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Felipe González

Aldo Madariaga
(Editores)

La constitución social,
política y moral
de la economía chilena
330.983 González, Felipe
G La constitución social, política y moral de la
economía chilena / Felipe González y Aldo Mada-
riaga, editores. – – Santiago : RIL editores - Facultad
de Gobierno • Universidad Central, 2018.
410 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-956-01-0532-5

1 economía-chile. 2. economía-aspectos sociológi-

cos. 3. desarrollo económico-aspectos sociales

La constitución social, política y moral


de la economía chilena
Primera edición: septiembre de 2018

© Universidad Central de Chile, 2018


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© RIL® editores, 2018


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Coordinación editorial: María Carolina Contreras

Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

Impreso en Chile • Printed in Chile

ISBN 978-956-01-0532-5

Derechos reservados.
Índice

Introducción: Deseconomizar los mercados,


socializar los estudios de la economía
Felipe González y Aldo Madariaga ........................................... 9

I. Perspectivas teóricas

E pluribus unum? Variedades y generalidades del capitalismo


Wolfgang Streeck ................................................................... 43

El orden social de los mercados


Jens Beckert.......................................................................... 107

II. Economía y política

Poder estructural en economía política comparada: perspectivas


desde la formulación de políticas públicas en América Latina
Tasha Fairfield ...................................................................... 147

El financiamiento electoral en Chile, una fuente de poder


instrumental empresarial
Emilio Moya Díaz y Michel Figueroa Mardones .................. 185

III. La vida social y política de los mercados

Estrategias organizacionales, competencia y colusión


en una economía de ¿libre mercado?
Javier Hernández Aracena .................................................... 219
Crédito y endeudamiento en hogares: sobre la economía
moral del proletariado postindustrial en Chile
Alejandro Marambio Tapia .................................................. 249

IV. Economía política y moral


de la política pública

El resurgimiento de los impuestos


en la sociedad chilena
Jorge Atria ............................................................................ 279

La pobreza como objeto epistémico de gobierno:


entre la ciencia social y la política
Claudio Ramos Zincke......................................................... 311

Discurso e ideología en materia de reducción de la pobreza:


formación de agenda y políticas de emprendimiento
en Chile 1994-2014
María Jose Vega Aravena ...................................................... 345

La transformación de la política energética


como cambio de paradigma
Aldo Madariaga y Edson Gladina ........................................ 379
Introducción

Deseconomizar los mercados,


socializar los estudios de la economía

Felipe González1 y Aldo Madariaga2

1. La irrupción de la sociedad en la economía chilena


Los acontecimientos recientes le han dado la espalda a la disciplina
económica. Los casos de colusión han mostrado que, al contrario de
lo que pregona la teoría económica, la competencia no se logra con
individuos persiguiendo su propio interés, sino que es el producto de
determinadas instituciones; en otras palabras, los mercados se crean
y funcionan gracias a que hay regulación —y no a pesar de ella—.
La discusión sobre la reforma educacional y la demanda por desmer-
cantilizar la educación plantean la pregunta por el proceso social y
político mediante el cual la sociedad logra recuperar algo que, de
1
Investigador postdoctoral, Facultad de Gobierno de la Universidad Central de Chile.
Doctorado por la Universidad de Colonia (Alemania) y el Max Planck Institute
for the Study of Societies (MPIfG). Sus intereses de investigación se centran en la
economía política, sociología económica y los estudios sociales de las finanzas. El
autor agradece el financiamiento del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y
Tecnológico (Fondecyt N° 3160096). Contacto: felipe.gonzalez@ucentral.cl.
2
Investigador del Centro de Economía y Políticas Sociales (Universidad Mayor),
y el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) (Conicyt/Fondap
Nº 15130009). Doctorado por la Universidad de Colonia (Alemania) y el Max
Planck Institute for the Study of Societies (MPIfG). Sus intereses de investigación
se centran en la economía política, políticas públicas y desarrollo sustentable.
Contacto: aldo.madariaga@mail.udp.cl.

9
Felipe González y Aldo Madariaga

estar convertido en un bien de mercado sometido a lógicas de cálculo


y ganancia racionales, se vuelve a transformar en un derecho social
sometido a fundamentos de racionalidad substantiva. La invención
de las farmacias populares implica el surgimiento de mecanismos de
coordinación nuevos, semimercantilizados, que utilizan la coordina-
ción de mercados para abastecer, a la vez que eliminan intermediarios
en la cadena para otorgar servicios a menor costo. El rechazo de los
empresarios a cambios institucionales urgentes, y su capacidad de
montar campañas públicas para difundir su visión e intereses, llaman
la atención sobre su capacidad de movilizar la opinión pública e influir
en las expectativas de los actores en la economía y la sociedad. Del
mismo modo, la incestuosa relación entre dinero y campañas políticas
difumina la arbitraria separación entre política y economía, a la vez
que trae a colación el rol de las relaciones sociales y el poder.
Los hechos citados han desafiado nuestra manera de entender los
fenómenos económicos y, de paso, han hecho evidente la pobreza de
conceptos y miradas presentes en la conversación social en nuestro
país. Dicotomías fuertemente arraigadas como Estado versus mer-
cado o técnico versus político, por nombrar algunas, no alcanzan a
dar cuenta de la complejidad de estos fenómenos y demandan nuevas
interpretaciones, lenguajes y enfoques para dar sentido a la vida so-
cial de la economía: la economía real. Contrario a creencias fuerte-
mente arraigadas —y repetidas hasta el cansancio en las aulas—, la
economía tiene una vida social que no se puede reducir al análisis de
beneficios, lógicas de incentivos o costos de transacción. Las disputas
y discusiones en torno a las reformas planteadas en los planos de edu-
cación, previsión social, trabajo e impuestos, nos han vuelto a ilustrar
sobre esta vida social de la economía. Normalmente, estas discusio-
nes han suscitado entre economistas y expertos los fantasmas de la
incertidumbre, el estancamiento económico, la falta de inversión y el
desempleo. Se citan así las «leyes económicas» dándolas por hechas:
la incertidumbre frena el crecimiento, los empresarios no invertirán
si hay cambios en las reglas del juego, los trabajadores responden a
las señales de mercado, el gobierno debe cuidar las arcas fiscales, etc.
Un reconocido economista —y Chicago boy— comentaba frente la
discusión sobre la reducción de horas de trabajo: «Sabemos que en
la práctica y en el sector privado, tanto empresas como trabajadores
ajustan su comportamiento a las condiciones del mercado, de modo
que el esfuerzo de trabajo observado tiende a ser el óptimo (…)». Pero

10
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

¿sabemos realmente cómo se producen las expectativas de los actores


en la economía, o cómo estas conducen a la acción? ¿Se ajustan estas
realmente a las condiciones de los mercados?
Poco a poco han ido surgiendo disputas al interior de los econo-
mistas mismos por la interpretación de las actuales reformas y sus
consecuencias, haciendo evidente algo que las ciencias sociales venían
apuntando hace tiempo: que la economía no es una realidad objetiva,
separada de la realidad social y gobernada por leyes estables, sino que
es un campo que funciona a través de las expectativas socialmente
construidas, es decir, a través de narrativas más o menos creíbles que
producen y reproducen los actores sobre la situación de la economía
y las relaciones causales que la gobiernan, y que sirven de base a los
agentes económicos para interpretar las situaciones y anticipar cómo
reaccionarán los actores de mercado. Un ejemplo de cómo se constru-
yen estas expectativas, cómo se enfrentan en pugna, y cuán alejadas se
encuentran de esas «leyes de la economía» que tantas veces se invocan,
son las reiteradas discusiones sobre el crecimiento de la economía en
la que se tersaron recientemente voceros privilegiados de la disciplina
económica, como el ministro de Hacienda y el expresidente del Banco
Central y quienes los apoyaron, respectivamente: mientras unos acusan
a otros de no respetar las «verdaderas» leyes de la economía y dejarse
llevar por la «ideología», los otros replican que estos estan cegados
por una «teoría sin empiria» y cuestionan sus métodos. Así, tal como
mostrara Harold Garfinkel con sus ejercicios etnometodológicos, la
vida social de la economía se revela de manera más evidente en mo-
mentos donde la «normalidad percibida» es interrumpida y puesta en
entredicho. La economía se transforma, en la práctica, en una «política
de las expectativas», donde distintos actores intentan movilizar saberes,
poderes e intuiciones, de manera de establecer sus propias «verdades
económicas» (Beckert, 2016).
Estamos ante una ventana de oportunidad que las ciencias sociales
pueden aprovechar para ofrecer interpretaciones y crear lenguajes que
permitan sacar a relucir esta vida social de la economía, de sus actores,
objetos y lógicas de funcionamiento. Es hora de hacer eco de aquella
frase que recuerda que «la economía es muy importante para dejársela
a los economistas»3, e intentar disputar esas «verdades económicas»

