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El año 2012, surgió en Estados Unidos el movimiento #freethenipple, que busca que
las mujeres puedan exponer sus pezones en espacios públicos sin ser penadas por la
ley. Al alero de la igualdad de género y el empoderamiento femenino, el movimiento
critica las restricciones morales que inhiben la vivencia libre del cuerpo por parte de
las mujeres. La página www.freethenipple.com posee toda la información asociada
con esta iniciativa que, según se señala, estaría despertando amplio interés a nivel
internacional.
Si bien para muchos el tema de exponer o no los pezones en público podría ser
impensable de discutir, o bien algo muy puntual dentro de un contexto de debate
político, me parece que es parte de una problemática más amplia que vale la pena
revisar, incluso más allá de la discusión específica sobre si apoyar o no a este
movimiento y su propuesta.
En nuestra cultura (al menos en la occidental), se ha vuelto casi obvio que el pezón
femenino esté prohibido en espacios públicos. Existe unvideo en internet donde se
ve que transeúntes dicen tener asco al ver una madre amamantando a su hijo en la
vía pública, pero encuentran atractivos los pechos expuestos en un vestido ajustado
y con el pezón oculto. Lo segundo es percibido como normal, lo primero, como
inmoral y repulsivo.
Pero ¿por qué se objetiviza el cuerpo de la mujer como bien de consumo? ¿Por qué
se muestra con poca ropa en la publicidad de cervezas, loterías y automóviles? Pues
se objetiviza para que se transforme en un objeto de deseo; y para que se desee en
forma compulsiva. En la sociedad consumista, el mercado administra el deseo de los
individuos, prometiendo una satisfacción idealizada de sus necesidades más
imperiosas - necesidades que son también manipuladas de acuerdo con los intereses
de la producción -.
Pero como las mujeres no son objetos ni son sólo cuerpos, sino seres humanos y
sujetos de derecho, la manipulación de los instintos y de los valores de los
consumidores se ha apoyado en prácticas culturales propias de la violencia de
género. Así, en esta sociedad la mujer ha sido prohibida, manipulada y reprimida
como ser humano sintiente y deseante; violentada bajo discursos normalizadores y
socavada por la censura que implica el abuso de poder, cuestionándosele su
capacidad de desarrollar una identidad propia. Por otra parte, un grupo de la
sociedad es estimulado para desear cuerpos femeninos, para anhelar algún tipo de
encuentro con ese cuerpo promocionado, expropiado de subjetividad y lleno de
placeres. Así, en términos de Hegel, el mercado ocupa el lugar de un “amo” que posee
para sí el deseo de sus “esclavos”; es decir, de los consumidores, principalmente
hombres heterosexuales que vuelcan su deseo hacia este sistema de transacciones.
Fuente: Twitter
Los pezones, como realidad obvia, se ocultan bajo una pantalla de manipulación
social. Y de maneras muy diversas, esto mismo ocurre con todo lo obvio y relevante
que es ocultado deliberadamente a la opinión pública. Lo mismo aplica a las guerras
que no salen en televisión, como la guerra de Siria, de la que sólo vemos imágenes
de lejanos estallidos luminosos en blanco y negro – mientras disfrutamos y nos
desensibilizamos con la misma guerra en series, películas y juegos de consola. Así,
perpetuamos todo esto mismo, este sistema que prohíbe y censura, ejerciendo la
violencia para que todo funcione, para que todo siga así. Una publicidad que propone
el encuentro sexual como la obtención de un premio, una mercancía, un bien de
consumo que no incluye el componente emocional ni interpersonal en la vivencia del
cuerpo. Multiplicándose estos efectos, lo sexual se vuelve terreno de ansiedad y de
desarrollo de ilusiones egoístas. La extensa proliferación de la pornografía podría
dar cuenta del mismo circuito de satisfacciones compulsivas y de “puesta en libertad”
de unos instintos que son definidos bajo esta lógica moral y comercial.
Fuente: Twitter
Alguien podría decir que aquí exageramos el trato de un tema de relevancia menor,
secundario a problemáticas sociales urgentes como la salud y la educación, pero creo
que en realidad tratamos aquí un problema grave, que está en la raíz psicosocial de
estas mismas problemáticas principales. Grave porque implica que nuestra mente
está mercantilizada (nuestra subjetividad está colonizada, refería Foucault) en su
misma capacidad de desear y anhelar. La vivencia de la sexualidad se plantea como
algo restringido y mercantilizado detrás del voyerismo, los ideales de pureza y las
redes de explotación sexual. Una materialización más libre (menos mediada por el
mercado) del deseo y la sexualidad como búsqueda, expresión y satisfacción de las
personas en la vida social sería algo incongruente con un modelo económico que
requiere la censura de expresión para poder “expropiar y vender”: esto se hace con
las mujeres y su cuerpo, con su deseo y el respeto a su dignidad. Y lo mismo – repito
–pasa con los hombres, que para nada “salen ganando” con esta oferta, puesto que
no se les enseña a tratar con su deseo como fuerza de vida, algo de lo cual tienen que
hacerse responsables, y que no tiene por qué ser vivido de forma compulsiva ni
desprovista de su potencial afectivo y amoroso. Regidos por la heteronormatividad,
tampoco se enseña a los hombres a tratar con sus sentimientos, porque tienen que
estar sometidos a la racionalidad, al rol de “macho” y a consumir cuerpos femeninos
para subsistir en esta rueda de inconsciencia, rabia y negación de la verdadera
intimidad que es exponerse, cada uno y cada una, desde su expresión más genuina,
libre y única.
Para terminar, está claro que estas “condiciones globales de dominación” las han
impuesto y elaborado los principales poderes dominantes (políticos, económicos,
mediáticos) del capitalismo desde hace siglos, jugando a una posta que con el tiempo
ha articulado un modelo cultural con estas características, ocupando para ello la
violencia, la tortura, las guerras y la manipulación mediática.
Pero no nos engañemos, ya que es cada persona y cada comunidad, la que tiene el
desafío evolutivo de cuestionarse estos temas en su vida cotidiana. Limitarnos a
culpar al “poder dominante” por todo esto sin preguntarnos por nuestro rol en ello,
es mantener el mismo sistema de violencia y jugar a ser el “enemigo de siempre” que
tan bien sirve a los grupos de poder para mantenerse donde están. La iniciativa
#freethenipple, como tantas otras, no hace más que apelar a que, junto con la
conversación, el trabajo colectivo y la discusión legislativa, cada quien realice un
ejercicio de reflexión y autoconciencia, que asuma lo que le corresponda en su propia
vida y haga los cambios necesarios para abolir la ceguera cultural. Es esta ceguera la
que está a la base de nuestra sociedad de consumo, avalando la violencia y la guerra,
y ocultando la naturaleza afectiva y sensible de los seres humanos, que se hace como
si no existiera pero que está, sin dudas, a la base de todos estos problemas.
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Bibliografía de interés: