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(La Rioja, 1788 - Barranca Yaco, 1835) Caudillo federalista argentino, destacado protagonista de los
sangrientos conflictos civiles entre federalistas y unitarios que caracterizaron las primeras décadas de la
Argentina independiente. Al presentarlo como encarnación de la barbarie en su ensayo novelado Facundo o
Civilización y Barbarie (1845), obra ya clásica de las letras argentinas, el escritor Domingo Faustino Sarmiento
asentó una valoración negativa de la figura de Quiroga. No obstante, suele olvidarse que «el Tigre de los
Llanos», apodo por el que llegó a ser conocido, fue uno de los pocos que acudieron a despedir al
presidente Bernardino Rivadavia cuando éste marchó al exilio en 1827, además de ofrecerle dinero y sus
servicios. En algunas ocasiones Quiroga se lamentó de sus errores y de haber desconocido la Constitución de
1826 por sugerencias interesadas de Buenos Aires.
Juan Facundo Quiroga reveló desde niño una audacia y temeridad notables. En 1806 sus padres lo enviaron a
Chile con un cargamento de granos y el joven Facundo se jugó el producto de la venta y lo perdió; trabajó
luego como peón en una estancia en Plumerillo. Cuando en mayo de 1810 tuvieron lugar los decisivos sucesos
que pusieron en marcha el proceso de emancipación en Argentina (cese del virrey y constitución de una Junta
de Gobierno, fiel en teoría al depuesto monarca español Fernando VII), Juan Facundo Quiroga se encontraba
en Buenos Aires. Allí fue enrolado en el regimiento de Arribeños; tenía condiciones para el mando, pero no
para someterse a la rígida disciplina militar, por lo que desertó.
En 1816, el Congreso de Tucumán proclamó la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
embrión de la futura República Argentina. Desde ese año y hasta 1818 Facundo Quiroga se desempeñó como
capitán de milicias adiestrando reclutas, capturando desertores, organizando milicianos para los ejércitos de la
patria y participando en algunas acciones contra los españoles que le depararon un notable prestigio. Por esos
años empezaron a manifestarse las disensiones entre federalistas y unitarios, que pronto darían paso a una
sucesión de conflictos civiles que sumieron al país en el caos.
Facundo Quiroga se alineó con los federalistas y desde su provincia natal, La Rioja, volvió a mostrar su audacia
deponiendo al gobernador Francisco Ortiz de Ocampo, a quien reemplazó por Nicolás Dávila; pero cuando, en
1823, Dávila se negó a renunciar según lo dispuesto por la Sala de Representantes, Facundo Quiroga se hizo
con el poder. Aunque oficialmente tan sólo ostentó el cargo de gobernador de La Rioja durante dos meses, a
partir de entonces dominó la escena política de su provincia e incluso de las aledañas.
Quiroga ordenó no enviar tropas a la guerra con Brasil, desconoció leyes dictadas por el gobierno de Buenos
Aires y se enfrentó abiertamente a los unitarios. Derrotó al general unitario Gregorio Aráoz de Lamadrid en
dos ocasiones: primero en Tala (1826) y más tarde en Rincón (1827). El también general unitario José María
Paz lo venció en Oncativo (1830), pero, auxiliado por el caudillo federalista Juan Manuel de Rosas, Quiroga
rearmó su ejército y terminó por imponerse en el norte y en la región andina en 1831.
Tras la victoria, el caudillo se alejó de la política y residió en Buenos Aires desde 1833 hasta finales de 1834,
cuando, por encargo de Juan Manuel de Rosas, aceptó mediar en un conflicto entre las provincias de Tucumán
y Salta. En 1835, tras entrevistarse con los representantes de ambos bandos en Santiago de Estero y concertar
un acuerdo de paz, inició un viaje sin retorno: al pasar por Barranca Yaco (Córdoba), fue muerto por una
partida encabezada por Santos Pérez.
Trayectoria Política
Decidido a llevar adelante una vida ligada al ámbito militar y político, a
sus 19 años se incorpora al grupo de caudillos que luchaban en la región
contra el ejército enviado por Rosas. Aquello le valió el destierro, por lo
que se refugió en Chile, donde según relatan muchos historiadores
puede haber llegado a conocer a su posterior amigo y compañero de
lucha: elChacho Peñaloza.
