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Adolescencia

Actuar antes de que los hechos sucedan


Mónica Toscano - 2012
Introducción
Dolorosamente cansados de rescatar chicos de las adicciones graves, un día nos
preguntamos: ¿por qué tiene que ser así?
¿Acaso somos los miembros de la sociedad testigos activos de lo que no hacemos?
¿Testigos activos mirando como nuestros jóvenes se desgarran en un pantano de
malentendidos, violencia, miedos e inseguridades?
Sólo porque no cumplimos con nuestro deber adulto de estar ahí, para escuchar una
etapa tan difícil como es la adolescencia:
Dolor por lo que soy
Dolor por lo que no soy
Dolor por lo nuevo, por lo que dejó, por lo que ya cambió y no entiendo
Enmascarado en la soberbia adolescente. Máscara que al caer no desvela la realidad que
se esconde detrás: un niño asustado que no sabe qué hacer, hacia dónde ir, ni con quién,
solos, nuestros adolescentes nos desafían, intentando no sentir la incertidumbre de una
etapa que no entienden.
Sociedad, padres, docentes:
Nuestros hijos en riesgo nos convocan a que reaccionemos.
Re-acción: volver a actuar. Accionar en el momento más adecuado; antes de que la
desilusión los aleje definitivamente de nosotros.
Es muy corto el período en que podemos actuar. Hoy, con el criterio de la investigación
que estamos realizando, sabemos que es entre los 9 y los 15 años.
Después ya es otro tiempo, quizás es el tiempo de otros, de los que utilizan a nuestros
jóvenes, estos no dudan en actuar. Actúan para dejar a nuestros adolescentes alienados a
la condena de la violencia, la droga, el sometimiento y la enfermedad.
Es por todo esto que, decididos a detener el avance de este flagelo, hemos creado nuestro
método de trabajo.

Educar para la prevención

Entendemos que la educación es no sólo un medio de aprendizaje de nuevos


conocimientos sino también un dispositivo de prevención encaminado a evitar daños
potenciales que pueden convertirse en reales si no se interviene a tiempo. Por tal motivo
nos ocupamos prioritariamente de educar para la prevención en la adolescencia en lo
referente al consumo de alcohol, tabaco y otras adicciones, desarrollo sexual y afectivo, y
cambios físicos y psíquicos imprevistos.
Atendiendo a la gravedad de los hechos, estamos desarrollando un método de análisis e
investigación en Barcelona y en Buenos Aires en vistas a encontrar caminos de prevención
ante un flagelo cotidiano como es la violencia.
Desde aquí entonces emprendemos juntos la tarea de una toma de conciencia verdadera
en el camino de la prevención, creando una red de contención nacional e internacional
para los jóvenes.
Nuestra tarea fundamental es educar para la prevención en la infancia y en la
adolescencia.

Entender es no enjuiciar

Nos encontramos frente a uno de los desafíos más importantes con los que ha de
enfrentarse el ser humano en el transcurso de su vida: el paso de la niñez a la
adolescencia.
Somos nosotros, la sociedad, los que debemos descifrar ese complejo código en nuestros
adolescentes, ya que, si no entendemos lo que les sucede, puede tejerse un destino cruel
de violencia y destrucción.

Prevenir es entender
Prevenir es no enjuiciar

Prevenir es regresar al punto en el que se enredaron los hilos; investigar dónde se perdió
el cauce de un orden paterno, de una autoridad ordenadora.
Nuestro principal objetivo es crear conciencia/cultura de la prevención con métodos
pedagógicos adecuados, capacitando a formadores en la prevención, con el fin primordial
de ayudar a los adolescentes a transformar un hábito destructivo en un proceso creativo.
Para ello es necesario el trabajo en equipo, proponiendo una respuesta preventiva a
través de seminarios de capacitación para padres, directores, docentes y tutores, y talleres
de prevención para niños, púberes y adolescentes, en donde nos ocupamos de pensar la
prevención en fenómenos tales como:
El consumo de tabaco
El consumo de alcohol
El consumo de drogas
La influencia del grupo de amigos
La relación con los padres
La actividad escolar la evolución del desarrollo afectivo
La evolución del desarrollo sexual
La pérdida de un ser querido
El uso intensivo de internet
Por lo expuesto, debemos cumplir al menos los siguientes objetivos:
a) prevenir la violencia a través de la difusión de nuestro trabajo de investigación
b) proveer los métodos preventivos necesarios para detectar conductas patologicas
c) lograr que el individuo, la familia y la sociedad tomen conciencia de la gravedad de
los hechos
En consecuencia debemos acentuar el papel fundamental que desempeña la educación
como estrategia de prevención
Nos situamos en una etapa previa que consideramos de prevención, es decir, tratamos de
brindar la metodología las herramientas necesarias Perdona la metodología y las
herramientas necesarias para que profesores, padres y alumnos puedan detectar a tiempo
algún indicio de conducta patológica en nuestros adolescentes; para así evitar daños
reales si no se interviene a tiempo, cambiando la historia de llegar tarde la mayoría de las
veces

Principales objetivos

 Educar para la prevención en la adolescencia


 Brindar herramientas de prevención
 Creación de la Escuela Internacional de formadores en prevención escolar
 Crear espacios de prevención en las escuelas a través de las actividades deportivas
y creativas
 Pensar hacia el futuro mejorando permanentemente la calidad de vida de los
jóvenes
Capítulo I

Qué es la prevención
Prevenir es hacer un lugar

¿Qué es prevenir?
Prevenir es hacer un lugar, un lugar para pensar
El hecho de hacer de este espacio es una primera forma de prevención
¿Qué nos ocuparía? Nos ocuparían nuestros hijos y nuestros alumnos. Nos preocupan los
hechos que involucran a los jóvenes. Cuando se trata de adolescentes, estos hechos se
relacionan en la mayoría de los casos con la vida y con la muerte.
Las personas que estamos en contacto continuo con chicos conocemos los niveles de
riesgo a los que se enfrenta un adolescente.
Los chicos nos dicen y en los talleres: “Yo sé qué es prevenir. Es evitar que algo pase”
Día a día nos damos cuenta de que el espacio para pensar, antes de que los hechos
sucedan, tiene que crearse en edades cada vez más tempranas. Ese es el momento en que
todavía podemos empezar a decirles a los chicos algunas cosas en relación con la
prevención. En los chicos de 12 a 14 años todavía encontramos la ilusión por cambiar. En
cambio los que tienen edades comprendidas entre los 15 y los 18 años, suelen demostrar
una gran desilusión, y con ellos se torna más difícil la tarea preventiva. En determinadas
situaciones nos dicen: “Para qué me lo vas a explicar si ya sé que es”. Es muy probable que
el rechazo que los adolescentes generan a las intervenciones de los adultos se debe a que
no hemos sabido ganarnos su respeto a la hora de confiarnos sus preocupaciones.
Precisamente por eso intentamos actuar cada vez a edades más tempranas construyendo
una red de prevención con los chicos, los padres y la escuela.

Los Adolescentes como protagonistas

Nuestro trabajo surgió para lograr un espacio donde los jóvenes pudieron hablar sin
sentirse invadidos, escuchando sus preocupaciones, conteniendolos y sobre todo
respetandolos.
A menudo, las intervenciones de los profesionales que trabajan en este ámbito consisten
sólo el proporcionar información (por ejemplo sobre las drogas). Los adolescentes ya
disponen de abundante incluso excesiva información sobre este tema. No es esto lo que
resuelve situaciones de riesgo.
A veces encontramos que los adolescentes se drogan porque en determinado momento
sienten un dolor o sufren un conflicto que no pueden entender y que los confunde
Lo fundamental es que no lleguen a la droga, que sus conflictos se puedan resolver antes.
Pero esto no se consigue sólo proporcionando información. Los jóvenes piensan: “otra vez
más y más información… otra vez me van a hablar de esto”. Y se genera una sensación de
abulia, de desinterés, que acaba en rechazo.
Los adultos nos acercamos con frecuencia los adolescentes con un saber preestablecido.
Una de las situaciones más difíciles es conseguir que el adolescente confíe. Confíe en
aquello que los adultos tenemos para decirles.
El gran cambio es que sean los adolescentes los que puedan hablar.
Los maestros y Los profesionales tenemos que aprender a escucharlos atentamente y
respetar su palabra. Ellos son los que hablando pueden explicitar lo que realmente
quieren saber sobre un tema.
Si los escuchamos, podemos proporcionarles algunos ejes conceptuales sobre los temas
que les interesan, e incluso resolver malentendidos e ideas erróneas (por ejemplo sobre
alguna sustancia tóxica).
No hay lugar ni tiempo entonces para los largos discursos, sino que el punto esencial de
nuestra intervención es conseguir que sean ellos los que hablen sobre sus conflictos. Se
parte de un respeto absoluto por la palabra de los adolescentes.
En este sentido, centramos nuestra intervención en dar protagonismo a los adolescentes
para que sean ellos quienes reconozcan los riesgos que corren y dispongan de los
elementos y las herramientas para prevenirlos.
Si logramos que los chicos puedan acercarse al grupo familiar y la pregunta se instale en el
seno de la familia, habremos dado un paso muy importante. De esta idea partimos
Cuando abrimos un espacio para hablar (éste ya es un espacio de prevención), intentamos
salir de él con preguntas nuevas y con algunas respuestas que nos permitan, al
encontrarnos con los chicos, decir algo diferente de nuestro discurso habitual y
escuchamos unos y otros, adultos y adolescentes. Así será más fácil prevenir las diferentes
formas de violencia a las que se enfrentan los adolescentes.
Por todo esto, para educar en la prevención tenemos en cuenta:
Prevenir es hacer un lugar
V
V
Para pensar
Antes de que se desencadene el conflicto
Antes de que los hechos sucedan
V
V
¿Qué hechos?
Los que nos preocupan a una edad tan compleja como es la adolescencia

Comencemos por definir los distintos tipos de violencia

Violencia activa y violencia pasiva

En su carta a Einstein, el doctor Freud le responde sobre él piensa acerca de la naturaleza


de la guerra como una de las máximas expresiones de la violencia del ser humano
“[…] Usted expresa su asombro por el hecho de que sea tan fácil entusiasmar a los
hombres para la guerra, y sospecha que algo, un instinto del odio y de la destrucción obra
en ellos facilitando ese enardecimiento. Permítame usted que exponga por ello una parte
de la teoría de los instintos a la que hemos llegado en el psicoanálisis después de muchos
tanteos y vacilaciones. Nosotros aceptamos que los instintos de los hombres no pertenecen
más que a dos categorías: o bien son aquellos que tienen a conservar y a unir -los
denominamos “eróticos”-, o bien son los instintos que tienden a destruir y a matar: los
comprendemos en los términos de “instintos de agresión” o “de destrucción”.
“[…] Uno cualquiera de estos instintos es tan imprescindible como el otro, y de su acción
conjunta y antagónica surge la manifestaciones de la vida
“[…] Temo abusar de su interés, embargado por la prevención de la guerra y no por
nuestras teorías. Con todo quisiera detenerme un instante más en nuestro instinto de
destrucción, cuya popularidad de ningún modo corre pareja con su importancia. Sucede
que mediante cierto despliegue de especulación hemos llegado a concebir que instinto
obra en todo ser viviente, ocasionando la tendencia llevarlo a su desintegración, de reducir
la vida al estado de la materia inanimada.
“Merece pues, en todo sentido la designación de instinto de muerte, mientras que los
distintos eróticos representan la tendencia hacia la vida
“Partiendo de nuestra mitológica teoría de los instintos, hallamos fácilmente una fórmula
que contenga los medios indirectos para combatir la guerra. Si la disposición a la guerra es
un producto del instinto de destrucción, lo más fácil será apelar al antagonista de ese
instinto: al Eros. Todo lo que establezca vínculos afectivos entre los hombres debe actuar
contra la guerra.”

“El porqué de la guerra”, carta de Freud a Einstein (1932)

En respuesta a Sigmund Freud, Einstein dirá:

“Respetado señor Freud:


“Es asombroso como su anhelo por el descubrimiento de la verdad ha superado todos sus
demás anhelos. Usted demuestra con claridad la intrincada unión que existe entre los
instintos de lucha y destrucción y los de amor y vida en la psique del hombre…”

Einstein

Huella de la ambivalencia en el hombre

En su respuesta a este en “El porqué de la guerra”, Freud nos muestra la huella de la


ambivalencia en el hombre: instinto de vida - instinto de muerte, apasionante recorrido
histórico en el que aprendemos que lo natural es la destrucción y que el amor es un
espacio de construcción, tardío en el ser humano.
En realidad podríamos preguntarnos: si el hombre no necesitara del otro en todos los
aspectos, en el terreno afectivo, para formar una célula familiar, ¿hubiera retrocedido
frente a su propia violencia?
Retroceder frente a la propia violencia es una situación tardía en la humanidad.
El hombre retrocede frente al dolor ajeno por necesidad; no es algo natural en él. En los
seminarios sorprende el hecho de que la violencia sea algo natural en el hombre, pero es
lo que la experiencia nos enseña y la conclusión a la que llegamos al trabajar con textos
tanto literarios como históricos.
La pulsión de dominio y de destrucción del otro se expresa como una necesidad
primordial.
Entre las hordas primitivas siempre ganaba el que tenía mayor fuerza muscular. Mediante
la fuerza se solucionaban los conflictos, se decidía quién era el poseedor de algo o quién
podía imponer su voluntad a los demás.
La fuerza muscular fue substituida posteriormente por los instrumentos. El que poseía las
mejores armas y sabía usarlas con inteligencia tenía una superioridad mental (con relación
a la fuerza muscular) y resultaba vencedor.
Así la superioridad mental comienza a ocupar el lugar de la fuerza bruta.
El propósito sigue siendo el mismo: eliminar radicalmente al adversario mediante el uso
de la violencia.

El sometimiento del adversario

Como la solución del conflicto estaba relacionada con el sometimiento del otro, desde el
comienzo de los tiempos el propósito último del ser humano ha sido eliminar al
adversario.
Se mata al adversario para impedir que reinicie su oposición y se convierta en un ejemplo
para los otros. Además, su muerte siempre produce una satisfacción pulsional; lleva a
recordar en la historia esa violencia primitiva en la que se es “uno o el otro”.
¿Qué pasaba si se lo dejaba con vida? También hay una determinada crueldad en someter
al otro. ¿Qué ocurre si lo someto?
El triunfador tiene que contar con aquellos a los que deja con vida para satisfacer su deseo
de someterlos y el acuciante afán de venganza.
Tal como se relata en La Ilíada, una vez que se ha conquistado Troya y se ha matado al
mejor de los guerreros, Héctor (hermano de Paris), van a buscar a su hijo, que sigue con
vida. Entonces una de las troyanas pregunta desesperadamente: “¿Por qué a él, que es un
niño?”.
Le contestan: “Porque es el hijo de un héroe muerto y, por tanto, regresará para
matarnos”.
Se trata del afán de venganza: “Ojo por ojo, diente por diente” o “Vivirás lo mismo que me
has hecho y pasarás por el mismo lugar por el que yo he tenido que pasar”. Ejerciendo
activamente en el otro (el enemigo) la crueldad recibida, se intenta metabolizar el
sufrimiento vivido pasivamente, circuito donde reconocemos la tendencia a matar ya
someter como expresiones de la pulsión de muerte difíciles de resignar.

