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www.revistaposiciones.cl/2017/12/22/348/
Este idealismo comunista plantea el PP como medio y como fin. Es cierto que la locución
posee un valor prefigurativo: la sociedad utópica aquí y ahora. Pero no se hace cargo de las
profundas limitaciones y obstáculos que se deben enfrentar, sobre todo en una formación
social como la chilena hoy.
Sin embargo, no es menos cierto que debido a la debacle de los “socialismos reales”, la
burocratización, el autoritarismo y la estatización, además de la osificación del marxismo, los
idearios del PP fueron autonomizándose del real significado del socialismo y del marxismo,
surgiendo grupos bajo la identidad “libertaría”, “rojo y negro”, de “cultura miristas”, o
abiertamente “comunistas”. Esto permitió en Chile mantener el compromiso revolucionario, a
pesar de las derrotas autoritarias y neoliberales. Pero con el tiempo, en su forma radical, estas
experiencias asumieron un ideario “autonomista” que independizó la noción del PP respecto al
socialismo, entendido como periodo de transición de la sociedad capitalista a la sociedad
comunista[1].
De esta manera, por otra vía, que no es de ruptura (el autonomismo se plantea una ruptura
respecto del socialismo), sino del difuminado, el PP se ha confundido con el autonomismo.
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Es por todos reconocido que los debates acerca del desarrollo del PP han sido más bien
ideológicos, antes que verdaderamente políticos y económicos; que han asumido una
consistencia rígida, una posición dogmática y testimonial, en vez de sostenerse en las
prácticas políticas de construcción de proyecto, organización y disputa de la correlación de
fuerzas; y que no se sostienen en prácticas reales de relaciones de producción.
En Chile, son sumamente minoritarias las experiencias productivas que las organizaciones
identificadas con la construcción de PP han realizado. Estas experiencias son más bien
pedagógicas o culturales. Los huertos urbanos, por ejemplo, muy excepcionalmente permiten
la alimentación de una comunidad. Las escuelas populares y los talleres de salud
comunitarios, no logran que las personas se independicen de la educación y la salud
proporcionadas por el Estado o el Mercado. Y las protestas, barricadas o marchas, no son
sino formas que asume la contienda política y recursos de movilización.
No obstante, a pesar de las inmensas limitaciones y obstáculos con los que se encuentran las
organizaciones que se identifican con este ideario, éstas tienen claridad de qué quieren decir
con “crear poder popular”. El problema es que muchas veces confunden sus sueños con la
realidad…
Con “construcción del poder popular” se quiere expresar el proceso donde las comunidades
generan sus propias formas organizativas, productivas, educativas, etc., de forma
independiente al Estado o al Mercado. Este proceso, que es parte del proyecto de superación
del capitalismo, tiene distintas vías políticas: la anarquista, que plantea la destrucción
(abolición) del Estado; la autonomista, que plantea la independencia del Estado; y la
socialista, que plantea la disolución del Estado en la propia sociedad organizada hasta que
éste llegue a “extinguirse”… Las vías anarquistas y socialistas conllevan un enfrentamiento
con el Estado, el autonomismo no, al menos no como iniciativa propia.
El problema es que para todo esto ─el PP como proyecto productivo y político─, no basta la
sola voluntad ni las capacidades propias de personas, organizaciones o comunidades. Hay
una serie de determinantes: formas productivas, niveles de consumo, valores, tradiciones,
etc.
El PP como pura consigna ideológica ─que no se puede alzar como verdadera alternativa
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política y económica, que se queda tan sólo en las organizaciones revolucionarias y jamás
pasa a la comunidad, que se queda en las experiencias pedagógicas y jamás pasa a la
producción─, puede llegar a ser incluso él mismo límite y obstáculo para la superación de
status quo.
Las organizaciones del PP se vuelven un obstáculo cuando sus postulados se tornan rígidos,
se vuelven inflexibles y testimoniales, se vuelven dogmáticas; cuando no son capaces de
comprender las necesidades reales y cotidianas de las personas; cuando apuestan tan sólo
por una vía, la suya, menospreciando cualquier otra táctica o estrategia. ¿Cuáles son las
formas de estas inflexibilidades, de estos dogmas? Algunas de estas pueden ser:
La desviación culturalista, que cree que sólo cambiando las prácticas cotidianas se
transformará el mundo y olvidan cuatro elementos cardinales: el poder, la correlación de
fuerzas, la hegemonía y la lucha de clases. Algunas organizaciones feministas,
vegetarianistas, animalistas, de talleres con niñas y niños, colectivos universitarios, etc., no
son capaces de incorporar en sus prácticas organizativas elementos reales de disputa de
poder.
