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ORTEGA Y GASSET

O
EL ARTE DE LA
SIMULACIÓN
MAJESTUOSA
por RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT

Como era de esperar, al cumplirse los veinticinco años de la muerte


del pensador madrileño un verdadero aluvión de artículos
ensalzatorios de su obra ocuparon las páginas de la prensa diaria
y también en muchos casos de las revistas especializadas. Al universal
tono laudatorio se oponía este artículo, acerbadamente crítico, en el que
se cuestiona la existencia de verdaderos aportes en los trabajos de Ortega

A los veinticinco años de su muerte y medio siglo después de lo que hoy se ve» (Gottfried Benn, «Die Dichtung braucht inneren
la publicación de la obra que lo hizo popular en el mundo de Occi- Spielraum», 1934, recogido en: Gesammelte Werke, ed. por D. We-
dente, La Rebelión de las masas, es oportuno preguntar por la per- llershoff, Limes Verlag, Wiesbaden, 1.1, 1959, p. 259). Pero en los
manencia y la significación de la obra filosófica y sociológica de años en los que el penetrante Gottfried Benn registraba la influen-
José Ortega y Gasset. El motivo de la pregunta no es el de las con- cia antidemocrática de Ortega en Alemania éste, «que despreciaba
memoraciones vecinas. Es el de la comprobación de que en el me- fanáticamente la democracia, y que veía la grandeza de España en
dio siglo en el que la obra mayor del sociólogo Ortega gozo de una la extensión del poder español más allá de la península», iba a ser,
popularidad mundial hasta entonces sólo reservada a Cervantes, ni «a causa de su oposición a la dictadura no imperialista de Primo
La Rebelión de las masas ni El hombre y la gente han dejado huella de Rivera»... «un héroe de la República, uno de sus filósofos ofi-
alguna en el desarrollo de la teoría sociológica contemporánea. Ni ciales» (H. R. Southworth, Antifalange. Estudio crítico de «Falan-
Parsons ni Merton la tomaron en cuenta, y quien se ocupó con ella ge en la guerra de España» de M. García Venero. Ruedo Ibérico,
brevemente, porque la obra sociológica de Ortega no da más de sí, París, 1967, p. 69). En esos tiempos, Ortega ya era un monumento
como Rene König, lo hizo con el justificado ademán de irritación de la Nación española.
y sorpresa de que era lamentable que «el superficial crítico de la Desilusionado de la política o, más seguramente, de que los po-
cultura» Ortega y Gasset se hubiese apoderado, con su líticos de la República no lo comprendieran (lo cual fue cierto a juzgar
sensacionalismo, del tema de la masificación, que cuatro años por lo que dice el citado Southworth) y por lo tanto no vieran en
antes de la repuse orteguiana de Le Bon, había tratado él al castellano arquetípico, a la encarnación de la sabiduría políti-
diferenciadamente un subterráneo padre de la sociología moderna, ca española («y hay razones para ir sospechando que, en general,
Theodor Geiger, con su libro La masa y su acción. Una sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el
contribución a la sociología de la revolución (1926). Si es cierto gran problema de la España integral», España invertebrada, en Obras
que habent sua fata libelli, no es menos cierto que también lo tienen completas, t. II, ed. Revista de Occidente, 1955, p. 61); desilusiona-
sus autores: mientras el socialista Geiger tuvo que refugiarse en el do, pues, de que la segunda República no había resultado romana
exilio en Dinamarca y Suecia (1934), el «interesante Ortega» tenía, y él, consiguientemente, no había sido nombrado uno de los Cón-
en la Europa prefacista e inicialmente fascista, «una participación sules que —con poder y símbolos regios— sustituían al rey en la
esencialmente mayor en la disolución de la imagen socialista- República romana, Ortega castigó a la segunda República con una
democrática del mundo entre nosotros, de

