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Los ejes de poder de la historia japonesa

Por Miguel Calvo

El eje de poder de Japón ha descansado históricamente en figuras diversas y en centros geográficos


distintos. La historia de su Axis Mundi, de su centro gravitacional, no puede ser relatada siguiendo la
concatenación de sucesivos emperadores o shogunes, tampoco en vista del desarrollo de alguna sola
ciudad, aunque todos estos actores y elementos supieron jugar ese papel central en determinado período.
La permanencia y contemporaneidad de cada uno de ellos, independientemente de su condición histórica
particular, agrega complejidad a la lectura correcta de sus roles.

El presente trabajo busca destacar, en rápido repaso, a estos elementos conforme tomaron relevo del
papel central en materia política. Una suerte de historia del Axis Mundi japonés, que puede resultar
verdaderamente pragmática al neófito que se enfrenta por primera vez con las particularidades de la
historia del país del Sol Naciente.

Introducción
Se suele afirmar con frecuencia que la realeza japonesa conforma la línea gobernante de mayor extensión
temporal del mundo, atravesando de forma ininterrumpida toda la historia del hombre, desde sus inicios
legendarios hasta la actualidad.

Tal aseveración, sin embargo, no contempla bajo ningún punto de vista un continuum de centralización
del poder político. Por el contrario, es posible alegar que, gracias a una característica particular de la
idiosincrasia japonesa, determinadas figuras y lugares logran permanecer en el tiempo al desvincularse de
las funciones que originalmente las definían. Los emperadores, los shogunes y las capitales imperiales,
parecerían justificarse en razón de su calidad de ejes nacionales. Pero cuando esta centralidad se pierde,
en lugar de arribar a su desaparición, mantienen sus atributos externos (nombre, respetabilidad, ubicación
dentro de la escala social) y pasan a ocupar un papel secundario o directamente figurativo.

En vista de esta particular mecánica de desplazamiento funcional, no es posible desarrollar la historia


política del Japón, como en muchos otros países, siguiendo las líneas dinásticas. Por el contrario, es
menester trazar una historia del papel de liderazgo político conforme éste descansó, a lo largo del tiempo,
en diferentes figuras y lugares geográficos.

A tal fin se desarrolla este breve trabajo, conforme a la siguiente estructura:


Primeramente, buscando destacar la importancia de una capital dentro de un país, se explicará brevemente
el concepto de Axis mundi. La intención es ver cómo el estudio de un punto geográfico, de ser éste el eje
central de un espacio mucho más amplio, es suficiente a la hora de querer explicarnos esta totalidad.

Luego, de un planteo general, se pasa a un ámbito más específico: los Axis mundi del pueblo japonés.
Para lo cual se realizará un repaso de las distintas instituciones que jugaron un rol importante durante la
historia japonesa, antes del nacimiento de Tokio como capital del imperio.

En un tercer momento, y justo antes de abocarse al tema de la ciudad de Tokio y su arquitectura, se aboca
al centro geográfico del período inmediato anterior: la ciudad de Edo. Esto servirá por un lado de
introducción del punto subsiguiente, y jugará además de necesario papel comparativo.

Seguidamente desarrolla el tema antedicho, poniendo especial énfasis en el carácter novedoso y, sobre
todo, de quiebre, de la arquitectura del período Meiji, respecto de toda la historia anterior de Japón.

En este último punto, se detendrá especialmente, haciendo alusión a la arquitectura, como espejo de esa
realidad.

El concepto de Axis Mundi


Desde el principio de los tiempos, la sociabilidad en el hombre se imponía necesariamente frente a la
búsqueda de subsistencia en un mundo hostil. Aquel que no formaba parte de una comunidad, estaba
destinado a una rápida desaparición.

La concepción individual debía ser relegada en pos de lo grupal. Sin embargo, el individuo, no era un ser
indefinible. Por el contrario, cada hombre encontraba identidad propia. Pero esta estaba siempre
determinaba dentro de lo grupal, en referencia a aquello que todos los integrantes tomaban como lo más
esencial de ellos mismos en su conjunto.

