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Facundo Quiroga

(La Rioja, 1788 - Barranca Yaco, 1835) Caudillo federalista argentino, destacado protagonista de los
sangrientos conflictos civiles entre federalistas y unitarios que caracterizaron las primeras décadas de la
Argentina independiente. Al presentarlo como encarnación de la barbarie en su ensayo novelado Facundo o
Civilización y Barbarie (1845), obra ya clásica de las letras argentinas, el escritor Domingo Faustino Sarmiento
asentó una valoración negativa de la figura de Quiroga. No obstante, suele olvidarse que «el Tigre de los
Llanos», apodo por el que llegó a ser conocido, fue uno de los pocos que acudieron a despedir al
presidente Bernardino Rivadavia cuando éste marchó al exilio en 1827, además de ofrecerle dinero y sus
servicios. En algunas ocasiones Quiroga se lamentó de sus errores y de haber desconocido la Constitución de
1826 por sugerencias interesadas de Buenos Aires.
Juan Facundo Quiroga reveló desde niño una audacia y temeridad notables. En 1806 sus padres lo enviaron a
Chile con un cargamento de granos y el joven Facundo se jugó el producto de la venta y lo perdió; trabajó
luego como peón en una estancia en Plumerillo. Cuando en mayo de 1810 tuvieron lugar los decisivos sucesos
que pusieron en marcha el proceso de emancipación en Argentina (cese del virrey y constitución de una Junta
de Gobierno, fiel en teoría al depuesto monarca español Fernando VII), Juan Facundo Quiroga se encontraba
en Buenos Aires. Allí fue enrolado en el regimiento de Arribeños; tenía condiciones para el mando, pero no
para someterse a la rígida disciplina militar, por lo que desertó.
En 1816, el Congreso de Tucumán proclamó la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
embrión de la futura República Argentina. Desde ese año y hasta 1818 Facundo Quiroga se desempeñó como
capitán de milicias adiestrando reclutas, capturando desertores, organizando milicianos para los ejércitos de la
patria y participando en algunas acciones contra los españoles que le depararon un notable prestigio. Por esos
años empezaron a manifestarse las disensiones entre federalistas y unitarios, que pronto darían paso a una
sucesión de conflictos civiles que sumieron al país en el caos.
Facundo Quiroga se alineó con los federalistas y desde su provincia natal, La Rioja, volvió a mostrar su audacia
deponiendo al gobernador Francisco Ortiz de Ocampo, a quien reemplazó por Nicolás Dávila; pero cuando, en
1823, Dávila se negó a renunciar según lo dispuesto por la Sala de Representantes, Facundo Quiroga se hizo
con el poder. Aunque oficialmente tan sólo ostentó el cargo de gobernador de La Rioja durante dos meses, a
partir de entonces dominó la escena política de su provincia e incluso de las aledañas.
Quiroga ordenó no enviar tropas a la guerra con Brasil, desconoció leyes dictadas por el gobierno de Buenos
Aires y se enfrentó abiertamente a los unitarios. Derrotó al general unitario Gregorio Aráoz de Lamadrid en
dos ocasiones: primero en Tala (1826) y más tarde en Rincón (1827). El también general unitario José María
Paz lo venció en Oncativo (1830), pero, auxiliado por el caudillo federalista Juan Manuel de Rosas, Quiroga
rearmó su ejército y terminó por imponerse en el norte y en la región andina en 1831.
Tras la victoria, el caudillo se alejó de la política y residió en Buenos Aires desde 1833 hasta finales de 1834,
cuando, por encargo de Juan Manuel de Rosas, aceptó mediar en un conflicto entre las provincias de Tucumán
y Salta. En 1835, tras entrevistarse con los representantes de ambos bandos en Santiago de Estero y concertar
un acuerdo de paz, inició un viaje sin retorno: al pasar por Barranca Yaco (Córdoba), fue muerto por una
partida encabezada por Santos Pérez.

