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18/03/2019 – ¡Bienvenido a mi mundo…!

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¡Bienvenido a mi mundo…!
Publicado por James Alison

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Cardinales y obispos durante el encuentro Protection of minors in the church, 2019. Fotografía: Evandro Inetti / Cordon.
 
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¡No hubo manera de evitarlo! Por fin estalló. Se ha arrancado el velo a lo que en Francia se llama, con
gracia, un «secret de Polichinelle» —un secreto a voces: algo que todo el mundo sabe, pero con una Sus Suscripciones
evidencia fugaz y a lo que tampoco se presta demasiada atención—. Lo que era meramente anecdótico
No estás conectado.
adquiere por fin una visibilidad sociológica. Ya era hora.

Introducción Nuevo

El libro de Frédéric Martel Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano es la primera tentativa de la Manual para comprarse una isla privada
que tengo noticia de contestar, a partir de una investigación rigurosa, a la pregunta: ¿cómo y por qué el Ana Tudela Flores
principal obstáculo institucional a los derechos LGTB a nivel mundial está en apariencia tan Biografía de quienes nunca existieron
abrumadoramente poblado de hombres gais? Se mire por donde se mire, la pregunta no es estúpida. El
Diego Cuevas
autor dedicó varios años al periodismo de investigación en busca de la respuesta. Hizo múltiples viajes
intercontinentales, pasó meses viviendo tanto en Roma como dentro del mismo Vaticano, siempre con ¿Cuál es la mejor canción en torno al
su propio nombre. Llevó a cabo cientos de entrevistas con aquellos que están, de una u otra manera, crimen?
involucrados. Desde trabajadores del sexo a cardenales, pasando por periodistas, médicos, abogados, Javier Bilbao

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policías, curas, diplomáticos y abogados. De la evidencia recogida surge un cuadro: la homosexualidad ¡Bienvenido a mi mundo…!
vivida sistémicamente de forma deshonesta crea una cultura de mutuo encubrimiento que se James Alison
autorrefuerza constantemente: la estructura del armario clerical.
Sex Education: la disparatada revolución
Algunos hechos que descubrimos en el libro son a la vez nuevos y perturbadores. Las relaciones entre de las hormonas
Pinochet, los círculos católicos gays de derecha en Chile y Angelo Sodano, (el responsable de tantos Emilio de Gorgot
nombramientos del tan caído en desgracia episcopado chileno); el chantaje que pudo efectuar la Junta
La mejor ciencia ficción la están
Militar Argentina de los años 70 sobre el nuncio Pio Laghi, gracias a la debilidad de este por los
escribiendo mujeres
«taxiboys» locales; la pregunta sobre hasta qué punto los abusos sexuales en la Archidiócesis de la
Kiko Llaneras
Habana fueron la última gota para el papa Benedicto, el gatillo para su renuncia; los vínculos entre
Alfonso López Trujillo y el narcotráfico en Colombia, como también la violencia sexual que Doble decálogo para una década mutante
practicaba con los chaperos de Medellín .Y tantas historias más, de dinero y de sexo. Algunos de estos Basilio Baltasar
relatos ya eran conocidos en sus países de origen, por lo menos por los periodistas locales; pero esta es
La sonrisa de Diane
la primera vez que se atan tantos cabos sueltos a nivel mundial.
Bárbara Ayuso
Martel retrata, sí, algunos monstruos en sus páginas, como también muchas cosas que apenas
Autocracia positiva: siga consejos de
merecerían un apunte, a no ser por desplegarse en medio de la vida, por otra parte, burocrática, del
autoayuda de Vladimir Putin
alto clero. Pero no es un libro especialmente lascivo. A todos los elementos potencialmente
Diana M. Bonet
sensacionalistas se les ha rebajado el tono para destacar el funcionamiento de un sistema cuyos
funcionarios creen manejar, pero que de hecho les maneja a ellos triste y cruelmente. El autor tiene La tarde en la que Rosa Montero hizo que
claro que topa con muchísimos hombres gais, pero con muy pocos pedófilos. A diferencia de algunos Pérez-Reverte cambiara de opinión
de sus entrevistados está perfectamente enterado de que se trata de dos cosas muy distintas. Este no es, María G. Zambrana
de ninguna manera, un libro sobre el abuso clerical a menores. Sin embargo, la naturaleza sistémica de
la mendacidad que queda al descubierto sí tiene consecuencias importantes para comprender la causa
de que el encubrimiento del abuso a menores haya sido tan habitual. Esta misma falsedad sistémica
arroja también luz sobre por qué toda una generación del alto clero, a partir del fin del Concilio
Vaticano II, no pudo participar en el proceso público de aprendizaje sobre la homosexualidad, proceso
este que nos ha caracterizado en mayor o menor grado a todos, en todas las culturas, a lo largo de los
últimos cincuenta años. Queda patente, entrevista tras entrevista, que el fracaso recalcitrante del alto
clero en este aprendizaje ha jugado un papel enorme en la pérdida para el Evangelio de toda una
generación de fieles. Al igual que lo ha jugado también su habitual encubrimiento de los abusadores
clericales.

Sí, ¿pero será verdad?

Antes de proseguir es menester que sea transparente. Soy sacerdote católico, escritor y teólogo. Como
gay que no oculta su condición he escrito sobre cuestiones relativas a la autoridad eclesiástica a
propósito de la homosexualidad desde hace muchos años. Soy también una de las muchas fuentes de
este libro, y una de las pocas en aparecer con nombre propio. Llegué a serlo gracias a un colega del
autor en París que le habló de mis intentos a lo largo de los últimos veinticinco años, de hablar y
escribir sobre esta realidad. Para gran alivio mío, resultó que yo sí había intuido algunos de los
elementos estructurantes del relato. Además, el autor me ha tratado con inmerecida generosidad, hasta
el punto de incluir a mi bulldog francés, Nicholas, en sus páginas. Quisiera informar, no tan solo del
hecho de ser fuente, sino también de lo que aprendí durante el proceso de llegar a serlo. Pues tiene
relación directa con la fiabilidad del autor, y si lo que dice es verdadero. Preguntas estas que es muy
probable que se produzcan, ya que algunas personas ciertamente tendrán necesidad de disparar al
mensajero para restarle importancia al mensaje.

