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LOMBARD – JOURDAN, Anne: “Del problema de la continuidad: ¿Hay una

Protohistoria Urbana en Francia?

Las ciudades monumentales de la época romana son generalmente consideradas


como el punto de partida de la historia urbana en Occidente. Luego de las invasiones
bárbaras(decadencia de la city romana), es un tipo diferente de aglomeración el que
aparece con la renovación económica de los siglos VIII y IX. A la vasta ciudad antigua
de hábitat disperso, poblada de funcionarios y de propietarios territoriales, a cuyas
necesidades subvienen artesanos y mercaderes, se opone la ciudad medieval rodeada por
sus murallas, pero flanqueada por un faubourg(suburbio), de función esencialmente
económica, y donde se desarrollan un patriciado y un proletariado cada día más
conscientes de su importancia social. Las ciudades de la Edad Media no son las
herederas de aquellas que se levantaron durante la dominación romana. Se ha visto en
ellas un "tipo urbano nuevo".

Las ciudades medievales nacieron del ritmo acelerado de los cambios, del
desarrollo demográfico, del progreso de 1as técnicas agrícolas, que permitieron
disponer, a partir del siglo X, de una importante mano de obra, y de la sedentarización
de los mercaderes. ¿Por qué y c6mo aparecieron las ciudades aquí o allá? ¿Cuáles
fueron las causas y las modalidades de su fijación en la alta Edad Media? ¿No hubo
continuidad topográfica y funcional de elementos religiosos, econ6micos y sociales en
el período que se llama "preconstitucional", es decir, antes que la ciudad haya tomado
una forma jurídica y estructural susceptible de propagarse por imitación y repetición?

La Galia independiente, país rico, fecundo, industrioso conocía aglomeraciones


que César llama oppida y a veces urbes. Eran plazas fuertes cuya población fija se
agrupaba en un lugar bien defendido natural y artificialmente, a menudo sobre una
altura. En el espacio vecino se implantaron las necrópolis y se encontraban los lugares
de culto, de reunión y de mercado que necesitaban de vastos espacios para el despliegue
y acampamento de las multitudes galas con sus carros. La población de los oppida au-
mentaba de manera brusca y momentánea en caso de guerra. Los santuarios vecinos
veían, en fechas fijas, el aflujo de esos mismos campesinos llegados para adorar las
divinidades, tratar de los asuntos públicos, juzgar a los culpables, pero también cambiar
sus productos, informarse, distraerse antes de volver a sus residencias alejadas. Las
ciudades principales eran en el siglo 1 d.C., lugares de reunión pasajeros para la
plegaria, los negocios o la guerra.

Bajo la administración romana, las viejas aglomeraciones galas se adaptaron a una


nueva vida pacífica. Villae y jardines se levantaron en la periferia de las ciudades
construidas alrededor de un forum monumental. Luego, en el Bajo Imperio, las
invasiones bárbaras forzaron a las ciudades a retraer su perímetro para defenderse
mejor. Los antiguos lugares indígenas de reunión quedaron en el exterior de la nueva
muralla como estaban fuera de la ciudadela en épocas de la independencia. En ese
medio, ahora suburbano, se extendieron el cristianismo y la renovaci6n económica.

Luego de la conquista romana los cultos oficiales encontraron su lugar en el


corazón de la ciudad. Pero los antiguos santuarios proto-históricos, cerca o a poca
distancia de las ciudades galo-romanas no fueron abandonados. Las poblaciones
continuaron sirviendo para las reuniones periódicas en las cuales se honraban los dioses
indígenas. Los cultos de las divinidades locales y protectoras se perpetuaron de una
manera perfectamente libre, desde el momento en que no atentaban a la lealtad hacia
Roma. Los funcionarios, los administradores y los soldados parecen haberlos ignorado.
Estamos en presencia de cultos al margen, a veces superficialmente romanizados, pero
siempre libremente ejercidos y que gozaron de un gran favor por lo menos a comienzos
del siglo V. Si las supervivencias de los cultos indígenas, innumerables en los campos,
han podido parecer menos frecuentes en las ciudades, es porque el cristianismo allí los
substituyó antes y mejor que en otros lados.

