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"La escuela no es sólo para aprender contenidos, sino para aprender con otros", dice Zelmanovich.
Foto: Leonardo Vincenti / La Capital
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"Las resistidas y desafiadas de estos tiempos son las prácticas escolares, es allí donde se dirimen
los malestares", afirma Zelmanovich, psicoanalista que dirige un programa que aborda las prácticas
socioeducativas.
En diálogo con La Capital, la especialista explicó los ejes que articularán el encuentro, una forma
también de hilvanar y describir las principales demandas que surgen de los docentes y otros
profesionales de este campo que a diario transitan las aulas.
"Las familias, las nuevas parentalidades y la escuela —señala Zelmanovich— es uno de los terrenos
donde se plantean disputas. Porque muchas veces lo que la escuela no puede se lo pide a la
familia. Y viceversa".
Otro de los malestares que advierte la psicóloga que trabaja en el campo educativo es el
relacionado con "los avatares de lo fraterno", es decir, los problemas que se plantean en los
vínculos entre pares, como el bullying. "Son experiencias muy mortificantes para los chicos y
también para los docentes, que a veces se sienten desconcertados frente a esto". Menciona
también el caso de la irrupción de lo inesperado en las escuelas, como la sexualidad y la muerte.
También las situaciones inhabituales y disruptivas.
Es en este punto donde Zelmanovich dice que "frente a las políticas de inclusión se han generado
nuevos problemas (con los sujetos a incluir) que la escuela no estaba habituada a recibir".
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo los niños y niñas que vienen con muchos diagnósticos de hiperactividad, ADD, TGD.
Ahí está también el riesgo de clasificar a los sujetos en diagnósticos. Se presentan modos
inhabituales y la escuela esta llamada a incluirlos desde las prácticas.
—Este es un punto crítico del malestar, porque bienvenidas las policías de inclusión, pero: ¿cómo
nos ubicamos ahí tanto los docentes como los otros profesionales del aula, como los maestros
integradores. Y de qué manera pensar que las segregaciones no se produzcan al interior de las
aulas. Porque el desafío es atender la singularidad de estos niños, pero al mismo tiempo que
puedan incluirse en un lazo con los otros. Porque la escuela no es sólo para aprender contenidos
sino para aprender en un marco con otros.
—Hay una función de la escuela que sigue siendo la misma, que es la de transmitir a las nuevas
generaciones y poner en circulación los bienes culturales. Esa función es la misma de siempre, el
temas es que está interferida por estas problemáticas. El punto es de qué manera abordarlas. De
qué manera la función de la escuela puede recuperarse en cada hora de clases a partir de poder ir
dirimiendo estas problemáticas sin que se deriven hacia otros espacios, como las patologías psi.
Hay mucha patologización de los problemas y mucha judicialización, esos son dos ámbitos de fuga
de lo educativo. Esto no quiere decir que en algunos casos sea necesario atender, desde el punto
de vista psicológico o judicial, algunos asuntos. Lo sintomático es que hay una hiper patologización,
una diagnosticación y medicalización de los problemas. Entonces ahí la escuela pierde su función.
Esto no implica negar los problemas, porque por algo derivan a esos ámbitos. Pero lo que hay es
un automatismo de derivación de los problemas. Automáticamente se derivan. Y la patologización
y la judicialización son fugas de la función de la escuela.
—¿Cómo entendés esta irrupción de la voz de los chicos y chicas en las instituciones, con sus
demandas y reivindicaciones?
—Es efecto de años de instalar en la conciencia colectiva la cuestión de los derechos. Lo que
estamos observando es que esa voz de los niños, niñas y jóvenes hace carne en ellos y ellas, y
desafía a los adultos a ponerse disponibles para la escucha. Por eso mencionaba el riesgo de la
hiperjudicialización y que no se diriman muchas cosas en el marco del lazo que cada escuela debe
sostener. Hay que pensar cómo sostener la escucha no para obedecerla, sino para aprender de
esas demandas que están en juego. Las demandas surgen también de las familias, que necesitan
ser escuchadas.
—Escuchar y poder intercambiar desde las propias funciones, alojar esas escuchas. Porque es allí
donde vamos a poder construir con ellos y ellas. Hace poco me contaban la experiencia de un
centro de estudiantes que hizo una investigación con profesores y fueron a escuchar —de los
docentes— cuáles son las dificultades que ellos tienen para trabajar en las aulas. Ahí hay una
inversión interesantísima para inaugurar una escucha mutua e incorporar eso en un lazo educativo.
La potencia que tiene la escucha horizontal entre pares, entre los chicos y lo que late en ellos. Y
entre colegas docentes, que también es un punto difícil. La sala de profesores muchas veces se
convierte en un semillero de estigmatizaciones, pero también de potencia, cuando entra un profe y
dice "yo pude con este chico". Los nuevos profesores que llegan con esa disponibilidad para la
escucha y logran desestigmatizar a muchos chicos y chicas. Por eso es importante esa escucha
horizontal, para aprender del colega.