La desviación aparatistas o vanguardista, que plantea que sólo el Partido puede introducir a
las masas la conciencia revolucionaria y la línea política correcta. Otro error que puede
adoptar el vanguardismo es tomarse a sí mismo como el movimiento revolucionario en su
totalidad.
Pero más allá de todas las inflexibilidades y dogmatismos que en un momento dado se
pueden cometer (o revertir), hay un elemento central que se encuentra en todas las
desviaciones; este es: la tesis del poder dual o poder paralelo.
El militarismo adopta la tesis del poder dual cuando se plantea la construcción de un ejército
popular paralelo al ejército profesional al que hay que enfrentar y derrotar; el culturalismo lo
hace cuando quiere generar experiencias que “no se toquen”, que no se “mancillen”, que sean
independientes al Estado o al Mercado, como escuelas, centros de salud, huertos, bibliotecas,
etc.; y el vanguardismo, cuando quiere proponer espacios de decisión y acciones políticas
paralelas a las instituciones representativas de los regímenes políticos existentes.
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Este es el principal error del PP entendido como medio y como fin, expresado desde el
idealismo comunista: la tesis de que el propio PP alzará sus organizaciones, políticas y
productivas, de forma paralela e independiente al Estado, se volverán hegemónicas y lo
reemplazaran de forma definitiva.
La dualidad de poderes como tesis política ha sufrido la más grande de las derrotas: el
cambio histórico. Ya ni siquiera depende de los medios o capacidades que un proyecto
político posea: que los militaristas tengan una gran fuerza castrense o los vanguardistas un
partido bolchevique profesional. Se ha producido ─como veremos más adelante─ una
transformación radical en la sociedad, en el Estado y en el Mercado, en la subjetividad y en la
cultura, que hace inviable la estrategia del poder dual.
Esto quiere decir que la transformación revolucionaria de la sociedad sólo será posible
integrando, complementando, el desarrollo del PP con la conquista de la autonomía relativa
del Estado. Esto se puede denominar como Proyecto Popular.
Espero que se entienda que esquematizo. Por mucho que uno critique las tesis de Holloway,
es innegable que no se pueden confundir con la experiencia zapatista misma y que ésta ha
entregado elementos tanto valóricos como económicos y políticos trascendentales, por
ejemplo, la idea de poder obediencial del buen gobierno: mandar obedeciendo[5].
La idea básica es que (para Lenin y Trotsky) el Estado es una “máquina de dominación”, es
un Estado-objeto copado completamente por los intereses de la burguesía. Por lo tanto, la
lucha revolucionaria debe crear su propio órgano de poder (los soviets), completamente
independientes del Estado-objeto. Este segundo poder (el soviet) debe ir asumiendo las
tareas del viejo Estado hasta el momento del enfrentamiento, donde sólo uno de los dos
puede triunfar…[6]
Esta idea llevó a Gramsci a plantear dos estrategias diferentes para Oriente y para Occidente.
Para Oriente, la guerra de movimientos o maniobras, es decir, el enfrentamiento abierto,
frontal, contra el Estado. Para Occidente, la guerra de posiciones…[9]. El Estado ya no tiene
un estatuto restringido, sino que se ha ampliado: no sólo es dominación organizada, es
también consenso, legitimidad; no sólo es ejército y aduanas, es también hospitales, salud,
escuelas, educación, seguro de desempleo, jubilación, etc.
El Estado tiene legitimidad y genera consensos. Por lo tanto, una guerra de movimientos
posee mayores obstáculos, tanto materiales como organizativos así como ideológicos y
subjetivos… La guerra de posiciones es entonces la estrategia que se debe seguir, que no es
más corta que la guerra de movimientos pero sí más segura: para obtener la mayoría política
previamente hay que triunfar en la batalla cultural, porque sin esta última, la mayoría política
está destinada a derrumbarse. En esto consiste la generación de una contra-cultura y la
acción de los “intelectuales orgánicos”, que deben ir erigiendo hegemonía, donde las
experiencias populares (educación popular, salud comunitaria, expresiones artísticas, etc.)
deben ir asediando al Estado… hasta que llegue el instante del enfrentamiento, donde el
Estado instituido, conservador, pierda hegemonía, volviéndose sólo dominación, momento
donde se ha de asumir la toma del poder político…
En la concepción gramsciana persiste la idea de poder dual o paralelo. El Estado sigue siendo
externo a la contra-cultura. No es ya un Estado-objeto o restringido, pero las luchas
revolucionarias, bajo la estrategia de la guerra de posiciones, siguen siendo externas a él.