Angel Vicente Peñaloza


Familia, infancia y juventud[editar]
Si bien no se ha podido encontrar su acta bautismal, se deduce que nació entre 1796 y 1798 en Malanzán, un
pueblo de la Costa Alta de la Sierra de los Llanos, en el sur de la actual provincia de La Rioja. Era el hijo
primogénito y legítimo de Juan Esteban Peñaloza y Úrsula Rivero. Sus abuelos paternos eran Nicolás Peñaloza
—un próspero hacendado ganadero— y Melchora Agüero. Sus abuelos maternos eran Bernardo Rivero, hijo
de un portugués, y Mercedes Torres. Todos ellos eran miembros de familias de largo arraigo e influyentes en
la zona.
Fue educado en sus primeros pasos por un tío abuelo, el prestigioso sacerdote Pedro Vicente Peñaloza, que le
puso de apodo "Chacho" —apócope de muchacho— en los primeros años de su vida, ya que consta que éste
falleció en 1801, es decir cuando aquél tenía solo cinco años.
Se casó en la Iglesia de Malanzán el 10 de julio de 1822 con Victoria Romero de Orihuela, con la que tuvo tres
hijos: dos de ellos fallecidos al poco tiempo de nacer, y Ana María Peñaloza, quien no dejó descendencia.
Además adoptaron a un huérfano, hijo de un familiar llamado Indalecio Peñaloza, que se casó luego con
Eudosia Flores Vera.2
Lugarteniente de Quiroga
Desde joven fue oficial de milicias, bajo el mando de Juan Facundo Quiroga. En 1826 combatió con el grado de
capitán en la batalla de El Tala, en la que fue seriamente herido por el ejército unitario de Gregorio Aráoz de
Lamadrid, tras esta batalla fue ascendido a capitán de milicias.
Más tarde fue uno de los principales jefes de escolta de Juan Facundo Quiroga, en la Batalla de Rincón de
Valladares, en La Tablada y en Oncativo. Después de esta derrota participó en la reconquista de La Rioja para
el partido federal, y se destacó en la Batalla de La Ciudadela—definitiva derrota unitaria— en que capturó un
cañón con su lazo y lo arrastró hasta sus filas. Por este hecho, Quiroga le otorgó el rango de teniente mayor.
Desde su regreso a La Rioja fue comandante del Departamento de Los Llanos. Tras el asesinato de Quiroga,
en 1836, colaboró en la invasión a La Rioja del gobernador de la vecina Provincia de San Juan, Martín Yanzón.
Fueron severamente derrotados.
La guerra contra Rosas[editar]
Fue perdonado por el nuevo gobernador, Tomás Brizuela, y cuando éste se unió a la Coalición del Norte contra
-el también federal, aunque porteño- Juan Manuel de Rosas, en defensa de la autonomía de su provincia, fue
un importante apoyo.3 Los unitarios le impusieron como segundo jefe al coronel Joaquín Baltar, que resultó
una pésima influencia. Apoyó la campaña de Juan Lavalle en su provincia, y acompañó a Gregorio Aráoz de
Lamadrid —su antiguo enemigo— en su campaña contra San Juan y Mendoza. En la batalla de Rodeo del
Medio, la influencia de Baltar le impidió combatir, y fue una de las causas de la derrota. Tuvo que huir
a Chile en 1841.
Al año siguiente regresó como parte de una campaña organizada por los exiliados unitarios desde Chile. Iba
acompañado por Yanzón y el coronel Santos de León. La campaña había sido pésimamente preparada, basada
en falsas noticias de sublevaciones contra Rosas; si bien el prestigio de Peñaloza les permitió obtener algunos
éxitos, esto provocó la reacción del gobernador de San Juan, Nazario Benavídez, que lo persiguió
hasta Tucumán y lo derrotó. De todas formas, Peñaloza regresó a Los Llanos, donde fue derrotado por
segunda vez por Benavídez, en Illisca; y por segunda vez huyó a Chile.
Dirigió una segunda invasión en 1845 y derrotó al gobernador riojano. Pero, entendiendo que su causa no
tenía sentido, pidió y obtuvo protección de Benavídez. Éste lo envió en 1848 —con el rango de comandante de
milicias— a deponer al gobernador riojano Vicente Mota. Tras lograr su cometido, nombró en su lugar
a Manuel Vicente Bustos, que lo nombró comandante de Los Llanos.
Caudillo de las provincias cuyanas[editar]
Desde 1854 fue comandante de armas de la provincia, y al año siguiente fue ascendido a general por el