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Tiempo Heidegger no da ninguna definición de la vida, sino que, como lo
dice muy expresamente en la primera página de su obra, se trata de
preguntar de nuevo —no de definir, que es un vicio escolástico y catequístico
— por lo que significa la palabra «siendo» («seiend» en alemán), por lo que
«es». Y para renovar la pregunta, parte del dato más elemental, anterior a la
«realidad radical» de la vida, esto es, el de «ser-en-el-mundo». Ortega
ENLO70AÑOS confunde «vida» con «ser-en-el-mundo», a la cual agrega otras confusiones
de DON
JOSE derivadas de la primera. Pero lo más «divertido» no son estas equivoca-
ORTEGA
Y GASET ciones, que en los años 30 no eran controlables fácilmente en los países de
/V Pin «Mi iBd
lengua española. Más «divertida» aún es la afirmación de Ortega: «no
podría decir... cuál es la proximidad entre la filosofía de Heidegger y la que
ha inspirado siempre mis escritos, entre otras cosas, porque la obra de
Heidegger no está aún concluida, ni, por otra parte, mis pensamientos
adecuadamente desarrollados en forma impresa» (O. C. ed. Rev. de
Occidente, t. IV, 1955, p. 403). Lo que significa que el mundo científico debe
esperar a que Ortega desarrolle «adecuadamente» sus pensamientos «en
forma impresa» para comprobar si lo que dice Ortega en ese ligero apercu
merece tenerse en cuenta para la discusión filosófica o no. Parece que no,
pues ni siquiera en 1952 Ortega había dado a sus pensamientos la adecuada
«forma impresa», a juzgar por la revelación de su discípulo Julián Marías
quien al dar las razones por las cuales no tenía el propósito de exponer en
una breve lección la metafísica de Ortega agregaba la «sencilla razón» de
que no se puede exponer ni «siquiera en líneas generales», porque «las
obras sistemáticas que la contienen no han sido publicadas todavía» (J.
- »M-*» t*' ■ m«. , I li)-**' Marías, El existencialismo en España, Ed. «Universidad Nacional de
En los años 70 de D. José Ortega, trabajo de Dionisio Ridruejo que le valió Colombia», Bogotá, 1953, p. 52). Con todo, esta metafísica realmente inédita
el premio Mariano de Cavia 1954. Jurado: Serrano Súñer, Azorín,
González Ruano, Fernández de la Mora y Cela —en los papeles póstumos tampoco se han encontrado esos libros
sistemáticos— constituyó «en una de sus dimensiones... una superación del
férula muy peculiar: al mismo tiempo que le daba el golpe eficaz con sus realismo y del idealismo» (Marías, op. cit. p. 51). La cabeza castellana —que
artículos recogidos en La rectificación de la República, se refugiaba en la tan plásticamente ilustra la iconografía de Ortega y Gasset— no solamente
filosofía y convertía la férula en una vara mágica que habría de regalar a era la única que tenía «órganos adecuados para percibir el gran problema
los países de lengua española lo que estos se habían esforzado secular y de la España integral», sino que mostraba un nuevo y especialísimo órgano:
vanamente en producir: un «sistema» de filosofía, elaborado por un íbero, el que puede producir un definitivo sistema filosófico o una revolucionaria
que no solamente es un sistema en serio, sino que supera a todos los metafísica, superadores de los grandes problemas y tendencias filosóficos de
sistemas de la tradición filosófica occidental; un «sistema», que por su la tradición occidental, y cuya fundamentación y exposi-
alcance, pone a España «a la altura de las circunstancias», más aún, que
devuelve a España su viejo poder mundial, al menos en el campo de la
filosofía, y canaliza las corrientes del pensamiento occidental hacia el acueducto
construido por Ortega. A la intimidación se agrega otro aspecto
Ortega produjo el «sistema» —que es antisistemático— que no del «estilo» orteguiano: el hábito de
solamente corregía todos los errores cometidos hasta su llegada por la proclamar que siempre se ha adelantado
filosofía occidental, sino que se adelantaba, como en una carrera de caballos, en algo o anticipado a alguien
por media o una cabeza, a los hallazgos de quienes eran producto de esa
tradición llena de errores, como Heidegger, por ejemplo. No hay nada más
«divertido» —para usar una palabra frecuente en su apologético discípulo,
Julián Marías— que leer la famosa nota a pie de página en Pidiendo un
ción prescinde de la una y de la otra: basta con que bulla en la castellana
Goethe desde dentro en la que Ortega subraya que no le debe nada a
cabeza de Ortega, y lo demás «se os dará por añadidura». Con todo, los
Heidegger y que no hay apenas uno o dos conceptos en Heidegger que no
filósofos europeos de los años 20, 30, 40,50, 60 y 70, incurables
hayan sido formulados en sus escritos, con una prioridad de 13 años. Resulta
reaccionarios o racionalistas, con algunas caprichosas excepciones, porque
divertido leer esta nota porque se trata de una comedia de equívocos. Ortega
tenían el pésimo hábito de tener en cuenta «pen-
dice en esa nota que en Ser y Tiempo, Heidegger llega a una definición de
la vida que es muy próxima a la suya. El caso es que en Ser y

