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Semana 2: ¿En qué consiste actuar bien?

“Vivir en contradicción con la razón propia es el estado moral más intolerable”


Tolstoi

Aprendizajes esperados:
- Comprende los fundamentos de la ética clásica.
- Reconoce la importancia de la formación de una conciencia recta.
Conceptos clave: Ley Natural – Ley positiva – Conciencia recta– Bien

1. ¿Por qué es clásica la ética clásica?


La semana pasada nos adentramos en qué consistía la ética. Así pues, señalamos que la
ética es una ciencia que está al servicio del hombre con el fin que logre la felicidad. Cabe
recordar que la ética es una ciencia que orienta el acto humano al bien; y el bien es obrar
conforme a la verdad; y la verdad es la adecuación del intelecto con la realidad.
Entonces, hay una relación entre ética-bien-verdad-felicidad.
El tema de la felicidad es uno de los pilares en los que se apoya una teoría ética que es
comúnmente conocida como “ética de la felicidad”, “ética de la virtud” o, simplemente,
como “ética clásica”. Se la llama “clásica” por la misma razón por la que se llama
“clásicos” a los partidos entre Colo-Colo y Universidad de Chile, por la que decimos que
el Volkswagen Escarabajo es un modelo “clásico” o por la que consideramos el disco
“The Wall” de Pink Floyd como una pieza de Rock Clásico. En efecto, el clásico del fútbol
ha atraído la atención de generaciones de hinchas, el Escarabajo integra un diseño y
tecnología que, no por nada, lo convirtieron en el modelo de automóvil más fabricado
de la historia y la música de Pink Floyd no deja de interpelarnos. Todos ellos tienen en
común que, a diferencia de una moda, no han sucumbido al paso del tiempo. De la
misma manera, las intuiciones formuladas por el filósofo griego Aristóteles en el lejano
siglo IV a.C. son, con toda propiedad, clásicas ya que se han mantenido vigentes a la hora
de entender y orientar nuestra conducta y, por lo mismo, han sido abrazadas por
muchos de los más grandes pensadores a lo largo de los siglos.

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Naturalmente, existen otros planteamientos éticos a los que se hará referencia durante
este curso, como son el relativismo, emotivismo, consecuencialismo, etc. Todos ellos
nacen de la necesidad vital del ser humano de buscar un criterio que oriente nuestra
conducta. Sin embargo, los argumentos que se expondrán a lo largo de esta asignatura
se insertan fundamentalmente en la línea de la Ética Clásica ya que, por un lado, no es
posible cubrir todos los planteamientos éticos en un solo semestre y, por otro, esta
tradición ética merece una atención especial por la solidez de sus fundamentos.

2. ¿Existe una ley que nos guíe? Ley natural, ley positiva y relativismo
La respuesta a la pregunta de si vale la pena actuar bien nos conduce a una segunda
pregunta: ¿qué es obrar bien? Dicho de otra manera: ¿existe algún criterio objetivo que
nos permita distinguir el bien del mal?
Con frecuencia se plantea que esta es una cuestión que define cada persona, de modo
que el bien sería relativo. Esta posición recibe el nombre de relativismo, que, en su
formulación más radical, podría resumirse en la tesis “todo es relativo”. Se trata de una
tesis aparentemente atractiva pero que, a fin de cuentas, implica la negación de la
posibilidad de cualquier debate ético serio o, como mucho, reduce la moral a una mera
convención social. De hecho, la ética, entendida como ciencia, se origina, en buena
medida, como la respuesta que los pensadores Sócrates, Platón y Aristóteles
emprendieron contra el relativismo defendido por los sofistas de la época1.
El relativismo resulta difícilmente sostenible, al menos por dos razones. En primer
lugar, la mencionada tesis involucra una “contradicción en los términos” ya que, si todo
es relativo, ese “todo” involucra también la misma tesis relativista, por lo que ya no todo
sería relativo. Igualmente, si se aplicara esta tesis solo al plano moral (“el bien y el mal
son relativos”), habría que concluir que está mal que alguien me imponga o proponga

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Pocos momentos de la historia universal pueden ser comparados con el siglo V y IV a.C. en la antigua ciudad
de Atenas, en el que, en medio de una gran efervescencia cultural, surgieron las figuras de estos tres grandes
filósofos: Sócrates, quien dio un nuevo impulso a la filosofía mediante el examen crítico del comportamiento
humano; Platón (discípulo de Sócrates) que enseño y escribió sobre casi todos los grandes temas de los que
se ocupa la filosofía hasta el día de hoy; y Aristóteles (discípulo de Platón) profundizó en muchas de las
enseñanzas de su maestro, cuestionó algunas de ellas y se dedicó también al estudio de otras disciplinas, como
la biología, meteorología, zoología, óptica, etc.