presidente Urquiza. Era muy prestigioso entre los gauchos humildes de La Rioja y las provincias vecinas, y se
comportaba como uno más de ellos, salvo cuando mandaba en el ejército. Ellos lo consideraban, también, su
protector, su abogado, el solucionador de los problemas de cada uno de ellos.
En octubre de 1858 fue asesinado Nazario Benavídez por los partidarios del gobernador Gómez. El presidente
ordenó una intervención federal a la provincia, ordenando a Peñaloza que la apoyara militarmente; no tuvo
necesidad de combatir, pero ocupó con sus montoneras la ciudad de San Juan. Desde entonces fue el hombre
de confianza de Urquiza en la región.
En enero de 1860 derrocó al gobernador Bustos, que se acercaba cada vez más a los unitarios de Buenos Aires,
y nombró en su lugar al coronel Ramón Ángel. Poco después fue nombrado interventor federal de su
provincia.
Después de Pavón, en 1861, el interior del país quedó abierto a los unitarios. Hacia Cuyo salió el
coronel Ignacio Rivas y hacia Catamarca el general Wenceslao Paunero, que enviaron varias expediciones
contra La Rioja. Mientras tanto, Peñaloza ofreció mediar en la guerra entre los federales y unitarios del norte
del país. Pero a pedido del gobernador tucumano Celedonio Gutiérrez, se unió a éste; fueron derrotados por
los unitarios. Regresó a La Rioja, perseguido por sus enemigos, que los derrotaron en varias batallas; los
oficiales prisioneros eran fusilados, mientras muchos soldados eran torturados y degollados. La represión fue
increíblemente feroz, y eso mismo dio fuerzas a los federales para seguir luchando. El mismo Domingo
Faustino Sarmiento aconsejaba:
Si Sandes mata gente, cállense la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición, que no sé qué se
obtenga con tratarlos mejor.
Pese a su superioridad numérica y de movimientos (Peñaloza llegó reunir una fuerza de 2 000 a 6 000
combatientes),4 Peñaloza fue derrotado repetidas veces por las tropas mitristas mucho mejor y más
modernamente armadas (armas a repetición, ametralladoras). Tras sitiar la ciudad de San Luis, logró firmar un
tratado de paz llamado Tratado de La Banderita a principios de 1862, en que se le ofrecían garantías. Cuando
llegó la hora de cambiar prisioneros, se dice que Peñaloza entregó los suyos, pero no recibió ni uno: todos sus
hombres habían sido degollados. Esto llenó de indignación a Peñaloza, ya que los hombres que lo acusaban de
asesino y ladrón, habían violado todos los códigos militares, asesinando a prisioneros rendidos. En 1863, el
gobernador puntano, Juan Barbeito, repelió una nueva invasión de tropas leales a Peñaloza, unos 1 600
montoneros5 habían incursionado con éxito parcial en la zona norte de la provincia.
La derrota[editar]
Los militares que debían hacer cumplir el tratado continuaron con la persecución a los aliados de Peñaloza,
por lo que este volvió a alzarse en armas en marzo de 1863. Logró varios éxitos en San Luis, Córdoba,
Catamarca y Mendoza, e incluso depuso al gobernador riojano.
A fines de marzo, el Chacho escribió al presidente Bartolomé Mitre:
...los gobernadores de estos pueblos, convertidos en verdugos de las provincias... destierran y mandan matar
sin forma de juicio a ciudadanos respetables sin más crimen que haber pertenecido al partido federal... Los
hombres todos, no teniendo ya más que perder que sus existencia, quieren sacrificarla más bien en el campo
de batalla.'
El llamado a la lucha se hacía en nombre de Urquiza, con cuya ayuda contaban, pero éste no apoyó en nada la
revuelta, e incluso la condenó en público. El gobernador Sarmiento, designado Director de la Guerra contra
Peñaloza por el Ministro de Guerra Gelly y Obes, escribió al presidente:
...no economice sangre de gauchos, es lo único que tienen de humano.
Mitre respondió:
'Quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. Declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor
de partidarios políticos, lo que hay que hacer es muy sencillo.'
Quedaban fuera de la ley, y por consiguiente se los podía matar en cuanto se los capturaba. Los oficiales del
