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El perfil de los conflictos del siglo XXI.

Lunes, 28 de Febrero de 2011 13:33

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.

El siglo XX fue, sin lugar a dudas, el más letal de la historia de la humanidad. 110 millones de
personas perecieron en los conflictos armados de dicho siglo, con dos guerras mundiales que
regaron de muerte los cinco continentes (16 millones de muertos en la primera y 36 en la
segunda), y un largo período de guerra fría que significó la exportación de la muerte a los
países del sur, a la periferia, en lo que se ha venido a llamar “guerras por delegación” donde
las grandes potencias dirimían sus luchas de intereses a través de terceros países (Angola,
Mozambique, Afganistán, etc.). La década de los años ochenta fue una época de “inseguridad
controlada”, con guerras de baja intensidad, profusión de guerrillas y predominancia de los
factores externos en el desarrollo de los conflictos. La década posterior, la de los noventa, fue
en cambio de un “desorden generalizado”, con un afloramiento de los conflictos étnicos, el
debilitamiento de los Estados y el predominio de las guerras civiles. Las guerras entre Estados,
típicas del pasado, habían prácticamente desaparecido.

Sin contar las dos guerras mundiales, los conflictos más mortíferas del siglo pasado fueron la
guerra de Corea (2’9 millones de muertos), el genocidio de Camboya (2 millones), la guerra
civil de Nigeria (2 millones), la guerra del Vietnam (2 millones), la guerra civil del sur del Sudán
(2 millones), la invasión india a Bangladesh (1’5 millones), la guerra civil de Rusia (1’3
millones), la guerra civil española (1’2 millones), el genocidio armenio (1 millón), las luchas
entre musulmanes e hindúes en la India (800.000), el genocidio de Ruanda (600.000), la guerra
entre Etiopía y Eritrea (545.000) y la guerra Irán-Iraq (400.000). Otros conflictos provocaron
más de 100.000 muertos. Un balance, en suma, catastrófico en cuanto a capacidad de los
seres humanos de regular sus disputas a través de medios pacíficos.

¿Seguirá el siglo XXI la senda destructiva del siglo anterior o, por el contrario, hay motivos
para pensar que hemos entrado en un nuevo ciclo en cuanto a conflictividad se refiere? Todo
apunta, por fortuna, que la experiencia letal del siglo XX no va a repetirse. Los datos del
Programa de Conflictos de la universidad de Uppsala señalan que hemos pasado de tener 32
conflictos armados de gran intensidad en 1990, a 19 en el 2000 y 17 en el 2009, con lo que
prácticamente hemos reducido a la mitad este tipo de conflictos en el espacio de veinte años.
Los datos de 2010 apuntan además a un estancamiento. En el 2010, no existía ningún conflicto
armado que hubiera provocado más de 10.000 víctimas mortales en un año, aunque la guerra
de Iraq acumulaba más de 100.000 muertos civiles desde su inicio en el 2003. Compárese esta
cifra anual con las mencionadas anteriormente y podrá advertirse el cambio de paradigma en
cuanto a conflictividad se refiere. No estamos todavía ante la desaparición de las guerras, pero
este fenómeno social es cada vez menos frecuente y menos letal.

En los años 60, el 80% de las guerras civiles terminaban con la victoria militar de una de las
partes. En los 90, este porcentaje se había reducido al 23%, y hoy día es inferior al 10%.
Estamos, por tanto, ante una nueva realidad. Todavía vivimos en un mundo conflictivo, pero
son de otro tipo que los de hace tres o cuatro décadas, y siguen pautas diferentes.

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¿Cómo son los conflictos del 2011? Según la base de datos del programa de conflictos de la
Escola de Cultura de Pau , existen 30 conflictos armados, entendiendo por conflicto armado
todo enfrentamiento protagonizado por grupos armados regulares o irregulares con objetivos
percibidos como incompatibles en el que el uso continuado y organizado de la violencia: a)
provoca un mínimo de 100 víctimas mortales en un año y/o un grave impacto en el territorio
(destrucción de infraestructuras o de la naturaleza) y la seguridad humana (por ejemplo,
población herida o desplazada, violencia sexual, inseguridad alimentaria, impacto en la salud
mental y en el tejido social o disrupción de los servicios básicos); b) pretende que la
consecución de objetivos diferenciables de los de la violencia común y normalmente vinculados
a demandas de autodeterminación y autogobierno, o aspiraciones identitarias; la oposición al
sistema político, económico, social o ideológico de un Estado o a la política interna o
internacional de un gobierno, lo que en ambos casos motiva la lucha por acceder o erosionar al
poder; o al control de los recursos o del territorio.

