que estaba a sus órdenes
sólo para darles gusto en ese sentido. El gobierno iba a la guerra porque
le era imposible ir a la paz que tanto anhelaba. Iba por delante
gesticulando entusiasmo para no atropellado por el tropel iracundo que
tras él vociferaba.
El espíritu público no es un arsenal artístico de ideas bélicas, es una
acción, es la voluntad pública soberana, imponente, majestuosa,
inquebrantable; ejecutiva del pensamiento público en forma de aspiración
imperativa. El espíritu pÚblico no es más que la voluntad enérgica del
patriotismo. Cuando un pueblo es ofendido por otro que quiere mancillar
su honor, privarlo de libertades o despojarlo de su territorio; el
patriotismo del agraviado se exalta; es decir el espíritu público entra en
solemne y suprema erección. Sin espíritu público, aparece el inofensivo
patriotismo de oratoria, de oda, de soneto, de cantina a la media noche
que da obra a la policía y suele hacer temblar a los gobiernos, porque en
él se encuentra la fraseología hipócrita insulsa y de pacotilla que
envuelve la ambición de los actores de cuartelazos. En suma el
patriotismo sin espíritu público es un oropel útil para decorar púrpuras de
condotieros y burlarse de bobos y de los que pretenden no serlo.
El espíritu público mide y expresa el patriotismo serio grandioso, que
impone respeto, exige miramientos y excita a veces admiración. ¿Había
en México, espíritu público en 1838? El presidente Juárez hablando
oficialmente como gobernador de Oaxaca, a la legislatura del Estado,
decía el 2 de Julio de 1848.
Los comandantes generales gozan de una absoluta independencia de las autoridades de
los Estados y además, tienen a su disposición la fuerza física, que por falta de espíritu
público y por la poca ilustración de las masas, ha regulado hasta ahora los destinos de
la nación (12).
Rivera nos presenta un cuadro sombrío del estado social en 1838, donde
el espíritu público había encontrado un sepulcro sin decencia ni dignidad,
un sepulcro como de bandido.
La cosa pública marchaba tan mal, que había una multitud, felizmente
perteneciente a las clases inútiles de la sociedad, que sostenía que con la
independencia había perdido México mas bien que ganado; ningún vigor
se notaba en nuestra clase media, todo se limitaba al estrecho círculo de
las pequenas pasiones, difundiéndose la voluptuosidad sin delicadeza, la
emulación sin generosidad, dominando por todas partes la apatía, la
molicie, en una palabra, faltaban todas las virtudes de nuestros
antepasados que con tanta actividad de espíritu y fuerza de alma
afrontaron las fatigas y los riesgos para romper el yugo español (13).
Cuando nuestro pueblo en las revoluciones sufridas en 1810 y viendo que
no le era posible llegar al objeto de sus afanes, mejorando en condición,
desmoralizada nuestra sociedad hasta el punto de hacer perder el
prestigio a cuanto entre nosotros existe de más respetable; habíase
perdido absolutamente el espíritu público reemplazándole el egoísmo
refinado y la criminal apatía.
A un cuadro tan desconsolador debe agregarse que se había apoderado
la inmoralidad de casi todos los que ocupaban los empleos de hacienda,
siendo los empleados de las aduanas los primeros en proponer al
comercio transacciones vergonzosas y que en general todos los
empleados eran tan incapaces como corrompidos y perezosos. La
palabra honor había llegado a no tener sentido más que en el juego, a la
virtud se la llamaba tontera y a la poca justicia que había maldad.
El Gobernador del Estado de Oaxaca, Lic. Don Benito Juárez, en su
exposición a la Legislatura del Estado, de Julio 2 de 1848, exposición que
comprende el período en que tuvieron lugar parte de las derrotas sufridas
por la guerra con los Estados Unidos, el Señor Juárez explica por qué
Oaxaca no dió todo el contingente de sangre que la ley le imponía; dice a
este respecto:
Casi todos los pueblos del Estado se componen de indigenas que en su
mayor parte no entienden el idioma castellano, y sea por los malos
tratamientos que reciben luego que son aprehendidos, y destinados al
servicio de las armas, o sea por su ignorancia, lo cierto es que tienen tal
aversión a la carrera militar en clase de soldados permanentes que más
bien se prestan a pagar cualquiera contribución, si ella les puede libertar
de aquella carga (14).
En su Exposición correspondiente al año 1849, el Señor Juárez repite:
La aversión al servicio militar en el ejército permanente es casi general en los habitantes
del Estado (15).
Y en su Exposición del año de 1852, el Señor Juárez expone:
Graves son las dificultades que se presentan aun en los pueblos bien regidos, para
obtener un censo exacto de la población y entre nosotros el temor de que la formación
de padrones sea para alistamientos militares o para imponer nuevas contribuciones
hace que la ocultación sea numerosa (16).
El origen de la afirmación que en la ciudad de México a cada hombre le corresponden
siete mujeres, se encuentra en el censo mandado hacer en 1836, y el cual me tocó en
gran parte dirigir. La ciudad apareció solamente con ciento cuatro mil habitantes, tan
grande así había sido la repugnancia a declarar la verdad. Y de éstos sólo aparecían
quince mil hombres escasos, la mayor parte ancianos y niños; casi no aparecían jóvenes
ni adultos. El temor que infunde en nuestra clase pobre el servicio militar sobrepasa toda
exageración y es causa de que los hombres no existan sino en muy pequeño número en
la República conforme a los datos oficiales (17).
V.E. comprenderá que no es posible asegurarle el contingente que tanto necesita. El
gobierno debe levantar sesenta mil hombres conforme lo dispuesto por el Soberano
Congreso, lo que es imposible. Los muy pocos que se presentan voluntariamente exigen
no salir a campaña, sobre todo a donde hay vómito prieto, fríos y otras dolencias.
Mientras el enemigo extranjero es valiente en cualquier clima e invade nuestro suelo aun
cuando el vómito le salga al frente, los mexicanos le tienen miedo y parecen resueltos a
sólo batirse en clima sano y agradable. Parece que el honor no existe si hay vómito y
calor. Así piensan los pocos que se presentan, pero la mayoría quiere la guerra sin
hacerla. Tan gran resistencia para acudir contra el enemigo, me desalienta. V.S. haga
todo lo posible por organizar con gente de Veracruz, los cuerpos que primero
deberemos sacrificar al clima y a la guerra (18).
Y en efecto, el general Rincón con un celo que le honra y poniéndose de
acuerdo con las autoridades de Veracruz, procuraba organizar con gente
del Estado, las fuerzas que primero o exclusivamente debían resistir a la
invasión que se esperaba. El historiador Rivera oriundo del Estado de
Veracruz, nos dice algo sobre la materia:
El Ayuntamiento de Jalapa mandó con el mayor secreto que en una noche fuera asaltada
la casa llamada la Sociedad para coger ahí a muchos vagos y viciosos con los cuales se
podía completar fácilmente el cuerpo de Tres Villas (19).
Las requisiciones de vagos se reprodujeron los meses siguientes y entre ellas la más
notable fue la del 16 de Agosto, en cuya noche cada Regidor debía coger cinco
individuos, dirigiéndose a la casa donde se sabía que se reunían los jugadores y
ociosos.
Los criminales por robo y homicidio y los sospechosos de estos crímenes fueron
mandados á la marina.
Muy depresivo tiene que ser para un gobierno, verse obligado por la falta
de espíritu público, a cometer atentados inauditos para forzar a la hez
social a que defienda el decoro de la nación, miserablemente abandonado
por la gran mayoría de los fanfarrones que querían beber la sangre de los
franceses servida cómodamente en el restaurant, rehuyendo ir a
recogerla a los campos de batalla.
La aversión contra el servicio militar en el indígena como en el mestizo,
era natural, humana, justificada. Había la preocupación vulgar que el
nervio de la guerra podía ser la miseria del infeliz soldado y todavía esta
miseria era vilmente explotada por un sistema de robo hábilmente
organizado por los jefes, que incidía sobre el rancho, el vestuario, el agua,
las medicinas, el jabón, los vicios y todo lo que tenía de explotable
nUestra desgraciada unidad táctica. El servicio militar era el martirio sin
paraíso, la muerte oscura sin gloria, la vida sin bienestar, las pasiones
todas sin respiración, sofocadas por la Ordenanza y por despotismos
soeces desconocidos de los salvajes y que sólo pueden emanar de un
refinamiento de humana putrefacción. Por otra parte el indígena
mexicano, ni existía ni existe, es un ser mental, un individuo oficial
imaginario, de oratoria, de fantasía, convencional. Lo que existía y existe
son los indígenas zapotecas, mixtecos, yaquis, mayos, acolhuas,
tarascos, tahuromares, etc., etc. En Mexico existen naciones de indígenas
dentro de la nación mexicana; que entre sí no se conocen o son
enemigas. Decirle a un indígena que defienda a la patria es como
ordenarle a un japonés que defienda la isla de Cuba. Los hombres del
gobierno de 1838 que veían por todas partes aversión en la gran mayoría
de los ciudadanos para ir a la guerra, no podían conservar vírgenes sus
ilusiones sobre el ferviente patriotismo que como un efluvio de fuego
salía de todas las bocas, crispaba todas las manos e inyectaba de rojo
todos los ojos.

NOTAS
(1) Rivera, Historia de Xalapa, tomo III, pág. 359.
(2) El Termómetro (14 de Enero de 1838). Biblioteca Nacional (Michel Chevalier).
(3) Independiente, Abril 2 de 1838.
(4) El Adalid vengador, Mayo 4 de 1838, Archivo Nacional.
(5) El mismo periódico, Mayo 13 de 1838, Archivo Nacional.
(6) Septiembre 2 de 1838, El héroe, Archivo Nacional.
(7) El Leónidas, Agosto 15 de 1838, Archivo Nacional.
(8) El mismo periódico, Septiembre 8 de 1838, Archivo Nacional.
(9) El Mexicano, Abril 11 de 1838. Biblioteca Nacional.
(10) El Mexicano, 14 de Abril de 1838. Biblioteca Nacional.
(11) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, pág. 354.
(12) Lic. Benito Juárez, Exposiciones, pág. 149.
(13) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, págs. 366-367 y 370.
(14) Lic. Benito Juárez, Exposiciones, pág. 206.
(15) Juárez, Exposiciones, pág. 267.
(16) Juárez, Exposiciones, pág. 436.
(17) Juan Domínguez, La población y el censo, Folleto, pág. 46. Archivo Nacional.
(18) Ministro de la guerra al General Rincón. Septiembre 6 de 1838.
(19) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, págs. 354, 355 y 356.

Índice de Las grandes mentiras de


Tercera parte - Tercera parte - Biblioteca Virtual
nuestra historia de Francisco
Capítulo II Capítulo IV Antorcha
Bulnes
Índice de Las grandes mentiras Tercera parte -
Tercera parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco Capítulo V Primera
Capítulo III Virtual Antorcha
Bulnes parte

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo cuarto
EL PATRIOTISMO VOCINGLERO
El General Don Manuel Rincón, militar pundonoroso, probo, serio, patriota
sano y equilibrado, fue nombrado por el presidente Bustamante,
comandante general del Estado de Veracruz, encargado de la defensa
nacional en dicho Estado. El general Rincón se dedicó con esmero y
lealtad a cumplir con su deber, lo que era imposible porque para ello se
necesitaba dinero y el gobierno sólo daba falsas y repetidas promesas,
sazonadas de vez en cuando con una insignificante remesa. Como era de
suponer el bloqueo, especialmente el del puerto de Veracruz acabó con la
mayor parte de las rentas de un gobierno indigente y la penuria del Erario
llegó al límite en que debía aparecer la disolución de toda autoridad y de
toda fuerza legal represiva.
En su Manifiesto a la Nación, el General Rincón, defiende la honorabilidad
de su conducta, con 142 documentos justificativos de inegable
autenticidad. De ellos 128 tratan de recursos y casi todos dicen la misma
cosa: el general Rincón avisa que está desesperado, que la deserción
crece, que la moral militar desaparece, que la disciplina se hunde y que
no responde de lo que puedan hacer contra el comercio y la gente
pacífica hombres desesperados por el hambre, furiosos por el abandono
en que se les tiene y poseedores de armas cargadas. El gobierno contesta
que faculta a su general ampliamente para qUe se proporcione recursos y
que se aguante entre tanto puede mandarle dinero.
En las fuerzas que guarnecían la plaza se notaba bastante deserción;
¿mas debía ésta ser extraña a quien era testigo con harto dolor de la
pésima situación que el soldado recibía? ...
Y si la deserción se hacía notar en la fuerza reglada ¿qué debía esperarse de la
colecticia? ... (1)
Las tropas de la plaza y el castillo estaban tomando el rancho al fiado y la deserción en
los de la primera crecía notablemente. Se comprende que en las fuerzas de Ulúa no
podía haber deserción por la imposibilidad que de evadirse tenían los soldados
encerrados como los presidiarios (2).
A estos motivos de pesar, se agregaba el mayor incremento que tomaba la deserción en
Veracruz, no obstante mis precauciones para evitarla (3).
El jefe de la marina considerando que no siendo ya posible que las
tripulaciones tomasen un mal rancho al fiado y que no siendo posible
verlos morir de hambre o resistir su necesaria sublevación, resolvió de
acuerdo con la Junta de Marina del Departamento, echar a la calle a las
referidas tripulaciones para que como pudieran buscasen su sustento (4).
La conducta del gobierno era pérfida para Rincón y verdaderamente
estúpida: pues no mandándole recursos ni para el alimento de las fuerzas
de Veracruz, Ulúa y las costas, ni para continuar los trabajos de
reparación de las fortificaciones y montajes de cañones, fabricación de
cartuchos, etc., etc., publicaba en el Diario del Gobierno que las fuerzas
estaban atendidas y poniéndose las costas en estado de defensa ... y muy
desalentado llegaba al último punto cuando reflexionaba que indicándose
frecuentemente en el periódico oficial el envío de auxilios suficientes para
las atenciones de aquellas plazas (Veracruz y Ulúa) y siendo muy corto el
número de los que podían estar al alcance de la verdad, nada era más
fácil que el que se me atribuyera aquella falta, suponiéndome una apatía
de que estaba muy distante (5).
La angustia del general Rincón alcanzó el período crítico y entonces
manifestó al gobierno, que:
El panido más adaptable en las circunstancias, para no proporcionar un triunfo fácil al
enemigo, era el de arruinar las fortificaciones de la plaza Y el castillo (6).
El gobierno por supuesto no aceptó porque no hacía al principio en su
órgano oficial más que ir a la cabeza de los más dementes fanfarrones,
anunciando que era (7):
Imposible dudar del triunfo de nuestras armas siempre invencibles en cien combates,
contra hasta entonces invencibles enemigos como lo habían sido los españoles.
Se había convenido en la prensa guerrera que la fortaleza de Ulúa, era el
Gibraltar de los mexicanos y en consecuencia intomable. Aceptar la
proposición sensata del general Rincón de hacer volar fortificaciones en
su concepto inservibles si no había dinero con que sostenerlas, era lo
mismo que admitir que el gobierno volase también por inservible con el
impulso del cuartelazo.
De la angustia el general Rincón pasó a la desesperación sombría y
audaz, debido a que todos los patriotas le acusaban de morosidad,
negligencia, falta de patriotismo, porque se marchaba lentamente o no se
marchaba para dejar listo a nuestro Gibraltar. Por supuesto se citaba al
barón de Humboldt como se le cita siempre que se quiere acreditar y
hacer solemne un desatino. El barón de Humboldt había dicho que Ulúa
era la primera fortaleza de América. Cuán grande no debía ser la
responsabilidad del general Rincón, por no sacudir el polvo y presentar
flamante y en combate a la primera fortaleza de América. Estas
recriminaciones no pudo resistirlas el pundonoroso jefe de la defensa
nacional y puso un oficio amenazante al gobierno:
Indiqué al Supremo gobierno en nota que le elevé el primero de Septiembre, mi
resolución de dar a la prensa todas las comunicaciones que le había dirigido sobre
recursos; así como las contestaciones que había recibido y patentizar al mismo tiempo
el éxito de mis reiteradas reclamaciones, para poner a mis compatriotas en estado de
juzgar rectamente con respecto a mi comportamiento (8).
La hazaña de lealtad y cordura del general Rincón de decir la verdad al
público, no hubiera producido rechifla contra el gobierno que
indecorosamente engañaba al país, asegurando frecuentes veces en su
periódico oficial que nada faltaba para poner en estado de defensa los
puntos amagados por el enemigo y que el triunfo era evidente. El
Gobierno se conmovió con la actitud resuelta del general Rincón que tres
veces había renunciado el mando, pidiendo quedarse como defensor a las
órdenes de un nuevo jefe; pero el presidente Bustamante no había
querido aceptar la separación de un militar positivamente útil y honorable.
En la respuesta que por extraordinario se me dió, se me prohibía ese procedimiento
interpelándome a considerar que teniendo a mi frente al enemigo exterior y a la espalda
la anarquía, los resultados del paso que proponía debían ser funestos al orden y a las
leyes (9).
La política del avestruz que para esconderse cierra los ojos tan estimada
por casi todos nuestros gobiernos es de origen social; la ignorancia hace
que creamos que lo que es público para nosotros y aun lo que no es, lo
ignora completamente el resto del mundo y lo debe ignorar a perpetuidad
porque así nos conviene. Creemos que mientras no demos permiso a los
escritores, pueblos y gobiernos extranjeros, nada sabrán de nosotros y
que sólo deben saber lo que nuestro patriotismo tenga a bien enseñarles.
Todo esto podía ser chino, sino tuviésemos extranjeros entre nosotros y
si los secretos pudiesen ser guardados por millones de indiscretos.
¿Cómo era posible que el enemigo exterior ignorase la penuria del
gobierno cuando él mismo a sabiendas con su bloqueo lo había causado?
¿Se figuraba nuestro gobierno que los franceses y las demás naciones no
sabían cuáles son los efectos de un bloqueo?
Respecto al pueblo mexicano recibía las seguridades falsas e inmorales
que le daba el gobierno sobre el buen estado en que marchaba la defensa
nacional, por su credulidad ilimitada para todo lo que es halagador. Es
decir, el populacho no quería saber que el gobierno no tenía dinero,
cerraba los ojos para creerse en posición de afrontar la guerra; pero el
clero, la clase rica y la media constituída en gran parte por empleados del
gobierno que no recibieron ni un peso mientras duró el blOqueo sintiendo
el peso de los buques en su estómago vacío, no era posible que tuviese
calma y arte suficiente para desempeñar la comedia cuyo argumento era
la opulencia del erario.
El Gobierno debió haber declarado lo que todo el mundo sabía; que los
soldados morían de hambre, de vómito y de miseria, y que en siete meses
de preparación para la lucha se había conseguido dotar a Ulúa para tres
horas de fuego de la tercera parte de sus cañones o lo que es lo mismo,
Ulúa en cuanto a parque acumulado en siete meses podía resistir
haciendo fuego con toda su artillería una hora. Esto es bufo, suena a
carcajada de loco en un cementerio en los momentos en que se entonan
responsos. La energía del presidente Bustamante para disponer la
ejecución de dos centenares de mexicanos en el cadalso de San Juan de
Ulúa aceptando como verdugo a la escuadra francesa; es digna de un
drama antiguo en el fondo de un teatro bárbaro. Hay honor para el débil
cuando lucha como soldado, no lo hay ni puede haberlo cuando a la
fuerza se envía a un puiiado de infelices a sacrificarlos contra toda su
voluntad. Esto no se llama hacer la guerra, sino hacer la infamia.
El gobierno jugaba una trágica comedia, cosa que sólo puede jugar un
gobierno confeccionado por cuartelazos. Ante la sociedad era el primer
fanfarrón, ante el general Rincón, el primer desmoralizado y con suma
justicia. Su prensa oficiosa insultaba al enemigo y en su correspondencia
oficial secreta ordenaba se respetasen y guardasen grandes
consideraciones a ese enemigo que se fingía despreciar en público. Esto
es repugnante, enano, vulgar en un malvado, inconcebible en un gobierno
formado en sus grandes esferas de caballeros honorables. Pero la política
tiene de esos lances tristes en que repentinamente la cloaca pasa al
refectorio ...
El siguiente hecho prueba la actitud política del gobierno:
Comenzando a soplar al mismo tiempo un viento fresco esta embarcación (la lancha
francesa) se hizo de la vuelta de afuera en momentos en que nuestras lanchas se ponían
a tiro de cañón de ella; y considerando entonces oportuno retirarse el oficial que las
mandaba, lo verificó así regresando a San Juan de Ulúa (10).
Los veracruzanos al ver que las lanchas cañoneras mexicanas se
encontraban a tiro de cañón de una lancha francesa y que el oficial
mexicano que mandaba nuestras lanchas, se retiraba vergonzosamente
en vez de combatir, pidieron el castigo del oficial y acusaron al general
Rincón de debilidad, indisciplina y complacencia.
El general Rincón explicó así su conducta al supremo Gobierno:
Desde el principio del bloqueo he creído que toda operación militar que no fuera
puramente defensiva, aUn cuando por el momento pudiera halagar el espíritu patriótico
de que me es tan satisfactorio gloriarme, podría ser para la nación de una fatal
consecuencia sucesiva, esto es, pudiendo destruir toda la probabilidad que tal vez haya
actualmente de que sea la presente hostilidad la única que sufra la República, y no le
sucedan otras de distinto género, muy más calamitosas sin duda que aquélla, por más
que sea de gravedad en sí misma. De consiguiente, mi opinión decidida, juzgándola
conforme con la que he creído bastante indicada por el gobierno es la de que toda
operación militar en esta vez más que nunca, debe ser cUIdadosamente combinada con
las consideraciones políticas y que éstas deben alejarnos de todo lo que pueda dar lugar
a calamidades mayores (11).
Éstos eran los triunfos seguros que se esperaban como gran cosecha de
laureles.
A esta comunicación respondió el supremo Gobierno:
... en que informa sobre lo ocurrido con el bergantín mercante dinamarqués detenido por
los bloqueadores, y S.E. (el presidente de la República) considera estar bien que
nuestras lanchas no hubiesen hecho uso del cañón (12).
Y en nota posterior, el ministro de la Guerra, refiriéndose al mismo
asunto, dice:
... ya las reflexiones que en dicha nota (la de Rincón) se encuentran, han parecido a S.E.
(el presidente) muy fundadas tan propias del buen juicio de V.E. como de su acendrado
patriotismo, hallándose igualmente la opinión que manifiesta en entera consonancia con
la del gobierno y conforme con los principios de la política que se ha propuesto seguir el
gabinete en la presente cuestión con los agentes del gobierno francés. En consecuencia
debe guardarse una actitud puramente defensiva en los casos hostiles que se presenten
por parte del enemigo (13).
El general Rincón creía que con el dinero que había presupuestado, la
defensa sería formal y enérgica.
Con arbitrios suficientes me lisonjeaba aun entonces de llegar a poner a Veracruz y a
Ulúa, bajo un pie de defensa en realidad imponente (14).
¿Á cuánto ascendía el presupuesto del general Rincón para poner a
Veracruz y a Ulúa bajo un pie de defensa en realidad imponente? El
mismo general nos lo dice, la suma de 150,000 pesos, ¡y no los hubo!
El clero poseedor de un centenar de millones de pesos y de buenas
rentas emanadas de los diezmos, legados y obvenciones pudo bien
haberse encargado de la reposición de las fortificadones por la modesta
suma de $150,000. Un autor francés, M. Maissin explica este egoísmo por
el hecho de que el clero sólo veía su salvación, su tranquilidad y el
respeto indefinido a la religión por el establecimiento de una monarquía
en México, inaugurada por un príncipe católico y Borbón. España
después de la malograda expedición de Barradas había probado su
impotencia para apoyar en México al firme partido monarquista cada dia
más convencido de la necesidad urgente de salvar a la religión y al país
por la monarquía católica. Faltando un Borbón español, un Borbón
francés y para Luis Felipe muy conveniente devolver en México el trono
que a los Borbones les había quitado en Francia. En el interés del clero y
de los monarquistas estaba resistir las pretensiones de Francia, tomar
medidas que la exasperasen hasta conseguir el Paso del bloqueo a la
invasión y ésta significaba el triunfo; pues México no hubiera podido
resistirla y el triunfo causaba el establecimiento de la monarquía. Como
hipótesis es ingeniosa pero como verdad no puedo aceptarla por falta de
pruebas.
Lo que sí debo asegurar es que tal complot contra la independencia era
extraño al gobierno, pues si así hubiera sido el gobierno no habría
dirigido terminantes comunicaciones al general Rincón recomendándole
evitara empeorar el conflicto con Francia para que las hostilidades no
fueran más adelante del bloqueo. Por otra parte es cierto que el clero era
como lo expresaba su prensa el más intransigente para ceder a las
reclamaciones francesas y a una paz inmediata, muy fácil de obtener.
Pero si el clero no quiso dar los $150,000 para poner a Veracruz y a Ulúa
bajo un pie en realidad imponente, como lo exigía el honor nacioríal, ¿por
qué no los dieron los patriotas que según la tremenda vociferación
pública y privada lo eran todos? El general Rincón necesitaba según sus
notas al ministro de la Guerra los $150,000, no de un golpe sino durante
los cinco meses de Julio a Noviembre de 1838, treinta mil pesos
mensuales, es decir, menos de medio centavo mensual por habitante.
¿Era mucho hacer por la patria? ¡Para el patriotismo vocinglero fue lo
imposible!
Para escarnecer nuestro patriotismo de 1838 y presentar nuestra
demencia de pretender luchar con pueblos poderosos sin más elementos
que una vanidad inaudita exhibiendo una gran miseria moral y militar (15)
la Revue des Deux Mondes copia íntegra la comunicación pavorosa del
departamento de Marina de Veracruz, al frente del enemigo.
Comandancia militar y general del Departamento de Veracruz.
Exmo. Señor:
A causa de no tener las tripulaciones y guarniciones de los buques raciones para el día
de mañana ni tampoco quien quiera facilitarlas a crédito, en razón de estarse debiendo
cerca de quinientos pesos, de los efectos que se han facilitado en algunos días del mes
anterior, me ví en la precisión de convocar la junta de Departamento para que acordara
lo que debía hacer en un caso tan apurado. Esta corporación en vista de lo que V.E. se
sirvió manifestar a la comisión que nombró y de no encontrar otro recurso, temiendo
que haya una sublevación cuyo paso escandaloso nos acabe de desacreditar por estar a
la vista del enemigo; he resuelto se eche a la marinería en tierra con licencia puramente
algunos días para que se proporcione sus alimentos.
Tomás Marín.
Noviembre 8 de 1838.
Esta misma comunicación se encuentra entre los documentos que
acompañan el Manifiesto del general Rincón, en consecuencia es
rigurosamente exacta.
Afortunadamente para el general Rincón en Octubre de 1838 pudo burlar
el bloqueo el bergantín alemán Emma que traía cargamento de
mercancías que debían causar pago de derechos. El general Rincón
descontó el importe de los derechos y salvó la vida de sus soldados
amagados por una hambre desoladora; sin este recurso inesperado que
permitió dar un mal rancho a la tropa en Noviembre, la sublevación
hubiera sido inevitable y los franceses hubieran tomado Ulúa y Veracruz
cargando sus cañones con jamón y galleta. La casualidad de la llegada
del Emma salvó a la nación de las trepidaciones lúgubres de un sarcasmo
universal.
Llegué a entrever, dice patéticamente el general Rincón, y séame permitido decirlo que
para la contienda con Francia, se necesita no sólo de víctimas humanas sino también de
una moral y que estaba decretado que esa víctima fuera mi reputación (16).
Donde hay miseria no hay disciplina y donde no hay disciplina no hay
soldados. Para que haya disciplina es preciso no dejar sin castigo la
menor falta, y no hay general bastante cruel, bastante malvado e imbécil
para castigar faltas cuando él comete la mayor de todas, falta que no se
comete ni con las bestias, dejarlas sin comer, sin abrigo y sin todo lo que
necesitan para vivir.
La cantidad que se necesitaba para defender el honor con éxito, poner a
Ulúa en pie de guerra, no era desproporcionada para la indigencia
pública. Una nación aun compuesta toda de mendigos, si estos mendigos
son patriotas puede dar cada uno de ellos para defender a la patria un
centavo mensual. Lo que se necesitaban para alcanzar el triunfo o por lo
menos el respeto del vencedor era insignificante, ante la miseria nacional.
No hubo miseria de dinero, sino miseria de patriotismo. miseria de
espíritu público, miseria de virtudes, miseria de dignidad y cuando en
estas condiciones se emprende defender el honor, lo que se consigue es
deshonrarse mucho más de lo que puede suceder con las pretensiones
de cualquier ultimátum.
El patriotismo de 1838 fue una jerga de insolencias fanfarronas, de acento
tabernario, no lo que debía ser; la manifestación solemne del
desprendimiento, del sacrificio, del amor al suelo de la adhesión al
decoro, del martirio por la justicia. Podíamos haber errado y confundido
la vanidad manchega con la verdadera dignidad, pero hecha la confusión
no nos quedaba más que cumplir con honra el deber y la honra no pudo
consistir en imponer en nombre de un egoísmo felino el holocausto, por
la sed, por el hambre, por el vómito, por el desamparo, por los proyectiles
y por el más criminal abandono a unos cuantos miserables que con raras
excepciones iban a morir no con la sonrisa inefable de los mártires
cristianos sino con la gesticulación infernal del que agoniza maldiciendo
al despotismo sanguinario que lo ha escogido como víctima.
El gobierno del general Bustamante, como todo gobierno de cuartelazo
necesitaba de una guerra extranjera como único medio capaz de evitar la
guerra civil, debido a que ante el gran peligro nacional, el patriotismo
tiene que unir a todos bajo una sola bandera. Pero en los países de
cuartelazos son boberías esos recursos que en otras naciones aparecen
infalibles Y respetables.
Poco a poco, dice Rivera, se fueron acentuando los pronunciamientos por el sistema
federal (17) para entretenerse en algo nuestros militares mientras las fuerzas navales
francesas bloqueaban nuestros puertos, apareciendo en favor de éste, Gordiano
Guzmán con fuerzas notables en Michoacán, Olarte con las suyas en la Sierra de Puebla
y porción de guerrillas en los Estados de Veracruz, Puebla y México y en el Valle de
Temascaltépec un capitán llamado Jose María Torres que llegó a reunir fuerzas de
consideración y Culiacán y Mazatlán secundaron el pronunciamiento de Urrea (18).
Los pronunciados por el sistema federal siguieron adelante de tal manera, que al fin del
año ya estaba ocupado por los federalistas el puerto de Tampico, habiendo hecho
dichos federalistas causa común con los franceses que bloqueaban nuestros puertos.
Rivera en este punto pasa torpemente sobre la verdad: hacer causa
común, cuando la causa francesa era la guerra contra la nación, significa
que los federalistas se habían declarado aliados de los franceses para
sostener sus pretensiones. No es esto exacto.
En una de las cartas del Contra-almirante al general Urrea jefe de los
federalistas le dice:
Je ne viens donc pas offrir a la cause du fédéralisme un secours qui pourrait la rendre
moins populaire le jour ou sa banniere se montrerait unie a une banniere étrangere. Si,
comme je me plais a le croire, cette cause est la cause nationale au Mexique, elle
triomphera et ne devra son triomphe qu'a elle-meme (19).
No había unión de causa ni la habían querido ninguno de los dos jefes;
Baudin y Urrea. Los federalistas hubieran obrado bien, si se hubieran
manifestado contra el gobierno para derrocarlo por no hacer bien la
guerra o por haberla provocado. Todo partido político tiene derecho a
deponer a un gobierno que compromete a la patria en una guerra
extranjera o que conduce mal la guerra; pero un partido político no debe
ocuparse del triunfo de sus principios cuando su gobierno sostiene una
guerra extranjera. Su derecho y su deber consisten en ocuparse
solamente de la guerra, y ningún otro asunto debió excitarlos ni
preocuparlos. La voluntad nacional en 1838, quería la guerra y todo
partido que la reprobara podía ser sensato, patriota, inteligente, pero no
nacional. Tales son los hechos en abstracto.
Vistos bajo el punto de vista mexicano, los partidos políticos no son
nacionales: porque la mayoría de la nación se abstiene de la política
militante, encontrándose a lo más la política simpatizadora, expresada por
la resolución antisocial de no comprometerse. Los partidos eran simples
facciones, sin más vida que la que les comunicaba la corrupción militar.
La cuestión de principios era una cuestión de cuartel y por consiguiente
se denominaba al cuartelazo, voto de la nación. Un partido político sin
generales no podía existir en México y este partido sólo tenía importancia
cuando su jefe era Un general reconocido como ambicioso y capaz de dar
el cUartelazo con éxito. Fuera de los elementos militares, los partidos
eran sombras de palabras.
Cuando los militares se convierten en jefes de partido no pueden
manifestarse contrarios a una guerra extranjera,y entrar en comunicación
con el enemigo aun cuando sea para manifestarle que hace calor, sin
incurrir en el delito de traición. Así pues todos los militares que entraron
en relaciones amistosas con el contraalmirante Baudin, fueron traidores,
mas no es cierto que hiciesen causa común.
El hecho es el mismo que en la cuestión texana y tenía que serio. Un
ejército pretoriano, ni es ejército ni puede ser nacional; es una turba que
aspira a comer sin trabajar y a enriquecerse sin honor. Bastante lo he
repetido, su teoría única es poner a remate la silla presidencial; la patria
es para él un palero en el remate y los principios una cuchara dé cocina,
En 1838, el ejército llenaba su cometido, una pequeña parte en Veracruz
acosado por la miseria, otra en Tampico, fraternizando con el enemigo y
el resto procurando hacer todo menos salir al encuentro del enemigo.
Ante la agresión de Francia el gobierno no había encontrado un solo
voluntario fuera de los 580 de la ciudad de Veracruz, no había recibido un
peso como donativo, no había obtenido un rasgo de fidelidad del ejército,
no había conseguido un poco de generosidad de los partidos; no se había
presentado ni un solo corsario campechano o extranjero; las industrias
no se habían desarrollado con el bloqueo, la plata no se había quedado
para inundar todos los bolsillos, el sistema prohibicionista de Antuniano
realizado por la escuadra francesa, sólo producía indigencia y
desesperación. Nada de lo que se había ofrecido al gobierno aparecía
para hacer posible la defensa nacional; sólo una industria se
desarrollaba; la de las fanfarronadas.
Terminada la lectura del ultimátum, el ministro puso en conocimiento de
las cámaras, que el gobierno había contestado al barón Deffaudis
diciéndole:
Que mientras no retirase de los puertos mexicanos su escuadra, no daría respuesta,
pues cualquiera que fuese la justicia que el gobierno francés creyese tener para sus
reclamaciones, el honor y el decoro de la nación mexicana se consideraban ultrajados y
se creería si se entraba en arreglos cuando permanecía en aquella actitud amenazadora
la Francia, que el gobierno mexicano obraba por temor a la fuerza con que se le
amenazaba.
Las cámaras se manifestaron complacidas de esta digna contestación que dejaba bien
puesto el honor nacional y el país entero aplaudió la respuesta que estaba en
consonancia con los sentimientos de todas las clases de la sociedad (20).
En la nota dirigida el 30 de Marzo de 1838, al encargado de negocios de
Francia, el Sr. Ministro Cuevas reconoce que en efecto son justas algunas
reclamaciones; pero que no podía contestar al ultimátum, mientras las
fuerzas navales francesas permaneciesen en nuestras aguas. Luego la
causa del rompimiento no fueron las pretensiones justas o injustas
expuestas en el ultimátum, sino el modo de presentarlas consistente en
apoyarlas con la presencia en nuestras aguas de fuerzas navales; y como
esas fuerzas no se retiraron al decir el Sr. Cuevas no entro en arreglos
mientras esos barcos de guerra me ofendan; quiere decir que el Sr.
Cuevas prefirió el bloqueo al ultraje de tratar ante una escuadra, luego la
causa inmediata determinante de la guerra, fue la pretensión de Francia
de tratar la cuestión amagando o amenazando con su escuadra.
No discuto la actitud soberbia del Sr. Cuevas aprobada por las cámaras y
aplaudida por la nación; la admito como correcta y necesaria para el
honor mexicano. ¿Pero por qué siete meses después el Sr. Cuevas
deshonró a la nación y ésta admitió la deshonra, cuando aceptó el Sr.
Cuevas entrar de nuevo en arreglos con Francia, bajo la condición
expresa impuesta por Francia de que se había de conferenciar sin que se
retirasen las fuerzas navales francesas y que por el contrario estas
fuerzas se habían aumentado y se aumentarían más cada día? La
respuesta, digna del Sr. Cuevas, no fue más que una miserable
fanfarronada, que debía sér pisada por la arrogancia y conveniencia de
Francia.
Al dar este paso, es un deber del infrascrito anunciar de la manera más formal, que no
entrará en ninguna negociación que tenga por preliminar por parte del gobierno de
México la demanda de suspensión del bloqueo o del retiro de la división naval de Francia
que actualmente se halla cerca de Veracruz. Lejos de consentir en alejar de las costas de
México cualquiera parte de las fuerzas que están a sus órdenes, el infrascrito debe al
contrario declarar lealmente que estas fuerzas deben aumentarse de día en día por
nuevos refuerzos. Si pues el gobierno de México tuviese la intención de establecer como
una condición sine qua non, el retiro de dichas fuerzas, para la apertura de las
conferencias, no hay necesidad de que los plenipotenciarios se dirijan a Jalapa y no
quedará al infrascrito sino suplicar a S.E. el Ministro de relaciones exteriores se sirva
comunicarle su resolución sobre este punto a vuelta de correo.
Carlos Baudin.
Néréide, 7 de Noviembre de 1838.

