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la heterodoxia de Kafka
¿No se ha escrito ya todo lo que se podría decir sobre Sancho Panza? No puedo
dejar de tener presente, cada vez que acometo la tarea de escribir sobre el Quijote,
esas implacables y socarronas palabras de José María Casasayas diciendo que casi
todo lo «nuevo» que se decía ya estaba dicho. Y sin embargo… ya lo sabemos, él
mismo creó esta Asociación para que siguiéramos diciendo lo ya dicho. Aunque
unos y unas siempre esperaremos aportar algo...
En 1982, Flores proporcionó a los estudios «sanchopancinos» una utilísima sis-
tematización, más o menos catálogo, con su Sancho Panza Through Three Hundred
Seventy-five Years of Continuations, Imitations, and Criticism, 1605-1980.1 ¿Está allí
todo? No lo está, por supuesto, ni podría estarlo. No está, por ejemplo, el texto
que provocó las reflexiones que voy a desarrollar a continuación. Flores no recoge
el texto de Kafka; lo refiere, sin embargo, en nota, en el apartado «Sancho in the
Age of the Professional Critic»; ahí, para «other sweeping or idiosyncratic interpre-
tations of Sancho’s character, his relationship with his master, or Don Quixot as a
whole», nos remite a una larga lista de indicaciones bibliográficas, donde alude a
una obra de Siegfried Kracauer (Oxford, 1969), con la indicación «(Kracauer quo-
tes also a remark by Franz Kafka concerning Sancho, p. 217)».2 En 1991, Eduardo
Urbina con su El sin par Sancho Panza: parodia y creación vino a poner de relieve un
aspecto fundamental y determinante, macrotextual —la parodia— que nos obliga-
ba a reinterpretar cada uno de los comportamientos y palabras de Sancho en ese
marco global y no, como advierte, uno u otro episodio per se.
Con anterioridad, como todos sabemos y no hago más que recordar, interpre-
taciones sólidas y eruditas nos habían dado a ver, entre otros, los orígenes litera-
rios, cultos y populares, folclóricos, de la creación cervantina de Sancho; también
carnavalescos; su naturaleza cómica, burlesca, satírica, bufonesca; su ser de listo-
tonto, simple o necio-discreto, más o menos erasmiano. Sin hablar de los que se
han dedicado a clamar las virtudes humanas de Sancho, su bondad, generosidad,
lealtad —este campo ya más recorrido por textos críticamente más impresionistas
y mucho menos excelentes—. Y sin embargo y a pesar de que muchas de aquellas
1. Flores, R. M., Sancho Panza Through Three Hundred Seventy-five Years of Continuations, Imitations, and
Criticism, 1605-1980, Newark, Delaware, Juan de la Cuesta, 1982.
2. Ibid., nota 97, pp. 84-85.
voces, no todas pero sí muchas, son claramente y, a veces, de forma explícita, «en
defensa de Sancho» —creo que podría hoy aquí empezar con palabras semejantes
a las que hace treinta años usó Mancing Howard:3
Todo el mundo conoce bien al Sancho Panza de la primera parte de la obra maestra
de Cervantes. Sancho es el glotón, el cobarde, el puro materialista, en fin, el hombre
«de muy poca sal en la mollera», según la descripción de Cervantes en el Capítulo 7
al introducirle en la novela. Sólo en la segunda parte empieza Sancho a cambiar, a
aprender, a evolucionar como persona humana.
Pero considerar así a Sancho Panza es responder al mito del personaje y no al per-
sonaje textual. Lo que yo quisiera sugerir en esta ponencia es que Sancho es, desde el
principio, mucho más inteligente e intelectualmente capaz de lo que solemos creer.
Para ilustrar estas cualidades intelectuales de Sancho, quisiera analizar el estilo retóri-
co de un discurso suyo en el Capítulo 20 de la primera parte. Se trata de la temerosa
noche de los batanes.