El autor me era desconocido cuando recibí su solicitud de entrevista. Me envió un ejemplar de su libro
Global Gay como presentación del tipo de periodismo que él practica. El libro es una exploración de
cómo «gay» llegó a ser una marca mundial, inculturada de maneras diversas en las comarcas más
distantes del planeta. Se da el caso de que conozco bien varias de las ciudades que describe, por
ejemplo, México y Bogotá. La descripción que hace de su vida y ambiente gais concordaba con mi
experiencia, lo cual me hizo pensar que con toda probabilidad es igualmente fiable cuando escribe
sobre Teherán y Taipéi, ciudades que no conozco. Es más, mostraba sutiles matices antropológicos al
hablar de sus entrevistados y conocidos, lo cual me llevó a pensar que probablemente sabría evitar lo
monocromático al tratar todos los «tonos de gay» en la Iglesia. Noté también su profesionalidad con las
fuentes, protegiéndolas cuidadosamente en los países o situaciones donde era menester, permitiendo al
mismo tiempo a aquellos que querían hablar con su propia voz que lo hicieran a su manera.

Ya antes de nuestro encuentro Martel llevaba tres años con su proyecto eclesiástico, y yo estaba
favorablemente dispuesto a aceptar su fiabilidad. Pude compartir con él tanto mis puntos de vista
sobre determinadas historias que conocía por dentro, como también los nombres de amigos y
contactos que tal vez le sirvieran para otros temas. También cumplió con su promesa de permitirme
revisar, antes de la publicación del libro, tanto las citas directas atribuidas a mí, como las indirectas.
Algunas se habían «mejorado» digamos, durante el proceso de edición, pero nunca de manera que
llegaran a tergiversar mi intención.

Con respecto al tratamiento que el autor da a las historias que me eran conocidas, doy testimonio de
sus páginas sobre el fallecido cardenal López Trujillo. De visita a Medellín en 2003 yo había escuchado
historias sobre este prelado y la necesidad que tenía de la violencia en sus relaciones sexuales con los
chicos de pago locales. Hay que entender que, en aquella época, con López Trujillo todavía vivo y
poderoso tanto en Colombia como en Roma, nadie quisiera hablar sobre esto en público. Quince años

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más tarde mi anfitrión inicial, el padre Carlos Ignacio Suárez, un sacerdote de enorme valentía, había Láminas
sucumbido al cáncer pancreático. No obstante, pude indicar a Martel contactos entre los amigos
«paisas». Cuando por fin leí las páginas relevantes del libro, no tan solo confirmaban lo que había
escuchado, sino revelaban un caso de dimensiones mucho mayores de lo que pudiera imaginar. Aturde
descubrir que mucho de esto ya se sabía tanto en Bogotá como en Roma mientras López Trujillo aún
vivía.

Dudo que mi experiencia como fuente haya sido única. El autor me trató de manera profesional y
descubrió a base de un trabajo arduo que aquello que yo había pensado que era cierto tenía mucho
más de verdad de lo que imaginaba. Por eso me inclino a creer que muchas de sus fuentes anónimas
habrán tenido la misma experiencia al leer el libro, sin poder decirlo públicamente.

Una observación más sobre este tema. El asunto de este libro es la vivencia deshonesta de la
homosexualidad que estructura la vida clerical. Es un campo notoriamente fértil para toda clase de
chisme. Por esto es muy fácil desestimar cualquier abordaje del tema, alegando que no pasa de «meros
chismes». Pues bien, el autor ha hablado con muchísimos clérigos gais que viven en el armario. Y la
mayoría de ellos se ha mostrado dispuesto a contarlo todo sobre los demás (y los demás, por supuesto Jot Down Kids
sobre ellos). En la medida en que me es posible juzgarlo al leer el libro, el autor tiende a no atribuir la
homosexualidad o su práctica a cualquier sujeto con base en tan solo las saetas venenosas típicas del La canción del mar Jaime Sánchez-Rubio
mundo anterior a la liberación gay que él describe con tanto tino. Más bien ha buscado múltiples La Tierra, ¿plana? ¡Anda ya! Ignasi Vidiella
testigos e intentado, en lo posible, hablar con los mismos sujetos para ver si soltaban prenda. Olvídense Puñet
de los canarios: las divas wagnerianas se desmayarían de envidia ante lo mucho y fuerte que cantaron Científicos en prácticas Martina Delgado-
muchos de estos varones. Tanto al hablar, como por su persistencia en querer pasar su número de Pinar
móvil a los jóvenes traductores (masculinos) del autor.
A la conquista del Polo Sur Marc Rovira
En algunas ocasiones me incomodó la presencia de insinuaciones y dobles sentidos en el texto. Tal vez La Lego Batman Ángel Fernández
por recordarme demasiado mi propia vivencia de este mundo. Me acuerdo de un chisme
sudamericano sobre una supuesta relación sexual entre un servidor y otro miembro de la Agenda Cultural Jot Down
congregación religiosa con la cual estaba asociado. Se da el caso de que el chisme era falso. Podría
Exposición: Habitar el Mediterráneo
haberse desacreditado sencillamente al preguntar a cualquiera de los dos y observar la evidente
hilaridad con la cual habría recibido la sugerencia. Como también lo habría descartado cualquier jueves, 29 noviembre, 2018 - domingo, 14
amigo conocedor de mis gustos. Sin embargo, el objetivo del chisme radicaba más en la maniobra abril, 2019
política que en la insinuación sexual. Aquellos que lo amplificaban no tenían ni intención de Valencia
determinar su veracidad, ni interés en hacerlo. Era su utilidad la que importaba, y nada más. Exposición: Anthony Hernandez. Una
mirada desconcertante
De hecho, es difícil imaginar cómo podría navegar por   la estructura clerical un periodista de
jueves, 31 enero, 2019 - domingo, 12 mayo,
investigación. Bajo cualquier régimen «total» u opresor,  los de dentro a la vez sobreviven y protestan
2019
por medio del humor. Recuerden el colapso temporal del humor político después de la muerte de
Franco. Del mismo modo, una vez dentro de aquel mundo total que es el «closet» eclesiástico, es difícil Madrid
saber dónde terminan el humor negro de sobrevivientes y las insinuaciones, y donde empieza la Exposición: Víctor Barba
evidencia. Por lo mismo es difícil saber dónde un periodista estaría haciendo ruido allí donde el río no jueves, 7 marzo, 2019 - domingo, 31 marzo,
suena, o más bien señalando el agua que el río sí lleva. 2019
Madrid
Por el otro lado, también es posible contribuir al encubrimiento al tildar algo de «mero chisme». Quedé
sabiendo como chisme en 1987 lo que resultó comprobado sobre el padre Maciel décadas después. El Exposición: ALTER, de Joaquín Rodríguez
chisme sobre el arzobispo Nienstadt también, diez años antes de que fuera confirmado por los viernes, 8 marzo, 2019 - domingo, 5 mayo,
investigadores legales del estado de Minnesota. Ni qué decir de los chismes sobre el famoso chalé de 2019
playa de McCarrick que salió a la luz en 2018. Se da el caso de que todos los que tildaron de «meros Madrid
chismes» estos relatos contribuyeron a su encubrimiento. Una investigación correcta no se escuda Agenda completa
detrás de la imposibilidad, en casi todos los casos, de obtener evidencias fotográficas. Procede filtrando
los chismosos hasta descubrir si hay algún testigo auténtico en cuya veracidad se puede confiar. Luego,
Search … Buscar
si el asunto lo merece, se interroga directamente al señalado. En el medio altamente mendaz que es la
estructura clerical y sin que el periodista disponga de los instrumentos de la ley civil —citaciones,
amenazas y deposiciones legales— no hay mucho más que pueda hacer. Hemeroteca