3
La cita original se atribuye a George Clemenceau en el contexto de la Primera
Guerra Mundial y hacía referencia a que la guerra era muy importante para

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Felipe González y Aldo Madariaga

desde afuera de la disciplina económica. Ahora bien, ¿qué visión oponer


o proponer? Nos embarcamos en este proyecto con la convicción de
que la demanda por nuevas interpretaciones va más allá de la crítica
al neoliberalismo.
Chile representa un proyecto emblemático de imposición de los
mercados como forma de organización social, y esto ha sido notado
incansablemente por académicos, intelectuales y comentaristas. Sin
embargo, salvo contadas excepciones, no se ha hecho un esfuerzo por
comprender estos fenómenos más allá de la legítima —pero insuficien-
te— crítica a los mercados como mecanismos de asignación de recur-
sos, la (i)legitimidad del lucro en ciertos ámbitos como la educación
o la protección social, o los efectos perversos de la mercantilización
en la sociedad, el medioambiente y la subjetividad. Parte importante
de los movimientos sociales y políticos emergentes se erigen sobre la
negación de esta forma de racionalidad, anteponiéndose a la tecnocra-
cia y la «justicia de mercado» (a cada quien según su contribución a
la economía) el principio de la «justicia social». Las ciencias sociales
que respaldan estas reivindicaciones cuestionan de plano el principio
de racionalidad económica bajo el cual se erigen otros valores como
el de la austeridad fiscal por sobre el de la expansión del gasto social,
pero no disputan el campo de las «verdades económicas». Los análisis
políticos, finalmente, se centran preponderantemente en la prospectiva
y los cálculos electorales, en lo que podríamos denominar la «economía
de la política», cuando lo que se necesita es también una «política de
la economía». En definitiva, parafraseando a Jens Beckert y Wolfgang
Streeck, necesitamos avanzar en la comprensión del «orden social de
los mercados» y «la constitución social y política de la economía». La
convicción de fondo, y de la cual intentamos hacernos cargo, es que
las ciencias sociales tienen un arsenal analítico que permite entregar
interpretaciones distintas de la realidad económica, y de ello dan cuenta
los artículos aquí reunidos.

dejársela a los generales. Para una interpretación contemporánea asociada a la


economía, véase Chang (2014).

12
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

2. Deseconomizar los mercados: enfoques alternativos


Chile se ha transformado a imagen y semejanza de los economistas
y de su manera peculiar de entender el mundo en sus teorías y libros
de textos. Como observan Montecinos y Markoff (2012), si durante
gran parte del siglo veinte las ideas económicas desarrollistas vinieron
a sistematizar las políticas que ya habían emprendido los gobiernos
latinoamericanos, las décadas que siguieron a los ochentas estuvieron
caracterizadas por el ascenso de los economistas al poder y al revés de
como fue el pasado, la elaboración de políticas públicas a partir de la
teoría económica. En efecto, la creciente presencia de economistas en
posiciones de poder y toma de decisiones produjo un trasvasije casi
automático entre teorías económicas y políticas públicas. Esto operó
como trasfondo de la legitimidad que gozó el sistema de mercado chileno
entre las élites de todo el espectro político, reforzado por la conversión
de economistas antes críticos de la economía neoclásica.
La idea de que el «punto de vista económico» podría explicar y
dar soluciones a todos los aspectos de la conducta humana no surgió
en Chile, sino que fue planteada en los años setenta por el economista
de Chicago —y después premio nobel— Gary Becker (1976) en su
influyente libro El enfoque económico al comportamiento humano
(The Economic Approach to Human Behavior). En este trabajo, Bec-
ker reclama la validez universal del modelo de elección racional y de
maximización de utilidades en contextos de escasez proveniente de la
economía neoclásica. Para el autor, el enfoque económico provee un acer-
camiento comprehensivo aplicable a todo el comportamiento humano,
a todo tipo de decisiones, que implique cualquier motivo, en cualquier
agente. Este enfoque persiste hasta el día de hoy, incluso en trabajos
como el de Dani Rodrik, considerado uno de los economistas críticos
más respetados al interior de la disciplina, según el cual «los modelos
de los economistas son nuestra mejor guía cognitiva al sinfín de colinas
y valles que constituyen la experiencia social» (Rodrik, 2015: 8, traduc-
ción propia). Este enfoque, que vino posteriormente a autoproclamarse
como «imperialismo económico» (Stigler, 1984), se institucionalizó en
nuestro país con el ascenso de los economistas al poder, particularmente
los economistas de Chicago.
En Chile, las políticas públicas han estado inspiradas en las premi-
sas de la economía neoclásica de distintas maneras. Primero, porque la
creación de mercados que van desde la seguridad social y la educación,

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Felipe González y Aldo Madariaga

a la energía (ver Madariaga y Gladina en este volumen), se erigieron


sobre los supuestos simplistas de que la competencia entre los agentes
produce mayor calidad. Esto, a su vez, se erige sobre la idea de que los
ciudadanos son consumidores que deciden en función de sus preferen-
cias individuales (Streeck, 2012), por lo que la «libertad de elegir» debe
resguardarse a cualquier precio. Segundo, porque los efectos perversos
que han tenido estas y otras políticas amparadas en los principios del
mercado han sido entendidos bajo la misma óptica: externalidades
o fallas de mercado, para las cuales se oponen otras soluciones de
mercado (Ossandón y Ureta, Artículo enviado). Bajo este paradigma,
cuando la economía no funciona como prescriben los libros de texto,
los fenómenos aparecen como una desviación de la realidad de los
modelos teóricos, y apelan a la necesidad de cerrar la brecha insalvable
entre teoría y práctica. Por eso, si se trata de entender los fenómenos
económicos, es preciso dar un paso atrás y reconocer que a la base de
esta manera de observar la economía opera una idea fundamental, que
se cuela como presupuesto: que la economía y la sociedad son espacios
distintos, separados e independientes entre sí.
La idea de que el mercado y la economía existen como esferas
separadas del mundo social y que la intromisión de este último en la
economía solo genera fricciones que impiden alcanzar la eficiencia,
está en la base de nuestra miopía respecto de los fenómenos econó-
micos. Esta idea, que Karl Polanyi (1945) llamó «la utopía liberal»,
presupone que los mercados son el resultado de la propensión natural
de los individuos a intercambiar y perseguir su propio interés, y que
por tanto operan mejor sin la intervención del Estado o, de manera
más amplia, de cualquier institución social cuyo fin no sea facilitar
el ejercicio de estos impulsos en libertad. Con esto, tal como muestra
el artículo de Hernández en este volumen, la economía neoclásica
ha logrado generar una suerte de amnesia respecto a los postulados
normativos detrás de su prescripción respecto a cómo debieran
funcionar la economía y los mercados4. En un nivel más profundo,

4
Resulta interesante notar el hecho de que el mismo Milton Friedman haya escrito
un influyente artículo donde descarta a las otras corrientes al interior de la
disciplina económica por su normatividad, propugnando el método de la «economía
positiva», que, en sus palabras, se caracteriza por la «independencia de cualquier
posición ética o juicio normativo» (Friedman, 1966: 4, traducción propia). Más
aun, a pesar de las múltiples críticas surgidas al modelo de la economía neoclásica
dentro de la disciplina económica, tanto la teoría de juegos, como la economía
conductual y el neoinstitucionalismo no cuestionan la teoría del actor racional

14
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

la «utopía liberal» encuentra su fundamento en el hecho de que la


disciplina económica confunde la diferenciación entre economía y
política propia de las sociedades modernas, con la independencia de
la una respecto de la otra. Sostenemos que esto es un error. Por un
lado, la distinción «economía» y «política» no es un mero artilugio
conceptual, sino que apunta a una diferenciación de funciones orga-
nizativas de la sociedad entre administración burocrática y economía
capitalista, tal como lo señalaba Max Weber. Pero, por otro lado, es
precisamente esta diferenciación histórica la que refuerza la inter-
dependencia entre ambas. Este es el punto de vista que nos interesa
dejar sentado en esta introducción, dando cuenta de la manera en
que las ciencias sociales, así como las contribuciones a este volumen,
hablan en favor de la hipótesis de la interdependencia.