ejército nacional repitieron las masacres entre los vencidos.
El 20 de mayo de 1863, las tropas del Chacho se enfrentaron en Lomas Blancas —en Los Llanos— con un
contingente de 600 hombres de infantería y caballería de las fuerzas de Paunero, comandadas por Ambrosio
Sandes, Pablo Irrazábal, Ignacio Segovia y Julio Campos.
Peñaloza obtuvo una efímera victoria cuando el 10 de junio se produjo en Córdoba una revolución,
encabezada por el partido federal —apodado "ruso"— y los liberales moderados, que depuso al
gobernador Justiniano Posse; éste había sido impuesto el año anterior por la fuerza de las armas del ejército
nacional comandado por Paunero. Convocado por los revolucionarios, el Chacho entró a la ciudad de Córdoba
el 14 de junio. Mientras tanto, Paunero reunió un ejército de 3000 hombres y marchó sobre él. Queriendo
evitar sufrimientos a la ciudad, Peñaloza salió a su encuentro en campo abierto, al frente de 2000 hombres.4
Fue derrotado el 28 de junio, en la Batalla de Las Playas sufriendo los montoneros 300 muertos, un número no
precisado de heridos y 720 prisioneros. Los oficiales prisioneros fueron fusilados.
El caudillo huyó a los Llanos, de allí al norte, hacia la Cordillera de los Andes, y por el oeste de la provincia,
nuevamente a los Llanos, donde reorganizó su montonera, reclutando 2000 gauchos.6 De esa forma destruyó
los caballos de sus enemigos y los desorientó por completo. Luego invadió la provincia de San Juan, donde
estuvo a punto de tomar la capital. Pero el coronel Irrazábal lo derrotó en Los Gigantes. Se estima que unas
mil personas murieron durante su última rebelión.7
El asesinato[editar]
En noviembre de 1863 el vencedor Irrazábal lo persiguió hasta Los Llanos, pero mientras lo buscaban Peñaloza
se rindió al comandante Ricardo Vera en Loma Blanca, paraje aledaño al pueblo de Olta, entregándole su
puñal, la última arma que le quedaba. Una hora más tarde llegó Irrazábal y de forma vengativa lo asesinó con
su lanza, y a continuación hizo que sus soldados lo acribillaran a balazos. Su cabeza fue cortada y clavada en la
punta de un poste en la plaza de Olta. Una de sus orejas presidió por mucho las reuniones de la clase
"civilizada" de San Juan. Su esposa, Victoria Romero, fue obligada a barrer la plaza mayor de la ciudad de San
Juan, atada con cadenas.
Al conocer la noticia, Sarmiento escribió al presidente Mitre:89
No se que pensaran de la ejecución del Chacho, yo inspirado en los hombres pacíficos y honrados he
aplaudido la medida precisamente por su forma, sin cortarle la cabeza al inveterado picaro, las chusmas no se
habrían aquietado en seis meses.
Carta de Domingo Faustino Sarmiento a Bartolomé Mitre, 18 de noviembre de 1863.
Pocas semanas más tarde, el poeta José Hernández publicó en un periódico entrerriano su Vida del Chacho, un
folleto en defensa del caudillo riojano, en que advertía a Urquiza que los mismos que habían asesinado a aquél
buscaban la oportunidad para asesinar al expresidente. Poco después, el poeta Olegario Víctor
Andrade escribía en su homenaje uno de sus poemas más bellos.
Legado[editar]
A mediados del siglo XX, la provincia de La Rioja lo convertía oficialmente en un héroe. En su facón, que se
exhibe en el Museo de Historia de La Rioja, puede leerse la inscripción que definía su carácter: "Naides, más
que naides, y menos que naides".
El 12 de noviembre de 2013, en la ciudad de La Rioja, sobre la rotonda que intercepta las avenidas Ortiz de
Ocampo y Feliz de la Colina, fue inaugurado la estatua en honor a Peñaloza, al conmemorarse los 150 años del
asesinato del caudillo; la misma fue erigida con el propósito de resaltar su vida heroica y de lucha como uno
de los últimos líderes en alzarse contra el centralismo de Buenos Aires en el siglo XIX. Dicho monumento tiene
una altura de 10 metros, y está dispuesto sobre un pedestal de 6 m, para resaltar aún más su altura. Fue
construido por el escultor Juaarcía
Guzmán y su equipo de trabajo en
a ciudad de Cochabamba, en Bolivia.