Pues me parece que es esto justamente lo que ha hecho el autor en la medida de lo posible. Y no, no se Elegir mes
trata de un periodista amarillista tras una exclusiva morbosa. Es el autor de varios libros, una
personalidad abiertamente gay de centro izquierda en la vida política francesa. Ha sido consejero de Redes Sociales
un primer ministro y de varios ministros de gabinete. Aunque se describe como un ateo de cultura
       
católica, no hay ni resentimiento ni anticlericalismo en sus páginas. Siendo así, se compara
favorablemente con la última persona que intentó un «outing» masivo de los gais del Vaticano, el
arzobispo Viganò. Los «outings» de este fueron ideológicamente muy selectivos, faltándole, Suscripción a nuestros contenidos
curiosamente, incluir a aquellos que son más afines a sus ideas. También sus ráfagas de entusiasmo
Nombre:
por el tema eran algo confusas, dejando más de un herido de bala perdida, y su propia obsesión sugería
una compleja relación personal con el asunto. Martel, por contraste, no tiene nada que esconder. Sin Introduce tu nombre
duda hay muchas más cosas que él sabe, pero le faltan las evidencias para poder contárnoslo; algunas
otras, las habrán suprimido o suavizado sus editores, por consejo de sus abogados; y otras más solo
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podrán decirse cuando los concernidos hayan partido hacia la más lejana orilla.
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Una vez visto, no se puede dejar de ver

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El Vaticano, 2019. Fotografía: Michele Spatari / Cordon.

Hasta leer las páginas de Martel nunca había entendido bien por qué Sócrates y Aristóteles
afirmaban que en el maravillarse —thaumazein—  está el principio del pensamiento serio. El cuadro
global que emerge es como para aturdirse. Soy alguien que ha visto desde dentro todo aquello que
describe. He convivido con esta realidad toda mi vida de adulto. Hace muchos años que estoy
intentando hablar o escribir sobre la misma. Y, sin embargo, no llegaba ni de cerca a acertar con el
tamaño y la densidad del armario clerical y a apreciar cuánto distorsiona todos los aspectos de la vida
de la Iglesia. Es como si hubiera percibido un atolón en marea alta, mientras que Martel ha puesto al
descubierto el volcán que había debajo. Hablar de mi asombro es poco útil, pero solo así consigo
describir mi sorpresa por las dimensiones de lo que está saliendo a la luz.

De hecho, más que alguna revelación particular sobre este u otro clérigo de alto rango que resulta ser
un armarizado cuyo maquillaje no esconde su odio contra sí mismo, el libro de Martel tiene el efecto de
poner de manifiesto, de manera repentina y por primera vez, lo inimaginablemente gay que es el alto
clero de la Iglesia católica. No se trata simplemente de proveernos de estadísticas más exactas en un
campo donde los obispos se han mostrado muy renuentes en conocer la verdad. Más bien el asombro
llega en la medida en la que vas siguiendo la narración a lo largo de más de medio siglo, y descubres lo
que se abre ante tus ojos. Martel despliega de manera acumulativa el desarrollo de este asunto en el
Vaticano desde el pontificado de Pablo VI y cómo también se ha vivido en varios países claves: España,
Francia, Italia, Chile por no citar más. Cada vez se muestra la misma estructura básica: la inducción a y
la reproducción de una homosexualidad mal vivida, una dinámica largo tiempo escondida a plena
vista.

Todo esto te lleva a caer en la cuenta de que estás viendo algo que una vez visto no puede dejar de
verse. Por nadie que lo haya visto. Una vez visto, ya se conoce como un hecho sobre la institución
eclesial que no se podrá sortear. Fingir lo contrario sería señal de delirio. Antes de considerar si es
bueno o malo que sea así, o de tomar cualquier decisión al respecto, vale la pena hacer un alto y
contemplar boquiabierto esta perspectiva enteramente nueva sobre una significativa institución
cultural humana, nunca vista antes por nadie.