Contestación del Sr. Cuevas a vuelta de correo.


El infrascrito se ha impuesto de lo que dice el Sr. Contraalmirante, sobre la continuación
del bloqueo y permanencia de las fuerzas navales en Sacrificios. El Gabinete mexicano
creyo contrario a su honor en 30 de Marzo de este año, contestar sobre los diferentes
puntos contenidos en el ultimátum de S.E. el Sr. Deffaudis, mientras no se retirasen
dichas fuerzas de las costas de la República; por circunstancias y consideraciones que
no pueden ocultarse a S.E. El Gabinete mexicano no ha presentado sin embargo, ni
insistirá en ella como una condición sine qua non para comenzar la negociación sobre
las diferencias existentes, y cuyo resultado, se lisonjea el infrascrito será satisfactorio
para ambos gobiernos.
Cuevas.
Noviembre 12 de 1838.
¿Qué sucedió con el decoro, el honor, la dignidad, el ultraje y todos esos
gigantes que la vanidad había colocado sobre la justicia para cabalgar
sobre ella y llegar al Olimpo de los triunfos guerreros y diplomáticos?
Aconteció lo que pasa con todos los pueblos efervescentes, cuando el
soplo de las tribulaciones desvanece la espuma de los entusiasmos; la
realidad se desplomó sobre caracteres débiles y los hizo polvo y
entonces se admitió el deshonor, el ultraje, la indignidad, en una palabra
todo lo que la funesta vanidad había designado como imposible de
conceder por un pueblo muy celoso de la integridad de su soberanía. El
Sr. Cuevas nunca concibió que la amenaza es ultrajante para el que no la
merece; pero él la merecía por seguir la pérfida y deshonesta política de
evasivas, subterfugios y supercherías, para no responder al gobierno
francés leal y honradamente. ¿Merecía el gobierno la amenaza? Sí, luego
entonces el ultraje no era posible. No es la amenaza la que ultraja sino
merecerla. Las Cámaras debieron reprobar la fanfarronada del Sr. Cuevas,
pues no fue otra cosa su respuesta digna y exigir al Ejecutivo
parlamentariamente, que nombrase un ministro bastante hábil y patriota
para no hacerse digno de amenazas, y ordenar que se tratase frente a la
escuadra; la justicia de veras, puede erguirse delante de los cañones
como delante de los jueces, así muchas veces lo ha hecho y la metralla
que ha roto su espada ha sonado para envilecer a sus enemigos.
Después de aceptar el Sr. Cuevas tratar ante 26 barcos de vela y dos de
vapor, ya que no había querido tratar delante de tres; las conferencias
respectivas tuvieron lugar el mes de Noviembre de 1838, en la ciudad de
Jalapa. El Sr. Cuevas manifestó al Almirante Baudin que el gobierno
mexicano estaba dispuesto a entregar la suma $600 000 pesos que le
demandaba la Francia, por total indemnización a los súbditos franceses
agraviados. Respecto a los demás puntos de orden secundario o terciario
aceptó la mayor parte y los que rechazó o pidió se modificaran, no
hubieran impedido la reconciliación. Bastaba que el Sr. Cuevas hubiese
cedido en dos puntos; comprometerse en un tratado a no imponer
préstamos forzosos a los franceses y a no derogar la facultad legal de
que ya disfrutaban de hacer el comercio al menudeo o de indemnizarlos
previamente si derogaba dicha facultad. El Sr. Cuevas se manifestó
inflexible hasta llevar ál país al derramamiento inútil de sangre, y de
vergüenza, negando las dos concesiones que hubieran hecho honor a
todo gobierno civilizado; abolir los préstamos forzosos para los
extranjeros y comprometerse a indemnizar a los comerciantes franceses
caso de que les quitase la facultad de hacer comercio al menudeo, con no
hacer nunca semejante disparate, la nación tendría que ganar como ha
ganado con la inmigración de hombres y capitales franceses destinados
al comercio por mayor y al menudeo.
Ya he dicho que nuestros hombres de gobierno conservadores, liberales
o moderados, estuvieron siempre de acuerdo con otorgar a Francia estas
dos concesiones de alta conveniencia nacional, puesto que de 1825 a
1834, se prepararon y firmaron cuatro tratados que las otorgaban, pero
que reprobó inexorablemente el Congreso, empeñado en levantar muy
alto el pendón de la barbarie. El Sr. Cuevas hubiera hecho la paz con el
almirante Baudin en Jalapa, pero el Congreso fiero como una asamblea
de mamelucos, hubiera reprobado el tratado de paz y civilización y
hubiese arrojado los fragmentos sobre el puente de los barcos franceses.
Tal vez, la paz arreglada con Francia bajo condiciones tan honorables y
progresistas para la nación, hubiese causado la caída del presidente
Bustamante declarado por la vociferación pública traidor a la patria, al
comercio al menudeo y a la iniquidad de los préstamos forzosos.
La conducta del Sr. Cuevas fue siempre censurable. Supongamos que
arregla la paz, haciendo las dos concesiones a que me refiero y que
inmediatamente un cuartelazo arroja al gobierno del poder. Los caídos en
la historia, en la moral, en la civilización, hubieran sido los promovedores
y actores del cuartelazo. Don Anastasio Bustamante y sus partidarios
prominentes como Alamán, Cuevas, Morán y otros, debieron hacer lo que
en 1845, hizo el presidente Herrera; caer con el partido moderado por
condenar la guerra con los Estados Unidos, que a tiempo y dignamente
pudo evitarse. Tuvo lugar la guerra, a Herrera y a su partido moderado les
llamaron traidores, y cuando la nación sentía en 1847 que se hundía en la
anarquía tétrica para desaparecer como nación y como pueblo; llamó con
dolor y arrepentimiento a ese partido moderado que fue el único patriota
antes de la guerra. El partido moderado gobernó como ninguno y
conservó el poder hasta la caída de Arista. La actitud del Sr. Cuevas en
Jalapa sólo se explica por su calidad de partidario extremista, exaltado en
su conservatismo, radical en su tradicionalismo. Todos los partidos o
facciones exaltadas colocan los intereses sectarios invariablemente
sobre los intereses públicos, sin comprender que la reacción es siempre
a favor del partido más civilizado, pues aun los países anárquicos
siempre marchan hacia adelante.
Para la historia la verdad es la siguiente:
1° No fue la cuestión de dinero y en consecuencia no pudo ser la de los
pasteles, ni por reclamaciones injustas, por lo que México dió lugar al
bloqueo por la escuadra francesa, comenzado el 16 de Abril de 1838, por
el comandante Bazoche; sino por el orgullo de no resolver la cuestión
ante la escuadra estacionada en nuestras aguas. Este orgullo lo desechó
el gobierno mexicano en Noviembre de 1838, lo que lo puso en ridículo.
2° Del bloqueo pasamos a los combates que nos llenaron de vergüenza y
abatimiento; no por cuestión de pasteles, dinero y otras, sino en
apariencia por el empeño de sostener derechos bárbaros completamente
condenados por la civilización; en realidad por servir de nuevo y
humildemente a las ambiciones de Santa Anna quien debía salir
resucitado de las cenizas del verdadero honor mexicano. La nación
condenada a ser la hembra maltratada y siempre amorosa del condotiero
que sabía seducirla, flagelarla, despreciarla y mantenerla siempre como
ardiente odalisca ávida de ultraje y tiranía.

NOTAS
(1) General Rincón, Manifiesto, pág. XXV.
(2) Id., pág. XXVIII.
(3) General Rincón, pág. XXVII.
(4) General Rincón, pág. XXVII.
(5) Id., pág. XXVIII.
(6) General Rincón, Manifiesto, pág. XXIX.
(7) El Independiente, Julio 8 de 1838.
(8) Rivera, Manifiesto, pág. XXXII.
(9) Rincón, Manifiesto, pág. XXXII.
(10) General Rincón, Manifiesto, pág. XIX.
(11) General Rincón al Ministro de la Guerra, Junio 21 de 1838, Manifiesto.
(12) El Ministro de la guerra al general Rincón. Julio 3 de 1838.
(13) Ministro de la Guerra al general Rincón. Julio 23 de 1838. Manifiesto.
(14) Rincón, Manifesto, pág. XXIX.
(15) Septiembre 15 de 1839. Bibl. Nacional.
(16) Manifiesto. página XXXI.
(17) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, pág. 371.
(18) Obra citada, tomo III, pág. 371.
(19 Dauzart et Blanchard, San Juan de Ulúa, pág. 322.
(20) Zamacois, Historia de México, tomo XII, págs. 131 y 132.

Índice de Las grandes mentiras Tercera parte -


Tercera parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco Capítulo V Primera
Capítulo III Virtual Antorcha
Bulnes parte
Índice de Las grandes mentiras Tercera parte -
Tercera parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco Capítulo V Segunda
Capítulo IV Virtual Antorcha
Bulnes parte

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo quinto
EL ESCÁNDALO EN EL MUNDO
NAVAL
Primera parte

Tal como nuestra llamada historia sirve a nuestro espíritu y


especialmente al de la niñez, el ataque y toma de la fortaleza de San Juan
de Ulúa, tiene tanta verdad como la de cualquier cuento oriental
entretejido con escenas maravillosas. Modestamente pretendo ser el
primero en dar la verdad histórica de este hecho de armas que debió
haber avergonzado a nuestros antecesores en vez de inflarlos
deshonestamente.
La noticia de la pérdida de Ulúa y del convenio de Veracruz, produjo en México y en todo
el interior de la República, la penosa sensación que era de esperarse, destruyendo tales
acontecimientos todas las ilusiones que hasta entonces se habían alimentado sobre la
gran resistencia que podían hacer aquellos puntos. En medio de la exaltación
ocasionada por aquellos sucesos; unos los atribuían á la cobardía de los generales
Gaona y Rincón, otros no podían suponer que el castillo se hubiera rendido tan pronto
sino por la traición del primero de estos jefes (1).
El vulgo, el buen vulgo fallaba así la toma del castillo de San Juan de
Ulúa, por el considerando decisivo de su vanidad. Pero esta vez la
vanidad y la verdad estaban de acuerdo. El vulgo había acertado; el
castillo de San Juan de Ulúa cayó en poder de los franceses por la
cobardía no de Rincón, sino de los generales Santa Anna y Gaona, a lo
que contribuyó en gran parte la estupenda impericia del segundo. Este
veredicto justo del público emanado de su primera impresión se
corrompió más tarde por la acción corrosiva de la misma vanidad que
resolvió confundir la cobardía con el heroísmo y dar medallas de oro y
ascensos a los que merecían la degradación y la pena de muerte,
escandalizando con semejante conducta a todos los hombres de guerra y
prensa ilustrada del universo.
El duque de Wellington quedó estupefacto de la toma de San Juan Ulúa,
por una fuerza puramente naval; la historia no ofrecía un caso igual, este
hecho singular tenía que ser profundamente humillante para nuestros
anales militares.
La prise de la forteresse de Saint Jean d'Ulloa par une division de frégates francaises est
le seul exemple que je connaisse, dira le duc de Wellington a la Chambre des lords,
d'une place régulierement fortifiée qui ait été réduite par une force purement navale (2).
La fortaleza de San Juan de Ulúa, fue de primer orden hasta fines del siglo
XVIII y pasó a ser de segundo orden hasta 1855. La escuadra que la atacó
y tomó en 1838, no era ni de quinto orden. La fortaleza era muy superior,
no a las fuerzas navales de Francia que contaba con ocho mil cañones en
toda su flota; pero a la escuadrilla que la atacó y tomó causando
escándalo en el mundo naval guerrero.
Creo que en páginas anteriores dije que hemos heredado un vicio ridículo
de los españoles. Antes de un combate todo lo español es excelente: la
artillería, la pólvora, la cartuchería, las fortificaciones, la caballada, el
armamento, y sobre todo el soldado, el oficial, el general, y hasta la luz,
las nubes, la tierra, la flora y la fauna. Después de la derrota, se afirma
que la artillería era de oyamel, las bayonetas de barro, la pólvora estaba
mojada; los cartuchos no cabían en los fusiles; no había parque ni trenes,
ni mulas para moverse; la niebla había producido la noche; el sol había
cocido los ojos de la tropa; la tierra se había abierto y tragado varias
columnas, la flora había emanado venenos soporíficos; sin esos
incidentes siempre imprevistos el triunfo era seguro porque el soldado
español nunca puede ser vencido y jamás lo ha sido. Tal es el cuadro de
lo que en conjunto pasó en Ulúa. Siete meses gritó la prensa mexicana en
1838, que Ulúa era el Gibraltar de América y después de haber sido
tomado con una facilidad única que asombraba al duque de Wellington, la
historia ha emprendido la tarea de deshonrarse para probarnos que las
murallas se habían convertido en hojas de papel, que los cañones no
alcanzaban, que casi no los había y después de asentar un chubasco de
hechos falsos se nos cuenta que la maYoría de los defensores murieron.
Nuestra civilización actual nos permite ser tratados seriamente, sin
burlas, sin ruedas de molino, y nos impone el deber de corregir nuestra
historia, levantarla a la altura de la verdad, único punto donde se
encuentra el verdadero honor.
La fortaleza de Ulúa, más que por sus fortificaciones, por su posición era
formidable y pudo antes de los adelantos de la artillería moderna, hasta
1850, mantenerse de primer orden aun con malos cañones.
La presente descripción no es un lujo de autor, ni una hazaña de
petulante; es necesaria para apreciar debidamente la conducta de sus
defensores, Y mi descripción la puede comprender toda persona que
satisfaga en ilustración a lo que se aprende en una escuela primaria
superior.
En el vulgo se cree que la fortaleza de Ulúa está situada en un islote
distante poco más o menos un kilómetro de la ciudad de Veracruz. La
fortaleza está situada en un gran banco o bajo madréporas, que tiene una
parte sobresaliente de 200 metros de ancho por 350 de largo que figura
un islote y que sirve de asiento a la expresada fortaleza. Este banco o
bajo se llama la Gallega; tiene la forma de lo que el vulgo llama hueso en
un mago de Manila, la dirección de este hueso es casi de Norte a Sur, la
línea en parte cóncava mira al Oeste y la enteramente convexa al Este; la
punta del hueso mira al Norte y la parte opuesta ancha mira a la ciudad de
Veracruz. Casi a la mitad de la parte ancha que mira a la ciudad de
Veracruz y en su límite está construída la fortaleza que tiene 200 metros
de largo Y 140 de ancho. El largo del bajo Gallega es dos mil seiscientos
metros y su ancho en sus límites E.O. es de mil quinientos.
Lo que acabo de exponer es esencialmente interesante para entender
porqué era inexpugnable como justamente la calificaron los españoles a
la fortaleza de Ulúa. Por el Norte no podía ser atacada porque teniendo el
bajo 2600 metros y no pudiendo entrar los barcos sobre el bajo, tenían
que colocarse a una distancia mayor y no había cañones ni los hubo
hasta 1860, para que la fortaleza hubiera podido ser ofendida a esa
distancia. La fortaleza no podía ser atacada por el Sur y el Oeste, sin que
los buques quedarán colocados entre las baterías de Ulúa y las de
Veracruz, a distancia tan corta que los cañones podían perforar fácil y
prontamente los barcos en sus partes nobles en la línea de flotación o
abajo. El ataque por el Este no podía tener lugar a menos de mil
trescientos metros, distancia inofensiva para las fortificaciones en
relación con el tiro de los cañones. En suma Ulúa, hasta fines del siglo
XVIII, sólo podía ser atacada a una gran distancia y por bombas. Los
españoles previendo el caso; habían construído excelentes casamatas, de
manera que bombardeando el castillo, podía ser muy averiado o
destruído, pero la tropa podía quedar ilesa para esperar el asalto.
Una fortaleza se puede tomar solamente por tres medios; el asalto, el
hambre o la intimidación. Este último medio es vergonzoso para los
defensores de cualquier plaza; pero en una fortaleza donde no hay
mujeres, ancianos, niños y hombres no combatientes que hagan surgir el
pánico y lo comuniquen a la tropa, y además cuando ésta cuenta con
casamatas que para ella hagan inofensivo el bombardeo; no es posible el
método de intimidación. Bien decía el duque de Wellington en la Cámara
de los Lores, jamás se había dado el caso de que una fortaleza hubiera
caído por el método de intimidación. Desgraciadamente nos tocó dar la
deshonrosa prueba de que sí era posible.
Se comprende que una fortaleza aun cuando queden apagados sus
fuegos y reducida a escombros, si se han salvado las casamatas y la
tropa ilesa, ésta espera el asalto con artillería de reserva de mar y tierra,
guardada en lugares que se llaman salas de armas, y entonces la
guarnición se bate detrás de los escombros que también son parapetos.
Mientras hay defensores ilesos, valientes y suficientes para esperar sobre
escombros de una fortaleza al ser asaltada, la fortaleza o más bien dicho
los escombros pueden triunfar de los barcos aun cuando estén intactos y
si no hay asalto es imposible la ocupación de la fortaleza, a menos que
los defensores cobardemente la entreguen.
Afirmando ya que una fortaleza marítima no debe darse por vencida
mientras no llene la obligación de las fortalezas de tierra, no capitular
antes de resistir lo menos un asalto a menos que falten víveres,
municiones o que hayan muerto o estén fuera de combate todos los
defensores, lo que no sucedió en San Juan de Ulúa.
El Sr. Pérez Verdía lanza a la nifiez desvalida de historiadores, esta
falsedad educativa, no personal del autor sino común a nuestros
historiadores:
El general Don Antonio Gaona con muy pocos soldados ... sostuvo el ataque ... (3).
El general Don Manuel Rincón en su Manifiesto a la Nación, y en el
Documento justificativo núm. 183, da a conocer con todos sus detalles, la
fuerza que ocupaba el castillo en el momento en que fue atacado el 27 de
Noviembre de 1838 y esta fuerza ascendía a 1184 hombres.
Veamos el número de ofensores contando con las dos corbetas que no
entraron ni debían entrar al combate.
Fragata Iphigénie con la tripulación del bergantín Laurier ... 527 tripulantes.
Fragata Néreide ... 458 tripulantes.
Fragata Gloire ... 448 tripulantes.
Corbeta Créole ... 156 tripulantes.
Bombardera Ciclope ... 108 tripulantes.
Bombardera Vulcain ... 113 tripulantes.
Bergantín Voltigeur ... 115 tripulantes.
Bergantin Zebre ... 96 tripulantes.
Corbeta Nayade ... 158 tripulantes.
Bergantín Sarcelle ... 70 tripulantes.
Total ... 2249 tripulantes.
Sin asalto para nada necesitaba la fortaleza infantería sino artilleros, y
caso de asalto los buques no podían quedarse solos. En ningún caso un
jefe de escuadra se desprende de las dos terceras partes de su
tripulación para hacerlas asaltar; pero admitiendo que hiciese semejante
torpeza el contraalmirante Baudin, pudieron a lo sumo marchar al asalto
sin columnas de reserva, 1,500 hombres.
¿Pueden 1,185 hombres dentro de una fortaleza resistir el ataque de
1,500? ¿Son muy pocos 1,185 hombres fortificados contra 1,500
asaltantes? Además había aún cerca de 500 hombres en la ciudad de
Veracruz y cerca de dos mil a tres leguas de distancia al mando del
general Arista. Si en el día del ataque no era asaltada la fortaleza como no
lo fue, durante la noche podían ser colocados en Ulúa fácilmente 1,500 o
dos mil hombres. El gobierno disponía de seis lanchas armadas y de
veintidós de simple transporte.
Los muy pocos soldados con que se vió obligado a batirse el general
Gaona significan una falsedad que los documentos oficiales mexicanos
pulverizan.
Segunda Falsedad.
Los cuarenta cañones
En todos nuestros libros de historia patria figura que los defensores de
San Juan Ulúa lucharon con cuarenta cañones contra el fuego de
doscientos muy bien servidos por el enemigo.
Hay que fijar con precisión qué es lo que se ha querido decir con lo de los
cuarenta cañones, pues no todos los autores dan el mismo sentido.
¿Se ha querido decir que la fortaleza al ser atacada sólo contaba con
cuarenta cañones?
Al capitular la fortaleza fue entregada a los vencedores por riguroso
inventario firmado por ambas partes, y dada copia eXacta a cada una de
ellas. Tanto en la obra de Dauzart y Blanchard que ya he citado, como en
el Manifiesto del general Rincón, en el Documento justificativo número
139, aparece el nÚmero y clase de piezas de artillería que fueron
entregadas a lOS franceses. Copio esta parte del inventario oficial:
Artillería en San Juan de Ulúa el 28 de Noviembre de 1836.
Baluarte del Este ... Caballero Alto Piezas de a 12 ... 4 desmontadas por el fuego ... 0
montadas ... 4 desmontadas antes del ataque.
Soledad Piezas de a 24 ... 0 desmontadas por el fuego ... 1 montada ... 4 desmontadas
antes del ataque.
Piezas de a 16 ... 0 desmontadas por el fuego ... 7 montadas ... 3 desmontadas antes del
ataque.
Piezas de a 8 ... 0 desmontadas por el fuego ... 1 montada ... 2 desmontadas antes del
ataque.
Mortero de 9 pulgadas ... 0 desmontados por el fuego ... 1 montado ... 0 desmontados
antes del ataque.
Baluarte del sur ... San Crispín Piezas de a 24 ... 2 desmontadas por el fuego ... 6
montadas ... 2 desmontadas antes del ataque.
Piezas de a 8 ... 0 desmontadas antes del fuego ... 1 montada ... 0 desmontadas antes del
ataque.
Cortina que ve a la ciudad ... San Fernando ... Carronadas de a 18 ... 2 desmontadas por
el fuego ... 15 montadas ... 3 desmontadas antes del ataque.
Baluarte del oeste y del Faro ... San Pedro ... cañones de 24 ... 0 desmontados por el
fuego ... 6 montados ... desmontado antes del ataque
Cañones de 8 ... 0 desmontados por el fuego ... 2 montados ... 1 desmontado antes del
ataque.
Cortina del noroeste ... Iturbide ... Carronadas de a 18 ... 1 desmontada por el fuego ... 12
montadas ... 1 desmontada antes del ataque.
Baluarte del norte ... Santiago ... Carronadas de a 16 ... 0 desmontadas por el fuego ... 9
montadas ... 1 desmontada antes del ataque.
Carromadas de 8
Mortero de 9 pulgadas ... 0 desmontados por el fuego ... 1 montado ... 0 desmontados
antes del combate.
Total ... 9 desmontadas por el fuego ... 62 montadas ... 19 desmontadas antes del
combate

Batería del Norte ... Guadalupe ... Carronadas de a 24 ... 1 desmontada por el fuego ... 14
montadas ... 2 desmontadas antes del ataque.
Morteros de 14 pulgadas ... 1 desmontado por el fuego ... 3 montados ... 0 desmontados
antes del combate.
Plaza de armas centrante rentrante de la izquierda ... Pilar ... Cañones de a 12 ... 1
desmontado por el fuego ... 5 montados ... 1 desmontado antes del ataque.
Morteros de 14 pulgadas ... 0 desmontados por el fuego ... 0 montados ... 1 desmontado
antes del ataque.
Media luna ... San José ... Carronadas ... 0 desmontadas por el fuego ... 16 montadas ... 0
desmontadas antes del ataque.
Plaza de armas rentrante de la derecha ... Santa Catalina ... Carronadas de a 12 ... 4
desmontadas por el fuego ... 5 montadas ... 1 desmonatada antes del ataque.
Bateria baja del sur ... San Miguel ... Cañones de a 24 ... 2 desmontados por el fuego ... 13
montados ... 4 desmontados antes del ataque.
Morteros de a 14 pulgadas ... 2 desmontados por el fuego ... 5 montados ... 0
desmontados antes del ataque.
De una sola de armas cerrada ... Cañones de diversos calibres ... 0 desmontados por el
fuego ... 8 montados ... 26 desmontados antes del ataque.
Total ... 11 desmontados por el fuego ... 71 montados ... 35 desmontados antes del
ataque.