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samientos adecuadamente desarrollados en forma impresa» y no gi- historia de la filosofía del discípulo de Ortega Julián Marías, para
gantescos sistemas o metafísicas recluidos en una cabeza —por cas- quien toda la tradición del pensamiento filosófico occidental pare-
tellana que sea, una simple cabeza— y, además, inéditos, no com- ce tener solamente el sentido de que de su seno surgió, para supe-
prendieron la radical innovación de Ortega: no lo tuvieron en cuenta. rarla, y para dictarle su definitivo camino, el portentoso creador del
El máximo filósofo del ex-Imperio español o, como la revista hu- sistema inédito de la «razón vital».
morística «La Codorniz» lo llamó en 1952, cuando Ortega celebra- Si Ortega no contribuyó con nada digno de mención a la socio
ba en la Alemania de la restauración dudosos triunfos, «Primer fi-
lósofo de España y Quinto de Alemania» —aludiendo
paródicamente a Carlos V—; éste máximo filósofo de España es el
máximo ausente de la discusión filosófica europea, en la que no ocu- Ortega poseía una intuición penetrante y
pa ni siquiera el quinto lugar que le asignó la revista humorística. abarcadora que le dispensaba de la
Ninguna de sus «teorías» ha dejado eco, ni positivo ni negativo, en lectura detallada de las obras que refutaba,
la «forma impresa» que dieron a sus pensamientos Husserl, Hei- interpretaba, citaba y recomendaba
degger, Wittgenstein, Ayer, Ryle, Merleau-Ponty, Sartre, Habermas,
Popper, Quine, Gadamer y la excepción de Adorno, quien sólo lo
menciona una vez como ejemplo de «avinagradas opiniones» (Pris-
men, ed. Suhrkamp, Frankfurt/M., 1955, p. 37). logia y a la filosofía europeas, a sus discípulos hispanos les queda
Y es apenas natural que así ocurra. No solamente porque los el consuelo de que acuñó un «estilo de trabajo» inconfudible, cu-
filósofos y demás científicos en general están habituados a discutir, yos más celebrados representantes son hoy Octavio Paz y Jesús Agui-
criticar, aprobar opiniones expuestas en libros o, para decirlo con rre y Ortiz de Zarate, duque de Alba (símbolos, a su vez, del arco
el eufemismo cuidadoso de Ortega, en «forma impresa», sino tam- precolombino y de lira civilizadora y de los espacios del pasado Im-
bién porque los que derramó en sus abundantes páginas estaban bri- perio, reunificado ahora en el espíritu de José Ortega y Gasset —
llante, pero no adecuadamente desarrollados. En El tema de nuestro los geógrafos y la Montaña disculpen el tácito traslado de San-
tiempo, por ejemplo, hace la crítica al racionalismo y asegura que tander a Galicia y la transformación de una gaita en una lira: son
«el racionalismo es antihistórico». Y para probarlo hace una breve desplazamientos y transformaciones simplemente orteguianas, dig-
«interpretación» de la Meditación cuarta de Descartes. Le hubiera nas, pues, de la emocionante comprobación.) Cierto es que los dos
bastado con detenerse en la primera Meditación para comprobar que a no representan todo el «estilo de trabajo» de Ortega, aunque sí los
Descartes no le interesa la historia, ni tenía que interesarle, como
lo dice expresamente, porque el objeto de sus meditaciones era la
indudable certidumbre del conocimiento, y para eso tenía que
concentrarse ((adecuadamente» en el sujeto. Pero deducir de este
hecho, esto es, que a Descartes no le interesa la historia, que «el
racionalismo es antihistórico» (O. C. ed. cit. III, p. 159) equivale
a convertir una evidencia en una exageración. Y exageraciones de
este tipo —tan corrientes en Ortega— son sin duda brillantes, pero
no adecuadas ni al texto cartesiano, ni a su situación y condiciona-
miento histórico y filosófico-histórico ni al racionalismo. Porque
aparte de la significativa distracción que le permite a Ortega descu-
brir a su atónito lector lo que Descartes mismo ha dicho expresa-
mente, el reproche que el Pensador de El Escorial le hace al racio-
nalismo a propósito de una rápida lectura de Descartes equivale a
pedir que Descartes se anticipe a la evolución de la filosofía que él
puso en marcha y piense como Voltaire, al menos, o como Hegel.
El antihistórico aquí no es el racionalismo, sino Ortega. De ser con-
secuente con el método implícito en este brillante aperçu, debería
reprocharse a Ortega que no fuese estructuralista o, para decirlo a
lo Ortega, que la «razón vital» es «antiestructuralista». Pero ese
método es estéril o sólo muestra su provecho cuando se lo aplica
unilateralmente, es decir, no para poner en tela de juicio al Maestro
de las Españas, sino para glorificarlo. Así, para seguir con el hipo-
tético ejemplo, no cabría reprochar a Ortega que no fuese estructu-
ralista, sino al estructuralismo que no fue «raciovitalista»; y ésto
porque el estructuralismo y todas las corrientes modernas del pen-
samiento no caben en el esquema curiosamente determinista de la Heidegger

