libros del

Zorzal

1 1,,10 lo " i.ilivrno es uno de los desafíos globales más acucian-

1,·' (',,1< "Ih.r conflictos étnicos, fomenta las guerras, pero
1.I"ildo'll IJlI,·II(' constituir una fuente de inspiración y de so-
11'1.",,1.,11"'Hi;rI. A través de una descripción fascinante, Craig
CRAIG CALHOUN
, di"" 111, IImidera las diversas manifestaciones del naciona-
11',11111, ',11Ili',lnria y su relación con el imperialismo y el colo-
liÍ,tI¡',"li'

1"'",.1.' """ P'" ',p,xtiva moderna, el nacionalismo se diferen-

, í 1 .1,,11"" 1'111''';(0 y de la pertenencia étnica. Constituye un Nacionalismo
,11", 111 '.IJ '1"" influve sobre la política doméstica y las relacio-
"' "1111" 111'.1 ',I;HI05. Tomando ejemplos que van desde Eri-
tI! ,1,.1'.1.11.1e-x Yuqoslavia, pasando por China, Francia y Ale-
'" "'1.1, [' .illllIlIlI'~xplica el modo en que los límites nacionales
\ 1" "I"I'¡ ,.!"dl". han llegado a resultar centrales para la era
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ISBN 978-987-599-031-9

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789875990319
12 CMIG CALHOUN
micos y un amplio espectro de ciudadanos. Mi esposa, Pa-
mela DeLargy, no sólo me ha conectado con Eritrea sino
que además ha sido, en todo momento, mi más importante
interlocutora.
Mis ideas sobre nacionalismo se desarrollaron cuando
integraba el plantel docente de la Universidad de Caroli-
na del Norte. Los miembros del Programa en Teoría Social
y Estudios Trans-culturales fueron maestros de la crítica
constructiva. Dar clase sobre nacionalismo junto a Lloyd
Kramer fue de un inmenso valor, así como un gran placer.
Muchos estudiantes han sido también importantes maes-
tros, en especial Steven Pfaff. Mi trabajo como director del
Centro de Estudios Internacionales y mis colegas en dicho
Centro significaron un estímulo importante. También las
invitaciones para hablar sobre nacionalismo en otros luga-
res. Edward Tiryakian me invitó más de una vez a su esti-
mulante seminario en la Universidad de Duke. Las discu-
siones que siguieron a mi Conferencia Ross en UCLA, a mi
Conferencia Bridges y a los seminarios en la Universidad
de Washington fueron especialmente valiosas y me hicie-
ron comprender ciertas debilidades de mis formulaciones
previas. Los borradores previos se beneficiaron también de
la crítica recibida en los seminarios de la Universidad de
Estocolmo, la de Upsala, la de Gotenburgo, Lund, Oslc. el
Colezio
t» Sueco de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales,
la Universidad de Taranta, la Universidad George Masan,
la Universidad de Nueva York, la Universidad de Califor-
nia en Berkeley, la Universidad Northwestern, la de Rut-
gers, la Universidad Candido Mendes, la Universidad de
Navarra y el Centro de Estudios Trans-culturales.
Introducción
El nacionalismo ha sido, de manera intermitente, una no-
ticia importante durante los últimos doscientos arios. De
igual manera ha sido declarado pasado de moda. El nacio-
nalismo ha ocupado un lugar central en las revoluciones
y las guerras de independencia. Pero es prueba del propio
éxito de los proyectos nacionalistas que la existencia y la
autonomía política de las naciones ha sido dada por su-
puesta la mayoría de las veces. Por lo menos en los ricos
países occidentales, tendemos a ignorar un nacionalismo
que está implícito en nuestra visión del mundo: organiza
la ciudadanía y los pasaportes, el modo de considerar la
historia, de dividir la literatura y el cine, de competir en
los Juegos Olímpicos. Nos preocupamos por el naciona-
lismo sólo cuando aparece como conflicto entre Estados,
o como algo que pone en peligro sistemas de gobierno
y fronteras establecidas. Este tipo de acción colectiva -a
menudo violenta- trazó flujos y reflujos. de manera visi-
ble; cada flujo permitió que los académicos consideraran
el nacionalismo como un problema del pasado -en vías
de extinción-. Pero detrás de los conflictos nacionalistas
más abiertos yacen profundos patrones de identidad y or-
gullo colectivo, moldeados por el nacionalismo en tanto
forma de hablar, pensar y ver el mundo; un mundo in-
14 CRAIG CALHOUN
ventado por un nivel básico de naciones y sus relaciones
internacionales.
En los noventa el nacionalismo volvió a ser tapa de
diario. El desmembramiento de la Unión Soviética alentó
él los nacionalistas a declarar su autonomía en una docena
de los países que la habían constituido. Tratando de igualar
las fronteras políticas con las étnicas, armenios y azeríes
lucharon en Nagorno-Karabakh. Los rebeldes chechenios
chocaron con la propia Rusia y los nacionalistas rusos de
derecha se quejaron de la pérdida de sus viejos dominios.
Pero las luchas nacionalistas no se limitaron a la ex
Unión Soviética. Los serbios, los croatas y sus vecinos bos-
nios comenzaron a matarse los unos a los otros en lo que
alguna vez fue Yugoslavia. De modo más pacífico, Checos-
lovaquia se dedicó más a pensar el nacionalismo como pro-
blema a solucionar: un asunto que desaparecerá tan pronto
como las fronteras sean clarificadas y se establezca la sobe-
ranía del pueblo. Esto equivaldría a olvidar el grado en el
que las propias fronteras o la soberanía popular son parte
del discurso nacionalista por medio del cual damos forma
conceptual y organización práctica al mundo moderno.
El nacionalismo es significativo no sólo en momentos de
crisis o de conflictos abiertos. Es uno de los fundamentos
de la identidades colectivas en la era moderna y de la for-
ma específica de Estado que ha predominado durante los
últimos doscientos años. De hecho, el nacionalismo no es
un asunto estrictamente político sino también cultural, y
hace a la identidad personal. El discurso de las naciones
se expresa especialmente en términos de pasión e identi-
ficación/ mientras que el de los Estados -agrupado de los
modos más diversos- suele expresarse en términos de ra-
zón e interés. El poder emocional del nacionalismo reside,
en parte, en ayudarnos a hacer de nosotros quienes somos,
en inspirar a artistas y compositores, en que nos liga con la
historia (y, de alguna manera, con la posteridad). Observe-
mos el nacionalismo presente en esta reseña de una exhi-
NACIONALISMO 15
bición londinense de obras "salvadas por el National Art
Collections Fund" (ya el propio organismo fue concebido a
mediados del siglo XIX, "primavera de las naciones"): "En
pocas palabras, el problema central es si una nación anti-
gua tiene la voluntad y los medios financieros para retener
las obras de arte necesarias para la supervivencia de su pa-
sado y la continuidad de su cultura" (Melikian, 1997: 7). O
como dijo Frank Harris, un trabajador de Oxford a quien
visité en el hospital, donde moría de enfisema, durante la
Guerra de las Malvinas: "La gente se muere, pero Inglate-
rra existirá por siempre."
El nacionalismo viene en múltiples formas; algunas
benignas y tranquilizadoras, otras escalofriantes. Los
cientistas sociales a menudo han estado tentados de ana-
lizar el "buen" nacionalismo, o patriotismo, y el "mal"
nacionalismo, o chauvinismo, como si fueran dos fenó-
menos sociales completamente distintos. Esto oscurece
los elementos en común y hace más difícil entender a
cada uno en su singularidad. Tanto las manifestaciones
positivas como las negativas de la identidad y la lealtad
nacional son contorneadas por el discurso nacionalista.
Ninguno de los casos particulares puede ser entendido
por completo sin observar cómo una retórica más global
-internacional, de hecho- ha ayudado a producir y dar
forma a cada uno. Esto es así tanto para los movimien-
tos nacionalistas, las políticas estatales nacionalistas y las
tradiciones nacionalistas en la literatura y las artes como
para la concepción cotidiana de la gente común acerca de
dónde y cómo encaja en el mundo. El nacionalismo es,
entre otras cosas, lo que Michel Foucault (1969, 1977; ver
también Brennan, 1990) ha llamado una "formación dis-
cursiva": una Iorrna de hablar que moldea nuestra con-
ciencia pero que es lo suficientemente problemática como
para generar más problemas y preguntas, llevarnos hacia
una discusión más amplia y alentar la producción de de-
bates acerca del modo de pensar el tema.
16 CRAIG CALHOUN
No se trata de la utilización de un término en particular
(ver Greenfeld, 1992) sino de la existencia de una retórica,
una manera de hablar, una especie de lenguaje que conlle-
va conexiones con otros hechos y acciones, que a su vez
habilitan o anulan otras formas de hablar y de actuar, o que
es reconocido por otros como causante de ciertas conse-
cuencias. Cuando los partidarios de Quebec, por ejemplo,
utilizan la retórica del nacionalismo, haciendo referencia
explícita a los nacionalismos anti-imperíalistas. inhabili tan
a aquellos que apoyan la unión con Estados Unidos o con
Francia, estableciendo las bases de un reclamo por la legiti-
midad de un estado potencialmente autónomo.
El reconocimiento como nación requiere claramente
solidaridad social -algún nivel de integración entre los
miembros de una nación aparente- e identidad colectiva
-el reconocimiento del todo por sus miembros y un senti-
do de la subjetividad individual que incluya la pertenen-
cia al todo-. Pero la solidaridad social y la identidad co-
lectiva pueden existir en muchas clases de agrupaciones,
desde la familia y los empleados de una empresa hasta
una armada imperial. Ellas son las condiciones mínimas
para llamar población a una nación, pero están lejos de
constituir una definición exhaustiva. Idealmente, ¿qué
otras características deberían estar presentes para que lla-
memos nación a una población con solidaridad social e
identidad colectiva?
Aquí hace su entrada la formación discursiva llamada
nacionalismo. Este modo de pensar acerca de la solidari-
dad social, la identidad colectiva y otras cuestiones relacio-
nadas (como la legitimidad política) tiene un papel crucial
tanto en la producción de auto-descripciones nacionalistas
como en el reconocimiento, por parte de los otros, de rei-
vindicaciones nacionalistas. Es en este sentido que Bene-
dict Anderson describe las naciones como "comunidades
imaginadas". Como él mismo dice, "Toda comunidad ma-
yor que la aldea primordial de contacto directo (y, quizás,
~~,._,.-
NACIONALISMO 17
incluso también ésta) es imaginada. Las comunidades no
deben distinguirse por su falsedad o legitimidad, sino por
el estilo en el que son imaginadas (1991: 6; 1993: 24). Hay
otras maneras de distinguir una comunidad, por supuesto:
su escala, la extensión de la administración organizativa, el
grado de igualdad interna, etcétera. Pero nuestra primera
tarea es, de hecho, intentar comprender las diversas formas
de "imaginar" identidades colectivas que están asociadas
con el nacionalismo.
Las siguientes características de la retórica de la nación
parecen ser las más importantes, aunque ninguna de ellas
es definitoria y cada una puede presentarse en mayor o
menor grado en cualquier nación. Lo que realmente im-
porta es el patrón conformado por la preponderancia de
una de ellas:
1. Fronteras territoriales, de población, o ambas.
2. Indivisibilidad; la noción de que la nación es una uni-
dad integral.
3. Soberanía, o al menos la aspiración a la soberanía y,
por lo tanto, a la igualdad formal con otras naciones,
generalmente como un Estado autónomo y supuesta-
mente auto-suficiente.
4. Una noción" ascendente" de legitimidad -es decir, la
idea de que el gobierno es tal sólo cuando es apoyado
por la voluntad popular o al menos cuando sirve a los
intereses del "pueblo" o la "nación".
5. La participación popular en asuntos colectivos, una
población movilizada en base a su pertenencia nacio-
nal (sea para actividades civiles o bélicas).
6. La membresía directa, en la que cada individuo es in-
mediatamente entendido como una parte de la nación
y ca~góricamente equivalente respecto de otros miem-
bros.
7. Cultura, incluyendo alguna combinación de lenguaje,
creencias y valores en común, prácticas habituales.
18 CRAIG CALHOUN
8. Profundidad temporal; la noción de que la nación ha
existido corno tal a lo largo del tiempo; incluyendo ge-
neraciones pasadas y futuras, y tiene una historia.
9. Características raciales o un linaje compartido.
10. Relaciones históricas especiales o incluso sagradas con
respecto a ciertos territorios.
Nótese nuevamente que éstas son características de la
retórica de la nación; afinnaciones que, por lo general,"in-
volucran una descripción de nación. No se puede definir
una nación a través de medidas empíricas que determinen
si en efecto puede o no alcanzar la soberanía, mantener la
integridad defendiéndose de divisiones internas o impo-
niendo fronteras precisas, o si su cultura está perfectamen-
te unificada o es lo suficientemente antigua. Más bien, las
naciones son constituidas en gran parte por las reivindica-
ciones mismas: por el modo de hablar, pensar y actuar que
este tipo de demanda produce, con el objeto de producir
identidades colectivas, de movilizar gente en pos de pro-
yectos conjuntos y de evaluar personas y prácticas.
No existe una lista perfecta. Estarnos identificando un
patrón común, no una definición precisa de nación;, ~os
puntos listados nos pueden ayudar a desarrollar ~n ~IpO
ideal", pero éste será una ayuda en la conceptualización.
no una definición operativa ni una descripción empíri-
camente comprobable. La palabra "nación" es usada de
manera prudente y en general aplicada a poblaciones que
han reclamado o reclaman la mayoría de las características
listadas. Cuáles seis, siete u ocho características serán las
más importantes variará de nación en nacióx:. El r~co~oci-
miento de las naciones funciona no en el discernimiento
de una "esencia" de lo nacional sino mediante lo que Lud-
wig Wittgenstein (1953) llama un patrón de "par~cido d.e
familia." Algunos hermanos pueden tener la nariz fami-
liar sin la mandíbula familiar, o los característicos ojos ver-
des de la familia si~ la característica frente alta; ninguna
NACIONALISMO 19
de las cualidades es compartida por todos los miembros
de la familia sin ser también compartida por otros que no
son parte de la misma. Sin embargo, aún así podernos ver
el patrón. La ideología nacional puede carecer de una o
más de sus cualidades características, o poner un énfasis
mayor o menor en otra. El reconocimiento corno nación no
está basado en una definición estricta sino en la preponde-
rancia del patrón',
En este sentido el nacionalismo tiene tres dimensiones.
Primero, está eÍ nacionalismo corno discurso: la producción
de una comprensión y una retórica cultural que hace que la
gente, en todo el mundo, piense y encuadre sus aspiracio-
nes en términos de la idea de nación e identidad nacional;
y la producción de versiones particulares del pensamiento
y el lenguaje nacionalistas en situaciones y tradiciones par-
ticulares. Segundo, está el nacionalismo corno proyecto: los
movimientos sociales y las políticas estatales a través de
las cuales la gente intenta hacer progresar los intereses de
aquellos colectivos pensados corno naciones, persiguiendo
una mayor participación en algún Estado ya existente, la
autonomía nacional, la independencia y la auto-determi-
nación o el amalgamiento de los territorios, generalmente
en algún tipo de combinación (o en una progresión históri-
ca). Tercero, existe el nacionalismo corno evaluación: ideo-
logías políticas y culturales que afirman la superioridad de
una nación en particular; a menudo están asociadas con
los movimientos sociales y las políticas estatales, pero esto
no es necesario. En este tercer sentido se atribuye al na-
cionalismo el carácter de un imperativo ético: por ejemplo,
las fronteras nacionales deberían coincidir con las fronteras
estatales; los miembros de una nación deberían conformarse
a sus valores morales, etcétera. Es a partir de algunas de
Ninguna definición de nación (o de sus términos correlativos como nacio-
nalismo o nacionalidad) ha ganado aceptación general (Alter, 1989; Connor
1994; Hall, 1995; Motyl. 1992; Srnith, 1973, 1983).
20 CRAIG CALHOUN
las acciones que se siguen de estos imperativos éticos que
el nacionalismo deviene asociado con el exceso de lealtad a
la propia nación (como sucede en las depuraciones étnicas,
las ideologías de la purificación nacional y la hostilidad a
los extranjeros).
La lealtad al grupo propio tiene, por cierto, orígenes
antiguos, Es la dimensión del nacionalismo que presenta la
reivindicación más clara existente desde el principio de los
tiempos, desde antes de que se tuviera memoria, desde an-
tes de que se llevara registro histórico. Pero los grupos y la
lealtad grupal pueden tomar muchas formas y difícilmente
constituyan o expliquen el nacionalismo por sí mismo. Uno
puede ser leal a la familia -una lealtad mucho más común
a lo largo de la historia que la que involucra el naciona-
lismo- o a una ciudad, más allá de si ésta es considerada
parte de la nación o no. La lealtad de Maquiavelo a Floren-
cia en el siglo XVI es parte de la historia del nacionalismo
porque lo llevó a escribir mucho, y de modo influyente,
acerca de la naturaleza del Estado, la dominación política
y las relaciones que ligan a los miembros individuales de
una comunidad política con sus gobernantes. Pero en el
siglo XVI Florencia no era una nación, y tampoco era de-
cisiva para Maquiavelo la relación entre la identidad "flo-
rentino" e "italiano" (ni siquiera estaba completamente
desarrollada en su época). No fue hasta el siglo XIX con
el Risorgimenio que la idea "nacionalista" de unir a todos
los italianos en un solo Estado ganó popularidad a lo largo
y a lo ancho del país. Incluso entonces la ideología estaba
por delante de la realidad. Como se preocupaba Massimo
D'Azeglio: "Hemos hecho a Italia, ahora hay que hacer
italianos" (Hobsbawm, 1990: 44).
Un programa de esta índole sugiere la promoción de
una identidad nacional internamente homogénea. Es la
imagen en el espejo interno de la idea de diferencias exter-
nas. La idea de que cada pueblo tiene una identidad "es-
encial" -internamente unificada y distinta de las otras- es
NACIONALISMO
21
una línea importante en la historia del nacionalismo. Este
tipo de idea puede convertirse en algo opresivo y, de hecho,
tiene un papel principal tanto en las "depuraciones étni-
cas" como en los proyectos que alientan formas correctas
de cultura y comportamiento entre aquellos que son consi-
derados parte de la nación, Hay una diferencia importante
entre las redes de solidaridad interpersonal y la demanda
de unidad entre personas aparentemente semejantes con
categorías que las engloban.
Por ejemplo, en el lugar en que en 1066 se estaba con-
virtiendo Inglaterra, ser leal al rey y a sus hombres en el
momento de enfrentar a los invasores normandos siznifi-b
caba una cosa pero, en los años posteriores, era otra cosa
nutrir el nacionalismo inglés mitologizando a Camelot,
haciendo del dominio normando el foco de las protestas
-con un tinte cuasi-clasista- y proclamando que "Inglate-
rra existirá por siempre". La lealtad a la categoría abstrac-
ta Inglaterra era algo bastante distinto de la lealtad a los
propios camaradas. Una red de relaciones interpersonales
sitúa a una persona localmente, pero la pertenencia a la
categoría "nación" la sitúa en un mundo complejo e inte-
grado globalmente. No podemos descartar esta diferencia
con liviandad. Es, al mismo tiempo, una fuente de conflic-
tos y un modo por lo general problemático de resolver dis-
putas personales y colectivas.
En el primer capítulo exploraremos en mayor profun-
didad el significado de nación y nacionalismo, enfatizan-
do la "formación discursiva" que ha ayudado a estruc-
turar la era moderna al proveer una retórica en corn CIn
a diversos movimien tos y políticas. (j11_<? _<:J(~ .Ic).') !l_l,d yo-
res debates en la literatura sobre riacionn l ismo es ('1111'('
-:lqu~lTos qU'e'T9~Y~ífñ~~'íiñpJ~111eiif¿' l'¡-llllo'-Llna extensión lle
aI1tigl,lªs !qentidades. étnicas y <l"lucllos que lo ven como
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nacionalismo como una form.nIón tli~:¡'III'::ivd('011vurius
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2 2~ ~ __
CRAIG CALHOUN
NACIONALISMO
23

