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Una muy esperada entrevista

Sonriendo, Fabiana concuerda con que una de las esperas más importantes en su trabajo
fue cuando finalmente consiguió hacerle la entrevista al presidente de Bolivia, Evo Morales.
Fabiana y su compañera estaban solas en la capital boliviana, no tenían dinero ni alojamiento.
Ellas dos se emprendieron en lo que sería una espera que duraría unas tres semanas,
marcada por una cotidiana incertidumbre de si lograrían o no alcanzar su objetivo, el de
hacerle una nota al primer mandatario.
Era un gran esfuerzo cotidiano, que implicaba ir todos los días al ministerio de
comunicación y allí hablar con la ministra de comunicación para pedirle la entrevista con
Evo. La respuesta de la funcionaria era que como no estaba pautado el encuentro, no
estaba en agenda, por lo que Fabiana y su compañera debían emprenderse en esa incierta
espera. Pero el acceso al ministerio no era sencillo para estas mujeres argentinas, pues
ingresaban a las dependencias oficiales con la lengua afuera por la altura. Cordialmente se las
recibía con un té de coca que acompañaba el buen trato de todos los empleados estatales
que repetían, una y otra vez No puede el presidente. Así pasaron tres semanas en que esa
espera, casi como una rutina, parecía no tener fin. Hasta que un día existió una promesa de
conseguir el objetivo.
En uno de los últimos días de esas tres semanas la respuesta que recibieron por parte de los
funcionarios fue distinta. Deslizando una posibilidad, les dijeron El presidente va a ver si
mañana puede atenderlas. Pero ese mañana no pudo ser, pues el presidente tenía que resolver
asuntos proritarios. Era la época en que el gobierno decidió darles a los trabajares doble
aguinaldo, por lo que los empresarios estaban locos y ese era el tema a resolver. Más tarde, ese
día, la promesa de la entrevista se convirtió en una certeza, debían esperar a la mañana del
día siguiente pero para que esta vez les dijeran la hora del encuentro. Mientras iban
ordenando todo para el día siguiente, esa misma noche se produjo la llamada confirmatoria.
La voz al teléfono dijo Mañana a las nueve tienen que estar en la casa de gobierno. La ansiedad se
mezcló con la misma incertidumbre propia del desafío laboral, pues entrevistar a un
presidente implica esperara hasta último momento.
Fabiana concuerda que esta espera se iba encadenando con otras y otras. A las que
estuvimos viendo se suma el encuentro con el fotógrafo y el productor que debían viajar
desde Argentina una vez que se confirmara la cita. En medio de una vorágine, los
encuentros y desencuentros entre quienes conforman el equipo se fueron acoplando a la
ansiedad de que la espera llegara a su fin. Uno llegó en un avión, otro en otro vuelo, no se
podían comunicar entre sí.

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El modo en que estas mujeres se prepararon para la mañana siguiente incluyó un gran
trabajo de logística que permitiera no dejar para último momento ningún detalle. Como por
ejemplo bañarse y acostarse ya preparadas para salir, perfume y maquillaje incluido. El
despertador sonó mucho antes de lo que podría haberlo hecho, pero el temor a quedarse
dormidas las mantenía en una total adrenalina.
En todo ese trayecto, la espera de Fabiana no fue de ella sola. Por el contrario, fue una
espera en conjunto. Su compañera fue un apoyo fundamental, sobre todo cuando en esas
tres semanas Fabiana enfermó. Pero al mismo tiempo, sus compañeros desde Buenos Aires
constantemente llamaban para saber si necesitaban algo. Y fue en equipo que esta espera
llegó a su fin.
Una vez que hubo sonado el despertador, ya listos como estaban, Fabiana y sus
compañeros salieron corriendo a la casa de gobierno. Tomaron un taxi para llegar más
rápido. Pero para llegar más rápido se bajaron del taxi porque había mucho tráfico, aun
cuando todavía les quedaban algunos metros en subida. Con ansiedad comenzaron a
correr. Con la misma ansiedad, pero un poco más agitadas, Fabiana y su compañera
decidieron no correr más, porque ya no podían hacerlo. Mientras, sus compañeros las
esperaban allí. Ellos sí pudieron llegar corriendo, son más veloces. De todos modos, llegó
el equipo completo a la casa de gobierno, eso sí, con la lengua afuera. El ingreso se
demoró, no por nada especial sino por la misma burocracia de siempre que implica la
acreditación. Ya adentro, fueron recibidos con jugo. La lengua seguía afuera, ahora debían
chequear que todo estuviera listo: las cámaras, el grabador. El principal pensamiento que
recorría la cabeza de Fabiana era Todo tiene que salir bien, no hay margen de error.
Hasta último momento, la incertidumbre acompañó a la espera. Podría suceder que a
último momento la entrevista se cancelara, pues algún compromiso podría interponerse.
Ese nerviosismo e inseguridad se evaporó en el momento en que vieron a Evo, se
saludaron y comenzaron a conversar. Fabiana se sentía doble o incluso triplemente
contenta. Primero, porque había logrado alcanzar lo que se propuso, conseguir la entrevista
con Evo Morales. Segundo, por la emoción de charlar con un presidente que llegó desde
tan abajo y que nunca dejó de ser el campesino humilde que había sido. Tercero, porque
finalmente, las tres semanas de espera, con una multiplicidad de micro esperas, valieron la
pena.

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