El jefe tribal solía cumplir este rol. Era el que contenía de forma más completa y acabada los lineamientos
a través de los cuales, una sociedad se veía a sí misma como tal. De allí que en los primeros tiempos,
cumpliera tanto la función política (era el que decía como deberían hacerse las cosas), militar (era el más
fuerte entre los hombres, y aquel que encabeza las batallas), y religiosa (era casi sin excepciones el brujo
de la tribu). El jefe (y todo lo que él representaba), eran el eje social al que todo integrante aspiraba.
Estaba legitimado por el resto del grupo, y era a su vez, y por ello, el legitimador de todo cuanto se
llevase a cabo dentro de su círculo.

El conjunto de creencias (que el jefe tribal simbolizaba) les brindaba una identidad propia, y los distinguía
de los demás hombres. Del mismo modo, el lugar en el que se asentaban resultaba diferenciador en
referencia al inmenso mundo exterior que los rodeaba. “Lo que caracteriza a las sociedades tradicionales
es la oposición que tácitamente establecen entre su territorio habitado y el espacio desconocido e
indeterminado que los circunda; el primero es el “mundo” (con mayor precisión: “nuestro mundo”), el
cosmos; el resto ya no es un cosmos, sino una especie de “otro mundo”, un espacio extraño, caótico,
poblado de demonios, de `extranjeros`”.[1]

Y así como dentro de la comunidad el jefe era el eje central, dentro del territorio habitado, existían centros
físicos que actuaban como modelo de orientación e identificación.[2] La comunidad miraba al mundo
desde este centro. Para ellos, el mundo conocido nacía a partir de allí, y desde ese mismo lugar
comenzaba a extenderse en todas direcciones. Por ello era lógico suponer que este eje se hallara en
“medio” del mundo. Era entonces el “ombligo del mundo”, el Axis mundi.

Desde este Centro del mundo, podía observarse todo. Y toda la periferia se orientaba a partir de él. De allí
que el Axis mundi fuera, muy frecuentemente, un territorio elevado. Desde la altura se “domina” el
paisaje, y desde el paisaje siempre puede uno guiarse por ese eje elevado.

Como puede deducirse, en la antigüedad, ese papel lo cumplieron las montañas. Su altura imponente, su
aparente inmovilidad, y finalmente su relación de intermediación entre lo más sagrado[3] (el cielo) y lo
más conocido (la tierra), la colocaron naturalmente en ese puesto.

“En efecto, en múltiples culturas se nos habla de montañas semejantes, míticas o reales, situadas en el
Centro del mundo: Meru en la India, Haraberezaiti en el Iràn, la montaña mítica `Monte de los países` en
Mesopotamia, Garizín en Palestina, denominada por otra parte `ombligo de la Tierra`.”[4]

También “un paisaje natural ha simbolizado durante mucho al Japón: el monte Fuji, el más alto de los
doscientos volcanes del país. Combina una fuerza espectacular (aunque su última erupción fue hace 300
años) con una mansa belleza que transmite en su cono casi simétrico la pureza estética tan estimada por
los japoneses. En siglos pasados se creía que la montaña era “el comienzo del cielo y la tierra, pilar de la
nación”. Los peregrinos escalaban las alturas cantando oraciones, y en otras partes del Japón se rendía
culto a Fuji (en plural) en miniatura.”[5]
Monte Fuji

¿Cómo es posible –se puede preguntar - que se rinda culto a Fuji (en plural) en miniatura? La respuesta
está en que se debe entender al Axis Mundi como un símbolo y no como una realidad en si misma. El jefe
tribal, como se vio, era también un punto de referencia, en torno a él la comunidad se reunía, era por tanto
un Axis mundi. Pero esta categoría no la tenía en sí, sino por aquello a lo que él aludía. De manera tal que
cuando este moría, el mundo no se desmoronaba. Otro hombre pasaba a cubrir ese rol simbólico.