Cuando, con las invasiones bárbaras, el poder romano se debilitó, 1as ciudades
fueron abandonadas y los dioses romanos pronto olvidados en sus templos en ruinas.
Los obispos en sus ciudades tuvieron que luchar contra los antiguos cultos proto-
históricos muy vivos, a los cuales los nuevos recién llegados bárbaros vinieron a aportar
su apoyo. Las creencias indígenas se vieron revivificadas por el aporte de los ritos y de
las costumbres muy semejantes de los invasores.

La nueva religión se implantó en la periferia y a veces a buena distancia de la


antigua ciudad abierta. Un cementerio fue bendecido allí donde habían sido sepultados
los mártires y los confesores, a menudo en el emplazamiento del antiguo cementerio
pagano. Los cristianos elevaron allí su primera basílica. Los primeros obispos fueron
santificados y enterrados en el cementerio suburbano. Vemos en esto una práctica
destinada a cristianizar el lugar.

La comunidad cristiana se formó en el exterior de la muralla, alrededor de la


catedral primitiva. Luego, cuando ésta, en los siglos IV-V emigró al interior de la
muralla por razones de seguridad más que de prestigio, una abadía, a menudo dedicada
a un santo local, continuó asegurando la función religiosa de ese mismo emplazamiento:
era necesario perpetuar el culto cerca de los mausoleos episcopales.

Si no hubo verdadera solución de continuidad en cuanto a los sitios culturales


entre la Galia pagana y la Francia cristiana de la alta Edad Media tampoco existió en
cuanto a los lugares de comercio.

En Galia independiente, las fiestas religiosas celebradas en fechas fijas se


acompañaban de ferias. Estas servían para drenar el exceso de la producción local y
ofrecían la ocasión a las mercaderías lejanas de introducirse en la región.

En la época de su llegada a Galia (s.II), los romanos conocían los mercados


urbanos pero no la periodicidad de las ferias. Su liberalismo económico aceptó que los
mercados indígenas continuaran realizándose. Las oppida acuñaron, mucho tiempo
después de la conquista, monedas divisionarias, lo que indica de parte de los artesanos y
de los mercaderes galos la voluntad de permanecer "al margen de la administración
romana, del censo y del fisco", pero también el mantenimiento de costumbres
comerciales. En esas mismas ferias, los negociantes, en su mayoría galos, que
abastecían el ejército romano drenaban una buena parte de las mercancías que se encar-
gaban de transportar a las grandes ciudades y a los puestos militares de limes.

Luego del paso de los bárbaros, las ciudades devastadas, cayeron en letargo y las
fora fueron abandonadas. Los caminos ya no fueron cuidados. Muchos sitios de portus
de la alta Edad Media recubrieron el emplazamiento de los desembarcaderos galos.
El lazo que unía las ferias a prácticas religiosas fue un elemento de permanencia.
Los peligros, no detuvieron jamás el comercio.

A comienzos de la renovación económica (siglos VIII-X) casi todas las ferias se


encuentran en manos de establecimientos religiosos y justifican su existencia por el
largo uso o por un acta falsa. Hubo una inmutabilidad de los lugares de intercambio. A
la espera que la autoridad señorial o real tome el relevo, el clero se ocupó de instalar y
de organizar en provecho de toda una tradición ininterrumpida.

Cuando las primeras basílicas cristianas reemplazaron los antiguos santuarios


indígenas, los sacerdotes de la religión triunfante heredaron las prerrogativas de
aquellos de la religión vencida.

Para asegurar su victoria sobre los cultos paganos y conservar al mismo tiempo los
provechos de las ferias, la Iglesia dispone de todo un arsenal de procedimientos.