. QUIMERA 71
de mi «maestro Cohen» y de «mi gran amigo Scheler», intimidaba
majestuosamente a los que no tenían acceso a esas alturas. Pero Or-
tega no fue discípulo de Cohen en el sentido que tiene esta palabra
en la universidad alemana. Y su gran amistad con Scheler se redujo
a demasiado poco, a una mención que hizo Scheler de Ortega en

Lo que Ortega construyó fue un castillo


de naipes que el viento de los tiempos
ha destruido silenciosamente. De él no ha
sobrevivido ninguna teoría, ningún
diagnóstico, ni siquiera su prosa
primorosa y brillante

el prólogo a la tercera edición de El formalismo en la ética (en la


ed. de las Obras Completas de Scheler: t. II, ed. Francke, Berna,
1954, p. 24) y en donde dice que Ortega siguió algunas partes del
Formalismo. «No hay información disponible hasta ahora sobre la
extensión de esta amistad, sino el reconocimiento del 'seguimien-
to' de Ortega el el prólogo de 1926 a su Formalismo en la ética»,
comenta el minucioso e ingenuo historiador de la fenomenología,
Herbert Spiegelberg, sobre esta «gran amistad» (en The Phenome-
nological Movement, ed. M. Nijhoff, La Haya, 1960, t. II, p. 614).
Ortega
Habría que esperar a que un Paulino Garagorri, por ejemplo, edi-
aspectos «protuberantes» —para decirlo con una palabra preferida tara la correspondencia de esa gran amistad, en beneficio de Orte-
de Ortega— y con un determinado acento. Lo mismo que Ortega, ga. Porque en la reciente biografía de Scheler, de Wilhem Mader
ninguno de los dos trata de un tema, sino que el tema les sirve de (Rowohlt, Hamburgo, 1980) no aparece en ninguna parte el nombre
pretexto para destacar su YO-EL-SUPREMO: si se trata de Goethe, de Ortega. Y si Scheler fue su «gran amigo», algunos testimonios
el lector de sus textos magistrales presenciará el espectáculo del cre- deben encontrarse en los archivos de Scheler. Posiblemente, Spie-
cimiento del Yo hasta el punto de que Goethe desaparece de la escena gelberg y Mader los pasaron por alto. A falta de testimonios de esa
y sólo adquiere importancia porque el YO-EL-SUPREMO gra- gran amistad, los orteguianos de las Españas pueden consolarse con
ciosamente lo menciona. Lo mismo le ha ocurrido a Quevedo en un chiste que circuló en las universidades alemanas, según el cual
manos del arquero, aunque éste —sea dicho en honor de los acen- Ortega era como un limón que cuando se lo exprimía, lo que que-
tos personales— es más sustancial que el ex-sacerdote de la Monta- daba en la mano era Scheler. Este tipo de efusiones — «mi maestro
ña. Pero tanto en Ortega como en sus dos hijos putativos, las sofo- Cohén», «mi gran amigo Scheler»— sin fundamento real hizo es-
cantes exaltaciones del Yo tienen un gesto simuladamente majestuoso. cuela: el reciente duque de Alba, Jesús Aguirre y Ortiz de Zarate
Es el gesto que hace creer a los pobres mortales y al inocente popu- cuida de hacer saber que fue discípulo de Adorno, no tanto de de-
lacho culto de las Españas que estas llanuras yermas de la cultura mostrarlo —como es costumbre entre los discípulos de todo filósofo
europea son cimas. Si se tiene en cuenta que el método que han uti- universitario— con sus publicaciones científicas. Como Adorno,
lizado estas llanuras yermas para aparecer como cimas es sólo posi- además, nunca enseñó teología católica, el curioso trastueque sólo
