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significativo le parece “el culto sin reservas al trabajo”, en cuanto que, primero, contribuye
(aunque a veces pueda estar asociado a la actividad creadora) al gregarismo y la nivela-
ción (el culto al trabajo produce del modo más eficaz individuos estandarizados, in-
tercambiable unos por otros) y, segundo, crea recelo y mala conciencia ante la ociosidad.
Esto produce, por un lado, el relegamiento de un determinado cultivo del espíritu que re-
quiere serenidad, meditación, ocio, en suma; y por otro, es la actitud que dispara la prisa
y la agitación que acompañan al activismo propio de nuestro estilo de vida y cuyas conse -
cuencias son el agotamiento y la esterilidad.
Eso nos sitúa en las antípodas de una cultura superior pues lo que se entiende por
ocio en la nuestra (que valora la productividad económica sobre todo) no tiene que ver
con la ociosidad de la vida contemplativa dedicada a la reflexión, sino que son las horas en
las que, agotados, lo que apetece es abandonarse y aturdirse con placeres propios de “es-
clavos embrutecidos y encorvados”.
Así, en las sociedades en las que existe una aristocracia, el hombre de origen noble
oculta su trabajo si la necesidad le obliga a trabajar, mientras que el esclavo trabaja con el
sentimiento de hacer algo despreciable en sí.
En esta línea, Nietzsche, intenta comprender la nivelación como la condición de po-
sibilidad para que nazca y se desarrolle una nueva élite de señores, una clase de indivi -
duos ociosa y creadora que necesitaría para su existencia de la “institución de la esclavi-
tud”. En pocas palabras: la generalización del gregarismo y la mediocridad, en cuanto ne -
cesidad ligada a la industrialización y tecnificación del mundo, así como toda la tabla de
valores e ilusiones que esta necesidad obliga a incorporar a los individuos para hacerse a
sí misma posible, podría ser la base para la existencia de nuevas individualidades cuyo se-
ñorío no se ejercería en el ámbito de la dominación política o económica, sino en la esfera
de la creación artística, filosófica y espiritual.
O sea, en sentido estricto, habría que llevar la enfermedad a su límite, favorecer la
igualación extrema del nivelamiento democrático y la mecanización del esclavo, pues esta
nivelación extrema no puede tener otra justificación que la de servir a una especie nueva
de individuos futuros que reposa sobre la precedente y sólo basada en ella puede elevarse
a su propia tarea. No se trata de una raza de señores destinada a gobernar o tiranizar a
las masas –cometido este de “esclavos superiores”-, sino de un tipo de hombres retirados
en su propia esfera de vida y dedicados a la creación artística e intelectual.
Desde la convicción que Nietzsche tiene en relación la esencia misma del mundo
como una cantidad de energía limitada que sólo se desplaza en un sentido o en otro, o
sea, que solo se transforma pero ni se crea ni se destruye de nuevo, el debilitamiento ex -
tremo de la fuerza que representa la gregarización y mediocridad de la humanidad moder-
na le lleva a suponer el inmediato desplazamiento de la fuerza hacia un excedente del que
brotaría, de manera, espontánea, esa otra clase de individuos poderosos, afirmativos y lle-
nos de capacidad creativa.