Y al decir nadie, no exagero. Algunos lectores tal vez imaginen que, en algún lugar del Vaticano, o en
alguna Nunciatura, han de existir personas que ya sabían todo esto. No como mera especulación, sino
en detalle. De la misma manera que un controlador de tráfico aéreo sabe dónde están todos los aviones
en vuelo, cosa que aquellos que están dentro de los mismos, o en tierra, no pueden ver. Es más, algunos
lectores tal vez piensen que esta gente que todo lo sabía ha estado escondiéndonoslo deliberadamente.
Este tipo de fantasía, de un panóptico malévolo, es, como toda teoría de conspiración, atrayente. Pues,
como toda imaginación conspiratoria, es un atajo, algo que aparentemente nos ofrece claridad, unos
«shots» de sentido basura con los buenos y los malos convenientemente a la vista.

Sin embargo, algo que emerge del libro es que solamente alguien de fuera, con mucha paciencia y
diligencia, podría alcanzar a ver a través de tantos diferentes «armarios» —un colmenar de armarios
en la excelente frase del profesor de Harvard Mark Jordan—  y llegar así a darnos la primera visión
radiográfica del todo. Ninguno de los moradores de estos armarios tiene sino una muy escasa visión de
aquello que pasa más allá de sus celdillas circundantes. De esto tampoco debemos sorprendernos. Pues
no estamos hablando de una gran mentira donde todos juegan al machote en público hasta volver a
meterse tras las murallas del Vaticano; una vez allí pueden relajarse, como en el camerino de un teatro,
quitarse el maquillaje, llamarse Mónica, Morgana, o Mechtilde e intercambiar chismes sobre sus
respectivos novios.

Más bien estamos hablando de un sin fin de mentiras chicas, de maniobras defensivas, actos de
esconder el propio ser, adopción de posturas convenientes, miedos a perder su medio de ganarse la
vida, traiciones a los amigos, amores disfrazados, atisbos de chantaje, alianzas extrañas, intercambios
codificados y creaciones resilientes de burbujas habitables. Se trata también de cómo los nuevos son
inducidos a participar en el juego. Todos los involucrados están mintiendo acerca de sí mismos y de los

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demás; además al mismo tiempo saben y no saben aquello que los demás saben sobre ellos. A muchos
les tortura su propia duplicidad, pues no todos consiguen la perfección de la pulida disonancia
cognitiva evidentemente alcanzada por algunos de los entrevistados por Martel. Esto corrobora mi
propia observación: el anticlericalismo y el odio al Vaticano más feroces que he oído en mi vida han
sido en boca de sus propios empleados clericales.

No, pueden estar seguros de que muchos de los de dentro del sistema clerical, muchos de aquellos que
fueron entrevistados para estas páginas, tanto pública como anónimamente, van a quedarse tan
atónitos como me quedé yo, y como imagino se quedará la mayor parte de los lectores, al terminar este
libro. Los de dentro recibirán una perspectiva sobre cómo y dónde trabajan que nunca la tuvieron
antes. La sociología bien hecha facilita una visión sobre los moradores de un sistema que estos nunca
podrían alcanzar solitos. Naturalmente, en la medida en la que ellos asuman esta perspectiva nueva, se
alterará su estructura desde dentro de maneras que no podremos anticipar.

Demos un paso atrás y vayamos despacio

Surgirán un sinnúmero de reacciones inmediatas al libro de Martel, intentos de hacer que encaje
dentro de las guerras culturales de actualidad; posiblemente torrentes de furia de gente que no se ha
tomado el trabajo de leer sus más de quinientas páginas. Pues, aunque la prosa de Martel es clara,
elegante y a veces hasta chistosa, es un libro sofisticado. ¿Cuándo fue la última vez que la mayoría de
nosotros leyó un libro salpicado de citas de Rimbaud? ¿O donde un apartado sobre el mundo cultural
de Jacques Maritain y los círculos literarios gais de la Francia de comienzos del siglo XX sí viene al
caso para el tema central? De modo que los lectores tendrán que tomarse su tiempo para formarse un
criterio sobre el libro, y más tiempo aún para caer en la cuenta de lo allí aprendido. De una cosa tengo
certeza: una vez visto, no puede dejarse de ver. Y una vez visto, este mismo hecho producirá una gran
alteración en el sistema de mendacidad que está saliendo a la luz, y al cual se está poniendo ante un
espejo.

Para comprender lo que estamos viendo creo que vale la pena decir algo que espero que sea evidente:
era de esperar que día antes, día después apareciese un libro de este tipo. Y esto por dos razones: En
primer lugar porque, sea para bien o para mal, todas las estructuras institucionales a nivel mundial
están haciéndose cada vez más porosas, menos creíbles, y menos capaces de exigir deferencia; gracias
a los medios sociales sabemos muchísimo más sobre la vida de las personas que las habitan de una u
otra manera; y la mística asociada a las «casas de hombres» puramente masculinas y generadoras de
mitos, (estén en Papúa Nueva Guinea, en el Vaticano o entre los senadores republicanos
estadounidenses) se ha debilitado hasta el punto de haberse vuelto absurda, a veces por lo cómico, a
veces por lo brutal.

En segundo lugar, puesto que la tendencia generalizada desde la Segunda Guerra Mundial hacia la
visibilidad y la normalidad no patológica de la gente gay, ha resultado ser, no una moda, ni una forma
de degeneración de la sociedad sino un proceso auténtico de aprendizaje humano acerca de algo
verdadero sobre nosotros mismos. La autoridad eclesiástica se mostró capaz de aprender sobre la
mutabilidad de las estructuras institucionales en la época del Concilio Vaticano Segundo. Sin embargo
muy poco después, le causó tal pánico la emergencia de la normalidad gay que entró en campaña para
tapar el sol con un dedo e insistir en reforzar la deshonestidad entre su ya muy grande población gay.
Este libro atestigua el fracaso de aquella campaña, pues lo que otrora era innombrable, ya se habla con
cada vez mayor facilidad y sin tapujos. La gente tiene expectativas de honestidad cada vez más altas en
esta materia. Cada vez más jóvenes son capaces de detectar inmediatamente que si un cura se niega a
decir si es hetero o si es gay, sino que se esconde, diciendo que es célibe, entonces es, de hecho, un
hombre gay deshonesto, con toda la disfuncionalidad social que se puede esperar como resultado.
Donde la homofobia estridente se interpretaba como señal de una verdadera masculinidad, ahora
levanta más risitas sobre aquel que habla que sobre los blancos de su animadversión.