Es cierto que también en estos 30 años no se ha dejado de intentar mostrar las
«cualidades intelectuales de Sancho». Su mismo amo, de hecho, nos avisa respecto
a ellas repetidas veces, tal como había alertado a los mismísimos Duques, en su
palacio:
Por otra parte, quiero que entiendan vuestras señorías que Sancho Panza es uno de
los más graciosos escuderos que jamás sirvió a caballero andante; [...] duda de todo y
créelo todo; cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones
que le levantan al cielo. (II, XXXII, 811-12).4
Pero ¿de qué nos sirven las palabras del amo si es también él quien repetida-
mente increpa a Sancho, acusándolo de tener “el más corto entendimiento que
tiene ni tuvo escudero en el mundo” (I, 25)? Y convence don Quijote a tantos y en
tan gran medida que hasta el mismo «traductor desta historia» ha de refrendarle la
expresión al admirarse, en el cap. 5 de la Segunda Parte, con el «estilo» de Sancho
tan otro, dice, «del que se podía prometer de su corto ingenio» (II, 5). En verdad, a
pesar de que, como he dicho, no pocas voces se han levantado en su defensa, en
particular durante los últimos cien años, y bajo perspectivas y presupuestos diver-
sos, la concepción de Sancho Panza sigue siendo, en la mayor parte de sus lectores,
víctima de dos paradigmas interpretativos que tuvieron éxito y que determinaron
la circulación receptora de la figura del labrador-escudero. Así, en la imagen que
de él circula, Sancho es: 1. el materialista, contrapuesto al idealista don Quijote, el
paradigma construido por los románticos alemanes y seguido por muchos otros;
2. el simple y gracioso, de la tradición «cómica», igualmente vigente, desarrollada y
argumentada esta interpretación hasta nuestros días. Una imagen, pues, que ni la
ya vieja idea de quijotización de Sancho ha logrado eliminar, aunque sí dulcificar.
Como ciertamente todos o casi todos nosotros, heredé esta idea (crítica y po-
pular) de un Sancho tonto, glotón, materialista, en fin, ese de «poca sal en la mo-
3. «La retórica de Sancho Panza», Actas del Séptimo Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas,
Giuseppe Bellini (ed.), Roma, Bulzoni Editore, 1980, pp. 717-723.
4. Cito, siempre, por la edición de Luis Andrés Murillo, Madrid, Castalia, 1978.
llera» con el que uno de los autores de la historia del Quijote nos lo presenta en su
primera entrada en escena, como he recordado con las palabras de Mancing. Una
construcción que fue refrendada y definitivamente solidificada, en términos nada
menos que epistemológicos e ideológicos, por los romanticismos europeos, que de
este modo la consagraron y canonizaron, convirtiendo a Sancho en elemento cons-
titutivo de un binomio esencial. Difícil, pues, me resultó confiar en los sentimien-
tos y percepciones que mi primera lectura del texto cervantino despertó en mí, los
cuales ponían en duda la imagen recibida y habrían de acercarme irremediable y
obsesivamente al personaje.
La presente ponencia intenta dar cuenta de una reflexión sobre la figura de San-
cho Panza que desde hace largos años, pues, alimento, que se ha ido desarrollando
en las relecturas del Quijote, en lecturas de textos ficcionales o ensayísticos sobre
aquél y en los intentos de alertar a los alumnos en clase. A ella dio nuevo aliento
el sorprendente comentario de Kafka. Presenté el inicio de esta reflexión en el con-
greso de 2005 de Buenos Aires; y solo en una publicación reciente, en portugués,
la he plasmado y desarrollado en texto impreso, con el título «Sancho Pança, um
homem de condição livre»,5 que aquí retomo, amplío y diversifico en la argumen-
tación aducida.
Partía yo, pues, de ese «Sancho Panza, ein freier Mann» (subrayo), de Kafka y
recordaba tanto palabras que don Quijote le dirige a Sancho —«Maravillado estoy,
Sancho, de la libertad de tu condición: yo imagino que eres hecho de mármol, o de
duro bronce, en quien no cabe movimiento ni sentimiento alguno. Yo velo cuando
tú duermes; yo lloro cuando cantas» (II, 68:552)— como de autopresentaciones
del mismo Sancho; él es, según sus mismas palabras, tan expresivamente libres,
alguien que no está «preñado de nadie»: «Yo no estoy preñado de nadie —respondió
Sancho al barbero— ni soy hombre que me dejaría empreñar, del rey que fuese» (subra-
yo) (I, 47: 562-3). (Don Quijote, recordémoslo, está «preñado» de literatura caba-
lleresca…). «Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad»
(II, 53).
