You are on page 1of 4

EL EXILIO, CASTIGO DEL PECADO.

El año 587 es una fecha clave en la historia del antiguo pueblo de Dios. El
Ejército de Nabucodonosor entra en Jerusalén, destruye la ciudad y el
templo y se lleva cautivos a Babilonia al rey y a las clases dirigentes del
pueblo. Es la catástrofe absoluta. Parece significar el final del pueblo y de su
esperanza. El hundimiento de su fe. En el pueblo de Dios se acumulan los
interrogantes. ¿Dónde está la palabra de Yavé? ¿Dónde sus promesas al
trono, a la ciudad, al templo? ¿Dónde las victorias de Yavé, todo su poder,
tal como las habían narrado los padres? ¿Qué ha sido de la justicia de Dios,
de su elección, de su amor? ¿Qué se ha hecho de su fidelidad y de su
misericordia?, La tragedia parece minar la esperanza. «Andan diciendo: se
han secado nuestros huesos, ha fallado nuestra esperanza, estamos
perdidos»

Hermanos como a el pueblo de Israel Dios nos manda muchas señales para
decirnos que estamos obrando mal, pero en ocasiones no hacemos caso,
preferimos seguir en el mundo fomentando nuestros ídolos, como el dinero, la
familia, el trabajo, etc. Nosotros al caer en el pecado nos alejamos de él poniendo
muchas escusas como: Dios no me escucha, de que me sirve estar en el camino
si tengo más problemas, no aceptamos la voluntad de Dios en nuestras vidas y
creemos que por nuestras propias fuerzas vamos a salir de las tribulaciones en las
que nos encontramos, seguimos creando en nosotros esa Jerusalén que adora a
sus ídolos, a su templo en lugar de poner su confianza y fe en Dios, ponemos
nuestra confianza en el dinero, en nuestra familia, etc.
Nos olvidamos de que solo Dios puede dar vida a esos huesos y ese corazón roto
que se ha secado a causa de nuestro egoísmo, soberbia, vanidad, etc.

El destierro constituye la vertiente de juicio de la intervención de Yavé. Su


origen está en el pecado del pueblo. Este ha roto la alianza, se ha mostrado
constantemente rebelde, infiel. Si la alianza prometía como bendición la
posesión de la tierra, presagiaba también, como maldición, la expulsión de la
tierra, el destierro. El pueblo ha equivocado su camino, ha errado el blanco.
Al pretender edificar su existencia al margen de Dios se ha desviado, ha
desembocado fuera de la tierra, lejos de su Dios.

El origen hermanos de sentirnos alejados de Dios es nuestra desobediencia,


creemos que al ser mentiroso, murmuradores, infieles, hipócritas, así es como
Dios nos acepta y nos perdona, es verdad que Él es misericordioso con nosotros,
pero también es verdad que si no damos signos de fe no tiene caso el creer que
nos ganamos el reino de Dios, el hizo una alianza con nosotros pero somos
nosotros quienes no la respetamos porque no dejamos que Dios tome las riendas
de nuestra vida y seguimos pensando que con nuestras actitudes él nos tiene que
aceptar, somos nosotros quienes damos pie a alejarnos de él, es por eso que
permite que pasen cosas malas en nuestra vida para darnos cuenta la importancia
que él tiene para nosotros y para que asi tengamos esa humildad que tanto nos
falta reconocer que solo El tiene el poder para sacarnos de nuestra miseria y
darnos esa conversión que tanto necesitamos.

Además el destierro reviste un carácter de purificación. La fe del pueblo es


purificada. Israel se había instalado en la tierra como si de su patria
definitiva se tratara. Había puesto su seguridad en instituciones materiales:
la ciudad, el trono, el templo. Se había engañado. Habían elevado esas
instituciones a categoría de ídolo. Ya no confiaban propiamente en Yavé, de
quien aquellas instituciones eran signo. Ellas habían suplantado a Yavé. El
pueblo necesita ver el desmoronamiento de todas esas instituciones para
que vuelva a mirar sólo a Yavé, a poner su confianza en él solo.
Pero el mismo destierro reviste una vertiente de salvación. El pecado exigía
la destrucción del pueblo. Pero Dios realiza una salvación. No de todo el
pueblo, sino de una minoría, de un resto. En el pueblo se da un número
reducido que no se ha prosternado ante los ídolos, que ha entendido las
promesas de Dios en su sentido genuino, que ha oído la voz de los profetas.
Con estos pocos, con estos que han reconocido su pecado y el del pueblo,
que acepta en la humillación los justos juicios de Dios, Dios va a realizar una
nueva maravilla, va a comenzar de nuevo su obra. Una obra más gloriosa
que todo lo anterior.