No hay que sorprenderse entonces de que ya para finales del pontificado del papa Ratzinger un gran
número de empleados jóvenes y de mediana edad del Vaticano se encontraran muy cerca de la
ebullición gracias a la disonancia cognitiva, fruto de una enseñanza falsa a la cual rinden un homenaje
postizo, como condición sine qua non de su empleo. Y noten por favor que no es el guardar la
continencia esta condición sine qua non. Para probable sorpresa de personas de culturas anglosajonas
norteñas, prácticamente nadie en esta cultura mediterránea parece preocupado por esto, con tal de
que se evite el escándalo. No, el tal sine qua non es: «No serás una persona veraz, ni vivirás ni actuarás
honestamente como hombre públicamente gay, por muy casto que seas». Pues esto sería levantar
dudas sobre los demás, y al mismo tiempo contradecir la posición oficial que dice que sufres de un
desorden objetivo grave que te discapacita para el sacerdocio. De ahí la mezcla entre el anhelo por la
honestidad que se vive fuera y la presión de la disonancia cognitiva, que crece con cada generación, y
que ayudó a abrir para Martel tantas puertas dentro del Vaticano, así como dentro de Conferencias
Episcopales y Nunciaturas a escala mundial, llevando a la soltura de lengua de sus moradores.

Quien piense que se trata de un periodista anticlerical que ha engañado de manera cruel a sus
entrevistados con la finalidad de un «outing» espectacular de la Iglesia, estaría tomando el rábano por
las hojas. Más bien encontramos, repetidas veces, a un periodista bastante relajado y poco prejuicioso,
a quien le caen bien no pocos de sus entrevistados. Está ofreciéndoles a cierto número de empleados
eclesiásticos sin voz, una oportunidad para expresar por medio de él su rabia, desesperación y tristeza
frente a este sistema tan evidentemente insostenible.

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Atisbos de una reacción no escandalizada

El papa Francisco durante una recepción general en el Vaticano, 2019. Fotografía: Evandro Inetti / Cordon.

¡Ojalá pueda recibir la autoridad eclesiástica con serenidad y gratitud, y como impulso a una mejor
vivencia del evangelio, el conocimiento impartido por este libro! Pero sería una locura hacer una
apuesta en este sentido. A partir de ahora ninguna crítica al clericalismo del tipo que nos pide el papa
Francisco puede dejar de tomar en cuenta la mendacidad sistémica con respecto a la homosexualidad
mal vivida que trasparece en las páginas de Martel. Sin embargo, todo aquello que estamos empezando
a aprender sobre el colapso de las estructuras institucionales a nivel mundial nos revela lo sin norte
que están los encargados de su reinvención, cara a las realidades contemporáneas. Aun así, me
gustaría señalar algunas posibles reacciones que me parece que hacen un flaco favor mientras
digerimos lo que ha salido a la luz y le permitimos que informe nuestro proceso de discernimiento.

La primera reacción poco útil seguramente vendrá de aquellos para quienes cada nuevo episodio en el
escándalo sin fin causado por el encubrimiento clerical de los abusos a menores es un nuevo pretexto
para lanzar ataques al clero gay. Como si hubiera algo inherente al ser gay que predispone a las
personas a que abusen de menores. Y es que estamos ante un libro que confirma que el alto clero es
gay en proporciones jamás imaginadas, ni siquiera por las denuncias del cardenal Burke o del
arzobispo Viganò, o hasta las agudamente histéricas del fallecido obispo Morlino. Sin embargo, dudo
que los fóbicos obtengan una alegría de esta evidencia que alcanza los niveles de su alarma, ya que la
misma evidencia deja totalmente claro que los hombres gais de doble vida están si fuera posible hasta
más presentes en el ala tradicionalista y públicamente homofóbica de la Iglesia que en las demás. Y
¿quién va a encabezar la tan anhelada purga, si la necesidad de purgar la homosexualidad en los
demás es, de por sí, uno de los indicios más fehacientes de la homosexualidad mal vivida?

Pues no. De existir un vínculo inherente entre la homosexualidad y la pedofilia, sería muy notable que
no se hubieran dado muchísimos más casos de abuso clerical a menores a lo largo de los últimos
cincuenta años, teniendo en consideración la proporción insospechadamente alta de curas gais. La
evidencia no sugiere que la alta proporción de hombres gais entre el clero lleve a mayor incidencia de
abusos a menores, sino que la omnipresente deshonestidad clerical con respecto a su homosexualidad,
independientemente de cualquier práctica sexual que pueda existir, tenga una fuerte correlación con
el habitual encubrimiento eclesiástico que suele darse una vez aparece algún incidente de abuso a
menores. O sea, es la chantajeabilidad, real o imaginada, y no la homosexualidad, el asunto clave aquí.

Una segunda reacción que me parece poco provechosa vendrá de los que digan: «Pues bien, no veo el
problema en el hecho de que haya tantos curas, obispos y cardenales gais, con tal que mantengan su
compromiso con la continencia». Con delicadeza llamo a esta reacción poco provechosa, puesto que
algunos de los que argumentan de esta manera son católicos heteros enteramente decentes que no
quieren, de manera alguna, ser homofóbicos. Tan solo quieren que se mantengan las mismas
exigencias fuertes para el clero gay que obligan al clero hetero. «Mientras la disciplina del celibato esté
en vigor, debería aplicarse igualmente a todos, independientemente de su orientación».

Voy a ofrecer una explicación gay de por qué esto no ayuda, y para esto tengo que pedir al lector que
suspenda cualquier sospecha de que estaría intentando de alguna manera justificar que el clero gay
tenga derecho a una mayor libertad sexual que el clero hetero. No lo estoy justificando. Estoy
totalmente a favor de una Iglesia donde, sea la que fuere la disciplina en vigor, se aplique de manera
equitativa. Sin embargo, para que este sea el caso, los candidatos heteros y gais para el seminario
tendrían que comenzar desde la misma línea de salida. Y por ahora, no es así.

