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En realidad no me agrada mucho, pero sentí feo decirle que no!, ¡es muy buena gente y
realmente ni me gusta, pero acepte, porque le ha ido muy mal en la vida!, ¡no es muy
bonita/guapo pero tiene un cuerpazo!, ¡la verdad es que la/lo vi tan indefenso(a) que me
La realidad supera a la ficción y en algún momento de la vida todos hemos pasado por
periodos en donde nos relacionamos sintiendo lástima por los demás o causando
lástima nosotros mismos, para poder influir en las personas y lograr algún propósito.
El ser humano como especie, crece muy desprotegida en comparación con otras
especies y necesitamos ser atendidos casi de tiempo completo para desarrollar
nuestras capacidades.
Un bebé, tiene como forma de comunicación el llanto para poder relacionarse con su
madre o quien está a cargo de él. Activa un llanto diferente para hacernos saber
diversas necesidades: tener frío, calor, hambre, querer ser llevado en brazos, necesitar
un cambio de pañal, o simplemente ser cambiado de posición por estar aburrido. Así
va incorporando otros mecanismos más para hacer más completos sus códigos de
interacción. La sonrisa, el hacer como que va a llorar, el aventar pequeños objetos para
ser devueltos por sus padres, o el huir gateando para ser atrapado y volver a iniciar el
mismo juego son otros pequeños pero grandes pasos para interactuar con el mundo y
en ellos recibe aprobación o desaprobación mediados por las emociones o los
sentimientos.
De esta manera cuando se plantea una meta, puede utilizar sus recursos para
conseguir ser alimentado, pues ante la carencia del lenguaje hablado, va utilizando los
códigos ya señalados. Sin embargo, se presenta una paradoja a medida que va
creciendo puede decidir: ser dependiente o independiente en sus actos, sufrir poco o
mucho para conseguir una meta, esforzarse para alcanzar el éxito o mediante la
economía de las emociones o sentimientos influir sobre otros para lograr sus
propósitos. Así, hacer las cosas por sí mismo, entra en contradicción en hacer que
otros hagan lo que yo necesito hacer.
Salir victorioso siendo el más débil en el uso de los propios recursos hace de las
parejas una combinación interesante.
Por el otro lado, existe una víctima, con características muy particulares:
• baja autoestima,
• anhelando ser rescatada por una persona fuerte (con influencias, con poder,
con dinero, emocionalmente más estable, etc.),
• viven atrapados en el pasado el cual nunca podrán volver a recuperar y un
futuro la mayor parte de las veces inalcanzable,
• esperan llegar a ser alguien, pero en el presente no lo son,
• son seres únicos que se sienten incomprendidos,
• sufriendo por tener en su contra hasta las cosas más simples de la vida,
• contando sus desgracias a todo el mundo,
• en ocasiones enferma, a veces hasta visualmente desprotegida,
• se compara constantemente con todas las personas a su alrededor,
• sienten que no disfrutan plenamente la vida,
• aparentemente no tiene ningún apoyo emocional, en fin, una persona sola
frente al mundo.
• La mayoría de las ocasiones no quiere decir que realmente este sola, pero si
se siente sola, pues las demás personas “no sufren como ella”.
Somos lo que pensamos y pensamos lo que somos. Nuestro cerebro funciona a través
de impulsos físicos, químicos y eléctricos, por lo que nuestros pensamientos son
magnéticos. Piensa en una enfermedad y seguramente la tendrás, piensa en desgracias
y seguramente las tendrás.
En ambos opera la culpa como forma de vida. Uno tratando de culpar (quien se hace
pasar por víctima) y otro tratando de no sentirse culpable ayudando a la víctima en
todo lo que considera necesario.
En fin, si las frases te resultan conocidas, hoy puedes tomar la decisión de empezar un
verdadero cambio hacia la interdependencia, hacia la libertad emocional, pero también
hacia el hacerte responsable de ti mismo.