ble gracias a un complicado complejo de inferioridad frente a Europa, certifica que el mundialmente conocido especialista en Walter Ben-
que data desde el siglo XVIII —in illo tempore era una moda que jamín ha sido, ante todo, un aprovechado imitador de la simula-
también dominaba, y en mayor medida, las cortes alemanas— en- ción majestuosa de Ortega.
tonces es preciso concluir que estos gesticuladores resultan a la postre A estas formas de intimidación —que pueden proceder del uso
unos cuasi estafadores. Este es un delito que no castiga ningún católico de las reliquias y escapularios— se agrega otro aspecto del
código en la República de las letras. Cuando esta República es se- «estilo de trabajo» orteguiano: el hábito de proclamar que siempre
ria, hay controles que impiden semejantes desafueros de rastacue- se ha adelantado en algo o anticipado a alguien. El ejemplo que
rismo. Pero una República de las letras no puede ser seria cuando de tal hábito dio Ortega al asegurar que se había anticipado a
su Constitución se funda en el premio de la simulación. El apelati- Heidegger cundió como una nueva redentora. Súbitamente, la
vo de «estafador» es sin duda alguno duro, pero es inevitable para literatura española contaba con más precursores clarividentes de
designar algunos procedimientos del «estilo de trabajo» de Ortega Heidegger que los dos antecedentes inmediatos que se
y de su casta. comprobaron en él (Brentano y Husserl): desde Sem Tob, pasando
Uno de ellos es el de la intimidación. Cuando Ortega hablaba por Quevedo hasta llegar a Antonio Machado y Ortega mismo.
Pero el nuevo método
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no se redujo a eso. La historia de la literatura en general se convir- cabe deducir, se anticipó al II Concilio Vaticano. No ha de
tió en una especie de hipódromo peculiar, en el que alguien en el soprender que Octavio Paz, quien domina el arte orteguiano de
pasado se había anticipado a otro alguien en otro pasado inmediato variar asordinadamente lo que otros dicen, haya variado este
o en el presente: El sombrero de tres picos de Pedro Antonio de procedimiento de la anticipación, y en las numerosas entrevistas
Alarcón, por ejemplo, fue precursor de los «esperpentos» de Valle- que concedió a varios semanarios, revistas, diarios en el pasado
Inclán (Julián Marías, art. «Alarcón, PA. de», en Diccionario de verano (consúltese, para conocer el texto único de esa variedad, a su
literatura española, Rev. de Occidente, Madrid, 1972). Y, para citar lazarillo y maestro intelectual de ceremonias, Dra. Michi, michi,
otro ejemplo, según F. Pérez Gutiérrez, el «catolicismo liberal» de michi Strausfeld, Barcelona) haya afirmado que no tuvo necesidad
la llamada Generación del 68, se «anticipó a su circunstancia his- de leer a Sartre, porque «antes» había leído a Heidegger. Habrá que
tórica», y al ver «las cosas con unos ojos en los que nos parece re- creerlo, pese a la cronología de las traducciones de Heidegger y
conocer la propia mirada» (F. Pérez Gutiérrez, El problema reli- Sartre al castellano, al francés y al inglés (idiomas en los que Paz
gioso en la Generación de 1868, Taurus, Madrid, 1975, p. 15 y 28), suele leer textos alemanes), que contradicen la afirmación del
arquero mexicano. Lo importante, empero, es haberse anticipado a tulo sobre «tres situaciones de la filosofía respecto a la ciencia», al
alguien o a algo, y para eso cualquier medio es legítimo. hablar de la autonomía de la filosofía frente a las ciencias y de que
