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Un modo personal de ver el aporte kleiniano

En sus exploraciones más allá dé los escritos del propio Freud, ya se habrán encontrado ustedes con otros nombres importantes, y habrán
tomado contacto con analistas que realizaron aportaciones originales, en general consideradas aceptables. Por ejemplo, habrán conocido a
Anna Freud, que ocupó una posición única en la vida de su padre durante las últimas dos décadas, y lo cuidó con fortaleza mientras estuvo
enfermo; sin duda estarán por lo menos familiarizados con su clásico resumen de la teoría psicoanalítica, Ego and the Mechanisms of
Defence (1936). En todo caso, Anna Freud ejerció una influencia inmensa sobre el modo como el psicoanálisis se ha desarrollado en los
Estados Unidos y a su estimulante interés por el trabajo de los colegas se le deben muchas investigaciones publicadas con las firmas de
otros.

Ahora bien, Anna Freud no ha sido tan importante en Inglaterra como-en los Estados Unidos, sencillamente porque en Londres ya se habían
realizado desarrollos muy importantes en los veinte años siguientes a la Primera Guerra Mundial, antes de la llegada de la señorita Freud
con su padre, como refugiados de la persecución nazi. Mi propio crecimiento psicoanalítico echó raíces y brotó durante ese período: por lo
tanto, es posible que les resulte interesante escuchar de mí algunas palabras sobre el suelo en el que fui sembrado.

Vean ustedes: allí se desplegó una polémica entre Melanie Klein y Anna Freud que todavía no ha quedado resuelta. Ahora bien, en mis años
de formación esto no tenía importancia, y sólo la ha adquirido ahora en la medida en que obstaculiza pensar con libertad. De hecho,
Melanie Klein y Anna Freud ya habían estado relacionadas en los días de Viena, pero esto no significaba nada para mí.

Desde mi punto de vista, el psicoanálisis en Inglaterra era un edificio en cuyos cimientos estaba Ernest Jones. Si alguien se ha ganado mi
gratitud ha sido Ernest Jones, y fue a Jones a quien recurrí en busca de ayuda en 1923. El me -puso en contacto con James Strachey, con
quien me analicé durante diez años, pero sabiendo siempre que era gracias a Jones que yo podía contar con un Strachey y con una British
Psycho-Analytical Society.

De modo que llegué al psicoanálisis ignorando los choques personales entre los diversos analistas, muy contento de obtener una ayuda
efectiva ante las dificultades que enfrentaba.

En esa época yo iniciaba mi carrera como pediatra consultor; pueden ustedes imaginar el entusiasmo que suscitaba en mí el hecho de que,
al confeccionar innumerables historias clínicas con la información proporcionada por padres de pacientes hospitalarios, encontraba todas
las confirmaciones deseables de las teorías psicoanalíticas que comenzaban a adquirir sentido para mí a través de mi propio análisis. En esa
época ningún otro analista era también pediatra, por lo cual durante dos o tres décadas yo constituí un fenómeno aislado.

Menciono estos hechos porque, como pediatra que sabía hacer hablar a las madres sobre sus hijos y sobre las historias tempranas de los
trastornos de esas criaturas, pronto pude sorprenderme por el insight que el psicoanálisis había proporcionado sobre la vida de los niños, y
también por una cierta deficiencia de la teoría psicoanalítica a la que me referiré a continuación. En ese tiempo, la década de 1920, en el
núcleo de todo estaba el complejo de Edipo. El análisis de la psiconeurosis conducía una y otra vez al analista a las angustias de la vida
instintiva del período de los cuatro a cinco años de edad, en la relación del niño con los dos progenitores. Si en el análisis salían a luz
dificultades más tempranas, eran tratadas como regresiones a puntos de fijación pregenitales, pero se consideraba que la dinámica
provenía del conflicto en el momento de pleno desarrollo del complejo de Edipo genital, en la edad del deambulador o más tarde, es decir,
antes de la superación del complejo de Edipo y del inicio del período de latencia. Ahora bien, en innumerables historias clínicas yo
encontraba que los niños con trastornos -fueran psiconeuróticos, psicóticos, psicosomáticos o antisociales- presentaban dificultades en su
desarrollo emocional en la infancia, incluso de bebés. Los niños paranoides hipersensibles podían incluso haber empezado a serlo las
primeras semanas o días de vida. En algún lugar había algo erróneo. Cuando empecé el tratamiento psicoanalítico de niños, pude confirmar
que el origen de la psiconeurosis estaba en el complejo de Edipo, pero sabía que los trastornos habían comenzado antes.