El hecho que habían sido consagrados destinados a la sepultura, vastos espacios


no cerrados se transformaron en lugares de asilo exentos de la jurisdicci6n laica, libres
de todo impuesto. El establecimiento del cementerio puede preceder en muchos años a
la construcción de la iglesia. Los cementerios se transformaron en lugares de pobla-
miento privilegiados y la atracción que ejercieron facilitó, en los faubourgs de las
ciudades, el paso al hábitat permanente.

Las ferias tomaron habitualmente el nombre del santo patrón de la iglesia vecina,
quien aseguraba la paz del mercado y garantizaba la honestidad de los cambios. Los
días en que se celebraban los santos coincidían a menudo con las fechas en que se
celebraban las grandes fiestas célticas. ¿Acaso el Papa no aconsejaba no cambiar en
nada las costumbres de los paganos, de consagrar sólo al verdadero Dios los antiguos
lugares de devoción de los paganos y de identificar las fechas de las fiestas paganas con
el aniversario de la muerte de los santos?

Cuando las primeras ferias se desarrollaban espontáneamente en un lugar poco


propicio a su celebración, el clero se aventuraba a desplazarlas hacia un centro monacal
o urbano. Esto se rodeaba de precauciones superponiendo a veces muchas
conmemoraciones a la fecha pagana, para que el brillo de las fiestas cristianas hiciera
olvidar los antiguos recuerdos.

Tantas precauciones tomadas para dar a las ferias un "certificado de origen"


testimonian de la inmutabilidad de los lugares de cambio. El rey tuvo a veces la
prudencia de instalar su “nuevo mercado" en un lugar ya marcado por el comercio. Sólo
la fuerza de la costumbre pudo explicar el primer éxito de ciertas ferias antiguas.

El aspecto evolucionado con el cual aparecen, aunque tardíamente, las ferias,


supone una larga existencia anterior.

No puede haber verdadera solución de continuidad en la necesidad de procurarse


ciertas mercaderías y he aquí un argumento en favor de la permanencia de las ferias. En
las épocas de economía cerrada, los productos agrícolas y los productos del pequeño
artesanado pudieron alimentar un mercado dominical o local.
La Galia fue, desde la edad de bronce, una gran región de cría de ganado. Las más
antiguas ferias son todas de ganado. Si el ganado es nutrido en las regiones
circunvecinas, los caballos vienen a veces de muy lejos. Los mulos son producidos en
ciertas regiones especializadas. Los galos estaban orgullosos de su caballería. Vino y
caballos son los principales objetos de comercio propuestos y aceptados en Galia
independiente. A partir del siglo VIII, ese comercio se intensifica.

Desde antes de la conquista romana y sin interrupción hasta la Edad Media,


esclavos, vino, cabal1os dieron lugar a un comercio de larga distancia. Los productos
extranjeros y de gran precio están presentes siempre en las ferias pero en proporciones
variables según el lugar que ocupan en los circuitos comerciales, el número y la calidad
de sus clientes. Del mercado rural anual al encuentro comercial internacional, existen
más de un tipo de feria.

Reuniones de carácter espontáneo, las ferias más viejas no han podido ser el
objeto de actas de fundación o de donación. Los archivos poseen sólo numerosas actas
falsas, destinadas a justificar pretensiones fundadas hasta ese momento sobre un largo
uso y e1 argumento del "día del santo". Los agentes reales o señoriales tratan de usurpar
privilegios no garantizados por un escrito. Los señores laicos transigen y confirman la
posesión del otro. Los clérigos, posesores de hecho, sintiéndose impotentes para
garantizar el orden en los lugares de cambio y para proteger a los mercaderes en los
caminos, son los primeros en solicitar el apoyo de las autoridades laicas para asegurar la
guardia de las ferias; renuncia a una parte de sus prerrogativas para gozar del resto.

Permanencia pues de los lugares de culto y de feria y de ciertas tradiciones


políticas.

