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Las imágenes, fenómenos de comunicación

Las imágenes del arte, como las de la funcionalidad, han


sido vistas por los sociólogos por primera vez, como hechos
sociales: fenómenos de comunicación.

La imagen ha sido el dato nuevo fundamental de la situación de los individuos


en la sociedad técnica, el elemento creador de nuevas instituciones, testimonio
y mostración. Imágenes que son omnipresentes y densas, y que transportan,
además de la parte semiótica que corresponde a la función del mensaje (“lo
que se quiere decir”), un mensaje estético excedentario, pero siempre presente
(“cómo decirlo”) para convencer o seducir.

Desde Platón, las imágenes han dado lugar a reflexiones sobre las relaciones
entre ellas y las gentes a las que proponen una representación, presentación
en ausencia de la cosa, como un mensaje vicarial, es decir, mensaje de cosas
vividas y transferidas por alguien, asimismo ausente. Representación de cosas
reales que, desde siempre, han apuntado a suplir estas mismas cosas, a
usurpar las propiedades inherentes a ellas. Platón comentaba ya las relaciones
entre eidos y eikon y entre verdad (verdad de la representación) y belleza
(emanación idealizada de esta verdad).

Las imágenes no han tomado su importancia hasta que han devenido


cuantiosas, multiplicándose y complejifizándose por saltos técnicos evolutivos.
El primero de ellos fue la idea de reproducción idéntica facilitada por el grabado
de los artistas, y el segundo, la idea de lo múltiple en cantidades ilimitadas
obtenidas por la reproducción mecánica con la imprenta gutenberguiana, y las
copias industriales que realizan ante nuestros ojos, no solamente aquel museo
imaginario del arte evocado por Malraux, sino más aún la proliferación, la
difusión, la afluencia y la saturación, y con ello la inflación del valor de las
imágenes (o a la inversa, su devaluación) en nuestra consciencia a partir de su
multiplicidad y su ubicuidad.

La imagen ha perdido así el respeto que le había sido reservado, en especial


desde el Renacimiento. Su valor entra en decadencia por el simple hecho de su
densificación y su omnipresencia en nuestra sociedad mediática. Todos
nosotros tenemos, a cada instante, acceso inmediato a una cantidad
innumerable y torrencial de formas, figuras, reflejos, representaciones
íntimamente entremezclados de una manera que quiere hacer indiscernibles el
mundo de la realidad y el de las imágenes que lo reflejan, lo multiplican y al
mismo tiempo lo configuran. Las imágenes masivas ya no representan el
mundo que nos envuelve, compiten con él y lo suplantan.

La imagen como hecho social no tiene fronteras, ni lingüísticas ni culturales.


Como producto técnico tampoco las tiene, ni espaciales ni temporales. Ella es
el soporte de una enorme industria pesada que hace palidecer el retrato
económico de la Empresa, considerada tradicionalmente como útil de plusvalía
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y de distribución designataria de esta plusvalía (lo que era el objeto de las


reflexiones de una buena parte de nuestros socioeconomistas).

Es un esfuerzo difícil dar cuenta de un nuevo dato en el juego de los actores


sociales. La naturaleza representacional, o didáctica, de la imagen y su
proliferación masiva conduce a una especie de ecología de los mensajes
visuales. Ha sido oportuno que la ciencia de la comunicación se haya
anticipado incluso, intuitivamente, a la neurociencia visual esbozando una
ciencia de las comunicaciones visuales que ha dado lugar a la Esquemática y a
la Cientigrafía.

Ha sido necesario, por tanto, tomar en cuenta la realidad sociológica, es decir,


cultural. Las imágenes se mezclan con el mundo de los hombres, como el de
las máquinas. Forman parte del paisaje de acciones del ser y de su paisaje
mental en una sociedad de masas que es el producto de los medios de masas.
Mucho más que las toneladas de petróleo o de trigo, y de los pares de zapatos
o los productos materiales del industrialismo periclitado, las imágenes son
objetos de transportes. Vehículos de interacciones en la superficie de la Tierra
y con el Cosmos, y en el espacio virtual; nuevos bienes del comercio, de la
industria, del consumo, las imágenes plantean problemas sociales. Entre ellos
el de una revisión crítica de sus efectos, sus funciones y el de una política de
los contenidos.

Pero las imágenes funcionales pueden ser, también, según las intenciones de
sus promotores y autores, nuevos bienes cívicos y culturales. Nuevos vehículos
en la democratización del conocimiento.

© Joan Costa

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