Violencia verbal

Año tras año, dolorosamente, el número de muertes violentas va en aumento. Este tipo
de violencia que culmina en tragedia tiene como testigo la sociedad y las instituciones que
trabajan para poder controlarla y evitarla.
Existe otro tipo de violencia de la cual queremos ocuparnos, aquella que se oculta de la
mirada de los periódicos o de las portadas de los medios, aquella violencia que deja
mudos, inhibidos o atemorizados a nuestros hijos.
Los adultos hablamos con demasiada naturalidad: “Si te pega contestale. Si te insulta
insultalo”. Casi como si este tipo de violencia subyaciera en la relación escolar como algo
normal. Pero ¿debe ser así? Los docentes y los padres ¿tenemos la idea del grado de
sufrimiento que, de ser acosados por este tipo de violencia, los chicos padecen en el
colegio, institución en la cual pasan tantas horas de su vida?
La violencia tiene diferentes manifestaciones y por ello debemos entenderla en un sentido
amplio. Para nuestro trabajo de prevención definimos dos conceptos de violencia que nos
resultan muy importante en nuestros ejes de trabajo: violencia activa y violencia pasiva.
La violencia activa equivale a violentar el recinto, el cuerpo, la casa, la morada del otro, y
su máxima expresión es la criminalidad.
Podemos definir diferentes situaciones de violencia activa como el golpe, la burla o el
maltrato verbal.
Definimos la burla como acción, ademán o palabra con que se procura poner en ridículo a
alguien o algo.
Pensamos la burla en la adolescencia como una manera de tomar distancia frente al
miedo y la inseguridad que no genera un tema tan complejo como es el conocimiento de
uno mismo y el conocimiento del otro como diferente de mí.
En la adolescencia es muy común el maltrato, la violencia entre iguales.
No podemos olvidar que la palabra también puede ser un golpe. Un golpe en el cuerpo
que deja surcos a veces imposibles de borrar: “Sos fea. Sos gorda. No sos inteligente. Sos
débil”.
El niño arma su imagen en el espejo a partir de las frases que como padres les decimos.
Nos creen. Aseguran desde ellas su identidad.
Si las han recibido de una voz cariñosa que le brinda confianza y seguridad, podrán
fortalecerse y sentirse seguros.
Pero si nos encontramos con un padre o una madre que golpea tempranamente la vida
emocional de un niño, sin que ningún adulto lo frene o cuestione, esas voces marcarán en
los niños un destino, un camino casi ineludible: siempre las escuchará como auténticas
verdades, a las cuales no dejará de creer, porque ha crecido con ellas, se ha visto en ellas y
se ha reconocido.
Por eso tenemos que cuestionar el mito de que un niño golpeado es sólo aquel que ha
sido golpeado físicamente.
En el consultorio vemos niños muy lastimados, fuertemente golpeados por las palabras y
por el maltrato verbal. No se puede identificar rápidamente la huella de dicho maltrato.
Sabemos que la huella del maltrato verbal se esconde férreamente detrás de los síntomas:
“Me veo fea. Me veo gorda. Me veo débil. Sé que soy poco inteligente”
Es muy probable que un niño que ha sido maltratado por un adulto se deje acosar
fácilmente en el colegio por un compañero. Alguno de sus posibles destinos son la
inhibición, la baja autoestima o la inseguridad. También puede convertirse en un futuro
acosador.
Conmover las marcas que dejan esos golpes tempranos en el cuerpo y en la mente de un
niño es una de las tareas más difíciles con las que nos encontramos los analistas.

Violencia pasiva: adicciones y suicidio

La violencia pasiva recae sobre sí mismo, sobre el propio cuerpo.


Las expresiones más fuertes de este tipo de violencia son el suicidio y las adicciones.
El suicidio es la máxima expresión agresiva que podemos tener sobre nosotros mismos. La
otra es la adicción, en tanto violencia que un individuo ejerce sobre sí mismo mediante la
ingesta de una sustancia tóxica. Cuando entra una sustancia tóxica en el cuerpo se
violenta el natural desarrollo del organismo.
Hemos sido consultados por colegios debido a situaciones complejas de violencia.
Violencia entre los propios chicos, de los chicos con los padres, de los alumnos con los
profesores o de estos con los alumnos.
Podemos observar que un chico es violento porque en su violencia nos pide ayuda.
Muestra muestra que hay algo que no entiende. Pega porque hay algo que no entiende y
no puede ni pensar ni hablar acerca de lo que pasa.
Los niños que muestran su violencia a través de su hiperactividad (no se quedan quietos y
molestan a sus compañeros) son los que más llaman la atención del docente o de los
padres, pero ¿qué sucede con esos otros niños que también se encuentran en situaciones
de riesgo, que no percibimos porque creemos que están bien?
Una adolescente de 14 años regaló, durante una semana, todos sus muñecos a sus
amigos. El día que entregó su último muñeco, la directora citó a la madre para hablar. En
el colegio se dieron cuenta de que quizás sucedía algo que no comprendían. En la cita, la
directora informó a la madre acerca de la preocupación que había en el colegio por esa
conducta incomprensible en aquella alumna en particular. Aún así, la madre la dejó sola
aquella tarde en su casa. Tuvieron que bajar a la niña del balcón porque se quería tirar.
Esta adolescente no presentaba una situación problemática con los otros chicos ni con los
docentes. Era tranquila y buena estudiante.
Tenemos que estar también atentos a este tipo de adolescentes porque sabemos del daño
que pueden hacerse.
Las instituciones nos consultan muchas veces acerca de las situaciones que se han
producido con chicos, que no entendían cómo habían llegado a suceder. ¿Cómo podemos
explicar el porqué de la situación?
¿Por qué ciertos chicos tienen esa conducta de aislamiento? No es normal que un chico
esté permanentemente callado o aislado de sus compañeros.

El maltrato entre iguales

En los talleres de prevención tratamos de incidir sobre estas dos caras de la violencia en
los adolescentes. La idea de violencia que ellos tienen se relaciona, en general, con la
agresión externa, con esos hechos de los que permanentemente se dan cuenta los diarios
y noticieros. Cuando trabajamos que violencia es “ir más allá de lo que me permiten mis
derechos”, comienzan a ver que se trata de la acción de ir hacia el otro y de quebrantar el
derecho de esa persona. Comprenden que violencia es también no ser mirado o no mirar
aquel que los está necesitando; advierten que el golpe que le dan al otro con la palabra o
con la indiferencia, es otra forma de expresión de la violencia.
El maltrato entre iguales está presente en todas las relaciones de adolescentes. Es común
escuchar en un aula la frase “con ella no me siento porque está gorda”
Cuando trabajamos en grupo y le preguntamos: “¿Por qué le dijiste eso?, ¿qué le quisiste
decir, si es tu compañera?”, los chicos suelen responder: “Bueno, pero yo no se lo dije con
esa intención, así le decimos todos…”.
Siempre, en primera instancia, buscan una justificación, pero cuando lo piensa van
comprendiendo mejor las conductas propias y ajenas. La riqueza de los chicos cuando
están creciendo es que pueden reflexionar sobre estos temas y modificar actitudes con
mucha rapidez. Por ejemplo: “¿Así que no puedo decirte esto porque la lastimo? No pensé
que la lastimaba tanto”.
En la adolescencia resurgen las situaciones que no se han resuelto bien en la infancia. Una
de ellas es la violencia, más marcada en aquellos que no han podido construir un espacio
amoroso en sus primeros años de vida.
La agresividad y la violencia son normales en el ser humano.
El concepto de amor hay que construirlo.
Tenemos que colaborar con los niños para que vayan limitando lo que se llama “violencia
infantil”
Solamente limitando el odio, natural en nosotros, es posible construir el amor, y la
adecuada restricción de los impulsos agresivos durante la niñez es determinante para la
formación equilibrada de la estructura psíquica del individuo
Para que un niño pueda retroceder frente al dolor ajeno y amar, tiene que haber un ente
institucional, un orden, una figura ordenadora que ayude poniendo límites.
Para poder crecer tenemos que pasar por la posibilidad de la frustración.
La capacidad de frustración es la capacidad de crecimiento. Por eso el “no” es lo que
permite que el chico pueda decir algún día “sí”
Si a un hijo que no le podemos decir que “no”, el chico queda preso de su propia violencia.
Si a un niño no le podemos decir “no”, él no podrá decir “no” a la violencia física o verbal
de su grupo de amigos.
Debemos comprender muy claramente el concepto de límites, sus implicaciones y
consecuencias.

Cómo comenzar a actuar

¿Somos conscientes los adultos de las diferentes formas de violencia que ejercemos sobre
los adolescentes aún albergando las mejores intenciones?
Una de ellas se produce cuando no podemos proporcionarles un espacio para escucharlos,
sabiendo que todo aquel que no le da al otro la posibilidad de ser escuchado es violento.
Entonces decimos: ¿qué hacer como padres y docentes ante los cambios que vive un
adolescente, tan difíciles de metabolizar tanto para ellos como para nosotros?
El primer paso respetarlos.
Ese respeto que tantas veces le reclamamos con vehemencia es el primer eslabón en está
difícil empresa.
¿Qué quiere decir respetarlos? En su intento de afirmarse en alguna posición en la vida, es
posible que nuestros hijos a nuestros alumnos nos molesten con cierta soberbia, a veces
un tanto despótica. Respetarlos es precisamente saber que esto es algo que les sucede
más allá de ellos mismos.
Es en este punto en el que nuestra tarea es más ardua, pero se hace absolutamente
necesaria. Sabemos que esos cambios les suceden, los preocupan, y quizás durante
bastante tiempo no sepan realmente qué hacer con ellos.
El segundo paso: escucharlos. Tarea nada sencilla en la práctica cotidiana, cuando nos
cuestionan: ¿Cómo hacer para escuchar más allá de nuestras tendencias a defendernos?
El tercer paso: contenerlos, sostenerlos en su movimiento continuo, estableciendo las
pautas del contorno de libertad (ni tan arrogante ni tan flexible)
¿Qué significa hablar con un adolescente? Si uno le dice a un adolescente “hablemos de
tal tema”, es muy posible que no hable, que no diga una palabra. En un seminario para
padres uno de ellos decía: “lo llevó todos los sábados hacer deporte, estamos juntos una
hora en el auto, le habló de fútbol… ¡y no me dice nada!”
Pero es lógico que no nos hablen. En el afán de ayudar, los adultos seríamos violentos al
imponer no sólo el momento, sino también el tema del que hablar. Por eso hay que
dejarles un espacio, elegido libremente por ellos
Supongamos que dijéramos con la mejor voluntad: “¿querés que hablemos de
sexualidad?”. Si uno hiciera eso, el chico pediría prevención frente a la instrucción del
adulto.
Tenemos que cuidarnos de no ser intrusivos, de no creernos autorizados en el “yo se lo
que a vos te pasa” antes de haberlos escuchado.
Porque también la violencia es ejercida desde el adulto hacia los chicos. Los adultos somos
intrusivos si un chico habla acerca de un tema que les preocupa y, cuando empieza a
hacerlo, le decimos por ejemplo: “Pero ¿Qué pasó? ¿Cuál fue el amigo que probó
marihuana?”, abriendo una instancia fuertemente acusatoria sobre él y su amigo.
Cuando un chico no cuenta algo que le preocupa de su grupo de amigos debemos
abstenernos de acusar a estos, de enjuiciarlos, porque la mayoría de las veces nuestros
hijos, a través de sus amigos, hablan de ellos, de sus preocupaciones, de sus miedos y de
las cosas que no entienden.
Capítulo II

Ser padres, ser docentes es estar atentos


Signos de prevención ante las situaciones de riesgo en la adolescencia

¿Qué quiere decir ser adolescente?


Muchas veces los docentes nos explican: “Tal alumno se pasa toda la mañana tirado o
recostado sobre su banco. Es un adolescente”.
Nosotros respondemos: “Tenemos que saber dónde empieza y termina la conducta
normal del adolescente para poder distinguir si ese chico nos está pidiendo o no ayuda”.
Si un chico permanece recostado sobre su banco una o dos mañanas, y después vemos
que cambia su estado anímico, que se aísla y que ya no está como antes, eso ya no tiene
que ver únicamente con el proceso normal de la adolescencia. Le está sucediendo algo
que hay que entender de otra manera.

El miedo al cambio

Al consultorio llegan chicos con miedos que han inhibido su acción y que, por ejemplo, se
pasan el día en su cuarto. Los padres creen que se trata de conductas adolescentes, pero
son chicos que se encuentran aislados, que incluso son muy buenos estudiantes, hasta
que lamentablemente, en más de una ocasión, se los consulta porque ha manifestado
conductas de autoagresion graves. ¿Qué nos ha pasado a los adultos para considerar
normal una conducta que no lo es?
El miedo es un elemento normal en la adolescencia porque existe un proceso de cambio
propio de la edad, difícil de comprender y de asimilar.
Cuando empezamos a hablar con los chicos, en particular con los varones, nadie dice de
entrada que tiene miedo, sino que todos tratan de defenderse.
Siempre o casi siempre se habla del miedo como de algo que le sucede al otro y no a uno
mismo. Sólo se atreven a hablar de sus miedos un tiempo después de comenzado el taller.
Entonces empiezan a verse caras de aprobación.
En un taller de Buenos Aires nos dijeron: “No es que no queramos ir a bailar; en realidad,
quienes nos dan miedo son los que están en la puerta de las discotecas, los que se ocupan
de la seguridad, porque casi siempre nos golpean aunque no hagamos nada”.
De esta manera empiezan hablar de sus miedos.
Lo más importante es que entre ellos puedan escuchar que es posible tener miedo. Otro
ejemplo: “Entonces, no viniste a bailar porque tenías miedo y no porque no quisieras. Te
daba un poco de miedo ir a esa disco donde dicen que hay éxtasis”.
Empezar a hablar de los miedos nos llevó a que los chicos abrieran un espacio, sin sentir
que eso fuera grave o que significara “dejar de ser hombre”. Era empezar a darse cuenta
de que tanto los chicos como las chicas tienen miedo.
Muchos chicos hacen cosas graves el viernes para que los padres no los dejen ir a bailar.
Entonces el lunes, cuando llegan a la escuela, pueden decir: “No fui porque dice tal cosa y
me castigaron”.
Después de investigar y trabajar descubrimos que lo hacían para quedarse en su casa y
salir de la violencia del grupo, que se burlaba de ellos porque no habían ido a bailar.
Es importante que los chicos entiendan que este es un momento de cambio para todos,
que todos pasan por esos parámetros, que es un momento de dolor propio en el que el
cuerpo cambia. Cambia la relación con los padres, con los hermanos y con los amigos.
Otro comentario que da cuenta de sus miedos, esta vez con respecto a los cambios físicos,
se produjo cuando preguntamos qué era la pubertad en un taller de prevención para
chicos de 10 años. Uno de ellos se levantó se levantó la mano y contestó: “Cuando te
crecen pelos en las axilas”. Entonces, el compañero lo miro y le dijo: “Entonces, ¿tenés
pelos debajo de las axilas? No me lo habías contado”. El otro le respondió: “No te lo conté
porque me daba vergüenza, me daba miedo que te burlaras de mi”.
En ese momento de cambio, en que el espejo les devuelve todos los días una imagen
distinta, es cuando aparece el miedo por verse diferentes, porque el que ven en el espejo
no coincide con el que sienten que son. Existe un desfase entre el crecimiento físico y el
psíquico.
Cuando los talleres hablamos sobre los miedos, uno de los aspectos que más nos importa
trabajar es que entiendan que la desvalorización que hacen del otro está relacionada con
el enojo que les producen las diferencias del otro: que sea más alto o que parezca que
haya engordado, cuando en realidad se encuentra en pleno proceso de desarrollo. Es
importante que comprendan que esto les sucede con el otro porque no entienden sus
propios cambios.