dimensiones distintas, sostendré que, aunque algunos ele-

tórica que habla de demasiadas cosas como para que una
~os son mUcFtomás antiguos que otros, el patrón que
sola teoría la explique -y mucho menos explique cada uno
ahora reconocemos como nacionalism2 __ ~_~J?rC?pj2..ª~La_~r~,
de esos diferentes movimientos, patrones culturales, polí-
moderna. El segundo capítulo desarrollará este tema com-
ticas estatales y otros proyectos formados, en parte, por la
'pa;;;d~~;;-acionalismo con etnicidad y ambos con la estruc-
retórica del nacionalismo-. Esto no quiere decir que dicha
tura de parentesco como formas de organizar ("imaginar")
teoría no sea necesaria, sino que abarcar el nacionalismo
solidaridad social e identidad colectiva. El contenido de los
en su multip licidad de formas requiere múltiples teorías.
nacionalismos puede abrevar en la etnícidad pero ésta no
Responder, por ejemplo, una pregunta como" ¿Por qué
provee una explicación completa del discurso nacionalista
pareciera que los movimientos nacionalistas surgen por
ni de la configuración que adoptan los nacionalismos exis-
oleadas?" requerirá una teoría distinta que la respuesta
tentes, sino que es transformada por el discurso del naciona-
a la pregunta" ¿Por qué la ideología nacionalista está co-
lismo. Una pregunta en relación a esto es si el nacionalismo
nectada a la sexualidad y el género?". Sin embargo, para
debe ser entendido principalmente como algo heredado o
responder adecuadamente a cada pregunta será necesa-
algo inventado, como una construcción o como algo que
ria una comprensión más general -en parte histórica y en
viene del origen de los tiempos (y cómo deberíamos en-
parte teórica- de la formación discursiva del nacionalis-
tender los modos en que los nacionalismos invocan -y. a
mo, su influencia estructurante y su poder emotivo en el
veces manipulan-la historia). Esta cuestión será examinada mundo moderno.
en el tercer capítulo, donde sostendré que la literatura sobre
el tema nos propone una elección dicotómica innecesaria,
y que la "primordialidad" puede ser constr~ida y rel~tiva-
mente nueva sin perder por eso su fuerza o importancia. El
cuarto capítulo estudiará qué lugar ocupó el nacionalismo
en la formación de un nuevo tipo de comunidad política
ligado al nacimiento del Estado n:odern~. El capítulo ci~1co
se ocupará de la tensión entre motivos universales y partícu-
lares en el nacionalismo, en el contraste entre depender de
concepciones cívicas o étnicas de la pertenencia a la nación,
y la transformación que surge al constituir ,10 local c~mo ín:
dice de un tipo más universal. El sexto capítulo considerará
el nacionalismo en relación con el imperialismo, el colonia-
lismo y la globalización económica, y examinará los modos
en que los nacionalismos "domésticos" dependen de y s?n
moldeados por su situación dentro de un mundo de nacio-
nes y Estados-nación. ,
Bien o mal, este libro no aspira a ofrecer una teona
abarcadora del nacionalismo. El nacionalismo es una re-
 CAPíTULO I
La modernidad y los diversos
nacionalismos