Desde mediados de la década de 1920 señalé esos hechos en escritos tentativos y temerosos dirigidos a los colegas; finalmente mi punto
de vista hizo eclosión en un artículo de 1936 que titulé "Appetite and Emotional Disorder". En ese escrito presenté historias clínicas que
había que conciliar de algún modo con la teoría del complejo de Edipo como punto de origen de los conflictos individuales. Los bebés
podían padecer enfermedades emocionales.

Fue importante en mi vida el momento en que Strachey interrumpió el análisis y me habló de Melanie Klein. El había tenido noticias de mi
cuidadosa anamnesis y del hecho de que yo trataba de aplicar a los niños que atendía por todo tipo de trastornos pediátricos lo que
descubría en mi propio análisis. Yo investigaba especialmente los casos de niños que sufrían pesadillas. Strachey me dijo: "Si usted está
aplicando la teoría psicoanalítica a los niños, tiene que conocer a Melanie Klein. Jones la tentó a venir a Inglaterra para analizar a alguien en
quien él estaba especialmente interesado; Melanie Klein está diciendo algunas cosas que pueden ser ciertas o no, y usted tendrá que
descubrirlo por sí mismo, pues en su análisis conmigo usted no va a enterarse de lo que ella enseña".
De modo que fui a escucharla y después la visité; encontré a una analista que tenía mucho que decir sobre las angustias de la infancia, y me
puse a trabajar con la ventaja de contar con su ayuda. Le llevé una historia redactada muy detalladamente, y ella tuvo la bondad de leerla
de extremo a extremo; sobre la base de ese análisis prekleiniano que yo realicé a partir de mi propio análisis con Strachey, pasé a tratar de
aprender algo de esa inmensa cantidad de conocimientos que descubrí que Klein ya tenía.

Me resultó difícil, porque de la noche a la mañana dejaba de ser un pionero yo mismo, para convertirme en discípulo de una maestra
pionera. Melanie Klein era una maestra generosa, y yo me consideraba afortunado. Recuerdo que en una oportunidad fui a pedirle una
supervisión, y no pude recordar absolutamente nada del trabajo de toda la semana. Su respuesta consistió sencillamente en narrarme uno
de sus propios casos.

De modo que estaba aprendiendo psicoanálisis con Melanie Klein y los otros maestros me parecían relativamente rígidos. Entre otras cosas,
ella tenía una memoria extraordinaria. El sábado a la noche, si se lo proponía, podía recorrer todos y cada uno de los detalles del trabajo de
la semana con cada paciente, sin necesidad de consultar notas. Recordaba mis casos y mi material analítico mejor que yo mismo. Más
adelante me confió el análisis de alguien allegado y querido por ella, pero debe quedar claro que yo nunca me analicé con ella ni con
ninguno de sus analizandos, por lo que no puedo contarme como miembro de su grupo de kleinianos selectos.

Ahora debo tratar de puntualizar lo que obtuve de Melanie Klein. Es difícil, porque en esa época yo simplemente trabajaba con el material
de mis casos, y de los casos sobre los que ella me hablaba, sin la menor idea de que se me estaba enseñando algo sumamente original. El
hecho es que tenía sentido, y sumaba la teoría psicoanalítica a los detalles de mi historia clínica.

Para Melanie Klein, el análisis de niños era exactamente como el análisis de adultos. Desde mi punto de vista esto nunca fue un problema,
pues yo me inicié con la misma idea, y aún la sostengo. La idea del período preparatorio depende del tipo de caso, y no es una técnica fija
propia del análisis de niños.

En ese entonces Melanie Klein empleaba conjuntos de juguetes muy pequeños. Yo descubrí que eran muy valiosos, pues resultaban fáciles
de manipular y se sumaban de un modo especial a la imaginación del niño. Constituían un progreso en relación con el hablar y también con
el dibujar, que yo había empleado siempre debido a la ventaja de poder contar con los dibujos para recordar una pesadilla o un ejemplo del
jugar.