Tan curiosos procedimientos del trabajo intelectual son el pro- aquélla «procurará diferenciarse ¡o más posible de la forma que ca-
ducto de la «antihistoricidad» y de la burbujeante brillantez de Or- racteriza a las ciencias», cita a Husserl en una nota a pie de página:
tega. La primera resulta de la segunda. Su magnífica cabeza caste- «Todavía en 1911, Husserl estaba empeñado en que la filosofía fuese
llana producía chispas cuando los ojos se fijaban en el título, en el strenge Wissenschaft (Véase su famoso artículo en Logos, titulado
índice o en algunos capítulos de un libro. Poseía una intuición Die Philosophie ais strenge Wissenschaft)». Aparte de que es una
penetrante y abarcadura que le dispensaba de la lectura detallada de simple pedantería y uno de los muchos ejemplos de simulación ma-
las obras que refutaba, interpretaba, citaba y recomendaba. Su jestuosa el no traducir las palabras Strenge Wissenschaft —que son
cerebro respondía, como un computador moderno, al conjuro de un del todo traducibles— el indirecto reproche de inactualidad que le
título o de algunas páginas de un libro con una interpretación hace («todavía en 1911») se funda en un desconocimiento del «fa-
sumaria —un «escorzo», para decirlo en lenguaje orteguiano— que moso artículo» que cita. Pues lo que dice justamente en este artículo
siempre descubría temas que no se habían tratado hasta entonces y Husserl, entre otras cosas, es que el rigor de la filosofía como
que él prometía dilucidar definitivamente en un libro que anun- ciencia no debe ser, ni puede ser el de las ciencias naturales. Más
aún, Husserl delimita más detalladamente que Ortega la autonomía
de la filosofía como ciencia rigurosa frente a las ciencias naturales.
La cita de Ortega muestra que la poderosa intuición le hizo una
Franco arrastró a su sepulcro la miseria de broma: citó a Husserl como ejemplo de lo que él rechaza, y no
Ortega; los dos manejaron con igual alcanzó a percibir que Husserl rechazaba lo mismo que él, sólo que
destreza el mismo arte: el Generalísimo con más detalle y más sistemática fundamentación. (El lector
simuló pomposamente el Imperio, interesado puede acudir al «famoso artículo» en la ed. reciente: Phi-
Ortega simuló majestuosamente losophie ais strenge Wissenschaft —el original en la rev. Logos no
la ciencia tenía el artículo «Die»— ed. por Wilhelm Szilasi, ed. Klostermann,
Frankfurt/M, 1965, esp. p. 7-48). En la misma página de este defi-
nitivo libro póstumo de scholar (aunque un scholar es al menos exacto
ciaba para muy pronto. Su cerebro portentoso abarcaba de una vez en las citas) se encuentra una cita de La filosofía en la época trágica
tanto material, que se le escapaban los detalles como el contexto de los griegos de Nietzsche (en la ed. de bolsillo de la obra de las
del libro —de ahí su «antihistoricidad»— y a veces hasta el conte- ed. Revista de Occidente y Alianza Editorial, Madrid, 1979, p. 35)
nido. En su libro póstumo, considerado generalmente como una obra que dice: «Nietzsche escribió un magnífico ensayo sobre La Fi-
de scholar, La idea de principio en Leibniz, por ejemplo, en el capí- losofía en la época trágica de los griegos, pero el título mismo reve-
la que no vio la cuestión. Esos presocráticos preforman, sin duda,
la filosofía; pero no lo son aún. Eran, en efecto, de la 'época trági-