¿Y qué es aquello que un Axis mundi simboliza? La esencia de un pueblo. Lo que habla más de sí. Lo que
lo identifica.

Por supuesto, siendo varias las facetas que hacen de un pueblo una unidad cultural, un Axis mundi puede
abarcar todos estos significados.

A veces, sin embargo, una comunidad, puede tener más de un eje central, cada uno de los cuáles es
símbolo de una de estas facetas. Es en este sentido que “se dice que Japón está simbolizado en el lado
físico por el monte Fuji y en el lado espiritual por el shinto.”[6]

En general, a medida que los pueblos se fueron transformando en sociedades, las sedes de los distintos
centros de poder (el gobierno, la religión, la milicia) fueron Axis mundi en sus respectivas áreas.
Ya desde la era moderna, las comunidades se identificarán a sí mismas dentro de los límites de sus
diferentes Estados. Siendo las capitales de estos, los actuales Axis mundi por excelencia.

Se verá a continuación cuáles fueron los centros que actuaron de Axis mundi durante la historia del
pueblo japonés desde sus tiempos legendarios hasta los albores del siglo XVII.

Los axis mundi japoneses

Período legendario
Como bien se sabe los orígenes de la historia japonesa son oscuros y sólo se puede referir a ellos
mediante relatos extrínsecos (chinos), o caso contrario, conformarse con anales muy tardíos de
características semi-legendarias. Sea como fuere, se sabe que los habitantes de entonces se agrupaban en
forma clánica y practicaban una religión animista. El jefe del clan era, por tanto, ostentador de esta doble
fuerza, guerrera y religiosa.

A medida que estos clanes fueron tomando fuerza, surgieron agrupaciones que dominaban zonas más
amplias.

De atenerse a las narraciones del Kojiki y el Nihon Shoki, tres fueron las localidades que cobraron mayor
relevancia, las fuerzas ejes que luchaban por convertirse en el Axis mundi de todo el país: Kyushu
septentrional, Izumo (en el mar del Japón) y Yamato.[7]

Período Yamato
La supremacía fue pasando poco a poco a manos de la región de Yamato. Esta hegemonía, “una vez
constituida, adoptó ciertas características estructurales. En la cumbre de la jerarquía del poder estaba el
jefe de la casa principal del Linaje del Sol. Alrededor de él, un grupo indefinido de familias íntimamente
emparentadas comprendía al propio uji[8] del Linaje del Sol. Sosteniendo al uji dirigente había un gran
número de servidores o lo que nosotros podríamos llamar “vasallos” uji, genéricamente conocidos como
miyatsuko”.[9]

Estos miyatsuko se dividían en dos grupos: los kobetsu y los shimbetsu. Los kobetsu estaban
estrechamente relacionados con el Linaje del Sol. Mientras que los shimbetsu, compuesto por un conjunto
mucho más amplio de individuos, habían sido enemigos que una vez sometidos se convirtieron en aliados.

Ya que los miembros del Linaje del Sol nunca fueron una fuerza militar capaz de dominar por sí misma a
todo el país. Necesitaban por tanto del juego de coalición y compromiso con los uji kobetsu, y shimbetsu.

“El sutil juego de intereses en competencia entre los diversos grupos uji, sobre los que el jefe Yamato
actuaba como pacificador, creó así una dinámica tensión que daba estabilidad al edificio y que, en
realidad, impedía que el Linaje del Sol fuese desplazado alguna vez de su posición pacificadora
suprema.”[10]

La religión animista autóctona, que luego se conoció como Shinto, fue estableciéndose en la forma de
culto a las divinidades o kami, los cuales se manifestaban en ciertos elementos concretos. Estos kami
fueron organizados jerárquicamente, en concordancia con los relatos legendarios. Como estos relatos, a su
vez, fueron escritos en beneficio de los uji del Linaje del Sol, era lógico que la jerarquía de los kami se
correspondiera con el orden sociopolítico surgido bajo la hegemonía Yamato. El Linaje del Sol estaba en
posesión del objeto hierofánico del kami más importante. La autoridad política era entonces sancionada
por la creencia religiosa.