A partir de esta definición pueden identificarse 10 conflictos en el continente africano: Argelia,


Chad, Etiopía (Ogadén), Nigeria (Delta del Níger), República Centroafricana, RD Congo (este),
Somalia, Sudán (meridional y Darfur) y Uganda (norte). En América sólo existe un conflicto
armado, el de Colombia, mientras que Asia concentra a 12 conflictos: Afganistán, Filipinas
(NPA, MILF y Abu Sayyaf), India (Assam, Jammu y Cachemira, Manipur y CPI-M), Myanmar,
Pakistán (Baluchistán y noroeste) y Tailandia (sur). En Europa están vivos cuatro conflictos,
tres en Rusia (Chechenia, Daguestán e Ingushetia) y Turquía (con el kurdo PKK). En Oriente
Medio, finalmente, existen tres conflictos: el de Iraq, el de Israel-Palestina y el del Yemen.

Todos los conflictos, a excepción de la disputa entre Israel y Palestina, fueron internos (12) o
internos internacionalizados (17). Algunos de los factores vinculados con la internacionalización
de conflictos internos son, entre otros, la intervención de terceros países –Etiopía en Somalia,
Chad en R. Centroafricana, la denominada lucha global contra el terrorismo –EEUU en
Afganistán, Pakistán, Somalia, Yemen o Filipinas–, la participación significativa de
combatientes extranjeros en determinados conflictos –Iraq o Afganistán–, la creciente entrada
en combate por parte de operaciones de mantenimiento de la paz –la AMISOM en Somalia o la
MONUC en RD Congo– o la utilización del territorio de países vecinos por parte de grupos
armados de oposición –el LRA en Sudán, R. Centroafricana o RD Congo, las guerrillas
chadianas en Darfur, el ONLF etíope en Somalia, los grupos armados somalíes en Etiopía o
AQMI en la región del Magreb. La duración media de los conflictos armados en 2010 fue de
unos 17 años, aunque este dato debe ser relativizado por la dificultad de poner una fecha
exacta al inicio de la fase armada de un conflicto y por el elevado número de conflictos
armados actuales que han padecido ciclos de violencia con anterioridad, como por ejemplo
Israel-Palestina, Iraq, Tailandia (sur), Sudán (meridional) o Afganistán. En todos los casos
analizados, el Estado fue una de las partes contendientes, aunque en numerosos conflictos se
produjeron frecuentes enfrentamientos entre actores armados no estatales y se registraron
altos niveles de violencia intercomunitaria.

En cuanto a las causas de los conflictos, cabe destacar que casi dos terceras partes de los
mismos (18 sobre 30) están vinculados a demandas de autogobierno y a cuestiones
identitarias. Este tipo de conflictos fue especialmente relevante en Asia y en Europa. Por otra
parte, existen 15 casos en los que la incompatibilidad principal está vinculada a la oposición a

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un determinado Gobierno o al sistema político, económico, social o ideológico de un Estado. En


seis casos –Iraq, Chad, R. Centroafricana, RD Congo (este), Somalia y Sudán (meridional)–, la
mayor parte en África, el conflicto tenía como causa principal el acceso al Gobierno. En
algunos de estos casos, los grupos armados no disponen de la capacidad bélica suficiente
como para tomar el poder, pero prosiguen con su actividad armada para erosionar al Gobierno,
para mantener activas y visibles sus demandas de fondo o simplemente para expresar su
oposición al Gobierno. Por otra parte, hubo varios casos en los que era la subversión del
sistema (y no solamente la oposición al Gobierno) lo que motivaba la acción armada de grupos
insurgentes. En algunos casos, como Colombia (FARC y ELN), Filipinas (NPA) e India (CPI-M),
la insurgencia aboga por el establecimiento de un sistema político y económico de tipo
socialista. Los grupos mencionados iniciaron la lucha armada en los años sesenta y
actualmente son de los más antiguos de todo el mundo. En la misma tipología de conflictos
provocados por la oposición al sistema, existe un número significativo de casos en los que
algunas de las partes contendientes han explicitado su intención de crear un Estado islámico o
de introducir elementos esenciales de la ley islámica en las instituciones y la legislación del
Estado –Argelia, Afganistán, Filipinas (Mindanao-Abu Sayyaf), Iraq, Pakistán (noroeste), Rusia
(Chechenia), Rusia (Ingushetia), Rusia (Daguestán), Somalia y Yemen.