QUIMERA
Retrato obra de Zuloaga 73
I

ca' y por eso son ellos mismos, casi sensu stricto, autores de trage- La nota sobre Heidegger en Pidiendo un Goethe desde dentro
dias. Pero la filosofía es justamente lo que sigue a la actitud trági- demuestra que Ortega conocía muy deficientemente la lengua ale-
ca, la cual consiste en que la tragedia se acepta y se queda uno en mana (los ejemplos que lo prueban son numerosos, pero bastará
ella, esto es, ante ella. La filosofía vive hasta su raíz la tragedia, con citar la carta a Spengler en la que le comunica la intención de
pero no la acepta, sino que lucha por ella para dominarla. Y esta traducir al español La decadencia de Occidente; en Spengler, Brief-
lucha antitrágica es la nueva tragedia, la filosófica. Sobre la rela- wechsel, ed. por A.M. Kotanek, München, 1962). Pero ese conoci-
ción entre las dos épocas espero escribir pronto algo.» La nota es, miento le bastaba, porque era o aparentaba ser superior al que de la
como muchas cosas profundísimas de Ortega, una cantinflada in lengua y literatura alemanas tenía la gran mayoría de los intelec-
voluntaria. Afortunadamente para su feligresía hispana, el gran Maes- tuales del mundo de lengua española. Le bastaba para épater le bour-
tro no cumplió la promesa de escribir «pronto algo» sobre «la rela- geois de su tiempo y de otros tiempos posteriores en la vasta inmen-
ción entre las dos épocas». Inevitablemente hubiera utilizado el «mé- sidad de las Españas. Pero Ortega no lo hizo para escandalizar y
todo de las generaciones», aparte de que Ortega nunca demostró provocar, sino para dominar, para aprovechar en su beneficio el he-
que además de filósofo, sociólogo, socialista, liberal, precursor de cho expresado en el refrán de que «en casa de ciegos, el tuerto es
la falange, republicano y monárquico cesariano, era un helenista de el rey». A los viajeros latinoamericanos que buscaban en el París
fama. La nota sobre la obra citada de Nietzsche es un ejemplo de de finales del siglo pasado el instrumento para seguir siendo reyes
esa poderosa intuición que le permite quedarse en el título y discu- en una casa de ciegos, que como en España, ya comenzaban a tener
rrir sobre él, no sobre el contenido de un libro. Pues aparte que el muy abiertos los ojos (es lo que más le molestó a Ortega), se los
«ensayo» es el fragmento de un libro, y de que no se refiere a la llamó rastaquouére, esto es, «extranjero que lleva gran tren de vida
filosofía en cuanto sistema, sino a las personalidades de los filóso- y a quien no se le conocen los medios de existencia». Ortega fue un
fos «preplatónicos» (que Nietzsche distingue sutilmente de la de- «rastacuero» en el sentido, algo diferente, de que exhibió un gran
nominación «presocráticos»), lo que dice Nietzsche en ese libro es aparato erudito y supo hacer creer que ese era el medio de su exis-
justamente lo que Ortega asegura, con aire de maestro de escuela, tencia intelectual. En realidad, quienes se han ocupado con la obra
que Nietzsche no vio bien. Ya en el prólogo subraya Nietzsche que del Magister Hispaniae han hecho lo contrario de lo que observó
va a «resaltar de cada sistema el punto que es un pedazo de perso- Alfred von Martin («Ortega —un autor que ciertamente no se debe
nalidad» y en el acápite 2 afirma que «con Platón comienza algo tomar en serio...» en: Ordnung und Freiheit, Frankfurt/M. 1956,
nuevo» y que en su «teoría de las ideas se juntan elementos socrá- p. 128): lo tomaron en serio y creyeron que todas sus brillantes ocu-
Aüo V
rrencias tenían el fundamento que él simulaba. Ortega, el gran aris-
N.º XLIII
tócrata, simulaba para mandar. Y, a diferencia de sus discípulos in-

Revista
voluntarios a lo Neoduque de Alba, dominaba ese arte hasta el punto
de que España y sus ex-colonias (no todas las Repúblicas y sus ciu-
dadanos) parecen seguir creyendo que Ortega es efectivamente un