Hermanos el señor nos purifica quiere que dejemos de ser ese hombre viejo lleno
de odio, hipocresía, celos, inseguridades, nos invita en nuestra libertad a dejar que
él sea quien lleve nuestras vidas, cuando nos sentimos devastados, que nada
tiene sentido, que no encontramos la salida a todas las tribulaciones que se nos
presenta el nos dice “Abandónate deja que yo sea quien tome tu vida”, no seamos
como ese pueblo de Israel que puso su confianza en las cosas materiales, porque
ya que es el Señor quien nos ha dado todo y solo él sabe en qué momento no los
quitara también, porque Dios es tan misericordioso que aun en los peores
momentos no nos deja solos y permite darnos cuenta que tanta falta es la que nos
hace, pero sobre todo el dejara aun lado esa Jerusalén soberbia, arrogante, y
convertirnos nuevamente en ese pueblo que lo alababa en todo momento por que
el nos purifica y solo deja lo bueno en cada uno de nosotros, por eso “Animo
hermanos que el señor por medio de esta palabra nos está llamando y nos está
diciendo que nos abandonemos a él para que así nuestra fue crezca”.
EXILIO Y CONFECION

Yavé no abandona a su pueblo. El mismo se hace desterrado con él.


Yavé no se halla ligado a ningún lugar. Puede desligarse incluso de la
ciudad santa. Su morada comienza a ser su pueblo. Pero la presencia
de Yavé asegura que puede surgir de nuevo la vida. Y surgirá, aun de
la misma muerte. Habrá retorno, habrá un nuevo éxodo, más
admirable y glorioso que el primero. Habrá una nueva alianza, más
perfecta, más íntima, con un pueblo renovado, purificado.

Hermanos a veces sentimos que Dios nos abandona porque dentro de todas las
dificultades que pasamos, pensamos que el ya no está con nosotros que nos ha
dejado solos, pero el a pesar de las veces que le fallamos está con nosotros así
como con el pueblo de Israel se hace desterrar con nosotros permitiendo las
tribulaciones en nuestra vida para poder encontrar una purificación a nuestros
pecados, que son los que nos tienen exiliados de su reino, todavía tenemos esas
acciones de criticar, juzgar, robar ofender, de jurar en falso, de adulterar, de
herir a los demás y a pesar de todo esto estamos creyendo que estamos salvados
o que Dios nos perdona por el simple hecho de estar dentro de la iglesia.
Hermanos no tenemos que poner nuestra fe en el templo o en el sacerdote
porque Dios habita donde está su pueblo.

La primera Lamentación comienza con una pregunta que sube hasta


el cielo y se precipita hasta la tierra sin respuesta: “¡¿Cómo?!”. Se trata
del lamento, de la oración hecha de preguntas entre sollozos. Es una
lamentación personal y comunitaria; cada orante siente el dolor
punzante en su corazón. Es el llanto que resuena desde Jerusalén
hasta los canales de Babilonia, donde los desterrados “nos sentamos a
llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos
nuestras guitarras. Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar;
nuestros opresores a divertirlos: Cantadnos un cantar de Sión. ¡Cómo
cantar un cantar del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti,
Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me pegue la
lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la
cumbre de mis alegrías”.
Cuando nos sentimos abandonados nos cuestionamos el ¡¿ Como? ¡ ¿Cómo es
posible que Dios me abandone?, pero esto es por causa de nuestras acciones nos
duele el recuerdo de lo que tuvimos y perdimos, de lo que no hemos alcanzado,
pero Dios permite todo lo que nos pasa para que nos demos cuenta de la
necesidad que tenemos de el.

La segunda Lamentación repite la confesión de fe en Dios como Señor


de la historia: es él quien ha destruido la ciudad y la causa han sido
nuestros pecados. Pero en esta segunda Lamentación aflora algo
nuevo: la súplica al Señor para que tenga misericordia. En la tercera
Lamentación se invita a examinar la propia conducta y a volver al
Señor, elevando a él el corazón y las manos.

Como podemos comenzar esta conversión, confesándole a nuestro padre


celestial y darnos cuenta que sin Dios no somos nada, que si él nos tiene aquí es
para extender nuestros brazos hacia él, para pedirle que nos escuche, para
pedirle perdón por nuestros pecados.
Pero hermanos no hay que perder la fe porque Dios nos quiere sacar de esa
esclavitud que por nuestros pecados estamos pagando, el nos da la gracia de la
libertad, librándonos de las cosas del mundo como el dinero, el trabajo, la
tentación en la que hoy nos encontramos.

La cuarta Lamentación parece ser la narración de un superviviente de


la catástrofe, que no logra quitarse de sus ojos las escenas que ha
contemplado. Pero al final se alza, para borrar todo el horror, el
anuncio de la esperanza y del perdón: “¡Se ha borrado tu culpa, hija de
Sión, no seguirás en el destierro!”. Es la súplica humilde de la quinta
Lamentación, que pide al Señor que renueve a su pueblo los antiguos
prodigios: “Tú, Yahveh, eres rey por siempre, tu trono dura de
generación en generación. ¿Por qué has de olvidarnos para siempre,
por qué nos abandonarás por toda la vida? ¡Señor, haznos volver a ti y
volveremos! Renueva los días pasados”.

You might also like