Mientras los socialdemócratas creen que el Estado se sitúa, o puede situarse, por sobre la
lucha de clases, los socialistas plantean que aquella es el fundamento del Estado. De ahí la
principal idea de Marx, Lenin y Mao: la centralidad de la lucha de clases. Pero la cuestión en
debate es que el Estado, así como la Democracia, no es un “instrumento de la clase
dominante”, solamente… Estado y Democracia son el resultado mismo de la lucha de clases.
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Rosa Luxemburgo lo planteó claramente, criticando a Lenin y su concepción de la
“democracia burguesa” como algo que simplemente hay que suprimir instaurando una
“democracia socialista”[10].
Asimismo, tanto en el problema de la Democracia como del Estado, hay que incorporar el
análisis relacional de Nicos Poulantzas: no son sólo instrumentos de la burguesía, son
además instituciones resultantes de la lucha de clases; no son exclusivamente reflejos
exactos de los intereses de las clases dominantes, también son conquistas de las clases
subalternas[11].
Otro tema cardinal respecto al PP que plantea la conciencia socialista es la cuestión del
poder. Que el poder es necesario, es ineludible para todo proyecto revolucionario. No es
posible cambiar el mundo sin tomar el poder. El poder no es una cosa, un objeto o un lugar,
sino un conjunto de relaciones de fuerzas…
Fue necesario recurrir al pueblo como sujeto puesto que, en América Latina, la clase obrera
como sujeto encontró históricamente una serie de obstáculos y expresó un conjunto de
limitaciones, tanto objetivas como subjetivas (subdesarrollo, chovinismo, heterogeneidad,
integración al capitalismo de Estado y al Estado desarrollista, etc.), muchas de ellas derivadas
de las estrategias de modernización al capitalismo, iniciativas provenientes especialmente de
la socialdemocracia (que abandonó la lucha de clase).
Es primordialmente en los países del así llamado Tercer Mundo y en particular en América
Latina, donde el pueblo encarna al sujeto revolucionario, a partir de los Movimientos de
Liberación Nacional, donde se condensan elementos marxistas, socialistas, comunitarios
(campesinos e indígenas), de la teología de la liberación y nacional-populares.
Para el marxismo, heterodoxo y crítico, el pueblo como sujeto persiste, por un lado, en una
relación estratégica con la clase obrera (que en teoría sigue siendo el sujeto revolucionario), y
por otro, en la lucha de clases (a diferencia de la socialdemocracia); es decir, el pueblo, en su
heterogeneidad, sigue siendo un sujeto clasista.
Ahora bien, el pueblo no es, por así decirlo, objetivamente revolucionario, como tampoco lo
era la clase obrera para Lenin. Lenin decía que la conciencia transformadora más profunda de
la clase obrera era la tradeunionista (o corporativista) y que la conciencia revolucionaria sólo
podía ser incorporada externamente por medio del Partido Revolucionario[16].
El pueblo debe constituirse como sujeto revolucionario, y esto no se realiza por medio de una
externalidad que sopla en él la conciencia revolucionaria, sino que se realiza en la ruptura
institucional, resistencia, la ofensiva y la mantención de la revolución. De hecho, las
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revoluciones socialistas ─Rusia, China, Vietnam, Cuba─, han sido revoluciones de carácter
nacional-popular que en el transcurso de la lucha, las determinaciones históricas y por
iniciativa y capacidad de sus direcciones se han vuelto socialistas.
Es una forma, y no la única forma, de acumulación de fuerzas, por dos razones: primero,
porque el PP no se puede desarrollar a sí mismo sino hasta ciertos límites (debido a las
transformaciones de la sociedad y la subjetividad, la autonomía del Estado y el Mercado, los
años de dictadura y neoliberalismo, el individualismo, consumismo, etc.), y requiere, durante
un periodo importante y sostenido, del apoyo del Estado y del Gobierno popular y
revolucionario. Por lo tanto, la segunda forma de la acumulación de fuerzas para la
transformación revolucionaria de la sociedad capitalista por parte de los sectores subalternos
y oprimidos, es el manejo de la coyuntura de la autonomía relativa del Estado. Es en este
sentido que el proyecto socialista, para triunfar, requiere del manejo de la espada de doble
filo: poder popular y coyuntura de la autonomía relativa del Estado.