En síntesis, el Axis mundi en este período se encuentra en la región de Yamato, ostentado por el Linaje
del Sol, en su papel de sumo sacerdote y mediador de fuerzas.

Pero hemos de tener en cuenta que se trata de una confederación (Hall habla de “primitiva sociedad
tribal”[11] o de “feudalismo primitivo”[12]), y cómo tal, muchos otros Axis mundi de menor categoría
tienen también su sitio en el juego de poder tanto político (pues dominaban sus propios territorios), militar
(ya que contaban con fuerzas propias) y religioso (pues eran avalados por ciertos kami de nivel regional).
Sacerdote shintoísta

Período Nara
Con la introducción del budismo desde Corea, la influencia de la imperial China fue minando las bases de
la sociedad. A primera vista podría parecer que para “las familias dirigentes de Yamato, que basaban sus
situaciones de privilegio en la descendencia de sus antepasados kami, el budismo y la teoría del Estado
que este sustentaba, constituía una verdadera amenaza.”[13] Sin embargo, el linaje reinante supo adaptar
las teorías del continente, de forma de asegurarse la inviolabilidad hereditaria de la casa imperial. Así la
tradicional estructura autoritaria Yamato se derrumbó durante el siglo VII para dar paso a un sistema
imperial, en dónde “la minoría uji se convirtió en una nobleza civil (llamada por los japoneses kuge), con
su centro en una nueva corte imperial y que se despojaba de sus antiguas cualidades locales y guerreras.
Toda la anterior clase dirigente, se convirtió en una aristocracia civil sólidamente establecida.”[14]

“Mientras que antiguamente el prestigio y la autoridad de estas familias habían procedido de sus derechos
históricos a una preeminencia local y a sus fuerzas militares privadas, ahora estaban respaldados por todo
el peso de un sistema imperial, por sus leyes y por su maquinaria de gobierno y de tributación
centralizada en la capital, Nara.”[15]
La ciudad de Nara será uno de los dos Axis mundi del período. El otro estará simbolizado por los códigos
Taiho. Estos eran las leyes penales e instituciones administrativas que avalaban al nuevo gobierno. De
acuerdo con ellos, la sociedad ahora estaba constituida en tres categorías fundamentales: el emperador y
su familia inmediata; los súbditos libres divididos en funcionarios (que junto con la familia imperial
conformaban el sector aristocrático) y arrendatarios del estado, y súbditos no libres.

Sin embargo, una nueva fuerza fue inmiscuyéndose al final de este período, se trata de los monasterios
budistas. La importancia del budismo como vehículo de la cultura china, así como la característica mágica
que se creía ver en sus sutras, le brindaron un gran apoyo, el cual tomó la forma de grandes donaciones
tanto privadas como públicas. En poco tiempo una gran cantidad de templos se asentaron en la capital del
imperio. Su fortaleza económica, su creciente afianzamiento como religión predominante, y su cercanía
geográfica con los centros del poder, le permitieron trasladar su influencia al campo político.

Si bien “el clero budista no introdujo una autoridad espiritual, como el Papa, que superase a los poderes
del emperador, (...) la interferencia sacerdotal en los asuntos del gobiernos a través del favoritismo o de la
infiltración en los altos cargos”[16] fue cada vez mayor.

Pero a causa de un escándalo entre una emperatriz y un sacerdote budista, y teniendo como referencia el
caso chino, el gobierno japonés pudo desarmar a tiempo este creciente peligro; y lo logró de una manera
indirecta: trasladó el Axis mundi a una nueva ciudad en donde se prohibió el asentamiento de los templos
budistas.
Período Heian
Durante un período de 50 años el juego de fuerzas funcionó igual que el anterior período, aunque con una
clara disminución del poderío budista. El Axis mundi descansaba en la nueva capital, Heian (actual
Kyoto), de la mano de la familia imperial (avalada por la religión shintoísta), y en los ya mencionados
códigos Taiho.
Sin embargo, el poder imperial había perdido una de sus dos bases de sostén: el clero budista. Y pronto
perdería la segunda: el apoyo de los propios miembros de la familia en sus roles de ministros.