Melanie Klein tenía un método para hacer muy real la realidad psíquica interna. Para ella el jugar era una proyección de la realidad psíquica
del niño, que éste localizaba dentro del self y del cuerpo.

De este modo fui acostumbrándome a ver la manipulación por el niño de los pequeños juguetes, y otros juegos especiales y circunscriptos,
como vislumbres del mundo interior del niño; uno percibía que la realidad psíquica' puede considerarse "interior" porque pertenece al
concepto que el niño tiene de sí mismo como poseedor de un lado de adentro que forma parte del self y un lado de afuera que es "no-yo" y
se repudia.

En estos términos había una estrecha conexión entre los mecanismos mentales de la introyección y la función de comer. La proyección
también estaba relacionada con las funciones corporales excretorias: con la saliva, el sudor, las heces, la orina, el gritar, el patalear,
etcétera.

Entonces, el material de un análisis tenía que ver con la relación objetal del niño o con los mecanismos de introyección y proyección.
Asimismo, la expresión "relación objetal" podía significar relación con objetos internos o externos. El niño crecía en un mundo, pero tanto
el niño como el mundo eran constantemente enriquecidos por la proyección y la introyección. No obstante, el material para la proyección y
la introyección tenía una prehistoria, pues, en la base, lo que está en el niño y le pertenece fue primero incorporado en relación con la
función corporal del comer. De este modo, aunque uno podía analizar interminablemente en términos de proyección e introyección, los
cambios se producían en relación con el comer, es decir, con el erotismo y el sadismo orales.

Según esto, el mordisco rabioso en la transferencia, relacionado con un fin de semana o unas vacaciones, acrecentaba la fuerza de los
objetos internos de calidad persecutoria. Como consecuencia, el niño experimentaba un dolor, se sentía amenazado interiormente o estaba
enfermo, o bien la amenaza era percibida desde el exterior en virtud de los mecanismos de la proyección; podían desarrollarse fobias o
fantasías amenazantes, en estado de vigilia o de sueño, o aparecer desconfianza, y así sucesivamente.

Así se abrió para mí un mundo analítico muy rico; el material de mis casos confirmaba las teorías, y lo hacía repetidamente. Por fin lo di
todo por sentado. Por otra parte, Freud bosqueja esas ideas en "Mourning and Melancholia" (1917) y Abraham (1916) -maestro de Klein en
Berlín- había abierto el nuevo territorio que Melanie Klein disfrutaba tanto jalonando.
Para mí lo importante era que, sin reducir en nada el impacto del complejo de Edipo, se estaba trabajando sobre la base de angustias
relacionadas con los impulsos pregenitales. Uno podía ver que en los casos psiconeuróticos más o menos puros el material pregenital era
regresivo y la dinámica pertenecía al período de los cuatro años, pero, por otra parte, en muchos casos había enfermedad y una
organización de las defensas propias de etapas anteriores de la vida del infante; en realidad, muchos infantes nunca llegaban a algo tan
sano como un complejo de Edipo en la edad del deambulador.

En mi segundo caso de formación con niños, a principios de la década de 1930, tuve la suerte de encontrar a una paciente de tres años cuya
enfermedad (anorexia) se había iniciado con el primer cumpleaños. El material del análisis era edípico con reacciones a la escena primaria;
la niña no era de ningún modo psicótica. Además evolucionó muy bien, y ahora está felizmente casada y criando a su propia prole. Pero su
conflicto edípico se había iniciado en el primer cumpleaños, cuando por primera vez se sentó a la mesa con los dos progenitores. La niña,
que antes no había presentado ningún síntoma, tendió la mano hacia la comida, miró solemnemente a los dos padres, y retiró la mano. Así
se inició una anorexia severa, exactamente al año. En el material del análisis, la escena primaria aparecía como una comida; a veces los
padres comían a la niña, mientras que otras la niña volcaba la mesa (la cama) y destruía toda la estructura. Su análisis terminó a tiempo
para que tuviera un complejo de Edipo genital antes del inicio del período de latencia.