Mediáticamente, parecería que sólo existieran tres conflictos armados, los de Israel-Palestina
(el de mayor carga simbólica), y los dos derivados de una intervención internacional (Iraq y
Afganistán), ambos en una fase no terminal pero sí de cambio en su dinámica debido a la
retirada gradual de las tropas estadounidenses. Del resto de conflictos solo hay noticias
ocasionales, aunque algunos, como el de la RD Congo, han provocado la muerte de cuatro
millones de personas de forma indirecta, por enfermedades y hambre derivadas de un contexto
conflictivo en un Estado fallido, corrupto y desintegrado. En otros contextos, como el del
Pakistán, son los vuelos no tripulados los protagonistas, con sus ataques sobre civiles
confundidos con talibanes. En las guerras del Cáucaso, es el silencio cómplice de la
comunidad internacional el que oculta una situación de extrema vulneración de los derechos
humanos y represión. No ha de extrañar, en este sentido, que los países con mayor situación
de derechos humanos al terminar el año 2010, sean países en situación de conflicto. Según el
Índice de Derechos Humanos que elabora la Escola de Cultura de Pau , la RD Congo, Sudán,
Pakistán, Nigeria, Somalia Sri Lanka, Myanmar, Afganistán Federación de Rusia, Chad,
Filipinas e Iraq ocupan los doce primeros lugares en la violación de los derechos humanos.
Once de ellos padecen un conflicto armado y todos ellos, sin excepción, incumplen además las
normas del Derecho Internacional Humanitario, concretamente el IV Convenio de Ginebra, que
estipula que las personas que no participan en las hostilidades no deben ser objeto de ataques
indiscriminados, de actos o amenazas de violencia.

Como se habrá advertido, la casi totalidad de los conflictos armados actuales son
intraestatales, esto es, que se producen en el interior de un país. Las guerras entre Estados
han prácticamente desaparecido, y en el 2011 sólo cabía señalar el litigio entre India y Pakistán
por Cachemira. En el 2010 se habían solucionado los contenciosos entre Yibuti y Etiopía y el
de Chad con el Sudán, mientras que el conflicto entre Etiopía y Eritrea permanecía estancado y
sin violencia. Los conflictos del siglo XXI son internos, guerras civiles a veces, limitados a
determinadas zonas de un país en otras ocasiones, con lo que ello supone de dificultad para
percibir cabalmente la dimensión del conflicto cuando hay zonas que no se ven afectadas por

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el mismo (la capital, por ejemplo).

De los 21 países que padecían un conflicto armado a principios del 2011 (hay países que
tienen más de un conflicto armado en su interior), once (8 de ellos africanos) tenían un Índice
de Desarrollo Humano (IDH) bajo, con lo que se establece una correlación entre conflictividad y
falta de oportunidades para el desarrollo. Otro dato significativo es que los conflictos ocurren
mayormente en países con renta por habitante baja. 14 de los 22 países con conflicto armado
en 2011 tenían una renta por habitante inferior a los 1.500 dólares. La excepción es Israel,
cuya renta por habitante elevada y su 15º puesto en el IDH no le sirve para encontrar una
salida pacífica a su contencioso con Palestina.