Roland Barthes usó, en su inolvidable Lección,6 la metáfora del niño que va dan-
do vueltas alrededor de la madre para hablar del lector. Y aquí me tienen, pues,
dando vueltas alrededor de ese personaje que cada vez más me parece todo menos
ese «simple» al que nos ha acostumbrado el cliché durante siglos repetido y tan
convincentemente construido por la crítica.
En aquel primer texto, que ahora me conviene referir, en una primera parte
tengo en cuenta algunos ensayos y respectivas interpretaciones del personaje de
Sancho Panza que creo que son fundamentales en la historia más reciente de su
recepción, desde los trabajos de Dámaso Alonso y Raymond Willis, publicados
respectivamente en 1968 y 1969, hasta los más recientes de Fr. Márquez Villanue-
5. In Almeida, Isabel, Rocheta, Maria Isabel, Amado, Teresa (org.), Estudos para Maria Idalina Rodrigues,
Maria Lucília Pires, Maria Vitalina Leal de Matos, Lisboa, Departamento de Literaturas Românicas, Faculdade
de Letras da Universidade de Lisboa, 2007, pp. 713-729.
6. Leçon («leçon inaugurale de la chaire de sémiologie littéraire du Collège de France», proferida el 7
de enero de 1977 y publicada en Paris, Ed. Du Seuil, 1978.
7. «Sancho Panza: prototipo para la novela moderna». Haley, George (ed.), El Quijote de Cervantes,
Madrid, Ed.Taurus, col. «El escritor y la crítica», 1980, pp. 320-338.
8. Tesis presentada en el Department of Hispanic Studies at Brown University, Mayo 2002 (texto
policopiado).
En fin, concluyo aquella primera parte convencida de que, como señor de una
libertad responsable, solo Kafka parece haberlo visto. Con lo cual, en el poste-
rior desarrollo analítico y argumentativo, me empeño prioritariamente en aportar
«pruebas» de la condición libre de Sancho, en diferentes episodios y discursos.
También allí en cierto momento me preguntaba a quién, a quiénes, a qué poderes
y saberes podrían molestar las «lindezas» predicadas por Sancho. Y parto de esa
investigación para los aportes —«las vueltas»— de la presente ponencia. Siempre
enmarcada por el comentario de Kafka y orientada por aquella pregunta.
9. Según la información que encontramos en Oeuvres Complètes de Franz Kafka, édition critique établie
sous la direction de Marthe Robert. Illustrations de L. Mitelberg, tome cinquième, Paris, Cercle du Livre
Précieux, p. 193.
10. Miniaturen, «Die Wahrheit über Sancho Pansa», http://worldlibrary.net/eBooks/Wordtheque/de/
aaackv.txt (Acceso el 7 de Septiembre 2007).
11. Worden, W., op. cit., p. 24.
a lot of romances of chivalry and adventure. (by supplying —proveer; by feeding him—
alimentar). En el original: durch Beistellung einer Menge Ritter —und Räuberromane.
Cuando ya tenía la presente ponencia en su última versión, tuve conocimiento de
un ensayo de Saúl Yurkievich donde el añorado hispanoamericanista comenta las
palabras de Kafka a partir de una de aquellas traducciones al castellano: «El zafio
y bonachón escudero se troca en empeñoso escritor que, con el correr de los años,
consigue componer una cantidad considerable de novelas [...]».12
Curiosa, sorprendente y, sin duda, compleja es la interpretación que Kafka nos
propone de la figura de Sancho, hasta entonces siempre considerada subsidiaria de
la de don Quijote, su amo y maestro. En ella, encontramos la propuesta de varias
ideas matriciales para la lectura del libro de Cervantes, entre otras: la idea de don
Quijote como un «Diablo» de Sancho Panza —seinen Teufel— que éste logró alejar
de sí y a quien habría bautizado con el nombre con el que vino a consagrarse; la
idea de que este «diablo», de este modo creado por Sancho, se lanzó, entonces, «a
las más locas aventuras», que no hicieron ningún daño a nadie; finalmente, la idea
de que Sancho Panza, «un hombre libre» y con «sentido de responsabilidad», siguió
serenamente a don Quijote, con el cual, además, logró grande y útil entretenimien-
to hasta el final de sus días.
