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La politización de todas las

cosas
La politización de todas las cosas ha tenido efectos
devastadores sobre las relaciones personales. En su
tratado de la amistad, Cicerón apunta que la política es
causa
7233 fundamental de la discordia entre amigos.
Enrique Krauze

10 diciembre 2012

“Politizar" es una palabra relativamente nueva en castellano. No aparece


en el Diccionario de la Real Academia Española (edición de 1970).
Significa al menos tres cosas: una concentración excesiva en la política a
expensas de las diversas zonas de la realidad, una concentración excesiva
en los aspectos más superficiales de la propia política, y la primera
acepción que consigna el mismo diccionario, en su edición vigente: "Dar
orientación y contenido político a acciones, pensamientos o personas
que, corrientemente, no lo tienen".

El uso primero es evidente en la prensa, los medios y las redes. Después


de un siglo en que la política fue el coto privado de los políticos, es
natural que lleve años ocupando amplios espacios de la atención
nacional. Frente a la política, se desvanecen las otras esferas de la vida:
los problemas sociales, los temas de la salud y la enfermedad, la ecología
y la naturaleza, las cuestiones de religión y fe, las manifestaciones del
arte, las letras y el pensamiento, las finanzas y los negocios, las
iniciativas ciudadanas, la ciencia y la tecnología, las migraciones, el
mundo exterior... casi todo salvo el deporte y la "cultura del
espectáculo". El fenómeno empobrece a quienes lo ejercen y lo
consumen: día con día hay hechos ajenos a la política, más importantes,
influyentes o trascendentes que los hechos políticos.

Una derivada de esta politización puede hallarse en las columnas y


comentarios menudos que siguen los gestos, los rumores, los chismes y -
sobre todo- las declaraciones de los políticos de todos los niveles. Es casi
un deporte en el que se pierde el contexto social, la perspectiva histórica,
la discusión de ideas, la valoración ética, el análisis lógico. En una
palabra, el estudio de fondo -estructurado, fundamentado, estadístico,
comparativo- de la política. En esa variante de la politización, la opinión
desplaza al hecho, la ocurrencia al análisis, la política permanece en la
espuma de los días, la politización se disuelve en politiquería.

El tercer significado es más interesante y complejo. El propio


Diccionario lo recoge en una segunda acepción: "Inculcar a alguien una
formación o conciencia política". Se trata de un uso positivo, por ejemplo
en el caso de una sociedad apática o inconsciente de sus derechos.
Politizarla es contribuir a su autonomía y madurez. Pero el uso puede
tener también una cara negativa. Ocurre cuando se da una "orientación y
contenido político a acciones, pensamientos o personas" cuya naturaleza
es, o debería ser, esencialmente ajena a la política.

Entendida así, la politización es un fenómeno antiguo. En la


historiografía inglesa, por ejemplo, se practicó por mucho tiempo la
llamada interpretación Whig, que leía los hechos históricos bajo los
patrones y valores políticos que favorecían la larga permanencia del
partido Whig. En la historia mexicana (tanto la liberal como la
conservadora y la revolucionaria) hay buenos ejemplos de este uso
distorsionado del saber para legitimar al poder.

En la esfera de la cultura, la politización puede desembocar en lo que


Jean Paul Sartre llamó "la militarización de la cultura". A un libro, una
obra de arte, un descubrimiento científico o un producto cultural de
cualquier índole, no se le juzga -si se le juzga- por su calidad o su valor
intrínseco, sino por la real o supuesta filiación política de sus creadores.
Si es "amigo", la obra es "buena"; si es "enemigo", la obra es "mala" o,
finalmente, no existe. Con la "politización de todas las cosas" se pierde el
sentido mismo de la creación y el saber. Por eso preocupa tanto que
cunda en medios universitarios.

Una forma particularmente insidiosa y obsesiva de esta politización es la


teoría conspiratoria. Quienes incurren en ella no preguntan sobre la
verdad objetiva de los hechos sino por el "poder" que adivinan o
imaginan -sin probarlo nunca- "detrás" de ellos. El poder elevado a
categoría explicativa absoluta. No abundaré sobre esta patología
intelectual y moral, tan presente en la retórica populista latinoamericana
de estos años.

La politización de todas las cosas ha tenido efectos devastadores sobre


las relaciones personales. En su tratado de la amistad, Cicerón apunta
que la política es causa fundamental de la discordia entre amigos. En el
México de estos años, la politización extrema (esa forma intolerante de
acercarse a la política o de practicarla) no sólo ha sembrado división
entre amigos sino entre hermanos. Familias enteras comienzan a
considerar, apenas ahora, los costos del encono ideológico.

Criticar la politización de todas las cosas no significa llamar a la


despolitización. No se trata de dejar la política sólo en manos de los
políticos. Mucho menos ahora que el PRI ha vuelto al poder. Se trata de
alentar la buena politización ciudadana (participativa, matizada,
informada, inteligente, alerta) y desalentar la mala politización
(ideologizada, fanática, trivial). Se trata de enriquecer la vida política
elevando la calidad del análisis político, del debate político y la crítica
política. La "politización de todas las cosas" no contribuye a ese
enriquecimiento. Paradójicamente, por la confusión intelectual que
implica, contribuye a la despolitización.

Por lo demás, la democracia no requiere que empeñemos todo el tiempo -


desayuno, comida y cena- en la política. Un buen propósito para el 2013
sería devolver su riqueza y diversidad a la vida nacional. Cuando no
todas las primeras planas sean políticas, cuando las distintas esferas de la
vida alcancen las primeras planas, tendremos la certeza de vivir en una
sociedad mejor.

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