Los pueblos galos, dependían "casi todos" de la administración romana, pero


celebraban siempre sus asambleas políticas. La aristocracia indígena conservó una parte
de sus privilegios. Los oppida continuaron durante mucho tiempo acuñando moneda
aunque poco después se adaptaron al nuevo.

Los grandes propietarios territoriales compusieron en su mayoría los nuevos


senados de las ciudades y sirvieron de intermediarios entre las poblaciones y el poder
central. Los límites de las antiguas ciudades permanecieron siendo los mismos y las
medidas administrativas tomadas por Augusto no hicieron sino acentuar el movimiento
de concentración alrededor de las "capitales".

A. fines del s. III, las ciudades perdieron sus nombres celto – latinos y tomaron los
de las antiguas agrupaciones indígenas de las que ellas habían continuado siendo
símbolo.

Las asambleas del pueblo fueron mantenidas en parte. Durante los períodos en los
cuales la autoridad pública se mostraba deficiente, las poblaciones se vieron forzadas
para defender sus intereses.

A la llegada de los bárbaros, el mallus o asamblea se celebran en los antiguos


lugares de asamblea galos. Un capitular de Luis el Piadoso de 818-819 ordena que la
asamblea se celebra "allí donde desde antiguo han sido recibido los juramentos".
Agrega que no debe celebrarse ni en la iglesia ni en el cementerio, lo cual prueba que se
había tomado tal costumbre. Hubo permanencia en la Edad Media de las reuniones
judiciales en las fronteras de las antiguas ciudades galas.

Los textos distinguen la doble naturaleza del personal de las ferias: por un lado,
los comerciantes autóctonos, productores y criadores de las regiones vecinas que llevan
allí sus productos brutos o ya elaborados; por el otro los comerciantes de profesión que
llevan desde lejos los productos extranjeros; por una parte, los descendientes de
aquellos que tomaron la iniciativa de reunirse; por la otra, los mercaderes que vienen a
unirse a ellos.

En el siglo X, cuando comienza el movimiento comunal, los habitantes de las


ciudades reclaman el derecho a conjurarse refiriéndose a un largo uso, en relación con
las ferias. Cuando se deciden a dar fuerza legal a las comunas, los señores reconocen
ellos mismos su existencia anterior y de hecho.

Organización estrictamente personal en su origen, la comuna consiste


esencialmente en una asociación jurada, en un juramento de mutua asistencia
pronunciado por hombres libres. El grito de la "comuna" ante el cual todos acuden a las
armas es un llamado de ese juramento. Los primeros en reivindicar el derecho de
conjurarse son: artesanos y burgueses que se ocupan todavía de sus tierras.

No hay lazo estrecho entre el nacimiento de las libertades comunales y la actividad


económica. Las 1° revueltas no tuvieron lugar en las ciudades más florecientes, sino en
viejas ciudades episcopales. Quienes las dirigen practican oficios que exigen poca
calificación: carniceros, panaderos, toneleros, albañiles, curtidores, etc. Si los
movimientos de reivindicaci6n; definitivamente, dirigidos contra los príncipes
territoriales, tiene como objetivo escapar en la mayor medida posible a su jurisdicción y
a su fiscalidad, se esfuerzan sobre todo por adquirir autonomía. Es necesario ponerlos
en relación con el deseo de liberación y e1 retorno a las tradiciones nacionales que
atestigua, en la misma época, el nacimiento de una literatura profana y la redacción de
1as primeras canciones de gesta. La comuna quiere ser, reconocida como entidad frente
al señor laico o eclesiástico: reclama libertad y derecho de iniciativa.

Las tradiciones locales atestiguan la fidelidad de las reuniones comunitarias al


primitivo lugar de asamblea, que es el de la primera implantación del culto cristiano y
del comercio. En un gran número de ciudades medievales, una iglesia -y una sola por
cada ciudad- lleva el calificativo de de foro de in foro. Debe dársele el sentido conjunto
de "lugar de asamblea y de mercado", están dedicadas a los santos honrados más
antiguamente. Están ligadas a la vida municipal: sirven de lugar de reunión a los
cuerpos directores de la ciudad; los alcaldes prestan allí el juramento de ser íntegros y
buenos justicieros.