La constitución social, política y moral de la economía


Disciplinas como la sociología y antropología económica, la
economía política, la geografía económica, entre otras, han venido
mostrando que aquello que aparece como desviaciones de modelos
perfectos —colusión, conflicto, ideología, intereses— no son más que
los ingredientes tradicionales de la «vida social y política de los merca-
dos». Estas disciplinas han mostrado que la racionalidad, la eficiencia,
la competencia y la coordinación de mercado no son aspectos a asumir
como expresiones de la naturaleza humana. Más bien, muestran que
estos son el producto de una serie de arreglos institucionales más o
menos complementarios, estructuras de relaciones sociales o redes,
entendimientos compartidos y disposiciones de acción bajo la forma
de patrones culturales o habitus, arreglos espaciales y sociotécnicos, y
relaciones de poder. En suma, el mensaje que nos transmiten es que, si
hemos de comprender la vida económica, es necesario transitar des-
de los mercados de los economistas (modelos) a los mercados de los
cientistas sociales (empíricos).
Puesto en estos términos, un primer paso fundamental es reconocer
que la economía no es una economía a secas, sino que es una economía
capitalista. Y usando el famoso concepto de Karl Polanyi, esta economía
y este capitalismo están «enraizados» [embedded] histórica y espacial-
mente en elementos sociales, políticos y morales (ver Beckert en este

como teoría normativa de las decisiones, por cuanto las limitaciones del actor
pueden siempre superarse (Ariztia, 2015).

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Felipe González y Aldo Madariaga

volumen; Zukin & DiMaggio, 1990). Respecto a lo social, la economía


depende de y reproduce estructuras de relaciones sociales. En efecto,
buena parte de la producción e intercambio económicos se produce no
con extraños, sino con conocidos, parientes, amigos. Parafraseando a
Max Weber y siguiendo a Beckert (este volumen), la economía necesita
establecer expectativas recíprocas estables para funcionar, y una coor-
dinación puramente mercantil no es capaz de proveer esta estabilidad.
En este contexto, la confianza enraizada en estructuras de parentesco y
las instituciones que favorecen su surgimiento pueden ofrecer soluciones
incluso más efectivas que el mercado para garantizar los intercambios
y para fomentar el buen desempeño económico (Uzzi, 1997). Esta ha
sido una conclusión fundamental, por ejemplo, de aquellas teorías
que han discutido las ventajas de los modelos de desarrollo alemán y
japonés, que descansan en densas redes de relaciones sociales, versus
los modelos anglosajones que descansan en relaciones mercantiles (ver
Streeck en este volumen).
Por otro lado, la producción, intercambio y distribución se realizan
en un espacio jurídico donde hay una autoridad o gobierno, y donde
las lógicas del interés individual se tensionan con aquellas asociadas
al interés colectivo. Esa autoridad o gobierno, cuando hablamos de
un régimen democrático, es responsable no solo por el cuidado de la
economía misma, sino también por la sociedad (polity) y la ciudada-
nía a la que se debe (Mair, 2015; Streeck, 2014). A esto apunta Jorge
Atria (en este volumen), cuando plantea que la política tributaria no
constituye solo un ejercicio técnico asociado a la cantidad de recursos
necesarios para un gasto esperado, sino que constituye la base del con-
trato social y la comunidad política como tal, estableciendo la relación
entre Estado y ciudadanía, sus derechos y deberes. En otras palabras,
«no hay tributación sin representación». Esto refuerza la idea de que
la economía es eminentemente política, y que la política económica
no remite únicamente a una búsqueda por la solución más óptima,
sino que se dirime en el marco de un proceso político, proceso que no
está marcado por consideraciones económicas o técnicas únicamente.
En la intersección entre autoridad y mercados se fundan los con-
flictos distributivos básicos de la economía capitalista. El Estado y las
funciones de gobierno requieren de una base económica y material
estable para funcionar, así como conducir la economía de manera tal
que logre un mínimo de legitimidad entre sus constituyentes (Wein-
gast, 1995). Estos últimos son en su mayoría ciudadanos-votantes que

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Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

demandan derechos sociales, empleo y seguridad; pero también son


empresarios y mercados capitalistas que demandan estabilidad y de-
rechos sobre las utilidades de sus inversiones (Streeck, 2014). Por eso,
en un sistema democrático la conducción de la economía es a su vez
una tarea técnica y política, que refiere tanto al uso de las «verdades
económicas» y las «leyes de mercado», como al manejo de las relaciones
de poder, la distribución desigual de oportunidades y la asignación de
los productos del trabajo físico e intelectual. Respecto a esto último,
resulta fundamental comprender el carácter marcadamente interesado
y las consecuencias políticas de las decisiones de política pública que se
ofrecen bajo el manto de la neutralidad de la técnica, tal como observan
Ramos y Vega en este volumen. Por otro lado, mientras que el poder
político y la intervención estatal tienen significativas consecuencias
económicas, como hemos experimentado de manera patente en los
últimos años en Chile, también el poder económico tiene profundas
consecuencias políticas. En efecto, tal como expone Tasha Fairfield (en
este volumen), en las democracias liberales, el empresariado tiene un rol
central, pues de sus decisiones de inversión depende el curso de la eco-
nomía y, en último término, la posibilidad de los gobernantes de llevar
a cabo sus programas políticos. Este poder empresarial se traduce en
poder estructural e instrumental según se utilice respectivamente para
limitar la agenda de los gobiernos electos —a través de amenazas de
fuga de capital o desinversión— o para participar directamente en el
diseño y decisión sobre la política pública. Esto, a su vez, nos permite
comprender mejor la dificultad de regular la relación entre dinero y
política en el capitalismo democrático actual (ver Moya & Figueroa
en este volumen).
Finalmente, el carácter político de la economía refiere también a la
conflictiva relación entre los mercados y la sociedad, que se desprende
de los efectos distributivos, ecológicos y morales de la mercantilización.
El capitalismo es el sistema económico que ha logrado una prosperidad
material sin precedentes en la historia de la humanidad. Sin embargo,
su dinamismo depende de dos procesos que imponen importantes
demandas sobre la sociedad (Beckert, 2013, 2016): primero, requiere
de la constante erosión de sus condiciones de posibilidad a través de
lo que Schumpeter llamaba «creación destructiva». Esto implica que,
a diferencia del «equilibrio» sobre el que se basa la economía neoclá-
sica, la inestabilidad, volatilidad, crisis e inseguridad son elementos
consustanciales al desarrollo capitalista, poniendo en el centro la