En el seno de la familia imperial había surgido una gran rivalidad en la consecución del título de
emperador. A los fines de evitar este inconveniente, amenazador de su posición, el emperador optó por
degradar a muchos de los miembros de la familia y a tratarlos como súbditos. Estas familias a las que
ahora se les negaba el trono terminarían conformando a la larga, poderosos linajes que competirían con el
gobierno.

De esta forma, tras los primeros cuatro emperadores del período, el control del poder por parte de estos
comenzó a menguar a favor de la habilidosa familia Fujiwara, un linaje floreciente que venía escalando
posiciones desde fines del período Yamato, y que encontraba ahora su oportunidad.
Los Fujiwara mantuvieron su poder a través de la institución de Regente Imperial, la cuál habían logrado
extenderla, insólitamente, al período de adultez del emperador.

En la vana búsqueda de equilibrar las fuerzas, la familia imperial crea la institución del Emperador
Retirado (Inn) “desde el que sucesivos ex-emperadores pudieron dirigir los asuntos familiares y
administrativos, en competencia con los Fujiwara”[17].

Fujiwara no Michinaga (966-1027) representó el cenit del control del clan Fujiwara

Por otra parte, un alejamiento gradual del sistema de redistribución de tierras, e impuestos (sistema que
imitaba el modelo chino de los Tang), irá lentamente socavando la economía del poder central, en
beneficio de nuevas fuerzas privadas del interior del país, al permitir la exención de impuestos, y una
forma de propiedad privada a perpetuidad.
El debilitamiento imperial, lo deja en insuficiencia de fuerzas a la hora de mantener el control del país.
Los nuevos terratenientes provinciales se ven obligados a cubrir este rol que el gobierno descuida. Con la
excusa de asegurar su protección, comienzan a armarse militarmente.

Prontamente esta milicia privada estará capacitada para luchar por más territorio, y a la postre, para
competir con la misma fuerza central.

En síntesis, se ve al final de este período un proceso de descentralización del poder, un regreso a la


situación del antiguo sistema uji.

Período Kamakura
“Los señores feudales que iban acrecentando sus tierras en el interior del país, no se parecían en nada a
los aristócratas perfumados y obsesionados por la cultura que vivían en la capital imperial. Eran
sumamente toscos, educados en tradiciones de guerra”.[18] “Con su sistema feudal, basado en la lealtad
personal y de la familia vino el surgimiento del más famoso de los tipos japoneses, el samurai o guerrero
caballero”[19].

“El ascenso de estos guerreros había comenzado en el siglo XI, al tiempo que se iba corroyendo el poder
del gobierno central del Japón. Los ministros Fujiwara habían tratado de mantener su influencia
concertando alianzas con loas poderosas facciones militares, especialmente con las familias Minamoto y
Taira”[20].

Estas dos familias entablarán entre sí una batalla por el poder. En un primera instancia los vencedores
serán los Taira, que en su victoria se asentarán en Kioto infiltrándose más y más en la corte. Pero luego,
tras la guerra conocida como Gempei, los Minamoto exterminarán a los Taira obteniendo así la
hegemonía militar del país.

Sin caer en el mismo error que los Taira, el jefe de los Minamoto no intentó ir contra Kioto, “donde tanto
él como sus soldados aguerridos estarían expuestos a la molicie de su corte imperial. Por lo contrario,
estableció su cuartel general en la pequeña ciudad de Kamakura, cerca de la entrada de la bahía de
Tokio”[21].

“El Shogun[22] y su nueva administración, si bien eran ahora la autoridad más fuerte del Japón, no
constituían el gobierno oficial del país. En teoría, la corte imperial de Kioto y sus funcionarios todavía
desempeñaban esta función y Yoritomo [así se llamaba el Shogun] se cuido bien de mantener esta
ilusión”[23].
Minamoto no Yoritomo, primer Shogun.