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un determinado curso de acción, con lo que estaría intentando deshabilitar la
imposición como si ésta fuera objetivamente mala. En segundo lugar, considerarse a
uno mismo como el mejor criterio para conocer el bien en cada caso implica una seria
dificultad. Para que la proposición “si a Pedro le parece que X es bueno, entonces X es
bueno (beneficioso) para Pedro” sea correcta, habría que asumir que Pedro no se
equivoca nunca. En efecto, cualquiera que admita que su propia posición puede
eventualmente estar errada, no puede considerarse a sí mismo como el mejor criterio
de moralidad. Seguramente todos nos hemos equivocado alguna vez al determinar lo
que deberíamos haber hecho. Por lo tanto, esto no basta: es necesario buscar el criterio
último para determinar qué acciones son buenas y cuáles malas.
Puede parecer que las leyes escritas que rigen nuestra vida en sociedad son un buen
candidato para convertirse en el criterio último de nuestros juicios éticos. Sin embargo,
esas mismas leyes deben redactarse a partir de un criterio, por lo que no pueden ser
ellas mismas el criterio último. Pensar que algo es bueno sólo porque lo dice la ley es lo
que se conoce como legalismo, lo cual no parece ser correcto.
En la tragedia griega “Antígona”,2 Sófocles cuenta la historia del rey Creonte, de la
ciudad de Tebas, que tuvo que opacar una rebelión comandada por su sobrino Polinices,
el cual murió en la refriega. Posteriormente, Creonte decide imponer la prohibición de
enterrar el cadáver de su sobrino, ni de rendirle el más mínimo homenaje fúnebre, so
pena de muerte, como una suerte de castigo ejemplar para los posibles traidores. Sin
embargo, Antígona, hermana de Polinices, decide hacer caso omiso de la prohibición de
su tío y entierra a su hermano, pero es sorprendida y posteriormente ajusticiada. Con
palabras llenas de sabiduría, Antígona dice, en su defensa, que si bien ella violó la ley
de los hombres, ha sido, sin embargo, fiel a la ley de los dioses. Con esto último,
Antígona no se refiere a un conjunto de normas escritas por alguien, sino a aquello que
resulta naturalmente justo, es decir, un criterio superior que debiese inspirar la

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Sófocles (496-406 a.C.) es uno de los más grandes poetas trágicos griegos. En sus obras –entre las que destaca
la famosa tragedia Edipo Rey– se tocan los grandes problemas que aquejan al ser humano, razón por la cual
no resulta extraño que hasta el día de hoy se siga leyendo su obra con gran provecho y también se siga
representando estas ‘tragedias’ en el teatro.

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redacción de las “leyes de los hombres”, lo que hoy se conoce como ley positiva. Este
criterio superior es lo que, en el contexto de la ética clásica, se conoce como ley natural.
Tal como estudiaste en Antropología, el ser humano posee una serie de características
naturales o esenciales, así como otras que son accidentales. Por ejemplo, el hombre es
esencialmente racional, libre y social, pues posee inteligencia y voluntad. En cambio,
accidentalmente puede ser blanco, negro, gordo, flaco, de Everton o de Wanderers.
Ninguna de estas características accidentales lo hace más o menos persona, por lo que
sería ridículo calificar algo como naturalmente bueno o malo a partir de ellas. Pero los
rasgos naturales son comunes a todo ser humano, por lo que debiese ser posible
determinar que hay ciertos bienes que son convenientes para todos. Por ejemplo, si la
libertad es un rasgo natural del ser humano, puedo concluir que la esclavitud es una
realidad censurable porque atenta contra la naturaleza humana; es decir, es “contra-
natura”. Asimismo, bienes como la vida, la familia, la amistad, el trabajo, el descanso, la
experiencia de la belleza, el conocimiento y la felicidad parecen ser realidades que
convienen al ser humano por el hecho de ser humano y, por tanto, promoverlos es algo
naturalmente bueno, y atentar contra ellos, en cambio, naturalmente malo.
En síntesis, si existe la naturaleza humana, es lógico que ciertas acciones sean
naturalmente buenas y otras, naturalmente malas. Es lo que sucede en todas las
especies: el caballo, por su propia naturaleza, come pasto y no carne, lo cual no genera
un problema para él ya que sólo obedece su instinto. El problema del ser humano es
que, a diferencia del resto de los animales, puede elegir actuar conforme a su
naturaleza o en contra ella. Por eso decimos que el ser humano puede des-
humanizarse, pero no decimos que el caballo pueda “des-caballizarse”. Falta resolver
cómo podemos saber qué decisiones responden a la ley natural.