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Felipe González y Aldo Madariaga

tensión entre crecimiento económico y protección (Streeck diría, entre


la flexibilidad de los mercados y la rigidez de la estructura social). Y
segundo, para funcionar, el capitalismo requiere de una expansión
constante de las oportunidades de ganancia a través de una progresiva
mercantilización. Este se lleva a cabo tanto geográficamente, esto es,
añadiendo nuevos espacios y territorios a las relaciones capitalistas
y el intercambio de mercado, como moralmente, esto es, incluyendo
ámbitos previamente considerados sacros o protegidos, a la posibilidad
de producción e intercambio mercantil (Sewell, 2008).
Es por esto que decimos que los límites de la economía son también
límites morales, en el sentido de que lo que puede ser intercambiado
o producido es definido culturalmente. Esto se vuelve patente cuando
bienes o servicios que tradicionalmente han estado fuera del ámbito de
las transacciones de mercado, como la educación o la seguridad social,
pasan a mercantilizarse y transarse como una mercancía (ver Sandel,
2013; Satz, 2010; Zelizer, 1983). El capítulo de Madariaga y Gladina
nos muestra quizás, el recorrido inverso: cómo las consideraciones
asociadas al medioambiente han logrado penetrar ámbitos de políticas
públicas tradicionalmente entendidos bajo consideraciones técnicas y
económicas, permitiendo transformaciones importantes en la manera
como se estructuran los mercados y la política pública misma. La
diversidad de justificaciones morales existentes en la economía tiene
también consecuencias distributivas fundamentales. Como muestra
Atria (en este volumen) para el caso del cumplimiento tributario, en
Chile la evasión del impuesto al valor agregado (IVA) es altamente
condenada, a pesar de que constituye un impuesto altamente regresivo
y de representar montos económicamente inferiores, sobre todo cuando
se asocia al comercio ambulante. Esto contrasta con el tratamiento de
la evasión del impuesto a la renta, una práctica con grandes perjuicios
fiscales y distributivos, pero que sin embargo es justificada socialmente.
Esto implica al menos dos tipos de tensiones que solo pueden regu-
larse políticamente. Por un lado, la expansión de los mercados capitalis-
tas amenazan la reproducción ecológica de la sociedad, tal como se hace
patente hoy en día con el fenómeno del cambio climático y los intentos
—las más de las veces frustrados— por contener y revertir el avance del
deterioro medioambiental. Por otro lado, la expansión de los mercados
amenaza la reproducción cultural de la sociedad al desacralizar y redu-
cir a bienes de mercado aquellos ámbitos que operan con criterios de
valuación y apreciación moral que distan del mecanismo de precios y la

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Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

cuantificación, tales como los derechos sociales, la vida, la donación de


órganos, la conservación de especies, etc. Así vista, la mercantilización
impone problemas prácticos y morales que las sociedades capitalistas
deben resolver ya sea a través del diálogo y conflicto democráticos, o
de actores sociales organizados en movimientos propios que muchas
veces desbordan los canales institucionalizados de representación.
En definitiva, el estudio de la economía, o más bien, la econo-
mía capitalista, está abierta a la observación de diversos espacios
de investigación, objetos, estructuras, procesos y tensiones que se
desenvuelven a través de las acciones de actores —individuos, or-
ganizaciones, países, etc.— que son reales y empíricamente delimi-
tables. Esto demanda herramientas conceptuales, métodos y teorías
que incluyan, pero no se restrinjan al individualismo metodológico,
los postulados de maximización y la modelación matemática. Este
ha sido el objeto de la sociología económica y la economía política,
que hoy en día acumulan una vasta experiencia y nos proveen de
un arsenal analítico necesario para develar la constitución social,
política y moral de la economía. Merece la pena detenerse en estas
dos disciplinas —a las cuales tributan y con las que dialogan los ca-
pítulos contenidos en este volumen— y socializar parte de su acervo
conceptual, pues representan la alternativa más seria al paradigma
de la economía neoclásica.

La nueva sociología económica


La sociología económica ha sido uno de los campos más vibrantes y
productivos de la disciplina durante los últimos cuarenta años. Se habla
de la «nueva sociología económica» para apuntar el resurgimiento de la
preocupación por los temas económicos en la agenda de investigación
de la sociología de los años ochenta, pues la sociología de los clásicos
ya había puesto atención preponderante en los fenómenos económicos:
desde El capital de Karl Marx, hasta Economía y sociedad o Historia
económica general de Max Weber, pasando por la división del trabajo
de Émile Durkheim, la sociología del dinero de Georg Simmel o la teoría
de clase ociosa de Thorstein Veblen (Swedberg, 1991). Sin embargo,
esta preocupación por los fenómenos económicos fue progresivamente
relegada a los economistas. El influyente sociólogo norteamericano
Talcott Parsons contribuiría de manera importante a esto, al validar
en los años cincuenta la división del trabajo al interior de las ciencias

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Felipe González y Aldo Madariaga

sociales en su célebre Economía y Sociedad, donde confinaba el estudio


de la economía (o el «entorno») a los economistas (Parsons & Smelser,
1984). Mientras tanto, sociólogos y sociólogas se avocaron a estudiar
fenómenos considerados netamente «sociales», tales como las clases
sociales, el poder, la política, la ideología o la educación, entre otros.
La reflexión en torno al capitalismo se mantuvo, especialmente entre
los sociólogos que estudiaban las relaciones industriales y el trabajo,
pero ya no el estudio de objetos económicos per se, tales como los
mercados, la acción económica o el dinero. Este consenso de trasfondo
se rompió hacia fines de los años setenta, cuando comienzan a aparecer
una serie de artículos en revistas sociológicas que lidian con temas que
habían sido considerados de la jurisdicción exclusiva de la economía.
Con la publicación de Acción económica y estructura social: el pro-
blema de la incrustación de Mark Granovetter (1985), estos trabajos
encontraron una suerte de manifiesto. Al poco tiempo después, en una
reunión de la Asociación Americana de Sociología, Granovetter mismo
daba un discurso y hablaba de la necesidad de una «nueva sociología
económica», de donde proviene el término que utilizamos hoy en día.
El mensaje central de la nueva sociología económica (NSE), tan-
to por entonces como hoy, ha sido el de «abrir el debate académico
sobre la economía para incluir una perspectiva genuinamente social y
colocar en el centro las interacciones de personas reales» (Swedberg
& Granovetter, 2001: 1). Esto puede sonar bastante obvio, pues la
economía no puede estar separada del mundo social. Sin embargo,
con el auge de la economía neoclásica, durante todo el siglo veinte
la disciplina económica se había desarrollado en una dirección dife-
rente. Al abrazar la idea de que la disciplina podría realizar mayores
progresos en la medida en que se procediera con supuestos simples,
que permitieran análisis formales, matemáticos y parsimoniosos, en
la práctica la economía se desvinculó de la realidad empírica y de las
personas concretas haciendo cosas concretas en el mundo.
Un aspecto fundamental de la presente reflexión es, entonces, rei-
vindicar la empiria en contraposición al punto de vista teórico y formal
de la disciplina económica. El punto no es que la disciplina económica
abandone su abstracción, sino más bien, que el enfoque formal no se
convierta en el único discurso posible. En este plano, la sociología
económica vino a proveer un punto de vista que puede abarcarse bajo
el dictum de que la economía está incrustada en la sociedad. Si bien
esta afirmación es de amplio espectro e incluye miradas heterogéneas,