Viviendo en Chile, Felipe Varela se incorporó inmediatamente al ejército
del lugar, el cual abandonó cuando en 1852 se produjo la caída del
gobierno de Juan Manuel de Rosas, ya que fue en ese momento que
regresó a la Argentina.
Al servicio de la Argentina
De vuelta en su amado país, Varela decidió unirse al ejército de la
Confederación, desenvolviéndose como Teniente Coronel en el
regimiento 7° de línea, el cual se había asentado en Río IV, precisamente
en la frontera de los indios.
Durante la decisiva Batalla de Pavón, ocurrida en el mes de septiembre
de 1861, Varela luchó bajo las órdenes de Justo José de Urquiza, y fue
allí donde comenzó a destacarse como uno de los más aguerridos
caudillos de la Confederación. Un año después, Varela se unió a
Peñalosa, participando activamente en la rebelión organizada por el
caudillo contra las autoridades nacionales de Buenos Aires. Esto le valió
la confianza del Chacho y se convirtió en uno de sus máximos
protegidos. Por ese motivo, ese mismo año Varela fue designado Jefe de
Policía de la provincia de La Rioja.
Al siguiente año, es decir en 1863, se le encomendó a Felipe Varela la
difícil misión de invadir Catamarca, participando de las contiendas
conocidas como la Batalla de Las Playas y la Batalla de Lomas Blancas.
No obstante, cuando el 12 de noviembre de 1863 se produce el
sangriento asesinato de Peñaloza, Varela debió huir de la región, por lo
que decidió refugiarse en Entre Ríos, desde donde nuevamente comenzó
a militar bajo las órdenes de Urquiza. Pero poco después volvió al exilio
en Chile. Poco tiempo pasaría para que Varela regresara al país, y ello
ocurrió precisamente en 1865, cuando llega a sus oídos el inicio de la
Guerra contra el Paraguay, la cual involucró a Uruguay, Argentina, Brasil,
y por supuesto Paraguay, en una lucha sin tregua causada por las aún
vigentes rivalidades coloniales.
Ante la noticia, Felipe Varela decide volver a la Argentina y servir
nuevamente a las órdenes de Urquiza. Pero lo cierto es que como le
sucedió a otros caudillos, Varela no comprendía cuáles eran los motivos
por los cuales debía llevarse adelante una lucha armada contra el
hermano pueblo de Paraguay. Por otra parte, el caudillo no toleraba el
hecho de efectuar una alianza con el Imperio Brasilero, el cual en
realidad había sido siempre un poderoso y ferviente enemigo de los
estados del Plata.
Por todo ello, Varela se negó a participar de esta absurda guerra, y
regresó a Chile.
Mientras tanto, en casi toda la geografía nacional los unitarios habían
logrado imponerse frente a los federales, lo que provocó en cierto modo
que Varela decidiera finalmente convertirse en una suerte de sucesor de
el Chacho Peñaloza, convirtiéndose en los años posteriores en el líder
indiscutido del alzamiento de las provincias andinas contra el gobierno
centralista de Bartolomé Mitre.
Fue precisamente a finales del año 1866, que Varela decidió regresar al
país desde la Cordillera de los Andes. A lo largo de dos años, Felipe
Varela mantuvo el noroeste del país en permanente rebelión, a través del
trabajo realizado por sus tropas, que se encontraban integradas por
montoneros argentinos y chilenos. Para ello, contó con el apoyo
incondicional de algunos de los caudillos federales más importantes de la
historia, tales como Ricardo Videla de Mendoza y los hermanos Juan
Saá y José Felipe Saá de San Luis.
Fue en ese período que se produjo la llamada Revolución de los
Colorados, considerada como el último alzamiento del partido federal
argentino en el oeste del país. Aquella revolución no sólo tenía como
objetivo liberar a las provincias de los gobiernos centralistas impuestos
por el entonces presidente Mitre, sino también dar por terminada la
Guerra del Paraguay.