RESUMEN
Total piezas desmontadas por el fuego de la escuadra francesa ... 20.
Total piezas montadas ... 133.
Total piezas desmontadas antes del combate ... 54.
Total piezas de fortaleza ... 207
Había pues piezas montadas antes del combate ... 153
Luego es una fábula que sólo hubiera cuarenta cañones.
Veamos ahora la artillería de los barcos combatientes:
Iphigénie ... 60 piezas.
Gloire ... 60.
Néreide ... 60.
Créole ... 20.
Bombarderas Vulcain y Ciclope ... 4.
Total ... 204 piezas.
Número de piezas de San Juan de Ulúa montadas y listas antes del combate ... 153.
De los barcos que atacaron ... 204.
Las personas dedicadas a la historia educativa o instructiva pueden creer
que esta diferencia en contra de piezas, para San Juan de Ulúa era una
funesta y deplorable debilidad. Nada de eso, las ventajas de una fortaleza
son muy grandes sobre las escuadras y nunca se ha dado caso de que
una escuadra al atacar una fortaleza con el objeto de tomarla haya tenido
número igual o menor de piezas que la fortaleza. No hay escuadra que a
igual número de piezas de igual calibre poco más o menos por ambas
partes, se atreva a atacar una fortaleza. Y si para que una fortaleza sea
defendible fuera preciso que tuviera mayor o igual número de piezas de
artillería que la escuadra ofensiva no habría en el mundo fortalezas
defendibles.
Cuando Inglaterra atacó la Habana en 1762 la gran flota al mando del
vicealmirante Pocork, constaba de 29 naves de guerra con 2183 cañones.
Los cañones del Morro y de la batería de la Punta, pues aun no existía la
ciudadela de la Cabaña llegaban a 274. Gibraltar tenía en 1805 quinientos
veinticuatro cañones y las escuadras francesa y española aliadas que lo
amagaban sin decidirse a atacar por considerar la plaza inexpugnable
tenían entre ambas, 3098 cañones.
La escuadra española que atacó el Callao en 1866 sin lograr el triunfo,
tenía 380 cañones y todas las fortificaciones mantimas de la plaza, 90
piezas de artillería.
En 1898, el número de cañones de la Habana no llegaba a la quinta parte
del número de los de la flota de los Estados Unidos y sin embargo se
consideraba la Habana justamente intomable.
Lo repito, jamás una escuadra ha atacado con intención de apagar fuegos
o tomar una fortaleza marítima con igual o menor número de cañones que
la fortaleza. Es, pues, un error grave, creer que las fortalezas para ser
defendibles hasta lo inexpugnable deben tener igual o mayor número de
cañones que las escuadras destinadas a atacarlas.
¿Se ha querido decir, como en efecto lo dicen, no nuestros historiadores,
sino los documentos oficiales que sólo jugaron cuarenta cañones en
Ulúa, cuando fue atacada por la escuadra?
Es casi una verdad, porque en el punto en que se colocó la escuadra
debía recibir el fuego que en seguida se expresa, según los
reconocimientos y cálculos del contraalmirante Baudin (4):
Podían tirar sobre la fragata Iphigénie
De la plaza de armas Pilar piezas de distintos calibres ... 4.
Del baluarte Santiago ... 7.
De la media luna San José ... 7.
De la cortina del Nordeste ... 8.
De la plaza de armas Santa Catalina ... 3.
Del baluarte la Soledad ... 4.
Total ... 33
Sobre la Néréide
De la media luna San José ... 7.
De la plaza de armas Pilar ... 4.
Del baluarte Santiago ... 3.
Del baluarte San Crispín ... 2.
Del Caballero ... 4.
Total ... 16.
Sobre la Gloire
De la media luna San José ... 7.
Del baluarte San Crispín ... 2.
De la bateria baja San Miguel ... 3.
Del Caballero ... 4
Total ... 16
Sobre el conjunto de las tres fragatas
De la plaza de armas Pilar ... 4.
Del baluarte Santiago ... 10.
De la media luna San José ... 7.
De la cortina el N.E. ... 8.
De la plaza de armas Santa Catalina ... 3.
Del baluarte Soledad ... 6.
Del baluarte San Crispín ... 2.
De la batería baja San Miguel ... 3.
Del Caballero ... 4.
Total ... 47.
La versión mexicana asegura que hacían fuego sobre cuarenta cañones;
la versión francesa asegura que podían hacer e hicieron fuego sobre la
escuadra 47 piezas de la fortaleza de Ulúa. En el parte oficial mexicano se
nota la falta de instrucción del jefe de la fortaleza, en que confunde
cañones con piezas. En 1838, las piezas de artillería se dividían en
cañones, obuses y morteros. La carronada era el obús antiguo. El general
Gaona asegura que pudo hacer jugar sobre cuarenta cañones, debió
haber dicho piezas porque la artillería de la fortaleza se componía de
cañones, carronadas y morteros.
¿Cuántas piezas de artillería puso en juego el contraalmirante Baudin en
su ataque?
Jugaban con inaudita rapidez como doscientas bocas sobre la fortaleza, cuando ésta
sólo les contestaba a lo sumo con cuarenta (5).
No jugaron ni podían jugar como doscientas bocas en el ataque del
contraalmirante, aun cuando así lo asegure el general Rincón en su parte
al supremo gobierno. El ataque tuvo lugar con las fragatas de primera
Iphigénie, Néréide y Gloire, con la corbeta de segunda Créole y con las
bombarderas Cyclope y Vulcain. No había un solo navío de línea. Todos
los que como militares, historiadores, cronistas, periodistas, poetas y
oradores cívicos, se han ocupado del ataque de San Juan de Ulúa,
reconocen que no vino a las aguas mexicanas navío alguno de línea y que
los barcos de mayor porte fueron las tres fragatas de primera que acabo
de mencionar. Ahora bien, en 1838 como en el día, el número de cañones
estaba en relación con el rango del barco y el rango mayor correspondía
al de mayores dimensiones. La jerarquía de los barcos de guerra era:
1. - Navío de línea.
2. - Fragata.
3. - Corbeta.
4. - Bergantín.
5. - Goleta.
6. - Cañonera.
A estos rangos correspondían cañones:
Navío de línea de tres puentes ... 120 piezas.
Id. de segunda ... De 80 a 100 piezas.
Fragata de primera ... De 50 a 60 piezas.
Id. de segunda ... De 40 a 50 piezas.
Corbetas de primera ... De 24 a 32 piezas.
Id. de segunda ... De 20 a 24 piezas.
Bergantines ... De 16 a 20 piezas.
Goletas ... De 6 a 12 piezas.
Cañoneras ... De 2 a 4 piezas.
No se necesitaba ir a bordo de los barcos ofensores para contar los
cañones, bastaba saber que las tres fragatas eran de primera y la corbeta
de segunda para saber que el número de piezas de artillería debía ser 200.
Mas dos morteros para cada una de las bombarderas Cyclope y Vulcain,
resultan: 204 piezas de artillería.
El general Rincón tenía razón respecto al número de piezas de artillería
que en totalidad tenían los barcos ofensores, pero no pensó en que un
barco combatiendo fijo contra Una fortaleza no puede disparar todas sus
piezas contra esa fortaleza a menos que todas fueran morteros o disparos
heChos bajo un ángulo de 45 grados o mayor. Un barco que combate fijo
sólo puede disparar todos sus cañones cuando se halla rodeado de
barcos o cuando atraviesa un canal en que haya fortalezas de ambos
lados; pero batiendo a una fortaleza sin tener enemigo al lado opuesto es
imposible que pueda poner en juego toda su artillería. En las mejores
condiciones de un barco que combate fijo, puede disponer de la mitad de
sus piezas más una o dos piezas de la popa o de la proa. Esto es evidente
y por tal motivo hay que creer sin vacilar en el parte oficial del
contraalmirante Baudin quien pone en conocimiento de su gobierno
haber puesto en juego en su ataque (6):
Fuego de la fragata Iphigénie:
Cañones obuses Paixhans calibre 80 de fierro ... 2.
Carronadas de a 30 de fierro ... 14
Total ... 30.
Fuego de la Néréide:
Cañones obuses Paixhans calibre 80 de fierro ... 2.
Cañones de a 30 de fierro ... 12.
Carronadas de a 30 de fierro ... 12.
Total ... 26.
Fuego de la Gloire:
Cañones obuses Paixhans calibre 80 de fierro ... 2.
Cañones de a 30 ... 12.
Carronadas de a 30 ... 12.
Total ... 26.
Fuego de la Créole:
Carronadas de a 30 de fierro ... 22.
Total de las tres fragatas y corbeta ... 104 piezas.
Más los cuatros morteros de las dos bombarderas ... 4.
Total fuego ... 108.
De manera que tenemos:
Fuego de la escuadra ... 108 piezas.
Fuego de la fortaleza ... 47 piezas.
El vulgo ignorante y dentro de él los militares mexicanos de 1838 y los
historiadores, consideran que la desigualdad de piezas en juego entre la
fortaleza y la escuadra fue un hecho excepcional, funesto, inaudito que
necesariamente hacía imposible el triunfo de la fortaleza. Con razón, nos
dicen nuestros libros históricos, perdimos, pues combatían 40 cañones
contra 200. Ya se ha visto que no es posible que hubiera en juego
doscientos cañones, porque para ello hubiera sido preciso que los barcos
ofensores, tuvieran en conjunto 400 piezas y como fueron cuatro sin
contar las dos bombarderas de a dos morteros cada una, hubiera sido
preciso que entre las tres fragatas y la corbeta, hubieran tenido 400
piezas con lo cual no hubieran podido ser fragatas, ni corbetas sino
navíos de línea. Y nadie ha pretendido ni los más ardientes patriotas,
transformar las fragatas francesas del contraalmirante Baudin en navíos
de línea que eran las unidades tácticas de una escuadra de primer orden.
Asombra ver que eran militares las personas que han proporcionado el
espléndido material para decir desatinos a nuestros sencillos y
colombinos historiadores que a su vez impregnan el espíritu nacional de
fábulas ridículas. Creer que 47 piezas puestas en juego por una fortaleza
de cal y canto contra cuatro barcos de madera que disparaban cien
piezas, da lugar a un escandalo y a compadecer a los defensores de la
fortaleza, es no tener la menor idea de un barco, de una fortaleza en un
combate naval.
La fortaleza tiene por base la resistencia, la escuadra la potencia. Si la
potencia de la fortaleza fuera igual a su resistencia no habría escuadra
que se atreviera a atacarla y aÚn así no hay quien se atreva a atacar la
plaza de Gibraltar, ni los Dardanelos, ni aún la Habana y otras. Bastaba en
1838 una bomba de placa acertada en regla contra un barco para
mandarlo al fondo del mar o herirlo mortalmente, mientras que una
fortaleza podía resistir centenares y millares de bombas sin desaparecer.
No era lo mismo que las granadas hicieran explosión al penetrar en el
casco de un barco que en la cortina de una fortaleza. Los artilleros de la
fortaleza están en parte abrigados los cuatro que disparan y abrigados
bien los cuatro de reemplazo por baja o fatiga. En un barco en 1838, los
artilleros tiraban por decirlo así a pecho descubierto. El combate entre
una escuadra y una fortaleza se inicia y se desenvuelve por un gran duelo
de artillería y en 1838 en el duelo los artilleros de la escuadra están como
he dicho, descubiertos, mientras que los de la fortaleza sólo pueden ser
tocados por tiros de elevación, por escombros y muy rara vez
directamente. Es admirable que haya militares mexicanos que hayan
creído que podía haber fortalezas atacables teniendo una potencia igual a
su resistencia.
Una fortaleza situada en una costa presenta menos frentes que una
fortaleza aislada en un islote. Esta clase de fortalezas a que pertenece
Ulúa están obligadas a tener baterías para todos los rumbos. No hay
imbécil, aun cuando sea príncipe y le den por derecho de nacimiento el
mando de una escuadra, que discurra dividir ésta para presentarla frente
a todos los lados de una fortaleza y recibir el fuego de todas sus baterías.
El axioma de la táctica naval, es operar por el fuego sobre el mayor
campo de la fortaleza y recibir de la fortaleza el menor fuego posible. Y
para cumplir con este precepto se atacan las fortalezas presentando el
menor bulto posible, a una distancia la mayor posible y en el lugar donde
el fuego del enemigo sea el menor posible. De aquí resulta que siempre
en un combate entre fortaleza y escuadra, el número de piezas puestas en
juego por la fortaleza es menor que el puesto en juego por la escuadra,
pues de lo contrario no hay quien combata aun cuando sea cretino el jefe
de la escuadra. Estas consideraciones se refieren a 1838, porque en el día
un monitor con dos cañones puede apagar los fuegos y reducir a
escombros a San Juan de Ulúa tal como se encuentra artillado y aún
cuando tuviera tres mil cañOnes iguales a los de 1838.
He dicho que la base del combate de la fortaleza es la resistencia y en
cuanto a su potencia lo único que necesita es tener piezas capaces de
destruir un barco rápidamente a la distancia mayor que se pueda colocar
con posibilidad de ofender. Se comprende que si la resistencia de la
fortaleza, es por ejemplo diez veces mayor que la de los barcos de la
escuadra, tendrá gran ventaja la fortaleza poniendo en juego aun la quinta
parte de las piezas de la escuadra y si la resistencia de la fortaleza fuese
mil veces mayor que la de la escuadra habría equilibrio poniendo en juego
la fortaleza un cañón, contra mil cañones iguales al de la fortaleza que
pusiera en juego la escuadra y habría entonces inmensa ventaja para la
fortaleza si pusiera en juego veinte cañones contra los mil de la escuadra,
siempre que unos y otros fueran idénticos.
Entendida la teoría que explica porqué debe haber ventaja de parte de la
fortaleza aun cuando ponga en juego menor número de piezas de artillería
que la escuadra, veamos lo que enseña la práctica.
Uno de los combates más hermosos entre escuadra y fortaleza, fue el que
tuvo lugar el año de 1762 entre el Morro y la batería de Punta en la Habana
contra parte de la escuadra inglesa mandada por el vicealmirante Porcok.
La escuadra hizo jugar sobre las fortificaciones que acabo de citar 286
piezas de artillería; el Morro y la batería de la Punta mandados por Don
Luis de Velasco pusieron en juego 82 piezas. La escuadra ofensora salió
vencida y completamente aniquilada. Todas las piezas de los ingleses
eran de grueso calibre, manejadas como por ingleses y se situaron los
barcos a 800 metros del Morro.
El ataque del Callao en 1866 por la escuadra española compuesta de las
fragatas Almansa, Berenguela, Villa de Madrid, Resolución, Blanca,
Numancia y goleta Vencedora, pusieron en juego 186 piezas. Las
fortificaciones del Callao tenían noventa piezas, pusieron en juego 68.
Resultó vencida la escuadra.
El año de 1898, la escuadra americana atacó San Juan de Puerto Rico,
defendida por el Morro. Según el comandante de ingenieros Don Julio
Cervera Baviera.
Sampson recibió orden de su gobierno para dirigirse a Puerto Rico, apoderarse de la
capital y establecerse en ella como base de operaciones de la campaña (7).
Los mexicanos recordarán que la Prensa Asociada comunicó que el
Morro había sido reducido a polvo y que en consecuencia San Juan había
capitulado. Después se ha sabido que Sampson bombardeó el Morro con
intención de destruirlo y que viendo que la operación se presentaba bien
escabrosa se retiró y hasta ahora no ha podido explicar porqué atacó el
Morro para no verse obligado a confesar que fue rechazado
vigorosamente.
La artillería de la escuadra de los Estados Unidos que atacó San Juan de
Puerto Rico en 1898 era:
Acorazado Indiana ... con 20 piezas de artillería.
Acorazado Iowa ... con 20 piezas de artillería.
Crucero New York ... con 16 piezas de artillería.
Crucero Detroit ... con 12 piezas de artillería.
Crucero Montgommery ... con 12 piezas de artillería.
Monitor Amphitrite ... con 6 piezas de artillería.
Monitor Terror ... con 4 piezas de artillería.
Cañonera Wampatuck ... con 4 piezas de artillería.
Torpedero Porter ... con una pieza de artillería.
Total ... 95 piezas de artillería.
No están incluídos en las noventa y cinco piezas los cañones de pequeño
calibre.
La artillería del Morro de San Juan de Puerto Rico era en 1898:
Cañones de quince centímetros ... 11.
Obuses de a 24 ... 6.
Obuses de a 21 ... 4.
Total ... 21.
La escuadra disparó 1290 proyectiles y el Morro 441, lo que prueba que
los norteamericanos pusieron en juego mayor número de piezas. La
escuadra tuvo que retirarse. No se conoce en la historia caso de combate
entre fortaleza y escuadra en que la fortaleza haya puesto en juego igual o
mayor número de piezas que la escuadra.
Por lo expuesto se ve que nada quiere decir lo de los cuarenta cañones
contra los ciento ocho de la escuadra, mientras no se sepa cómo eran los
cañones de ambos beligerantes y la resistencia de la fortaleza. De tan
interesante asunto paso a ocuparme.

Tercera falsedad.
Nuestros cañones no alcanzaban.
Esta afirmación es oficial, inexacta y ridícula en la boca de un jefe de
fortaleza que comienza por ignorar el alcance de sus cañones.
La afirmación de que nuestros cañones no alcanzaban, la han
reproducido nuestros historiadores y la he visto con pena aceptada por el
Sr. Fernando Iglesias Calderón, crítico sutil quien me pareció imposible
digiriese ruedas de molino como la que voy a mostrar.
Conforme al inventario de entrega de la fortaleza de San Juan de Ulúa al
contraalmirante Baudin firmado por ambas partes contratantes de la
capitulación y en lo relativo a artillería cuyo pormenor ya di, tenía dicha
fortaleza antes del combate del 27 de Noviembre de 1838:
PIEZAS MONTADAS:
Cañones
De a 24 ... 30.
De a 16 ... 7.
De a 12 ... 10.
De a 8 ... 4.
Total ... 51.
Carronadas
De a 24 ... 15.
De a 18 ... 46.
De a 16 ... 9.
De a 12 ... 2.
De a 8 ... 2.
Total ... 81.
Morteros
De a 14 pulgadas ... 10.
De a 9 pulgadas ... 2.
Total ... 12.
En una fortaleza debe haber artillería fija y artillería móvil cuyo principal
objeto es batir embarcaciones pequeñas de desembarco o columnas de
asalto si el enemigo y la fortaleza están en tierra firme. Quitando la
artillería móvil que no es para batir fragatas a distancia en que éstas
ofenden a una fortaleza con el objeto de destruirla, tenemos que nos
queda:
Cañones
De a 24 ... 30.
De a 16 ... 7.
Total ... 37.
Carronadas
De a 24 ... 15.
De a 18 ... 40.
De a 16 ... 7.
Total ... 62.
Morteros
De 14 pulgadas ... 10.
De 9 pulgadas ... 2.
Total ... 12.
Para saber si nuestras piezas no alcanzaban es preciso conocer la
distancia a que se colocó la escuadra. El vicealmirante Jurien de la
Graviere nos dice que a mil quinientos metros de la fortaleza (8).
Con excepción de los morteros de la escuadra ofensora que eran de doce
pulgadas, y de los seis cañones obuses de a 80 el resto de la artillería
francesa era:
Cañones de a 30 de fierro ... 38.
Carronadas de a 30 de fierro ... 60
Total ... 98.
Antes de continuar diré que el alcance de una pieza de artillería no es
absoluto; hay alcance total, alcance de punto en blanco, alcance variable
según la inclinación que se da a las piezas. Se llama punto en blanco la
segunda intersección del proyectil con la línea de mira natural. Veamos el
alcance de nuestros cañones de a 24, comparados con los de los
franceses de á 30:
Alcance de punto en blanco, cañones de a 24 mexicanos ... 750 metros.
Alcance dando a la misma pieza solo dos grados de elevación ... 1.020 metros.
Alcance de punto en blanco de un cañón corto francés de 30 de los que traía la escuadra
en 1838 ... 920 metros.
Se ve pues que si la escuadra se hubiera colocado a tiro de punto en
blanco hubiera bastado dar dos grados de elevación a nuestros cañones
para hacerlos pasar la distancia de punto en blanco. Dos grados de
elevación son insensibles casi para el efecto del proyectil.
Pero la escuadra francesa se colocó a mil quinientos metros de la
fortaleza; es decir, fuera de tiro de punto en blanco de sus cañones de 30,
que lo eran casi todos, y entonces el contraalmirante ordenó se diese una
elevación de cinco grados, como ángulo de tiro para el combate.
Distancia a la que se encontraba la escuadra, 1.500 metros.
Cañones mexicanos de a 24, ángulo de tiro 5 grados, carga 3 kilos 93 ... 1 350 metros de
alcance.
Cañones franceses de a 30, ángulo de eleváción 5 grados, carga 3 kilos 75, que era la
ordenada ... 1 600 metros de alcance.
Se ve que la diferencia de calibres no hacía sensible la diferencia de
alcances a la distancia de 1500 metros, pues bastaba aumentar muy
ligeramente la carga a nuestras piezas, a lo que se prestaban por ser de
bronce, para alcanzar perfectamente a los barcos ofensores.
Respecto al alcance de nuestras carronadas comparadas con las del
enemigo, tenemos:
El contraalmirante Baudin había ordenado que el ángulo de tiro de las carronadas de a
30 fuese de ocho grados (9).
Proyectiles huecos
Carronadas francesas de a 30, ángulo de elevación 8 grados ... 1.540 metros de alcance.
Carronadas mexicanas de a 24, ángulo de elevación 10 grados ... 1.590 metros de
alcance.
Carronadas mexicanas de a 18, ángulo de elevación 12 grados ... 1.560 metros de
alcance.
Con el ligero aumento del ángulo de tiro, sin que perjudicase el efecto del
proyectil, nuestras carronadas alcanzaban a los barcos ofensores.
La fortaleza contaba con más morteros que la escuadra; como he
expuesto tenía 10 morteros de 14 pulgadas y dos de a 9. La escuadra
tenía ocho morteros de a 12 pulgadas.
Los morteros se usan, como se sabe, para disparar bombas que deben
obrar por su explosión y por su peso. El efecto del peso crece con la
altura á que se eleva la bomba, y por conSIguiente, deben ser disparadas
bajo ángulos de elevación muy grandes, de 43 a 60 grados. Para no
cambiar los ángulos de tiro y arrojar el proyectil por elevación a diversas
distancias, se recurre a aumentar o disminuir la carga del mortero.
Los morteros que teníamos en San Juan de Ulúa de 14 pulgadas, eran los
que arrojaban bombas llamadas de placa, consideradas como las más
terribles en 1838, y cuyo peso medio huecas era de 73 kilogramos.
Anteriormente las bombas eran más grandes. En 1684 Génova fue
bombardeada con bombas que pesaban 600 kilogramos. En 1745, la plaza
de Tournay recibió bombas de 250 kilogramos de peso. Estas enormes
masas explosivas presentaban inconvenientes técnicos graves, y fueron
abandonadas. Nuestros morteros de 14 pulgadas de San Juan de Ulúa, en
1838, eran irreprochables, estaban de moda.
Alcance de los morteros de 14 pulgadas existentes en S. Juan de Ulúa en 1838
Carga: 15 kilogramos. Pólvora negra común. ... Ángulo de tiro: 43 grados, 20 minutos. ...
Alcance: 4 000 metros.
Carga: 2 kilos, 500 gramos. ... Ángulo de tiro: 45 grados, 20 minutos. ... Alcance: 1 500
metros.
Luego nuestros morteros alcanzaban correctamente hasta 4060 metros, y
estando situada la escuadra a 1500 metros, debía reducirse la carga para
disparar a esa distancia.
Resumiendo:
Distancia de la escuadra a la fortaleza de Ulúa, 1500 metros
Proyectiles mexicanos
Cañones de a 24; ángulo de elevación, 5 grados, el mismo ordenado para los cañones
franceses de a 30 ... alcance 1.550 metros.
Carronadas de a 24; ángulo de tiro, dos grados más que los ordenados para las de a 30
de la escuadra francesa ... alcance 1. 590 metros.
Carronadas de a 18, cuatro grados más que los ordenados para las de la escuadra
francesa ... alcance 1. 560 metros.
Morteros de 14 pulgadas, llamados de placa; ángulo de elevación, 43 grados, 20
minutos ... alcance 4.600 metros.
Resulta, pues, una gran rueda de molino para la ilimitada credulidad
nacional, la afirmación que no alcanzaban nuestros cañones, afirmación
hecha por el jefe de la fortaleza, que no merecía el grado de cabo de
artillería por su completa ignorancia. Pero como si había en el castillo
oficiales de artillería de alguna instrucción, es probable que el jefe de la
fortaleza supiese que los cañones sí alcanzaban, y que mintiese para
disculpar ante el país y ante el gobierno su impericia y falta de espíritu
militar.
He probado que el número. de piezas de artillería que pUdo poner en
juego la fortaleza de Ulúa el 27 de Noviembre de 1838, era más que
suficiente para derrotar a la pequeña escuadra tan hábilmente mandada
por el contraalmirante Baudin. He probado también que todas las piezas
existentes en San Juan de Ulúa, en calidad de artillería gruesa y fija,
tenían suficiente alcance para herir mortalmente y aun destruir a los
barcos ofensores. Queda por resolver una cuestión interesantísima: no
basta tener piezas con alcance suficiente y en número competente, sino
que es preciso también contar con el efecto de los proyectiles a la
distancia que deben obrar. El general Gaona, jefe de la fortaleza de Ulúa,
hizo uso a lo que parece exclusivamente de bala maciza, bala rasa de
fierro, y digo a lo que parece, porque habiendo tocado más de doscientas
veces a los barcos ofensores, no había señales de que lo hubiesen sido
con proyectil hueco explosivo.
En 1838, el casco de los barcos de madera, de guerra, no tenía el mismo
espesor para todos, y este era variable en el mismo casco. El espesor del
casco era:
En los navíos de línea ... De 0.68 a 0.82 mts. de espesor de la madera la altura de la línea
de flotación ... De 0.44 a 0.46 mts. de espesor de la madera arriba de la línea de flotación.
En las fragatas ... De 0.51 a 0.63 mts. de espesor de la madera a la altura de la línea de
flotación ... De 0.37 a 0.43 mts. de espesor de la madera arriba de la línea de flotación.
En las corbetas ... De 0.45 mts. de espesor de la madera a la altura de la línea de flotación
... 0.34 mts. de espesor de la madera arriba de la línea de flotación.
En los bergantines ... 0.35 mts. de espesor de la madera a la altura de la línea de flotación
... 0.35 mts. de espesor de la madera arriba de la línea de flotación.
Lo general era poner de roble la cintura protectora de los barcos de
guerra a la altura de la línea de flotación. Los cañones de a 24 de San
Juan de Ulúa podían penetrar en la cintura de roble a la distancia de 1000
metros.
Cañones de a 24 de San Juan de Ulúa.
Carga de 6 kilos ... Penetracion en cintura de roble: 0.70 metros.
De 4 kilos ... Penetración en cintura de roble: 0.63 metros.
De 3 kilos ... Penetración en cintura de roble: 0.58 metros.
De manera que si el contraalmirante Baudin, se hubiera colocado a mil
metros de distancia, hubieran sido perforados sus barcos a la altura de la
línea de flotación con la carga máxima, siempre que la línea de mira fuese
normal al plano del blanco, es decir, en términos vulgares, siempre que la
bala pegara de lleno. Los barcos no se colocaron a llenar bien esta
condición, pues la línea de mira de los cañones de Ulúa, caía en el blanco
bajo un ángulo variable entre 60 y 70 grados. No era pues posible la
perforación a 1000 metros.
Y si no era posible la perforación de los barcos a la altura de la línea de
flotación, y a la distancia de 1000 metros, no se puede comprender que el
jefe de la fortaleza de Ulúa, haya intentado la perforación a 1500 metros
de distancia.
Pero suponiendo que el contraalmirante Baudin se hubiera colocado a la
distancia en que era posible la perforación con nuestras balas de a 24;
¿hubiera conseguido el general Gaona causar grave daño a los barcos
ofensores?
La bala, dice Piobert, que perfora el casco de un navío, hace un agujero poco peligroso
(10) ... En las maderas duras y fibrosas, como el roble, las fibras se separan lateralmente
por el paso de la bala, y en seguida vuelven a cerrarse, no dejando más que un agujero
de pequeño diámetro, lleno de astillas. Las fibras se vuelven a cerrar casi
completamente cuando la madera es muy húmeda, de manera que las balas pasando a
través de los cascos de los navíos, abajo de la línea de flotación, no producen vías de
agua, a menos que los proyectiles sean de un muy grueso calibre y aun en este caso, la
aplicación de una estaca basta para cerrar todo paso al agua (11).
Todo lo que acabo de decir, tenían obligación de saberlo: en primer lugar,
el jefe de la fortaleza, el comandante de artillería, el comandante de
ingenieros; y en segundo lugar, todos los jefes y oficiales de artillería de
costa y de marina. Antes de que el contraalmirante Baudin atacara, y aun
antes del bloqueo, debía haber sabido nuestro gobierno que una fortaleza
no puede combatir contra fragatas con balas macizas del calibre de a 24.
¿Fue criminal de parte del gobierno sacrificar Sangre y honra, decidiendo
la defensa de una fortaleza con cañones que no podían causar a la
escuadra daños de consideración? No; la criminalidad consistió en
confiar la defensa a jefes inservibles por su ignorancia y falta de temple
en relación con la gravedad del caso.
Es cierto que el armamento de Ulúa no correspondía al rango de la
fortaleza (segundo orden) pero también es cierto que el rango de la
escuadra que atacó, no fue de segundo orden tampoco, sino de quinto. Si
la fortaleza de San Juan de Ulúa hubiese tenido el armamento
correspondiente a su rango, no se hubiera atrevido a atacarla el
contraalmirante Baudin, con tres fragatas, una corbeta de segunda clase
y dos bombarderas. El problema que se debe resolver es el siguiente:
¿Dado el armamento de Ulúa en 1838, pudo ser derrotada la escuadra, o
por lo menos dañada seriamente? ¿Pudo evitarse la vergüenza de que el
enemigo obtuviese una victoria espléndida, escandalosa, única en su
especie como lo dijo el duque de Wellington, al baratísimo precio de
cuatro hombres matados y veintinueve heridos? En mi concepto, la
fortaleza pudo haber vencido a la escuadra, y voy a probarlo.
En 1838, las fortalezas bien defendidas no se defendían con balas rasas
contra los ataques de las naves de guerra. Las fortalezas empleaban:
1° La granada como proyectil de penetración y explosión.
2° Las bombas.
3° Las balas rojas.
A las granadas no se les daba el tiro por elevación, sino tiro justo,
preciso, casi infalible, puesto que las fragatas presentaban a 1500 metros
un blanco de 300 a 400 metros cuadrados, y a 1000 metros los buenos
artilleros de marina llegan a tocar un mástil casi tiro a tiro, siempre que
esté fijo. El objeto del tiro era hacer penetrar la granada en el casco del
barco, y que allí incrustada hiciera explosión, con lo cual causaba el daño
parecido, aunque inferior, pero siempre terrible, al de un torpedo.
Se me dirá que la fortaleza no tenía obuses ni cañones-obuses. ¿Y qué
cosa es la carronada, sino el cañón-obús antiguo, útil para disparar la
granada como bala para incrustarla en una fortificación o casco de
buque?
Había en Ulúa 15 carronadas de a 24, es decir, propias para disparar
granadas de a 16 centímetros. La carronada de a 24, cargada con granada
de 16 centímetros, alcanzaba a 1928 metros, con un ángulo de elevación
de diez grados; pero a mil metros sólo penetra en el roble veinticinco
centímetros, lo suficiente para dañar terriblemente con la explosión; pero
la habilidad del almirante colocándose a mil quinientos metros, dejaba sin
efecto el tremendo tiro de la granada disparada como bala de cañón
contra el casco de madera de sus fragatas.
A la distancia de 1500 metros a la que se colocó la escuadra para batir a
la fortaleza, ni la granada de veintidós centímetros que era la especial
contra los barcos de guerra, podía causar buen efecto.
Veamos el tiro de bombas: nuestros morteros de treinta y dos
centímetros eran magníficos para el caso. Su alcance con el máximum de
carga llegaba a 4060 metros con un ángulo de elevación de 43 grados 20
minutos. El tiro de bomba de una fortaleza contra un barco es muy
incierto: ¿Cuál era su probabilidad en el caso de que nos venimos
ocupando?
Las fragatas de primera tenían cuarenta metros de largo. Pero dada la
inclinación respecto a la línea de mira, su proyección sobre el plano que
corta perpendicularmente a dicha línea de mira era de treinta metros. En
un rectángulo de una longitud indefinida en el sentido paralelo a la
dirección del tiro y de un ancho de treinta metros; en cien bombas
disparadas por buenos artilleros caen a la distancia de 1500 metros 41
bombas; de modo que la probabilidad es de 41 centésimos (12).
El puente de un barco no tenía ni tiene la forma rectangUlar pero se puede
inscribir en su superficie un rectángulo de diez metros de ancho por
treinta de largo. En un rectángulo de una longitud indefinida en el sentido
perpendicular a la dirección del tiro y cuyo ancho es de 10 metros caen a
la distancia de 1500 metros, 16 bombas en cien disparadas; de manera
que la probabilidad en este caso es de 16 centésimos. Me refiero en los
dos casos que he calculado, a bombas de a 32 centímetros (13).
La probabilidad de un acontecimiento compuesto es igual al producto de
las probabilidades de los acontecimientos simples que lo componen. En
consecuencia, para sacar la probabilidad de caída de una bomba de 32
centímetros en el puente de un barco como las fragatas del
contraalmirante Baudin tendremos que: multiplicar las probabilidades
simples que he sacado de las tablas de Piobert: 0.41 x 0.16 = 0.0656.
Esto quiere decir, que en cien bombas disparadas por buenos artilleros
con los morteros que teníamos en San Juan de Ulúa y sobre cada una de
las fragatas ofensoras había la seguridad de que cayesen seis y media
bombas en cada una. Admitiendo sólo como medianos a nuestros
artilleros había la seguridad de que cayesen tres bombas por cada cien
disparadas sobre cada una de las fragatas. Disparándoles a las tres
fragatas trescientas bombas, la fortaleza hubiera vencido.
Hubiera habido tiempo de disparar trescientas bombas con diez morteros
de a 32 centímetros porque durante el ataque con menor número de
morteros los franceses dispararon sobre San Juan de Ulúa las trescientas
bombas.
La bala roja tiene la propiedad de incendiar si cae sobre materias
combustibles. Piobert las recomienda aún para ofender barcos a grandes
distancias. El jefe de Ulúa debía emplear sus diez morteros de a 32
centímetros contra dos fragatas, y dirigir sus cafiones de a 30 con bala
roja, sobre la tercera fragata. La fortaleza debe concentrar sus fuegos
sobre una o dos naves, como la escuadra lo hace para la fortaleza;
distribuir cien golpes de bala maciza contra la obra muerta de cada
buque, siendo éstos cuatro, les produce poco daño, tocar 400 veces un
mismo navío, aunque sea en su obra muerta, lo pone fuera de combate.
Las balas rasas disparadas por la fortaleza de Ulúa, tan alcanzaban, que
no obstante no ser propias para el combate, produjeron averías graves en
una de las fragatas, y tocaron a todas repetidas veces. El contraalmirante
Baudin dijo a su gobierno:
La Gloria y la Nereida presentaban numerosas cicatrices; pero todas en sus obras
muertas; sus aparejos estaban intactos; no sucedía lo mismo con la Iphigénie; ciento
cincuenta balas habían tocado su casco y sus mástiles; el palo mayor había recibido
varias balas; algunos fueron lastimados; pero estas averías, aunque graves, no eran en
proporción con el resultado obtenido (14).
No fue á los cañones a quienes faltó alcance, sino a los jefes que
intervinieron en la defensa. No he encontrado siquiera vaga noticia oficial
o extraoficial, que asegure que Ulúa disparó siquiera una bomba. Si hay
completa seguridad de que no se emplearon las balas rojas.
Toda escuadra de barcos de madera estaba obligada a batirse de
preferencia contra fortalezas por medio de proyectiles lanzados por
elevación. La superficie de Ulúa ofrecia un campo unido de veintiocho mil
metros cuadrados. Combatiendo los barcos fijos, de cada cien bombas
disparadas por las bombarderas a 2800 metros, debían caer en la
fortaleza ochenta y cuatro, cifra preciosa que aseguraba una ventaja casi
sin sangre a los franceses, si sabían que en Ulúa no había bombas o no
debían ser disparadas. Sin quinientas bombas en Ulúa, el general Gaona
ni nadie debió haber aceptado la defensa de la fortaleza. No creo que
habiendo bombas, la ignorancia de los jefes defensores haya llegado
hasta no saber que una fortaleza, aUn de primer orden, en 1838, cuando
era atacada a la distancia de 1500 metros, sólo podía defenderse con sus
morteros de 32 centímetros. A la distancia de 1500 metros, la granada de
22 centímetros disparada como bala, causaba poco efecto.
Por otra parte, si no había bombas, único medio de contestar a la
escuadra a la distancia a que se había colocado y si los jefes de Ulúa
conocían la necesidad ineludible de emplear bombas, ¿por qué no
disculpar su catástrofe con la verdad, diciendo a la nación: No tenemos
bombas con que batirnos; en vez de inventar una cantidad de desatinos,
como la falta de alcance de los cañones, su falta de número y Otrds
sandeces por el estilo? ¿Por qué el general Rincón, que se esmeraba en
poner a Ulúa en estado imponente de defensa enumera, repetidas veces
lo que a su juicio le falta, y no habla para nada de las bombas? Todo esto
prueba que nadie sabía que una fortaleza en 1838, sólo puede contestar
con éxito a una escuadra que se le coloca a 1500 metros, con bombas,
principalmente, y en segundo lugar con balas rojas, y sin estos
proyectiles no se rinde la fortaleza; pero no se contesta y se espera que el
enemigo se fatigue y se retire, o a que emprenda el asalto.