3. ¿Cómo conozco la ley natural? La conciencia moral


Dice el filósofo alemán Immanuel Kant que “no hace falta ciencia ni filosofía alguna para
saber qué es lo que se debe hacer para ser honrado y bueno y hasta sabio y virtuoso”.3

3
Fundamentación de la metafísica de las costumbres, cap. 1.

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En efecto, por el hecho de ser racionales, todos tenemos en nosotros una brújula para
el bien y un freno para el mal. Es lo que llamamos conciencia, y que el sabio chino
Confucio define como la “luz de la inteligencia para distinguir el bien y el mal” 4. Así
también se puede definir como “la actitud y el acto de conocimiento y de discernimiento
que tiene como fin la evaluación de las acciones morales”5. Con todo, la capacidad que
tenemos todos de determinar lo que debemos hacer en cada caso, proviene
fundamentalmente de que tenemos conciencia. Y es por esa conciencia moral que, antes
de actuar, sentimos un mandato o prohibición dentro de nosotros, o, después de actuar,
sentimos una satisfacción o un remordimiento.
El hecho de que tengamos conciencia da origen, al menos, a dos obligaciones graves. La
primera es que debemos formarla adecuadamente. Ninguna persona está libre de error
y, por lo mismo, todos podemos, eventualmente, juzgar mal acerca de lo que debemos
hacer. Por lo mismo, hay que tener la humildad suficiente para dejarse orientar y ayudar
cada vez que lo necesitemos, y así no incurramos en errores a causa de una ignorancia
evitable, o porque, a causa de tanto desatenderla, ésta se vuelve relajada o, por último,
quizá por una formación extremadamente rigurosa, nuestra conciencia se haya hecho
demasiado estrecha o escrupulosa.
La segunda obligación, que puede parecer obvia pero no lo es, consiste en que debemos
obedecerla. De lo contrario, nos estaríamos traicionando a nosotros mismos. Hacer caso
siempre a la conciencia no es fácil y se requiere una dosis de fuerza de voluntad,
capacidad que se desarrolla mediante el cultivo de las virtudes. Esto es lo propio de una
persona íntegra, y es probable que quien se respeta a sí mismo de esa manera cometa
muy pocos errores.

4. Conciencia recta y objeción de conciencia.


Hemos hablado bastante sobre la conciencia y de los errores de ella. Así también dijimos
que una de las primeras obligaciones no es solo actuar conforme a la conciencia, sino

4
José Ramón Ayllón. “Introducción a la ética. Historia y fundamentos”.
5
Elio Sgreccia. Manual de Bioética I, BAC, Madrid, 2014, p. 192.

5
formarse en una conciencia recta o verdadera6. Pues bien, cuando una conciencia nos
permite tomar buenas decisiones y actuar conforme a la ley natural y a la verdad se le
denomina recta razón. En este sentido, es la regla o el parámetro moral que nos permite
obrar conforme al bien: la razón es el punto de referencia y el criterio interno de la
constitución y distinción de lo bueno y de lo malo, de la virtud y del vicio7. Así pues, el
juicio de la razón recta expresa no una opinión individual, sino el carácter
objetivamente razonable o no razonable de un comportamiento8. De esta forma, una
persona virtuosa, que actúa conforme al bien, es la que sigue su conciencia rectamente
formada.
Entonces es lícito, desde el punto de vista ético, no realizar una acción que va en contra
la conciencia. Pero hay que dejar claro que no es fruto de cualquier tipo de conciencia,
sino de una conciencia formada, es decir, una conciencia reflexiva que ha encontrado
sus fundamentos últimos: la ley natural y la verdad, es decir, una recta razón. Así, por
ejemplo, un ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las
autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral y a los
derechos fundamentales de las personas. Las leyes injustas colocan a la persona
moralmente recta ante dramáticos problemas de conciencia. En ese caso, cuando es
llamada a colaborar en acciones moralmente ilícitas, tiene la obligación de negarse.
Además de ser un deber moral, este rechazo es también un derecho humano elemental
que la ley civil debe reconocer y proteger9. Cuando el tribunal de Nuremberg enjuició
a los seguidores de Hitler por los crímenes cometidos antes y durante la Segunda
Guerra Mundial, estos alegaron que obedecían órdenes respaldadas por las leyes
dictadas por el Tercer Reich, frente a lo cual el fiscal respondió que “a veces llega el
momento en el que un hombre ha de elegir entre su conciencia y sus jefes”.
En suma, la ética clásica, distinta a una ética legalista y relativista, propone orientar los
actos humanos mediante una conciencia recta y la ley natural.

6
Elio Sgreccia, Manual de Bioética I, BAC, Madrid, 2014, p. 192.
7
Cfr. Santo Tomás de Aquino, I-II, q. 55, a. 4. ad 2; II-II, q. 47, a. 6, c.; q. 123, a. 1, c.; q. 141, 1, c.
8
Ángelo Rodríguez Luño, Ética, Eunsa, 2010, p. 234.
9
Cfr. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 399.

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