Si en las guerras del pasado eran los ejércitos nacionales los que se enfrentaban entre sí, en
los conflictos contemporáneos las fuerzas armas han de luchar contra guerrillas o milicias, los
nuevos actores del siglo XXI. En algunos contextos (Argelia, Afganistán, Iraq o Pakistán), este
actor practica el islamismo radical y está vinculado a la red al-Qaeda, siendo el terrorismo su
forma de actuar. El que hayan desparecido las guerras regulares entre ejércitos supone
también la desaparición de los viejos códigos de conducta en las guerras. En los conflictos
contemporáneos no hay apenas normas y todo vale: mutilación de civiles, violaciones masivas
de mujeres, ejecución de prisioneros, saqueo de aldeas, utilización de minas antipersonal y, en
suma, todo lo que provoque terror en la población civil, que es la principal víctima. Esta
deshumanización de los conflictos va acompaña del saqueo de los recursos naturales de
regiones ricas en materias primas y minerales estratégicos, que sirven para alimentar la guerra
al ser el sustento de los grupos armados y el mecanismo por el cual intercambian riquezas
naturales por armas, en un círculo infernal en el que intervienen empresas transnacionales que
se benefician del descontrol sobre esas regiones y de la ausencia de un Estado regulador.
Desgraciadamente, muchos países en conflictos son ricos en materias primas, y precisamente
por ello están en conflicto, en una maldición en la que, repito, la población civil es la principal
víctima.

Además de los conflictos armados, en el ámbito de la conflictividad global hay que considerar
las situaciones de tensión, entendida como aquella situación en la que la persecución de
determinados objetivos o la no satisfacción de ciertas demandas planteadas por diversos
actores conlleva altos niveles de movilización política, social o militar y/o un uso de la violencia
con una intensidad que no alcanza la de un conflicto armado, que puede incluir
enfrentamientos, represión, golpes de Estado, atentados u otros ataques, y cuya escalada
podría degenerar en un conflicto armado en determinadas circunstancias. En el 2010 se
contabilizaron 83 escenarios de tensión en el mundo, concentrados principalmente en África y
Asia. La oposición de sectores políticos y sociales a determinadas políticas gubernamentales
fue la principal causa de las tensiones, y en ocasiones generó una dura respuesta de las
autoridades, como se vio en las revueltas populares de Túnez y Egipto a principios de 2011.

Cerca de la mitad de los conflictos (los armados y los pendientes de resolución que no tienen
ahora una expresión armada) tienen como fondo las demandas de un autogobierno, ya sea
para adquirir una autonomía o para exigir llanamente la independencia, como en el Senegal, el
Sáhara, la India, Tailandia, Chechenia o Cachemira. El debate, en estos contextos, se sitúa en
cómo construir arquitecturas políticas intermedias que den satisfacción a demandas

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identitarias. Son conflictos difíciles de resolver, pues han de hacer frente a Estados
centralizados y a nacionalismos excluyentes de otras expresiones de nacionalismo regional.
Además, el temor generalizado a no remover fronteras o a partir Estados dificulta la
negociación en dichos conflictos, que suelen llegar a situaciones de auténtico estancamiento.

En la otra mitad de la tipología conflictiva nos encontramos con luchas por el poder político o
por producir cambios estructurales que permitan la democratización de un país. Varias
guerrillas luchan por ese objetivo, aunque también es cierto que la mayor parte de los grupos
armados de la actualidad carecen de una ideología concreta y se mueven más por intereses de
poder político o económico, con frecuencia vinculados al dominio y control de actividades
ilícitas (narcotráfico o comercio de materias primas estratégicas).

Es un hecho constatable que muchos conflictos en los que existen procesos de paz sufren un
estancamiento en las negociaciones. Pasan los años y el conflicto mantiene las mismas
características, sin que los mecanismos de diálogo fructifiquen. Este estancamiento es más
evidente en aquellos conflictos en los que se ha logrado un alto al fuego y que, por tanto, no
hay violencias o enfrentamientos significativos, lo que lleva a plantearse la cuestión de si es
precisamente la falta de violencia, con su consiguiente pérdida de actualidad mediática, la
razón o una de las razones principales de tal estancamiento. Para analizar dicha cuestión he
puesto la atención sobre cinco conflictos con dichas características, a saber, el Sáhara
Occidental, Chipre, Moldova (Transdniestria), Armenia-Azerbaiyán (Nagorno Karabaj) y
Georgia (Abjasia), todos ellos afectados por problemas territoriales, y en donde en cuatro de
ellos se buscan formas de autogobierno.