De esta fascinante interpretación, que constituye, a la vez, una reconstrucción
de la personalidad de Sancho, planteada por Kafka en aquellas líneas, retuve yo,
sobre todo, en mi anterior ensayo, la idea de «hombre libre» (Sancho Pansa, ein
freier Mann) y de su «sentido de responsabilidad» (Verantwortlichkeitsgefühl). Mi ob-
jetivo consistió, entonces, en destacar algunos momentos del libro, en los cuales
pude observar, según creo, un fuerte empeño textual en la representación de lo
que llamé «la libertad» de Sancho (siguiendo sus mismas palabras al respecto) y en
determinar y describir sus manifestaciones.
No destaqué allí lo que ahora enfoco prioritariamente: la idea de Quijote como
el diablo (Teufel) de Sancho. Podríamos decir que el comentario de Kafka contiene
una percepción psicoanalítica del personaje (estamos en Austria, 1914), aunque no
deje de referir sus orígenes literarios (durch Beistellung einer Menge Ritter —und Räu-
berromane), su procedimiento narrativo-textual primordial (las aventuras— Taten
aufführte) y su objetivo de entretenimiento (eine große und nützliche Unterhaltung).
La heterodoxia fundamental de Kafka está, ya se ve, en poner a Sancho como,
en alguna medida, creador de don Quijote, su padre, si osamos nombrar esta in-
versión de la relación de parentesco entre ambos personajes, así tantas veces afir-
mada: don Quijote, padre de Sancho. Habría, por supuesto, que saber más sobre
el comentario de Kafka: unos lo llaman parábola, el editor (y no Kafka, parece) lo
llamó «la verdad sobre Sancho Panza».
Parece claro que del comentario de Kafka no podemos decir lo que dice Flores
sobre gran parte de la crítica del siglo XX: que, «frecuently, then, critics and writers
are merely citing commonplaces and basing their theories not on the text of Don
12. «Tres ficciones que simulan ser verdades», Revista de Estudios Cervantinos, nº 9, octubre/noviembre
2008, www.estudioscervantinos.org , Guanajuato (México).
Quijote itself, but on what other critics have said before them. The same arguments
are repeated ad nauseam».13
No hemos, pues, de dispensar, una y otra vez la lectura que nos haga ver las
menudencias del texto (tarea que algunos designan con la expresión inglesa «close
Reading») a la luz de las más diversas, plurales y cuando posible entrecruzadas
perspectivas. Por supuesto que, como exige Urbina, leyendo esos episodios no
como algo aislado sino teniendo en cuenta todo aquello que la crítica ha venido
mostrando y convenciéndonos de lo que mostraba: desde los orígenes literarios del
personaje hasta su concretización paródica.
En este sentido, propongo la relectura de los primeros capítulos del libro de
1615, no con el objetivo de observar la osada autorreflexividad y la dimensión
metaliteraria del texto, una y otra vez alabada por la teoría literaria contemporá-
nea, sino para recoger aquellos elementos más explícitamente relacionados con la
preparación de la segunda salida de Sancho.
Recordemos. Sancho entra en escena, en el capítulo 2, pugnando «por entrar a
ver a don Quijote» contra la sobrina y el ama que «le defendían la puerta» y le acu-
san de ser él «y no otro, el que distrae y sonsaca» a su «señor». Ya sabemos cómo
responde Sancho defendiéndose con el argumento de que «él» fue quien le sacó
de su casa «con engañifas», lo cual hará que, por fin, solos señor y criado, aquél le
manifieste a éste su pesar contraponiéndole que él tampoco se quedó en sus «ca-
sas; juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos». Y, cambiando de asunto
—«dejemos esto aparte por agora», dice el señor—, viene esa pregunta fundacio-
nal que pone en marcha la larga secuencia, constituida por los capítulos 2, 3 y 4
sobre la recepción del libro de 1605, con los comentarios sobre los personajes, sus
aventuras, el hacer del historiador y los aciertos y desaciertos del autor e incluso
informaciones sobre ediciones, circulación del libro y traducciones; pregunta que,
por supuesto, llevará también a Sansón Carrasco hasta el lugar de la acción:
… y dime, Sancho amigo: ¿qué es lo que dicen de mí por ese lugar? ¿En qué opi-
nión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros? ¿Qué dicen de mi
valentía, qué de mis hazañas y qué de mi cortesía? ¿Qué se platica del asunto que he
tomado de resucitar y volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca?