No hubo un primer nacionalista. Tampoco ningún momen-

to único en el que gente que no tenía una idea de nación
ni aspiraciones políticas o preferencias ideológicas hacia
su propio país comenzara de pronto a pensar en términos
nacionalistas. Por el contrario, varios hilos diversos de
cambio histórico convergen para producir el nacionalismo
moderno. Es un ejercicio yermo intentar "explicar" el na-
cionalismo (y sus ideas asociadas, como nación e identidad
nacional) buscando el primer ejemplo y estudiando luego
la difusión de terminología o prácticas. El término "na-
ción" es antiguo (aunque "nacionalismo" es relativamente
nuevo) pero antes de la era moderna sólo significaba "gen-
te unida por lugar de nacimiento y cultura:". Nada señala-
ba acerca de la relación de dicha identidad con respecto
a agrupamientos más grandes o más pequeños; tampoco
implicaba connotaciones políticas explícitas. Los primeros
ejemplos de nacionalismo moderno han sido diversamente
identificados en las tensiones que llevaron a la Guerra Civil
Inglesa (Greenfeld, 1992), los movimientos de in dependen-

"Natío en la lengua cotidiana significaba originalmente un grupo de hom-

bres ligados por lugar de nacimiento, en mayor número que una familia,
pero en menor que un clan o un pueblo [...) El término se aplicaba particu-
larmente a una comunidad de extranjeros" (Kedourie, 1993:5).
26 CRAIG CAlHOUN
cia latinoamericanos (Anderson, 1991),la Revolución Fran-
cesa (Alter, 1989; Best, 1988) y en la reacción y el Roman-
ticismo Alemán. Estas diferencias no pueden ser resueltas
en forma empírica; reflejan definiciones que varían sutil-
mente. Para nuestros propósitos, bastará con indicar que
hacia fines del siglo XVIII, durante la Revolución Francesa
y su gestación, la formación discursiva estaba en pleno
uso. Cuánto hacía que esto ocurría continuará siendo un
objeto de disputa, aunque antes de la era moderna no hay
punto alguno en que estas dimensiones hayan sido simul-
táneamente importantes. La mayoría de las dimensiones, o
hilos en la trama del discurso nacionalista, tienen una lar-
ga historia propia ~ por supuesto, algunos países moder-
1105 tienen historias previas al discurso del nacionalismo,
aunque éstas son sólo constituidas retrospectivamente en
historias nacionales (Armstrong, 1982). La nación inglesa,
por ejemplo, tiene sus raíces en la historia anglosajona y
está moldeada por la conquista normanda. Los conflictos
entre Inglaterra, Escocia y Gales ayudaron a que cada uno
de estos pueblos tuviera una identidad distintiva. Pero la
Inglaterra (no la Gran Bretaña, a pesar de que los galeses
y los escoceses también lucharon) que Enrique V llevó a la
guerra con Francia se convirtió en objeto de un discurso
realmente nacionalista con las reivindicaciones posteriores
a la memoria de Agincourt, en nuevos contextos políticos y
sociales. Fueron Shakespeare y los historiadores posterio-
res quienes hicieron del "Rey Enrique" un nacionalista, y
aún así lo hicieron de modo incompleto.
El nacionalismo y el sentido moderno de nación no
se pueden comprender sólo en términos del carácter cul-
turalmente distintivo de varias naciones, ni de los estados
modernos que le han dado al nacionalismo su significación
política más característica. Patrones culturales de larga
data han contribuido a la identidad nacional, pero el sen-
tido y la forma de esos patrones culturales han sido trans-
formados en la era moderna. Aunque el "contenido" cul-
NACIONALISMO 27
tural de las naciones es importante, no puede explicarlas
por completo. La formación estatal ha sido el factor más
importante en la transformación de la forma y el sentido
de las variaciones culturales (aunque la extensión de las
relaciones de producción y de mercado también tomaron
parte). La formación del Estado trajo aparejada la existen-
cia de un ejército formado por ciudadanos, una creciente
unificación administrativa, la construcción de caminos, la
estandarización lingüística, los sistemas educativos popu-
lares, ocasiones para la participación política popular y
otros muchos cambios que ayudaron a producir una nueva
conciencia de identidad nacional. Pero no basta tener Es-
tado para crear una nación.
Sería un error entrar en el debate acerca de si son más
importantes los factores culturales o los materiales. Ambos
han sido cruciales y aparecieron de modo indistinto. De
hecho, como han subrayado [ohn Meyer y sus colegas, la
forma moderna del Estado es en sí misma "una institución
cultural en su.naturaleza" (Thomas y Meyer, 1984:461). In-
novaciones como el ejército de ciudadanos y la educación
estatal, el sistema de prestaciones sociales o los sistemas
impositivos son ideas que pueden ser compartidas en un
flujo cultural global tanto como patrones materiales de ac-
tividad. El discurso nacionalista es uno de los elementos
más importantes de este flujo cultural global y ha transfor-
mado los patrones culturales y la definición de etnicidad
así como moldeado el proceso de formación estatal mismo.
No es que la identidad nacional, sencillamente, haya es-
tado disponible para darles a los Estados sus fronteras o
ser usada por los líderes políticos. Aunque tiene raíces más
antiguas, fue moldeada por el proceso de formación estatal
-incluyendo las guerras- así como por la infraestructura de
comunicación y transporte y el mercado. Al mismo tiempo,
el desarrollo y la propagación del discurso nacionalista no
es reducible a la formación de Estados o manipulaciones
políticas. Posee un sentido propio, aparece en arenas cul-
28 CRAIG CALHOUN
rurales que no están directamente definidas por proyectos
de construcción estatal y a menudo ha orientado la acción
popular para reformar o resistir ciertos patrones de cons-
trucción estatal. La clave reside en considerar la nación
como una "forma" y no meramente como el "contenido"
de las diversas identidades nacionales.
La cultura de un país en particular puede mostrar una
mayor o menor continuidad a lo largo del tiempo, y puede
ser más o menos integrada y uniforme, pero el nacionalis-
mo es una manera de construir identidades que no interro-
ga mucho las variaciones, ya que simplemente supone la
profundidad temporal e integración interna. El historiador
intelectual Elie Kedourie se acercó a este enfoque con su ya
clásica definición de nacionalismo:
El nacionalismo es una doctrina inventada en Europa a comien-
zos del siglo XIX. La misma pretende proporcionar un criterio
para la determinación de la unidad poblacional apropiada para
disfrutar de un gobierno exclusivamente propio, para el ejercicio
legitimo de poder en el Estado y la organización justa de una
sociedad de Estados. Esta doctrina, para ser breves, sostiene que
la humanidad está naturalmente dividida entre naciones, que las
mismas pueden conocerse por ciertas características que pueden
ser descubiertas y que el único tipo de gobierno legitimo es el
auto-gobierno nacional (Kedourie, 1993: 1).
Sin embargo, el nacionalismo no es sólo una doctrina,
sino un modo básico de hablar, pensar y actuar. Limitar el
nacionalismo a una doctrina política -o, como dice Gellner
(1983: 5, 1988: 13) en su conciso resumen, a "un principio
político que sostiene que debe haber congruencia entre la
unidad nacional y la política"- eslimitar demasiado nuestra
visión. No le hace justicia al grado en que el nacionalismo
y las identidades nacionales moldean nuestras vidas más
allá de las preocupaciones explícitamente políticas -y, en
especial, más allá de la disputa acerca de la estructuración
de las fronteras del Estado-. Los escritores probablemente
NACIONALISMO 29
estén preocupados por tener un público "nacional", y no
por si estos lectores tienen poder estatal. El nacionalismo
de los hinchas de fútbol tiene algunas veces implicancias
políticas, pero no deriva del todo de fuentes políticas. Los
grupos aborígenes pueden utilizar la retórica nacionalista
buscando un tipo especial de reconocimiento, pero sin bus-
car la formación de un Estado propio o la secesión -de Ca-
nadá, Brasil o Sudáfrica-. ¿Por qué excluirlos? Esta imbri-
cación más general en nuestras vidas le da al nacionalismo
parte de su poder político. Somos nacionalistas en nuestro
orgullo y en nuestros deseos motivados sólo parcialmente
por cuestiones económicas (mientras nuestro país vende
en el exterior). La gente responde al mensaje nacionalis-
ta -desde banderas y ceremonias hasta convocatorias ex-
plícitas a tomar las armas y matar en nombre de nuestros
países- por razones más profundas que las doctrinas. Esto
es también porque el nacionalismo no pierde su fuerza -in-
cluso en los tribunales- sólo porque los investigadores sean
capaces de mostrar que no cumple adecuadamente como
doctrina las tareas que Kedourie describe, formando y ex-
pandiendo conflictos entre nacionalismos rivales en vez de
resolverlos de modo objetivo. El nacionalismo, como modo
de imaginar comunidades -en palabras de Andersori- y de
dar forma, en consecuencia, a las identidades colectivas,
puede ser problemático o engañoso, pero esto no está bien
o mal más que lo que pueden estarlo el individualismo, la
ascendencia bilateral o el uso de dinero. Éstos son los mo-
dos de construir la realidad social en la que vivimos, y po-
demos lamentarnos o compararlos desfavorablemente con
otras posibilidades, o desear cambiarlos, pero no admi ten
la simpleza de los juicios correcto / incorrecto.
Es cierta la afirmación de Kedourie de que el naciona-
lismo es moderno (aunque podríamos argüir acerca de las
fechas precisas). No sólo es un fenómeno reciente: es una
de las características definitorias de la era moderna. Es ésta
una era en la que el discurso del nacionalismo se ha con-
30 CRAIG (ALHOUN
~------------------------~.------------------
vertido en casi universal y ha sido ligado al poder práctico
y las capacidades administrativas del Estado (tanto como
es la era del capitalismo, la interconexión global y la in-
novación tecnológica). Pero es fundamental reconocer que
el nacionalismo funciona, en parte, porque las identidades
nacionales y toda la retórica del nacionalismo por lo gene-
ral aparecen como preexistentes, como antiguas o incluso
como algo na tural.
Trazando el mapa de la modernidad'
La mayor parte del tiempo pensamos a las naciones
como dadas. Tenemos una imagen del mundo como divi-
dido en distintos pueblos, cada uno de los cuales tiene su
propia identidad cultural y su propio país (aunque sabe-
mos que alguna gente vive fuera de su país nativo o "na-
tural"). Esta imagen se refuerza cuando viajamos: mostra-
mos pasaportes y cruzamos puestos inmigratorios; cuando
pagamos en la aduana y completamos los formularios que
nos preguntan por nuestra nacionalidad. Incluso cuando
nos quedamos en casa, la idea de naciones es básica para
nuestra imagen del mundo como mapa.
Pero el globo no siempre estuvo dividido en el paich-
toork de países coloreados que hoy vemos en los mapas.
Este trazado de mapas, con fronteras marcadas entre países
y el intento de una mirada desde arriba, //a vuelo de pá-
jaro", es una práctica moderna", La mayoría de los mapas
solían ser locales -como los planos de la ciudad o los gráfi-
cos de la costa- o bien intentaban proporcionar instruccio-
En el original, el autor juega con el doble sentido del compuesto Mappillg
Modcrnily tanto como una cartografía de la modernidad corno un predica,
do de la capacidad para realizar mapas del período histórico-cultural (N.
del T.).
Para una historia general del trazado de mapas, ver Thrower (1996). Una
breve y estimulante discusión sobre la relación entre mapas y nacionalismo
puede encontrarse en Anderson (1991: cap. 10).
NACIONALISMO
31
nes para los viajeros, mostrando los caminos entre ciudades
y los mojones naturales, como las montañas; ofrecían una
representación mucho más difusa de quién vivía dónde
sin pretender definir las fronteras de modo preciso. Los in-
tentos por representar el mundo como un todo fueron po-
cos, aunqu.e existieron esfuerzos precursores por parte de
algunos gnegos en la era del Imperio Romano. Los mapas
tendía_.na mirar hacia las afueras desde los centros de pod-er;
fuera este Roma o la antigua capital china de Xi'ano
El diseño de mapas declinó de forma dramática en
Europa occidental luego de la caída del Imperio Romano.
Bizancio y algunas partes del mundo árabe retuvieron el
:onoci~iento de la antigua habilidad de los griegos y la re-
introdujeron en Europa occidental durante el Renacimien-
to. Los avances en las técnicas cartográficas se renovaron
durante el siglo Xv, incitados por el redescubrimiento de la
geometría Ptolomeica y el desarrollo de nuevas técnicas de
pro~ección de curvas en superficies planas. La idea de que
la TIerra era redonda ganaba credibilidad. Los mapas del
Renacimiento representaban nuevamente el mundo como
un todo, comprendiendo mucho mejor las relaciones de
los continentes con los océanos. Ayudados y estimulados
por los viajes de exploración, los mapas europeos ofrecían
~n conoci~íento mejorado, no sólo de la geografía física
~mo t~mbIén ~e la ubicación de los diferentes pueblos e
imperios. El diseño de mapas se perfeccionó para ayudar
a los navegantes y para informar de sus descubrimientos.
Pero los mapas modernos también reflejaron una transfor-
mación tanto en la comprensión del mundo como en la or-
ganización social del poder.
En los siglos XVII Y XVIII, los mapas comenzaron a
representar el mundo como dividido de modo preciso, con
terntonos con fronteras claras en vez de limites difusos.
~sto reflejaba no sólo la pasión iluminista por la claridad
sino también la división creciente del mundo en los diver-
sos Estados europeos y la consecuente politización, e inclu-
32 CRAIG CAlHOUN
so militarización, de las fronteras. Fue fundamental para
esta transformación la idea de un mundo dividido natural-
mente en naciones discretas, cada una de ellas ligada a un
estado o una unidad política distintiva.
Primero y principal, los Estados europeos se hicier-
on más fuertes. Fueron ganando poder político y militar,
y lo usaron en conflictos que tanto unificaban los terri-
torios bajo su control como creaban oposiciones relati-
vamente estables con los países vecinos. Aquellos man-
datarios que movilizaban ejércitos de ciudadanos (en
vez de mercenarios) fortalecían el sentimiento de iden-
tidad común así como las distinciones con respecto a los
países vecinos. La cartografía y el nacionalismo refle-
jaron tanto la nueva unidad interna como la precisión en
la demarcación de fronteras. El punto culminante tuvo
lugar durante las guerras napoleónicas. Napoleón no
intentó adquirir territorio al modo de las dinastías gue-
rreras tradicionales: buscó transformar la organización
política y social de los países conquistados. Al comien-
zo fue un apóstol del Republicanismo de la Revolución
Francesa. Luego se declaró Emperador, pero aún así con-
sideró que su influencia era modernizante y no simple-
mente" galianizante". Uno de los temas centrales que la
ideología napoleónica buscó extender fue el de la par-
ticipación ciudadana, no sólo en el ejército napoleónico
sino también en la política y la cultura. Las guerras na-
poleónicas fueron así cruciales para encender conciencias
nacionales alrededor de Europa. No sólo unieron muchos
grupos en contra de los franceses, sino que propiciaron
la construcción tanto de esta oposición como de las insti-
tuciones culturales y políticas de los diversos países bajo
el modelo "nacional". En los comienzos, los gobiernos se
valieron de los viajes de reconocimiento para recabar una
mejor información geográfica e intentaron, con renovada
energía, que las fronteras aparecieran claramente repre-
sentadas en los mapas.
NACIONALISMO 33
Segundo, estos Estados buscaron complementar su
poder militar con el desarrollo de la capacidad admi-
nistrativa en el plano doméstico. Ésta comenzaba por la
recaudación de impuestos que -entre otras cosas- finan-
ciaba las guerras e incl uía la conscripción para el servicio
militar'). Los líderes querían información más precisa acer-
ca de los países que controlaban. En consecuencia, patro-
cinaron estudios que apuntaban a obtener un conocimien-
to más preciso de la distribución de la tierra y su uso. Los
gobiernos británicos fueron pioneros en ello, utilizando
mapas catastrales -diseñados para mostrar patrones de
utilización de la tierra y los registros de propiedad, a
menudo junto a otros factores de relevancia económica
y administrativa- ya en el siglo XVI, para contribuir a la
colonización de Irlanda. Desde el siglo XVIII, especial-
mente, la integración doméstica de los Estados-nación
por medio del mercado, el transporte y la intensificación
centralizadora y administrativa del gobierno hizo del uso
de los mapas catastrales un creciente lugar común. Esta
iniciativa creció junto al desarrollo del censo y de esfuer-
zos relacionados para contar y describir a los habitantes, y
junto a la construcción de mejores caminos -luego líneas
ferroviarias-, y mejores sistemas de comunicación (que,
junto a una ampliada educación popular, estimularon la
estandarización de los lenguajes nacionales). Todo esto
fomentó la integración nacional, haciendo que fuera sig-
nificativo para un mapa tratar a, digamos, Francia como
El impuesto a las ganancias moderno, por ejemplo, data de la iniciativa del
primer ministro inglés, William Pitt el Joven, en pos de recaudar t'l dinero
necesario paril construir y modernizar la Armada (y fortalecer el Ejército)
para resistir a Napoleón. El impuesto a las ganancias requirió un alto nivel