Felipe Varela: el quijote de los Andes y el último de los Montoneros. Fue


un estanciero y militar argentino.
Nació el 11 de mayo de 1821, en Huaycama, pueblo perteneciente al
departamento de Valle Viejo, en Catamarca.
Felipe pasó su infancia junto a sus padres, Javier Varela y de Isabel
Rearte, en una casa ubicada en la localidad de Guandacol, en la
provincia de La Rioja. Fue allí donde llevó a cabo sus estudios formales,
y al mismo tiempo se introdujo en el mundo de las armas, teniendo como
tutor para ello a un caudillo riojano cuyo apellido era Castillo.

Trayectoria Política
Decidido a llevar adelante una vida ligada al ámbito militar y político, a
sus 19 años se incorpora al grupo de caudillos que luchaban en la región
contra el ejército enviado por Rosas. Aquello le valió el destierro, por lo
que se refugió en Chile, donde según relatan muchos historiadores
puede haber llegado a conocer a su posterior amigo y compañero de
lucha: elChacho Peñaloza.
Viviendo en Chile, Felipe Varela se incorporó inmediatamente al ejército
del lugar, el cual abandonó cuando en 1852 se produjo la caída del
gobierno de Juan Manuel de Rosas, ya que fue en ese momento que
regresó a la Argentina.

Al servicio de la Argentina
De vuelta en su amado país, Varela decidió unirse al ejército de la
Confederación, desenvolviéndose como Teniente Coronel en el
regimiento 7° de línea, el cual se había asentado en Río IV, precisamente
en la frontera de los indios.
Durante la decisiva Batalla de Pavón, ocurrida en el mes de septiembre
de 1861, Varela luchó bajo las órdenes de Justo José de Urquiza, y fue
allí donde comenzó a destacarse como uno de los más aguerridos
caudillos de la Confederación. Un año después, Varela se unió a
Peñalosa, participando activamente en la rebelión organizada por el
caudillo contra las autoridades nacionales de Buenos Aires. Esto le valió
la confianza del Chacho y se convirtió en uno de sus máximos
protegidos. Por ese motivo, ese mismo año Varela fue designado Jefe de
Policía de la provincia de La Rioja.
Al siguiente año, es decir en 1863, se le encomendó a Felipe Varela la
difícil misión de invadir Catamarca, participando de las contiendas
conocidas como la Batalla de Las Playas y la Batalla de Lomas Blancas.
No obstante, cuando el 12 de noviembre de 1863 se produce el
sangriento asesinato de Peñaloza, Varela debió huir de la región, por lo
que decidió refugiarse en Entre Ríos, desde donde nuevamente comenzó
a militar bajo las órdenes de Urquiza. Pero poco después volvió al exilio
en Chile. Poco tiempo pasaría para que Varela regresara al país, y ello
ocurrió precisamente en 1865, cuando llega a sus oídos el inicio de la
Guerra contra el Paraguay, la cual involucró a Uruguay, Argentina, Brasil,
y por supuesto Paraguay, en una lucha sin tregua causada por las aún
vigentes rivalidades coloniales.
Ante la noticia, Felipe Varela decide volver a la Argentina y servir
nuevamente a las órdenes de Urquiza. Pero lo cierto es que como le
sucedió a otros caudillos, Varela no comprendía cuáles eran los motivos
por los cuales debía llevarse adelante una lucha armada contra el
hermano pueblo de Paraguay. Por otra parte, el caudillo no toleraba el
hecho de efectuar una alianza con el Imperio Brasilero, el cual en
realidad había sido siempre un poderoso y ferviente enemigo de los
estados del Plata.
Por todo ello, Varela se negó a participar de esta absurda guerra, y
regresó a Chile.
Mientras tanto, en casi toda la geografía nacional los unitarios habían
logrado imponerse frente a los federales, lo que provocó en cierto modo
que Varela decidiera finalmente convertirse en una suerte de sucesor de
el Chacho Peñaloza, convirtiéndose en los años posteriores en el líder
indiscutido del alzamiento de las provincias andinas contra el gobierno
centralista de Bartolomé Mitre.
Fue precisamente a finales del año 1866, que Varela decidió regresar al
país desde la Cordillera de los Andes. A lo largo de dos años, Felipe
Varela mantuvo el noroeste del país en permanente rebelión, a través del
trabajo realizado por sus tropas, que se encontraban integradas por
montoneros argentinos y chilenos. Para ello, contó con el apoyo
incondicional de algunos de los caudillos federales más importantes de la
historia, tales como Ricardo Videla de Mendoza y los hermanos Juan
Saá y José Felipe Saá de San Luis.
Fue en ese período que se produjo la llamada Revolución de los
Colorados, considerada como el último alzamiento del partido federal
argentino en el oeste del país. Aquella revolución no sólo tenía como
objetivo liberar a las provincias de los gobiernos centralistas impuestos
por el entonces presidente Mitre, sino también dar por terminada la
Guerra del Paraguay.
En aquella larga batalla, Felipe Varela fue uno de los principales
caudillos, que con su lucha finalmente logró liberar a tres provincias del
poder unitario.