Así, en el siglo IV, Galia reencuentra, en los mismos lugares y en las mismas
fechas, antiguos modos de vida. Con abandonos pasajeros y reanudaciones fieles según
las circunstancias lo permitan, las asambleas de feria se perpetúan durante la época
romana y la época merovingia.

Ya los oppida galos, centros de reunión, pasajeros pero regulares de un pueblo


eran verdaderas ciudades temporarias. En la alta Edad Media, las ferias suscitan, en, los
mismos lugares, gran concurso de pueblo. Cada lugar de feria es una verdadera
"ciudad".

Luego el polo periódico de toda una región se transforma lentamente en "un


mercado", Los encuentros se hacen más frecuentes. Alrededor surgen hosterías para los
comerciantes gremios de alimentación, luego se instalan allí artesanos especializados.
Su duración se prolonga y su número se multiplica. Los comerciantes extranjeros tienen
una residencia donde habitar y un mercado donde vender durante las ferias. En un
último estadio, los negociantes instalan en las ciudades sus casas de comercio. Así se
debi1itan y se borran algunos de los caracteres esenciales de la feria original y
especialmente su periodicidad espaciada que constituía toda la importancia.

De manera opuesta a H. Pirenne para quien sólo el portus, centro permanente de


comercio, se encuentra en el origen de las ciudades, nosotros vemos una relación directa
entre la celebración de una feria y el nacimiento de una aglomeración comercial. La
declinación de las ferias está ligada al desarrollo de las ciudades. Feria y ciudad son dos
organismos diferentes que corresponden a sistemas diferentes de cambio y a niveles
diferentes de civilización material. Una procede de la otra y pasado cierto grado de
actividad urbana, la feria queda perimida. Las ferias galas respondían a las necesidades
de elementos diseminados para satisfacer a los imperativos de una agricultura
rudimentaria; corresponden a un ritmo sincopado de vida, ritmo impuesto por la
parcelación política y la inseguridad general. Durante los siglos de la Paz romana, las
necesidades de concentración se impusieron sobre las necesidades de dispersión. Pero,
con la desaparición del régimen romano, las ferias retomaron una importancia que
perdieron nuevamente poco a poco, sobre todo a partir de comienzos del siglo XIII. Su
decadencia se debe principalmente a causas sociológicas. Los privilegios y las
exenciones de tasa prolongaron una agonía cuyos motivos no eran sólo de orden
económico. Solo se mantuvieron las ferias especializadas, merced a la solidez de su
función social, capital en su origen, subsistieron sin irradiación.

Supervivencia no se produce sin adaptación. La evolución fue la misma en


ciudades de formación posterior. Cuando en el siglo XI, los señores laicos deciden
"fundar" ciudades o burgos y asegurar el poblamiento, toman prestado al clero los
procedimientos que habían sido probados en las épocas precedentes. Fundar una ciudad,
era, en suma, poner en acción el método empírico tan bien indicado por la Iglesia.

Las "agrupaciones urbanas feudales", han sido atribuidas a la iniciativa señorial.


Su nacimiento cerca de los castillos no fue sin embargo diferente de la de los suburbios
al pie de las murallas de las ciudades. En todos lados donde se ve aparecer sitios, eran
ya lugares de reunión comerciales, apoyados por un embrión de aglomeración mucho
antes, de la construcción de una fortaleza. Las palabras castrum o castellum pueden
significar no castillo o burgo fortificado sino simplemente, "lugar" (locus), a-
glomeración abierta". La presencia de ruinas en los bosques o el desierto determina a
veces la elección del emplazamiento del edificio cristiano que, posteriormente, dará
nacimiento a una ciudad. Por otra parte, la mención de un tabernero, o de un albergador
es muy sintomática. Se sabe que la palabra alemana Kaufmann que significa
"comerciante" viene del latín caupo, "tabernero".