NOTAS
(1) Miguel Lerdo de Tejada, Apuntes históricos de Veracruz, tomo OO, pág. 462.
(2) Vicealmirante Jurien de la Graviere, Les Glaires maritimes de la France, pág. 151.
(3) General Rincón, Manifiesto, pág. XXXVII.
(4) Baudin, Informe al Ministro de la Marina, pág. 4.
(5) General Rincón, Manifiesto, pág. LI.
(6) Dauzarts et Blanchard, San Juan de Ulúa, pág. 337.
(7) La defensa militar de Puerto Rico, pág. 4.
(8) Jurien de la Graviere, Les Glaires maritimes de la France. L' Amiral Baudin, pág 139.
(9) Jurien de la Graviere, obra citada, pág. 140.
(10) Piobert, Traite d'artillerie, pág. 530.
(11) Obra citada, pág. 199.
(12 y 13) Piobert, Traite d'artillerie, páginas 277 y 278.
(14) Dauzarts et Blanchart, San Juan de Ulúa, pág. 318.

Índice de Las grandes mentiras Tercera parte -


Tercera parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco Capítulo V Segunda
Capítulo IV Virtual Antorcha
Bulnes parte
Índice de Las grandes Tercera parte - Tercera parte - Biblioteca
mentiras de nuestra historia Capítulo V Primera Capítulo VI Virtual
de Francisco Bulnes parte Primera parte Antorcha

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo quinto
EL ESCÁNDALO EN EL MUNDO
NAVAL
Segunda parte