Inhibición y pérdida de la posibilidad de elegir

Otro parámetro que trabajamos en los talleres es la influencia del grupo de amigos.
Este es un tema realmente importante porque sabemos que los chicos necesitan
pertenecer a un grupo y al mismo tiempo quieren diferenciarse de él y manifestar su
individualidad.
Este es uno de los motivos de padecimiento de los adolescentes.
Habitualmente nos hablan del código de inserción que pide y exige el grupo, es decir, “una
prueba” determinado comportamiento para pertenecer a él. A veces los grupos tienen
códigos muy exigentes que hacen padecer sobremanera a los chicos y hacerles vivir
situaciones de gran incertidumbre.
Por ejemplo, en uno de los talleres nos decían: “quiero escenificar cómo decirle “no” a mi
amiga cuando me pide que fume”.
El alumno construyó la escena para poder separarse de ese grupo (formado por chicos
más o menos de la misma edad), en el que una amiga no lo dejaba entrar si no cumplía
con los códigos exigidos, que a él le suponían un espacio de sufrimiento y de
incertidumbre muy importante.
En la experiencia clínica vemos que hay chicos que están absolutamente inhibidos y que
han perdido su posibilidad de elegir. El grupo elige permanentemente por ellos y se
convierte en casi en objetos a merced de ese grupo.
Un chico de 13 o 14 años, que fue a bailar y que quería encontrarse con su chica, nos
contó su experiencia por medio de una escenificación. Llegó a la disco con el grupo de
amigos. Después de un gran esfuerzo se acercó a hablar con ella. El grupo lo llamó y le dijo
que no podía estar con su amiga, con su chica, ya que él había ido con ellos y tenía que
salir a beber a la puerta de la disco (los menores no pueden consumir alcohol). El hermano
mayor había llevado cerveza en su auto. Le dijeron que si no bebía con ellos nunca más
pertenecería a ese grupo. Él se negó a hacerlo y entró en la disco. Entre todos lo
agarraron, lo golpearon y lo lastimaron. Él se fue golpeado, sin poder vivir su experiencia,
y en el colegio, durante varias semanas, fue muy maltratado; ninguno de los chicos de ese
grupo volvió a dirigirle la palabra, y lo acusaron de ser una mala persona.
Cuando nos enteramos del caso, empezamos a trabajar sobre ello.
Los chicos estaban al principio realmente atemorizados; no querían hablar sobre lo que
había pasado, pero luego necesitaron aliviarse y contaron el incidente.

Detectar situaciones de riesgo

En los que los chicos llegan con problemas muy graves y muestran indicios ya antes de que
se desencadene la situación de conflicto intentamos descubrir cómo podemos leer estos
indicios para detectarlos antes de que el chico llegue a situaciones graves como, por
ejemplo, un intento de suicidio.

Sus compañeros, de las burlas, pronto pasaron a los golpes


España se conmovía al enterarse de los motivos que llevaron al suicidio a un adolescente
de 14 años en el país Vasco. El joven soportó a lo largo del último año burlas de sus
compañeros, hasta de sus profesores, por haberse defecado encima una vez. Según
informó el diario El Mundo, sus compañeros, de las burlas, pronto pasaron a los golpes y
llegaron a romperle dientes y hacerle comer tierra. Todo terminó el 21 de septiembre
cuando el joven se arrojó de un acantilado. Hoy se lo llora.

El tema de las burlas es fundamental. Los chicos padecen, sufren el tema de las burlas, de
la discriminación. “Apártate porque estás gorda. No te sientes al lado mío. Sos fea”.
La violencia que manifiestan los adolescentes no suele llegar hasta los docentes. Estos no
se enteran habitualmente del clima de sufrimiento que padecen los chicos.
Tomemos el caso de la chica de 15 años que durante 2 semanas regaló sus muñecos a sus
compañeros de clase y acabo en un intento de suicidio.
Uno podría preguntarse: ¿se produjeron signos que está adolescente haya mostrado que
nos permitirán abrir un espacio de prevención? ¿Cómo podemos los adultos desde
nuestra escucha y nuestra mirada estar atentos, poder estar activamente presentes sin ser
intrusivos? ¿De qué manera podemos detectar un miedo si en la adolescencia el miedo es
normal?
Explicamos a los docentes que el hecho de que un chico tenga cierta inhibición en la
acción, permanezca en su cuarto y no salga responde a un proceso normal de la
adolescencia. Pero si el chico ha perdido a sus amigos, y los padres observan que ya no
sale y que lo único que hace es estar encerrado y aislado en su cuarto, quizás no se trate
de normalidad.
¿Qué ha pasado? ¿Qué nos pasa a los adultos? ¿Qué herramientas permitirán detectar el
problema un rato antes, un poco antes?
Trabajamos mucho con los docentes. Les preguntamos qué ven y qué consideran una
conducta normal. Les sugerimos que, si algo le llama la atención, consulten con un
gabinete psicopedagógico para averiguar a qué responde.
La excesiva inhibición de un chico que no habla y al que le cuesta relacionarse
desencadenará seguramente una irrupción de violencia en cualquier momento, si no
detectamos, por ejemplo, un miedo que quedó fijado. Por eso es bueno hablar con los
chicos del miedo en una situación normal para que puedan hablar de sus miedos y no
lleguen a situaciones tan graves.
Es fundamental distinguir lo que es normal de lo que no lo es. Hemos conocido profesores
que decían: “Nunca se me ocurrió que ese chico podría intentar suicidarse. Lo veía tirado
en el banco y pensaba que era lógica su actitud por ser un adolescente”. Si, es un
adolescente, pero hay un momento en que ese rasgo de adolescencia sobrepasa los
límites de la normalidad.
Los adultos tenemos que estar atentos cuando esos rasgos en la adolescencia se exceden;
por supuesto un docente no es un especialista para hacer un diagnóstico, pero, sí cuenta
con herramientas de prevención, puede diferenciar en alguna medida qué es normal y qué
se ha excedido, y decidir consultar sobre ello con un especialista.
El problema de Jokin, y el adolescente del país Vasco, fue en aumento y acabo en un
desenlace fatal. Uno podría preguntarse: “¿nos damos cuenta? ¿Podemos verlo,
escucharlo?”. Esta es la pregunta: ¿de qué manera podemos ayudarlos?

Horror en la escuela.
Atacó a tiros a sus compañeros en el aula: mató a tres e hirió a cinco
Sus compañeros del primero B del polimodal lo vieron llegar temprano, tranquilo y callado
como siempre a la escuela 202 Islas Malvinas en pleno centro de Carmen de Patagones.
Sólo lo oyeron saludar. Minutos después, a las 7:30 y sin abrir la boca, el adolescente de 15
años empezaba a vaciar una 9 milímetros en el aula llena. Primero fue el terror, enseguida
el horror: 3 chicos murieron en el acto y otros 5 sufrieron heridas, tres de ellos de gravedad

¿Qué pasó para que este chico llegara esa situación?


Posteriormente se vio que había muchos indicios que podrían haber previsto un drama
como este.
El chico había dejado escrito en su banco que lo mejor era suicidarse que todo era una
mentira: “Lo más sensato que podemos hacer los humanos es suicidarnos”; “si alguien
encontró el sentido de la vida, por favor, anótelo aquí”; “la mentira es la base de la
felicidad del hombre”.
Este adolescente venía mostrando una serie de datos que no habían sido leídos.
“Lo cargaban, le decían que era rockero o hippie. A veces le llamaban pantriste -contó una
compañera suya en la escuela-. Entre sus compañeros casi no tenía amigos. Uno de los
pocos que podían considerarse así era el chico que ayer ayudó a desarmarlo luego de los
disparos. Con él comparte su devoción por la banda de Marilyn Manson y la música
metálica”.
Si vemos que en la adolescencia hay situaciones normales y otras que se exceden de eso
las tenemos que empezar a registrar. Esas son las herramientas que necesitamos.
Es importante que los signos sean leídos como herramientas de ayuda y de prevención.
Volvamos al suceso.
Carmen de Patagones es un pueblo de la provincia Buenos Aires que está bastante alejado
de la capital.
Un adolescente muy buen alumno, muy inteligente, un mes antes del suceso va al colegio
con un abrigo militar y juega con sus amigos a dispararles uno por uno.
Parece un chiste y todos se ríen, aunque le dicen que está molestando.
“El chico escenificó varias veces en el aula apuntando con la mano a sus compañeros y
dijo: Pum, te maté”
Luego se produjo un cambio de humor: Cada día estaba más retraído. Los docentes se
dieron cuenta y hablaron con los directores del colegio.
“El director de Escuelas confirmo se trataba de un alumno ejemplar, con un buen
rendimiento. No obstante, el funcionario dijo que existía un antecedente por el que tuvo
que intervenir el gabinete psicopedagógico para brindarle contención, aunque no ofreció
mayores precisiones”
El chico empezó a estar solo; se había aislado. Sólo hablaba en inglés con un compañero.
Había dejado de hablar con sus amigos.
¿Qué hacer? ¿Esto es propio de la adolescencia? ¿Esto es el desafío del adolescente o hay
algo más?
Al llegar a ese punto, llamaron a los padres, pero no pudieron al colegio.
“A los padres de Junior ya los habían citado y les habían recomendado tratamiento para
él, pero no hicieron caso”.
Justo al mes vuelve el colegio con el mismo abrigo. Se sabía la fecha porque aquel día le
habían puesto una sanción, ya que no podía ir vestido así. Llevaba el arma de su padre que
trabajaba en Prefectura (una división de la policía) pero que no había ido a trabajar ese
día.
Cuando llegó al aula, esperó a que entraran todos sus compañeros de 14-15 años. Entró e
hizo el mismo chiste: empezó a apuntarlos uno por uno. Todos se rieron.
El profesor llegaría 5 minutos tarde.
Los chicos se burlaron de él: “Siempre hacés lo mismo y estás molestándonos. ¿Por qué
no te vas?”. Él sacó el revólver y mató a tres de sus compañeros.
Los docentes preguntan: “¿De quién es la responsabilidad?”.

Responsabilidad y culpa

Existe una gran diferencia entre responsabilidad y culpa. Lo primero que experimentamos
los adultos, tanto los padres como los docentes, es el sentimiento de culpa. Solamente
sentir culpa no nos ayuda; nos deja en un circuito que nos encierra y no nos deja pensar.
Tenemos que apelar al concepto de responsabilidad.
Cuando nos llamaron para que diéramos nuestra opinión sobre lo sucedido dijimos que
debíamos tener en cuenta el concepto de responsabilidad, ya que el adolescente había
manifestado signos que la sociedad no había sabido leer.
“El día anterior le habría dicho a una de las compañeras: “Mañana no vengas, va a pasar
algo terrible”. Y hasta habría dibujado en el pizarrón, la víspera, una cruz invertida con la
palabra “muerte” escrita 3 meses en inglés”
Los signos están relacionados con la prevención, y la prevención, con la responsabilidad
que tenemos para procurar que estos hechos no continúan sucediendo. Los signos no
permiten saber que todos somos responsables.
Muchas veces los padres nos vienen a ver únicamente para saber en qué se han
equivocado. El camino de la prevención no es el de la culpa. El camino de la prevención es
el de la responsabilidad, ya que responsabilidad significa dar una respuesta. Significa:
¿Qué es lo que me pasó con mi hijo para que esto suceda? ¿Qué es lo que me pasó con
este alumno?
Este tipo de situaciones no son casuales. Los Adolescentes siempre no piden ayuda,
aunque nos cueste escucharlos.
Debemos aunar esfuerzos para descubrir cuáles son los signos que podemos transmitir, a
fin de que puedan ser leídos por los padres, los docentes y los adolescentes y se puedan
prevenir situaciones realmente graves.
Los docentes suelen preguntarnos: “¿Qué nos ha pasado? Este chico estaba con nosotros
desde los 3 años. ¿Qué es lo que no vimos? ¿Qué es lo que no escuchamos?”
Capítulo III

Influencia del grupo de amigos

Una de las preocupaciones que escuchamos más habitualmente entre los chicos de 11 y
12 años es la problemática de la inserción en el grupo ¿Qué quiere decir estar dentro de
un grupo para un adolescente?
Muchas veces nos han comentado que para poder pertenecer a ese grupo han tormado o
han hecho cosas que no deseaban.
Los chicos dicen: “hago esto para que él me siga queriendo…”
Los padres y los docentes suelen preocuparse por el grupo al que pertenece su hijo o su
alumno y lo expresan con preguntas como las siguientes: “¿a qué grupo pertenece?
¿Cómo son los amigos?
Para los chicos, pertenecer a un grupo no resulta sencillo. El grupo pide como una especie
de “peaje”: “Para estar con nosotros tenés que compartir nuestro código”

Guión y escenificación escritos por los chicos

Alumno 1. Quiero estar con un grupo de amigos. Para conseguirlo me piden que haga
algo.
Implementador. ¿Qué es lo que te piden que hagas?
Alumno 1. Me dicen que nos tenemos que encontrar en un bar y, cuando llegó, veo que
están tomando alcohol
Implementador. O sea que para pertenecer a ese grupo tenés que tomar
Alumna. O fumar.

Primera resolución

Alumno 1. Hola chicos, ¿puedo estar con ustedes?