20
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

aquello que se entiende por economía, incrustación y sociedad tienen


significados relativamente acotados.
La NSE ha entendido la economía desde el punto de vista de la
acción económica (Granovetter, 1985; Krippner & Álvarez, 2007;
Zukin & DiMaggio, 1990), dirigiendo la atención sobre las estructu-
ras sociales que organizan y hacen posible el cálculo y la persecución
del beneficio por parte de consumidores, empresarios y empresas.
Conceptualmente, esto se ha hecho a través de una particular lectura
del concepto de incrustación originalmente acuñado por Karl Polan-
yi. Este último utilizó la distinción incrustación/desincrustación para
referirse al lugar cambiante de la economía en la sociedad (Polanyi,
1945). En particular, se refirió a la desincrustación de la economía
para puntualizar el hecho de que la economía moderna organizada a
través de mercados tendía a diferenciarse de otras esferas de la sociedad
como la política, la religión, el parentesco o la moral. Vale decir, que
la economía de mercado se caracteriza por estar regida por lógicas
y motivaciones de funcionamiento propias, tales como la búsqueda
de ganancia, el cálculo racional y la acción instrumental. La crítica y
relectura que hizo Granovetter del concepto —no exenta de contro-
versias— sostenían que la economía estaba, a la vez, más incrustada de
lo que sostenía la economía neoclásica y más desincrustada de lo que
creía la antropología económica, dentro de la cual incluyó a Polanyi.
Granovetter sostuvo que incluso en los mercados capitalistas, la acción
económica no opera ni aislada de los demás individuos como creía el
liberalismo clásico (infrasocializada), ni gobernada meramente por
pautas de conducta valóricas como planteaba la sociología funciona-
lista (sobresocializada), sino más bien incrustada en relaciones sociales
en constante dinamismo.
El argumento desarrollado por Granovetter tuvo amplia aceptación
en la sociología y dio surgimiento a la exploración del rol de la estruc-
tura o morfología de las relaciones sociales en la acción económica,
entre los cuáles él mismo fue un pionero con su artículo «la fuerza de
los lazos débiles» (the strength of weak ties), donde analiza los efectos
de distintas estructuras sociales o redes en la posibilidad de encontrar
trabajo (Granovetter, 2004). Posteriormente, sociólogos y sociólogas
exploraron las distintas formas de incrustación que daban vida a la
actividad económica, produciendo un vasto número de monografías
sobre los más variados mercados que está documentado en libros y
manuales de sociología económica (Aspers & Dodd, 2015; Portes,

21
Felipe González y Aldo Madariaga

2010; Swedberg, 2003, 1996). Así, el dictum de que la economía está


incrustada en la sociedad vino a significar que la economía opera con
al menos tres tipos de soportes sociales: la morfología de las relaciones
sociales o redes, las reglas formales e informales (o instituciones), y
los marcos interpretativos y valores compartidos (Beckert, 2010). A
esto llamaron Zukin y DiMaggio (1990) la incrustación estructural,
institucional y cultural de la economía.
Progresivamente, la nueva sociología económica se aproximó al
estudio de la economía y el capitalismo a través del estudio de una de
sus instituciones más importantes: los mercados. En efecto, la NSE se
movió del registro de la acción económica como tal, a la forma en que
las redes, instituciones y la cultura dan forma a los mercados (Beckert,
2007; Callon, 1998; White, 2005). Utilizando directa o indirectamente
la noción de «campo» de Pierre Bourdieu, entendida laxamente como
una «arena social» en que los actores toman en cuenta las acciones
de los demás, surgieron nuevas perspectivas para dar cuenta de la
incrustación institucional, política y estructural de los mercados y
sus dinámicas. Probablemente los referentes más importantes en este
sentido fueron los textos de Harrison White (2005) sobre mercados de
productores que toman roles y se imitan entre sí, o el trabajo de Neil
Fligstein (2001) sobre la arquitectura institucional de los mercados. En
adelante, la sociología económica puede equipararse en gran medida
a la sociología de los mercados, en el entendido de que allí operan las
principales instituciones, dinámicas, objetos y actores de las economías
contemporáneas (Beckert, 2010).
Este panorama no se modificó con el cambio de siglo, pero el
foco en el nivel microsocial de la vida económica —en contraste con
el foco en las macroestructuras de la economía política— se exacerbó
con el giro hacia la teoría del actor-red y la performatividad de las
ciencias económicas. Desde el célebre The Laws of Markets de Michel
Callon (1998), la sociología económica prestó creciente atención al
rol y agencia de los objetos en la vida económica, tales como hojas de
cálculo (Cochoy, 2008), fórmulas (Muniesa, Millo & Callon, 2007),
tarjetas de crédito, pantallas e interfaces (Knorr-Cetina & Brügger,
2005) y prácticas de marketing (Araujo, Finch & Kjellberg, 2010),
por mencionar solo algunos (para una revisión, ver McFall, 2009).
Los propios economistas se constituyeron en un objeto de estudio,
tanto desde el punto de vista de la institucionalización histórica de la
disciplina como de su rol actual en la producción de teorías y hechos

22
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

económicos (Fourcade, 2009). Especial énfasis fue puesto en cómo


las organizaciones, dispositivos e instituciones de los mercados encar-
nan principios de cálculo contenidos en estos dispositivos, así como
la manera en que tecnologías estabilizan y permiten la coordinación
(Fourcade, 2007). Esta perspectiva ganó atención después de la crisis
financiera de 2007-2008, debido a la complejidad de las tecnologías
e instrumentos financieros que habían posibilitado la expansión de
mercados secundarios de hipotecas. Algunos sociólogos fueron más
lejos e incluso demostraron empíricamente el rol de las teorías econó-
micas en la emergencia de dichos mercados financieros (MacKenzie &
Millo, 2008), y posteriormente, el papel que jugaron los instrumentos
de cálculo en el desarrollo de la crisis misma. En una línea similar, las
prácticas de valuación y cuantificación se convirtieron recientemente
en un campo de estudio por sí mismo (Beckert & Aspers, 2011; Diaz-
Bone & Didier, 2016; Helgesson & Muniesa, 2013).
En paralelo a la NSE, existieron intentos señeros por expandir el
estudio de la economía a otros «sitios» de investigación que no eran
los grandes centros del capitalismo, como las empresas, mercados fi-
nancieros o sistemas productivos. Impulsando un giro en esta dirección,
Viviana Zelizer comenzó por explorar la relación entre valores, moral,
cultura y economía estudiando los cambios culturales implicados en el
surgimiento del mercado de seguros de vida a Estados Unidos (Zelizer,
1983). En una de sus más influyentes obras, Zelizer (2002) desmitificó
el carácter impersonal y frío del dinero al demostrar que las personas
realizaban distinciones simbólicas («marcaban») con el dinero para
delimitar relaciones sociales. Esto abrió una amplia agenda de inves-
tigación sobre sus usos sociales y las prácticas monetarias en general
(Wilkis, 2013).
La NSE ha tenido su propia recepción y desarrollo en Latinoamé-
rica, aunque muchas veces en direcciones distintas a las del mainstream
norteamericano y europeo, marcadas por los desarrollos históricos
regionales. Estas van desde las experiencias de economía solidaria
(Nelms, 2015) a la expansión de las finanzas y el microcrédito recien-
tes. Este último, por ejemplo, ha ocupado a antropólogos y sociólogos
en México (Soederberg, 2012; Villareal, 2014), Brasil (Lavinas, 2017;
Müller, 2014) y Chile (Gonzalez, 2015; Ossandón, 2013). Del mismo
modo, existe un importante desarrollo en torno al dinero y sus avatares
(Wilkis, 2013, 2014), marcado, por ejemplo, por experiencias trau-
máticas de pérdida de valor del dinero tal como ocurrió en Argentina

23
Felipe González y Aldo Madariaga

(Luzzi, 2013). Finalmente, los economistas mismos han sido foco de


atención de importantes monografías en la región (Centeno & Silva,
1998; Heredia, 2014; Montecinos, 1997; Montecinos & Markoff,
2012; Montecinos, Markoff & Álvarez-Rivadulla, 2009), dando cuenta
del lugar preponderante que estos han cobrado en los cargos de poder
y la definición de las políticas públicas con las liberalizaciones llevadas
a cabo en la región.
En suma, la sociología económica ha tenido un desarrollo impre-
sionante, produciendo nuevas teorías de alcance medio e incontables
etnografías de los más variados objetos y lugares de investigación. Estos
podrían ser difícilmente abarcados en el espacio de unas pocas páginas.
Sin embargo, el mensaje central es contundente: la NSE ha desarrollado
un extenso arsenal analítico para dar cuenta de la vida social, política y
moral de la vida económica. Este está dispuesto para que los cientistas
sociales lo aprehendan y pongan al servicio de la interpretación de los
fenómenos económicos. Visto retrospectivamente, un punto importante
que destacar es que si bien la NSE tiene sus raíces en la reflexión de
los clásicos sobre el desarrollo de la organización social capitalista
(Swedberg, 1991), esta no se aproximó al «capitalismo» como objeto
de estudio en sí mismo. En pocas palabras, podemos decir que la NSE
estudió objetos, instituciones y espacios propios del capitalismo, pero
este último y su dinamismo no fueron objeto de la reflexión (véase
Arrighi, 2001). Este más bien ha sido el objeto de estudio de la eco-
nomía política, que en conjunto con la NSE conforman una nutrida
agenda de investigación que se complementa en la tarea de entender
las dinámicas del capitalismo y sus principales instituciones, agentes
y lógicas de reproducción.