Ahora bien, ¿por qué llamarlo poder soberano de la comunidad? Es soberano en el sentido de
que se plantea el ejercicio efectivo del poder, de las decisiones políticas, de la producción, es
decir, refiere a la autodeterminación y la autonomía. Y es de la comunidad en el sentido de
que no es de la Nación o del Estado.
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Además, es de la comunidad porque las experiencias de PP pueden estar relativamente
aisladas unas de otras (juntas de vecinos, fábricas recuperadas, sindicatos, control
comunitario de escuelas, autonomías indígenas, etc.). Pero para su íntegro desarrollo deben
conformar un bloque histórico subalterno, conquistar el poder político y transformarse en
Estado socialista, un Estado de transición, que “no es ya un Estado en el sentido estricto”[20].
Y esto significa que debe transformarse en una alternativa factible y hegemónica (asociación
de productores; municipios socialistas; cooperativas; autonomías indígenas). Debe
institucionalizarse (lo que no quiere decir necesariamente, aunque siempre es un peligro,
burocratizarse). Y esa institucionalización es la constitución, primero, de un bloque histórico
subalterno (que haga frente al bloque histórico dominante que perdió su hegemonía o está en
vías de perderla), luego, de un Gobierno Popular (que sea capaz de hacer frente a la reacción
de la burguesía y del Imperialismo), y prontamente, tras una serie de luchas y rupturas,
trasformaciones institucionales radicales, de un Estado popular, socialista. Es el recorrido del
poder constituyente plebeyo: un bloque histórico popular, un Gobierno Popular y un Estado
Popular que no deje de tener, potenciar, reproducir, los órganos autónomos del PP. Porque,
independiente a nuestros deseos, el PP sólo alcanzará el mayor estadio de desarrollo con el
apoyo del Gobierno y del Estado popular, Socialista y Revolucionario (de allí las Misiones y
las Comunas en Venezuela, las Autonomías en Bolivia, las Cooperativas en Cuba). Lo que no
significa (aunque siempre es un peligro) que se coopte, clientelice o burocratice. Pero pensar
que el PP puede desarrollarse por sí sólo es confundir la realidad con nuestros deseos.
Y a todo esto se agrega que la lucha revolucionaria por el socialismo (en tanto periodo de
transición hacia el comunismo) y la revolución misma, son, por lo menos, de carácter nacional,
pero fundamentalmente no puede ser sino regional o continental.
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La existencia de la lucha de clases y de la explotación nos lleva a concebir al Estado como un
lugar de relaciones estratégicas de la lucha revolucionaria. No el único, no el más importante.
Las luchas de la contra-cultural, de la guerra de posiciones, quizá sean las más importantes,
porque constituyen el soporte de la hegemonía revolucionaria. Y la revolución no puede ser
sólo dominación… Pero el Estado sí es un lugar de relaciones estratégicas.
El Estado no sólo son los poderes del Estado, sino que todo aparato que participe de la
reproducción de “las ideas” del Estado, que son “las idas de la clase dominante” (Marx). Esta
concepción es el aporte de la teoría de los Aparatos Ideológicos de Estado (Althusser) y su
distinción respecto a los Aparatos Represivos del Estado. Los medios de comunicación, las
escuelas, ¡las iglesias!, etc., son aparatos ideológicos de Estado en tanto que participan de la
reproducción de las ideas del Estado capitalista, que son las ideas de clase dominante[23].
Esto no quiere decir que todas “las ideas” son de la clase dominante. Eso significaría la
imposibilidad de una contra-cultura. Pero más aún: esto tampoco quiere decir que “Las ideas
de la clase dominante son las ideas dominantes”[24] siempre y en todo momento.