Grupo. (Se reúnen y deciden en secreto. Dirigiéndose al alumno 1) A las 10 nos
encontramos en un bar; vení, no llegues tarde
(En el bar)
Alumno 1. Hola
Alumna del grupo. ¿Querés estar con nosotros? Andá a comprar te cigarrillos o algo de
alcohol para tomar
Un chico necesita formar parte de un grupo porque está pasando por una etapa de
incertidumbre y soledad.
En un taller de prevención para alumnos de 11-12 años, los chicos votaron en alto
porcentaje el tema de la influencia del grupo de amigos.
¿Por qué quieren hablar de la influencia del grupo de amigos? -les preguntamos
-Estoy muy contento con mis amigos y quiero conservarlos -contestó uno de ellos-. Les
tengo confianza y no quiero que me transformen.
-Por qué un amigo iba a tener el poder de transformar a otro?
-Transformar en el sentido de poder amenazarte: “Si no hacés tal cosa, dejás de ser mi
amigo” -nos explicaron.
-Amenazaría con algo muy doloroso si dice: “Si no hacés esto dejó de ser tu amigo” -les
decimos- ¿Es amigo un amigo que amenaza?
Entonces, ¿cuál sería la posición? ¿Hacer lo que dice, someterse a lo que dice o
preguntarle qué le está pasando y ver de qué manera lo podemos ayudar?
Los adolescentes dicen: “Me siento solo”, “es un momento muy difícil” o “quiero estar en
ese grupo porque, si no, me siento aún más solo”.
La adolescencia es dolor, es un período doloroso porque se pierde el mundo infantil: el
cuerpo de la infancia, los padres de la infancia
Los alumnos nos dicen: “no sé si quiero eso. Hasta este momento era quien era y más o
menos me desenvolvía en el mundo. Ahora tengo un cuerpo que me pide cosas. Tengo
hormonas que crecen, un cuerpo que cambia… No sé qué hacer con esto”.
El adolescente vive en medio de ese desfase.

Guion y escenificación escrito por los chicos (continuación)


Primera resolución (continuación)

Alumna del grupo. ¿querés estar con nosotros? Andá a comprar de cigarrillos o algo para
tomar
Alumno 1. No, eso está mal. No quiero comprarme cigarrillos
Alumna del grupo. Bueno, pero si quieres estar con nosotros tenés que hacer algo.
Alumno del grupo. O fumás o tomás, si no…
Líder de grupo. No estás
Implementador. Entonces, ¿para pertenecer al grupo tengo que dejar de ser yo y hacer lo
que el grupo quiere?
Alumno. No
Implementador. le dijeron: “O fumás o tomás, si no, no estás”. Entonces para pertenecer a
un grupo, ¿tengo que dejar de decidir tengo que dejar de pensar?
Un púber, un adolescente, no quiere estar solo. Desea ser diferente. Pero, si es diferente,
no pertenece al grupo. Entonces, se tiene que uniformar con el grupo y, si se uniforma con
el grupo deja de ser él, con lo cual se encuentra en una etapa de mucha incertidumbre,
sumamente difícil.
Como nos dijo un adolescente: “Es como si pasara un tornado”. De golpe, ese chico tiene
que estudiar, concentrarse, entender a los padres y ser evaluado por los docentes, todo al
mismo tiempo.
Los docentes dicen: “Nosotros no tenemos un chico así; tenemos 25”. Cuando el docente
llega al aula, 25 chicos se encuentran en ese tornado.
Cuando esto no se resuelve puede devenir una situación de riesgo, por ejemplo,
encontramos chicos que se aíslan, que no pueden elegir.
Entonces, al preguntar a un chico si frente a la influencia del grupo de amigos realmente
quería fumar, beber o hacer lo que el grupo le pedía, nos contesta: “No, hago lo que me
pide el grupo”
Cuando esto sucede, el grupo decide por él. El grupo es “dueño” de ese adolescente.
En ese caso se dan situaciones como la siguiente:
En un barrio privado de Buenos Aires, un grupo de chicos entró en una casa en
construcción y rompió todo lo que encontró en su interior. Golpearon con un martillo las
puertas, las ventanas… Cuando nos llamaron para intentar buscar una explicación a lo que
había pasado, la comisión de padres suponía que se trataba de adolescentes de 15 o 16
años. De pronto, uno de los padres descubrió que había huellas pisadas más pequeñas: el
chico que había hecho todo aquello tenía 9 años. Le habían dicho que, si no lo hacía,
nunca iba a pertenecer al grupo.
No pudo decidir por sí mismo. Cuando se habló con él, repetía: “No quería hacerlo”.
Pero tampoco deseaba estar solo, dejar de pertenecer al grupo, porque si no “me voy a
sentir mal, es como si no existiera”.
Ese es el punto de la influencia del grupo de amigos: necesitan a su grupo para sentir que
existen.

El código social del grupo

Un púber, un adolescente, desea ser como los demás, tener permanentemente la


camiseta de su equipo, pero al mismo tiempo quiere diferenciarse. Es como si viviera en
una dualidad permanente. Cuando se diferencia, aparece la necesidad de uniformarse
para sentirse uno entre todos y no quedarse fuera del código social del grupo.
Por ejemplo, si se queda fuera del código social del grupo que “va a bailar el viernes”, será
presa de la violencia de los compañeros del colegio. Muchos de ellos temen ir al colegio y
fingen enfermarse. ¿Por qué? Porque los espera la violencia “del lunes” por haberse
mantenido al margen de un código grupal.
El adolescente sufre enormemente la violencia del grupo sobre él. Si no pertenece al
grupo, se queda fuera del código social. No quiere estar solo. Se uniforma por dolor y
soledad. Le cuesta decir que padece situaciones de dolor. De ahí en que los chicos con
estructuras poco fortalecidas aparezcan situaciones de angustia, aislamiento y soledad
que, de no entenderse, podrían llevar a depresiones de riesgo.
Es como si nos dijera: “No quiero ir al colegio. Prefiero quedarme en mi cuarto”.
Prefiere quedarse delante de la computadora pasar por esa situación de enfrentarse al
mundo exterior, que se le ha vuelto hostil.
Los padres y los docentes tenemos que estar atentos para poder tomar cartas en el
asunto.
Entonces, ¿qué pasa?, ¿qué sucede?, ¿qué tenemos que escuchar?
Que a veces incluso se tienen relaciones sexuales porque se han de satisfacer las
exigencias de un grupo que influye al chico, que le pide que fume, que tome o que tenga
relaciones sexuales.

Guion y escenificación escrito por los chicos (continuación)


Segunda resolución

Alumna 2. Hola, ¿puedo estar con ustedes?


Alumno del grupo. No, ni soñando.
Líder del grupo. Hagamos algo para que… Una prueba.
Implementador. Una prueba. Hay que pasar una prueba para estar en este grupo.
Alumna asistente. Eso ya no es verdadera amistad
Alumno asistente 1. Eso es ser utilizado
Alumno asistente 2. Es amistad falsa
Implementador. ¿Tengo que pasar un examen para que me permitan estar en el grupo?
¿Esto está vinculado con el concepto de amigo?
¿Puede ser amigo alguien que quiere que sea objeto de él?
¿Me quiere ese amigo si desea que me convierta en un objeto sin cabeza, sin
pensamiento?

El precio de la exclusión

Las exigencias del grupo son altísimas. Quedar excluido del grupo equivale a sentir que ya
no le importa a nadie. Se produce un silencio. No le pegan. Ni siquiera se burlan. Es como
dejar de existir.
En un taller de prevención dos alumnas escenificaron: “No entiendo porque María y el
grupo han dejado de hablarme. Ya no me miran. Y sólo porque no quise que usaran todo
el tiempo el abrigo que me había regalado mi mamá”
Un chico que no existe para el grupo, en un momento en que necesita pertenecer a él, se
angustia y se deprime
En los colegios los docentes dicen: “Tenemos chicos que se deprimen y en situaciones
extremas han intentado suicidarse”
Si el adolescente no se encuentra lo suficientemente fortalecido, eso lo puede llevar a
situaciones de riesgo, no sólo por el grupo, sino porque los problemas individuales y
familiares se conjugan con los que puede sucederle en el colegio. Cuando se cruzan esos
ejes se puede llegar a situaciones de riesgo como nos decían estos docentes.
En cambio, supongamos que un grupo tiene como código “reunirse a tomar cerveza”. El
chico que prueba y tiene una estructura más fortalecida, se emborrachará una o dos
veces, pero después empezar aburrirse. Muy a menudo escuchamos: “Cuando termina la
fiesta, siempre tengo que llevar a mis amigos a su casa borrachos”. Si la única forma de
diversión del grupo es tomar alcohol, ese chico se irá aburriendo.
El chico fortalecido es el que puede decir “no”. Está más tranquilo y puede pensar.

Guion y escenificación escritos por los chicos (continuación)


Tercera resolución

Alumno 3. Hola chicos, ¿puedo estar con ustedes?


Grupo. Ni loco, ni soñando.
Grupo. Para estar con nosotros tenés que hacer una prueba. ¿Qué te pensás, que fácil?
Grupo. Tenés que estar en el bar a las 10. Tenés que ser puntual.
(En el bar)
Alumno 3. Hola chicos, ¿puedo estar con ustedes?
Grupo. ¿Y pensás que vas a estar con nosotros sin cigarrillos?
Líder del grupo. Primero tenés que fumar o tomar.
Alumno 3. Pero yo no quiero intoxicarme para estar con ustedes. ¿Por qué tengo que
hacer eso?
Grupo. Porque vos querías estar con nosotros desde el principio
Alumno 3. Yo quiero estar con ustedes siendo su amigo
Grupo. Bueno, esa es la prueba; si no, no sos nuestro amigo
Grupo. Si no, andá. Vos lo quisiste.
Alumno 3. Yo no quise fumar, yo quise ser su amigo
Grupo. Pero faltaste a la prueba
Grupo. No sos amigo, tonto.
Líder de grupo. Nosotros fumamos. Entonces vos también. Nosotros no aceptamos a una
persona que no quiere fumar ni tomar.

Miedo a la diferencia

Con frecuencia, un adolescente maltrata a otro cuando es diferente a él.


La diferencia en el espejo que me devuelve el otro se convierte en un en una situación
sumamente irritante.
“Si todavía no me he desarrollado y él sí” “Sí todavía estoy chiquito y el creció” “Si yo
crecí…”
Esa transformación produce angustia frente al cambio de su imagen en el espejo: “¿Cómo
me van a ver a mí cuando me pase lo mismo?”
“Mi amigo, al que conozco desde los 3 años, es altísimo. Yo soy muy bajito”
El miedo a las diferencias lleva atacar al otro a través de la discriminación. Muchas
situaciones de discriminación que vive el ser humano están relacionadas con ese aspecto
no resuelto de los cambios en la adolescencia.
Como adultos, es responsabilidad nuestra ayudarlos a decir “no” para evitar la violencia
entre pares.
El adolescente se alivia al decir: “No, no quiero fumar, no quiero tomar”. También
beneficia al otro porque funciona como un límite entre pares.
- No voy a bailar
- No venís a bailar porque no son como nosotros
- No. Es porque no quiero
Cuando trabajamos la noción de amistad en los talleres, los chicos concluyen: “Si tu amigo
te obligó a hacer algo que no querías y vos le dijiste que sí, por un lado tiene que
importarte porque es el amigo que vos querías, pero por otro no, porque tu amigo está
siendo malo con vos. Si vos le dijiste que no, que no querías hacerlo, no tiene que
obligarte”
Como educadores y padres, tenemos la responsabilidad de ayudarlos a preguntarse por
qué tienen que perder su posibilidad de pensamiento y de decisión frente al amigo que
ejerce influencia sobre ellos.

Rescatar las singularidades

Después de haber pasado por la experiencia del taller y de haber reflexionado sobre los
ejes teóricos, los chicos llegan a preguntarse: “¿Por qué tengo que ser objeto del grupo,
hacer lo que el otro quiera y no decidir yo? ¿Por qué tengo que quedar en el lugar de
esclavo con un amigo que es un líder negativo? ¿Por qué tengo que ocupar el lugar de
objeto?. Eso no es amistad”
Al chico que le dice al otro: “Vos no tomás porque tenés miedo…”, hay que ayudarlo
entender que quizás sea él el que tiene miedo y el que está solo. El líder negativo es el que
muestra la posición de líder seguro de sí mismo, sin miedo, pero en realidad, detrás de esa
soberbia, podemos descubrir inseguridad y miedo.
En un taller de prevención para alumnos de 13-14 años, los chicos escribieron y
escenificaron un guion donde una amiga, que ejercía su influencia sobre la otra, insistía en
que ésta la acompañara a la fiesta, donde habría cerveza y cigarrillos. En las sucesivas
resoluciones, los chicos escribieron y escenificaron como en realidad la amiga que
influenciaba no quería ir sola porque sentía inseguridad y miedo. Se llegó a ese
descubrimiento y se pudo pasar de la idealización del líder negativo al conocimiento de
que era ella la que sentía miedo, vergüenza e inseguridad.
Muchas veces el líder negativo desafía al docente y se genera un efecto generalizado en el
grupo que lleva a hacer del docente objeto del maltrato.
El yo individual pasa a ser grupal. No importa que “no quiera ir a golpear al otro”. Si la
masa, el grupo, lo hace, “yo también lo hago”
Por eso en dichas situaciones es importante producir una ruptura en la masa y rescatar las
singularidades. Es ahí donde podemos abrir un espacio pensante.
Hay que producir esa ruptura, esa separación, para que los chicos puedan recuperar su
individualidad y pensar.
El chico debe poder decir al otro: “No quiero ir a tomar una cerveza. Tengo 12 años.
Quería venir para hacer una cosa” Hay que rescatar lo singular para que no queden presos
de la gran masa, encerrados en ella, sin poder responder de otra manera.
Descubrir cómo desarmar esta situación proporciona los chicos la posibilidad de elegir y
de fortalecerse como sujetos independientes.
Como cierre podríamos decir: ayudarlos a que confíen en su propia palabra, en su propia
decisión. Deben poder decir: “Para mí no está bien. No tengo ganas. No es eso lo que
quiero hacer”

Guion y escenificación escritos por los chicos (continuación)


Última resolución

Alumnos 4. Hola, ¿puedo estar con ustedes?


Grupo. Bueno, pero para estar con nosotros primero tenés que hacer algo. ¿qué te pensás
que fácil? A las 10 en el bar. Se puntual
Alumno 4. Hola, ¿puedo estar con ustedes?
Grupo. ¿Te olvidaste los cigarrillos o algo?
Alumno 4. Nunca me dijeron que tenía que fumar o traer algo
Grupo. Esa es la prueba
Alumno 4. Nunca me dijeron que tenía que hacer la prueba
Grupo. No te lo dijimos a propósito
Alumno 4. Pero, para estar con ustedes, ¿por qué tengo que fumar o tomar?
Grupo. Porque nosotros fumamos y tomamos. El que no toma no está con nosotros
Alumno 4. Pero eso no es bueno
Grupo. Si no fumás o tomás, no somos tus amigos
Alumno 4. ¿Saben qué? NO ME INTERESA

Aplicar este método es importante para destacar que el alumno que actuó en las
resoluciones anteriores como líder negativo, en la última resolución pidió ser el que podía
decir “no” y advenir sujeto pensante y libre en su decisión (alumno 4).
También es importante destacar cómo las escenificaciones, cuando se van acercando a la
resolución del conflicto planteado, requieren cada vez menos la intervención del
implementador, ya que en la prevención en acto la modificación del conflicto es intrínseca
al cambio de posición que los alumnos van teniendo: de objeto a sujeto. Así, la
escenificación concluye siendo ellos los que dicen: “No me interesa”. Este entendimiento
de la situación y la solución a la que llegan los chicos lleva al compromiso grupal de
intentar que esta situación no se vuelva a repetir.