¿Cómo serían las cosas con una línea de salida compartida? Pues los jóvenes adultos de la orientación
que sea habrían crecido desde la más tierna infancia con la conciencia de que el matrimonio con
alguien de su elección amorosa es una posibilidad no solo real, sino deseable. Posibilidad esta que trae
consigo felicidad, reputación y el fortalecimiento de sus vínculos familiares. A partir de su adolescencia
se habrían socializado por medio de sus parientes y compañeros en procesos de noviazgo. Y si tienen
suerte, habrían tenido alguna preparación para la humanización de sus deseos sexuales con respecto a

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posibles parejas futuras. Sus sueños comentados en voz alta habrían sido agradable fuente de humor
tanto para su familia como para sus colegas. Se habría por lo menos esperado o tolerado, cuando no
animado, su experimentación emocional y erótica.

De estos jóvenes adultos, algunos pocos, en paz con su orientación sexual y caminando hacia una
responsabilidad emocional y erótica, se encuentran llamados a no continuar por el camino mayoritario
hacia el matrimonio, sino a abrazar una vida de soltero como su propia forma de seguir a Jesús. Esta
opción les ofrecerá un tipo de florecimiento diferente, en la medida en la que se autodonan en variadas
formas de trabajo pastoral que los alejan de las estructuras salariales necesarias para mantener una
familia. A jóvenes adultos de este tipo se les da la bienvenida al seminario. Allí adentro, como parte de
su educación teológica pueden compartir su historia de vida hasta la fecha. También reciben la
formación necesaria para un desarrollo de soltero adulto psicológicamente saludable, con una buena
red de apoyo al prepararlos para su futuro campo laboral.

Espero que sea de sobra evidente que este cuadro, de por sí altamente idealista hasta para los
candidatos heteros es sencillamente inexistente para los candidatos gais. En primer lugar, la autoridad
eclesiástica aún enseña que a un joven gay no se le puede socializar de manera apropiada por la
humanización de sus impulsos emocionales y sexuales hacia el sueño de casarse con alguien de su
elección amorosa. De hecho, demasiados colegios de enseñanza secundaria católicos, sobre todo en
Estados Unidos, demuestran un legalismo feroz al intentar aplicar estas enseñanzas a la vida, tanto de
sus empleados como de sus alumnos. Es más, las autoridades enseñan que un joven gay no tiene
verdadera libertad de elección entre formar pareja o permanecer soltero. Tiene una obligación
solemne a la vida célibe, reforzada de manera poderosa con la amenaza del infierno.

De hecho, las autoridades niegan que pueda existir una persona abiertamente gay emocional y
psicológicamente equilibrada que pudiera efectuar una elección libre entre vivir en pareja o ser
soltero, y así llegar a ser un candidato honrado para el seminario. Su propio documento de 2005 lo
deletrea con claridad. Tanto el cardenal que lo firmó como el «perito» que lo defendió en L’Osservatore
Romano, monseñor Anatrella (él mismo suspendido del sacerdocio bajo sospecha de abusos sexuales a
varones adultos) acaban con cualquier duda: hasta los hombres gais castos no pueden ser sacerdotes a
causa de las inherentes deficiencias psicológicas que los caracterizarían. La única conversación
apropiada entre un candidato gay y un director de vocaciones es aquella en la cual el candidato tiene la
obligación de contar que es gay, y el director tiene la obligación de decir que el candidato deberá
retirarse. Esta prohibición fue repetida tan recientemente como en 2016.

Ahora bien, es evidente para todo el mundo que la posición oficial es una mentira, y no se aplica casi
en ninguna parte. Hasta los obispos de línea más dura afirman no discriminar basándose en la
orientación sexual sino en lo que llaman «la madurez afectiva y emocional». Pero esto significa que, en
realidad, no creen en su propia enseñanza, pues están admitiendo al seminario a personas cuya
existencia viene negada por la enseñanza oficial. Los candidatos admitidos así están automáticamente
implicados por su mera presencia en la deshonestidad de sus superiores. Es más, con solo fingir no ser
gay, (y muchos han tenido toda una adolescencia para aprender cómo pasar por hetero) ningún
candidato gay tendrá dificultad en encontrar suficientes profesores en el seminario que le introduzcan
en el juego de guiños y disfraces. Pues estos son ya diestros en el asunto.

En resumen, mucho antes de que surja cualquier pregunta sobre la práctica sexual del candidato, sea
en el pasado, la actualidad o el futuro, este se da cuenta de que la única cosa imposible es que se
presente de manera directa y honrada en primera persona. No encuentra una institución que estaría
dispuesta a respaldar su narración en primera persona contra los fóbicos, tanto de dentro del
seminario, como de fuera. Tampoco encuentra una institución que ofrezca al candidato una
socialización de por vida al lado de admirados miembros mayores, ellos mismos ejemplos de un
honesto relato en primera persona, al asumir su opción por la continencia sexual, ayudándose todos
mutuamente en sus respectivos momentos difíciles.

A aquellos que dicen «No exigimos otra cosa que la continencia vivida tanto por los gais como por los
héteros» quisiera contestarles: es la receta perfecta para que no cambie nada del sistema actual. Si
resolver el problema fuese tan fácil como insistir repetidas veces en la continencia, entonces ¿qué
ocurre con los sacerdotes que la han mantenido, o bien íntegramente, o después de recuperarse de
algún lapso reconocido como inapropiado? ¿Por qué no se han puesto en pie para hablar en primera
persona? Podrían haberlo hecho, por ejemplo, para dar testimonio de la falta de relación entre ser gay
y ser pedófilo. O sencillamente para hacer visibles unos modelos para jóvenes atribulados. Mi amigo el
padre Jim Martin nos asegura que existen miles de sacerdotes fieles de este tipo, y estoy de acuerdo
con él. Pero ¿por qué, entonces, su clamoroso silencio? En un artículo reciente sobre los curas gais
Andrew Sullivan, también amigo mío, no pudo encontrar más que un solo sacerdote americano muy
valiente dispuesto a hablar en su propio nombre y en primera persona.