Al morir Yoritomo, hubo una lucha por el poder; finalmente, la familia de su mujer, los Hôjô, lograron
imponerse a través de la regencia de los sucesivos Shogun, que pasaron a ser, como el emperador, una
figura decorativa.

Pero el poderío de los Hôjô se verá finalmente debilitado por los terribles esfuerzos invertidos en la
defensa del país contra los dos frustrados ataques mongoles desde Corea.

Resumiendo, se puede decir que es esta una etapa de sutil equilibrio de fuerzas entre los dos centros de
Kioto y Kamakura. “Kyoto conservaba su prestigio como ciudad de la nobleza y centro de alta cultura.
(...) Pero la autoridad civil se encontraba, indiscutiblemente en desventaja frente al creciente poder de la
aristocracia militar”[24].

Período Ashikaga (o Muromachi)


Una revuelta organizada por el emperador Go-Daigo, fue motivo del ataque de facciones militares
contrarias a los Hôjô, las cuales, encabezada por el clan Ashikaga, terminarán destrozando Kamakura.
Go-Daigo sin embargo no logrará su objetivo de restauración del poder imperial, sino que será desplazado
por los Ashikaga, que formarán un nuevo shogunato, esta vez regido desde Kyoto.

La corte imperial aunque permanecía de forma nominal, ya no tenía poder alguno. Ahora “se
reconocía que el Shogun era el único poder efectivo de la nación y podía dictar órdenes en nombre del
emperador”[25].

Sin embargo, a pesar de haber obtenido los derechos más importantes, la desintegración del sistema
imperial, a través del cuál había actuado el shogunato en el período anterior, hizo dificultoso el control
efectivo del país, por lo que el Shogun sólo pudo mantener la cohesión mediante su fuerza y el sistema de
alianzas que podía llegar a establecer.

Continuación
Parte 2
Parte 3

[1] Eliade, Mircea Lo sagrado y lo profano , Barcelona (España), 1º Edición en español,


1998, Pág.27
[2] Cabe aclarar que muchas veces estas dos dimensiones podían coincidir, de modo que
el lugar en que habitaba el jefe pasaba a ser el centro geográfico de la comunidad.
[3] Considerando el término en su sentido etimológico, “sagrado” es equivalente
a “distinto”.
[4] Eliade, Mircea Lo sagrado y lo profano, op.cit., Pág.33
[5] Leonard, Jonathan Norton, Japón Antiguo, Amsterdan (Holanda), 1969, Editorial
Time-Life, Págs..28-29
[6] Kidder, Edward, El Antiguo Japón, Barcelona (España), 1995, Ediciones Folio, en
Volumen 1, Pág.12
[7] Cf. Hall, John Whitney , El Imperio Japonés, Distrito Federal (México), Ediciones
Siglo XXI, Décima edición, 1992, Págs.23-24
[8] Los uji eran los grupos de linajes que conformaban la clase dirigente.
[9] Ibídem. Pág.27
[10] Ibídem. Págs.27-28
[11] Ibídem. Pág.3
[12] Ibídem. Pág.44
[13] Ibídem. Pág.37
[14] Ibídem. Pág.41
[15] Ibídem. Pág. 41
[16] Ibídem. Págs. 53-54
[17] Ibídem. Pág. 58
[18] Leonard, Johnathan Norton, Japón Antiguo, Amsterdan (Holanda), 1969, Editorial
Time-Life International, Pág. 41
[19] Ibídem. Pág. 57
[20] Ibídem. Pág. 55
[21] Ibídem. Pág. 60
[22] El título completo
era Seii-taishogun, o “Comandante en Jefe Represor de los
Bárbaros”, y fue otorgado por primera vez a Minamoto Yoritomo, por el emperador, en
el año 1192.
[23] Ibídem. Pág. 60
[24] Hall, John Whitney , El Imperio Japonés, Op.Cit., Pág.79
[25] Ibídem. Pág.95

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