Sugiero que nos paremos aquí y que nos preguntemos: ¿quién es este señor del
ama y de la sobrina? ¿Don Quijote o Alonso Quijano? ¿Quién es este él de Sancho
(«él me sacó de mi casa»)? ¿Quién es este yo que le pregunta a Sancho qué dicen
de su valentía, qué de sus hazañas y qué de su cortesía? ¿Don Quijote o Alonso
Quijano? Es cierto que, en todos los momentos, nuestro narrador lo nombra como
don Quijote. Pero bien pudiera ser que, tal como su héroe, también él distraiga a
sus lectores con engañifas. Pues: ¿quién es el que tomó el asunto «de resucitar y
volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca»? ¿Se trata de don Quijote o
de quien lo inventó, precisamente con el fin de resucitar y volver al mundo la ya
olvidada orden caballeresca? En efecto: ¿a quién «le pareció convenible y necesa-
rio, así para el aumento de su honra como para el servicio de la república, hacerse
que antes señalé: un aviso que pone de relieve la calidad del discurso de Sancho,
tal y tanto que el traductor «le tiene por apócrifo». Y no solo nuestro narrador por
tres veces se refiere a ello; también por boca de Teresa su mujer se destacan las
«arengas retóricas» de Sancho. En el capítulo siguiente, escuchamos la plática entre
Quijote y el ama. Pero el escudero vuelve en el capítulo 7 para, con determinación,
decirle a su amo que «ya tiene reducida a su mujer para ir con su merced adonde
quisiere llevársele».
¿Pero no es, por fin y con todo, él, Sancho, quien lleva a su amo? Aún sin lograr
que éste le señale salario no sólo sí se dignará irse con don Quijote sino que será
él quien programe y dirija la primera aventura: la del encuentro con las tres labra-
doras a las afueras del Toboso (final del cap. 9 y cap. 10). Siguiendo varios pasos:
1º. «Señor [...] mejor será que nos salgamos fuera de la ciudad, y que vuestra mer-
ced se embarque en alguna floresta aquí cercana, y yo volveré de día y no dejaré
ostugo en todo este lugar donde no busque la casa, alcázar o palacio de mi señora [...]
y hallándole, hablaré con su merced y le diré donde y como queda vuestra merced
esperando que le dé orden y traza para verla, [...]»;
2º. «El consejo que ahora me has dado le apetezco y recibo de bonísima gana»
—dijo don Quijote;
3º. el largo y dramático soliloquio en forma de autointerpelación (pregunta-res-
puesta) donde Sancho desarrolla argumentos para engañar a don Quijote;
4º. la transmutación por parte de Sancho de las tres labradoras en «las más galanas
señoras» y una de ellas en la princesa Dulcinea;
5º. ante la reacción del amo —que dice no ver «sino a tres labradoras sobre tres
borricos»— la rápida respuesta de «adelantarse a recibirlas», hincando ambas rodillas
en el suelo y dirigiendo un discurso caballeresco a Dulcinea.
Con ello, Sancho saldrá contentísimo de su enredo, nos dice el Narrador, tan de-
licadamente habiendo engañado a su amo. El criado maneja con suma eficacia las
situaciones y el lenguaje, para cuadrarlos con sus objetivos. Su amo, sin embargo,
que «lleno de tristes y confusas imaginaciones» está, al principio de esta secuencia,
incapaz de transmutar a la labradora en su deseada Dulcinea, sale de ella reco-
nociendo que «en efecto, nació para ejemplo de desdichados y para ser blanco y
terreno donde tomen la mira y asesten las flechas de la mala fortuna».
De aquí en adelante, o sea, durante todo el libro de 1615, no dejará Sancho de
intentar que don Quijote no le quite a Alonso Quijano las ganas de seguir inventán-
dose otro —un ser-para-la-vida— en forma de caballero andante o de pastor si fuere
el caso. ¿Por qué razón? ¿Debido a ese «sentido de responsabilidad» que Kafka ve
en él? ¿A la necesidad de seguir a su Diablo? —pregunto siempre tras las huellas de
las palabras de Kafka.
He de terminar. Por ello, solo me doy la ocasión de, volviendo al texto, recordar
las palabras de Sancho en uno de los momentos más atormentados de su soliloquio:
–¡Oxte, puto! ¡Allá darás, rayo! ¡No, sino ándeme yo buscando tres pies al gato por
el gusto ajeno! Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica
por Rávena, o al bachiller en Salamanca. ¡El diablo, el diablo me ha metido a mí en
esto; que otro no!
Bibliografía
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