Influencia del grupo de amigos: violencia en la adolescencia


Parámetros normales y situaciones de riesgo en la adolescencia

Normalidad Dolor-Existencia Situaciones de riesgo


INFLUENCIA DEL GRUPO DE ¿Deseas ser como todos? Inhibición total de su
AMIGOS Incertidumbre porque desea posibilidad de decisión y
Inserción social ser diferente. Al mismo elección.
La violencia en la adolescencia tiempo, esto lo deja solo y Decide siempre que el grupo
se expresa muchas veces a necesita urgentemente más allá de él mismo.
través de la influencia de los pertenecer a un grupo que lo Se sienten continuamente
amigos, del grupo de uniforme y lo haga sentirse amenazados
pertenencia que el menos solo Su existencia depende de la
adolescente necesita pertenencia al grupo

La gravedad de los hechos

La policía investiga si un suicidio de una chica en Alicante se debió al acoso escolar.


Los padres denunciaron hace 5 meses a varias compañeras por agredirla.
Un alumno de cuarto año del colegio Sagrada Familia de Elda (Alicante), de 16 años, se
suicidó el martes al lanzarse desde un puente. Algunos familiares y amigos aseguran que
la chica era objeto de insultos por parte de otras compañeras de clase. Hace 5 meses sus
padres presentaron denuncia ante la policía, que trasladó el asunto como lesiones a la
Fiscalía de Menores. La dirección del centro no abrió expediente disciplinario a las
presuntas agresoras ni informó a la Inspección de la Consejería de Educación. Tras el
suicidio de la adolescente, la policía Investiga el caso.

¿Cómo actuar para limitar la violencia del grupo de amigos?


 Asumir que el maltrato verbal es un golpe y puedes llevar al maltrato físico
 Abrir un espacio de reflexión para que el grupo pueda comprender la dimensión de
su violencia. Los Adolescentes, inmersos muchas veces en la ebullición de tantos
cambios, no toman conciencia ni de su fuerza física -su cuerpo cambiado- ni de su
violencia discursiva: insultos, burlas, discriminación o frases irónicas
continuamente repetidas. Por ejemplo, en un taller de prevención un chico dijo:
“No me siento con ella porque está gorda”. Cuando le preguntamos: “¿Por qué
tratas así a tu compañera?”, nos contestó: “Bueno, yo no se lo dije con esa
intención”
 Poco a poco, los chicos van pensando, entendiendo. Pueden darse cuenta. Dicen,
por ejemplo: “¿Así que no puedo decirle esto porque la lastimo? No pensé que la
lastimaba tanto”
 Un adolescente no se suicida únicamente por el maltrato verbal de sus
compañeros de colegio. Pero a veces la implacable violencia del maltrato verbal
puede funcionar como disparador detonante en una estructura física y
psíquicamente debilitada, produciendo situaciones tan graves como el pasaje al
acto de suicidarse.

A modo de síntesis

 Un púber, un adolescente, desea ser como los demás y al mismo tiempo


diferenciarse de ellos.
 Cuando se diferencian, aparece la necesidad de uniformarse para sentirse uno
entre otros y no quedarse fuera de un código social.
 Quieren ser diferentes, pero en realidad no desean estar solos. Si es diferente, no
pertenece al grupo. Si se uniforma con el grupo deja de ser él.
 Necesitan el grupo para existir.
 Se uniforman por dolor y soledad. Necesitan pertenecer a un grupo porque viven
en momentos de incertidumbre.
 Les cuesta decir que viven frecuentemente situaciones de intenso dolor.
 Los chicos temen las exigencias de los distintos grupos de amigos.
 El adolescente sufre la violencia del grupo sobre él: la burla, la discriminación, la
soberbia o el maltrato.
 La violencia del grupo sobre el chico que se separa de éste es muy alta. Algunos
chicos cuentan que van a bailar aunque no quieran. Lo hacen porque no desean
dejar de pertenecer al grupo, para no tener que enfrentarse con la violencia de sus
amigos el lunes siguiente.
 Con frecuencia, un adolescente maltrata a otro cuando es diferente de él. El miedo
a las diferencias lleva a atacar al otro a través de la discriminación.
 El adolescente que dice “No” a la violencia del grupo se alivia. También beneficia a
los otros porque funciona como un límite entre pares.

Herramientas de prevención

 Acompañarlos a poder decir “no” para evitar la violencia entre pares. Poder decirlo
los fortalece.
 Acompañarlos a poder decir “no” a aquello que no quieran para así poner límite a
la violencia del grupo sobre él
 Acompañarlos a poder decir “no” para evitar la inhibición de sus decisiones.
 Decirles que no se avergüence de decir “no”. Poder decirlo los fortalece
 Transmitirles que el chico que dice que le dice al otro: “Vos no tomás porque tenés
miedo…” posiblemente es él el que tiene miedo de estar solo y se siente inseguro.
Generalmente este es el chico que desempeña el papel de líder negativo.
 Es importante en un grupo rescatar las singularidades para que los chicos puedan
recuperar su individualidad, pensar y poder elegir.
 Los padres y los docentes debemos estar atentos, escuchar y observar los signos
de las exigencias de un grupo que no deja a los chicos ser libres y ser sujetos.
 Hay que ayudarlos a que den valor a su decisión y confíen en su palabra.
Capítulo IV

Límites
Un límite es un acto
¿Por qué el límite es un acto?
Después de poner el límite, los hechos cambian; ya no pueden ser iguales porque el límite
es aquello que ordena lo que está desordenado y permite que se comprendan los
malentendidos.
Si no hay límites, no existe la posibilidad de una cabeza pensante.

Tenemos que poner un límite que sepamos que vamos a poder mantener
Por ejemplo, no podemos decirle a un hijo: “Durante un mes no verás la televisión”.
Vivimos en una sociedad donde seguramente no nos permitiríamos eso, con
independencia de que estemos o no estemos de acuerdo con la televisión. Si la madre,
después de haberlo hablado con el padre, prohíbe al hijo que vaya a casa del amigo y le
explica el porqué de su decisión, a partir de ese momento las cosas cambian, puesto que
el límite modifica la situación posterior. No puede haber límites excesivos porque no
podríamos mantenerlos y perderíamos autoridad frente a nuestro hijo.

El límite tiene que ser cumplido


En caso contrario, pasa a ser una consecuencia secundaria negativa. Si la adolescente se
da cuenta de que ponemos el límite y después no lo cumplimos, es como si no lo
hubiéramos intentado.

Los límites no pueden ponerse en cualquier momento


Los Adolescentes y los púberes casi siempre se acercan a hablar con el adulto en el peor
momento, cuando saben que no vamos a escucharlos porque estamos a punto de salir, ha
sonado el timbre del recreo o la maestra está muy ocupada.
Sabemos que difícil buscar ese momento. Tenemos que intentar elegir el momento para
poner el límite, ya que éste debe ser mantenido.

A partir de su aplicación, las cosas ya no serán iguales, porque un límite trasciende al


que lo emite y a quién lo recibe
“No es porque yo quiero ni porque tú quieras; es porque en esta casa los valores (los que
fuere) son estos”.
El límite es una terceridad que nos trasciende.
Veremos claro este concepto a través de un guion y escenificación escrito y realizado por
alumnos de 11 años.
La escena se desarrolla durante el desayuno familiar en el que reina un gran desorden. En
dicho guion, cada hermano quiere hacer una actividad diferente. En la resolución del
conflicto, los chicos escriben escenifican una modificación de la situación: La madre pide al
padre que ponga orden y éste dirá: “Bueno, basta tú te vas al colegio, ustedes se vuelven
a su casa, tú lo llevas a él al fútbol y te vas a tu clase, y yo me voy a trabajar”
Lo que muestra el chico es que el padre también está sometido a una legalidad. Eso
significa que el límite ordena porque afecta a todos, a hijos y padres.

Herramientas para poner límites

Crear un espacio
Antes de establecer un límite hay que crear un espacio de encuentro, de escucha.
No hay nada más difícil que crear un espacio con un adolescente, en primer lugar porque
en cuanto empezamos hablar se quieren ir.
Cuando acuden a pedirnos algo lo hacen fundamentalmente para que los cuidemos de
algún miedo que tienen y que han de limitar de alguna manera. Por ejemplo, algunos
chicos no se explican después de haber trabajado intensamente en el taller: “No quiero ir
a bailar porque me da miedo. Entonces el viernes, cuando tengo que pedir permiso a mis
padres para ir a bailar, no me porto bien, me va mal en el colegio y logro que no me dejen
ir”.
Después comentan que no pueden decir que tienen miedo de ir a bailar y se portan mal
(por decirlo de alguna manera) para que un límite externo les impida acudir a ese lugar
que no entienden.
Si hemos decidido como padres decir algo a nuestro hijo, por ejemplo que no puede ir a
bailar porque todavía no tiene la edad necesaria, tenemos que hacerlo en el momento
apropiado. Si vamos demasiado deprisa, perdemos la noción de encontrar un espacio para
poder escuchar.
Entre todos -padres e hijos- debemos organizar un espacio; por ejemplo: un momento de
encuentro.
Los chicos también tienen la responsabilidad de abrir un espacio para que se los escuche:
“Te estoy hablando, papá”, “Quiero preguntarte algo”, “Escúchame”
Los chicos empiezan a disponer de la herramienta para abrir ese espacio.

Un límite es ordenador cuando no es caprichoso ni autoritario, cuando crea la noción de


justicia y legalidad.
Podríamos decir ¿les explicamos a los jóvenes la noción de justicia?¿Con qué autoridad
ponemos un límite a un chico si no le transmitimos la noción de justicia?
Podemos pasarnos la vida creyendo que hacer justicia es “Ojo por ojo, diente por diente”
y así inculcar a nuestros hijos situaciones muy graves.
Sólo podemos hablar de límites a la generación joven si respetamos la justicia.
La ley es independiente de quien la ejecuta.
Un límite no puede ser caprichoso. Los chicos descubren en seguida los límites arbitrarios.
Cuando uno de los padres pone un límite, el otro tiene que respetarlo. Después decidirán
si están de acuerdo o no, pero el límite ha de tener coherencia.
De la misma manera, si el docente pone un límite, debe ser respaldado por la institución.
Se ha de mantener en la “pareja” institución-docente.
El límite tiene que estar respaldado institucionalmente por la familia y la escuela.
Por ejemplo, si una institución dice que “ante tal situación hay una sanción”, si esa sanción
es una norma de la institución a la que hemos enviado nuestros hijos, tenemos que
cumplirla; si no la cumplimos, nuestra autoridad pierde coherencia. Dejamos a nuestros
hijos fuera de un orden social.
Cuando un padre desautoriza a un docente, se produce una fractura con relación a los
valores, sobre todo con la ley. Eso hace mucho daño a un adolescente, porque, si no hay
ley, hay caos.

Autoridad y autoritarismo

Un límite tiene que ser explicado para que el chico entienda el porqué de lo que sucede y
pueda sentirse más tranquilo.
No es lo mismo un límite ordenador que un límite autoritario. ¿Por qué nosotros
trabajamos esta diferencia? Porque se tiende a confundir el concepto de autoridad con el
de autoritarismo. La confusión se produce en los padres, en los docentes y en los propios
chicos.
Un límite ordenador puede ser explicado. Se le dice al chico: “No puedes hacer esto por
esto, porque te hace daño, te destruye, no se puede hacer en esta institución…”. Si uno
explica el límite que está poniendo, al principio quizás el chico se enfade y no quiera
escuchar, pero después se tranquiliza.
En el momento en que aparece el límite autoritario, el chico se pone más violento. El
límite autoritario produce una conducta reactiva aún más fuerte. Ocasiona violencia.
Nos preguntan con frecuencia la diferencia entre el límite ordenador y el límite
autoritario.
Los chicos entienden que si un límite no está puesto caprichosamente y es explicado, ese
límite ordena.
Si un límite es comprendido, posibilita evitar la violencia sobre uno mismo
(autodestrucción, por ejemplo, en los chicos tendencia reiterada accidentarse) y hacia los
demás (lastimar al otro).
Hemos observado a menudo que los chicos se autoagreden cuando no se le pone un
límite. Una de las situaciones más frecuentes que observamos en los chicos adictos es la
autoagresion. Los chicos se lastiman porque no han entendido quién lo cuida y cómo se
los cuida.
Cuando los chicos comprenden que el límite está relacionado con el amor y el afecto, las
cosas se aclaran.
Otro concepto importante es la unión del límite con el amor. El que nos pone límites nos
cuida y nos quiere. Los chicos nos dicen en los talleres: “Si me explican el porqué del
límite, ahí sí entiendo que el que me lo pone me cuida y me quiere”.
Cuando entienden que el límite es afecto, sienten un alivio muy fuerte.
Una de las cosas que nos decían los chicos en uno de los talleres era: “Una vez que
convencimos a nuestros padres de que nos dejaran ir a la fiesta, entonces, aunque nos
parecía mentira, empezábamos a tener miedo. No podíamos preguntarles qué no tomar
en la fiesta cuando tratábamos de convencerlos de que nos dejaran ir. Si les preguntamos
qué no tomar, no nos iban a dejar ir”.
Otro alumno decía: “Mi mamá me dejó ir a bailar con mi amigo, que es un poquito mayor.
Fui. Luego tuve miedo de que me pusieran algo (su fantasía) en la bebida”. Tenía miedo. El
límite lo cuidaba hasta que él entendiera su miedo. Tanto los chicos como los adultos
debemos comprender que el límite está relacionado con el afecto y el cuidado.
La diferencia entre un límite ordenador y un límite autoritario es que el primero instaura
la función paterna (que puede ejercer la madre o el padre), función que debe ser
ordenadora y respetada.
Un límite autoritario es caprichoso; el que instaura la ley cree que él es la ley.