Ciertamente la clase dominante tiene la capacidad de integrar ideas provenientes de las
clases subalternas y las vuelve así suyas, bajo sus sellos y valores, bajo sus prismas e
intereses de clase (de eso depende la mantención de la hegemonía: de la incorporación de
las contradicciones)… Pero esto no soslaya el hecho de que sean ideas de las clases
subalternas: ni la limitación de la jornada laboral, ni el establecimiento de periodos de
descanso, ni la seguridad social, ni la creación de sindicatos, ni el sufragio libre, universal y
secreto, ni la misma democracia liberal, por nombrar algunos elementos, son ideas de las
clases dominantes. Son, por el contrario, conquistas de las clases subalternas. Fueron, en un
momento, alteridad…
El Estado no es entonces una exterioridad de las luchas populares. Las luchas populares
atraviesan el Estado. Este es el tercer elemento… Ciertamente las luchas populares, que
atraviesan el Estado, no se cristalizan en éste. De hecho, quienes las cristalizan son las
clases dominantes. Para el socialismo y el marxismo, las clases subalternas no pueden
limitarse a ser “incluidas” en el Estado, sino que deben estar orientadas a “transformar” al
Estado, hasta su disolución.
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Primer elemento entonces: el Estado-relación es un lugar de relaciones estratégicas. Segundo
elemento: el Estado es dominación-coerción y hegemonía-consenso (no sólo una máquina de
dominación). Tercer elemento: el Estado está atravesado por las luchas subalternas, no
siendo exterioridades excluyentes. Y cuarto elemento: las luchas subalternas, la lucha
revolucionaria, se dan en el Estado.
Considero que las contiendas entre las fuerzas del trabajo y del capital son inevitables. Decir
algo distinto significaría el abandono de la principal idea marxista: la lucha de clases y la
explotación. Contienda a la que debe integrarse la idea “rupturas efectivas” (Poulantzas[26]).
Debe darse la contienda y deben darse rupturas… Lo que aquí se cuestiona es la existencia
separada de una “cultura” y una “contra-cultura”, el enfrentamiento entre una “dualidad de
poderes”, el enfrentamiento entre el Estado burgués y el soviet, por así decirlo.
Primero, por una cuestión práctica: si este enfrentamiento se diera, las clases subalternas
serían irremisiblemente derrotadas. Esto en todos los ámbitos: las necesidades sociales
históricamente determinadas hoy superan a toda experiencia comunitaria (incluso indígenas
de la amazonia, en Brasil, Perú o Bolivia, poseen hoy la reivindicación por la salud pública,
por dar un ejemplo, aunque con sus propias identidades; pero en definitiva, no viven en un
legendario estado “natural”)… Y para qué decir en el ámbito militar: el enfrentamiento entre el
ejército regular (especialmente en Chile) y un ejército popular, no se revolverá sino con la
derrota de éste último; o en el mejor de los casos, por un empate catastrófico (como el de las
FARC en Colombia).
Y segundo, por una cuestión histórica: el Estado se ha desarrollado como nunca, irradiando
todos los ámbitos de la vida (salud, educación, trabajo, protección, transporte, valores,
beneficencia, sexualidad, entretenimiento, etc.). Incluso quienes trabajan, se educan o
atienden su salud como “privados”, “en privados”, en ong’s o en el “mercado”, no lo hacen
sino en el Estado.
Esto es lo que se puede llamar la universalidad del Estado. No una universalidad del tipo
hegeliano: el Estado es la realización del ser, la autoconciencia, la racionalidad en sí para sí,
etc. Sino en el sentido marxista: el Estado es la única institución que ha sido capaz de
universalizarse, de asumir todos los requerimientos sociales, de abordar todas las
necesidades sociales históricamente determinadas. Cuando Marx plantea en el texto “La
Guerra Civil en Francia”, que la Comuna (de Paris) es la forma histórica para el desarrollo del
comunismo, así como las granjas de los campesinos rusos (en uno de los Prefacios de “El
Manifiesto…”), y Lenin y Trotsky incorporaron los soviets como formas de organización de
esas Comunas, o Mariátegui habla de “elementos de comunismo práctico” en los indígenas
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del Altiplano, y Luis Emilio Recabarren se plantea el proyecto mancomunal, de cooperativas y
municipios populares, están hablando de esa universalidad. Hoy, por las determinaciones
históricas y por la persistencia del modo de producción capitalista y la dominación-hegemonía
burguesa, esta forma universal sigue siendo la del Estado[27].