En aquella larga batalla, Felipe Varela fue uno de los principales
caudillos, que con su lucha finalmente logró liberar a tres provincias del
poder unitario.
Pozo de Vargas
Felipe Varela dirigía y coordinaba desde La Rioja todos los movimientos
revolucionarios. El 4 de marzo de 1867 sus tropas vencieron en la Batalla
de Tinogasta. Después de este combate, Varela, que se encontraba
rumbo al Norte, contramarcha a La Rioja, donde se desencadenará
la Batalla de Pozo de Vargas. En esta acción, llevada a cabo el 10 de
abril de 1867 las tropas federales son derrotadas por el General Antonino
Taboada. Varela penetró en Catamarca y luego pasó a Salta, ocupando
los valles Calchaquíes, obteniendo una victoria en Amaicha, el 29 de
agosto, contra las tropas salteñas mandadas por el Coronel Pedro José
Frías. Este triunfo coloca a Varela como dueño de los valles, a la vez que
origina un revuelo en la ciudad. El gobernador salteño Sixto
Ovejero recriminó a Frías por la derrota atribuyéndola a su cobardía,
mientras éste exageraba el número de enemigos para justificarse.
Arribo a Bolivia
Comienza noviembre en el altiplano. Una andrajosa columna que sólo
conserva orgullosamente un par de cañoncitos llevados a tiro cruza la
frontera boliviana. La cruzada federal ha terminado. Varela mira por
última vez a sus hombres antes de licenciarlos. Estos heroicos gauchos
han soportado incontables calamidades, han seguido a este hombre con
una fidelidad admirable. No son muchos los casos como éste en nuestra
historia, tampoco los caudillos como Felipe Varela. Con un abrazo
despide a sus oficiales. La guerra ha terminado. Ahora es un exiliado,
pero la esperanza no termina. La columna llega a Tarija. El caudillo
detiene por última vez lo que queda de su tropa, desmonta pesadamente
y se dirige a Guayama; los rostros duros, que llevan en la curtida piel
todo el sol, todo el viento de esta tierra, se miran fijamente. No hay
palabras, un abrazo vigoroso despide a estos hombres, cientos de leguas
han recorrido juntos combatiendo al “tirano de Buenos Aires”. Ya es
tiempo del adiós.
Es tiempo de destierro
Sin embargo Felipe Varela, aún a costa de su vida, quiere conjugar la
teoría con la acción. Desde Potosí, el 1º de enero de 1868, redacta su
famoso “Manifiesto a los Pueblos Americanos, sobre los Acontecimientos
Políticos de la República Argentina, en los años de 1866 y 67”, donde
resalta sus embestidas contra el centralismo porteño y, por ende, contra
el gobierno de Bartolomé Mitre, al que acusa de no respetar la
Constitución Nacional de 1853. “Combatiré hasta derramar mi última gota
de sangre por mi bandera y los principios que ella ha simbolizado”,
expresa el Quijote de los Andes, en una de sus tantas sentencias llenas
de coraje y altruismo.
Una nueva embestida se inició con el fusilamiento del caudillo
riojano Aurelio Zalazar, conductor también de montoneras. Varela,
indignado, se lanzó nuevamente a la guerra contra el orden mitrista
durante la Navidad de 1868. Fue definitivamente derrotado el 12 de
enero de 1869 en Pastos Grandes. Con la derrota de Varela se cerró el
último capítulo de la lucha contra el sistema económico liberal -y contra el
orden mitrista, la cara política de dicho sistema- en el Interior.
Varela ya estaba enfermo de tuberculosis y cada vez perdía mayor
apoyo, por lo que finalmente debió regresar al exilio chileno, siendo esta
la última vez.
Su Muerte
Enfermo de Tuberculosis y carente de apoyo, Varela se refugió en Chile.
El gobierno trasandino, poco amigo de dar albergue a un insurrecto
reincidente, lo mantuvo brevemente en observación antes de permitirle
asentarse en Copiapó.
El 4 de junio de 1870 la enfermedad acabó con su vida. El gobierno
catamarqueño repatrió sus restos, pese a la oposición del Ejecutivo
nacional encabezado por Domingo Faustino Sarmiento.