En la intervención de los señores vemos la explotación bien comprendida de


corrientes comerciales espontáneas que avanzaban progresivamente desde las zonas
urbanizadas y más avanzadas económicamente hacia las zonas hasta ese momento
inhóspitas de Flandes interior y de Bretaña. El objetivo fiscal representó un papel tan
importante, como las intenciones estratégicas y militares. El rápido desarrollo de esas
"ciudades fundadas" en una época en que las repercusiones de orden económico son
mucho más lentas, no puede explicarse de otra manera que por costumbres anteriores.

Resumamos. Mientras que en otras regiones las agrupaciones humanas pudieron


conocer un crecimiento y una evolución continuas desde la prehistoria hasta la Edad
Media, en Ga1ia la surimposición artificial de grandes ciudades monumentales provocó
una solución de continuidad. Las ciudades a la moda antigua que los romanos edificaron
en los siglos I y II d.C. permitieron a los galos sortear etapas y acceder inmediatamente
a un nivel superior en la organización y el confort material. Las ciudades romanas no
fueron jamás completamente adoptadas por las sociedades indígenas que manifestaron
su desinterés por la rapidez del éxodo de los propietarios territoriales que habían venido
a establecerse allí, por la ruina completa del sistema corporativo ciudadano instaurado
por el Estado. Los edificios arruinados fueron desmantelados sin que se pensara en
reedificarlos y las obras de arte se acumularon para servir de fundación a las murallas
del Bajo Imperio. La Galia repudió la civilización urbana importada por Roma para
forjar la suya propia, conforme a sus tradiciones, a su naturaleza y a sus posibilidades.
Las ciudades galo-romanas vuelven a ser los centros y los mercados de los antiguos
pueblos de los cuales ellos habían retomado los nombres.

Las ciudades de la Edad Media descienden, según nuestra opinión, en línea directa
de las asambleas periódicas preromanas. Nacieron del esfuerzo de las colectividades
para proteger mejor sus intereses morales y materiales y de la necesidad de hacer
estables permanentes funciones temporarias: religiosas (parroquias), militares (murallas
y milicias), económicas (mercados y tiendas) administrativas y judiciales (comunas). Lo
que se ha considerado un "tipo urbano nuevo" es, de hecho, la expansión de centros de
actividad comunitaria que habían sobrevivido a siglos de ocupación romana, porque
respondían a una necesidad vital de las poblaciones y tenían un carácter "nacional"
contra el cual la administración romana no podía intentar nada.

Cuando, en el Bajo Imperio, las ciudades se encerraron en cinturón de sus


murallas, dejando fuera espacios consagrados a reuniones, ellas quedaron aisladas,
momentáneamente de sus factores de futuro: la muralla separó en adelante el antiguo
elemento administrativo y militar romano y los fermentos indígenas de actividad
religiosa y económica, forzando a estos últimos a desarrollarse juntos y a distancia
Mientras que en el interior de la muralla el templo y el forum galo-romanos
desaparecían y el obispo se instalaba en la ciudad, el antiguo lugar de asamblea,
santificado por la primera basílica, era confiado a un monasterio a menudo dedicado a
un santo local, que ofrecía a mercaderes el asilo de su cementerio y de sus passus. La
iglesia supo recoger las tradiciones romanas pero ella también supo adoptar,
disfrazándolas hábilmente, las tradiciones, muy vivas, de la Galia independiente. Ayudó
así doblemente a la formación de las ciudades.

Después de H. Pirenne estamos acostumbrados a ver en las ciudades "mercados


transformados". Pero esos mercados nacieron de ferias y las ferias mismas son uno de
los elementos de un complejo en el cual participan las creencias y los intereses
comunitarios tanto como el comercio. Estrechamente unidos en un principio al mismo
emplazamiento del suelo urbano, el elemento religioso, substrato de las colectividades
primeras, el elemento social y el elemento económico irán luego disociándose hasta
desconocer sus comienzos comunes.

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