Crear un espacio de encuentro con un adolescente

Surge la pregunta muy importante: ¿Cómo crear un espacio de encuentro con los
adolescentes?
Es muy difícil establecer un espacio de encuentro entre un adulto y un adolescente.
Lo primero que hace el adolescente, con esa soberbia del “lo sé todo y tú no sabes nada”,
es ofendernos. Quiere encontrarse, pero lo primero que produce es enojo. Nos ofende y
no se enoja, con lo cual el diálogo se rompe en pocos segundos.
El trabajo más importante quizás sea no lo que voy a decirle, sino conseguir que haya un
espacio de encuentro, superar ese momento en el que me enoja y me ofende.
No hay que preocuparse demasiado por lo que se le va a decir, es más importante
escuchar lo que tenga para decirnos.
El encuentro y la escucha son los primeros pasos hacia el límite ordenador.
“Cuando te llevó a la clase de tenis, vamos los dos juntos y en ese rato nos divertimos”.
No importa que no estudiara o que no hablara de la fiesta. Es un espacio creado en el que
empieza a sedimentarse la confianza.
Si hay un espacio creado, el adolescente no necesita ofenderme ni enojarse; tampoco he
de decirle lo que tiene que hacer. Es un momento de encuentro.
La prevención empieza cuando organizamos un espacio. Sin ese espacio de confianza no
podemos seguir.
El límite viene después de contenerlos y respetarlos.
En primer lugar hay que respetarlo y organizar un espacio de prevención, el que fuere,
aunque sea viendo un programa de televisión que no nos gusta y que no queremos que
vea, aunque todavía no hayamos podido ponerle ese límite.
En ese momento de espacio creado comenzamos a formar un espacio de confianza.

El límite tiene que fundamentarse


El chico debe saber que en su casa hay una ley, una norma que se respeta. Sobre todo que
la respetan la madre y el padre.
La mamá debe decir: “Vas a la fiesta” después de haberlo hablado con el padre y de que
ambos estén de acuerdo. Si el padre dice: “No vas a la fiesta” y la madre lo contradice o
viceversa, confundimos al chico.
En casos graves, esta confusión ocasiona numerosas dificultades.
Como hemos dicho, el primer paso es generar un espacio para escucharlos. Después
comenzar a entender cuáles son los temas más importantes: uno es saber que nuestros
hijos y nuestros alumnos tienen miedo. Los chicos tienen miedo y no lo pueden decir con
facilidad. Esta es una variable validada en los consultorios y en los colegios.
Si no ponemos límites se acrecentará su miedo En nuestro trabajo, es lo que hemos
escuchado con más frecuencia.
Si hay coherencia en casa de un chico, aunque se sienta mal porque no le permiten ir a
una fiesta y le diga a su amigo: “Mis padres son unos antiguos”, el límite lo cuida de su
propio miedo.
Los límites ordenadores permiten pensar.
Los límites ordenadores permiten querer.
La ausencia de límites produce situaciones devastadoras porque los chicos quedan
sueltos.
El límite autoritario provoca una reacción absolutamente negativa, contraria, que la
mayoría de las veces genera violencia.
Si al poner un límite no tenemos claro por qué lo hacemos, en la cabeza del chico se
produce una gran contradicción.
Si le decimos, sin caer en una confesión de situaciones personales: “La verdad, me
preocupa… quizás todavía me falta verte crecer”, el chico entenderá que se trata de un
límite ordenador y que tiene una lógica.
En cambio, si decimos autoritariamente: “No vas porque no quiero que te juntes con esos
chicos…”, no lo entienden.

El límite alivia el no poder enfrentarse a la hostilidad del grupo de amigos


Tomemos una escenificación de chicos de 15 años con los que trabajamos en Barcelona.
En el guión que escribieron, el padre le dice al hijo: “Has fumado porros, huele a porro…”.
La adolescente que representa a la madre afirma: “No quiero que te juntes con esa
gente”. El chico contesta: “Esa gente no tiene nada que ver”.
Le dice claramente a la madre que no tiene que enfadarse con su amigo, sino con él.
Muchos chicos dicen: “El viernes hago lío en casa para que no me dejen ir…”. El límite del
padre les alivia el conflicto de no poder enfrentarse a la hostilidad del grupo de amigos.
-¿Por qué no viniste? -le pregunta a su amigo.
-Porque armé un lío terrible en casa.
-Claro. Si tú haces eso, ¿cómo van a dejarte ir? -replica el amigo.
Lo solucionan de esa manera.
Muchas veces, el conflicto centrado en la fiesta tapa el otro aspecto: cómo acompañarlos
en esta etapa tan difícil. La pregunta es: ¿cómo se resuelve? Habrá que hablar con la hija o
el hijo y decirles que si van a la fiesta es porque ellos y la familia han decidido que vayan.
Tendremos que ayudar a nuestros hijos para que estén fortalecidos.
Gracias a ello es más fácil que el chico pueda decir al amigo: “Todavía no tengo ganas de ir
a la fiesta”, sabiendo que él no quiere ir. Por eso debe haber un espacio de confianza en el
que el chico pueda decir: “No tengo ganas de ir a esa fiesta. Voy porque el lunes se van a
burlar de mí porque no fui”
Si logramos en alguna medida que el chico nos diga eso, habremos ganado un espacio
muy importante. Es difícil pero fundamental, porque lo que no hablamos hoy se nos
convierte en un abismo a los 15-17 años. En ese momento ya será más difícil hablar si no
hemos establecido de antemano esa red de diálogo en pequeñas cosas.
Cuando descubran que los respetamos y los escuchamos, van a poder decir: “En realidad,
no tengo ganas de ir. Además, me aburro. No me divierte ese programa” (como afirman
comúnmente después de trabajar en los talleres).
Debemos acompañarlos durante el tiempo que se mantenga la duda (esta situación se da
comúnmente entre los 12 y los 15 años. Les diremos: “Sólo te ocurrirá este año, el
próximo te sentirás distinto. El año que viene tendrás ganas de ir y te divertirás”. Entonces
les ponemos delante un futuro y les respetamos su crecimiento. No los sacamos de la
fiesta, no se trata de que no lo dejemos ir. Las cosas cambian. “El año que viene estarás
distinto, y ellos también”.
Hay que tranquilizarse y saber que nuestros hijos están pasando por una etapa de
transición.
Lo más importante saber que, aunque resulte muy difícil, tenemos que escucharlos; que,
cuando estemos sentados a la mesa, aunque estemos muy interesados en hablar con
nuestro marido o nuestra mujer de cosas importantes para nosotros, tenemos que
escuchar lo que está diciendo nuestro hijo.
Generalmente, se habla de lo que no entendemos.
Nos decía una madre en un taller: “Es muy difícil sentarse a escuchar a alguien, en especial
a los chicos”
Eso es debido a que para escuchar tengo que dejar de pensar por un momento que lo que
pienso es lo único verdadero; así puedo escuchar lo que otro tiene para decirme.
Les decimos a los chicos en los talleres: “Ustedes en la mesa también pueden hacerse un
lugar para hablar; también tienen la responsabilidad de que los padres los escuchen”
No sólo los padres tenemos esa responsabilidad, los adolescentes también han de
aprender a insistir en lo que les preocupa.
Por eso es una red. Entre los padres, los docentes y los chicos.

Carta leída y trabajada en los seminarios de capacitación para directores, docentes y


padres en el Forum de Barcelona

Límites

Un límite significa armar un espacio: delimitar un territorio para que nuestros hijos y
nuestros alumnos puedan amar, vivir y pensar.
Acotar esos espacios violentos, propios de la infancia, permite al niño conquistar el
territorio del amor, ya que así se desarrolla en él la capacidad de retroceder frente al dolor
ajeno, dando lugar al entendimiento, a la comprensión, y desarrollando de este modo su
inteligencia.
Los límites no autoritarios entrañan la posibilidad de pensar. Un límite ordenador organiza
una ley. Instaura la figura de un padre (como función ordenadora), que debe ser
respetada, disminuyendo de este modo rápidamente los miedos, ya nunca más estará
solo.
Sabiendo qué es lo que se puede y lo que no se puede.
Sabiendo qué es lo que se debe y lo que no se debe.
Después de haber sido comprendidos en esa difícil etapa que es crecer (donde todo, día a
día, es siempre nuevo), sólo así nuestros hijos y nuestros alumnos podrán con más
tranquilidad prestar atención a sus maestros.
Un proceso importante sucede en la pubertad, en la adolescencia: es el momento en el
que se cierran situaciones infantiles.
En la adolescencia, no es que “todo sea nuevo”, es el proceso donde culmina el desarrollo
infantil.
Es decir, situaciones no muy sencillas que han sucedido en la infancia no se cierran
sencillamente en la adolescencia.
Por eso es tan importante la noción de observación de lo que le sucede a un niño sin
sentirnos culpables, sino responsables.
Siendo la infancia estructurante del ser humano, hablamos de una organización afectiva,
intelectual, y de un entramado físico y psíquico.
Es así como lo físico constitucional forma con lo adquirido una trama, un tejido más o
menos fortalecido.
Sobre estos cimientos se comienza a edificar todo el desarrollo futuro del niño.
Por eso, la tarea de la prevención es fundamental en esta etapa. Todavía estamos a
tiempo, estamos más cerca de desandar el camino en que se enredaron los hilos.
Nuestra tarea de prevención comienza así en edades cada vez más tempranas, llegando
desde la pubertad hasta la adolescencia, a un espacio en la vida de nuestros hijos y
alumnos en donde los riesgos son cada vez más posibles y concretos, donde ya se
sustituye el juego, la fantasía, por la realidad.

Límites
Parámetros de prevención ante situaciones de riesgo

Prevención Dolor - Existencia Situaciones de riesgo


No límite
Límite ordenador A pesar del enojo con los Déja al adolescente soltado de
Un límite tiene que ser límites, estos le permiten al un marco de valores.
explicado para que el chico adolescente saber hasta Comúnmente genera violencia
pueda entender el porqué de dónde y por dónde transitar, sobre sí mismo y lleva a la
lo que sucede. Esto lo ordena, aliviándose de este modo el autodestrucción.
lo tranquiliza, y le permite dolor y la incertidumbre frente
pensar, amar y estudiar a tantas decisiones nuevas. Límite autoritario
Límite caprichoso. Límite no
explicado. Lmite del “porque
lo digo yo”. El que emite la ley
cree que es la ley.
Se le niega al adolescente la
capacidad de pensar y se lo
lleva a responder con
violencia, generalmente sobre
los otros
La gravedad de los hechos
¿Temen los docentes a las reacciones violentas de sus alumnos a la hora de poner un
límite?

Caso presentado por docentes de alumnos de 14-15 años


Una vez finalizada la hora de clase, una docente solicita a dos alumnos que se retiren
porque terminó la hora de clase.
Uno de ellos ha agarrado una guitarra de un compañero y no quieren irse. Dicen que no
están haciendo nada malo. Cuando la docente insiste, uno de ellos se levanta, la amenaza
y da golpe contra la pared.
Al día siguiente los alumnos regresan a la clase. La docente les dice que si una nota de
disculpa no pueden entrar. Los alumnos le preguntan por qué y se retiran del aula dando
un portazo.

Cómo actuar si un alumno no acepta los límites


 Saber que el límite no debe ser puesto en el momento en que el alumno se pone
violento. Esperar a que la situación se tranquilice.
 Soportar no enojarse, ya que el docente va a buscar desafiarnos.
 Establecer un límite ordenador, refiriéndolo a una legalidad.
 Explicar el límite para que el alumno pueda pensar porque tuvo esa reacción y por
qué no puede tenerla con su docente (área de la explicación del límite ordenador).
 El docente debe saber el porqué de la explicación de dicho límite.
 Es muy importante que el docente no resuelva la situación sólo.
 El docente debe remitirse a un orden institucional: director (figura de un padre
ordenador) que le permita respaldarse en la legalidad institucional.
 Es fundamental que se mantenga la coherencia director-docente, sostenidos en los
mismos códigos y respetando ambos la misma reglamentación.
 Establecer un límite respetando al chico y escuchando sus razones.

Caso presentado por docentes de alumnos de 11-12 años


Curso de sexto de primaria. Los chavales han vuelto del patio. Un niño que tiene
problemas familiares, y en clase se pasa todo el tiempo llamando la atención, entra en el
aula con un juego.
Comienza a jugar con él, interrumpiendo la clase. La docente le indica que deje de jugar y
el niño no quiere. La docente insiste.
Le quita el juego y el alumno se pone de pie para ir a buscarlo. La docente le dice que se
siente y él no quiere. El alumno le dice: “Dame mi juego porque si no se lo diré a mis
padres”. Todo el grupo se pone a cantar.
El niño se acerca al armario donde ella ha guardado el juego. La docente le da un golpe a
la puerta del armario y al hacerlo golpea al niño. El niño vuelve a su sitio y dice que le va
que la va acusar ante sus padres.

 El chico genera miedo en la docente, quién se defiende instintivamente, lo que la


lleva a una actitud de violencia física.
 Es importante frenar esta situación es cuando comienzan a aparecer y no dejar que
se desborden.
 Cuando el alumno se da cuenta de que el docente puede tenerle miedo, comienza
a avanzar. Sin un límite que lo contenga, que frene su violencia infantil, queda
preso de una agresión que no puede dominar, llegando en muchas situaciones a
agredir al docente que no supo ponerle el límite adecuado.

¿Cómo actuar?
 El docente debe frenar la situación desde el inicio, sin caer en el enojo que podría
hacerle confundir su papel y llevarlo a una actitud de violencia física.
 Ejercitar su función ordenadora, no entregarse a una pelea entre pares sabiendo
que, de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, puede agredir psíquica o
físicamente al alumno.
 Apelar a la dirección estableciendo una red de coherencia entre el docente y el
director, y abrir un espacio de diálogo en el que se pueda hablar del tema.
Capítulo V

Elevada tendencia al consumo en la


adolescencia
Después de mucho tiempo y reiteradas veces en que los adultos hablamos con los
adolescentes sobre el efecto negativo de las drogas, después de intentar tantos caminos
posibles:
“Tenés que saber que la droga te mata”
“Tenés que saber que la droga te destruye”
“Tenés que saber que quiebra tus neuronas, una a una, y que no hay forma de
recuperarlas; que una vez que esto sucede es irreversible; que no tenemos con qué
sustituirlas; que no se compran como una pieza que ya no funciona. No tenemos otras”.
Nos esforzábamos, pero sus caras se mantenían impávidas. Ya lo sabían; no les decíamos
nada nuevo, nada distinto. Información les sobraba.
Internet se ocupaba de este tema con más eficacia que nosotros.
Los invadía muchas veces de información, los violentaba, los dejaba pasivos, los atrapaba
en su telaraña de “saber”: ¿qué y dicho por quiénes?

Ser padres y ser docentes es estar atentos. Es escucharlos.


Una mañana, un alumno de 15 años, nos dijo:
Alumno. Yo tomo 5 o 6 latas de cerveza. Y ya está.
Implementadora. ¿Ya está?
Alumno. Sí, se me pasa el miedo o no sé, no sé porque no me acuerdo nada
Implementadora. ¿No te acuerdas de nada?
Alumno. Y si tomo más, ni te cuento; no sé ni lo que hago.