Cuarta falsedad.
Las fortificaciones de Ulúa se estaban desmoronando.
El general Rincón pone en conocimiento del gobierno antes del ataque,
que ha conseguido hasta donde le ha sido posible, reparar la fortaleza.
Esta noticia nada enseña respecto del estado de las fortificaciones de
Ulúa. Hay que apelar a otro género de datos, para apreciar el verdadero
estado de San Juan de Ulúa el 27 de Noviembre de 1838.
En su parte oficial del combate, el general Gaona, comandante de la
fortaleza, asegura que cuatro horas y media resistieron vigorosamente
sus defensores al impetuoso ataque de la escuadra, cuyo fuego (era para
el general Gaona) de doscientos cañones. Una fortaleza que resiste
cuatro horas y media de fuego de 200 piezas de gran calibre, no tiene sus
fortificadones desmoronándose.
¡Cuatro horas y media! ¿Cuánto tiempo duró el combate del Callao en
1866, más importante que el de San Juan de Ulúa? Según el parte oficial
dirigido al gobierno de los EstadoS Unidos, por el comodoro Rodgers que
presenció el ataque,
éste comenzó a las doce y cuarenta y cinco minutos de la tarde del 2 de Mayo de 1866. A
las dos, la fragata Villa de Madrid tuvo que retirarse rápidamente, siguiendo a poco
tiempo la Berenguela y media hora más tarde la Resolución y la Blanca, quedando
solamente en aquellas aguas la Almanso y la Numancia, que zarparon a las cuatro y
cuarenta y cinco minutos.
Es decir, que este combate duró justo cuatro horas; luego las
fortificaciones de Ulúa resistiendo cuatro horas y media a un ataque de
doscientos cañones (según parte oficial), no podían hallarse
desmoronándose como lo aseguran nuestros historiadores, excitados
noble aunque torpemente por su patriotismo. Si el patriotismo ha de
consistir en escribir mentiras, nuestro mejor historiador patriota tiene que
asegurar que los mexicanos tomaron Troya, defendieron las Termópilas,
conquistaron Jerusalem, triunfaron en San Quintín, en Rosbach, en
Austerlitz, en Sadowa y en Sedán, y además fueron los vencedores en las
batallas navales de Lepanto y Trafalgar. Este sería el mejor modo de
acreditarnos en el mundo como imbéciles a quienes las naciones
civilizadas deben tratar con desprecio y polibromuros.
No es cierto que las fortificaciones de Ulúa estuvieran desmoronándose
antes del combate, y que a las seis de la tarde del funesto 27 de
Noviembre de 1838, no fuera posible ya defenderlas.
En el libro San Juan de Ulúa casi oficial, pues fue publicado por orden del
rey, bajo la dirección del barón Tupinier, ministro de marina del reino de
Francia, se lee:
Le rapport de Santa Anna corrobora celui du general Gaona, et quoique les ouvrages de
défense fussent encore entiers et que par conséquent, selon nos lois de guerre a nous,
la place, bien que fort maltraitée fut encore tenable, il conclut, comme Gaona, á la
capitulation. (El informe de Santa Anna corroboró el del general Gaona, y aunque las
obras de defensa estuviesen aun enteras y que por consiguiente según nUestras leyes
de guerra, bien que muy maltratadas, fuesen aUn sostenibles, concluyó como Gaona en
que era necesaria la capitulación) (1).
¿Qué interesaba a la vanidad de los franceses ofensores caso de estar
decididos a dar partes oficiales falsos o remendados por la jactancia y
garrulería latina? Asegurar que habían reducido a polvo las
fortificaciones. Vemos que la versión oficial francesa asegura que aunque
muy maltratadas, las obras de defensa estaban aún enteras después del
combate y que conforme a las leyes militares francesas, eran aun
defendibles.
Es más preciso aún el general de división francés Mangin Lecreulx que
asistió a la función de armas contra San Juan de Ulúa, en calidad de
comandante de ingenieros, y que acompañó al príncipe de Joinville y al
contraalmirante Beaudin en los dos reconocimientos que hicieron de
noche, de lás fortificaciones de Ulúa, llegando el comandante Mangin a
tocar con su mano el talud de una de nuestras fortificaciones. El mismo
comandante recibió la fortaleza de Ulúa, entregada conforme a inventario,
según lo prevenido en la capitulación.
Dice el general Mangin:
Des que nousfumes installés dans lefort, nous reconnúmes qu'il n'y avait point de
breche ases escarpes et meme qu'aucune de ses nombreuses casemates n'avait été
enfoncée (Desde que nos instalamos en la fortaleza, reconocimos que no había brecha
en sus escarpas, y más aún que ninguna de sus numerosas casamatas había sido
hundida (desplomada) (2).
Las fortificaciones de Ulúa, no se pueden asaltar sin brecha en sus es
carpas , pues están hechas precisamente para que sólo sea posible
tomarlas por medio de la brecha o la escala; siendo este último medio
muy aventurado y casi imposible. El fuego de la escuadra francesa no
había logrado abrir brecha y sin ella el asalto no era racional aún
recurriendo a escalar. Las casamatas estaban intactas y esto quiere decir
que el bombardeo pudo ser completamente inofensivo para la guarnición,
sin la impericia del general Gaona. La integridad de las casamatas
(abrigos para la guarnición a prueba de bomba) significaba que se podía
resistir otro u otros ataques sin peligro alguno para los defensores que
no fuesen artilleros en actividad.
La escuadra disparó sobre la fortaleza (3):
Balas de a 30 ... 7771.
Granadas a 80 ... 177.
Bombas de a 12 pulgadas ... 302.
Y después de recibir este chubasco de fierro y de pólvora no habían
conseguido los franceses abrir brecha y las casamatas estaban intactas.
¿Y estas eran las fortificaciones que se estaban desmoronando? Lo
desmoronado allí fue el honor de nuestras armas.
El mismo general Mangin dice que les era imposible tomar San Juan de
Ulúa por un simple cañoneo que no había abierto brecha y que dejaba en
pie las casamatas (4).
Les assiégés auraient da voir que nous étions impuissants á faire breche aux escarpes
et a détruire leurs casemates, par conséquent, a prendre le fort part une simple
cannonade. (Los sitiados debieron ver que éramos impotentes para abrir brecha a las
escarpas y para destruir sus casamatas, en consecuencia lo éramos para tomar el fuerte
por un simple cañoneo).
Quinta falsedad.
La fortaleza fue atacada por doce naves de guerra.
Así lo asegura el general Rincón en su parte oficial y no dice la verdad. El
contraalmirante Baudin, oficialmente afirma que tomaron parte en el
ataque tres fragatas, una corbeta y dos bombarderas y hay que creer sin
vacilar al contraalmirante. ¿Por qué? Porque el general Rincón puede
mentir o incurrir en error y el contraalmirante no lo puede, tiene que ser
infalible por el motivo siguiente. Un barco de guerra tiene en todo país
serio, civilizado y sobre todo militar, su hoja de servicios en la que deben
constar entre otras cosas, las funciones de guerra a que el barco ha
asistido y su comportamiento. Para que fuera cierto lo que afirma
oficialmente el general Rincón, que doce barcos habían combatido contra
la fortaleza, sería preciso que el contraalmirante Baudin, borrase de la
lista de los combatientes a la mitad de los barcos de la escuadra
ofensora, puesto que dice a su gobierno que sólo combatieron seis
barcos.
En un país anárquico y donde todo se puede hacer hasta lo imposible,
sería muy difícil ofender gravemente a un barco de guerra suprimiéndolo
de la lista de los combatientes, cuando en una batalla había realmente
combatido; pero en un país como Francia esto era y es imposible. Un
barco de guerra tachado de la lista de los combatientes se creería
deshonrado y apelaría a todos los recursos que las leyes militares y la
civilización, ponían a su disposición para reclamar enérgicamente la
reparación del ultraje. Todavía más, impulsados por el espíritu de cuerpo,
por la solidaridad de honor, por la comunidad de bandera, por la decencia
y la lealtad militares; los barcos privilegiados por el contraalmirante para
hacerlos aparecer como únicos autores de la victoria, protestarían contra
la ofensa hecha a sus embarcaciones compañeras y el escándalo
descubriría inmediatamente al contraalmirante como un hombre sin
honor, sin virtudes, sin dignidad para merecer el mando de hombres que
sabían rendir culto al honor militar.
Ni loco el contraalmirante Baudin, podía discurrir que en un país sin
secretos como Francia, dotado de una prensa inteligente, terrible,
omnipotente, regido por un parlamentarismo de fuego, de convulsiones,
de escándalo, pudiese pasar oculta la deshonra de seis barcos de la
marina francesa, borrados de la lista de los vencedores en un notable
hecho de armas; presenciado en el puerto de Veracruz por barcos de
Inglaterra, España y Estados Unidos, que también debían ser testigos
importantes para señalar la malignidad del contraalmirante. Lo repito, en
un país como Francia son imposibles. Sólo la ligereza de nuestros
historiadores y el candor o cinismo de los generales mexicanos de 1838
que nos trataban como a idiotas, puede hacer que se acoja como hecho
posible, que un jefe de escuadra arroje despótica y vilmente, de la región
del combate a la mitad de sus barcos; haciéndolos aparecer como
espectadores cuando han participado del peligro y tenían derecho a su
parte de laureles, al reconocimiento de su patria y a las recompensas de
su gobierno. Sería curioso que muriendo gloriosamente en el puente y en
serio combate, un capitán de fragata, el jefe de la escuadra lo privase de
honores y a la familia de la pensión militar y de la consideración pública,
sin más objeto que hacer creer a los habitantes de la luna, pues nadie en
el mundo lo creería, que había obtenido la victoria con un número de
barcos menor que el que realmente había en la batalla.
Sexta falsedad.
La mayor parte de los defensores de Ulúa murieron en el
combate.
Esta falsedad no es de origen oficial, emana de la ebullición patriótica de
algunos historiadores, que la inventan sin ver que los documentos
oficiales mexicanos, los ponen en evidencia. Don Guillermo Prieto, nos
dice en su libro educativo, Lecciones de Historia Patria, páginas 530 y
531:
Habiendo volado el Caballero Alto y muerto la mayor parte de la guarnición ...
De acuerdo con el Documento oficial núm. 139, que acompaña el
Manifiesto del general Rincón, había en la fortaleza de Ulúa antes del
combate, 1184 hombres entre jefes, oficiales y tropas.
Conforme al Estado de los muertos, que tuvo la guarnición de Ulúa por el
combate del 27 de Noviembre de 1838, que se encuentra en el mismo
Documento oficial núm. 139, que acompaña al Manifiesto del general
Rincón; su número ascendió entre jefes, oficiales y tropa a 64 hombres.
Evidentemente que 64 hombres no representan la mayoría de 1184.
Atacadas las principales falsedades con que se ha intentado envilecer
nuestra historia patria, es ya tiempo de examinar la ineptitud base de la
defensa nacional.
La impericia de Rincón, comienza desde que intentó reparar toda la
fortaleza sin contar con los recursos para ello suficientes. Debió haber
empleado el dinero que pudo obtener en reparar y fortalecer
exclusivamente la parte atacable de la fortaleza y las bóvedas que cubrían
los depósitos o repuestos de parque. Si el repuesto de la batería de San
Miguel y del Caballero volaron por la explosión de una bomba, fue porque
aquellos se hallaban en mal estado. Cuando se encuentran en el estado
que deben tener las bóvedas, resisten sin novedad como la fortaleza de
Tournay, cuarenta y cinco bombas sobre una bóveda sin grave novedad.
En Ulúa fue suficiente una para incendiar el repuesto del Caballero.
Ulúa era en 1838, una fortaleza muy fácil de bien defender mientras la
ciudad de Veracruz no fuese ocupada por el enemigo, Ulúa no podía ser
atacado por el Norte, por encQntrarse prolongado hasta dos mil
seiscientos metros en esa dirección el bajo de la Gallega, no podía ser
atacado por el Sur, Este y Oeste, por no ser posible a una escuadra
ponerse en medio de dos fuegos, los de Ulúa y los de Veracruz, a
quinientos metros o menos de las baterías enemigas. Mirando la fortaleza
se nota con cuanta inteligencia los españoles la construyeron: las
fortificaciones enseñan a gritos que sólo podia ser atacada por el Noreste
o Noroeste.
El fondo del puerto de Veracruz es de madréporas y arena en grandes
masas. Desde que los españoles construyeron la fortaleza, los
movimientos de las masas de arena han hecho cambiar el fondo. En 1838,
los sondeos del contraalmirante Baudin y del comandante Bazoche,
hacían casi imposible el ataque por el N. O. En el plano levantado por la
escuadra y del que tanto hemos aprovechado, los sondeos hechos en el
N.O. de la fortaleza dieron (5), tomando el centro de la fortaleza como
centro de la rosa náutica:
En el cuadrante s.a ... 3 y 5 metros de profundidad.
En el cuadrante S.E. excepto en el canal que permitía acercar a los barcos mercantes a la
fortaleza que dió ... 4 1/2 y 5 1/2 metros de profundidad.
En el cuadrante N.O. fuera de la Gallega y hasta la Punta del Soldado ... 5 metros de
profundidad.
Después muy desigualmente hasta una gran distancia de 2.500 metros de la fortaleza ...
10 metros de profundidad.
Sólo en el N .E. de la fortaleza había ... 8 metros de rofundidad.
Y una pequeña bahía (anse) donde se colocó el almirante para atacar ... 10 1/2, 11 y 12
metros de profundidad.
La marina de guerra en 1838, necesitaba para flotar.
Para los navíos de línea ... De 8 a 9 metros de profundidad.
Para las fragatas ... De 6 a 7 metros de profundidad.
Para las corbetas ... De 5 a 5 1/2 metros de profundidad.
Para los bergantines grandes ... De 4 a 5 metros de profundidad.
Para un bergantín de segunda o goleta ... De 3 a 4 metros de profundidad.
Para una cañonera ... 2 metros de profundidad.
Las fragatas no podían entrar al canal, que estaba casi al pie de la
fortaleza, teniendo en contra las baterías de ésta y todas las de la ciudad.
Comparando las exigencias de la flotación con los sondeos hechos por la
escuadra francesa de bloqueo y por la de ataque en 1838, resulta que las
fragatas sólo podían colocarse para combate al N .E. de la fortaleza,
donde con tanta inteligencia se colocó el contraalmirante.
Para el comandante de una plaza, es ventaja inmensa conocer el punto
único por donde el enemigo lo puede atacar con éxito. El general Rincón
debió haber aplicado todos sus recursos a fortalecer las fortificaciones
del N .E., único punto por donde podía ser atacado y hacer invulnerables
las bóvedas de los repuestos de pólvora ya que lo eran las de las
casamatas. Pero el general Rincón se propuso reparar toda la fortaleza, lo
que no era necesario y que consumió los recursos muy útiles en la
sección del N .E.
La primera ventaja de una fortaleza marítima en un conflicto de armas con
una escuadra que carece de tropas de desembarco y que en
consecuencia no puede pretender a tomar posición de parte alguna del
territorio atacado; es que la fortaleza puede aumentar su guarnición,
refrescarla, cambiándola, atenderla con nuevas municiones, víveres,
medicinas, En tal :oncepto el general Rincón debió tener listas por lo
menos cincuenta lanchas, para transportar a Ulúa violentamente
refuerzos, municiones, víveres y todo lo que fuese necesario y al mismo
tiempo para sacar de la fortaleza la tropa que estuviera desmoralizada. No
lo hizo ni pensó hacerlo.
El general Rincón sabía que el contraalmirante Baudin había fijado el 27
de Noviembre a las doce del día; como fin del plazo para proceder a las
operaciones de guerra, caso de no encontrar satisfactoria la respuesta del
ministro de relaciones, Don Luis G. Cuevas. En consecuencia debió
ordenar con la debida oportunidad, que la división al mando del general
Arista, se aproximase a Veracruz para tenerla a la mano en los momentos
en que el contraalmirante atacase. No lo hizo ni pensÓ hacerlo, pues
cuando Gaona inmediatamente después de haber volado el Caballero
Alto, mandó un ayudante para que participase a Rincón el desastre y
pedirle instrucciones; Rincón ofreció enviarle solamente doscientos
infantes, 80 artilleros y 30 quintales de pólvora. Si hubiera estado ya en
Veracruz la división de Arista, hubiera podido ofrecerle recursos de
guerra muy superiores.
El general Rincón debió saber que cuando un barco y una fortaleza hacen
fuego se envuelven en el humo de los disparos y que es imposible hacer
puntería y corregirla sin un servicio de señales como la organizó el
contraalmirante y con ese objeto los barcos Nayade y Sarcelle, se
situaron al N.O. de la fortaleza, lejos de tiro, a una gran distancia; para dar
a conocer a los artilleros de las fragatas combatientes sus errores de tiro.
Pero ni el general Rincón, ni Gaona, ni persona alguna pensó en
semejante cosa, absolutamente necesaria para sacar partido del fuego.
De modo que nuestros artilleros por la impericia de sus jefes, estaban
obligados a batirse casi con los ojos vendados.
El general Gaona jefe de la fortaleza de Ulúa, el comandante de artillería y
el comandante de ingenieros, tenían la obligación de conocer la fortaleza
que debían defender y para ello era preciso conocer el mar que a tiro de
bomba rodea a la fortaleza. Si lo hubieran conocido, habrían sabido que el
puntO del N.E. por donde podían ser atacados distaba 1500 metroS
aproximadamente de la fortaleza, y que la pequeña bahía de desembarco
en la Gallega en esa región, distaba 1100 metros. Reconocido el arrecife
por el contraalmirante encontró que para dar el asalto, necesitaba hacer
andar a sus soldados sobre la Gallega, 1100 metros con el agua hasta la
rodilla o cintura, lo que era demasiado peligroso hacerlo de día, a la vista
y frente a las baterías del enemigo. Por otros lugares reconocidos sobre
la Gallega no era posible desprender columnas de ataque por la
desigualdad de las profundidades alcanzando muchas de ellas dos y tres
metros.
Si hubieran sido verdaderamente militares los jefes mexicanos de San
Juan de Ulúa, hubieran sabido lo mismo que aprendió el contraalmirante,
pero en vez de aprenderlo usaron de la vigilancia mexicana del campo de
San Jacinto en Texas y dejaron a los franceses sondear, reconocer y
estudiar el arrecife y la fortaleza. No sirvieron ni para eso, ya que no
sabían lo que iban a defender, debieron siquiera impedir que lo conociese
el enemigo.
Don Miguel Lerdo de Tejada, dice sobre este asunto:
Pues no contento el contraalmirante Baudin con la excursión que hizo allí (en la Gallega)
el príncipe de Joinville la noche del 3 de Noviembre, recorriendo con la gente que lo
acompañaba toda aquella parte del bajo, hasta el pie del glacis fue él personalmente a
hacer otra en la noche del 12, examinando con el agua a la cintura, el bajo en toda la
parte que da hacia el mar, practicando esta operación las dos veces, sin que la
guarnición del fuerte les hiciera daño alguno; lo que demuestra bien la poca vigilancia
que en él había ... (6).
Sin poseer la ciudad de Veracruz, la fortaleza de San Juan de Ulúa sólo
podía ser atacada a más de mil trescientos metros de distancia. El general
Gaona no podía ofender gravemente a los barcos franceses más que con
sus 10 morteros de 32 centímetros; tenía pues artillería para la defensa,
¿tenía los proyectiles? Si los tenía no los usó o no hay noticia de que los
haya empleado. En los documentos oficiales franceses y narraciones
sobre la materia semi-oficiales o de carácter privado no aparece que se
haya hecho uso de las bombas. Y en los documentos mexicanos no se
menciona que se hayan pedido al gobierno o que existiesen en la
fortaleza. Esto prueba que los defensores de San Juan de Ulúa, no tenían
la menor idea de cómo debía defenderse la fortaleza.
El general Gaona debió si tenía bombas, disparadas contra la escuadra,
atendiendo a las indicaciones de un buen servicio de señales establecido
en la ciudad de Veracruz, para corregir la puntería. Debió abrigar su
infantería, y artilleros de reserva en las casamatas. Debió haber colocado
su artillería móvil, en las obras bajas del Noreste para resistir un probable
asalto; y esperar sereno el bombardeo. Caso de no tener bombas, debió
igualmente establecer sus baterías móviles en previsión del asalto,
abrigar su guarnición en las casamatas y resistir el bombardeo lanzando
de vez en cuando un disparo de cañón para sostener el fuego de la
fortaleza.
Pero el general Gaona, temiendo dice en su parte un desembarco, colocó
a la infantería en un camino cubierto en vez de abrigarla en las
casamatas, donde no hubiera sido agraviada puesto que como lo confiesa
el general francés Mangin, el fuego de la escuadra fue impotente para
hundirlas. Colocada la escuadra a 1500 metros, en caso de asalto, las
lanchas de desembarco tenían que desprenderse a 1500 metros de
distancia, navegar en dirección a la fortaleza 400 metros hasta
desembarcar en la Gallega y del punto de desembarco hasta la fortaleza
recorrer 1100 metros con el agua hasta la cintura o hasta la rodilla. El
fuego de la infantería con el fusil de chispa era eficaz solamente a la
distancia de 400 metros. El general Gaona creyó que la infantería no
tendría tiempo de salir de las casamatas y acudir a los parapetos mientras
los asaltantes recorrían en lanchas y a pie 1500 metros. Infeliz general e
infeliz nación.
Con semejante torpeza la infantería resistió el fuego dentro de un camino
cubierto que siempre la defendió algo y tuvo bajas:
Muertos ... 11.
Heridos y contusos ... 52
Total ... 63 bajas.
Debidas exclusivamente a la notable impericia del jefe de la fortaleza. No
cuento en la infantería a los zapadores, pues fueron empleados como
artilleros para aumentar el número de éstos.
Si como he dicho en vez de emplear el dinero que dió el gobierno para
reparar toda la fortaleza, se hubiera invertido de preferencia en fortalecer
las bóvedas cubridoras de los repuestos de parque, no hubieran volado
los repuestos de la batería de San Miguel y Caballero Alto. De paso diré
que en las fortalezas no hay caballeros bajos, chaparros ni medianos;
todos son altos, porque precisamente se llama caballero a la batería más
alta, colocada sobre un baluarte. Decir caballero alto es como decir sol
luminoso.
Volaron con el Caballero ... 41 zapadores.
De ellos:
Muertos ... 27.
Heridos ... 14.
En la batería de San Miguel.
Volaron artilleros de marina y de tierra ... 17.
De ellos:
Muertos ... 13.
Heridos ... 4.
Total... 17 zapadores.
Bajas habidas por la escandalosa impericia de los jefes
Por no haber colocado a la infantería en las casamatas ... 11 muertos y 52 heridos.
Por no haber reparado y reforzado las bóvedas cubridoras de los repuestos de parque:
Por la explosión del repuesto en el Caballero ... 27 muertos y 14 heridos.
Por la explosión en la batería de San Miguel ... 13 muertos y 4 heridos.
Total bajas debido a la impericia completa ... 51 muertos y 70 heridos.
Hubo:
Total muertos ... 64.
Total heridos ... 142.
Deduciendo de las pérdidas totales, las debidas a la impericia de los jefes, resulta:
Bajas por las 7771 balas de a 30, 177 granadas y 302 bombas.
Muertos ... 13.
Heridos ... 72.
Tótal ... 85.
Eran las pérdidas que debió haber habido sin la impericia. De manera que
puede afirmarse que más víctimas causaron las torpezas del general
Gaona que las ciento cuatro piezas puestas en juego por la escuadra. Es
pues cierto lo que asegura el coronel alemán Becker; un jefe inhábil
destroza por los estragos de sus torpezas más que los proyectiles
enemigos.
Si el general Gaona en vez de hacer fuego con 40 cañones, cuyos
proyectiles eran casi inofensivos para la escuadra y esto debió saberlo
antes del ataque, hubiera abrigado también a la mayor parte de los
artilleros reservándolos para el asalto; los muertos se habrían reducido a
dos o tres, los heridos a diez o doce; sobre un efectivo de 1184.
Lo que desmoralizó a la guarnición, fueron las explosiones, sobre todo la
del Caballero:
Este terrible episodio (la explosión del repuesto del Caballero) produjo la
desmoralización entre los mexicanos; los defensores de la fortaleza
continuaron respondiendo a nuestras andanadas, pero no con el mismo
vigor; por grados el fuego del enemigo disminuyó (7).
Les explosions seules porterent le découragement au sein de la garnison.
El general Rincón dice lo mismo que, después de haber volado el
Caballero, a las cinco de la tarde, el fuego disminuyó considerablemente
en la fortaleza. Entonces el general Gaona envió a Veracruz al capitán de
fragata Don Buenaventura Araújo para pedir instrucciones al general
Rincón quien ofreció al general Gaona 200 infantes, 80 artilleros y 30
quintales de pólvora, con lo cual quedaban más que repuestas las bajas
que había sufrido la guarnición de la fortaleza (8).
Entonces el general Gaona ya cerrada la noche y cuando poco después
de las ocho el fuego de la escuadra había cesado, envió a dos jefes,
pidiendo que cesaran las hostilidades (que ya no había) para retirar sus
heridos. El general Gaona no tenía derecho para dar semejante paso,
porque el mando de la fortaleza no era independiente del de la plaza de
Veracruz y estaba sujeto al general Rincón único jefe con facultades para
tratar con el enemigo. El paso del general Gaona denunciaba
ridículamente su desmoralización, porque habiendo cesado
completamente el fuego, no había nada que impidiera retirar y asistir a los
heridos.
Vers six heures, la nuit étant close, l'amiral se decida a regagnerle mouillage de I'lle
Verte pour attendre le jour ... (Hacia las seis y ya cerrada la noche, el almirante decidió
volver al surgideo de la isla Verde, para allí esperar el día siguiente ... (9).
Los vapores Météore y Phaéton que el general Rincón había tomado por
combatientes no tenían más misión que remolcar a las fragatas Néréide y
Gloire tanto para colocarlas en su posición de combate como para
sacarlas de ella.
Le navire a vapeur le Phaéton, qui avait recu l'ordre de remorquer la frégate amiral, vint
prendre ses amarres; aux premiers tours de roues, un des deux grelins se rompit, l'autre,
mal amarré, fila: le peu de brise qu'il y avait, poussait la Néréide sur les roches, la
situation était critique, un seul parti restait a prendre: l'amiral donna l'ordre de mouiller
(10).
Debido á lo que se llama casualidad se rompió uno de los calabrotes con
que debía ser remolcado el barco almirante por el vapor Phaéton, y no
pudiendo ponerse en marcha aquél, el contraalmirante para evitar el
choque contra las rocas decidió anclar. Indudablemente que esta
casualidad nos fue funesta pues el general Gaona, creyó que la fragata
permanecía en su puesto de combate para asaltarlo durante la noche,
como lo dice en su parte. Este incidente hizo que el contraalmirante
dejase que las bombarderas continuasen su fuego hasta las ocho, pero
después de esa hora todo quedó en silencio y fue cuando llegaron los
jefes emisarios de Gaona, pidiendo suspensión de fuego ya suspendido,
para atender a los heridos de la fortaleza.
Naturalmente el contraalmirante Baudin, descubrió con el paso del
general Gaona, su intensa desmoralización o sea miedo:
... Et ce fut sous le prétexte de retirer les blessés et les morts de dessous les décombres
qu'il demanda une cessation d'hostilités (11).
Se consideró desde luego como pretexto la demanda del general
mexicano de retirar a sus heridos.
Il était impossible que les véritables motifs de cette demande échappassent a la
pénétration de l'amiral (12).
El contraalmirante concedió la suspensión de hostilidades y propuso al
general Gaona que le entregase la fortaleza por capitulación.
La premiere proposition de capitulation fut accueillie du genéral Gaona par un refus plus
apparent que réel (13) (La primera proposición de capitulación fue acogida por el
general Gaona con una negativa más aparente que real).
Escuchadas por Gaona sin conocimiento del general, admite el primero la
visita en Ulúa de dos oficiales franceses que iban a tratar sobre la
capitulación.
En este momento aparece en la fortaleza el general Santa Anna,
nombrado por el general Rincón, inspector de la fortaleza y comisionado
especial para juzgar si era posible continuar la defensa. El general Santa
Anna que bien sabía que para encontrar una solución cobarde con
apariencias de decorosa, no hay como las juntas de guerra, propuso al
general Gaona la convocase inmediatamente. Por supuesto, como era de
esperarse infaliblemente, la junta decidió la capitulación. Napoleón I ya
había dicho:
Un conseil de guerre, n'est convoqué que lorsqu'il s'agit de prendre un parti lache, et
d'en atténuer le blame en le partageant entre plusieurs individus (14).
Federico el Grande que también fue profundo en asuntos militares,
escribió a su hermano el príncipe Enrique, comandante del ejército de
Sajona:
Os prohibo terminantemente convocar consejos de guerra para vuestras operaciones;
os doy poderes amplios para obrar como lo creáis conveniente ... (15).
En vista de la opinión del Consejo de guerra se decidió entregar la
fortaleza al enemigo que la obtenía a muy poco costo: algunos millares de
francos de municiones, cuatro o cinco días de obra a los carpinteros
reparadores de las averías de poca consideración causadas a los barcos;
cuatro hombres muertos y veintinueve heridos. En el Acta de la Junta de
Guerra, consta que los fundamentos de la capitulación fueron:
1° Destrucción de la fortaleza por los proyectiles enemigos.
2° Agotamiento de municiones.
3° La mayor parte de los artilleros habían muerto o estaban heridos.
4° Desmoralización completa de la guarnición.
Respecto del primer considerando es enteramente falso; tanto el jefe
Maissin como el comandante de Ingenieros Mangin que recibieron la
fortaleza, dicen las palabras que ya he citado:
... et quoique les ouvrages de défense fussent encore entiers et que par conséquent,
selon nos lois de guerre a nous, la place, bien que fort maltraitée, fut encore tenable.
Esto en cuanto a sostener el combate de artillería, pero para resistir el
asalto la fortaleza era aun imponente: Repito lo que dice el general de
división Mangin que como comandante recibió la fortaleza:
Des que nous fumes installés dans le fort, nous reconnumes qu'il n 'y avait point de
breche ases escarpes, et meme qu'aucune de ses nombreuses casemates n'avait été
enfoncée ... Les assiégés auraient du voir que nous étions impuissants a faire breche
aux escarpes et a détruire leurs casemates, par conséquent, a prendre le fort par une
simple canonade.
Sin brecha no era posible el asalto más que escalando por ser elevadas
las fortificaciones y mientras las casamatas se mantuviesen íntegras se
podía sin sacrificio de sangre, resistir al bombardeo aunque durase años.
¿Por qué capitular?
Aun cuando hubiese brecha abierta, la capitulación sobre la brecha sin
esperar el asalto era juzgada como indecorosa Cuando hay víveres,
municiones y soldados vivos y sanos, es deber segun la Ordenanza de
todos los paIses, resIstir por lo menos un asalto.
El segundo considerando de la capitulación: agotamiento de municiones
es otra gran falsedad. El depósito principal de parque de Ulúa, ni estaba
bajo del Caballero ni voló. El comandante Mangin que recibió la fortaleza,
dice:
Le principal magasin a poudre était intact (El principal almacén de pólvora estaba
intacto) (16).
Pero suponiendo cierto que se hubiesen agotado las municiones del
castillo. ¿Y las de Veracruz también se habían agotado? Hay que tener
presente que el fuego de la escuadra había cesado antes que el general
Gaona se hubiese dirigido al contraalmirante. Rincón ofreció 30 quintales
de pólvora para las piezas fijas (17) grandes de la fortaleza, pero en
Veracruz había gran cantidad de municiones para piezas de a 12, de a 8 y
de a 6, que se habían almacenado previendo un ataque por tierra a la
plaza. Un asalto se rechaza no con bombas, sino con bala rasa mediana o
grande, disparada con tiro de rebote (á ricochet) y sobre todo con
metralla y fuego de fusilería. Había en Veracruz municiones propias para
resistir no un asalto sino diez y se contaba con toda la noche para
trasportarlas a la fortaleza.
El general Santa Anna, en su informe oficial al general Rincón como
inspector nombrado para reconocer la fortaleza, asegura que le ofreció al
general Gaona, las municiones que necesitase, y que éste convino en que
así si se podía continuar la defensa, siempre que se contase con el ánimo
de los soldados. Luego entonces oficialmente los generales Santa Anna y
Gaona, confiesan que el tal agotamiento de las municiones es una pura
invención.
Veamos, el tercer considerando: la mayor parte de los artilleros habían
muerto o estaban heridos.
Faltaban artilleros
Muertos ... 46.
Heridos ... 88.
Total ... 134.
Incluyo entre los artilleros de tierra y de marina a los zapadores que funcionaron como
artilleros.
Había antes del ataque entre artilleros de tierra, de marina y zapadores ... 188
Deduciendo las bajas ... 134.
Quedaban ... 49.
El general Rincón ponía a disposición del general Gaona ... 80 artilleros.
Tenía a tres leguas de Veracruz, la división del general Arista ... 68 artilleros.
Total que podía reunir en la noche la fortaleza ... 197.
Es decir podía reunir una cantidad mayor que la que tenía antes del
combate. 197 artilleros sirven perfectamente 24 piezas de artillería.
Había según inventario de entrega de la fortaleza, firmado por jefes
mexicanos y franceses; montadas y en magnífico estado, fuera de las
piezas de grueso calibre y como artillería móvil.
Piezas de a 12 ... 10
Piezas de a 8 ... 6.
Total ... 16 bajas.
La media luna San José principal defensa de la fortaleza estaba casi
intacta y sus piezas en batería sin haber sufrido daño alguno. Apuntando
al N.E. rumbo del ataque dicha media luna, tenía 7 carronadas o sean
cañones-abuses de a 18. Había además la batería baja de San Miguel cuyo
repuesto había volado, sin destruir el parapeto ni abrirle brecha. En esta
fortificación había últiles 13 piezas de a 24, montadas y en buen estado.
La artillería para resistir a un asalto era:
Piezas de a 24 ...13.
De a 18 ... 7.
De a 12 ... 10.
De a 8 ... 6.
Total ... 36.
Había más de 100 piezas montadas y útiles en las demás fortificaciones;
las 36 a que me refiero, eran las que correspondían al punto amenazado
para el asalto.
Queda pues probado con los mismos datos oficiales, firmados por los
generales Rincón, Arista y Santa Anna, que el considerando de la falta de
artilleros, no es admisible por su notoria falsedad.
El cuarto considerando; la gran desmoralizaci6n de la guarnición, era
verdadero; pero he repetido bastante que la división del general Arista,
estaba a tres leguas de Veracruz y de ella se podían tomar mil hombres
que agregados a los que tenía la guarnición de Veracruz, podían ser
trasportados a Ulúa durante la noche. El general Santa Anna afirma en su
informe oficial al general Rincón, que ofreció tropas frescas al general
Gaona.
Resumiendo:
El general Gaona, contaba con casamatas intactas y suficientes para
abrigar su guarnición y sostenerla invulnerable, caso de renovarse el
bombardeo.
No habiendo podido abrir brecha la escuadra francesa, el asalto era difícil,
temerario, como todo asalto por escala y sin sorpresa.
El general Gaona contaba con 1500 hombres de refresco, y 40 piezas de
artillería servida por 197 artilleros, municiones suficientes de bala rasa,
granada, metralla y de fusilería.
Contaba con fortificaciones altas muy maltratadas, pero sostenibles; las
bajas estaban poco averiadas y eran las necesarias para resistir al asalto.
Tenía a su favor el general Gaona, la necesidad que tenía el enemigo de
desprender sus columnas de asalto en lancha y a mil quinientos metros
de distancia.
Por último tenía la incalculable ventaja que no podían exceder de 1500
hombres los asaltantes por no haber en la escuadra tropas de
desembarco.
El general Mangin dice; sin tomar en cuenta que la guarnición de la
fortaleza podía ser refrescada, cambiada y aumentada considerablemente,
durante la noche:
La garnison comprenait encore au moins sept cents hommes valides, plus que suffisants
pour la défense, il n'y avait donc pas lieu de capituler. Au moment de la capitulation, nos
frégates étaient sur le point de se retirer (18).
Y sin embargo de que el general Gaona, no debió capitular y que mereció
la degradación y la pena de muerte, el Congreso mexicano no sabiendo o
no queriendo apreciar la diferencia entre el heroísmo y la cobardía,
premió la conducta del general Gaona, decretándole una medalla de oro
conmemorativa de su heroísmo, lo mismo que a sus compañeros que en
junta de guerra acordaron la capitulación.
Lo más notable es que constando en el Acta de la Junta de Guerra,
Considerando 4°, que la fortaleza capitulaba por el espíritu militar
notablemente decaído de la guarnición, que en lenguaje civil quiere decir,
por el gran miedo que se había apoderado de la guarnición; el mismo
Congreso decretó para esa guarnición, diplomas con dedicatorias al valor
indomable á los héroes inmortales, a los patriotas imperecederos. Esta
clase de honores tienen por consecuencia que se acabe por no conocer
en un ejército lo que es honor, lo que es heroísmo, lo que es gloria. La
opinión en su primera impresión dijo en México. Sólo la cobardía es capaz
de haber entregado a Ulúa casi sin resistencia, por un simple cañoneo
como dice el general Mangin, y escandalizando a lord Wellington, quien
declara en plena Cámara de los Lores, no haber visto cosa igual; pero
después vino la reacción de la vanidad y entonces el Congreso en virtud
de su omnipotencia ultrajante para la verdad, ofensiva para la moral,
funesta para la disciplina del ejército, ruinosa para el patriotismo, ridícula
para la historia y despreciable para los espectadores, españoles, ingleses
y norteamericanos que desde sus barcos siguieron el combate hasta su
desenlace; decretó honores a los que merecían castigo e ignominia. Una
nación no puede tener defensores cuando se premia a los que por
cobardía la ponen a los pies del enemigo extranjero. En ninguna parte del
mundo el patriotismo impone el deber de recompensar a los que venden o
prostituyen, con la cobardía, el honor de su patria; es un deber de todo
buen patriota señalar a los indignos y a los cobardes, para que pueda
haber lugar en los altos puestos de la defensa nacional, para los héroes
verdaderos. Glorificar la cobardía por vanidad es imbécil cuando a nadie
se puede enganar en el extranjero, y mucho menos en la historia.
Los únicos que verdaderamente llenaron su deber en la defensa de San
Juan de Ulúa como soldados de primer orden fueron los artilleros tanto
de tierra como de marina y los zapadores. A estos soldados oscuros
debió premiar el Congreso para honra suya y vergüenza de los jefes que
acordaron la oprobiosa capitulación.

NOTAS
(1) Dauzarts et Blanchart, San Juan de Ulúa, pág. 465.
(2) Vicealmirante Jurien de la Graviere, Les Gloires maritimes de la France, pág. 151.
(3) Jurien de la Graviere, obra citada, pág. 149.
(4) Jurien de la Graviere, obra citada, pág. 152.
(5) Véase la carta hidrográfica en la obra ya citada del viceaimirante Jurien de la
Graviere.
(6) Miguel Lerdo de Texada, Apuntes hist6ricos de Veracruz, tomo II, pág. 448.
(7) Dauzarts et Blanchart, San Juan de Ulúa, pág. 315.
(8) General Rincón, Manifiesto, pág. 211.
(9) Dauzarts el Blanchard, San Juan de Ulúa, pág. 315.
(10) Obra citada, pág. 316.
(11 y 12) Dauzarts et Blanchard, obra citada, pág. 319.
(13) Obra citada, pág. 320.
(14) General Pierron, Methode de guerre, tomo I, pág. 239.
(15) General Pierron, obra citada, tomo I, pág. 238.
(16) Jurien de la Graviere, obra citada, pág. 151.
(17) Rincón, Manifiesto, Documento, 140.
(18) Jurien de la Graviere, obra citada, pág. 151 y 152.

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de Francisco Bulnes parte Primera parte Antorcha
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de Francisco Bulnes Segunda parte Segunda parte Antorcha

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo sexto
EL 5 DE DICIEMBRE
Primera parte