de capacidad admirustrativa e información acerca de la nación como un
todo; también ligó directamente al Estado con cada ciudadano que pagaba.
Ésta es sólo una de las formas en que las guerras napoleónicas ayudaron a
consolidar la ideología moderna del Estado-nación y la organización social
que le dio sustento. De modo más general, la capacidad fiscal superior de
Gran Bretaña fue una fuente clave de su fuerza a nivel mundial, incluyendo
el poder militar (Brewer, 1989).
 CRAIG CAlHOUN
34
una sola unidad en vez de concentrarse en las divisiones
entre los varíos ducados y baronías feudales.
Tercero, los europeos dedicaron cada vez más energía
a colonizar el resto del mundo. Esto significó no sólo en-
contrar quién y qué estaba en el resto del mundo y cómo
moverse en él, sino establecer, además, poder y derechos
de propiedad. Incluso allí donde el trabajo ,inicial. del im-
perialismo fue llevado a cabo en su ~a~ona po~ I.n~entos
particulares, los Estados pronto les sIgUIeron, dividiendo
al mundo en territorios adjudicados a los diversos po-
deres europeos (especialmente, por ejemplo, el revoltijo
africano del final del siglo XIX). Algunos de los primeros
mapas modernos describen la división de Nortearnérica en
dominios de los diversos Estados europeos. Los coloniza-
dores europeos organizaron sus posesiones de ultramar en
colonias modeladas parcialmente por los Estados naciona-
les europeos. Así consolidaron principados anteriormente
dispersos (como hicieron los británicos en la India), esta-
blecieron capitales centralizadas y construyeron vías de
transporte y comunicación (lo que entre otras cosas facilitó
el control militar). Desarrollaron nuevos sistemas educa-
cionales en los que los idiomas europeos (y su aprendiza-
je) generalmente unieron países divididos por los idiomas
y dialectos locales. Al expandir su propio idioma europeo
para propósitos oficiales (y por imperialismo cultural),
crearon nuevas capacidades para la comunicación a través
de las fronteras étnicas.
Por último, la cartografía reflejó cambios tecnológicos
y el crecimiento de la ciencia. Una mejor geometría ayudó
a desarrollar representaciones de la Tierra curva sobre pa-
pel plano. Los telescopios aportaron medidas más precisas.
Quizás, sobre todo, los globos aerostáticos y los aviones les
dieron él los cartógrafos la "mirada de pájaro" desde la cual
representar el mundo como visto desde arriba en vez de des-
de la perspectiva del viajero en la superficie. Estas nuevas
tecnologías fueron codo a codo con la búsqueda de preci-
NACIONALISMO
35
sión e hicieron avanzar el desarrollo de la idea de territorios
clar~mente .divididos, cuyas fronteras distinguían no sólo
gobIernos SInO culturas, cada una presumiblemente discre-
ta. La palabra impresa ayudó a estimular la estandarización
interna del lenguaje y, con la lectura de masas durante el
siglo XIX, de otras características de culturas crecíentemente
"nacionales". Gracias a las nuevas técnicas de impresión, los
mapas también se hicieron más fáciles de conseguir y for-
maron, cada vez más, parte de la construcción de la concien-
cia cotidiana tanto del propio país como de su situación en
relación al resto del sistema mundial de Estados-nación.
Los cambios en el oficio cartográfico han continuado
hasta ~a actualidad -~or ejemplo con la fotografía satelital-.
I Pero este no es un libro sobre cartografía. El ejemplo se
proponía llamar la atención acerca de cómo se llegó a que
los mapas representaran el mundo como un mundo de Es-
1 tados-nación. Los países delimitados con precisión existen
como creaciones políticas, sociales y culturales. No derivan
de la naturaleza física del mundo =como puede verse cuan-
f
~.
do comparamos Un mapa "político" que distingue entre
países y un mapa que utiliza colores y otros medios para
representar patrones de vegetación o lluvia o elevación
l' en vez de las fronteras entre estados nacionales-. Todos
~.•.
los países, en los mapas políticos, obtuvieron sus límites
a través de eventos históricos potencialmente rastreables:
no son "primordiales" (previos a la historia). Tampoco son
históricamente permanentes; aunque su antigüedad pue-
der ser variable, pueden también cambiar. Igual, tendemos
a tratar a estos Estados-nación como parte natural del mun-
do. Están siempre ahí, tomados como condiciones estable-
cidas para nuestras preguntas acerca de cómo deberían ser
gobernados, la estructura o la solidaridad de sus poblacio-
nes y el carácter de sus culturas. Ellas son las unidades de
las cuales las Naciones Unidas recibe representantes, y las
unidades para las cuales el Banco Mundial y otras organi-
zaciones similares reúnen datos estadísticos.
36 . C_R_A_IG_C_Al_H_OU_N
En la actualidad los mapas representan, en general, al
mundo entero como un mundo conformado por Estados-
nación. Esta técnica era usual ya en el siglo XIX pero, en
cierto sentido, el mundo entero sólo se ha llenado reciente-
mente. La independecía del yugo colonial europeo es par-
te de la historia y -aunque se mantienen algunas excep-
ciones- se había completado hacia el final de los sesenta.
Hubo también algunos colonialismos no europeos, como
Etiopía, que intentó controlar Eritrea hasta 1991. Quizás
más simbólicamente, la Unión Soviética fue en un senti-
do un "Estado anti-nacional". Los mapas que mostraban la
población total, economía, salud u otros patrones por lo co-
mún representaban a la Unión Soviética como un espacio
grande y en blanco. Esto reflejaba la falta de datos, así como
la incertidumbre acerca del estatus de las diversas repúbli-
cas que la constituían. También simbolizaba el útimo bas-
tión contra la división del mundo en Estados nacionales. A
pesar de que sus mandatarios intentaban a veces movilizar
los sentimientos nacionalistas para ventaja propia, y aun-
que mucho de la política soviética representaba el dominio
de la nación rusa sobre las otras nacionalidades, la Unión
Soviética significó un intento por mantener unificado el te-
rritorio de un imperio multinacional. El comunismo fue,
en este sentido (tanto como en el de constituir una econo-
mía socialista) una alternativa ideológica a la de Occidente.
Porque Occidente estaba comprometido con una visión del
capitalismo que involucraba la autonomía política para los
Estados-nación que practicaban un comercio más o menos
libre, tanto a nivel doméstico como internacional. Luego
del colapso soviético, los representantes de una variedad
de nacionalidades se apuraron a reclamar autonomía y re-
presentación en las Naciones Unidas y en los mapas del
mundo. El ejemplo nos recuerda que, aunque el naciona-
lismo está generalmente enraizado en viejas identidades,
es también causado por nuevas oportunidades y presiones,
y facilitado por la disponibilidad de una retórica interna-
NACIONALISMO 37
cional en la cual modelar los reclamos, tanto de atención
mundial como de lealtad de los ciudadanos.
La mayoría de los mapas han sido formados prepon-
deranternente -quizás demasiado- por las experiencias y
orientaciones de los europeos. Es por ello que los mapas
tipo ponen a Europa en el centro. La superficie del globo no
tiene centro geográfico lógico. Para aquellos que hacen los
mapas, Europa ha sido el centro social, cultural y político.
Muchos de nosotros hemos visto los mapas que critican la
mirada eurocéntrica al poner a Australia arriba o a Áfri-
ca en el centro, o representar a los continentes en propor-
ción a sus áreas geográficas verdaderas (las proyecciones
convencionales ,hacen aparecer a Europa y Norteamérica
más grandes de lo que son). Pero necesitamos también
desarrollar un entendimiento crítico respecto de cómo los
mapas nos incitan a presuponer que la manera obvia de
representar el mundo es a través de los Estados-nación. El
globo ha estado organizado como un sistema mundial de
Estados-nación supuestamente equivalentes por un par de
cientos de años. Antes de esto, muchas de las comunida-
des locales no tenían lazos cercanos o estaban involucradas
con aquello que ahora entendemos como "sus países". En
el otro extremo de la escala, los imperios organizaban la
vida política más allá de las fronteras de la mayoría de los
Estados contemporáneos. Incluso hoy, existen otras bases
importantes de identidad y solidaridad que no encajan con
el modelo de Estado nacional -la religión, por ejemplo, en
particular para aquellos que, como varios grupos islámi-
cos, rechazan la distinción entre la autoridad religiosa y la
secular y buscan crear Estados unificados religiosarnente-.
La noción de una cultura nacional compartida puede oscu-
recer importantes diferencias internas dentro de los países.
En especial con las nuevas migraciones internacionales,
hay muchas personas con identidades "nacionales" múlti-
ples y cruzadas. Como subraya Chris Hann (1995: 123): "La
demarcación de las culturas a través de las líneas precisas
 r
CRAIG CALHOUN
I NACIONALISMO
,
38
de un mapa es un ejercicio por lo menos extraño, si no im-
posible". No son sólo las culturas las que son difíciles de
demarcar de modo preciso con las líneas de un mapa. Las
relaciones económicas también atraviesan fronteras nacio-
nales, y -para algunos ciudadanos- lo mismo ocurre con
las relaciones personales. Aunque estas líneas tienen un
sentido preciso para ciertos propósitos políticos, son am-
biguas para otros.
Esencialismo
El nacionalismo no fue el todo, pero sí la parte más
importante del consenso tácito forjado a fines del siglo
XIX acerca de qué elementos conformarían una identidad
política pertinente. Tuvo un papel central en el desarrollo
del pensamiento "esencialista" que sirvió de base al modo
en el que raza, género, orientación sexual y otras clases de
identidades colectivas fueron constituidas (Calhoun, 1995:
cap. 8). El "esencialismo" refiere a una reducción de la di-
versidad en la población hacia un criterio único que se tie-
ne como constituyente de la esencia que lo define y de su
carácter crucial. Esto va generalmente acompañado con la
declaración de que la "esencia" es ineludible, o dada por la
naturaleza. Es común dar por sentado que estas categorías
culturales se refieren a grupos de gente que en verdad exis-
ten, y que son claramente identificables. Más sorprendente
aún es el hecho de que mucha gente supone que es posible
comprender cada categoría -digamos alemanes, o mujeres,
o negros, o gays- haciendo foco en su identificador prima-
rio antes que en el modo en que se cruza con, rechaza o
refuerza otras identificaciones.
Puesto de otro modo, ha sido una presunción tácita del
pensamiento social y cultural que las personas son, normal-
mente, miembros de una y sólo una nación, que pertenecen
a una y sólo una raza, a un género, a: una orientación y que
39
cada una ~e estas membresías describe prolija y concreta-
mente algun aspecto ~e su ser'. En general se da por senta-
do que las per~onas VIven en un único mundo, que habitan
u~ modo de VIda,.q~e ~ablan en un solo idioma y que ellas
mismas. en ~anto individuos, son seres singulares e íntegros.
Toda.sestas Ideas han surgido de modo claro y central a fines
del SIglo XIX, y todas parecen presentar problemas.
. Otr~s dos concepciones, dentro del pensamiento sobre
!a Identidad, que.av~n~an en esta dirección, son las de que,
I~ealmente, los individuos deberían alcanzar una iden-
hda~ lo más integrada posible, y que para eso necesitan
habitar culturas intrínsecamente coherentes y unívocas o
"mundos de la vida". Ésta es una de las razones por las que
los líder:s nacionalistas suelen argumentar que, para ser en
verdad libre. la gente necesita que su nación sea autónoma.
Se considera lo normal que la gente viva en una sola cultu-
ra; por ejemplo, que hable un idioma, abrace un conjunto
de ,val?res, adhiera a una comunidad política. Pero, ¿por
que? SI nos basamos en la evidencia histórica o comparati-
va, por el contrario, veremos que a través de la historia, y
en gran medida en la actualidad, es usual el plurilingüis-
mo; es usual encontrar gente movilizada simultáneamente
por diferentes visiones del mundo (no hay que descartar la
ciencia y la religión); encontrar gente dispuesta a compren-
derse como miembros de colectividades organizadas de
distintas maneras, desde familias a comunidades, Estados
o provincias, naciones y organizaciones internacionales, y
a reconocerse a través de identidades diversas en distintos
momentos o etapas de la vida. La civilización ha florecido
en los imperios más políglotas y heterogéneos, y en ciu-
DuBois ([1903]1989) desafió esta noción tempranamente con su idea de
"doble conciencia", aunque se concentró en algunas de las dificultades que
esta "duplicidad" significó para la población norteamericana negra. Para
una ampliación de esta línea de pensamiento, que muestra también cómo
el pensamiento nacionalista ha moldeado el pensamiento sobre identidad
racial, ver Gilroy (1993).
40 CRAIG CALHOUN
dad es cosmopolitas y comerciales. De hecho, las visiones
nacionalistas de las identidades políticas y culturales in-
ternan-lente uniformes y claramente demarcadas han sido
a menudo producidas o mantenidas por la lucha contra un
juego más rico, diverso y promiscuamente cruzado de di-
ferencias y similitudes.
Es irónico, pero la modernidad ha producido tanto el
intento por" clarificar" y" consolidar" identidades como la
existencia de un campo enormemente expandido de dife-
rencias culturales; tanto al ampliar el alcance y la facilidad
de las comunicaciones a través de diferentes líneas como al
alentar nuevas libertades en términos de creatividad cultu-
ral. Ha sido una era no de simple identidad personal sino
también de tendencias en conflicto. La idea de que lo "na-
tural" es que la gente se sienta cómoda en una comunidad
internamente homogénea choca con la creación de comu-
nidades políticas y campos culturales demasiado grandes
y diferenciados como para ser organizados como una sola
comunidad. El hogar, se dice a menudo, es el lugar donde
uno siempre será recibido. Es de este sentido de la palabra
"hogar" del que muchas personas derivan la idea de lo que
es formar parte de una nación. Incluso cuando este sentido
no esté ligado a ningún proyecto político específicamente
"nacionalista", tiene el poder de facilitar dicho proyecto;
despeja el camino para movilizar a la gente en solidaridad
con el resto de "sus" naciones, alienta un tipo de identifi-
cación con la propia nación que la hace atractiva al pen-
sarla como superior, y pensarse superior en consecuencia.
En este sentido, las políticas del nacionalismo son siempre
tan domésticas -se trata de adoptar una imagen poderosa
y llena de autoridad de la propia nacionalidad- corno in-
ternacionales. ASÍ, permitir que cada persona encuentre el
grupo dentro del cual se sienta "como en casa" no parece
una respuesta adecuada a las diferencias humanas. No hay
ninguna duda de que sentirse como en casa es muy atrac-
tivo. Pero esto necesita por lo menos equilibrarse con las
NACIONALISMO
41
virtudes de un espacio público para que sea posible com-
prometerse, atravesando líneas de diferencia, dentro de los
grupos nacionales tanto como Cll'rC' ellos,:. .,
Al final del siglo XIX,cuando i.l globahzaclOn de la orga-
nización económica y política de los flujos mundiales de cul-
tura habían alcanzado niveles sin precedentes, la necesidad
de organizar la vida social en términos de fronteras p~ec~sas,
identidades nacionales y categorías culturales esencialistas
llegó, del mismo modo, a su apogeo. Fue en este período.
en Europa, que los nacionalistas comenzaron a pedir con-
troles inmigratorios, crearon los ejércitos de ciudadanos que
pelearon en la Primera Guerra Mundial y se o~usieron. al
socialismo -precisamente, en parte, porque era internacio-
nalista (Hobsbawm, 1990: 123)-. Fue también durante este
I período que el antisemitismo moderno tomó forma, y que
el nacionalismo se identificó, de manera más concluyente,
It en el contexto europeo, con movimientos por la secesión an-
tes que por el amalgamiento de los Estados existentes (Carr,
1945:24-5). Nunca antes se había enfatizado tanto la autono-
mía del Estado-nación o la capacidad de la idea de nación
para definir identidades colectivas a gran escala. Pero esta
I¡
reacción nacionalista tuvo lugar, justamente, en un momen-
to en que el mundo se estaba convirtiendo en internacional.
Tal vez aquí residan algunas explicaciones claves para los
1
El tema de estar "en casa" fue una de las formas en que la filosofía de Martin
Heidegger se hizo eco de los deseos movilizados por el nazismo. El énfasis
\ en el "espacio público" fue una de las maneras con las que Hannah Arendt,
! una ex alumna de Heidegger, distinguió su filosofía de la de su maestro.
Atento al lado heideggeriano del nacionalismo, Guibernau lo explica afir-
mando que "las sociedades modernas producen una clase de inseg~lridad
ontoiógica como consecuencia de la incertidumbre y fragmcntacíón que
están en su núcleo" (1996: 134)_El hecho de que las personas necesiten una
identidad, sinembargo, no nos explica por qué se fijan en alguna definición
de identidad o escala en particular. La gente puede, de hecho, buscar fuen-
tes de seguridad ontológica cuando se enfrenta a contradicciones sociales
¡ ya mundos impredecibles, pero a lo largo de la historia ha enfrentado 111-
seguridades y ha encontrado consuelo en las Familias, las comunidades y
las religiones, así como en las naciones; y ha respondido tanto entrando al
I espacio público como buscando sentirse en casa.
_l.