Pozo de Vargas
Felipe Varela dirigía y coordinaba desde La Rioja todos los movimientos
revolucionarios. El 4 de marzo de 1867 sus tropas vencieron en la Batalla
de Tinogasta. Después de este combate, Varela, que se encontraba
rumbo al Norte, contramarcha a La Rioja, donde se desencadenará
la Batalla de Pozo de Vargas. En esta acción, llevada a cabo el 10 de
abril de 1867 las tropas federales son derrotadas por el General Antonino
Taboada. Varela penetró en Catamarca y luego pasó a Salta, ocupando
los valles Calchaquíes, obteniendo una victoria en Amaicha, el 29 de
agosto, contra las tropas salteñas mandadas por el Coronel Pedro José
Frías. Este triunfo coloca a Varela como dueño de los valles, a la vez que
origina un revuelo en la ciudad. El gobernador salteño Sixto
Ovejero recriminó a Frías por la derrota atribuyéndola a su cobardía,
mientras éste exageraba el número de enemigos para justificarse.

Salta bajo fuego


Cuando el gobierno salteño tuvo la noticia de que Varela avanzaba sobre
la capital -8 de octubre- adoptó de inmediato las medidas para su
defensa. Ovejero designó jefe de la plaza al general boliviano Nicanor
Flores, afincado en la provincia. Se cavaron 14 trincheras, obras que
quedaron concluidas el 9 de octubre, las mismas estaban emplazadas en
el radio de una cuadra alrededor de la plaza. Eran de adobe y disponían
de troneras para los fusiles y una central para los cañones. Las fuerzas
totales eran de unos 300 soldados a los que se sumaron jóvenes
voluntarios. Varela, que contaba con 800 hombres veteranos de una
trajinada campaña, el día 9 sitió la ciudad. A primera hora del día
siguiente intimó a Ovejero la rendición “en el término de dos horas”, pero
éste la rechazó. Comenzó entonces la batalla de Salta. Los salteños se
comportaron valientemente, rehabilitando su nombre del cobarde
desempeño que tuvieron los defensores de los Valles. Pero al cabo de
dos horas y media de lucha Varela quedó dueño de la ciudad. Victoria
costosa y efímera para él pues apenas pudo ocupar la plaza durante una
hora. Octaviano Navarro, con fuerzas superiores, estaba encima suyo.
Ante esta situación inmediatamente inicia su movimiento hacia el norte
toda la harapienta columna, sin pólvora, sin municiones pero con la
dignidad del soldado, retirándose sin dejar de mirar de frente al enemigo.
Hacia Jujuy
Los soldados de Varela hacen noche en Castañares y luego se dirigen a
Jujuy, dispuestos a tomarla a sangre y fuego, si era necesario, con el
objeto de buscar en ella el elemento que le les faltaba: la pólvora, para
regresar inmediatamente sobre las fuerzas enemigas, del general
Navarro, y luego sobre las de Taboada. El gobernador Belaúnde, que
contaba con fuerzas suficientes para repeler el ataque, abandonó la
ciudad de Jujuy pretextando falta de municiones. Los soldados,
entonces, solo efectuaron algunos disparos y huyeron rápidamente ante
la presencia de las tropas federales. Así el 13 de octubre de 1867, la
columna de Varela ingresa a la ciudad en perfecta formación sin disparar
un solo tiro. Al no encontrar pólvora ni los elementos de guerra que
necesitaba, nuevamente se pone en marcha y la columna se dirige esta
vez a La Tablada, con las fuerzas de Navarro pisándole los talones sin
atreverse a atacarlo.