La nueva economía política5


Resulta intuitivo definir a la economía política como el estudio
de las determinaciones recíprocas entre economía y política, o entre
lo «económico» y lo «político». Sin embargo, esta definición no es
suficiente, pues esconde el hecho fundamental de que la definición de
lo que se entiende por lo económico y lo político ha sido cambiante
a lo largo de la historia, y al interior mismo de las ciencias sociales
(Caporaso & Levine, 1992; Clift, 2014).

5
Los párrafos siguientes se basan en Madariaga, Aldo (en prensa). «Economía política
contemporánea: más allá de lo “económico” y lo “político”» en Heiss, Claudia (ed.)

24
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

Economía política era el nombre que originalmente se dio a la


ciencia económica. Esta surge en el siglo XVII como una disciplina
orientada a aconsejar a los jefes de Estado en cómo manejar los asuntos
económicos del Estado, y se desarrolla a partir del debate sobre el rol
de este último en la economía, y su responsabilidad en determinar y
seleccionar qué necesidades se satisfacen y cómo. Sin embargo, luego
de un largo proceso intelectual, la revolución marginalista de fines
del siglo XIX signó el alejamiento de la naciente ciencia económica
moderna de las consideraciones políticas y morales que la habían
caracterizado desde sus inicios, entendiéndose desde ese momento
como una ciencia con sus propias leyes y, por tanto, que requiere de un
estudio especializado e independiente de otras esferas como la política
y la moral (ver Dumont, 1982).
Durante el siglo veinte, la economía así entendida sería elevada a ca-
non de ciencia social por autores que plantearon ya no solo la necesidad
de separar los ámbitos de dominio de las distintas ciencias sociales, sino
derechamente la superioridad de las herramientas y teorías de la economía
neoclásica por sobre el resto de las ciencias sociales. En este contexto, el
ámbito de lo político fue uno de los primeros en sufrir los embates de los
intentos de colonización de la economía (ver Black, 1950; Stigler, 1984).
En efecto, a contrapelo de su origen, comenzó a denominarse «economía
política» a la aplicación de la teoría y métodos de la economía neoclá-
sica al análisis de la política. Contribuciones clásicas son las de Downs
y Meltzer-Richard sobre partidos políticos y comportamiento electoral,
de Buchanan y Tullock sobre instituciones y diseño constitucional, y de
Mancur Olson sobre acción colectiva. En las últimas décadas, destacan
autores como Alberto Alesina y sus colaboradores (véase Alesina, Roubini
& Cohen, 1997) que, haciendo eco de las reflexiones señeras de Friederich
Hayek respecto al corset que la democracia liberal supondría para el des-
pliegue del potencial transformador de la economía de mercado, analizan
la manera en que las instituciones políticas impiden la implementación de
políticas económicas entendidas como «universalmente deseables», tales
como bancos centrales independientes, políticas monetarias restrictivas,
o reglas de austeridad fiscal. Dentro de este grupo encontramos también
los best-seller Acemoglu y Robinson (2013), quienes desde una óptica
distinta, pero utilizando el mismo lenguaje y método, argumentan que las
instituciones de la democracia liberal y los mercados libres se potencian
para generar el desarrollo económico. Estos mismos autores también se
han embarcado en utilizar las herramientas de la economía neoclásica

25
Felipe González y Aldo Madariaga

para estudiar uno de los ámbitos que los politólogos más han estudiado,
a saber, la explicación de la subsistencia de regímenes autocráticos y las
transiciones a la democracia (Acemoglu & Robinson, 2006). En suma,
en virtud de la hegemonización de la ciencia económica, el estudio de
la economía política pasó a ser sinónimo de aplicar el método y teorías
neoclásicos a la política. De ahí que en ocasiones se reconozca a sí misma
como una political economics (Persson & Tabellini, 2000; Weingast &
Wittman, 2006).
De manera incipiente, en la segunda mitad del siglo pasado co-
menzó a surgir un enfoque alternativo al estudio de la economía, que,
siguiendo la sección anterior, podemos denominar la «nueva economía
política». Esta comparte con la antigua economía política su interdisci-
plinariedad y la pregunta por la relación entre Estado y mercado, y se
diferencia de la economía política neoclásica (political economics) por
un tinte distintivamente macro y no ingenuo respecto a la normatividad
contenida en los propios postulados de la ciencia. Mientras la political
economics se basa en las herramientas de la microeconomía neoclásica,
la nueva economía política se asienta en la macroeconomía keynesiana
y en los primeros economistas institucionalistas. Por otro lado, mientras
la primera entiende a la política como aquello que interfiere —o hace
posibles— la consecución de mercados libres, la segunda los entiende
como intrínseca y conflictivamente vinculados.
La nueva economía política entiende a la economía como un
ámbito históricamente situado. Esto es, si bien parte de la idea de
que la economía constituye el estudio de la producción, circulación
y distribución de bienes y servicios, hace énfasis en que estos no son
funciones abstractas invariantes en el tiempo, sino que asumen formas
históricamente definidas. De este modo, el énfasis tiende a recaer sobre
instituciones y sus dinámicas concretas en períodos específicos, lo que
devuelve el sentido de estudiar la cambiante relación Estado-mercado
que tenía la antigua economía política. En este contexto, el contrato, la
propiedad privada y la búsqueda del interés personal y la ganancia son
el producto de un determinado conjunto de instituciones y dinámicas
históricamente determinadas.
Esta forma de entender la economía dice relación con la manera en
que este cúmulo de investigaciones surgieron. En efecto, buena parte
de esta literatura surgió de la caracterización de una determinada fase
del capitalismo asociada al auge del fordismo, y el descubrimiento en
este contexto de la diversidad de experiencias y situaciones al interior

26
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

de esta «economía» que se pretendía única (ver Boyer & Saillard,


2002; Esping-Andersen, 1990; Hall & Soskice, 2001; Hollingsworth
& Boyer, 1997; Kitschelt, Lange, Marks & Stephens, 1999). Entre ellos,
podemos mencionar la variedad de instituciones de intermediación de
intereses y arreglos neocorporativos que permitían mediar el conflicto
entre capital y trabajo; la variedad de sistemas sociales de producción,
que hacían posible estrategias productivas diferenciadas; la variedad
de Estados de bienestar que ofrecían protección social universal. Toda
esta diversidad mostraba la existencia —y posibilidad— de formas ins-
titucionales distintas a las del capitalismo canónico norteamericano, y
que permitieron a los países europeos y a Japón presentar alternativas
de un capitalismo eficiente pero socialmente integrador (ver Streeck
en este volumen).
Hoy, la economía política constituye una disciplina ecléctica tan-
to en lo metodológico como en lo teórico y disciplinario. Respecto a
lo primero, existe una gran variedad metodológica, que va desde los
métodos cuantitativos y experimentales, a los métodos cualitativos y
diseños comparados, hasta los estudios de caso contextualizados bajo la
lógica del rastreo de procesos (process tracing). Respecto a los influjos
teóricos, la economía política recibe insumos directos desde las princi-
pales ramas de la ciencia política, donde encuentra hoy en día su hogar
disciplinario, y desde donde recibe el nombre de «economía política
comparada» o «economía política internacional», según el objeto se
centre en los aspectos domésticos o internacionales de la economía (ver
Frieden & Martin, 2002; Gourevitch, 1996). Particularmente impor-
tantes son los aportes de la política comparada en su atención a las
instituciones políticas, de las relaciones internacionales en su interés por
el ámbito de la economía transnacional y sus efectos a nivel nacional,
y de los estudios sobre políticas públicas (policy studies) en su análisis
de aquellas políticas públicas, incluidas las políticas económicas, que
afectan los procesos de producción, intercambio y distribución.
La economía política recibe también un influjo importante de la
sociología, especialmente de la sociología económica en su atención
a la construcción social y política de los mercados, la sociología de
las profesiones cuando se trata de develar la influencia de los econo-
mistas y tecnócratas en la política económica, o la importancia de los
factores culturales en las dinámicas económicas. También recibe un
fuerte influjo desde la economía misma, poniendo a prueba sus hipó-
tesis y utilizando sus herramientas, pero ofreciendo una versión más