CRAIG CALHOUN
tiempos que corren, cuando la aceleración de los procesos
globales de acumulación de capital, la rápida transferencia
global de tecnología, la distribución casi instantánea de pro-
ductos culturales y las gigantescas oleadas migratorias ha-
cen que mucha gente suponga que el Estado-nación pronto
desaparecerá en la sombras de la historia.
Un fenómeno complejo, múltiples causas
Diversos investigadores han intentado variadas ex-
plicaciones del nacionalismo. Se lo ha explicado como el
resultado de identidades étnicas duraderas (Geertz, 1963;
Smith, 1986; Hutcheson, 1994); de los cambios políticos y
culturales derivados de la industrialización (Gellner, 1964,
1983); de las respuestas separatistas al desarrollo económi-
co desigual por parte de quienes quedan en la periferia de
una economía y un Estado integrados (Hechter, 1975); del
deseo de estatus y el resentimiento de las nuevas élites que
reclamaban distinguirse de las viejas élites o de sus veci-
nos (Gre:~feld, 1992), y de la invención de una ideología
para legItImar Estados dentro de relaciones económicas
capitalistas (Hobsbawrn, 1990) o reforzar la centrali;zación
y unificación asociada a la construcción del Estado (Tilly,
1975, 1990; Mann, 1993, 1995). Todos estos factores yalgu-
nos otros han contribuido a la creación de los movimientos
nacionalistas, y al valor del discurso nacionalista. Ninguno
de ellos los explica del todo. De hecho, tratar a alguno de
ellos como la "variable maestra" que explica el nacionalis-
mo serí~ reduccionista. Una interpretación de este tipo no
logra asir todo aquello que podríamos denominar nacio-
nalismo, reduciéndolo arbitrariamente a otra cosa; por 10
general a algo más pequeño, más fácilmente mensurable.
Estos factores explican varios contenidos del nacionalismo
o procesos asociados con el nacionalismo, pero no explican
la forma nación o el discurso nacionalista en sí mismo.
NACIONALISMO 43
Los estudios que enfatizan las variadas "causas" o "va-
riables independientes" específicas pueden ser iluminadores
pero no ~irven, por sí mismos, para llegar a comprender el
modo mas general en que el nacionalismo da forma al mun-
do ~ode~no,. Aunque parte de su atractivo es su aparente
parslmoma causal, no desembocan de manera acumulativa
en una teoría general o en una historia única del nacionalis-
mo'. ~sto es así, ~ásicame~lte, porque se refieren a objetos de
estudio heterogeneos. EXIsten muchos nacionalismos en el
nivel de la actividad práctica; la idea de nación es esencial
para muchos aspectos de las maneras en que comprende-
mos el mundo, para los estilos marcadamente contrastan-
tes de política estatal y para las grandes variaciones en los
movimientos sociales. Las explicaciones de cada caso deben
e.xtraerse de ;ariables por lo menos en parte distintas, que
tienen sus raices en historias específicas y en otros factores
causales tales como las ideologías de las élites estatales o las
dinámicas de los movimientos sociales. Los factores estruc-
turales, desde el crecimiento del poder estatal hasta la glo-
b~lización d~l cap.italismo, pueden crear condiciones que el
discurso nacionalista está acostumbrado a considerar. Pero
el uso del discurso nacionalista es parcialmente autónomo
~e estas}nstancias específicas y conecta de manera significa-
tiva fenomenos que, de no ser aSÍ, estarían desconectados.
Un enorme espectro de movimientos, ideologías, políti-
cas y conflictos que serían de otro modo diferentes, se cons-
Entre las muchas discusiones acerca de la dificultad de teorizar todas las ma-
nifestaciones nacionalistas (en oposición al producción de una taxonomía de
los nacionalismos y las teorías de las diversas dimensiones del nacionalismo)
ver Hall (1995). Lo mismo puede decirse del marxismo, como disciplina no
académica o campo interdisciplinario. Como sostiene Nairn (1977), el mar-
xismo no ha logrado producir una teoría seria del nacionalismo a pesar de
que (o quizás porque) el movimiento internacional de la clase trabajadora en-
contró que sus fallas más básicas competían con el atractivo del nacionalismo
a comienzos del siglo XX(ver también Debray, 1977; Connor, 1984). Ander-
son (1991: 3) sugiere que "sería mucho más exacto decir que el nacionalismo
ha sido tilla incómoda anomalía para la teoría marxista Yo precisamente por
esa razón, más elidida que confrontada".