Arribo a Bolivia
Comienza noviembre en el altiplano. Una andrajosa columna que sólo
conserva orgullosamente un par de cañoncitos llevados a tiro cruza la
frontera boliviana. La cruzada federal ha terminado. Varela mira por
última vez a sus hombres antes de licenciarlos. Estos heroicos gauchos
han soportado incontables calamidades, han seguido a este hombre con
una fidelidad admirable. No son muchos los casos como éste en nuestra
historia, tampoco los caudillos como Felipe Varela. Con un abrazo
despide a sus oficiales. La guerra ha terminado. Ahora es un exiliado,
pero la esperanza no termina. La columna llega a Tarija. El caudillo
detiene por última vez lo que queda de su tropa, desmonta pesadamente
y se dirige a Guayama; los rostros duros, que llevan en la curtida piel
todo el sol, todo el viento de esta tierra, se miran fijamente. No hay
palabras, un abrazo vigoroso despide a estos hombres, cientos de leguas
han recorrido juntos combatiendo al “tirano de Buenos Aires”. Ya es
tiempo del adiós.
Es tiempo de destierro
Sin embargo Felipe Varela, aún a costa de su vida, quiere conjugar la
teoría con la acción. Desde Potosí, el 1º de enero de 1868, redacta su
famoso “Manifiesto a los Pueblos Americanos, sobre los Acontecimientos
Políticos de la República Argentina, en los años de 1866 y 67”, donde
resalta sus embestidas contra el centralismo porteño y, por ende, contra
el gobierno de Bartolomé Mitre, al que acusa de no respetar la
Constitución Nacional de 1853. “Combatiré hasta derramar mi última gota
de sangre por mi bandera y los principios que ella ha simbolizado”,
expresa el Quijote de los Andes, en una de sus tantas sentencias llenas
de coraje y altruismo.
Una nueva embestida se inició con el fusilamiento del caudillo
riojano Aurelio Zalazar, conductor también de montoneras. Varela,
indignado, se lanzó nuevamente a la guerra contra el orden mitrista
durante la Navidad de 1868. Fue definitivamente derrotado el 12 de
enero de 1869 en Pastos Grandes. Con la derrota de Varela se cerró el
último capítulo de la lucha contra el sistema económico liberal -y contra el
orden mitrista, la cara política de dicho sistema- en el Interior.
Varela ya estaba enfermo de tuberculosis y cada vez perdía mayor
apoyo, por lo que finalmente debió regresar al exilio chileno, siendo esta
la última vez.

Su Muerte
Enfermo de Tuberculosis y carente de apoyo, Varela se refugió en Chile.
El gobierno trasandino, poco amigo de dar albergue a un insurrecto
reincidente, lo mantuvo brevemente en observación antes de permitirle
asentarse en Copiapó.
El 4 de junio de 1870 la enfermedad acabó con su vida. El gobierno
catamarqueño repatrió sus restos, pese a la oposición del Ejecutivo
nacional encabezado por Domingo Faustino Sarmiento.

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