No, el silencio de estos muchos y fieles sacerdotes nos dice que el problema está en la honestidad
pública con respecto a quienes son, más bien que en la continencia. Hasta los pocos que no tienen
ningún incidente en su vida pasada que sea motivo de rubor, no hablan. ¿Será que porque al hablar
darán miedo a sus amigos y compañeros? Perderás todos tus amigos si su asociación contigo les saca a
ellos del armario. Si a ti no se te puede chantajear en un campo donde a tantos sí se puede, entonces
¿cómo podrán contar contigo para guardar el secreto ajeno, o para comportarte con la debida
discreción cuando estás con ellos? Es más, si hablas directa y honradamente como cura gay, por casto

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que seas, estás dando testimonio público contra la enseñanza oficial, quieras o no. Esta enseñanza te
describe como portador de un desorden objetivo que te incapacita para el ejercicio apropiado de tu
papel. Dicho de otra manera, la honestidad te llevará a perder los amigos, y a tener tus posibilidades de
empleo en la Iglesia reducidas a las existentes en Siberia.

Es aquí donde resultan difíciles para los amigos heteros mis explicaciones de hombre gay. Si lo
comparamos con el asunto de la sinceridad acerca de ser gay contado en primera persona, lo de la
continencia tiene ínfimo peso para la mayor parte de los curas gais. En primer lugar, y dejando de lado
los moralismos sin fin a su respecto, es difícil que se den actos humanos de menores consecuencias que
los actos sexuales entre dos miembros adultos del mismo sexo que consienten. No dañan a nadie, y no
producen ni bebés ni cualquier alteración fisiológica o intelectual discernible en los participantes. No
existe diferencia perceptible entre un monseñor que tiene un amigo con derecho a roce, y un
monseñor cuyo amigo viene sin tales beneficios. Es más, si el padre Fulano sale de vacaciones cada año
con su amigo Mario ¿quién podrá decir si tienen sexo o no? Y, más contundente ¿a quién rayos le
importa un comino? El asunto carece de consecuencia discernible.

No se da lo mismo entre la gente hetero, donde los actos sexuales pueden tener consecuencias notables.
Pues de la relación entre un hombre y una mujer surgen muy rápidamente cuestiones de justicia,
considerando la probabilidad de la relativa vulnerabilidad económica de la mujer, y el hecho de que
sus años de fecundidad tengan fecha de caducidad. De modo que, si el padre Mengano sale de
vacaciones cada año con su amiga Mercedes, a no ser que sea conocida como el tipo de mujer a quien
le encanta la compañía de los varones gais, se los mirará con recelo. La incontinencia clerical entre
heteros trae consecuencias en asuntos de justicia y de posibilidades reproductivas que están ausentes
en la incontinencia clerical gay. No digo absolutamente nada acerca de si esto es bueno o malo. Nada
más señalo que en términos puramente funcionales, el que un cura gay «practique» o no tal vez tenga
una importancia espiritual para él personalmente, pero para el buen funcionamiento del sistema
clerical es un asunto tanto invisible como irrelevante.

De modo que la presencia del clero homosexual no es de por sí el problema, puesto que la
homosexualidad no es ni más ni menos indicadora de la pedofilia que la heterosexualidad. La pregunta
sobre si este u otro cura gay tiene práctica sexual tiene un impacto cero sobre el funcionamiento
regular del sistema de mendacidad. No, el hueso duro de roer, aquel ante el cual la confrontación es
ineludible gracias al libro de Martel, entre otros factores, es el asunto de la honestidad. Una veracidad
de vida, vivida por suficientes miembros como para que la chantajeabilidad por la omertà de la
homosexualidad mal asumida deje de ser una amenaza.

Y con esto, llegamos a la tercera reacción que tildo de poco útil. La que consiste en exigir la honestidad
por decreto. Algunos dirán: «Todos estos tipos están siendo deshonestos. Deberían vivir
honradamente». Por supuesto, desde cierto punto de vista, tienen razón. Pero es una farsa cuando la
exigencia viene de boca de aquellos que forman parte de la misma deshonestidad que se está
criticando. La imitación tiene un poder de atracción mucho mayor que cualquier instrucción, y cada
candidato gay al seminario verá a muchos parecidos a él ya en el seminario, y le entrevistarán otros
parecidos a él entre el personal del seminario. Si, en medio de todo esto se le insiste con el dictamen
«Tienes la obligación de decirnos si eres gay o no, y si eres gay y honesto, el encargado vocacional tiene
la obligación de exigirte que retires tu candidatura», no se le está, de veras, presentando una opción
moral límpida. Dentro del contexto, se le está presentando una valla, y su capacidad para saltarla
demostrará su aptitud para encajar en el sistema como los demás. Si por un acaso la valla resultara un
poco alta, y si el candidato le cae bien al encargado, éste podrá sugerir al chico que no es
verdaderamente gay. Sufre, más bien de una forma transitoria de «atracción por el mismo sexo» u otra
ficción eclesiástica conveniente. Si al director de vocaciones no le cae bien, entonces sí se puede utilizar
el hecho de que sea gay para impedirle la entrada.

Un sistema deshonesto no puede exigir que sus reclutas sean honestos, puesto que en tal sistema hasta
la exigencia está hecha deshonestamente, y con igual deshonestidad será recibida. El Santo Padre
comentó en una sección algo confusa y poco profesional de su reciente entrevista con Fernando Prado
que es de la opinión de que los curas gais deberían salir antes que vivir una doble vida. Pues ¡claro! ¿A
quién de nosotros se nos ocurre querer vivir una doble vida, o que nuestros amigos vivan así, o que
nuestro sacerdote viva así? Sin embargo, su petición no tendrá resultado mientras no se examine con
mayor criterio ¿qué tipo de doble vida? Y ¿por qué?

Por ejemplo, no raras veces jóvenes gais en conflicto entran en el seminario o su equivalente.
Inicialmente seguirán el juego del requerido fingimiento. Y esto tal vez no sea otra cosa que la misma
hipervigilancia que les caracterizaba como adolescentes en el armario, producto de ambientes con una
aversión religiosa por la homosexualidad. Ahora bien, si la formación teológica y humana que reciben
en el seminario es medianamente buena, y muchas veces sí lo es; si se les enseña bien a leer y a
entender los evangelios; si tienen a su alcance directores espirituales decentes y sabios, no es de
sorprender que a lo largo del tiempo vayan descubriendo la verdad: que ellos no tienen nada de
objetivamente desordenados, y que la enseñanza oficial en esta materia es sencillamente falsa. O sea,
¡la gracia se saldrá con la suya!