Dos de los conflictos (Sáhara Occidental y Chipre) se iniciaron a mediados de los setenta, por
lo que llevan un historial de 35 años. Los otros tres se iniciaron a principios de los años
noventa, contando con unos 18 años de vida. Menos en el caso del Sáhara, que tuvo que
esperar 16 años, todos los demás lograron un alto al fuego al cabo de poco tiempo. Todos
tienen una mediación externa, destacando que la ONU está presente en tres de ellos, y la
OSCE, EEUU, Rusia y la UE tienen presencia en dos de ellos.

En cuatro territorios (Sáhara Occidental, Transdniestria, Nagorno-Karabaj y Abajasia) se


debate entre la independencia o una fórmula de autogobierno concretado en una autonomía,
que permitiría el retorno de la población desplazada. En los cinco territorios analizados son
importantes las medidas de confianza, sea para aliviar la situación actual, o como primer paso
para futuras decisiones sobre la arquitectura política intermedia a determinar. En cuatro casos
(todos menos en Chipre), Rusia juega un papel más o menos decisivo, ya sea desde el
Consejo de Seguridad o de forma directa, lo que la sitúa en una posición de máxima
responsabilidad para el encuentro de soluciones definitivas. Las mediaciones no siempre son
efectivas, siendo cuestionadas en más de un caso, lo que es motivo de sucesivas crisis en el
proceso negociador. En este sentido, es de aconsejar encuentros directos y frecuentes entre
los dirigentes de las comunidades afectadas, al demostrarse que es una forma eficaz de
romper con la desconfianza instalada en cada una de las partes. Es de señalar que sólo dos
de los cinco conflictos (Sáhara Occidental y Chipre) están en la agenda del Consejo de
Seguridad, aunque con resultados totalmente opuestos. Finalmente, el compromiso de no usar
la fuerza y de utilizar métodos exclusivamente pacíficos está en la agenda de todos los

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conflictos mencionados, siendo de vital importancia para reducir las tensiones que se producen
con cierta frecuencia en algunos de los contextos.

Decíamos antes que el siglo XXI es el siglo en el que parece consolidarse la cultura de la
negociación, y donde los procesos de paz están llamados a ser los protagonistas en el mundo
de la conflictividad. Dado que en la mitad de los conflictos armados existen negociaciones, es
importante conocer cómo se desarrollan los procesos de paz que intentan poner fin a dichos
conflictos. En función de los objetivos finales buscados y de la dinámica seguida en las
diferentes fases de la negociación, la mayoría de los procesos de paz pueden catalogarse en
alguna de estas cinco categorías o modelos, aunque alguna vez se pueda dar el caso de un
proceso que combine dos categorías:

a) Desmovilización y reinserción;
b) Reparto del poder político, militar o económico;
c) Intercambio (paz por democracia, paz por territorios, paz por desocupación, paz por
reconocimiento de derechos, etc.);
d) Medidas de confianza;
e) Fórmulas de autogobierno o «arquitecturas políticas intermedias».

El modelo de proceso normalmente tiene que ver con el tipo de demandas presentadas y con
la capacidad de sus actores para presionar o exigir (nivel de simetrías en lo militar, político y
social), aunque también influyen los acompañamientos y facilitaciones, el cansancio de los
actores, los apoyos que reciben y otros factores menos racionales, más bien vinculados a
patologías de los líderes, imaginarios o inercias históricas. En algunas ocasiones, aunque no
en muchas, y especialmente si el proceso es largo en el tiempo, puede ocurrir que se empiece
desde el planteamiento de una de las categorías señaladas (la a, por ejemplo) y luego se
incrementen las demandas para situar el proceso en otra categoría más compleja. También es
importante recordar que no todos los procesos o sus fases previas de exploración, diálogo y
negociación se hacen con una real sinceridad, pues es frecuente que formen parte de la misma
estrategia de guerra, sea para ganar tiempo, internacionalizarse y darse a conocer, sea para
rearmarse u otros motivos.