Muchas veces, como adultos, quizás tenemos frente a nuestros ojos ese camino, esa luz,
para entenderlos y no lo vemos.
No lo vemos, como Edgar Allan Poe en su relato “La carta robada”. Está ante los ojos de
todos y por eso mismo nadie lo ve.
Implementadora. ¿No te acuerdas de nada?
Alumno. No, y un poco me da cosa
Implementadora. Si no te acuerdas de nada, ¿cómo recuerdas los buenos momentos?
Alumno. Los buenos momentos se me olvidan
Implementadora. ¿Se te olvida lo que has vivido esa noche?
Alumno. Bueno, sí.
Implementadora. ¿Si?
Alumno. Sí
Implementadora. ¿Lo que te has divertido, con quiénes has bailado, con quiénes has
hablado o a quiénes has conocido?
Alumno. Sí, muchas veces me encuentro con alguien y me dice: “¿Te acuerdas de lo bien
que lo pasamos el sábado?”. Y yo no me acuerdo ni de quién es.
Implementadora. ¿Y eso?
Alumno. Eso es un bajón
Implementadora. ¿Bajón?
Alumno. Me hubiese gustado saber de qué hablaba
Implementadora. Es decir que el alcohol o lo que fuera te roba el encuentro
Alumno. Sí…
Implementadora. ¿Te gusta?
Alumno. Bueno, no
Implementadora. Entonces el alcohol o la droga se queda con tu posibilidad de recordar
Alumno. De saber qué hice.

Ahí estaba, algo se conmovía.


Les preguntábamos: ¿Por qué perder la posibilidad de recordar, de elegir? ¿Por qué
ofrecerse como objetos a una sustancia tóxica que les hace perder el encuentro?
Implementadora. Te hace perder la fiesta. Tu diversión…
Alumno. Sí
Implementadora. Entonces, ¿quién se queda con tu fiesta?

Cuando los incluimos como sujetos, empiezan a mirarnos con atención; empezamos a
decirles algo nuevo, algo en lo que no han pensado hasta ahora.

Consumo y adicción

Ya hemos definido conceptos muy importantes en nuestros ejes de trabajo:


 Violencia activa: consiste en violentar el recinto, el cuerpo, la casa, la morada del
otro y su máxima expresión es la criminalidad.
 Violencia pasiva: se produce cuando la violencia recae sobre sí mismo, sobre el
propio cuerpo.
 Suicidio: máxima manifestación de violencia contra uno mismo. No hay nada que
frene, que ponga un límite, se termina con la vida de uno.
 Adicción: expresión de la violencia que en un individuo ejecuta sobre sí mismo,
sobre su cuerpo mediante la ingestión de una sustancia tóxica.
Cuando vimos que la adicción es ese punto tan fuerte de violencia que un individuo puede
ejercer sobre sí mismo, y la manera en que dicho concepto era utilizado indistintamente
con el concepto de consumo, descubrimos que era necesario diferenciarlos.
Consumir es propio de la curiosidad por probar del adolescente.
El adolescente puede consumir alguna sustancia tóxica sólo para pertenecer al grupo de
amigos, por no saber todavía bien qué es lo que quiere y cómo.
Tenemos que asumir la responsabilidad de acompañarlo y ayudarlo a no llegar a las
drogas.
El consumo en la adolescencia puede llevar a perder la posibilidad de elección y decisión.
El consumo puede no permitir el cuidado del propio cuerpo y del cuerpo del otro. Más de
una vez los chicos nos han dicho que toman alcohol para deshinibirse porque tienen
miedo. El alcohol produce desinhibición sólo en el primer estadio: el de euforia; pero, en
realidad, el alcohol es un depresor del sistema nervioso central.
Como vemos en las escenificaciones, los chicos dicen más de una vez: “Nos deprime, nos
produce ganas de llorar, no sabemos qué hacer, no sé con quien estuve, no sé lo que
hice”. Y en una época tan difícil, en la que no se puede obviar el flagelo del sida, es
peligroso no saber con quién se estuvo: qué hice, si me cuidé, si no me cuidé, si cuidé al
otro…
En un colegio de Buenos Aires, una chica de 17 años decía: “Yo no tomo, no tomo nada”.
Hasta que el amigo le dijo: “¿Cómo decís que no tomás si estoy cansado de quedarme a tu
lado en la disco para ver junto a quién te despertás?”
Él, que la conocía desde los 7 años, la cuidaba porque tenía miedo de que ella no supiera
con quién iba a estar. Es decir, aquello, que está relacionado con la droga nos deja a
merced de la voluntad del otro y nos hace esclavos del otro.
Muchos chicos nos dicen: “Yo no tomo nada, sólo 6 latas de cerveza en una noche”
Nosotros les preguntamos: “¿Y qué recuerdas de esa fiesta? ¿Quién se quedó con tu fiesta
si tomaste 6 cervezas y no te acuerdas de con quién estuviste? ¿Quién se quedó con tu
fiesta? ¿El alcohol? ¿El alcohol es el que te roba la posibilidad de recordar con quién
estuviste?”

Taller para alumnos de 13-14 años. Buenos Aires


Guion y escenificación escritos por los chicos

Matías. Luciana, me tenés que hacer un favor


Luciana. Otro favor más. ¿Con quién esta vez?
Matías. Pará. Escuchá un poquito. Es por tu amiga.
Luciana. ¿Qué de mi amiga?
Matías. Vos sabés que me gusta.
Luciana. Claro. ¿No es tu novia?
Matías. Y viste que transamos
Luciana. Sí, ¿y qué? ¿Qué tiene?
Matías. Qué, ¿te molesta? ¿Te pones celosa?
Luciana. ¡Celosa me voy a poner! Si son mi primo…
Matías. Bueno, bueno, vamos a lo mío, que si no me vas a marear. Convencela a Laia que
tenga relaciones conmigo porque si no le voy a cortar. Es una inmadura
Luciana. ¿Qué te pasa, nene? Estás loco. ¿Por qué no lo hacés vos?
Matías. Porque vos sos la amiga. Y ella a vos te obedece
Luciana. ¿Y a vos no?
Matías. No es eso. Ustedes son mujeres
Luciana. Bueno, yo la convenzo
Matías. Dale
(Laia y Luciana se encuentran)
Luciana. Laia, me dijo Matías que en la fiesta que viene que tengas relaciones con él
porque sino te va a cortar. Además, dice que sos una inmadura
Laia. No, Lu. No, no quiero. A mí no me parece bien tener relaciones a nuestra edad
Luciana. Pero es que si no te va a cortar y vas a quedar como la única que no tiene novio
más grande y no sé.
Laia. A mí no me puede cortar porque no quiera tener relaciones con él. No me parece
justo. Cuando sea más grande está bien y no soy una inmadura. Por ahí él piensa que sí,
pero no soy así y tampoco quiero hacer esas cosas
Luciana. Bueno, hacé lo que quieras pero yo te digo: te conviene
Laia. Pero ¿qué me va a cortar si yo no, no…?
Luciana. Si
Laia. Bueno no sé. Lo voy a pensar. Ahora me voy a mi casa. ¿Me pasás a buscar?
Luciana. ¿Vas a la fiesta?
Laia. Sí. (En la casa con sus papás) Hoy me voy a una fiesta que es en lo de unos amigos
Madre. ¿Hoy, Laia? ¿Siempre diciendo lo que querés hacer a último momento? ¿A qué
hora es esto?
Laia. Empieza a las 12
Padre. ¿A las 12?
Madre. De ninguna manera
Laia. Van todas mis amigas. No puedo dejar de ir.
Padre. ¿Quiénes van de sus amigas?
Laia. Todas. Ya tengo 16 años. No me pueden prohibir ir a una fiesta
Madre. Vas, pero sólo si te vamos a buscar a las 3
Laia. ¿A las 3? Empieza a las 12. Yo vuelvo con mis amigas. Nos tomamos un taxi
Madre. De ninguna manera
Laia. A las 5 estoy acá. Por lo menos.
Padre. Ya escuchaste tu madre. Te vamos a buscar a las 3. Y volvés con nosotros
Madre. Llevá las gafas para la vista
Laia. Ay, mamá. Me tenés harta. ¿Por qué sos así?
Padre. Laia más respeto y acordate…, a las 3 en punto
(En la fiesta)
Matías. (Tomando). Hola Laia. ¿Hablaste con Luciana?
Laia. Sí, hablé.
Matías. ¿Y?
Laia. ¿Y qué nene? No soy una inmadura
Matías. ¿Eso te dijo? Yo no dije eso. Hace un montón que estamos saliendo. Vos a mí me
gustas.
Laia. ¿Te gusto?
Matías. Y si, Laia. Estoy con vos. Vos tenés que demostrármelo
Laia. Y si yo te lo demuestro
Matías. Sí, pero no me alcanza
Laia. ¿No te alcanza?
Matías. Dale. Vamos a la habitación de Luciana
Laia. ¿A la habitación de Luciana? ¿Solos?
Matías. ¿De qué estamos hablando, Laia? ¿Cuántos años tenés?
(Silencio)
Laia. Esperá, que llevo unas cervezas
Matías. Vamos
(Van a la habitación)

En esta escenificación aparece una adolescente (Laia) que, ante la presión y la influencia
de otros adolescentes (Luciana y Matías), se siente criticada y tratada de “inmadura” y
percibe que va a hacer algo que no quiere hacer. Dice: “Esperá, que llevo unas cervezas”.
O sea, para poder atravesar esa experiencia, ¿tiene que anestesiar su miedo a su
inseguridad con el alcohol?
Si podemos abrir un espacio para pensar sobre esto con nuestros hijos o con nuestros
alumnos, entonces ya no es: “El alcohol te hace mal”. Es empezar a ver que el alcohol se
queda con la posibilidad de elegir, con la posibilidad de ser sujeto. Hemos dado un paso
más. Hemos ganado la posibilidad de que digan: “Quiero saber también con quien estuve,
qué sentí y qué viví”
Diferencia entre consumo y adicción

Podemos establecer una diferencia importante entre aquel que toma cerveza en las
salidas de fin de semana, presionado por la influencia de sus amigos, y aquel que tiene
una estructura adicta.
La diferencia sustancial entre consumidor y el adicto es la estructura.
La estructura es lo que prepara el sujeto para que algo suceda o no suceda.
La estructura es la fuerza o debilidad que un chico tiene física y psíquicamente. Es la
posibilidad de un padre o una madre internalizados.
Una estructura fortalecida psíquicamente significa que tenemos un ordenamiento (un
orden posible), que no debe ser autoritario, con pautas éticas que el adolescente entienda
y asuma.
Significa que “en mi familia hay cosas que no se pueden hacer”. Eso no quiere decir “ser
anticuado”, sino “estar dentro de un orden”.
Un chico sin un orden establecido no puede pensar, no puede estudiar, no puede amar.
El principal objetivo de nuestra labor preventiva como padres y educadores es tratar de
que los chicos no lleguen a la droga. También sabemos que si la estructura está
fortalecida, los chicos respetan una legalidad y existe una función paterna, el hecho de
que un chico pruebe alguna sustancia tóxica no es motivo suficiente para hacerse adicto.
Ningún chico se hace adicto si no tiene una base estructural que lo permita.
La droga va a llenar un espacio afectivo, ausente. La droga es el tejido que se adentra en el
agujero que no terminó de consolidar el tejido original, en ese punto donde afectivamente
falla y falta algo.
Si este tejido está más o menos consolidado, el chico puede probar, puede pasar por una
crisis de adolescente o puede tener esos exabruptos fuertes de la adolescencia, pero,
afortunadamente, no por eso se va a ser adicto.
Un chico se hace adicto cuando, ante el agujero afectivo, “el bienestar ilusorio” de la
droga hace de tejido de aquello que no tuvo.

El dolor en la adolescencia

Pensemos en el concepto de dolor. El dolor es un concepto muy fuerte para los seres
humanos.
Pensemos en el dolor en el cuerpo. Ese punto de dolor (por ejemplo, un dolor físico
concreto) hace que el mundo se reduzca al espacio que duele.
Un dolor hace que el mundo sea únicamente eso que duele, y uno podría dar mucho para
que algo o alguien lo reduzca. El cuerpo quiere expulsar rápidamente el dolor físico y el
afectivo. Comúnmente, los dolores físicos se calman con una sustancia química, con una
droga legal.
Definamos algunas de las situaciones que generalmente nos producen dolor.
Una de ellas es el cuerpo, situación de dolor que siempre tratamos de aliviar rápidamente.
Otra es el mundo externo. La interrelación con el mundo externo nos produce situaciones
complejas y agobiantes de las que necesitamos aliviarlos. Entre ellas, una de las que más
nos ocupa y que nos resulta bastante difícil de tramitar es la relación con los otros.
Esas situaciones de dolor que experimenta el ser humano son aún más importantes y se
viven con mayor dificultad en la etapa de la adolescencia
La adolescencia es un nuevo nacimiento. Se juega la existencia y el miedo a situaciones
nuevas. En la adolescencia uno transita por el dolor de la existencia.
Pensemos en los dolores afectivos en una etapa como la adolescencia, en la que los chicos
no saben todavía bien quiénes son, qué lugar ocupan y de qué modo vivir su sexualidad, y
en la mayoría de los casos temen el encuentro con el otro.
¿Qué sucede en el caso de un chico adicto? Imaginemos un chico que no existe para su
madre o padre (“ha caído de la mirada de sus padres”) y por ello siente un dolor
existencial inimaginable.
Imaginemos ese chico no mirado, no escuchado, a quién de pronto le ofrecen una
sustancia que le alivia de ese dolor. ¿Quién le quita ese alivio?
Mis pacientes, de 16 años, se sentaban en el diván y decían: “¿Cómo podés saber lo que
yo siento? ¿Cómo puedo saber que el espacio de esta terapia que vos me ofreces es mejor
y que garantía me das?”
A lo que yo contestaba: “No puedo darte ninguna garantía, estoy acá escuchándote,
mirándote y viendo cómo puedo ayudarte” Ese “escuchándote, mirándote” tenía que
hacer fuerza de palanca para sostener algo que era como una piedra, que se caía al suelo
permanentemente.
Uno no puede decir a un adolescente rápidamente que esto es lo mejor, porque no nos
cree.
Somos responsables como sociedad de que no nos crean. Tenemos que escuchar su dolor.
Respetar su dolor. Intentar ganar su confianza.
Los testimonios de los chicos adictos son muy fuertes. Se trata de chicos que se han vuelto
violentos porque los hemos soltado, porque nunca se ha puesto el límite a su violencia
infantil.
Dado lo complejo del tema, abordaremos algunos aspectos que nos interesan para
nuestra investigación.

El alivio ilusorio de la droga

No debemos temer a la droga, debemos entender qué es la droga.