27
Felipe González y Aldo Madariaga

realista —y por tanto empíricamente plausible— de sus modelos. Es


el caso de la investigación sobre el ciclo económico-político (political
business-cycle) que intenta hacer visible la relación entre inflación y
desempleo planteada por la célebre curva de Phillips (ver Franzese,
2002) o la investigación sobre la economía política de los tipos de
cambio y las políticas comerciales basadas en las teorías sobre las ven-
tajas comparativas del comercio (ver Broz & Frieden, 2006; Rogowski,
1989), analizando el comportamiento de actores sociales concretos en
escenarios institucionales históricamente definidos. De acuerdo con
Margaret Levi (2000: 830), la teoría económica ha recibido un gran
aporte de los economistas políticos, especialmente en lo que refiere a
la importancia de las instituciones y las normas, la riqueza del con-
texto, las preguntas por el conflicto y el poder, y la importancia de las
motivaciones no-egoístas.
En el último tiempo, especialmente a contar de la crisis de 2008, la
nueva economía política se ha preocupado cada vez más por entender
aquellos fenómenos comunes a las economías capitalistas, y menos por
la variedad al interior de ellas. Nos referimos al estudio del proceso
de financialización responsable de las últimas crisis globales (Strange,
1998; Krippner, 2012), el neoliberalismo como forma particular de
entender la relación entre Estado y mercado (Mirowski & Plehwe,
2009), y la dinámica de cambio del sistema capitalista y la manera en
que esta impacta a la democracia representativa (Mair, 2015; Streeck,
2014; Wallerstein, Collins, Mann, Derluguian & Calhoun, 2013).
Buena parte de estas investigaciones se han concentrado en la com-
prensión de las causas y efectos de la crisis (Bermeo & Bartels, 2014;
Bermeo & Pontusson, 2012; Kahler & Lake, 2013), y las razones que
explican que la economía neoclásica y el neoliberalismo mantengan su
hegemonía (ver Blyth, 2013; Crouch, 2011; Mirowski, 2013; Schmidt
& Thatcher, 2013).
En América Latina, la economía política como disciplina que
estudia el carácter históricamente situado de la economía ha tenido
un renacimiento en los últimos años. En 2014, una serie de autores
escribieron un manifiesto denunciando la excesiva importancia atri-
buida a las dinámicas individuales, a la teoría de la elección racional
y los métodos estadísticos, reclamando la revalorización de la econo-
mía política clásica (Smith et al., 2014). Parte de este impulso se ha
plasmado en la constitución de la Red de Economía Política América
Latina (REPAL), que reúne tanto a exponentes experimentados como

28
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

a nuevos autores en la disciplina. Podemos identificar dos grandes ten-


dencias dentro de este contexto. Una de ellas es la revitalización de la
«economía política de la política económica», que tuviera auge en los
años ochenta y noventa durante el clímax del consenso de Washington
en la región. Ejemplo de ello son los trabajos de Sebastián Etchemendy
(2011) sobre instituciones políticas, coaliciones y la variedad de polí-
ticas de liberalización a que estas dieron origen; los de Kaplan (2013)
y Campello (2015) sobre cómo los mercados financieros restringen
el margen de maniobra de la política económica doméstica; los de
Weyland (2009) y Kaufman (2011) sobre aquellas condiciones —parti-
cularmente, el período del boom de las materias primas— que hicieron
posible la constitución de gobiernos de izquierda durante la década de
los 2000, o la de Dargent (2014) sobre el rol de los tecnócratas en la
política económica. Dentro de esta tendencia, cabe destacar el trabajo
de Tasha Fairfield (2015, en este volumen), quien ha vuelto a poner
en el tapete el poder del empresariado al interior de las democracias
latinoamericanas y su capacidad de influir en la agenda de política de
los gobiernos democráticamente electos.
Una segunda tendencia es aquella que ha intentado poner a la región
dentro del radar de la literatura sobre «variedades del capitalismo»
(Schneider, 2013; Schneider & Karcher, 2010; Schneider & Soskice,
2009). En este contexto, se concibe a los países de la región como partes
de un tipo de capitalismo «jerárquico», donde no son los mercados ni
la cooperación aquello que mueve las relaciones económicas, como en
los capitalismos «liberales» y «coordinados» del mundo anglosajón y
Europa continental, respectivamente, sino la jerarquía: jerarquía entre
grandes grupos económicos diversificados y empresas transnacionales
versus pequeñas y medianas empresas; jerarquía entre empresarios con
poder económico y político y trabajadores en mercados del trabajo
precarizados y flexibles, etc. Este trabajo abre una serie de nuevas pre-
guntas respecto a las posibilidades de desarrollo en la región, así como
nuevos focos de investigación, por ejemplo, en el ámbito de los sistemas
de formación de competencias (ver Madariaga & Bogliaccini, 2017).
En suma, desde la diversidad de disciplinas, teorías y métodos, la
economía política ha venido intentando constituirse como un ámbito
de estudio alternativo al que ofrece la economía neoclásica a través de
la political economics. En este contexto, ha intentado disputar no solo
el estudio de la relación entre economía y política, sino también, ha

29
Felipe González y Aldo Madariaga

avanzado en comprender la política económica, así como los efectos


políticos de la ciencia económica como tal.

3. Deseconomizando la economía
y socializando los estudios de la economía en Chile
Como da cuenta la breve revisión antes expuesta, las ciencias sociales
que se ocupan del estudio de la economía han tenido un desarrollo im-
presionante en las últimas décadas. Parte de este desarrollo ha visto eco
en Chile, mostrando un importante dinamismo durante los últimos años
con el crecimiento de estudios sobre la empresa y los mercados (Levi,
2000: 830), diversos objetos económicos tales como seguros médicos
(Ariztía, 2014; Hernández Aracena, 2017; Ossandón, 2015) o técnicas
de manejo de riesgo (Ossandón, 2014), el endeudamiento y las prácticas
financieras de los hogares (Ossandón, 2013), la relación entre rankings
y el comportamiento en los mercados financieros chilenos (Gonzalez,
2015; González, 2017), los encadenamientos productivos, el consumo
ético (Espinosa, 2016), las prácticas de marketing (Ariztía et al., 2014),
la tensión entre desarrollo económico y medioambiente, entre otros.
En el caso de la economía política, esta ha estado ciertamente opacada
por la hegemonía que ostenta la economía neoclásica en el estudio de
la economía nacional, y cuesta encontrar estudios realizados bajo esta
perspectiva posteriores a la citada publicación de Eduardo Silva (1996)
sobre las bases sociopolíticas de los cambios en la política económica
durante el régimen militar. Sin embargo, en el último tiempo han surgido
una serie de trabajos que intentan vincularse con los vibrantes desarro-
llos de la disciplina fuera del país. Es el caso del estudio comparado del
neoliberalismo y las dinámicas de cambio de la política pública que le
subyacen, inspiradas en teorías sobre cambio institucional, regulación
sectorial y variedades del capitalismo. Así, Madariaga (2016) analiza las
coaliciones detrás de la trayectoria de cambio simultáneo entre regímenes
de tipo de cambio y políticas de promoción industrial. Maillet (2015a,
2015b) analiza el cambiante rol del Estado y el carácter adaptativo del
cambio en sectores donde se intentaron crear mercados como el trans-
porte, la energía y las pensiones, mientras que Undurraga (2014) analiza
las bases institucionales y culturales del capitalismo chileno.
Ahora bien, estos desarrollos académicos corren el riesgo de que-
dar relegadas a la torre de marfil de las revistas, aulas y conferencias
especializadas, ignorando el fuerte arraigo que, a través de medios