44 CRAIG CALHOUN
tituyen, en parte, a través del uso de términos tales como
"nación", 11nacional", Ji nacionalidad", "estado-nación" e
"interés nacional". El denominador común, digamos, en-
tre el proteccionismo económico japonés, las "limpiezas"
étnicas serbias, los estadounidenses cantando el himno na-
cional antes de los partidos de béisbol y el modo en que el
Banco Mundial consigue sus estadísticas es una modalidad
discursiva que da forma y liga a todos ellos, aunque quizás
no pueda ofrecer una explicación causal completa de nin-
guno. Así el separatismo bretón, el nacionalismo pan-árabe
y las declaraciones de los estudiantes chinos de que esta-
ban dispuestos a morir por el futuro de China surgen en y
de diferentes trayectorias históricas, pero son unidas por el
uso de una retórica en común. Pueden estar acompañados
por otros denominadores en común, pero ninguno de ellos
en sí mismo los define como "nacionalismos". Están todos
influidos, por consiguiente, por algún sentido de resenti-
miento hacia la capacidad, la riqueza o los privilegios que
disfrutan otros grupos. El poder de los Estados modernos
le da forma. Pero esto no los define como ejemplos de na-
cionalismo.
Cada vez que un líder político utiliza la retórica del
nacionalismo -e;n lugar de, por ejemplo, la del internacio-
nalismo comunista- esto cobra importancia. Cuando una
rebelión campesina afirma representar a una nación opri-
mida, esto es significativamente distinto de apoyarse en el
lenguaje de clase, o en el de la religión. Cuando un novelis-
ta (o pintor, o compositor) presenta su trabajo como encar-
nando el espíritu de la nación, esto es distinto a presentarlo
como el trabajo de un genio sin raíces o un ciudadano cos-
mopolita del mundo. Es imposible definir aquello que las
diversas formas de nacionalismo tienen en común a partir
de una sola variable, como la construcción del Estado-na-
ción, la industrialización, el desarrollo económico desigual
o el resentimiento. Lo que es general es el discurso del na-
cionalismo. No explica por completo ninguna actividad o
45
NACIONALISMO
evento específico pero ayuda a constituir cada uno de ellos
a través del marco cultural que provee.
Gellner (1983:55) reconoce algo del poder desemejante
marco cuando subraya que "el nacionalismo engendra las
naciones, no a la inversa". La afirmación se acerca a mi suge-
rencia de que tratemos el nacionalismo, ante todo, como una
formación discursiva. Gellner se preocupa por argumentar
en contra del determinismo étnico simple: "Por cada nacio-
nalismo efectivo, existen un número n de nacionalismos po-
tenciales, grupos definidos bien por una cultura en común
heredada del mundo agrario o por otra ligazón [...] que po-
dría dar esperanza a comunidades industriales homogéneas,
pero que sin embargo no se preocupan por luchar, que fall.an
en activar su nacionalismo potencial, que ni siquiera lo In-
tentan" (1983:45). Pero siguiendo esta ruta, debemos cuidar-
nos de no implicar que las naciones son creadas simplemen-
te para satisfacer el principio político del nacionalismo (d.
Hobsbawm y Ranger, 1983).Esto sugeriría que, como se que-
ja Anderson (1991),las naciones así invocadas son creaciones
puramente arbitrarias de la ideología, y no complet~Iner:te
reales. Lo que necesitamos es ver el discurso del nacionalis-
mo como multidimensional. La etnicidad es sólo una de las
fuentes potenciales de homogeneidad y obligación mutua:
mientras que la homogeneidad y la obligación mutua carac-
terizan a muchas naciones (o ideologías nacionalistas), pero
no a todas. La gente se une (y se divide) por el poder estatal
y el poderío militar, las políticas participativas y otras forma-
ciones institucionales. Las naciones tienen múltiples fuentes,
incluyendo el propio discurso nacionalista.
Subestimando el nacionalismo
Hace más de 150 años Karl Marx y Friedrich Engels
escribieron: "¡Trabajadores del mundo, uníos! ¡No tienen
nada que perder más que sus cadenas!". La ocasión era la