No todos los chicos se hacen adictos. Debemos trabajar para que entiendan a qué tipo de
muerte lleva la droga, porque en esa ilusoria sensación de que existen a través de ella es
donde se autodestruyen. Lleva tiempo desarticular la ilusión que la droga les pone
delante.
El adicto se diferencia del consumidor en que no tiene control sobre su cuerpo. La
pregunta no es: “¿Qué hice?, el alcohol me está dañando”, por ejemplo. Es el cuerpo el
que dice basta, el que pone el freno.
Si desafortunadamente se cruzan los dos ejes, el de la curiosidad adolescente con el de
una estructura llamémosle debilitada, es muy probable que se produzca el doloroso
fenómeno de la adicción, muy difícil y muy trabajoso de eliminar.
No hay soluciones mágicas del tipo “si el chico pone voluntad puede salir”. Por supuesto
que necesitamos un mínimo de voluntad para que pueda salir, para que intente el difícil
camino de la curación, para que quiera colaborar en equipo con nosotros, pero sólo con la
voluntad no basta.
Después de muchos años de trabajo en lo que son las adicciones, cada vez más me doy
cuenta de que esta tarea es verdaderamente ardua y difícil. Porque tenemos que restituir
tejido sano en ese agujero efectivo ausente que ha obturado la droga.
Volvamos a la diferencia entre consumidor y adicto.
El consumidor es aquel que se aleja durante un momento de la presión de la realidad y de
los conflictos. Es el chico agobiado por algún problema muy fuerte y que toma alcohol.
Necesita salir un rato de esa situación de presión. Pero luego, después de que se le pasa la
“borrachera”, vuelve a ser él, como, por ejemplo, la adolescente del guión y escenificación
escrito por alumnos de 13-14 años, que toma una cerveza para poder tener relaciones
sexuales. La existencia no está en cuestión en el consumidor.
Sí lo está en el adicto. Este no tiene existencia fuera del momento en que se droga. El
adicto, cuando consume droga, cree que existe. Sin embargo, allí donde cree vivir, muere.
El adicto muestra el horror de estar fuera de la demanda de amor. Un adicto no pide nada,
no exige nada. No viene a la consulta, es traído a la consulta. El adicto grave frena
solamente cuando el cuerpo dice basta. Es un resto. No reclama. No pide. No hay
demanda de amor. No responde a nuestra demanda de que, como hijo, nos solicite amor.
Vive en un territorio de absoluta pasividad. Se acompaña de la experiencia de su cuerpo,
no de su voz.
En el adicto grave no existe una voz interna que diga: “Pará, no te drogues, te vas a
destruir las neuronas”. Lo único que lo frena es el cuerpo. No desde una voz superyoica,
de conciencia, donde reflexiona: “No puedo pensar, no puedo estudiar, se me está
dañando el cerebro”
Lo único que le pone freno al adicto es el cuerpo, un cuerpo que la mayoría de las veces
no resiste. No sienten culpa por lo que han hecho, por despertarse y descubrir que están
en una situación transgresiva.
Por eso, en la relación de la droga con el sida, el peligro de contagio se produce no sólo
porque se infectan al pasarse la jeringas, sino porque hay un momento en el que no existe
un verdadero registro de lo que han hecho (estamos hablando de intoxicaciones agudas)

Sienten que son nada

La mayoría de las veces, cuando las situaciones ya son verdaderamente graves,


escuchamos cómo los padres y los educadores se sienten realmente impotentes ante un
chico adicto.
No saben qué hacer, cómo actuar. Si los chicos adictos no demandan nada, no quiere
nada, el castigo y el enojo no funcionan. Los padres nos dicen: “¿Qué vamos a castigar? Si
los castigamos, entran en un estado de abulia, de apatía, y no quieren saber nada de
nosotros”
No quiere nada porque sienten que son nada.
Se trata de encontrar el origen de la enfermedad para que podamos detectarla y sacarla a
la luz.
La adicción es expresión de la violencia contra sí mismo y muchas veces la antesala del
abrazo mortal del suicidio.
Cuando el deterioro neuronal es tan alto, lo que sigue es el suicidio; es muy posible que se
llegue a la muerte por sobredosis. Por eso la sobredosis se da con frecuencia.
No podemos decir que un chico se droga por las mismas causas que otro.
Las situaciones generalizadas no existen, porque los ejes se cruzan individualmente.
En las intoxicaciones agudas solemos observar que el chico adicto, cuando se ve privado
de aquello que le posibilita ilusoriamente la droga, busca la forma de instrumentar el
medio externo para volver a apropiárselo.
En el trabajo de investigación nos sorprendieron los verdaderos efectos de la marihuana
en estos estadios de gravedad.
En la embriaguez cannábica se observan varias fases:
La primera fase, de intoxicación aguda (el cuerpo ha recibido más de lo que soporta),
corresponde a la euforia: sensación de bienestar físico y psíquico, una ilusoria
estabilización.
En este momento se produce una embriaguez hipomaníaca; de pronto se siente bien. Se
ha estabilizado de manera ilusoria tanto física como psíquicamente.
Unas horas después aparece la etapa de confusión: se produce lo que se denomina
desdoblamiento de la personalidad con desinhibición de todas aquellas situaciones
relacionadas con el pudor, el miedo y la moral.
Se levanta la represión de lo que tiene que ver con la culpa. Se comienza hacer aquello
que antes se evitaba por pudor o por miedo. Es un momento en el que no sé retrocede; el
otro pasa a ser un objeto y, si no hace lo que el adicto grave quiere, éste puede atacarlo
violentamente.
Entonces, reflexionemos sobre qué le sucede a un adolescente adicto grave cuando se
cruzan algunas de estas variables de riesgo.
Por ejemplo, tomemos un adolescente de 14 o 15 años que está atravesando la fase de
embriaguez cannábica.
Padece un dolor profundo. Está solo. No sabe qué le pasa. Llega alguien y le dice: “Aquí
tengo esto, y sé que te alivia”, posicionado en el lugar de una voz que conoce el dolor que
el adolescente parece y que además instrumenta rápidamente cómo expulsarlo. Se
establece si un circuito inquebrantable de amo y esclavo, hasta que el cuerpo o la falta de
droga lo quiebra.
Si introducirse eso en el cuerpo pasa a ser su “ilusión de existencia”, cuando no lo tiene
¿qué hace? Sale a buscarlo como sea, a instrumentar aquello que denominamos violencia
activa, a agredir a quien sea para conseguirlo. Cuando el adicto grave sale a delinquir, lo
hace porque el otro posee aquello que le va a aliviar el dolor que le produce ese agujero
que lo devora.
En ese delinquir se encuentra lo que denominamos la interacción entre la violencia pasiva
(aquella que ejecutó sobre mi propio cuerpo) y la violencia activa (salgo a violentar el
cuerpo del otro si necesito esa sustancia tóxica)
Los chicos adictos se reducen al lugar de un objeto que no solicita nada. Lograr que un
chico adicto haga una demanda de amor, que pida, es una tarea verdaderamente difícil, y
es expresión de nuestro deseo de ayudarlos.

Carta leída y trabajada en los seminarios de capacitación para directores,


docentes y padres

Sabremos también que somos responsables

Responsabilidad no significa culparlos


Significa dar una respuesta, un intento de solución a la dolorosa trama de las pasiones
humanas.
Erigirnos en jueces sólo significa tomar distancia y creen que estamos fuera; somos
observadores.
Responsabilidad hacia nuestros jóvenes que nos cuestionan en sus actos, como padres,
docentes y autoridades.
Nos cuestionan con sus actos quiere decir que nos preguntan, no gritan, denuncian lo que
no entienden.
Y cuando ese acto es drogarse, alienarse, perderse en el no saber cuál es su existencia, ese
acto se convierte en un flagelo donde el borde es la muerte.
Allí tenemos que estar, tenemos que despertar.
Poder ir más allá de nuestros espejos, de nuestros espejismos; verlos y escucharlos.
Saber que somos responsables de que ese acto es una demanda; una demanda que un
adicto no puede hacer.
Somos nosotros los que tenemos que leer ese flagelo una desgarrante demanda de ayuda.
Un adicto grave ya no puede pedir nada, sólo es “eso” que el flagelo lo deja ser; un resto
perdido que sólo quiere ese alivió que la muerte enmascarada le ofrece.
Paradoja violenta, ya que allí donde cree existir, muere.
Existe en la más profunda autoagresion (violencia pasiva).
Saliendo a delinquir, en casos extremos (violencia activa), para encontrar la sustancia que
en su ilusión delirante lo alivie.
Emboscada tramposa; allí donde se busca sólo encuentra su propio despojo.

Somos nosotros, la sociedad, los que debemos descifrar ese complejo código de vida
trocada en muerte, donde algo sucede que no entendemos y se teje el destino cruel de
violencia y destrucción.

Prevenir es entender
Entender es no enjuiciar

Es regresar al punto en el que se enredaron los hilos.


Investigar dónde se perdió el cauce de un orden paterno, de una autoridad ordenadora.
Una ley que resguarda, protege y dice que todo no se puede.
Una ley que prohíbe, frustra la creencia de una madre que no puede distinguir entre “su
cuerpo y el cuerpo de su hijo”, entre su existencia y la existencia de este.
Un padre que diga “no” para que un hijo pueda pronunciarse y así humildemente buscar
soluciones para poder comenzar de nuevo.
Elevada tendencia al consumo en la adolescencia
Parámetros de prevención ante situaciones de riesgo en la adolescencia

Situaciones de riesgo
Normalidad Dolor-Existencia
Patología
Generalmente se observa: Alcohol y otras drogas como ilusión La droga va al lugar de un dolor
de anestesiar el dolor y el miedo, existencial
ELEVADA TENDENCIA AL CONSUMO propios de esta etapa No se hace adicto cualquier
Influencia del grupo de amigos Dolor afectivo adolescente
Alcohol y tabaco para poder
compartir los códigos del grupo que Diferencia entre consumidor y adicto Adicción: red estructural no
le ofrece pertenencia. fortalecida
La droga llena un espacio afectivo
Consumo ausente
Como expresión ilusoria que le alivia
la presión ante tantos cambios.

La gravedad de los hechos

Preocupa en los colegios el consumo de alcohol.


“El alcoholismo en los adolescentes es un problema más grave que la droga”
Argentina: Crece la inquietud por alto consumo de alcohol en los chicos. Directores y
padres admiten que los alumnos beben desde los 11 años.
Dice el rector del Colegio Nacional Buenos Aires: “El alcoholismo en los adolescentes es un
problema más grave que la droga. Los padres no tienen ningún freno ni control sobre esto”
“Hay chicos que llegan ebrios a la escuela -contó el rector de la Escuela Superior de
Comercio Carlos Pellegrini-. En estos casos avisamos a los padres para que los vengan a
buscar y, si el chico está muy mal, llamamos al servicio médico del colegio”. Y acotó: “Esto
pasa en todos los turnos, y tampoco hay mayor diferencia entre los varones y las mujeres
respecto de la ingesta de alcohol”

Algunos signos físicos que permiten detectar el consumo de alcohol


 Dificultad en el discernimiento (embotamiento), razonamiento lento e inseguro.
 Cefaleas (dolor de cabeza)
 Expresión nauseabunda
 Dificultad para hablar y en la marcha

¿Cómo actuar ante el consumo excesivo?


 Estar alerta ante los alumnos que llegan al colegio con resaca alcohólica (cefalea,
estado nauseabundo)
 Saber que los alumnos se quitan la resaca del alcohol con un estimulante: café,
anfetamina y, en casos más graves, cocaína. Van exageradamente despabilados al
colegio. Este es un circuito grave.
 No generar una instancia policíaca
 Si sigue muy alcoholizado, llamarlo siempre por su nombre, ofrecerle de comer y
tratar de calmarlo, ya que existe la posibilidad de que se ponga muy violento. No
conviene que hace demasiadas personas alrededor.
 Saber que consumir es propio de la curiosidad adolescente. Asumir la
responsabilidad de acompañarlos y escucharlos para que no lleguen a la droga.
 Si negamos esto, los estamos dejando solos y en riesgo.

Algunos signos físicos que permiten detectar el consumo de sustancias tóxicas


 Cocaína: hiperexcitación y alerta excesiva. Euforia. Transpiran excesivamente y
están agitados. Constante secreción nasal.
 Marihuana: conjuntivas inyectadas, enrojecidas. Pérdida absoluta de los intereses,
aún en la relación con los amigos.
 Éxtasis: alteración del sueño. Aumenta el umbral de tolerancia al dolor, que
favorece altamente la autodestrucción. Hiperexcitación, agresividad.

¿Cómo actuar?

Primer paso:
 Escucharlos.
 Abrir un espacio de diálogo con el hijo-alumno, teniendo en cuenta su
desconfianza hacia los adultos
 Mantener un espacio de abstinencia sin ser intrusivos, logrando su confianza, sin
que se sientan traicionados
 No acusarlo ni decirle: “La droga te va a matar”. Lo sabe.
 Cuando se llega a una adicción grave, los adultos tenemos que saber que lo que
sigue puede ser la autodestrucción total. El límite lo pone el cuerpo.

Segundo paso:
 Lograr la colaboración del chico con lo que le pasa hoy y no entiende
 Escuchar absteniendonos de la angustia que nos produce lo que nos va a decir
 En el caso del docente, conseguir la colaboración del chico, previa comunicación a
la dirección. Cuando se pronuncie diga: “Quiero cambiar”, adviene el tercer paso

Tercer paso:
 Lograr una derivación a un profesional y/o a un centro especializado por parte de
la dirección del colegio, con la autorización de los padres o de algún adulto
responsable del alumno

En síntesis: lo escuchamos respetuosamente, logramos su colaboración y derivamos a un


especialista.

A modo de síntesis

 La adolescencia es como un nuevo nacimiento. Está en juego la existencia y se


temen las situaciones nuevas.
 En la adolescencia se pasa agudamente por el dolor de la existencia
 La adolescencia es un período conflictivo e importante en el que situaciones
infantiles que no se han resuelto muchas veces producen síntomas
 Consumir es propio de la curiosidad por probar del adolescente
 El adolescente puede consumir alguna sustancia tóxica sólo por pertenecer al
grupo de amigos
 El consumo de alcohol, tabaco y otras drogas en la adolescencia muchas veces
sirve para compartir los códigos del grupo que le ofrece pertenencia
 El consumo es expresión ilusoria que alivia las presiones que no pueden resolverse
ni entenderse en los cambios de la adolescencia
 El alcohol produce desinhibición sólo en su primer estadio: el de euforia. A
diferencia de lo que se cree, es un depresor del sistema nervioso central
 El consumo excesivo, con la pérdida de la posibilidad de elección y decisión, no
posibilita el cuidado del propio cuerpo y del cuerpo del otro
 El consumo se diferencia de la adicción
 Para que un chico sea adicto no basta con que pruebe alguna sustancia tóxica
 No podemos decir que un adolescente se droga por las mismas causas que otro
 La diferencia sustancial entre el consumidor y el adicto es la estructura física y
psíquica con que cuenta cada adolescente en particular
 No debemos tener miedo a las adicciones. Debemos entenderlas.

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