Pero éste era un caso anticuado. El enfoque de Melanie Klein me permitía trabajar con los conflictos y angustias infantiles y con las
defensas primitivas, fuera el paciente niño o adulto; ese modo de ver fue arrojando luz gradualmente sobre la teoría de la depresión
reactiva (iniciada por Freud) y sobre la teoría de algunos estados caracterizados por la expectativa persecutoria; también daba sentido a
cosas tales como las alternancias clínicas de ida y vuelta entre la hipocondría y las ideas delirantes de persecución, y entre la depresión y la
defensa obsesiva.

Mientras trabajé con Klein, nunca encontré que hubiera la menor alteración de la aplicación estricta de los principios técnicos freudianos.
Se evitaba con cuidado salir del rol de analista y las principales interpretaciones se referían a la transferencia. Esto me resultaba natural,
porque mi propia analista era estrictamente ortodoxa. (Había iniciado mi segundo análisis con la señora Joan Riviere.)

Lo que sí encontré fue una comprensión muy enriquecida del material presentado y en particular encontré que resultaba valioso localizar el
ítem de la realidad psíquica, dentro o fuera, y librarse del uso de la frase "fantasía más débil", incluso cuando por "fantasía" entendemos la
facultad de imaginar.

Siguiendo en el trabajo los lineamientos de Klein, uno llegaba a comprender la compleja etapa del desarrollo que Klein denominó "posición
depresiva". Creo que ésta es una mala denominación, pero por cierto en la clínica, en los tratamientos psicoanalíticos, la llegada a esa
posición hace que el paciente se deprima. En este caso estar deprimido es un logro, implica un alto grado de integración personal y la
aceptación de la responsabilidad por toda la destructividad vinculada con el hecho de vivir, con la vida instintiva y con la rabia por la
frustración.

Partiendo del material que presentaban mis pacientes, Klein me hizo ver con claridad de qué modo la capacidad para preocuparse por el
otro y sentir culpa es un logro; más que la depresión, es ese logro lo que caracteriza la llegada a la posición depresiva en el caso del bebé y
el niño en crecimiento.

La llegada a esa etapa está asociada con ideas de restitución y reparación; por cierto, el individuo humano no puede aceptar las ideas
destructivas y agresivas de su propia naturaleza sin una experiencia de reparación, y por ello en esta etapa es necesaria la presencia
continuada del objeto del amor, pues sólo así hay oportunidades para la reparación.

En mi opinión, éste es el más importante aporte de Klein, y creo que está a la altura del concepto freudiano del complejo de Edipo. Este
último se refiere a una relación tripersonal, y la posición depresiva de Klein tiene que ver con una relación bipersonal -la que existe entre el
infante y la madre-. El principal ingrediente es un cierto grado de organización y fuerza del yo en el bebé o niño pequeño, razón por la cual
resulta difícil ubicar el inicio de la posición depresiva antes de los ocho o nueve meses, o del año. Pero, ¿qué importa?

Todo esto pertenece al período de entre guerras, cuando hubo un crecimiento rápido de la British Society y Klein era el agente fertilizador.
La respaldaban Paula Heimann y Susan Isaacs, y también Joan Riviere, mi segundo analista.

Desde aquellos días es mucho lo que ha ocurrido, y no pretendo ser capaz de transmitir la concepción de Klein de un modo que ella misma
hubiera aprobado. Creo que mi modo de ver empezó ,a separarse del suyo, y en todo caso encontré que ella no me había incluido en el
grupo de los kleinianos. Esto no me importó, porque nunca he sido capaz de seguir a otro, ni siquiera a Freud. Pero Freud era fácil de
criticar, pues siempre estaba criticándose a sí mismo. Por ejemplo, puedo decir sencillamente que no encuentro ningún valor en su idea de
un instinto de muerte.
Bien, Klein ha hecho mucho más de lo que podemos permitirnos ignorar. Penetró cada vez más profundamente en los mecanismos
mentales de sus pacientes, y después aplicó sus conceptos al bebé en crecimiento. Creo que es en ese proceso donde cometió errores,
porque en psicología "más profundo" no siempre significa "más temprano".