Don Lorenzo Zavala fue traidor a la patria. El general Santa Anna dando
orden al general Filisola para que con el ejército mexicano desocupase
Texas, porqué así lo exigía el general de los filibusteros norteamericanos;
firmando un tratado en el que reconocía la independencia de Texas y
ofreciendo su eficaz concurso a Houston para arreglar la anexión de
Texas a los Estados Unidos, fue ante las leyes sociales, civiles y militares
un traidor a la patria más escandaloso y repugnante que Don Lorenzo
Zavala.
¿Por qué un hombre del mérito de Zavala cometió el crimen de alta
traición? Por codicia han asegurado algunos escritores; Zavala poseía
gran extensión de tierras en Texas y esperaba la subida considerable del
precio de esas tierras, bajo el dominio eminente del gobierno de los
Estados Unidos. Los que tal cosa afirman olvidan o ignoran que Zavala
conocía admirablemente la política de los Estados Unidos, sabía que la
posesión de Texas era cuestión de vida o muerte para el partido
dominante en aquella nación y que Texas con el concurso o sin el
concurso insignificante y casi igual a cero de Zavala, caería en poder de
los Estados Unidos. Para conseguir una ventaja que estaba ya
conseguida, Zavala no pudo cometer un gran crimen que para siempre
manchó su nombre que a ilustre había llegado entre los mexicanos.
Tampoco puede atribuirse a ambición la traición de Zavala, pues sólo un
idiota hubiera creídose capaz de ser el César texano o el Wáshington de
los texanos. Zavala murió antes de hallarse en condiciones de explicar su
traición, pero ésta tuvo en mi concepto como causa su odio al
centralismo y sobre todo a la persona de Santa Anna. Es muy frecuente
que el odio político remolque a los partidos o a los hombres hasta la
traición y en México tenemos de ello ejemplos notables.
La causa de la traición del general Santa Anna, es perfectamente
conocida y fue el miedo de ser matado en justa recompensa de la sangre
que fría e implacablemente había derramado. La cobardía inmensa
engendró la traición. Bastaba con la cobardía sin la traición, para que un
ejército que reconoce por ley suprema el honor, castigara al general
Santa Anna con el patíbulo militar. Santa Anna en 1838 había cometido ya
dos grandes crímenes; ante las leyes civiles, militares y sociales, el de
traición; y ante las leyes militares, el de cobardía. Estaba pues abajo de
Zavala, cuando ya Zavala estaba boca abajo en el fango.
No hay mexicano que pueda poner en duda, que si Don Lorenzo Zavala se
hubiera atrevido a presentarse en la República en 1837, hubiera sido
lapidado por el populacho, rechazado por toda la sociedad, perseguido
activamente por el gobierno; aprehendido por los tribunales, juzgado,
sentenciado a muerte, ejecutado y enterrado fuera de los cementerios, en
tierra sin bendición, eriaza, maldita.
En cambio vemos que el general Santa Anna, vuelve al país y sin haber
tenido los méritos de Don Agustín Iturbide y teniendo vicios y
prostituciones que jamás tuvo Iturbide; penetró en la República no
obstante su vergonzoso rango de traidor y cobarde prófugo y en vez de
ser fusilado se le deja tranquilo en su hacienda de Manga de Clavo; se le
respeta, se le escucha cuando lanza un Manifiesto que debió ser irritante
y aunque había algunos que lo despreciaban, la mayoría nacional lo
contempla como un rey que ha pecado y que temporalmente remoja su
alma en las regeneradoras fuentes de la penitencia.
Sellado Santa Anna con tres marcas; la de traidor, cobarde y vil, hasta
ofrecer al presidente Jackson el consentimiento de la nación mexicana
para la cesión de Texas a los Estados Unidos; volvió al país en compañía
de Don Juan N. Almonte el mes de Febrero de 1837, procedente de los
Estados Unidos en un pequeño barco de guerra que le proporcionó el
presidente Jackson, en el momento en que mayores humillaciones le
hacía a México para obligarlo a declarar la guerra a los Estados Unidos.
En Febrero de 1837, ya era pública en México la conducta ignominiosa de
Santa Anna en Texas y los Estados Unidos. Era de esperarse que al pisar
Santa Anna a Veracruz sería aprehendido y consignado a un Consejo de
guerra, juzgado, sentenciado a muerte, degradado y ejecutado; si el
pueblo veracruzano no se hubiera anticipado a destrozarlo como es
propio de pueblos patriotas, sanos y viriles. Pero cuán grande ha de
haber sido la sorpresa de los norteamericanos, de las naciones europeas,
y del grupo de mexicanos ilustrados, limpios y patriotas; al saber que
luego que Santa Anna llegó a Veracruz, donde fue recibido con los
honores que le correspondían como presidente ... (1).
Esta es una triste prueba de que no existía nación mexicana en 1837;
porque una nación que vive fuera de la política, vive fuera de su dignidad,
de su libertad, de su propia vida como nación. Una nación que vive sin
vida de nación no es nación, es otra cosa parecida a un rebaño que
tiembla al aspecto de un solo lobo y que necesita por lo menos un perro
que lo defienda.
En México no había partidos políticos porque el partido verdadero tiene
que ser nacional y la característica de la población era la indiferencia del
cadáver por la vida, o la simpatía tímida e inofensiva por determinada
causa. La política se distribuía entre dos facciones; la clerical que
sostenía el centralismo y la liberal que trabajaba por la vuelta del
federalismo.
La facción liberal quedó vencida y casi aniquilada por el poder del clero
que puso la cuestión en límites exactos; Liberalismo o catolicismo; no se
puede ser las dos cosas a un tiempo. La facción liberal se hubiera
quedado con cinco o seis miembros si no se hubiese replegado bajo una
bandera más compatible con el catolicismo, el federalismo, sostenido por
el provincialismo bárbaro y por la tendencia anárquica al
desmembramiento territorial; todo cacique quería disfrutar de su
despotismo libremente.
La supremacía de la facción conservadora era innegable; el golpe que en
1834, dió el clero a la facción liberal la dejó casi muerta pues no volvió al
poder sino hasta 1856, veintidós años después de la caída de Don
Valentín Gómez Farías. La facción conservadora se dividió entonces
como es propio de todas las facciones, una vez triunfantes los principios
se piensa en el triunfo de los estómagos y se verifica el fraccionamiento
personalista; pero como la facción federalista aun tenía vida; la facción
conservadora se dividió en dos partes: la doctrinaria, formada por
hombres serios, decentes, probos, sanguinarios por deber, déspotas por
escuela, irreconciliables por dogma, tiesos, ajustados a sus tradiciones,
inexorables para sus ideales. A esta facción pertenecían; Alamán,
Gutiérrez Estrada, Pesado, Cuevas, Gómez de la Cortina, Bocanegra,
Monasterio, Gorostiza, Peña y Peña y algunos otros que después debían
convertirse en liberales moderados. Esta facción no siendo personalista
no tenía caudillo, pero aceptaba con placer a Don Anastasio Bustamante.
La facción personalista había erigido al general Santa Anna como objeto
de su culto; la formaban los militares, los agiotistas tahúres, los
educadores de gallos, los concesionarios, y todos los que se habían
quedado sin empleo después de haberlo solicitado, que lo eran todos los
varones de la clase media comprendidos entre 13 y 100 años de edad y
gran número de los miembros de la clase rica. Toda clase social famélica
sujeta su moral, su libertad y toda su acción a salvarse del hambre y todo
gobierno que no resolviera el problema del hambre de los decentes,
contaba con la decidida y formidable aparición de estómagos dispuestos
a aceptar príncipes extranjeros, católicos o musulmanes, monarquía o
República, democracia o teocracia, traidores a la patria como Santa Anna
o patriotas como Guerrero o Victoria, generales cobardes o valientes,
todo era igual. El famelismo decente, hidalgo, con pergaminos, estaba
siempre en pie de guerra contra todo gobierno.
Santa Anna hiciera lo que hiciera en Texas, en los Estados Unidos, en
Turquía o en el Japón, contra México, lo mismo que los que no fueran
Santa Anna, contaban siempre con el famelismo como base de su partido
personal. La gran falange famélica tenía el privilegio de hacer la opinión
pública, lo que ella decía lo decía la nación, lo que ella quería lo quería la
nación, lo que ella pensaba lo pensaba la nación, la que jamás
desautorizaba a sus falsos representantes. De aquí resultaba que todo
aspirante a presidente capaz de serlo por medio del cuartelazo, contaba
con la gran facción famélica, es decir con lo que figuraba como nación.
Tanto en su primero como en su segundo período presidencial, la
administración del presidente Bustamante se caracterizó por su probidad
y por evitar abusos fiscales, expulsar agiotistas y administrar bien. Santa
Anna era de una escuela distinta, lo que le preocupaba era tener
partidarios y sabía que los tendría en el número que quisiese con tal de
aumentar hasta ese número el de los empleos y el de las patentes de
impunidad para toda clase de abusos y delitos, siempre que hubiese
fidelidad a su persona. Á Santa Anna poco le importaba no pagar a sus
empleados, sabía, porque era muy inteligente, que se tienen más
partidarios dando empleos aun cuando no se paguen los sueldos, que
negando empleos por economía o necesidad de buena administración.
Además de contar Santa Anna con la mayoría del elemento civil activo,
contaba casi con todo el elemento militar como era natural.
Bajo el régimen de los cuartelazos la traición y la cobardía gozan de alta
prima en el ejército. Un cuartelazo es siempre una traición a un jefe amigo
y protector, una traición a las instituciones, a determinados principios, a
un partido. Si la traición a las instituciones, a los partidos, a los
protectores, a la ley militar, a los principios, llega a ser la base de la
prosperidad militar; la traición a la patria no puede ser más que un
refinamiento del sistema, el más genuino, brillante y radical de los
cuartelazos; el broche de oro de los pronunciamientos.
Por otra parte, el estado heroico de un pueblo, es un estado crítico,
violento, pasajero y cuando la guerra civil se vuelve crónica, las batallas
pasan de sanguinarias a ridículas y como lo indiqué; pronto se llega a los
tiroteos inofensivos de torre a torre, a las maniobras de los generales
enemigos, para no encontrarse y a las desbandadas después de la
primera descarga. Cuando lo que se busca en la carrera militar es un
empleo para comer o robar; el valor se reserva para mejores empresas y
en tal caso la guerra civil crónica es, como tanto con verdad lo he
repetido, una gran escuela politécnica de cobardía.
Además ya también lo dije, bajo el sistema de los cuartelazos, fundados
en el deshonor, en la corrupción, en la defección y en la cobardía de un
ejército; tienen que alcanzar de preferencia los primeros puestos, los
jefes cobardes, sin vergüenza, sin instrucción, sin dignidad; mientras que
los valientes, los instruídos, los candidatos a verdaderos héroes, deben
ser postergados, olvidados, calumniados, secuestrados a la
consideración pública.
El general Santa Anna cumplía con la ley de su ambición sin valor: un
combate ridículo lo daba a conocer como épico; si evitaba el combate en
el terreno, lo inventaba en el papel y tenía gran predilección por ensalzar
y encumbrar a jefes ineptos y cobardes, para así no tener nunca rivales
temibles. En un ejército sano, Santa Anna hubiera sido arrojado vivo a
una cloaca después de Texas: en el ejército que Santa Anna había
educado, no para el honor sino para los vicios y prostitución de Santa
Anna, su conducta de Texas no podía rebajarlo, sino más bien elevarlo en
el concepto de sus amigos y partidarios.
Por último, siendo la única función de ese ejército pretoriano poner a
remate la silla presidencial; Santa Anna era el mejor de los postores. Fue
el que destinó no sólo todas las rentas de la nación para el ejército, sino
que le decretó un presupuesto doble de esas rentas; le entregó a la turba
oficialesca, la justicia, los derechos de los individuos, la honra de las
familias, las leyes, las casas, los hombres; le cedió a la sociedad como se
cede a una esclava.
Para rematar el poder no tenía precio, no podía tener rival, nadie podía
resistirle: era el que ofrecía más, aun cuando se tratase de lo más
sagrado para tiranos menos bestiales; su potencia corruptora tenía los
mismos límites que su ambición, su destino era elevarse sobre el hambre,
la inmoralidad y la cobardía; como un miasma de pantano, y mientras el
ejército fuera ese pantano su miasma predilecto tenía que ser Santa Anna.
Después de los honores que recibió en Veracruz como un rey peregrino
que vuelve de orar en la Tierra Santa, algunos de sus parciales y de los
descontentos que hacían entonces la oposición al gobierno de México,
suscitaron la duda de si debería él (Santa Anna) ocupar la primera
magistratura de la nación (2). No hay que olvidar que Santa Anna
desembarcó en Veracruz en Febrero de 1837, cuando los santanistas
estaban en el poder. El presidente Don José Justo Corro, fue el que
previno se le hicieran los honores de presidente y estuvo dispuesto a
entregarle la presidencia.
Esta mancha para la nación no tuvo lugar, porque la gran hueste famélica
de que he hablado era de oposición permanente a todo gobierno que no
le diera de comer y como ningún gobierno podía hacerlo, tenía que ser de
oposición a todos los gobiernos y por consiguiente a Don José Justo
Corro. En aquel momento la opinión pública que como ya dije lo era el
famelismo, despreciaba a Santa Anna, condenaba su conducta, lo
señalaba a la censura eterna. Por otra parte, la facción federalista gritó
muy alto con gran justicia y la fracción seria, honrada, ilustrada de los
conservadores, dijeron que era demasiado; esa facción conocía ya bien a
Santa Anna y veía en él lo que era, un condotiero de último orden. El
candidato de esa facción era Don Antonio Bustamante, quien triunfó en
las elecciones extrapopulares y tomó posesión de la presidencia en Abril
de 1837.
Cuando Santa Anna sintió que su partido no dominaba; con suma
habilidad manifestó que lo que deseaba era retirarse a la vida privada y
jurar la nueva Constitución, como en efecto lo hizo yendo a Veracruz
donde juró por Dios y por su honra que era lo más grande que había en
los cielos y en la tierra (3).
Santa Anna obró con habilidad, porque si en aquellos momentos se
aclara si debía ser o no colocado de nuevo en la presidencia de la
República, la solución hubiera sido funesta para el traidor y cobarde de
Texas. En efecto el general Santa Anna siendo presidente de la República,
había solicitado y obtenido licencia del Congreso para separarse de su
cargo, mientras hiciese la campaña de Texas. Si Santa Anna se había
portado con honor y patriotismo su desgracia de caer prisionero del
enemigo no le privaba del derecho de volver a sus funciones de
presidente, dentro del período para el cual había sido nombrado. Para que
Santa Anna no pudiese continuar de presidente pues no había dejado de
serlo, era preciso qUe hubiera cometido un crimen capaz de privarlo de
su cargo. Santa Anna calmó a sus partidarios; la solución no podía ser su
vuelta a la presidencia, imposible en aquellos momentos sino su
condenación como traidor a la patria.
Se comprende que Don José Justo Corro personaje insignificante y
servidor abnegado, incondicional de Santa Anna, le hubiera mandado
hacer honores presidenciales a su llegada; pero Don Anastasio
Bustamante al tomar posesión de la presidencia dos meses después de la
llegada de Santa Anna al país, ¿por qué no lo mandó encausar?
El general Don Antonio Bustamante era verdaderamepte valiente,
enérgico, sanguinario, despótico y llegaba hasta a combinar y ordenar el
asesinato para deshacerse de un rival o de un enemigo temible como lo
hizo con el general Guerrero. El general Bustamante conocía bien la
historia de Santa Anna, especialista en cuartelazos contra todos los
gobiernos, a favor o en contra de cualquier principio o partido político;
sabía que no tenía escrúpulos como Guerrero y que tenía aun gran
partido en el ejército. Por otra parte no necesitaba Bustamante para
librarse de un rival temible, más que dejar caer el peso de la ley y de la
prensa oficial e independiente sobre Santa Anna para aplastarlo hasta la
pulverización. Santa Anna en 1832, había derrocado á Bustamante para
ocupar su lugar; la venganza para Bustamante se confundía con la
justicia, su ambición con la ley, su conveniencia personal con el
patriotismo, su salvación como gobernante con la del honor nacional.
¿Por qué Bustamante dejó impune a su enemigo, al de su partido, al de
sus principios, al de la paz pública, al de la patria?
Sólo un gran poder tenía fuerzas para contener a Bustamante obligado
por sus deberes nobles políticos y por la ley de propia conservación a
destruir a Santa Anna. ¿Qué poder pudo ser? ¿El ejército? En ese
momento era favorable a Bustamante. He dicho que en el sistema
pretoriano hay siempre unos cuantos meses de luna de miel, entre los
pretorianos y el caudillo postor, mientras aquéllos aprecian si se les ha
pagado el precio de la silla presidencial rematada. El gran poder que
obligó a Bustamante a no hacer justicia no puede haber sido más que el
clero.
El clero era hábil, estimaba a Bustamante y despreciaba a Santa Anna,
pero conocía que el primer lugar y la afección de un ejército corrompido
tenían que ser tarde o temprano para Santa Anna. Le debía además un
gran servicio; el golpe de Estado de 1834 había sido, como lo dijeron los
periódicos clericales, su Carlomagno. Pagar es corresponder y a Santa
Anna debía concederle por lo menos Bustamante la tranquilidad en la
vida privada. Esta grave falta tenía que costarle muy caro a la nación, al
partido conservador y particularmente a Bustamante.
Al llegar la cuestión con Francia, el partido santanista se puso
naturalmente del lado de la opinión pública aun cuando la creyera
absurda, suicida y estúpida; era una oportunidad brillante para
repopularizar a Santa Anna. Bustamante no podía hacer lo mismo porque
el gobierno responde con su existencia del fracaso de su política sobre
todo tratándose de guerra extranjera, mientras las oposiciones aconsejan
guerras insensatas para adquirir popularidad inmensa cuando el país es
insensato; y a la hora de las derrotas, no afrontan la responsabilidad de
haber impuesto la guerra sino que se salvan culpando al gobierno por
esas derrotas. Un gobierno aun cuando en tiempo de paz sea fuerte, en
tiempo de guerra extranjera es siempre débil: las oposiciones administran
cantáridas a la vanidad populachera, las frases de honor ultrajado,
dignidad remolida por el oprobio, independencia amenazada, esclavitud
segura, doncellas deshonradas por la soldadesca, hogares incendiados, y
calamidades de todo género; resuenan a los oídos de las multitudes a las
que se quiere excitar y enloquecer. El pueblo ve entonces en las
oposiones a sus verdaderos pastores y consejeros y les da todo su apoyo
para que lo lleven a la catástrofe y a la deshonra y cuando estos azotes se
hacen bien sentir, entonces el gobierno aparece denunciado por no haber
sabido usar de los inconmensurables elementos de patriotismo, valor,
abnegación, sacrificio, recursos, que ponía a su disposición un pueblo
nacido para vencer y que sólo un gobierno torpe y traidor pudo haberlo
llevado a la desgracia. Este fue el papel desempeñado por el partido
santanista en 1838. El partido federalista había entrado en relaciones
amistosas con el enemigo, mayor razón para que los santanistas se
mostrasen inexorables.
En páginas anteriores y por documentos oficiales de innegable
autenticidad he probado que la fracción conservadora seria ilustrada,
decente, principista, doctrinaria y patriota, comprendiendo que la guerra
con Francia sólo podía ocasionarnos calamidades de todo género; dió
instrucciones al general Rincón, jefe de las plazas de Veracruz y Ulúa
para que a todo trance evitara irritar a Francia para que esta potencia no
continuase sus hostilidades que nos era imposible devolver ni reprimir.
Esto no era cobardía sino sensatez; verdadero patriotismo; necesidad
indeclinable de nuestro enfermizo y decadente estado social. No era pues
el gobierno el que quería la guerra, tampoco los federalistas; eran los
santanistas, los que veían en un conflicto de armas con cualquiera nación
el único medio de resucitar a su hombre y que volviese al poder, y su
cálculo era malvado, pero justo, infalible aplicado a la ignorancia y
vanidad de un pueblo poco civilizado. Cuando un pueblo tiene vanidad de
mujer tonta y educación romántica, es el esclavo fiel del más cómico para
engañarlo con necias lisonjas. El estado de nuestras plebes las entregaba
a la voracidad infamante de Santa Anna.
Después de siete meses de bloqueo los diputados adictos a Bustamante
que lo era la mayoría, sintieron la necesidad de las concesiones y de ir a
la paz, pues la miseria en el gobierno y en todas partes se hacía sentir
con siniestra intensidad.
El último ultimátum, el de Jalapa fue presentado por Don José Joaquín
Pesado a la Cámara pidiéndole su opinión. En Marzo de 1838 la Cámara
había resuelto ir a la guerra por considerar inaceptables las pretensiones
de Francia relativas a los préstamos forzosos y al comercio al menudeo,
era inútil que el Ejecutivo consultase a la Cámara lo que debía hacer, si
las mismas pretensiones consideradas exorbitantes subsistían. El paso
del Ejecutivo consultando sobre lo ya resuelto, prueba su deseo de que
se cambiara esa resolución o lo que es lo mismo, de ir a la paz, pero los
santanistas contestaron a Pesado que la Cámara no era un cuerpo
consultivo sino deliberante. Pesado entonces solicitó que se levantara la
sesión para consultar a los diputados en particular, lo que le fue
concedido, obteniendo como resultado de su consulta, la convicción de
que el Congreso estaba empeñado en la guerra. Y sin embargo la mayoría
era adicta a Bustamante.
Este hecho lo explica satisfactoriamente Don Carlos María Bustamante:
Después de todo lo referido debe usted saber que la respuesta de la
Cámara a la consulta que le hizo verbalmente el Ministro Pesado, libró
entonces a México de una revolución ya preparada para el caso de que el
gobierno cediese en lo más mínimo a las pretensiones del enviado
francés. Veíanse en los corredores de Palacio aquella noche grandes
grupos de hombres embozados en sus capas, pero bien armados y
decididos a ejecutar horribles atentados. Uno de estos desconocidos dijo
al entrar un diputado a la Cámara: Sepa usted que todos perecen si no se
niegan a las pretensiones de los franceses... (4).
Esta presión siniestra y revolucionaria sobre la Cámara y el Presidente no
podía ser espontánea y popular. La acción popular, espontánea, libre,
entusiasta, es siempre franca, escandalosa, tumultuosa, rugiente,
desbordante, arrolladora. Los hombres embozados en sus capas muy
bien armados, representaban una acción organizada, cautelosa, política,
misteriosa, eran los agentes de un partido o facción. ¿De qué partido?
No podía pertenecer al partido federalista cuya prensa hacía meses que
había depuesto su actitud hostil contra Francia y cuyos leaders
mantenían relaciones amistosas con el contraalmirante Baudin; no podían
ser agentes del partido moderado opuesto a la guerra y cuya conducta
siempre se ajustó a su denominación de moderado; menos podían ser
agentes del presidente Bustamante; luego forzosamente eran agentes
santanistas; militares dentro o fuera del ejército que veían en la guerra un
refectorio para su hambre, una venganza para saldar un desaire, una
esperanza para ascender, un abrigo contra la miseria, una gotera por
donde caerle al presupuesto. El partido santanista veía en la guerra la
resurrección única posible de su jefe.
Una vez impuesta al presidente Bustamante la obligación de continuar la
guerra rehusando las condiciones del ultimátum de Jalapa; es erróneo
arrojar la culpa de tan criminal intransigencia sobre las mezquinas miras,
la intolerancia, la terquedad, la inercia, la incapacidad, la torpeza y demás
cosas que han atribuído al Sr. Luis G. Cuevas, nuestros historiadores más
sensatos. Si del bloqueo fue necesario pasar a los vergonzosos actos
militares de Ulúa y Veracruz, fue por la decisión del partido santanista
dominante en el ejérdto, en el famelismo decente dedicado a buscar su
cocina en el presupuesto de un nuevo gobierno, en los hombres de
negocios malos de agio que eran los únicos posibles; en las plebes a
quienes se les había inculcado la creencia de que Santa Anna era el
primer capitán del mundo. En una palabra Santa Anna era el candidato de
una oposición contra un gobierno que no había podido pagar al ejército,
al hambre, al agio y a toda clase de corrupciones políticas, el precio
convenido por el poder público. Don Luis G. Cuevas es tan culpable de la
tragedia de San Juan de Ulúa como yo.
Consumada la cobardía de entregar la fortaleza de Ulúa, el enemigo la
ocupó inmediatamente y con este solo hecho, la plaza de Veracruz se
convirtió en indefendible. El general Rincón comunicó al gobierno lo
acaecido.
En la ciudad de México la emoción fue profunda y la mayoría de los
periódicos copiando la apreciación de la Lima escribieron:
Ulúa no ha sido tomada con balas de plomo, sino con balas de plata.
Sólo la traición por compra del jefe o jefes podía explicar al público la
capitulación de la fortaleza. La minoría de la prensa atribuyó el fracaso a
cobardía de los generales Rincón y Gaona.
El gobierno complaciente con la opinión como todo gobierno débil,
comenzó por declarar la capitulación de Ulúa y el convenio adyacente que
neutralizaba la ciudad de Veracruz indecorosos y en consecuencia los
reprobó, ordenando a los generales Rincón y Gaona pasasen a la capital
de la República para responder de su conducta ante un consejo de
guerra. Hasta aquí la resolución del presidente Bustamante era conforme
a la moral, al honor de la nación, a la disciplina del ejército y a la verdad
histórica. Pero en vez de detenerse el gobierno en la resolución
expresada fue más adelante impulsado o más bien acosado y oprimido
por el partido santanista; ordenó que la plaza de Veracruz fuese defendida
y que se encargara la defensa al general traidor y cobarde de Texas, Don
Antonio López de Santa Anna.
La vanidad pública tomando el traje de gala y suntuoso del patriotismo
hizo explosión. ¿Se necesitaba urgentemente un vengador? No, lo que se
necesitaba era juicio, verdadero patriotismo y conciencia de la situación,
pero no había de eso en aquel tiempo y se proclamó una guerra a muerte,
eterna, sanguinaria contra Francia. Don Miguel Lerdo de Tejada (5)
asegura que el patriotismo como siempre no pasó de palabras y que lo
más que se consiguió fue la organización de un batallón de jóvenes
decentes decididos a no salir a campaña y los recursos escasos que
produjeron la representación de una comedia y otras diversiones públicas
como peleas de gallos, toros, maromas, etc. Es curioso que cuando a un
pueblo se le supone entregado a un gran dolor por alguna catástrofe
nacional, se recurra a divertirlo para sacarle algún dinero.
Santa Anna fue designado como el vengador por la opinión, es decir, por
su partido. Siempre en los países donde no existe nación política la
facción de oposición es la nación y el gobierno un tirano fuera de la
nación porque siempre la ha de tener en frente. El Ejecutivo al dar cuenta
a la Cámara del nombramiento de Santa Anna para que defendiese a
Veracruz en sustitución del general Rincón, creyó que tal nombramiento
iba a disgustar a la parte sana no política del país, pero se llevó un gran
chasco, según Don Carlos María Bustamante:
Después, dijo (el Ministro Pesado) en el congreso, que el presidente había nombrado
para que sucediera al general Rincón ... al general ... al general y comenzó mi hombre a
tragar camote, hasta que dijo: Don Antonio López de Santa Anna. Entonces se oyeron
muy grandes aplausos diciendo: ¡A ése queremos! ¡ése es el salvador de la patria! (6).
Santa Anna escogiendo ese momento para reaparecer en la escena militar
se había presentado al general Rincón en Veracruz ofreciéndole sus
servicios, áa las nueve de la noche; cuando ya el ataque contra Ulúa
había terminado. Santa Anna pudo aparecer antes del ataque y haber
ofrecido defender la fortaleza, pero probablemente pensó que con
facilidad podía ser matado y la patria quedaría sin su salvador. Una vez
desmoralizados, Gaona, Rincón y todos los jefes sin excepción, pues no
hubo uno que pensara como el general Manginy lord Wellington y que
dijera: esta fortaleza es defendible, el honor y la ley nos ordenan esperar
el asalto, era cuando Santa Anna, como ya lo indiqué, tuvo la oportunidad
de obtener ardiente noche de bodas con la gloria y probar a la patria que
la cobardía de Texas no había sido más que una pasajera aunque
profunda afección cerebral, para lo cual bastaba decir defiendo la
fortaleza y el que tenga honor sígame.
Tres culpables aparecen en la cobarde capitulación de Ulúa; Gaona,
Rincón y Santa Anna; pero el más culpable era Santa Anna porque su
voto era decisivo, tenía autoridad irresistible, valía una orden. Nadie
puede poner en duda que si Santa Anna, hubiera dicho: Esta fortaleza es
defendible, es una deshonra entregarla sin esperar el asalto y es posible
y bien probable triunfar del asalto (7), ni Gaona ni Rincón se hubieran
atrevido a capitular y la fortaleza se habría defendido.
En la ciudad de México los políticos conocían la conducta de Santa Anna
respecto de la capitulación pues el general Rincón en su parte oficial
fechado el 28 de Noviembre de 1838, dice al gobierno:
Con tal documento a la vista (el acta de la Junta de Guerra que decidió la vergonzosa
capitulación de Ulúa) se me presentaron dos oficiales de la escuadra francesa trayendo
unas proposiciones de arreglo relativas a esta plaza. En vista de todo reuní en junta de
guerra a los señores jefes y oficiales de esta guarnición con asistencia del Excmo. (no
había dejado de ser Excmo. después de lo de Texas) Sr. general Don Antonio López de
Santa Anna y resultando que opinaron por un acomodamiento todos los señores y jefes
que suscribieron ...
Santa Anna no suscribió por no tener mando, pero opinó por el
acomodamiento y aprobó la capitulación de Ulúa, apoyando a Gaona.
Este documento prueba que el primer servicio que hizo Santa Anna a la
nación fue dar su aprobación y apoyo para una cobardía. De modo que
Gaona y Rincón por haber firmado la capitulación indecorosa de Ulúa
fueron consignados a un Consejo de Guerra y Santa Anna que con su
opinión autorizada e irresistible la decidió, debía vengar el ultraje inferido,
al honor nacional por dicha capitulación. Sólo la política es capaz de
producir semejantes absurdos e iniquidades.
El presidente Bustamante fue hábil en nombrar a Santa Anna defensor de
lo indefendible como lo era Veracruz, después de la ocupación de Ulúa
por el contraalmirante Baudin. El general Santa Anna tenía que fracasar y
este nuevo golpe acabaría tal vez para siempre con su recién nacida
popularidad. El presidente Bustamante sabía que había tenido lugar una
reunión de santanistas presidida por el general Tornel y que se había
acordado pedirle que renunciase a la presidencia, porque los aplausos de
las galerías de la Cámara, al escuchar el nombre de Santa Anna querían
decir que sólo a él querían por jefe de la nación.
Aquí llegamos a un punto muy interesante que dilucidar: ¿Era hábil de
parte de los santanistas trabajar para que Santa Anna fuese nombrado
defensor de una plaza militarmente indefendible y popularmente
defendible? Porque en tales condiciones el seguro fracaso tenía que
excitar la cólera popular y desprestigiar totalmente a Santa Anna. No creo
que entre los militares santanistas llegare su ignorancia hasta creer que
Veracruz con el enemigo en Ulúa, armado de quinientas piezas de grueso
calibre y parque en abundancia, fuera defendible. El general Tornel sobre
todo era hombre inteligente y de regular instrucción. Es pues inexplicable
que un partido político que trata de encumbrar a un ex caudillo bien
desprestigiado aun ante el concepto de los mismos que le quemaban
incienso, sea capaz de encomendar una obra imposible a su hombre en la
que forzosamente deba fracasar. Es decir, la nueva popularidad de Santa
Anna debía durar como defensor de Veracruz lo que tardase Baudin en
arrojarlo vergonzosamente con cien disparos de su potente artillería. En
otro país que no hubiera sido México la conducta del partido santanista
tenía que ser de una insensatez colosal. Los jefes santanistas que habían
acompañado a Santa Anna en sus campañas habían sido los primeros en
conocer las mentiras cínicas de su hombre y el buen resultado que tenían
en la opinión que siempre las aceptaba. Santa Anna era conocido por sus
íntimos como un especialista para transformar los desastres en victorias;
las escaramuzas en grandes batallas; las torpezas en lecciones de
estrategia y de táctica y todos los fracasos en glorias. Conociendo a su
hombre y a las galerías, el éxito era seguro.
¿Qué podía hacer Baudin una vez reprobada la capitulación de Ulúa y el
convenio relativo a Veracruz? No había de devolver la fortaleza, no tenía
tropas de desembarco, por consiguiente lo más que podía hacer era
bombardear la ciudad hasta hacerla desocupar por la población y
guarnición. La solución heroica por tal conducta de Baudin era sencilla:
Santa Anna escogería a los valientes de su fuerza para inmolarlos y
presentar sangre mexicana en el combate, ordenándoles que resistiesen
el bombardeo hasta morir y él con su cortejo de cobardes saldría de la
ciudad donde no le alcanzasen las bombas, y una vez reducido a
escombros Veracruz le participaría al gobierno.
Los franceses decidieron desembarcar y asaltar a Veracruz, rechazados y arrojados a la
bayoneta. Desocupo la ciudad por haber quedado reducida a escombros y empapada en
la sangre de nuestros valientes.
Después todos los habitantes de Veracruz, todos los espectadores
extranjeros desde sus barcos de guerra, toda la Francia y todo el mundo
podían negar y reirse de la invención del desembarco; la vanidad nacional
diría siempre: niegan nuestro triunfo, es natural; no les conviene
confesarlo, llamándose los primeros soldados del orbe, Santa Anna
conocía bien su medio y estaba seguro de sólo fracasar cayendo
prisionero y aun así, un jefe puede caer prisionero al momento de
consumarse la victoria. Para que Santa Anna no trasformase su derrota
en triunfo era preciso un San Jacinto; ¡todos muertos o prisioneros!
Desde el momento en que Santa Anna recibió su nombramiento de
comandante general de Veracruz, lo participó al contraalmirante Baudin al
mismo tiempo que puso en su conocimiento que habiendo reprobado el
gobierno la capitulación quedaba sin efecto el convenio sobre Veracruz.
Después convocó a una junta de guerra en la que sólo él opinó por la
defensa de la plaza. Esta junta fue una farsa de Santa Anna como muy
bien lo hace notar el Sr. Fernando Iglesias Calderón, porque si el gobierno
había ordenado expresamente a Santa Anna que defendiera a Veracruz, a
nadie tenía que consultar sobre dicha defensa. Además, era inútil
semejante consulta por haber opinado ya los consultados bajo su firma
que la plaza era indefendible. Pero Santa Anna lo que quería era
deslumbrar a las galerías y que en todo el país se dijera: Fué el único
decidido por salvar nuestro honor a fuerza de sangre heroica.
El contraalmirante Baudin estuvo a punto de desbaratar los bellos y
eficaces planes del partido santanista repitiendo la representación de la
tragedia de San Jacinto. Conforme al convenio firmado por Rincón la
guarnición de Veracruz no debía elevarse a mas de mil hombres y esta
guarnición era la desmoralizada de Ulúa, con excepción de 500 hombres.
Baudin conocía el cuarto considerando del acta de la junta de guerra que
dice que por causa del decaimiento notable del espíritu de la guarnición
era imposible continuar la defensa; conocía la verdadera historia de Santa
Anna no la homérica cuyos únicos creyentes existían entre los
mexicanos, conocía la impericia de nuestros militares sobre todo en
asuntos de vigilancia, pues él mismo había reconocido la Gallega con el
agua a la cintura hasta tocar el glacis de las fortificaciones de Ulúa sin
que nadie lo molestase. Si a esto se agrega su repugnancia por destruir
fríamente y sin peligro la ciudad de Veracruz por un tremendo bombardeo
y su espíritu militar frances entusiasta por los golpes teatrales; se
comprenderá la hábil y enérgica resolución que tomó de sorprender a
Veracruz, ocupar todos sus fuertes, destruir la artillería, inutilizar toda
defensa y al mismo tiempo y de preferencia tomar prisionero a Santa
Anna en su alojamiento, con lo cual hubiera acabado el partido de la
guerra y México pediría o aceptaría una paz honrosa y conveniente para
ambas naciones.

NOTAS
(1) Lerdo de Tejada, Miguel, Apuntes históricos de Veracruz, tomo II, pág. 414.
(2) Lerdo de Tejada, Apuntes históricos de Veracruz. tomo II, pág. 415.
(3) Lerdo de Tejada, Apuntes históricos de Veracruz, tomo II, pág. 413.
(4) Carlos María Bustamamente, El gobierno de Bustamante y Santa Anna, pág. 118.
(5) Apuntes históricos de Veracruz, tomo II, pág. 414.
(6) Carlos María Bustamante, El gobierno de Bustamante y Santa Anna, pág. 135.
(7) Carlos María Bustamante, obra citada, pág. 138.