46 CRAIGCA~HOUN
ola de movimientos revolucionarios que sacudieron Euro-
pa cerca ele 1848 luego de una crisis económica extendida.
Marx y Engels (1848) acuñaron el eslogan como parte del
Manifiesto que escribieron para la entonces recién creada
(y rápidamente disuelta) Liga de los Justos: una primera
Internacional Comunista. "Comunistas de las más diversas
nacionalidades se han reunido en Londres -escribieron- y
han redactado el siguiente Manifiesto, que será publica-
do en inglés, francés,alemán, italiano, flamenco y danés".
Tanto la crisis económica como la respuesta revolucionaria
tenían fuertes dimensiones internacionales.
Pero Marx y Engels se equivocaron al pensar que los tra-
bajadores del mundo no tenían nada que perder más que las
cadenas, y que la mayoría preferiría considerarse miembro
del grupo de proletarios del mundo en lugar de pertenecer
a naciones y religiones individuales y otros agrupamientos
culturales o étnicos. Las revoluciones de 1848, de hecho, fue-
ron la segunda ola de revoluciones en las que los asuntos de
derechos económicos,la autonomía nacional y la creación de
procesos políticos participativos (no siempre propiamente
democráticos) se entremezclaron. La primera había sucedi-
do a fines del siglo XVIII, siendo las Revoluciones America-
na y Francesa SU$ puntos más altos. Vale la pena detenerse a
enfatizar que en cada caso hubo olas internacionales y que las
revoluciones mismas tenían un carácter internacional, tanto
como nacional. En 1776 y 1789 esto puede ser simbolizado
por Tom Paine, el gran revolucionario democrático inglés
que escribió su "Defensa de los Derechos del Hombre" en el
contexto de la Revolución Norteamericana y que fue elegi-
do para la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria.
Sesenta años más tarde, los europeos hablaban de una "pri-
mavera de las naciones" cuando parecía que todo pueblo
oprimido podía adquirir soberanía y auto-expresión (Kohn
1929;Meinecke 1970). En 1848, los trabajadores de Europa y
las Américas consideraron como propia la lucha de los po-
lacos por la independencia nacional, haciendo (por un tiem-
'V
1
1\
NACIONA~ISMO 47
I
i po) de Kosciusko un nombre famoso. Los sastres alemanes
(
¡ que vivían en Londres enviaban dinero para ayudar no sólo
I
1 al Parlamento de Frankfurt sino también a la Asamblea Na-
~
I cional francesa. y luego de que la rebelión fuera aplastada
¡ los Estados Unidos experimentaron su primera gran migra-
I ción alemana.
¡
Este patrón de oleadas continuó luego de la mitad del
1
siglo XIX, con los movimientos nacionalistas inspirándo-
se mutuamente en una escala internacional y en muchos
casos ligados a revoluciones". En la década de 1910 la Pri-
mera Guerra Mundial coincidió con la ruptura del Imperio
Austrohúngaro y ayudó a lanzar tanto la Revolución Rusa
como la Liga de las Naciones (con su declaración eminen-
temente wilsoniana en favor de la auto-determinación na-
cional que reflejaba, tanto como influía, a los movimientos
nacionalistas de la época). Fuera de Europa, justo cuando
el movimiento por la "Joven Europa" (de la década de
1840) había encontrado un eco instantáneo en "los jóvenes
turcos",la guerra y la caída del Imperio Otomano constru-
yeron el exitoso movimiento nacionalista turco que contro-
ló el Estado en 1923 bajo el mando de Kemal Atattürk. El
nacionalismo egipcio adoptó su forma moderna en el mis-
mo período, aunque sufrió bastante antes de conseguir un
éxito similar. Fueron aquellos años cruciales también para
el nacionalismo anticolonialista en la India y Corea y, con
menos énfasis en el colonialismo, en China.
De hecho, uno de los grandes debates en los círculos socialistas se ocupaba
de si los planes revolucionarios debían ser coordinados internacionalmente
o podían suceder mediante levantamientos de masas espontáneos como
Jos predichos por Rosa Luxemburgo y otros teóricos. Luego de la Revolu-
ción Rusa, los bolcheviques usaron su dominio del movimiento socialista
internacional para oponerse a la "acción espontánea" y los levantamientos
en masa. Aunque en principio comprometida con el internacionalismo co-
munista, la Unión Soviética comenzó (especialmente bajo Stalin y luego de
la caída de Trotsky) a perseguir el camino de "socialismo en un país" que
estaba fuertemente conformado por el nacionalismo ruso (y/o soviético),
lo que llevó a Moscú a minimizar la ayuda a los muchos revolucionarios en
otras partes del mundo (ver Claudin, 1977).
48 CRAIG CALHOUN
El colapso del comunismo en 1989 ayudó a estimular
otra ola internacional de movimientos nacionales. Estos
ocurrieron no sólo en países que antes habían sido comu-
nistas, sino en una serie de lugares donde el variable equi-
librio internacional de poder creó nuevas aperturas para
los insurgentes (y la inundación de armas post'-1989 les dio
nuevo poderío militar)", Múltiples factores explican cada
una de estas oleadas. El colapso de los imperios y las mo-
dificaciones en el equilibrio del poder global son quizás los
más importantes para explicar esta oportunidad de que los
nacionalistas actúen efectivamente (Gellner, 1995:6). El co-
lapso imperial también volvió más atractivo al nacionalis-
mo al reducir la capacidad de los centros imperiales para
entregar bienes económicos -incluso para proporcionar
seguridad y paz- a aquellos que gobernaban. Pero la for-
ma que toma la oleada está también influida por las comu-
nicaciones internacionales. Ejemplos de insurgencias -y
éxitos- nacionales se diseminaron mediante migraciones,
conferencias, libros, diarios, radio y -a finales del siglo XX-
televisión y redes informáticas. La existencia de algunos
movimientos nacionalistas, entonces, alienta la emergencia
de otros y les proporciona ideas y ejemplos.
De manera crucial. el discurso del nacionalismo ayuda
a explicar por qué gente con las más variadas reivindica-
ciones moldea sus luchas dentro del marco retórico del na-
cionalismo. Las injusticias pueden surgir de fuentes econó-
Por supuesto muchos movimientos nacionalistns han tenido lugar u lo lar-
go de los siglos XIX y XX; no han estado limitados a estos períodos de tras-
torno y colapso de los imperios. La lucha palestina por un Estado-nación
autónomo, por ejemplo, ha continuado con flujos y reflujos desde la crea-
ción del moderno Estado judío de Israel. Del mismo modo, la lucha de los
nacionalistas afganos, influidos por el reoiua! islámico, precedió a la crisis
del comunismo en 1989 y ayudó, de hecho, a debilitar al Estado soviético
(tanto como el movimiento nacionalista eritreano que ganó fuerza como
oposición a una Etiopía feudal-imperinl continuó en conflicto con Etiopía
cuando ésta se convirtió en un Estado cliente del soviético y ayudó a sen-
tenciar al gobierno comunista-nacionalista "dergue" liderado por Mengistu
Haile Mariam).
.L
NACIONALISMO 49
micas, políticas o culturales pero no producen insurgencia
o movimientos sociales por sí mismos". Los galeses des-
contentos con el subdesarrollo de su país y de sus propias
posibilidades materiales pueden elegir dirigir sus quejas
y perseguir sus fines tanto a través de un movimiento de
clase como de uno nacionalista", De hecho, los movimien-
tos clasistas han encontrado un fuerte apoyo en parte de
la. población galesa, a veces superponiéndose con el pen-
samiento nacionalista, y otras veces bien separado de éste.
Del mismo modo, se podría argumentar que una gran par-
te de la expansióndel metodismo galés fue motivada por
las mismas reivindicaciones y preocupaciones que han ins-
pirado también al nacionalismo y lapolítica clasista galesa.
Por qué el nacionalismo llega a dominar en aquellos esce-
narios donde lo hace -para alguna gente y no para otros
dentro de una población ostensiblemente nacional- son
preguntas que sólo pueden ser respondidas de manera ge-
10
El argumento de que las reivindicaciones no alcanzan para producir mo-
vimientos sociales es uno de los puntos principales de la "teoría de mo-
vilización de recursos", que subraya que la gente siempre tiene quejas y
que la variación en su grado explica menos los movimientos sociales que
la variación en la capacidad de los organizadores de producir una acción
concertada, comunicarse con los seguidores, asegurarse recursos materia-
les, etcétera (ver McCarthy y Zald. 1976; Oberscahall, 1973; Tilly, 1978). El
argumento en favor de la movilización de recursos, sin embargo, echa poca
luz sobre la cuestión de por qué los movimientos están organizados con un
énfasis en ciertas constelaciones identitarias específicas, reivindicaciones,
valores y demandas. En otras palabras, deja sin tratar los factores cultura-
les. Nos ayuda a comprender por qué ciertos movimientos nacionalistas
pueden florecer mientras que otros caen, y por qué suceden en olas en un
momento determinado, pero no por qué son nucionulistüs.
11 El argumento de Michael Hechter (1975) acerca de cómo el colonialismo
interno y el subdesarrollo económico coinciden en producir nacionalismo
en la marginalia celta de Gran Bretaña es potente con respecto a la clase de
factores que la teoría de movilización de recursos considera, pero más débil
al explicar por qué el nacionalismo se convirtió en el marco retórico preferi-
do para apoderarse de las reivindicaciones, perseguir fines y formular que-
jas. El segundo tipo de asuntos requiere una comprensión en términos de
construcción histórica y diseminación del discurso del nacionalismo (y su
encarnación tanto en el Estado británico, dominado por los ingleses, como
en ejemplos exitosos de otras partes).
50 CRAIG CALHOUN
neral dentro de contextos específicos, con conocimiento de
la historia local, de la naturaleza del poder estatal (y del de
otras élites) y de qué otros movimientos potenciales o rea-
les compitieron por la lealtad de la gente12• Pero la disponi-
bilidad y prominencia del discurso nacionalista es crucial y
es un asunto tanto de historia local (no sólo de nacionalis-
mo insurgente potencial sino también del Estado que lo ha
dominado) como de comunicación internacional.
La Unión Soviética ha afirmado, durante mucho tiem-
po, representar un tipo especial de internacionalismo y ha-
ber llevado a su fin el nacionalismo y el conflicto histórico
entre las naciones de Europa del este y la Unión Soviética.
Cuando Nenarokov y Proskurin (1983:144)escribieron en la
serie sobre "la experiencia soviética" para la editorial estatal
Novosti, sostuvieron que "al desaparecer el antagonismo so-
cial bajo el socialismo, también lo hizo el conflicto nacional,
las desigualdades raciales y la opresión en cualquiera de sus
formas [... ] La cultura socialista multinacional ha sido enri-
quecida por un intercambio intensivo de valores culturales
e intelectuales. Las naciones socialistas que han emergido
de la URSS han formado una nueva comunidad histórica
de gente -de gente soviética- [... J No sería una exageración
decir que hoy el sentimiento de pertenecer a una familia pre-
valece entre los soviéticos". La ola post-1989 de movimien-
tos nacionalistas reveló la falsedad de estas reivindicaciones;
aunque no debemos' ignorar que el conflicto étnico y nacio-
nal disminuyó sobremanera bajo el mandato comunista.
-----
12 Los movimientos sociales no suceden generalmente en aislamiento. Los
estudios que se centran en un sólo movimiento a la vez -sea éste de cla-
se, religioso, nacionalista o de género- pierden de vista el enraizamiento
de cada movimiento dentro de un campo de movimientos (ver Calhoun,
1993[a]). Las tácticas son compartidas a través del ejemplo y por el involu-
cramiento de individuos en más de un movimiento, tanto simultáneamente
como a lo largo del tiempo. La existencia misma de muchos movimientos,
si se encuentran incluso con un éxito modesto, alienta la idea de que la ac-
ción colectiva puede de hecho cambiar el mundo y no será necesariamente
recibida con represión. Esta "liberación cognitiva" es importante para los
movimientos sociales en general (ver McAd arn, 1982, 1986).
NACIONALISMO 51
.~----------------------------------~~
Los occidentales no sólo subestimaron el potencial para
un renovado nacionalismo en la Unión Soviética y Europa
del este: les gustó imaginar que estaba también desapare-
ciendo de todo el mundo. Fue éste un patrón que se suce-
dió a lo largo del tiempo. Cuando cada oleada temprana
descendía, gran parte de la academia y la opinión pública
dominante emitía un suspiro de alivio figurado y se apura-
ba a declarar "transicionales" a los movimientos naciona-
listas recientes, o por lo menos a asegurar que eran los últi-
mos que el mundopresenciaría. El modelo de esta creencia
se remonta por lo menos hasta el sueño de Imrnanuel Kant
(1804) de una "paz perpetua". La idea de una paz creciente
está profundamente enraizada, no sólo en el pensamiento
iluminista en general sino, en particular, en las ciencias so-
ciales. Ya existía, por ejemplo, en la mayoría de las grandes
síntesis evolucionistas del siglo XIX y el comienzo del XX.
Herbert Spencer (1853) describió el movimiento maestro
de la historia moderna como una transición de sociedades
"militares" a otras "industriales" y predijo confiadamen-
te que los poderes industrializantes buscarían la paz entre
ellos para no molestar a sus intereses comerciales. El gran
historiador francés Elie Halévy (1930) dijo lo mismo en
1930, pensando en la Primera Guerra Mundial (sin antici-
par la Segunda). Al igual que varios grandes analistas del
tema, veía el nacionalismo violento como una excepción
a lo que debería haber sido la regla histórica. Presentado
. como una interrupción excepcional del crecimiento de la
paz mundial, el nacionalismo fue descartado como un sal-
to hacia atrás, una cuestión de asuntos inconclusos que ne-
cesitaba explicarse según aspectos especiales, y a partir de
cada caso histórico idiosincrásico".
13
Daniel Patrick Moynihan (1993: 10·11)se queja de esta tendencia de tratar al
nacionalismo - y a la etniciclad en general- como un caso especial o factor
menor en la historia mundial y escribe: "Existen 8 Estados en el mundo que
ya existían en 1914 y no han cambiado su forma de gobierno violentamente
desde entonces. Ellos son el Reino 'Jnido, cuatro miembros o ex-miembros

