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Ideas para el progreso
Casi treinta años después, Ana Teresa es lo que se llama un escritor (sic) de oficio.
Una obra ya considerable no solo por los muchos libros sino por el rigor y la
autenticidad que la respaldan, las distinciones y premios recibidos, su creciente
difusión dentro y fuera de Venezuela, todo esto justifica que existan lectores
interesados en saber de ella, en conocer lo que piensa de la literatura. Este libro
responde a esa curiosidad, pero ofrece algo más. Si se lo lee como quien
contempla un paisaje, viendo cómo se cruzan sus distintos horizontes (el
novelesco y el de la vocación, el de la historia y el del país), quien lo lea como un
continuo, saltándose el andamiaje externo de cada texto, podrá construir un
escenario intemporal e impersonal de donde nacen, o adonde van a parar, todas
sus narraciones (10).
La lectura de este libro como paisaje y pasaje nos lleva a una dimensión personal de la
cultura que se agradece en medio de estos tiempos de anti-humanismo y tribus. Esta
dimensión es muy evidente en la primera parte del libro, “La novela en siete vueltas”,
en la cual la reflexión sobre la propia obra se inserta en variadísimas literaturas y
épocas partiendo de los aspectos del relato registrados desde la Poética, de Aristóteles,
hace milenios: la estructura novelesca, personajes, espacio, tiempo, anécdota, tema y
voz. En la segunda parte, “A la escucha del texto”, se exploran el origen, trayectoria y
singularidades de la voz autoral de Torres, de esa voz alimentada de la experiencia
como psicoanalista, de sus múltiples lecturas y de su pasión por la historia. Se trata de
entender cómo la vida se convierte en literatura pues el sentido de lo humano es
siempre un relato alimentado de la memoria, definida en palabras de Torres“como la
recuperación fragmentaria de acontecimientos, situaciones, circunstancias, personas,
espacios, experiencias, en los que nos detenemos porque algo nuestro se detuvo allí”.
Cierra el volumen con “La escritura y sus circunstancias”, ensayo en que se explora la
condición del hombre y la mujer intelectuales en la contemporaneidad, desde una
perspectiva que no olvida la situación venezolana.
Aunque para Ana Teresa Torres “la posteridad es una fiesta aburrida a la que, por
suerte, no estaremos invitados”, tal como ella lo indica en El oficio por dentro, su
figura encarna como pocos escritores o escritoras en Venezuela la definición de
Edward Said del intelectual como “individuo dotado de la facultad de representar,
encarnar y articular un mensaje, una visión, una actitud, una filosofía o una opinión
para y en favor de un público”. Esta facultad impone el riesgo de la posteridad porque
el mensaje transmitido perdura tanto en las propias páginas como en las de otros.
Torres no ha escrito solo novelas sino textos psicoanalíticos, críticos e históricos, lo
cual aumenta su posible influencia entre gente de diversa formación y procedencia.
Abrevó, al igual que tantos hombres y mujeres dedicados a la escritura, en la idea de
que la literatura era la voz misma de lo humano dispuesta en esas páginas manchadas
de tinta, soporte mismo de verdades universales capaces de remontar vidas, épocas,
culturas e historias. Es decir, Torres disfrutó de la posteridad ajena con la misma
libertad con que desconfía de la suya propia. No se ancló en las certezas ilustradas y
decimonónicas del arte y la literatura, incapaces de resistir los embates de las
revoluciones políticas y tecnológicas del siglo XX, y por ello indica: “Un nuevo
humanismo es necesario, que contemple las diferencias multiculturales, que no parta
del dominio de los centros hegemónicos, pero, al mismo tiempo, que acepte unas
reglas básicas de la civilización, más allá de nuestras distintas historias y problemas”.
Tal humanismo en Torres no solo es multicultural y anti-hegemónico, está cruzado por
su condición de mujer escritora, condición desde la que se posee, según la autora,
“una mirada iconoclasta porque sabe que la estatua siempre es fálica”. Este
humanismo descolocado y auto-reflexivo es fiel a los dictados de la “soledad de la
conciencia”, herencia del pensamiento liberal y de la filosofía romántica que tantas
vidas ha fraguado y destruido, pilar de la vida moderna que es visto con desconfianza
por las causas que justifican lo injustificable en las tranquilidades del gregarismo.
la conciencia es una rara forma de heroísmo, capaz de remontar las metas inmediatas
en pos de otras mayores, pues no de otra manera se construye una carrera de escritor
o escritora en una época y en una sociedad tan poco dada a la reflexión, al silencio, las
ideas y el trabajo sostenido.