30
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

de comunicación e instituciones académicas, conceptos propios de la


economía han sido apropiados por el ciudadano común y corriente.
En este sentido, si bien deseconomizar la economía es algo valioso en
sí mismo, el momento reclama que los marcos interpretativos y con-
ceptos sean apropiados en la conversación social misma. Creemos que
el potencial de los estudios sociales de la economía no radica solo en
lograr una comprensión más acabada y realista de los fenómenos, sino
también de poner en el lenguaje y en la conversación cotidiana una serie
de categorías, conceptos y formas de mirar el mundo distintas y que
hagan justicia a la realidad. Este libro presenta una serie de trabajos
teóricos y empíricos en esta dirección. A continuación, intentamos
extraer de ellos algunos conceptos clave que nos parece permitirían
nutrir la conversación social respecto de la economía, su desarrollo y
determinantes, más allá de la academia.
El capítulo de Wolfgang Streeck ofrece una mirada crítica a la idea
de que existe un único camino al desarrollo, haciendo un recorrido
histórico que muestra la emergencia de las teorías sobre «variedades del
capitalismo», a la vez que devela las falencias de presentar alternativas
superficiales al determinismo economicista. Aun cuando el capitalismo
ofrece ciertas libertades para experimentar con modelos de desarrollo
alternativos, no se puede olvidar que este también presenta restricciones
ancladas en su propia dinámica de funcionamiento en tanto sistema
sociopolítico además que económico.
En el capítulo 2, Jens Beckert desglosa los fundamentos de la
aproximación sociológica de los mercados desmontando una de las
principales falencias de la economía neoclásica, a saber, el hecho de que
esta tiene una mera teoría del intercambio, pero carece de una teoría
de los mercados. Sobre esta base, Beckert sistematiza los principales
problemas de coordinación que los actores enfrentan en los mercados:
valuación, competencia y cooperación. Muestra cómo estos problemas
son resueltos mediante soportes sociales —redes, instituciones y cul-
tura— que permiten a los actores reducir la incertidumbre propia del
intercambio económico.
En el capítulo 3, Tasha Fairfield nos introduce al mundo del poder
empresarial, y la manera de conceptualizarlo y medirlo. Haciendo la
distinción entre poder estructural y poder instrumental, nos permite
distinguir los mecanismos que utilizan los empresarios para influir en
la política pública, mostrando a la vez la manera como consideraciones
electorales y movimientos sociales pudieran contribuir a erosionarlo.

31
Felipe González y Aldo Madariaga

En el capítulo 4, Emilio Moya y Michel Figueroa muestran la evolu-


ción de la institucionalidad sobre financiamiento a la política en Chile. El
capítulo evidencia que, de no mediar ciertas crisis en la institucionalidad,
o lo que los autores identifican como «coyunturas críticas», es difícil que
los actores políticos se pongan de acuerdo para limitar la intromisión
del poder económico en el poder político. Más aún, invitan a mantener
la vigilancia toda vez que, plantean, dada la capacidad de interpreta-
ción inscrita en cualquier normativa, los actores involucrados tienden
a torcer el sentido de las reglas de manera de cambiar en la práctica su
funcionamiento y hacerla así más cercana a sus intereses.
En el capítulo 5, Javier Hernández ofrece una revisión de los apren-
dizajes contraintuitivos y empíricamente informados que se desprenden
de la sociología de los mercados: los agentes buscan controlar su entor-
no y evitan la competencia, los mercados tienden a concentrarse, y las
relaciones sociales son propias de la actividad económica. El análisis
de conocidos casos nacionales —mercados laborales, colusiones y es-
cándalos financieros— muestra que los mercados reales —socialmente
constituidos— difieren considerablemente de los mercados ilustrados
en los libros de texto.
En el capítulo 6, Alejandro Marambio toma como punto de par-
tida las prácticas financieras de los hogares chilenos y reconstruye los
fundamentos morales —y altamente naturalizados— asociados a la
incorporación del crédito a la vida cotidiana de las personas. No da
por hecho la respuesta estándar de la teoría económica de que el cré-
dito sirve para «suavizar el consumo» a lo largo del ciclo de vida, y se
aboca en cambio a entender cómo las personas aprenden a vivir con
crédito y legitiman la deuda en sus prácticas cotidianas. Así, Marambio
muestra la intricada relación entre finanzas y la vida doméstica, así
como la forma en que las personas lidian con el carácter moralizador
del endeudamiento y el estigma del sobrendeudamiento.
En el capítulo 7, Jorge Atria se refiere al profundo significado social
y político que tiene la tributación en cualquier sociedad. Esto implica
que las reformas tributarias generalmente movilizan no solo conside-
raciones técnicas, sino también aquellas asociadas al tipo de sociedad
que queremos, y a la necesaria relación que debe asumir el Estado con
la sociedad, así como los deberes y responsabilidades mutuos, tal como
develan los movimientos sociales de los últimos años. Un segundo as-
pecto fundamental del carácter social de la tributación es lo que el autor
denomina la «cultura del cumplimiento», esto es, los significados aso-

32
Introducción. Deseconomizar los mercados, socializar los estudios...

ciados al pago o no pago de impuestos y la justificación de las prácticas


de evasión y elusión, que permiten legitimar ciertas prácticas (evasión
de impuesto a la renta) y condenar otras (evasión de impuesto al valor
agregado), independiente de sus perjuicios económicos y distributivos.
En el capítulo 8, Claudio Ramos revela la naturaleza eminente-
mente política de las definiciones que hace el Estado en sus políticas
públicas, en este caso, aquellas referidas a la pobreza. Estudiando las
controversias técnicas que surgen de los «puntos de arbitrariedad» que
abre la aplicación de la encuesta Casen, Ramos muestra que no hay
decisión puramente «técnica»: distintas razones técnicas son esgrimidas
por distintos actores políticos, intentando sacar ventaja de la supuesta
neutralidad de la técnica. La confrontación de estos principios devela el
carácter socialmente construido de definiciones como la de pobreza, y
el poder del Estado de imponer categorías arbitrarias e interesadas bajo
un velo de neutralidad.
En el capítulo 9, María José Vega nos muestra una cara distinta
de lo anterior, al analizar las políticas de fomento al emprendimiento
como políticas contra la pobreza en Chile. Las definiciones asociadas
a la libertad de emprender, el esfuerzo y la superación en el mercado
permean y constituyen la manera como el Estado enfrenta los problemas
de pobreza y equidad, y marcan una gran distancia entre las dificultades
que sortean los microempresarios a los que ayuda la política pública y
el discurso de una sociedad de emprendedores.
Finalmente, en el capítulo 10, Aldo Madariaga y Edson Gladina
nos acercan a un ámbito considerado altamente técnico, pero donde
las consideraciones sociales nuevamente juegan un rol crucial, a saber,
la política energética. Los autores muestran cómo la estabilidad en el
tiempo de la política energética no tuvo que ver necesariamente con
elementos técnicos, ni tampoco —únicamente— con apoyos políticos
contingentes, sino que es fuertemente dependiente de las creencias
cognitivas y normativas de los hacedores de políticas. Si bien estas son
fuertes y permiten mantener políticas en el tiempo, su fallo en solucionar
problemas abre espacio a que otras ideas, en este caso consideraciones
medioambientales, reclamen legitimidad, y de esto modo, cambien la
política pública.

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