S2 CRAIG CALHOUN
Ninguno de los otros grandes analistas sociales y po-
líticos ha sido tan castigado por no poder comprender la
importancia del nacionalismo como Marx y Engels. Esto
es, quizás, porque Marx y Engels estuvieron entre los in-
ternacionalistas más porfiados de mediados del siglo XIX.
Al igual que los otros, ellos no supieron ver con claridad
que la misma palabra "internacional" no sugería la ausen-
cia de naciones sino su primacía. De todas formas, tanto
Marx como Engels llamaron la atención sobre un punto
crucial del nacionalismo, aún cuando subestimaron mu-
cho su importancia'<Lo qu~ t::!!.9..~_?_ubrayaron
fue la facili-
dadconquelas ideas ~nacionalpodían ser ma,ni-
p~l!~9.~or las élites p~guir-queJ.os trahajadores
detuvieran la lucha por sus derechos en sus propiDs países
pari-l-cei1frárse en 1as amenazas del extranjero. Su interna-
cioncdísíilcY-fúemoldeado por la1:'xpetienctá de una era en
que los aparatos estatales admitían poca participación po-
pular y en la que miembros disidentes de la nación -como
ellos- eran por lo común enviados al exilio, a comulgar con
colegas similares de otras naciones (Kramer, 1988). Marx
y Engels mantuvieron una considerable identidad nacio-
nal alemana, pero en sus escritos revelaron poco acerca de
cuánto se sentían las lealtades nacionalistas y de cómo las
identidades nacionalistas eran una parte básica del pro-
pio sentido del ser de los trabajadores. Tampoco pudieron,
de manera acorde, anticipar la Primera Guerra Mundial o
entender, desde sus teorías, por qué algunos trabajadores.
del Cornmonwealth. los Estados Unidos, Suecia y Suiza. De los 170 Estados
contemporáneos restantes, algunos han sido creados demasiado reciente-
mente como para hab.er conocido mucho desorden, pero de aquellos que lo
han tenlel?, el factor involucrado más frecuentemente ha sido por lejos el
conflicto étnico. Aunque es posible haber estudiado las relaciones interna-
cionales durante todo el siglo XX y apenas haberlo notado".
Erica Bonner (1995) ha desarrollado una descripción compleja de la com-
prensión de Marx y Engels que sugiere cómo habría sido su análisis del
nacionalismo si le hubieran dado la importancia que tenía o le hubieran
prestado atención sostenida. Ver también la amplia revisión que Nimmi
(1991) hizo ele los aportes marxistas.
r
!
t
¡
j NACIONALISMO 53
I
I,
fe"
estaban dispuestos a morir por un "interés nacional" ex-
tremadamente ambiguo (interés que, más aún, estaba de-
I finido en su mayoría en términos de los emprendimientos
corporativos y colonialistas de las élites económicas). Del
mismo modo no lograron anticipar que, luego de las re-
voluciones comunistas, podrían formarse regímenes como
los de Stalin en Rusia, que no sólo no podrían establecer
una sociedad sin clases y convertirían el supuesto paraí-
so de los trabajadores en un infierno de represión política
para muchos, sino que además apuntarían a una. política
internacional de superpoder basada en el viejo imperio,
denegando autonomía nacional dentro de las fronteras so-
viéticas y abandonando la visión internacionalista en pos
de los intereses del Estado soviético.
Marx y Engels fallaron, sobre todo, en considerar que
unas pocas personas responderían simplemente como tra-
bajadores a los desafíos materiales reales de la integración
económica del capitalismo global. En todos los casos, otras
identidades jugaron diversos roles. Los trabajadores su-
frieron las privaciones económicas como jefes de familia,
como miembros de comunidades, como personas religio-
sas, como ciudadanos -no sólo como trabajadores-. Fue un
desafío, para el movimiento trabajador, conseguir que sus
miembros consideraran que su identidad primaria era su
identidad "trabajadora"; un desafío que el movimiento ele
trabajadores enfrentó con resultados un tanto ambiguos. De
hecho, aún cuando se pensaron como miembros de la cla-
se trabajadora, la mayoría de los trabajadores continuaron
pensándose primero como miembros de su oficio u ocupa-
ción particular -como imprenteros, tejedores de seda, re-
lojeros o estibadores-, no simplemente como trabajadores.
Éste fue en especial el caso de los trabajadores calificados
y relativamente privilegiados que podían haber estado en
el mejor lugar para liderar una movilización amplia de la
clase trabajadora, pero que a menudo eligieron defender su
posición en contra de los menos calificados, los inmigrantes
I
¡
~L.
54 CRAIG (ALHOUN

recientes o quienes simplemente no pertenecían al sindicato.

De hecho, fue sólo con el surgimiento de Estados relativa- CAPíTULO 1I
mente integrados, la idea de una pertenencia común a algo Parentesco, etnicidad
llamado nación y la creencia de que la legitimidad guber-
e identidades categóricas
namental deriva del consentimiento del gobernado (todas
ideas bastante modernas) que las desigualdades económi-
cas pudieron ser reflejadas en algo así como las diferencias
de clase modernas. Marx y Engels no reconocieron adecua-
damente que esas otras identidades -comunitarias, religio-
sas, nacionales, laborales- no sólo existían sino que también
moldeaban la respuesta de gente ante el capitalismo global.'
No fueron los únicos en hacer esto; la mayoría de sus primos
en las ciencias sociales cometieron el mismo error y hoy en
día académicos, políticos y periodistas a menudo continúan
Como hemos visto, el nacionalismo es característicamente
pensando que asuntos como la justicia social y la integración
moderno. Es un modo de construir identidades colectivas qUé
económica global están de algún modo separados de proble-
surgió junto a las transformaciones en el poder estatal, el cre-
mas como la insurgencia nacionalista y el fundamentalismo
cimiento de los lazos económicos a larga distancia, las nuevas
religioso. No lo están.
capacidades de transporte y comunicación y los nuevos pro-
yectos políticos. Esto no significa,sin embargo, que todo 10 que
tenga que ver con el nacionalismo sea nuevo. Los proyectos e
identidades nacionales especificas han continuado abrevando
en las identidades étnicas de larga data, en estructuras de pa-
rentesco y redes comunitarias locales y en reivindicadas rela-
ciones con territorios ancestrales. Éstos han sido una fuente
primordial de contenidos culturales, compromiso emocional y
poderío organizacional para dichas identidades y proyectos.
Es sin embargo importante distinguir analíticamente el
nacionalismo, en tanto forma de construir identidades, de la
etnicidad, y ambas de las estructuras de parentesco. La distin-
ción no surge sólo cuando consideramos el contenido, ya que
la etnicidad es presentada a menudo como una extensión del
parentesco y los nacionalistas presentan comúnmente a las
naciones como grandes familias que comparten lazos de cul-
tura y ascendencia. Las cuestiones claves, en cambio, son qué
formas de solidaridad son éstas y cómo se reproducen. Son
cruciales dos distinciones muy relacionadas: entre redes de