La etapa central de un proceso de paz es el de la negociación, que puede durar muchos años
y normalmente se realiza por etapas o rondas. Los momentos más frecuentes de crisis en las
negociaciones son motivados por divisiones internas en los grupos armados, desacuerdo sobre
el lugar donde celebrar las negociaciones, rechazo de la instancia mediadora o del formato
mediador, parcialidad del mediador, inseguridad en el país, ruptura del alto al fuego, retraso en
la implementación de los programas de desarme y reintegración, detención de líderes
negociadores de la oposición armada, no liberación de líderes negociadores, diferencias sobre
puntos de la agenda y existencia de las listas terroristas. La superación de los conflictos pasa,
pues, por sortear ese tipo de dificultades habituales.

En el prólogo del informe 2010 sobre El Estado del Mundo, publicado por el Worldwatch
Institute, el fundador del Grameen Bank, Muhammad Yunus, se refería al paso del consumismo
a las culturas de la sostenibilidad, como uno de los cambios culturales más que grandes que se
pueda imaginar. Casi cuarenta años después de la publicación de “Los límites del crecimiento”,

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el influyente informe del Club de Roma, nadie duda ya que es posible y necesario basar las
políticas venideras en los principios de la sostenibilidad, dando razón a quienes décadas atrás
preconizaban las prácticas de la precaución y del cuidado de medio ambiente como garantía de
supervivencia para la especie humana. Ese cambio de paradigma se ha producido, no
obstante, en medio de dinámicas que continúan siendo catastróficas y dañinas. Pero el cambio
estriba en que nadie puede defenderlas, aunque persistan, y en que puede llegar un futuro en
que estas dinámicas sean cosa del pasado, aunque para ello la humanidad habrá de tomar
conciencia de la vulnerabilidad de la especie. Un mundo en el que miles de millones de
personas han de sobrevivir con menos de dos dólares diarios y en donde millones de personas
mueren por hambre, mientras el capitalismo salvaje enriquece a especuladores, es un mundo
condenado a la conflictividad y al desorden.

Pero otro de los cambios culturales que puede florecer en las décadas venideras puede ser el
del fin de los conflictos armados. La guerra, como institución social creada por el ser humano,
ha perdido ya cualquier legitimidad como método de resolución de conflictos, y es percibida
cada vez más como un instrumento caduco y propio del pasado. Las estadísticas, además,
confirman esta afirmación, al señalar que los conflictos armados del presente son muchos
menos que los de hace una o dos décadas. Y jamás como en la época actual hemos dispuesto
de tanta información preventiva para actuar con las armas de la diplomacia en los momentos
de tensión, cuando todavía es posible alterar el curso destructor de una espiral conflictiva.
Recordando las palabras de Yunus, e incluso apelando al pensamiento de Kant, podríamos
decir que estamos ante un imperativo categórico, deshacernos de la guerra, para instaurar el
reinado del diálogo permanente como método de asegurar la “paz perpetua” de nuestro amigo
Kant. Han pasado 215 años desde que el insigne filósofo escribiera tan futurista obra, pero se
necesitarán solo unas pocas décadas para que la humanidad articule los mecanismos de
gestión y transformación de los conflictos que hagan posible una paz duradera y universal.

Estamos, sin duda, en una época de tránsito hacia ese nuevo mundo. Y un indicador de este
tránsito lo constituye el dato de que los conflictos finalizados en los últimos veinte años (40), 33
lo han sido mediante un acuerdo de paz (82.5%) y 7 con victoria militar (17.5%), lo que reafirma
la vía de la negociación como medio de resolución de los conflictos. De los finalizados con
victoria militar, además, solo dos lo han sido en el siglo XXI, lo que confirma la tendencia de
resolver los conflictos mediante el diálogo. Al mismo tiempo que se dan esos datos
esperanzadores, hemos de hacer frente a situaciones de extrema violencia y a crisis políticas y
humanitarias. En este texto hemos analizado los contextos conflictivos que se han producido
en estos últimos años, pero lo hemos hecho para señalar de la misma manera las
oportunidades de intervención sobre dichos contextos, convertibles en situaciones de paz
posible, aunque imperfecta, dentro de un continuum performativo, instaurador de nuevas
realidades y en evolución hacia ese cambio cultural necesario que ha de afectar,
inevitablemente, al mundo de los conflictos, para que el ser humano se vea libre de la amenaza
de la destrucción.

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