Una parte importante de la teoría kleiniana es el postulado de una posición esquizo-paranoide que data del inicio mismo de la vida. Esta
expresión, "esquizo-paranoide", es sin duda poco feliz, pero no podemos ignorar el hecho de que en un sentido vitalmente importante
encontramos los dos mecanismos: (1) miedo al talión, (2) escisión del objeto en "bueno" y "malo".

En última instancia, Klein parecía pensar que los infantes empiezan de este modo, pero se diría que así ignora el hecho de que, con un
quehacer materno suficientemente bueno, esos dos mecanismos pueden resultar relativamente carentes de importancia, hasta que la
organización del yo le permite al bebé utilizar los mecanismos de proyección e introyección para controlar los objetos. Si no hay un
quehacer materno suficientemente bueno, el resultado es más bien el caos, y no el miedo al talión y una escisión del objeto en "bueno" y
"malo".

Con respecto a las palabras "bueno" y "malo", creo que es dudoso que puedan emplearse antes de que el infante sea capaz de diferenciar
los objetos internos benignos y persecutorios.

Quizá mucho de lo que Klein escribió en las últimas dos décadas de su fructífera vida ha sido malogrado por su tendencia a hacer
retroceder cada vez más la edad en que aparecen los mecanismos mentales, de modo que incluso encontraba la posición depresiva en las
primeras semanas de vida; es cierto que también reconocía, de labios afuera, la provisión ambiental, pero nunca aceptó plenamente que
junto con la dependencia de la infancia temprana hay verdaderamente un período en el que no es posible describir al infante sin describir a
la madre que el infante aún no ha podido separar de su self. Klein pretendía haber prestado plena atención al factor ambiental; en mi
opinión, era incapaz de hacerlo, por temperamento. Quizás esto representó una ventaja, pues sin duda se sentía poderosamente impulsada
a retroceder cada vez hacia los mecanismos mentales personales e individuales que constituyen al nuevo ser humano en el primer peldaño
de la escala del desarrollo emocional.

Lo principal es que, sea cual fuere la crítica que deseemos hacerle al punto de vista de Mein en las últimas dos décadas de su vida, no
podemos ignorar la enorme influencia que su trabajo tuvo en Inglaterra, y que tendrá en todas partes, sobre el psicoanálisis ortodoxo.

En cuanto a la polémica entre Klein y Anna Freud, y entre los seguidores de una y otra, para mí carece de importancia, y tampoco la tendrá
para ustedes, porque es una cuestión local, y bastará una brisa fuerte para disiparla. Lo único importante es que el psicoanálisis,
firmemente basado en Freud, no pase por alto el aporte kleiniano, que ahora intentaré resumir en los términos siguientes:

- Estricta técnica ortodoxa en el psicoanálisis de niños.


- Técnica facilitada por el empleo de pequeños juguetes en las etapas iniciales.
- Técnica para el análisis de niños de dos años y medio de edad en adelante.
- Reconocimiento de la fantasía tal como la localiza el niño (o el adulto), es decir, dentro o fuera del self.
- Comprensión de las fuerzas u "objetos" internos benignos y persecutorios y de su origen en las experiencias instintivas
satisfactorias o insatisfactorias (originalmente orales y sádico-orales).
- Importancia de la proyección y la introyección como mecanismos mentales desarrollados en relación con la experiencia que tiene
el niño de las funciones corporales de incorporación y excreción.
- Énfasis en la importancia de los elementos destructivos de las relaciones objetales, es decir, aparte de la rabia en la frustración.
- Desarrollo de una teoría del logro por el individuo de capacidad para la preocupación por el otro (posición depresiva).
- Relación del juego constructivo, el trabajo, la potencia y el parto, con la posición depresiva.
- Comprensión de la negación de la depresión (defensa maníaca).
- Comprensión del caos amenazante en la realidad psíquica interior y de las defensas relacionadas con ese caos (neurosis obsesiva o
estado de ánimo depresivo).
- Postulación de impulsos infantiles, miedo al talión y escisión del objeto antes de la obtención de la ambivalencia.
- Intento constante de describir la psicología del infante sin ninguna referencia a la calidad de la provisión ambiental.

A continuación, tenemos ciertas aportaciones más dudosas:

- La subsistencia del empleo de la teoría de los instintos de vida y de muerte. Un intento de describir la destructividad infantil en
términos de: (a) la herencia, y (b) la envidia.

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