Por lo tanto, la lucha revolucionaria, por la construcción del socialismo, se dará al interior del
Estado-relación, cuando las clases subalternas desplieguen su soberanía comunitaria, su PP,
en la transformación de las instituciones del Estado en vista a rupturas efectivas y su
extinción… Y esto será así porque las luchas subalternas siempre han atravesado el Estado,
teniendo conquistas, derrotas y suplantaciones. Pero el punto central es que no es posible la
destrucción del aparato del Estado en tanto externalidad (anarquismo), sino su transformación
por los órganos de PP que irán asumiendo sus tareas. Lo que se ha denominado la
transformación de una sociedad de matriz Estado-céntrica hacia una sociedad Socio-céntrica:
la disolución del Estado en la sociedad[28].
Del mismo modo sucederá con la democracia. Como escribía Rosa Luxemburgo, no se trata
de abolir la democracia (la “democracia burguesa” la llamaban peyorativamente Lenin y
Miguel Enríquez). Sino que la democracia representativa se profundizará con elementos e
instituciones de la democracia participativa, directa, de los pueblos, de las comunidades.
EL PROYECTO POPULAR
La lucha revolucionaria, por la construcción del socialismo, se dará al interior del Estado,
cuando las clases subalternas desplieguen su soberanía comunitaria en la transformación de
la institucionalidad, aprovechando también para ello la coyuntura de la autonomía relativa.
Esta tarea va acompañada, al mismo tiempo, de la guerra de posiciones, del despliegue de
una contra-cultura, de autonomías: pero no para crear un poder dual o cambiar el mundo sin
tomar el poder… sino porque estas luchas, las luchas por el poder popular, son las principales
formas para la construcción de la hegemonía de las clases subalternas: solidaridad,
cooperación, compromiso, comunitarismo, etc. En ellas radica el futuro del socialismo y de la
revolución, para que no se estanque, empantane o retroceda.
Como se ve, el poder popular como poder soberano de las comunidades, no es una
“estrategia” en sí misma, que deba uno preferir en vez de la conquista del poder político. Es
un elemento fundamental en la construcción del socialismo (yo diría en la construcción del
socialismo democrático). Tampoco es una táctica, pues eso significaría la burocratización del
proceso revolucionario (lo que pasó en la URSS). El poder popular es un lugar de relaciones
estratégicas, así como lo es también el Estado.
Notas
[1] Marx, Karl. Glosas marginales al programa del partido obrero alemán.
[2] Mazzeo, Miguel. El sueño de una cosa: introducción al poder popular. Capítulo 1.
[3] Pozzi, Pablo; Pérez, Claudio (Editores). Por el camino del Che. Las guerrillas
latinoamericanas, 1959-1990.
[4] Holloway, John. Cambiar el mundo sin tomar el poder. Capítulo 1, sección V.
[6] Trotsky, León. Historia de la revolución rusa, vol. 1, La dualidad de poderes. Lenin. La
dualidad de poderes, ¿Ha desaparecido la dualidad de poderes? y Todo el poder a los
soviets.
[8] Gramsci, Antonio. (sin título) Parágrafo 14, Cuaderno 13. Edición Valentino Guerratana.
[11] Poulantzas, Nicos. Estado, poder y socialismo. El Estado y las luchas populares.
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[12] Lenin. Sobre el Estado. Conferencia pronunciada en la Universidad Sverdlov, julio de
1919.
[13] Poulantzas, Nicos. Estado, poder y socialismo. El Estado y las clases dominantes.
[17] Mazzeo, Miguel. El sueño de una cosa: introducción al poder popular. Capítulo 2.
[21] Poulantzas, Nicos. Estado, poder y socialismo. El Estado, los poderes, las luchas.
[22] Poulantzas, Nicos. Estado, poder y socialismo. El Estado y las clases dominantes.
[24] Marx, Karl; Engels, Friedrich. La ideología alemana. Sección 2, Sobre la producción de la
conciencia.
[27] Jessob, Bob. ¿Narrando el futuro de la economía nacional y el estado nacional? Puntos a
considerar acerca del replanteo de la regulación y la re-invención de la gobernanza.
[28] Cavarozzi, Marcelo. El capitalismo político tardío y su crisis en América Latina. Gómez,
Juan Carlos; Escalante, Zulema. La conflictiva relación entre Estado, Mercado y sociedad civil
en “Nuestra América”.
[30] Recabarren, Luis Emilio. Lo que puede hacer la municipalidad en manos del pueblo
inteligente. Salazar, Gabriel. Luis Emilio Recabarren y el municipio popular en Chile, 1900-
1925.
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