Índice de Las grandes Tercera parte - Tercera parte - Biblioteca


mentiras de nuestra historia Capítulo V Capítulo VI Virtual
de Francisco Bulnes Segunda parte Segunda parte Antorcha
Índice de Las grandes mentiras Tercera parte -
Tercera parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco Capítulo VI Primera
Capítulo VII Virtual Antorcha
Bulnes parte

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo sexto
EL 5 DE DICIEMBRE
Segunda parte

La versión mexicana más exacta sobre los acontecimientos militares de


Veracruz el 5 de Diciembre de 1838, es la del jefe Orta, testigo y actor
principal en el triste drama que tendrá por desenlace la repopularización
de Santa Anna.
Habla el señor Orta:
Cuando dirigí al supremo Gobierno de la nación con fecha 10 del último Agosto, una
exposición en que le pedía mandase abrir un juicio sobre el vergonzoso suceso del 5 de
Diciembre anterior, en la plaza de Veracruz, y me apresuré a darle la publicidad que
merecía, más que exigir la recompensa debida a los servicios que entonces presté, mi
ánimo fue excitar al ejecutivo a separar de la carrera gloriosa de las armas al cobarde e
ignorante general a quien había confiado la defensa de aquel puerto y sus demás lugares
comarcanos. Movióme a dar este paso la consideración de que habiéndose presentado
una oportunidad para reparar las afrentas sufridas en el campo de San Jacinto, había
vuelto a humillarse el pabellón nacional, consolidándose nuestro oprobio en el exterior
por la ignominia de aquel día. Pero aún más me estimuló a hablar de aquella manera el
ver que cuando lo restante de toda la América y toda la Europa sabían bien la
humillación que pesaba sobre nuestras armas, a consecuencia de aquella jornada, la
República mexicana era la única que la ignoraba y aun creía que podía ufana presentar al
mundo una rama de laureles, adquirida por prodigios de valor. Así es, que haberla
mantenido por más tiempo en la ignorancia de la vergüenza, que le había traído la
impericia y cobardía de uno de sus más acreditados generales, era servir a éste y
traicionarle a ella, sin que el silencio pudiese proporcionarla ni aun la más pequeña
ventaja (1).
Sólo, pues, puede convenir a Santa Anna y sus parciales la ocultación de aquellos
hechos y aun más bien desfigurarlos, en términos que les sirvan de apoyo para hacerse
de nuevo del poder y continuar devastando la República por asesinatos y latrocinios. De
allí es que si es disimulable en ellos trabajar en el sentido indicado, no tienen los demás
títulos a la indulgencia nacional si callan pudiendo hablar sobre los verdaderos sucesos
a que me refiero y mucho menos todavía si cooperan a sostener las imposturas de aquel
malvado en la forma que pretende. Por lo mismo y por cuanto he sido el primero en dar
la señal de guerra en este punto, no omitiré aprovecharme de cuantas ocasiones se me
presenten para generalizar las especies que toqué en mi ya citada exposición y aclarar y
purificar más los hechos que en ella indiqué. Así es que por esta vez voy a encargarme
de la refutación del Manifiesto que abusando del nombre de la guarnición de Veracruz
han publicado algunos oficiales de ella, con fecha 25 del próximo pasado Septiembre,
agradeciéndoles yo la ocasión que me han proporcionado de justificarme de la nota de
importuno en que incurría si sin estas excitativas hablara al público de mi asunto con la
frecuencia que quisiera.
Pero antes de entrar en materia, debo hacer observar que acostumbrado Santa Anna a
eludir los duros compromisos en que siempre lo han puesto sus indecorosos manejos,
ha acudido esta vez al miserable artificio de que esciban a su favor oficiales que él
mismo ha agraciado o que tiene bajo su inmediata dependencia. Los unos no han de
haber querido destruir los títulos en que se han fundado sus ascensos, negando las
supuestos glorias del 5 de Diciembre ni los otros provocar la irascibilidad siempre
funesta de S.E. De consiguiente le ha sido bastante fácil conseguir su intento, de los
unos y los otros aunque no ha podido ni podrá evitar el fallo imparcial de los hombres
pensadores, que naturalmente deben extrañar no se hubiese querido sujetar al juicio
purificativo, establecido por las leyes militares, para vindicarse de las acusaciones que
le hago. ¿Por qué S.E., si tiene honor y delicadeza, no ha pedido al gobierno que se le
juzgue en consejo de guerra de oficiales generales, como debió haberlo hecho desde
que tuvo la primera noticia de la exposición que presenté? Por que está íntimamente
convencido de que empezando por el parte que ha dado de la indicada jornada, hasta el
reembarque de los franceses en el día referido, no hay cosa por la cual no deba ser
despedido con ignominia del servicio de las armas a que es indigno de pertenecer por
impostor, por cobarde, por inepto y por hombre sin pudor, sin fe, sin probidad, sin
honor, bribón, ingrato depredador, sanguinario y tranquilo en el crimen.
Mas descendamos ahora a ver lo que hay de verdad en el referido
Manifiesto. Después de hacer la pluma mercenaria que lo escribió, una
ligera reseña del regocijo que se notó en las cámaras y sus galerías y del
entusiasmo que hubo en Veracruz, cuando se supo el nombramiento del
héroe de San Jacinto para aquella comandancia general, por las
importantes ventajas que todos se prometían por entonces proporcionase
a la patria, se hace decir a los firmantes:
El general Santa Anna mereció pues, una distinción de las que tanto honran en una
República a un ciudadano, y ¡vive Dios! que corresspondió debidamente a las
esperanzas de sus compatriotas.
Véase si es cierto lo que se acaba de decir. Las ordenanzas del ejército hacen
responsable a todo oficial de la vigilancia de su tropa en el punto en que la tenga, del
exacto cumplimiento de las órdenes particulares de sus jefes, y de las generales que
aquellas explican, como la de tomar en todos los accidentes y ocurrencias que no le
estén prevenidas el partido correspondiente a su situación, caso y objeto. Á nada de
esto se arregló el general Santa Anna en el día tantas veces mencionado, pues que en
lugar de haber tomado las precauciones señaladas en las ordenanzas para evitar
sorpresas, el mismo Manifiesto que refuto prueba bastantemente que hizo todo lo
contrario, y acrimina más bien que justifica la conducta del héroe que defiende.
S.E. llegó a Veracruz el día 4 de Diciembre por la mañana y tomó desde luego posesión
del mando militar de aquel departamento, disponiendo que inmediatamente se cerrasen
las puertas, porque creyó hacer allí prisionero al príncipe Joinville, a quien suponía que
aún se hallaba en la ciudad. Le resultó su cálculo fallido, teniendo la ocasión de conocer
que no todos tienen su temeraria imprevisión. Sólo se encontraron en la plaza dos
oficiales franceses que al instante se embarcaron, llevando al contraalmirante francés el
decreto de declaración de guerra a la Francia por parte del gobierno de la República.
Esta circunstancia, unida a la de haberse reprobado los convenios celebrados con el Sr.
general Rincón, al verificarse la rendición de la fortaleza de Ulúa, debió haber hecho
entender a Santa Anna el riesgo que corría la plaza desde aquel momento, ofendido ya el
orgullo del contraalmirante. Debió, pues, o abandonarla absolutamente si no la podía
defender, o en caso de quedarse con ella, tener toda la vigilancia recomendada en
nuestras leyes militares, y tomar además las providencias que indicaban las
circunstancias. Era preciso, por lo mismo, y natural en el segundo extremo, que fue el
que adoptó, que cubriese cada baluarte con los hombres necesarios para defenderlos y
avisar con sus fuegos la aproximación del enemigo, mantener la vigilancia por rondines,
rondas y patrullas, ya sobre las murallas, ya en el mismo muelle, ya a extramuros y en
todas direcciones con partidas de caballería, y reservar la fuerza que quedase, después
de hacer esta distribución del servicio, para acudir con ella al lugar o lugares que
debieren ser socorridos. Y si para esto no bastaba la guarnición, lo que no podía ser así
porque se componía de 700 a 800 hombres, suficientes para las atenciones indicadas,
hacer venir a marchas forzadas la división del general Arista que se hallaba en Santa Fe.
Pero nada de esto hizo el héroe de San Jacinto, no sé si por ignorancia de lo que debía
practicarse en aquellas circunstancias, o porque su orgullo le hiciese presumir que su
presencia sola haría arredrarse al enemigo. Si fue lo segundo, la estupidez de S.E. no
tiene igual, porque debía suponer que el mundo todo sabía que los texanos lo derrotaron
vergonzosamente con fuerzas inferiores a las suyas, y que lo sorprendieron en medio de
la luz del día y a una hora en que sólo a Don Antonio se puede dar una sorpresa en los
términos en que entonces se le dió. Mas continuaré mi asunto, de que ya me comenzaba
a separar.
Santa Anna, como iba yo exponiendo, no dispuso cosa alguna de las que exigía su
posición, sino que como dice el Manifiesto, concentró toda la fuerza en los cuarteles; y
sin cuidar de que se vigilase en el muelle, murallas ni extramuros, dejó que la tropa del
Sr. Arista pernoctase en Santa Fe, a donde había llegado por la tarde del día 4, pudiendo
haberla situado en Veracruz en aquella noche, y reunir toda la gente de las
inmediaciones, con todo lo cual le habría sido muy fácil oponer al enemigo una
resistencia de 3 a 4000 hombres.
Sus defensores pretenden en su Manifiesto desvanecer este cargo, haciendo traslucir
que S.E. había ordenado que la indicada división se aproximase a los Pozitos; y aun
dicen claramente que si esto no se verificó, fue por haberse extraviado la orden en que al
general Arista se le hacia semejante prevención. Pero además de las apariencias que hay
de haberse inventado este arbitrio, para cubrir la indolencia vergonzosa del general
Santa Anna, hay que observar que la situación peligrosa de la plaza demandaba que
aquella orden no se expusiese a los extravíos que en tales casos deben precaverse,
remitiéndose con oficiales de honor, y por tres, cuatro o cinco conductos diferentes, lo
que nunca se podrá probar que se hizo. Hay más, el general Arista llegó a Veracruz por
la tarde del día 4, como llevo dicho: si a él se dirigía la comunicación referida y no la
recibió por el extravío que se supone, ¿por qué al saber este accidente no se libraron
luego nuevas órdenes para hacer mover aquella división, la que sin duda alguna habría
llegado a la plaza a las diez o las once de la noche a más tardar, supuesto que Santa Fe
sólo dista de Veracruz tres leguas a lo más? ¿Será posible que S.E. hubiera llevado su
negligencia hasta el extremo de no haber preguntado al Sr. Arista, al momento de
presentársele, en qué parte dejaba sus fuerzas, y si había o no recibido la comunicación
de que se trata? Pero no hay cosa razonable que pueda disculpar tan torpes y criminales
omisiones.
Ellas dieron al fin el resultado que debían naturalmente producir: el general Santa Anna
fue sorprendido el día 5 al amanecer, siendo lo más vergonzoso, que en una plaza
murallada hubiese penetrado el enemigo sin ser sentido, y que hubiese llegado hasta la
casa del general en jefe, situada en lo interior de ella, sin que éste supiese lo que pasaba
ni aún en la calle en que vivía. Algunos tiros disparados por la guardia que custodiaba al
héroe, en tiempo que una columna enemiga estaba ya encima de su morada, fueron los
primeros anuncios que tuvo del peligro que corría, y los que le hicieron salir
violentamente aturdido y sobresaltado, sin casaca y sin sombrero. S.E. dirigió entonces
sus trémulos y precipitados pasos, como se lo exigían las circunstancias, hacia el
campo; no á la cabeza de su guardia, según asegura el Manifiesto, porque ésta desde
luego se dispersó a la carrera que dió su capitán Don José María Campos, quien
arrojándose por el baluarte de San Mateo, huyó despavorido hasta los Pozitos, sino sólo
y sin pensar en otra cosa que en salvar su interesante persona.
Y no fue difícil que el general Santa Anna hubiese podido escapar pasando por en medio
de las tropas enemigas, porque habiendo salido en el traje que he indicado, no pudieron
los agresores figurarse que pudiese presentarse así el caudillo que buscaban. Habiendo
conseguido, pues, allanar aquel primer embarazo, se dirigió precipitadamente al cuartel
Landero, a donde llegó al tiempo que iban a cerrar. De allí pasó al de Hidalgo, que tiene
con el otro una comunicación subterránea, y por una escalera de mano se tiró al campo,
yéndose a situar al Matadero, sin duda alguna con el objeto de aprovecharse de una
porción de arbustos que hay en las inmediaciones de aquel lugar , y en que muy
fácilmente se habría podido esconder S.E., si los invasores hubiesen seguido sus
huellas.
Abandonada así la plaza por la vergonzosa fuga del general en jefe, y sin haberse antes
tomado ninguna medida para su defensa, la mayor parte de la guarnición no sabía qué
hacer en el desconcierto en que se hallaba, y tuvo que echarse a vagar en diferentes
direcciones sin presentar resistencia alguna al enemigo a excepción de un corto número
de valientes, que por sí y sin la combinación que expresa el Manifiesto en su página 6 se
defendieron en el cuartel. Yo que sin embargo de no tener entonces ningún empleo
militar, había ofrecido mis servicios para repeler la agresión injusta de la Francia, salí de
la casa de mi habitación a los primeros tiros, buscando las filas de la patria, como lo
verifiqué al primer cañonazo de la escuadra, el día 27 del próximo pasado Noviembre, y
se acredita por los documentos que van marcados al fin de esta refutación con los
números 1 y 2. Desgraciadamente no hallé sino confusión y desorden, lo que me obligó
a salir al campo, después de haber querido en vano penetrar al cuartel, que se hallaba ya
cerrado y con el enemigo encima.
Al salir noté que los dispersos tomaban diferentes direcciones, habiendo yo podido
descubrir entre ellos al capitán Don Mateo Aragón y al teniente coronel Don Mariano
Jaime, que al trote pasaba huyendo con todo su escuadrón. Al encontrarme con el
último le supliqué hiciese alto, viese el modo de formar con los dispersos una columna,
situarla en la puerta nueva, resistir allí al enemigo, y en caso preciso, retirarse en orden
en busca del general. Pero nada pude conseguir: Jaime, lleno de pavor, creía que le daba
alcance el soldado francés, y volteando a ver de cuando en cuando hacia la plaza, picaba
el buen caballo gue tenía con mucha anticipación preparado para la fuga. Este, sin
embargo, se presenta en el Manifiesto, hablando de sucesos que su cobardía no le dejó
presenciar. Bien es verdad que lo mismo han hecho el sargento mayor de la plaza Don
Miguel G. de Castilla y el coronel Don José María Flores; porque si Jaime se fue a situar
a los Pozitos sin volver a Veracruz, Castilla marchó desde el Matadero con una comisión
a Santa Fe, de donde no regresó sino hasta el día siguiente, y Flores fue a parar en su
fuga presurosa a dos leguas de la plaza, y no se le volvió a ver la cara hasta al cabo de
los tres días después. En iguales circunstancias se hallan algunos otros de los más que
firman el impreso que refuto; pero no quiero avergonzar á miserables subalternos.
Viendo yo pues, que Jaime se resistió al proyecto que le indiqué, quise volver al cuartel
y me dirigía para allá, cuando S.E. el general Santa Anna me llamó para el Matadero, en
donde estaba todavía. Con efecto, me le incorporé, y poco después se fueron reuniendo
muchos dispersos de la plaza, a los que llama el Manifiesto en su página 6 cuerpo de
reserva, y que realmente no era otra cosa que un hacinamiento de cobardes que habían
elegido aquel lugar para salvarse, empezando por su general que no tuvo valor ni para
quedarse en el cuartel que se defendió con dignidad y denuedo.
Entre tanto, los franceses posesionados ya de la ciudad y de todos los baluartes, a
excepción del único punto indicado, desmontaban y clavaban nuestra artillería,
destruían los montajes de los bastiones, el parque y demás útiles de guerra y
maestranza, sin que por nuestra parte hubiese quien osase oponerse a este escarnio de
la República. Me ocurrieron entonces mil reflexiones tristes al ver frustradas las
esperanzas que la nación se había prometido cuando confió su defensa al que suponía
que era capaz de salvarla. Mirando de hito en hito a Santa Anna, decía entre mí: he allí al
que ha pasado por el primer general de los mexicanos, al que a título de valiente ha
destruído sus leyes, los ha asesinado, saqueado y ultrajado, sin que nadie se hubiese
atrevido a castigarlo, porque todos le temen. ¿Es posible, exclamaba yo interiormente,
que éste cobarde, sin saber, sin virtudes, sin mérito de ningún género, hubiese sido el
ídolo, á cuya presencia hubiesen temblado todos los generales de la República, y se
hubiesen posternado los pueblos? No me pasaba entonces por la imaginación suponer
que pudiese volver a figurar, como después figuró, ni menos me persuadía que se
atreviese a llevar posteriormente su insolencia al extremo de hacer callar a las cámaras,
al Poder Conservador y demás funcionarios públicos, en los términos en que lo ha
hecho. Esto es sin embargo lo que después he visto con el mayor asombro, habiendo
admirado todavía más de que su misma cobardía hubiese sido desfigurada, abusándose
de nuestra imbecilidad, para elevarlo de nuevo al poder en que nos ha insultado, como
antes no se había atrevido a hacerlo. Sólo los mexicanos hemos podido tener paciencia
para haber tolerado tanto baldón y tanto oprobio.
Santa Anna en el Matadero permanecía rodeado de más de 30 jefes y oficiales
inservibles, sin ningún ayudante de los que habla el Manifiesto en su página 7. Por eso
tuvo tanta necesidad de valerse de mí para que fuese á Vergara, una legua distante de
aquel punto, a disponer se incorporase a S.E. un piquete de tropa que allí existía. Cumplí
con este encargo y a mi tránsito por los Pozitos previne a los capitanes Aragón y Gama,
se reuniesen en el cuartel general. A mi regreso se me ordenó abriese una brecha hacia
el cuartel que se defendía, y de cuya operación fue preciso desistir por carecer de los
útiles necesarios. Entonces fuí destinado a sostener el baluarte de Santa Bárbara, único
que el enemigo no había tomado, porque no había querido, y que servía de defensa al
flanco izquierdo del cuartel.
Hecho esto se notó que los franceses ponían bandera blanca, señal que sin duda
hicieron para hacer cesar los fuegos, poder entretanto recoger sus heridos y emprender
su retirada. Esta noticia fue comunicada al general por un sargento mandado por el
coronel Don Cristóbal Tamariz, que era el que mandaba el cuartel, y no el coronel
Cadena, como suponen los firmantes del Manifiesto. La contestación dada a semejante
mensaje fue la de ordenarse a Tamariz por toques de clarines, redoblase los esfuerzos
de su resistencia. Sin embargo, el enemigo verificó su retirada, y así que el general se
informó bien de que ya se hallaba en el muelle, fue cuando se aproximó al cuartel, y
dispuso que de los dispersos que traía, unidos a los defensores de este punto, se
formase una columna para cargar a los agresores en su retirada. Ordenada ella me le
reuní y marchamos a las órdenes del general hasta el convento de Santo Domingo, en
donde se hizo alto. Desde allí se me ordenó practicase un reconocimiento sobre el
muelle, lo que verifiqué acercándome a él por el flanco derecho, hasta llegar a treinta
varas del embarcadero. Pude entonces observar que el enemigo tenía una emboscada en
el cuarto destinado en aquel punto al servicio del oficial de la guardia, la que habría
acabado conmigo, a no habérselo impedido los oficiales que la mandaban; que los
demás se embarcaban con violencia, y que sobre el muelle no quedaban más que de 70
a 80 hombres, con una pieza abocada a la puerta principal. Reunidos estos datos
contramarché a gran galope a dar cuenta de mi observación, e impuesto de ella el
general, dispuso que avanzásemos. En este momento desertó el teniente coronel Don
Bartolomé Arzamendi, por lo que quedó a la cabeza de la columna el de igual clase Don
José Francisco López. Llegamos pues a la plaza del muelle, y se mandó que para
presentar el frente al enemigo, se hiciera un medio cuarto de conversión sobre la
derecha, en cuyo acto se guareció el general en la esquina o ángulo que forma la
comandancia del puerto dejando casualmente descubierta una pierna. Del movimiento
resultó que se entrase por mitades, frente al muelle, y al instante disparó el enemigo la
pieza cargada a metralla, que fue la que hirió la parte del cuerpo de S.E. que se hallaba
en descubierto, mató dos oficiales y algunos granaderos, me lastimó la cara y acabó con
mi caballo. El tiro fue tan certero que desordenó la cabeza de la columna, la que ya no
volvió a cargar a la bayoneta como dice el Manifiesto página 8, sino que por la muralla
dirigió algunos tiros al enemigo. Éste al fin se reembarcó, llevándose sus heridos y
muertos, y dejando solamente en la ciudad la consternación y el sobresalto.
Concluída, pues, aquella refriega, en que quedó muy mal puesto el honor militar de la
República, se evacuó la plaza por nuestras tropas, situándose el campo en los Pozitos,
cuando no había necesidad alguna de que se hubiese adoptado aquella providencia.
Porque si S.E. se hallaba en imposibilidad absoluta de continuar en la ciudad, esta
circunstancia no hacía indispensable el abandono de ella, como que confiado el mando a
cualquiera otro, lo habría sostenido en aquel punto con más pericia y valor que lo había
hecho el que hasta entonces pasaba por el primer general de la nación.
De todo lo dicho que estoy dispuesto a probar en juicio, como lo tengo pedido al
gobierno, y no se ha querido acceder a mi demanda, resulta: primero, que la plaza de
Veracruz fue sorprendida en la mañana del 5 de Diciembre del año pasado, de una
manera vergonzosa para el general Santa Anna; segundo: que S.E. huyó después de la
sorpresa, yéndose a situar a extramuros en lugar donde podía fácilmente continuar su
fuga, o esconderse, si los franceses le hubiesen seguido; tercero: que no volvió a la
plaza sino cuando ya supo, de una manera positiva, que el enemigo se hallaba de
retirada en el muelle, y embarcándose para sus buques; cuarto: que no se aproximó a
este punto sin haberse cerciorado plenamente de que ya era poca la fuerza francesa que
estaba en tierra, y que ésta se apresuraba a meterse en sus buques y lanchas; quinto:
que S.E., en la supuesta carga, que se dice se dió en el muelle, procuró colocarse bien,
dándose el competente resguardo, y que sólo por casualidad pudo haberlo herido la
metralla de los invasores; sexto: que no se obligó a éstos a evacuar la plaza, sino que se
retiraron cuando quisieron, y ya que habían inutilizado la mayor parte de nuestros trenes
y municiones de guerra; y séptimo: que no se hizo a los franceses ningún prisionero, ni
se les cogió ninguna pieza, como lo asegura S.E. en el parte que entonces dió; y que la
que figuró haberse quitado al enemigo en el muelle, era de uno de nuestros baluartes, de
donde la bajaron los agresores para hostilizarnos y dejar á S.E. memorias
desagradables.
Francisco de P. Orto
Don Miguel Lerdo de Tejada, Rivera y Zamacois, están enteramente de
acuerdo con Don Francisco Orta en los hechos, que no quisieran
calificar ...
dispuso Baudin que se retiraran y marcharan todos hacia el muelle para embarcarse, no
habiendo sido su intención como he dicho antes apoderarse de la ciudad ...
Sabido esto por Santa Anna que en aquel momento se hallaba fuera en el punto llamado
el Matadero quiso ir a batirlos en su retirada ... y poniéndose al frente"de una columna
de trescientos hombres marchó hacia el muelle, siguiendo el costado interior de la
muralla; pero al presentarse frente a la puerta de ésta, los franceses que para tal evento
habían colocado en la punta del muelle un cañón que estaba en la calle de San Agustín,
cargado a metralla, lo dispararon sobre la fuerza de Santa Anna y aquel tiro fue de un
efecto funesto para ella (2).
Este desgraciado contratiempo causó naturalmente algún desorden en la tropa, que por
supuesto no pensó ya en ir sobre el muelle, pero usando los soldados de las aspilleras
de la muralla inmediata a aquel punto, continuaron el fuego sobre los setenta u ochenta
franceses que estaban embarcándose.
Tal fue la señalada victoria de Santa Anna contra los franceses relatada
por Don Miguel Lerdo de Tejada. Rivera, en su Historia de Jalapa, tomo III,
narra enteramente los mismos hechos que Lerdo de Tejada, Zamacois
dice:
Como el objeto de los asaltantes no había sido otro que el de apoderarse por sorpresa
de Santa Anna y destruir algunas obras de defensa de la plaza, se retiraron para
reembarcarse. Santa Anna al ver al movimiento retrógrado de sus contrarios, se puso a
la cabeza de una fuerza y fue siguiendo hasta el muelle. Los franceses habían colocado
en éste un cañón cargado con metralla previendo que serían atacados al retirarse y
haciendo fuego en el momento en que los mexicanos se acercaban fue herido Santa
Anna en la pierna y mano izquierda y muerto el caballo que montaba. A los estragos
hechos por la pieza de artillería, la columna se desordenó y los franceses se
reembarcaron sin ser molestados más que de las aspilleras de la muralla que estaba
próxima al muelle (3).
En cuanto a hechos son los que refiere Orta, de acuerdo con las
versiones oficial e histórica del enemigo. Orta no hace más que calificar y
lo hace correctamente.
El hecho de que Santa Anna estuviera fuera de la ciudad mientras los
franceses atacaban la plaza que el gobierno le había ordenado defender,
es una cobardía. El comandante de una plaza está obligado a mantenerse
dentro de ella cuando la atacan y si sólo hay un punto que se defienda
como sucedió en Veracruz, está obligado a estar en dicho punto.
Es un hecho reconocido por los historiadores citados, que Santa Anna
esperó a tener noticia de que los franceses se reembarcaban para ir a
hostilizarlos, cuando su deber era atacarlos cuando estaban ocupados en
atacar el cuartel de la Merced. Santa Anna no prestó pues auxilios a los
defensores de la Merced y en consecuencia se portó como un jefe
cobarde que es lo que dice Orta.
Santa Anna esperó a que sólo hubiese un puñado de franceses setenta u
ochenta en el muelle, para atacarlos con trescientos, los que al primer
disparo de cañón, se desordenaron y como dice Lerdo de Tejada ya no
pensaron más en ir sobre el enemigo conformándose con tirotearlo detrás
de una muralla. Esto nada tiene de heroico ni de valiente y con justicia
Orta lo califica de cobarde.
Los historiadores citados están de acuerdo y nunca hubo militar que lo
contradijera, que no hubo tal carga a la bayoneta y que el cañón que
dispararon los franceses era mexicano, encontrado por ellos en la calle
de San Agustín. Luego Orta, tiene razón en calificar a Santa Anna de
impostor.
Por último, en conjunto los hechos, tales como los relatan Lerdo de
Tejada, Zamacois y Ribera, significan no una brillante victoria, sino una
vergonzosa sorpresa, por la que 1500 franceses, toman casi sin
resistencia todos los fuertes y fortificaciones de una plaza, clavan sus
cañones y destruyen el montaje, la desarman y hacen huir a su guarnición
excepto a los que se refugian en el cuartel de la Merced, y hacen
prisionero al general segundo en jefe Arista. Razón tiene Orta en decir
que decretando el Congreso honores, ascensos y recompensas por tanta
ineptitud y cobardía; las naciones extranjeras nos declaran pueblo
imbécil que no sabe distinguir el heroísmo de la indignidad.
No se necesita de historiadores, ni de testigos presenciales, y actores el 5
de Diciembre en Veracruz, para irritarse o reirse del parte oficial de Santa
Anna, que le devolvió su rango en la napoleonería de los grandes
capitanes y en la cúspide del patriotismo. El parte de Santa Anna hace
desde luego el efecto del de un hombre herido que sabiendo ya que no
corre peligro su vida, finge creer que está a orillas de la tumba, para que
sus palabras adquieran tono elevado de verdad, solemnidad y positivo
valor. El estilo del parte no es el de un héroe, ni el de un valiente, ni
siquiera el de un hombre que ha cumplido cuarenta años de edad; es el
género de Flor de un Día y la Dama de las Camelias sin el talento de
Campoamor y Dumas. Pero dejando a un lado el estilo que tanto
conmovió y en que casi Santa Anna, dice a los mexicanos enternecidos:
Si oís contar de un náufrago la historia ... vamos al grano vacío y podrido
del parte de la victoria del 5 de Diciembre.
Santa Anna después de confesar que fue sorprendido como toda su
guarnición, tan completamente como en San Jacinto por los texanos, lo
que indica que teniendo la especialidad de dejarse sorprender, todo podía
ser menos militar; relata que rechazó la invasión sin poder negar que el
enemigo tomó todos los fuertes y destruyó la artillería. Al público no se le
ocurrió informarse cómo puede ser rechazada una invasión después de
haber sido consumada: una doncella es sorprendida dormida y violada
por un bandido. El padre o hermano, o defensor cualquiera de la doncella
aún cuando lograra matar al bandido violador nunca tendría derecho a
decir: rechacé la violación. Santa Anna después de que los franceses
hicieron en Veracruz, lo que se habían propuesto, conforme a la orden del
día anterior, firmada por su jefe, tenían consumada la invasión puesto que
ya se retiraban, luego es ridículo que Santa Anna pretenda haber
rechazado lo consumado, que él mismo no niega ni puede negar.
¿Cómo rechazó Santa Anna la invasión según su parte? En el muelle, es
decir fuera de las puertas de la ciudad. ¿Cómo es posible rechazar a una
banda de ladrones, fuera de la casa que acaban de robar y cuando ya se
retiran?
Pero lo más ridículo e inverosímil es que los obligó a embarcarse con una
carga a la bayoneta. Las cargas a la bayoneta sirven para matar, herir,
hacer prisioneros o arrojar al agua a los que no tienen más retirada que el
mar, aun cuando en ese mar tengan embarcaciones. Es imposible que
una tropa pueda embarcarse bajo la acción de una carga a la bayoneta;
apenas un número insignificante lograría hacerlo, pero la gran mayoría
tendría que morir por las bayonetas, por arrojarse al mar o quedar
prisionera. Sólo la noticia de que se habían reembarcado los franceses
bajo la acción de una carga a la bayoneta, bastaba a los mexicanos para
decir: el traidor de Texas miente.
Federico el Grande, fue el inventor de la bayoneta y decía: es una arma
que sólo pueden manejar mis granaderos porque no está hecha para
tropas que sólo sean buenas (4). Napoléon I decía: sólo a soldados de
primer orden se les puede ordenar una carga a la bayoneta contra
soldados de igual calidad. La infantería conquista su puesto más elevado
cuando es capaz de usar de sus bayonetas (5).
En el parte oficial de Gaona y del general Rincón, se dice que la fortaleza
de Ulúa, tenía que ser débilmente defendida porque los soldados casi
todos eran bisoños que no conocían el manejo de su arma. Sólo un Santa
Anna puede tener el atrevimiento de burlarse de los mexicanos
noticiándoles que soldados bisoños han dado una triunfante carga a la
bayoneta, a tropas viejas, aguerridas, de primera calidad, especialistas en
el manejo de la bayoneta y justamente reputadas en aquella época como
las primeras del mundo. Esto nunca ba sucedido, la historia de la guerra
desde que hay bayonetas, no consigna un solo caso de carga triunfante
de reclutas que no saben manejar las bayonetas a tropas de primer orden.
¿Y quiénes eran esos soldados bisoños? Los capitulados de San Juan
Ulúa, que según el considerando 4° de la Acta de la Junta de Guerra que
decidió la capitulación, no estaban en estado de cumplir con los deberes
que les imponía el honor y la ley militar, por el notable decaimiento en que
se encontraba su espíritu.
¿Y esos soldados desmoralizados que rehusan batirse detrás de
fortificaciones y en número de 300, son los que dan una carga triunfante a
la bayoneta a sus 1500 vencedores de la víspera?
Una carga a la bayoneta es siempre sangrienta y una carga triunfante
dada contra soldados que no tienen más retirada que el mar, produce
gran captura de prisioneros y deja en el campo gran número de muertos y
heridos. Santa Anna no explica porque no quedó en su campo de victoria
ni un solo francés muerto, herido o prisionero. ¡Carga de bayoneta
original verdaderamente!
Hay un hecho que prueba que Santa Anna no se atrevió con sus
trescientos hombres a atacar a los franceses en el muelle hasta que sólo
allí quedaban por embarcar setenta u ochenta hombres, y es que los
franceses tuvieron tiempo para embarcar sesenta heridos que habían
tenido en conjunto al atacar la casa de Santa Anna, los fuertes y el cuartel
de la Merced. Recoger sesenta heridos diseminados en diversos puntos
de una ciudad y embarcarlos es operación que no puede ser violenta e
imposible de efectuar bajo una carga a la bayoneta.
Pero aun suponiendo que lo de la carga hubiera sido cierto respecto de
los 70 u 80 que quedaban por embarcar cuando apareció Santa Anna al
frente de los 300, supongamos que los 80 mueren. ¿Es esto triunfo? 1500
hombres desembarcan en una ciudad, la sorprenden, hacen prisionero al
segundo en jefe y a varios oficiales, toman todos los fuertes, los
desarman y al retirarse voluntariamente el enemigo alcanza a un resto de
80 hombres y los extermina. ¿Quién ha obtenido la victoria?
Indudablemente los 1500 asaltantes.
Pero lo más original es que Santa Anna había sido aclamado como el
salvador de la patria cuando las galerías del Congreso escucharon que el
gobierno le había confiado la defensa de Veracruz y es curioso que Santa
Anna triunfe y desocupe la plaza que el gobierno le había ordenado
defender; perdiendo toda su artillería y dejando a Veracruz a discreción
del enemigo. ¿Era esto cumplir con la orden que le habían dado?
¿Triunfar del enemigo es abandonarle un punto que se tiene obligación
de defender? Zamacois sorprendido nos dice sobre este asunto:
Todos al leer el parte recibido, llegaban a persuadirse que había obtenido (Santa Anna)
una importante victoria sobre el enemigo, y nadie se fijaba en aquellos momentos de
entusiasmo, inspirado por la lectura conmovedora, en la consideración de que era
verdaderamente extraño haber permanecido en la plaza antes de que fuera atacada, y
haberla abandonado después de asegurar que habían sido rechazados los contrarios a
los cuales se les debía suponer más temerosos de emprender un nuevo desembarco (6).
Esta credulidad que espanta y entristece y que aseguraba en el extranjero
la burla para nuestras victorias y en el país el triunfo de un cobarde,
dispuesto a tiranizar al pueblo que es organismo civil, en virtud de las
frases que dijo temblando a Houston: Yo aborrezco á los civiles, no tenía
origen en la ofuscación disculpable que produce un ardiente patriotismo;
porque si hubiese habido patriotismo, Santa Anna hubiera sido hecho
pedazos al presentarse cínicamente en el país que tanto había ultrajado y
no hubiera sido cobarde ante los franceses, como lo fue ante los
voluntarios norteamericanos. Si hubiera habido patriotismo se hubieran
encontrado los $150,000 que no pudieron dar en cinco meses los siete
millones y medio de los habitantes para poner bajo un pie imponente las
fortificaciones de Ulúa y Veracruz como lo ofrecía el general Rincón. Si
hubiera habido patriotismo no hubieran ido a defender la patria, como los
soldados rasos y a fuerza, los tahúres,los vagabundos,los asesinos
cogidos de leva y llevados en cuerda al terreno del honor, sino que se
hubieran presentado voluntariamente a morir o vencer, los honrados, los
virtuosos, los industriosos, los jóvenes entusiastas, los viejos
venerables, las mujeres heroicas. Si hubierá habido patriotismo no se
hubiera abandonado la guerra de Texas en que se jugaba el más rico
territorio de la República, la verdadera dignidad nacional y el porvenir
completo de toda la patria; por negarse a pagar deudas justas, por
negarse a hacer justicia, por no entender que no hay soberanías
absolutas de naciones que puedan cometer atentados bárbaros contra los
extranjeros; porque contra una soberanía absoluta, la civilización ha
inventado la fuerza absoluta.
Si hubiera habido patriotismo no se hubiera decretado el sacrificio frío,
seco, horrendo de Veracruz, bombardeado por quinientos cañones,
mientras los patriotas se quedaban en México a esperar las bombas de la
escuadra, en las calles de Plateros. Y si Veracruz, la única ciudad que
manifestó espíritu público, que entregó dinero, víveres, aliento, verdadero
entusiasmo y 580 voluntarios no fue reducida a escombros mientras los
partidarios de la guerra tenían miedo al vómito, a los mosquitos, a los
alacranes y a otros azotes que con arrogancia despreciaban los
franceses; fue por la generosidad del contraalmirante, por el espíritu
francés caballeresco, por la humanitaria y valiente decisión de desarmar
la ciudad sin hacerla polvo. El partido santanista había resuelto con tal de
levantar de nuevo a su hombre darle por pedestal de su lúgubre grandeza
las ruinas de Veracruz, con la certidumbre de que al enemigo no se le
podía causar ya ni el más leve rasguño en ninguno de sus barcos, ni el
más leve mal a ninguno de sus hombres.
No, no era el patriotismo la causa eficiente de una credulidad pública que
aterra, porque si al cobarde se le rendía homenaje como a héroe, cuando
volviera a tiranizar tenía que creérsele benemérito y divino. La credulidad
era efecto de la vanidad que tantos males nos había causado y que
mayores debió causarnos. La independencia nos hizo romper con los
españoles, ¡muera todo lo español! fue el grito patriótico; pero quedamos
con su justo e inconmensurable orgullo militar. Como hijos de españoles
hemos arrebatado por testamento falso toda la herencia de las glorias
militares de España. Creemos que somos nosotros los dominadores del
mundo en el siglo XVI, los que estuvimos a punto después de Pavía de
reconstituir el Imperio de Carlo Magno; creemos ser los dueños de
Flandes, de la mitad de Italia, los conquistadores en Asia, África y
América; sin pensar en que las glorias españolas no pueden ser nuestras
desde que dejamos de ser españoles y al constituir una nación mexicana
hay el deber de constituir glorias mexicanas. La independencia nos
desheredó de las glorias militares españolas y nos impuso el deber de
crearlas. Las glorias españolas no pueden ser ya glorias mexicanas, esto
es absurdo.
Es frecuente este razonamiento en los discursos cívicos que tanto mal
causan a la moral pública y sobre todo a la historia. España venció a
Napoleón I, nosotros vencimos a España, luego militarmente valemos un
grado más que España y dos más que Napoleón. Esto es simplemente
estúpido. En primer lugar España no ha vencido militarmente a Napoleón,
muy pocas son las batallas ganadas por los españoles a Napoleón y son
muchas las derrotas que el ejército francés ocasionó al ejército español.
Napoleón tenía que luchar contra toda Europa y no pudo concentrar sus
elementos sobre España. España venció a una parte del ejército de
Napoleón por la guerra irregular, de guerrillas, nunca por la guerra regular
militar. Napoleón I, ni fue, ni pretendió nunca ser guerrillero. El duque de
Wellington venció a Napoleón I frente a frente y militarmente en Waterloo,
esto nunca lo hizo ningún militar español.
No se entiende por potencia militar la que puede pelear y vencer por una
lucha incesante de guerrillas que tienen por principio hacer la guerra casi
sin combate, mientras que la guerra militar tiene por objeto exclusivo
combatir. La vanidad nacional de 1838, se empeñaba en creer y sostener
que éramos una gran potencia militar, capaz de batirnos con la seguridad
de triunfar a número igual, con los primeros soldados del mundo.
Nunca derrotamos a la mayoría del ejército de España en la guerra de
independencia. Nunca la colonia Nueva España luchó sola con toda la
potencia militar de la metrópoli que por otra parte no era la misma que la
que tuvo durante todo el siglo XVI. Hemos luchado contra un gigante
militar en la guerra de independencia cuando ya este gigante estaba viejo,
decadente, pobre, maltratado, humillado, desalentado, entristecido bajo
su rey Fernando VII. Todavía más, no hemos luchado contra toda la fuerza
de ese coloso casi agonizante, sino contra una parte pequeña de su
fuerza, 20 000 soldados españoles odiados por seis millones de colonos y
sin recibir un centavo de su país, han sostenido diez años de insurrección
y al fin la dominaron. La independencia fue consumada por el partido
español y el partido insurgente tuvo que conformarse con el príncipe
español estipulado en el Plan de Iguala.
La insurrección de las colonias españolas se inició y desarrolló cuando
España luchaba contra Napoleón I y esa lucha agotó sus hombres y sus
recursos y después España agotada y a dos mil leguas de distancia,
sostuvo siempre la guerra con actitud valiente contra todas sus colonias
americanas continentales. Supongamos que ocho o diez muchachos
toman cada uno un garrote y atacan a un viejo valiente, resuelto, que
acepta el combate. El viejo cae vencido. ¿Quién de los ocho muchachos
tiene el derecho de decir yo solo he vencido a ese viejo? Ninguno, y
menos para jactarse de haber vencido al viejo cuando fue joven, sano,
vigoroso, dominador y heroico.
Es inútil decir que el partido santanista dominante en el Congreso en
Diciembre de 1838 y en 1839 colmó de honores, condecoraciones,
diplomas, cintas, placas, pensiones y ascensos a Santa Anna y a la legión
de cobardes que el 5 de Diciembre en vez de batirse permanecieron en el
Matadero, para después prescindir de atacar a 70 u 80 franceses debido al
cañonazo único que éstos dispararon en el muelle.