El que, al pasar los años, estos hombres descubran a otros semejantes a ellos, sean clérigos o laicos, y
en algunos casos, que se emparejen, no tiene nada de raro. Probablemente habrán caído en la cuenta
de que su compromiso con el celibato es nulo. Pues en el momento de asumirlo, una parte, la autoridad

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eclesiástica, les estaba mintiendo acerca de quienes son, y acerca de su libertad para elegir una vida
compartida. De la misma manera, cualquier matrimonio sería nulo bajo las mismas circunstancias de
mendacidad de una parte hacia la otra. En la medida en la cual estos hombres llegan a tener una buena
conciencia, ¿por qué deberían considerar que están haciendo algo malo? A fin de cuentas, han llegado
a crecer en la gracia y en la verdad en la medida en la que llegaron a percibir la deshonestidad hacia
ellos de la institución de la cual dependen por su empleo.

Entonces, dentro del sistema tal y como está ahora, en muchas ocasiones un superior o un obispo sabio
no interferirá en algo que hace de los miembros de la pareja gente más sana. Se limitará a esperar que
sepan mantener la discreción, y rogará que no se le informe directamente de la situación, para que no
tenga que «saber» de manera innegable. La propia pareja entenderá que la única regla que importa es
aquella de no causar escándalo. La duplicidad que les golpeará no tiene nada que ver con su vida
sexual, por la cual nadie se interesa ni un poquito. Tendrá que ver con el hecho de que jamás podrán
sugerir en público que el ser gay no es problema, y que formar pareja del mismo sexo no es problema
para los fieles que ellos atienden. El precio que pagarán por una vida tranquila es estar de acuerdo en
no contar la verdad y nunca interferir con la propagación de una mentira por los líderes de la Iglesia.
He aquí el dolor de la vida doble: no el que estés teniendo prácticas sexuales que no debías tener. Hace
tiempo que aprendiste que no es el caso. Sino que el precio de una vida sosegada, ya permanezcan
juntos o se separen, es no desafiar nunca de manera pública la mentira institucional. Y esto sí
representa un dilema real para la vocación sacerdotal. Si sales, triunfa la mentira. Si te quedas, triunfa
la mentira. ¿qué hacer?

No, la honestidad no puede ordenarse por decreto, ni tampoco la pueden exigir los jefes de un sistema
deshonesto. La veracidad, por contraste, sin la cual no puede existir la honestidad, ella sí la puede
facilitar la autoridad eclesiástica. Y es esto lo más interesante que debemos mantener bajo observación
a medida que apreciamos aquello que seguramente ha de volverse cada vez más visible después del
libro de Martel. ¿De qué manera la autoridad eclesiástica llegará a facilitar la veracidad institucional?
Tendrá que tener impacto en los dos extremos del espectro que son de importancia estructural. Por un
lado, los niños que, al crecer tal vez se encuentren llamados al sacerdocio. Y por otro lado los obispos.
Son los únicos capaces de crear el contexto de veracidad necesaria para que puedan emitirse promesas
de ordenación límpidas.

Tan solo cuando sea evidente para los niños que Dios les ha hecho como son y así los ama, y que el
proceso por el cual llegarán a humanizar su capacidad para el amor es legítimo tome la forma que
tome, tan solo entonces, en la siguiente generación habrá candidatos rectos para el seminario, para
quienes el ser gay o hetero será un asunto sin importancia, y en los que la presentación veraz en
primera persona, se dará con normalidad, puesto que lo importante es el proyecto del Reino, y llegar a
ser sus operarios incondicionales.

Y al otro extremo del espectro, cuando los propios obispos estén viviendo su orientación, sea cual
fuere, de manera honesta y responsable ante el público; cuando sean capaces de ofrecer un contexto de
veracidad dentro del cual sus ordenandos puedan emitir promesas o votos sin que las dos partes estén
jugando un juego tipo «no preguntes, no lo digas», tan solo entonces será razonable que haya una
expectativa de honestidad entre el clero.

Y por supuesto estas dos cosas, el enseñarles a los niños gays la verdad sobre si mismos, y el tener la
expectativa de sinceridad de los obispos gais, solo serán posibles cuando se haya impuesto una
enseñanza eclesial auténtica sobre lo que realmente es el caso acerca de los seres humanos en cuestión,
superando así las recientes ofuscaciones circulares de las congregaciones romanas. Eche una mirada a
lo que decía el Concilio Vaticano II, en un texto de mucho mayor peso que los subsiguientes
documentos sobre la homosexualidad. Se puede vislumbrar lo que tal vez haya sido al fin y al cabo la
enseñanza de la Iglesia desde el principio, a pesar de las tentativas desesperadas de guardarla bajo
llave desde mediados de los años setenta. Así reza Gaudium et Spes (1965):

§36. …Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma
gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco,
es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es solo que la reclamen
imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del
Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de
consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe
respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la
investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma
auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la
fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios…

Al aprender, y luego al enseñar, la verdad nos hará libres. La verdad al respecto de aquella variante
minoritaria, no patológica y de aparición regular en la condición humana que se llama «la
homosexualidad». Espero que el libro de Martel nos dé un ímpetu fuerte en este sentido. Aquellos que
viven atrapados por la estructura autorreforzante de mendacidad sistémica que él describe, como
también aquellos a quienes sirven, están, a sabiendas o no, implorando esta misericordia.

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18/03/2019 – ¡Bienvenido a mi mundo…!

Este artículo fue publicado en inglés el 23 de febrero en www.abc.net.au. La traducción al castellano es


del autor con la valiosa ayuda de la Dra Margarita Benedicto.

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Y sí, la redención es posible. Está en el monólogo final de
Molly Bloom, la esposa de Leopold.

Es el célebre capítulo sin comas, para mí el texto más


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