NOTAS
(1) Orta, Refutación al Manifiesto de la guarnición de Veracruz, Biblioteca Nacional.
(2) Lerdo de Tejada, Apuntes históricos de Veracruz, tomo II, pág. 416.
(3) Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 165.
(4) L 'art de la guerre, traducido del general Van der Goltz. pág. 36.
(5) Decker, l'Infanterie, pág. 14. Traducción del alemán.
(6) Zamacois, Historia de México.
Índice de Las grandes mentiras Tercera parte -
Tercera parte - Biblioteca
de nuestra historia de Francisco Capítulo VI Primera
Capítulo VII Virtual Antorcha
Bulnes parte
Índice de Las grandes mentiras Tercera parte - Biblioteca
Tercera parte -
de nuestra historia de Capítulo VI Segunda Virtual
Capítulo VIII
Francisco Bulnes parte Antorcha

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo séptimo
LA PAZ
Sorprendente fue que después del bombardeo y toma de Ulúa por las
fuerzas navales de Francia, el Congreso mexicano hubiera declarado la
guerra a Francia. ¿Qué objeto tuvo semejante contrasentido? ¿Se quiso
hacer aparecer el ataque de San Juan de Ulúa como imprevisto, alevoso,
completa obra de felonía? Si tal propósito hubo fue tan malévolo como
insensato. Todas las naciones civilizadas habían recibido notificación del
bloqueo de parte del gobierno francés y era imposible que siete meses de
bloqueo no hubieran hecho entender al gobierno mexicano que Francia le
era hostil.
Por otra parte, tampoco podía sostenerse que el bloqueo había sido acto
de felonía porque en el ultimátum de Marzo de 1838, presentado al
gobierno mexicano por el barón Deffaudis, este diplomático dió de plazo
hasta el 15 de Abril próximo para que nuestro gobierno le contestara
satisfactoriamente y de no hacerlo así el bloqueo tendría lugar.
El decreto del Congreso declarando la guerra a Francia fue un acto
vergonzoso para México porque aceptó con ello una doctrina infeliz e
insostenible, no reconocida en Derecho internacional y que sólo es
aplicable a los débiles; doctrina que sostiene que puede haber bloqueo
pacífico. Es contra el sentido común, que una nación que por medio de
sus armas priva a otra por bloqueo de su comercio exterior y de toda
soberanía en sus aguas, realice un acto pacífico y tal vez agradable para
la nación perjudicada. Si un bloqueo pudiera considerarse como acto
pacífico nadie dudaría que Chile con su marina de guerra, podría bloquear
tranquilamente todos los puertos de Inglaterra, recibiendo banquetes de
la marina británica para probar la adhesión del gobierno inglés a los actos
pacíficos del bloqueo.
El Derecho Internacional nunca ha admitido como acto pacífico el llamado
bloqueo pacífico.
Algunas naciones de Europa han sostenido que es factible bloquear un puerto sin que
por esto se entienda que se hallan en guerra la que lo ejecuta con la que lo sufre.
Empezaremos por advertir que una vez tan sólo se ha sostenido este principio respecto
a un Estado europeo (Turquía) reservándose por estos su aplicación a las Repúblicas
sudamericanas (1).
Pistaye y Duverdy dicen:
Para los que nos atenemos a la realidad de las cosas, y sólo reconocemos los bloqueos
en el caso que sean efectivos, es indudable que desde el momento en que se notifica se
rompen las hostilidades. Con efecto, esta clase de operaciones no pueden ejecutarse sin
que la nación que las lleve a cabo deje de emplear sus fuerzas en contra de aquella que
las sufre; son, pues, actos hostiles que determinan la aparición del estado de guerra
entre el bloqueador y el bloqueado. Acontece frecuentemente que cuando una potencia
de primer orden trata de exigir una satisfacción á otra que ocupa un rango secundario,
se limita a decretar el bloqueo sin declarar terminantemente la guerra. Ahora bien,
aunque ésta no haya sido comunicada existe realmente, sólo que como es más fuerte la
nación que la hace, no emplea todos los medios de que puede disponer, atendiendo
siempre a su conveniencia (2).
Pero donde esta cuestión adquiere gran importancia y se delinea su verdadero carácter
es al tratarla con relación a los neutrales.
Considerando el bloqueo, dice Huatefeuille, en la parte referente a los
derechos y deberes de los pueblos pacíficos:
Se ve que no puede existir sin la guerra. La navegación y el comercio son libres para
todas las naciones, que pueden dedicarse al tráfico que mejor les convenga, a condición
de que lo consienta aquella con la cual haya de establecer su correspondencia mercantil.
Es un principio inconcuso que un tercer Estado no puede, sin cometer un gran atentado,
oponerse al libre tráfico y comercio de dos pueblos; pues bien, en el llamado bloqueo
pacífico ocurre que el bloqueante está en paz con el bloqueado y con el neutral que se
presenta para entrar en el puerto. Siendo esto así ¿a qué título ha de imponer su
voluntad a los contratantes extraños por completo a su jurisdicción? La oposición en
estas condiciones al tráfico de dos países es una infracción de los deberes de la parte
que la comete y una violación de los derechos de los que la sufran.
Es evidente que una nación digna debe considerarse gravemente
ofendida porque otra le impida todo comercio exterior y siendo todo
bloqueo efectivo un acto de guerra debe considerar como que la guerra le
ha sido declarada desde que el bloqueo comenzó a tener verificativo.
Pero en México en 1838, se entendía de otro modo la dignidad y nuestra
diplomacia fue indecorosa, torpe, aceptando como acto pacífico un
verdadero estado de guerra, conforme al Derecho Internacional y a la
realidad de las cosas.
Aceptando como una locura de nuestra diplomacia que de buena fé haya
aceptado el bloqueo como una manifestación pacífica y tal vez amistosa y
cordial, ni aun así podía señalarse a Francia como culpable de felonía por
haber atacado y tomado por un simple bombardeo San Juan de Ulúa. En
su ultimátum de 21 de Noviembre de 1838, fechado en Jalapa, el
contraalmirante Baudin decía a nuestro gobierno clara y
terminantemente:
Si esta comunicación (la respuesta ofrecida por el ministro Cuevas) no está concebida
en términos completamente satisfactorios para la Francia, es decir, en los que él mismo
ha indicado, el infrascrito considerará entonces como un deber comenzar
inmediatamente las hostilidades.
Firmado
Carlos Baudin.
Este ultimátum significa la declaración de guerra condicional más
correcta conforme a las reglas del Derecho Internacional. No habiendo
querido el gobiérno mexicano aceptar las condiciones que evitaban la
guerra, su contestación negativa a dichas condiciones, era, de acuerdo
con lo usado y preceptuado en el Derecho Internacional, la aceptación de
la guerra. ¿Entonces si la declaración irreprochable de guerra había
tenido lugar, lo mismo que la respuesta del gobierno mexicano aceptando
la guerra, qué significaba ese decreto de declaración de guerra de México
a Francia, después que la guerra había ya comenzado en virtud de la
declaración formal de Francia y de la aceptación igualmente formal de
México?
Si indignamente el bloqueo se había aceptado como acto pacífico, la
declaración terminante de guerra del 21 de Noviembre de 1838 partida de
Francia no era posible tomarla como una declaración de paz y amistad.
¿Se quiso con semejante decreto decir a Francia: Hasta ahora he recibido
tus agresiones como caricias no obstante que me participabas que eran
agresiones, pero después que me has vencido en San Juan de Ulúa,
debido a mi inagotable prudencia y paciencia, ya verás quién soy cuando
me enojo y te aviso que ya entré en cólera? Si tal fue la intención, era
eminentemente ridícula, porque estábamos en la más absoluta impotencia
para la guerra ofensiva. De todos modos, declarar la guerra es amenazar y
amenazar sin cumplir la amenaza es ponerse en ridículo. Así son los
frutos de la ignorancia y la vanidad.
Desgraciadamente se discurrió un modo poco noble de vengar la toma de
San Juan de Ulúa; expulsar a los franceses pacíficos, con excepción de
los enfermos y los casados con mexicanas. Un historiador justifica este
acto diciendo que México como nación soberana tenía derecho
indiscutible para expulsar a los extranjeros. Nadie niega ese derecho;
pero Roma también tuvo siempre derecho para condenar a cadena
perpetua a sus prisioneros de guerra y a sus descendientes, y en las
pequeñas naciones africanas existe el derecho indiscutible de degollar a
los individuos pacíficos de otros países que residen en los territorios de
los que están en guerra. En Francia la Convención por decreto de 16 de
Agosto de 1793 hizo confiscar los bienes de los súbditos españoles
residentes, como retorsión a un decreto del rey de España confiscando
los bienes de los franceses residentes. En 1806, el gobierno francés
confiscó los bienes de los ingleses al alcance de su jurisdicción. Estos
actos son siempre bárbaros aun cuando Francia y España hayan sido los
ejecutores. Siempre honrará al presidente Juárez y al partido liberal
mexicano, haber respetado y hecho respetar a los franceses pacíficos
residentes en México durante la invasión francesa.
Cuando el Sr. Cuevas contestó el ultimátum del contraalmirante Baudin,
aceptando la guerra que éste le declaraba, caso de no acceder a las
pretensiones de Francia, le dice:
Desea por lo mismo que el gabinete de Francia se persuada que la nación mexicana,
cualquiera que sea su gobierno, cualesquiera que sean sus instituciones y cualesquiera
que sean sus desgracias, jamás consentirá en nada que no sea digno de su
independencia (3).
La nación se lanzaba a una guerra que no podía hacer; pero que ofrecía
resistir a perpetuidad, antes que consentir en las pretensiones de Francia,
indignas de la independencia de México. Pues bien, ese jamás, resolución
del honor agraviado y del patriotismo indomable, duró la miseria de tres
meses. Ese era el fin de la brillante victoria que Santa Anna había
inventado para su gloria y para la burla de nuestro país en el extranjero.
La victoria de Santa Anna tuvo por consecuencia ceder en todo lo que
querían los vencidos entrando en ese tratado lo que el gobierno mismo
había declarado indigno de la independencia de México y que jamás lo
haría la nación, luego la victoria sirvió únicamente para cometer la
indignidad.
Pero para no conceder a Francia en un tratado de paz el compromiso de
no imponer préstamos forzosos a los franceses, concedido ya a
Inglaterra, el gobierno determinó hacer la concesión general a todas las
naciones extranjeras. Se había ido a la guerra y derramando ya bastante
sangre y desgracias para la nación porque era indigno exceptuar a los
franceses de los préstamos forzosos y entonces se discurrió exceptuar a
todos los extranjeros. En efecto:
El gobierno se desprendió de ella (de la facultad de imponer préstamos forzosos) antes
del tratado de paz pasando el 21 de Febrero de 1838, una circular a todos los ministros
extranjeros en la que se obligaba a no ocurrir jamás a este arbitrio.
Pocos días después fueron nombrados los señores Gorostiza y Victoria
para arreglar un tratado de paz. El gobierno manifestó haber cedido a las
instancias amistosas del ministro de Inglaterra para que acabara la
guerra. De manera que el honor ultrajado consistía en que el ministro
inglés no se había empeñado antes amistosamente en que no hubiera
guerra. Y si hubo ésta fue por falta de un amigo que nos diera buenos
consejos. ¿Cuáles eran los consejos de ese excelente amigo?
¿Procurarnos la paz sacrificando el honor nacional o disuadirnos de que
el honor estaba comprometido en la controversia? En el primer caso el
señor Cuevas debió haber contestado a Baudin:
México jamás hará una indignidad mientras no se lo aconseje un ministro inglés, no
ataque usted San Juan de Ulúa porque ese ministro viene ya en camino (4).
O bien, había que aceptar que los mexicanos éramos incompetentes para
juzgar de cuestiones de honor, de las que sólo nos podría dar lecciones el
ministro inglés. La explicación del gobierno convirtiendo en ridícula
fanfarronada su jamás arrojado a los cañones del contraalmirante Baudin,
por la mediación del ministro inglés; lo puso en condiciones morales más
lamentables de las que había adquirido.
La verdad fue la siguiente: Ya hemos visto que el presidente Bustamante,
jefe de la facción conservadora decente y doctrinaria, siempre quiso la
paz y si no logró sus patrióticos fines, fue primero, por la aparición de un
Congreso impregnado de la vanidad, errores y preocupaciones
nacionales y después cuando el bloqueo hacía intolerable la situación
tanto al país como al gobierno; el partido santanista decidió explotar los
sentimientos bárbaros del vulgo y su vanidad, para sostener la guerra,
como único medio de hacer renacer a su hombre de las cenizas de su
prestigio. Una vez que el partido santanista logró a costa de una pierna de
su héroe y del deshonor de nuestro ejército devolver a Santa Anna la
gratitud, la admiración y la abyección social, consideró con justicia que la
guerra, no siéndole ya necesaria, era tiempo de considerarla como una
calamidad, y el partido de la guerra, el partido militar que tanto había
tiranizado a Bustamante, se volvió el partido de la oliva y no volvió a
hablar de honor ultrajado, de yugo extranjero, de ignominia, de cadenas,
de grillos, y los hombres, embozados en sus capas, muy bien armados,
se dispusieron a amenazar a los diputados si no acordaban la paz.
Por otra parte, el contraalmirante Baudin había ideado un golpe maestro.
Los federalistas pronunciados ocupaban los puertos de Matamoros,
Tuxpan, Tampico y Soto de la Marina. El contraalmirante el 17 de Febrero
de 1839, pasó una circular a todos los cónsules extranjeros
participándoles que había dado orden a sus cruceros para que dejaran
entrar y salir libremente a todos los buques mercantes en los citados
puertos ocupados por los federalistas. Esta medida era desastrosa para el
gobierno conservador, pues los federales debían por ella adquirir grandes
recursos para hacer la guerra y para atraer con el cebo de los pagos a
todo el ejército, mientras el gobierno había llegado a un grado espantoso
de penuria. El peligro era inminente y común para las dos fracciones del
partido conservador y resolvieron unirse para conjurarlo; y con tal motivo
fue convenido que el presidente Bustamante iría a batir a los
pronunciados de Tampico sustituyéndolo en la presidencia el general
Santa Anna. Ya no había, pues, necesidad de buscar un salvador para la
patria, pues la patria para el famelismo decente, era Santa Anna y ya
estaba salvado, encumbrado de nuevo, temido y ensalzado. Todo lo había
reconquistado Santa Anna a costa de vergüenza y de grandes
calamidades para su país.
La masa social no política, era mansa, resignada, crédula, apática, inerte,
con excepción de la lengua muy activa en cuestiones de patriotismo. El
partido que la dominaba le había dicho: Francia nos insulta y entonces
había brotado el himno bélico ordenando que ningún mexicano dejase de
beber, hasta embriagarse en venganza, sangre francesa; después, el buen
vulgo sintió que el bloqueo lo hundía más que nunca en la desgracia y
quiso la paz, pues no había logrado beber sangre de nadie, pero el partido
santanista le dijo: jamás, primero la muerte; y el vulgo se resignó a morir
heroicamente. Por último, una vez que Santa Anna logró resucitar para el
mal del país y encumbrarse más alto que nunca por medio de un segundo
drama de cobardía, se le dijo al vulgo: ya vencimos a los franceses, ya los
humillamos, ya bebimos su sangre, es conveniente que seamos
generosos escuchando al ministro inglés empeñado en que no acabemos
de exterminar a los franceses. Antes del combate decía el Patriota
jalapeño:
Nada concedemos, después de la victoria, nuestra clemencia nos obliga a todo conceder
(5).
Todo el mundo aprendió la siguiente octava reproducida en la prensa
hasta el cansancio para que todos los mexicanos la conociesen como una
oración a sU gloria:
Cual tigre sediento y horroroso
Que sangre solicita de cebarse,
El francés altanero y codicioso
A Ulúa sorprende, y el temor esparce.
Mas, ¿quién es aquel genio prodigioso
Que al invasor destruye al acercarse?
La fama dice: Era Santa Anna
Que humilló la arrogancia galicana.
La satisfacción de creer en la estúpida octava que acabo de copiar nos
costó, por no haber querido dar menos de doscientos mil pesos y
prescindir de atentados bárbaros como los préstamos forzosos y quitar a
los franceses la facultad legal de hacer el comercio al menudeo:
1. - 600,000 pesos en efectivo.
2. - Seis millones de pesos que el gobierno dejó de cobrar por derechos aduanales,
durante diez meses de bloqueo.
3. - Nuestra marina de guerra nueva, destinada a la campaña de Texas, muy superior a la
texana y consistente en una hermosa corbeta, llamada Iguala, tres bergantines y cuatro
goletas. Esta flotilla era decisiva en las operaciones contra Texas, y no nos la
devolvieron los franceses conforme a la decisión del árbitro, el gobierno inglés.
4. - Perdió nuestro ejército el poco prestigio que le quedaba, entregando la fortaleza de
San Juan de Ulúa por simple bombardeo que había dejado íntegras las casamatas,
hecho único en la historia según el duque de Wellington.
5. - Perdimos el importe de las pensiones, ascensos, medallas y recompensas con que
fueron premiados los cobardes que el 5 de Diciembre permanecieron fuera de la ciudad
cuando el honor les imponía el deber de cooperar a su defensa con los dignos que
resistieron en el cuartel de la Merced.
6. - Perdió nuestra diplomacia su buen concepto de hábil, inteligente y juiciosa.
7. - Perdió el Congreso su prestigio, decretando una declaración de guerra a Francia
después de haber aceptado oficialmente la guerra que Francia aportara y correctamente
había declarado.
8. - Perdimos lo que importó a Veracruz tres meses de abandono de sus habitantes.
Y después de perder todo lo que acabo de enumerar, concedimos al
enemigo todo lo que pedía y que habíamos ofrecido jamás darle, no
obstante que a ese enemigo ya lo había destruído el genio prodigioso
Santa Anna.
Ganamos:
1. y único. - Al general Santa Anna, como tirano, cruel, cobarde, concusionario y
distribuidor de vicios y de toda clase de iniquidades.

NOTAS
(1) Calvo, Derecho Internacional, tomo II, pág. 311.
(2) Obra citada, tomo II, pág. 312.
(3) Véase el Ultimátum, publicación oficial, pág. 302.
(4) Lerdo de Tejada, Apuntes históricos de Veracruz, tomo II, pág. 479.
(5) Febrero 26 de 1839. - Archivo Nacional.

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de nuestra historia de Capítulo VI Segunda Virtual
Capítulo VIII
Francisco Bulnes parte Antorcha
Índice de Las grandes mentiras de nuestra Tercera parte - Biblioteca Virtual
historia de Francisco Bulnes Capítulo VII Antorcha

LAS GRANDES
MENTIRAS DE
NUESTRA HISTORIA
Francisco Bulnes
TERCERA PARTE
Capítulo octavo
CONCLUSIONES
La verdadera causa del bloqueo llevado a cabo por Francia fue nuestra
poca civilización en 1838 y nuestra vanidad herida en Texas, que creyó
encontrar fácil revancha en una guerra con Francia.
La verdadera causa del paso a la guerra sanguinaria fue la necesidad del
partido santanista de volver a esculpir y a fundir a su héroe en el fuego de
la guerra patria.
La verdadera causa de las cobardías e ineptitudes militares durante la
guerra, fue el régimen de cuartelazos, conforme al cual estaba organizado
nuestro ejército, que es el mejor instituto de cobardía para cualquier
ejército.
Lo sensible es, que aun cuando un sabio ya había dicho, que la vara de
las tribulaciones hace a los pueblos juiciosos; el nuestro consideró los
golpes de 1838 como favores especiales de la fortuna para llenarnos de
gloria y renombre. No habiendo aprendido en la segunda lección,
teníamos que recibir la tercera: la guerra con los Estados Unidos.
El distinguido literato Don Ignacio M. Altamirano decía de nuestra guerra
con Francia:
A consecuencia de este desastre (la capitulación de Ulúa) y de la falta de energía del
gobierno de Bustamante, que no la desplegaba sino contra sus compatriotas, se
abrieron nuevas negociaciones que concluyeron con un tratado vergonzoso, padrón de
ignominia para aquel gobierno, que no tiene excusa alguna para tamaña debilidad. Se
pagó a Francia cuanto exigía, etc.
Admitiendo que el tratado de paz fuese vergonzoso, más vergonzosa era
la guerra tal como se estaba sosteniendo; sin patriotismo, sin valor, sin
ciencia, sin los más elementales conocimientos en la materia. Más
ignominiosa era para la nación una victoria de Santa Anna, como la que le
costó la pierna, que la paz más humillante. Interesaba a nuestro poder y al
verdadero honor de México, que el general Santa Anna no continuase
obteniendo sobre el enemigo espléndidas victorias; con que hubiese
destruído una vez a los invasores bastaba; los franceses sólo una vida
tenían en 1838 aunque parezca raro.
El tratado de paz es vergonzoso, no por las concesiones que en él se
hacían, sino por haberlas hecho después de haber ofrecido que jamás se
harían, y de haber declarado que eran ignominiosas e incompatibles con
la independencia de la nación. La vergüenza resulta de no haber
entendido antes de la guerra lo que es honor, y de haber sacrificado al
país en el yunque de las humillaciones diplomáticas y militares por falta
de percepción moral y política. No hay en 1903 un mexicano digno, que
hubiese tenido dificultad en acceder a las pretensiones de Francia, tal
como las presentó, proponiendo que las reclamaciones pecuniarias
fuesen falladas por una comisión mixta de arbitraje.

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