de Occidente Dirección
sociólogo y un filósofo de altura y rango europeos. Los filósofos y
sociólogos europeos no se han dado cuenta de ello.
No se negará, ni se puede desconocer el hecho de que Ortega
José Ortega y Gasset dominó más de medio siglo de cultura de lengua española y que gra-
cias a su obra como editor y suscitador de traducciones de obras
modernas de la filosofía alemana, contribuyó esencialmente a que
los hispanos no continuaran su terco proceso de embrutecimiento
entregados a los tomismos domésticos. No fue el único que en el
mundo de lengua española intentó la renovación y el aggiornamen-
to. Sólo que esa renovación fue impaciente e improvisada y trajo
como consecuencia la desviación de los impulsos que Ortega quiso
ticos, pitagóricos y heracliteanos». Y en el acápite 1 dice justamen- despertar. Con la novedad, introdujo lo que sofoca la posibilidad de
te, si bien de manera más matizada y precisa que Ortega, que en la asimilar y acrecentar la novedad; introdujo la simulación de ciencia,
época de los trágicos «el filósofo viene como un noble admonitor el truco bibliográfico (que Carlos Bousoño, por ejemplo, ha llevado
para los mismos fines para los que en ese siglo nació la tragedia» a un alto grado de perfección: la cita en alemán de un libro que se
(Die Philosophie im tragischen Zeitalter der Griechen, en Werke, ed. encuentra en traducción española), el arte peculiar de la «in-
Schlechta, t. III, edit. Hansar, München, 1956; cit. del prólogo, p. lectura», sic veniat verbum, la justificación «importantista» del bal-
351; ciat del acápite 2, p. 358; ciat del acápite 1, p. 357). Los ejemplos buceo, la adquisición de fama científica mediante el chulesco ade-
pueden multiplicarse hasta la infinita irritación. ¿Contaba Ortega y mán de estrecha amistad con los grandes, en otras palabras: una
Gasset, quizá, con que fuera de él nadie manejaba estos textos, ni especie de onanismo (cuyo sentido observó Antonio Machado cuando
tenía acceso a ellos por la barrera del lenguaje? ¿O leía Ortega los dijo «que en España», la relación sexual, si existe, es «marcadamente
libros de la manera que, según Carlos Barral, leen los latinoa- onanista») que Ortega encubrió con gesto majestuoso. El Don Juan
mericanos, es decir, de oídas? filosófico en potencia que fue Ortega, nunca se atrevió al acto don-
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juanesco. Recomendaba, pero no hacía lo que recomendaba. Ha- blaba innecesariamente de «rigor» y de «rigoroso» (hispanización
innecesaria y pedantesca del alemán «rigorosa), y para serlo, se bas-
taba con decirlo. Los vicios que Ortega consagró, pesaron infinita-
mente más que las suscitaciones que lo hicieron famoso. No sola-
mente el Neoduque y Paz son «protuberantes» ejemplos de esos vicios
de simulación. Lo son en igual medida, aunque de manera menos
vulgar que el autoputativo discípulo de Adorno, los clientes de las
fugaces modas, que ejercen la ciencia principalmente para épater,
como el jusfilósofo que, sin conocer matemática suficientemente la
aplica para descifrar en una página y media la esencia de la letra
de cambio; o el devoto de la filosofía analítica inglesa que la profe-
sa para participar del brillo que irradia y para cumplir con el rito
del iniciado; o el que adorna sus pocas líneas con una bibliografía
babélica que ha conocido por el procedimiento orteguiano de la «in-
lectura»; o el que se proclama, sin demostrarlo con sus publicacio-
nes, el mejor conocedor de ésto, de aquéllo o de fulano y zutano,
etc., etc.
Lo que Ortega construyó fue un castillo de naipes que el viento
de los tiempos ha destruido silenciosamente. Ortega, que gustaba
de profetizar, no percibió que la «rebelión de las masas» era un sín-
toma de una larga y compleja democratización de la sociedad occi-
dental, que traería como consecuencia el acceso de estratos no pri-
vilegiados a las fuentes «exclusivas» que él afamaba. Ya en los años
50, cuando Ortega era el filósofo ornamental de la Restauración
adenaueriana en Alemania, habían palidecido muchos de los
nombres de filósofos con los que él se adornó, y el estudio en
Alemania o en otros países, reservado hasta hacía poco a los
privilegiados, era accesible a círculos más amplios; círculos que
comprobaron el palidecer de las intimidantes fuentes de Ortega y
que consiguientemente estaban en capacidad de juzgar el prestigio
de la «Revista de Occidente». Fue grande y entonces merecido,
pero ya había pasado y mostraba, aún, defectos fundamentales, que
se pondrían más tarde en evidencia: Ortega dio a conocer autores
fundamentales de una determinada dirección, pero nunca dio a
conocer autores fundamentales que enseñaban los instrumentos
elementales del trabajo científico. También en este aspecto fue lo
que de él dijo Ernst Robert Curtius en el ensayo que lo consagró en
Alemania: «estimulante y provisional». Tampoco queda de él su
famoso —sólo en los países de lengua española— «sistema» o
«metafísica» de la razón vital. No solamente porque nunca llegó a
darle «forma impresa», sino sobre todo porque lo que anunciaba
haber descubierto (que «la vida es quehacer»), ya lo habían
esbozado Nietzsche, y, recogiendo suscitaciones de Nietzsche,
Arnold Gehlen, de manera más detallada y amplia que Ortega, por
no citar la Vita activa (1960) de Hannah Arendt. También su teoría
sociológica se ha esfumado. En El hombre y la gente «descubrió»
fenómenos sociales (como el saludo), pero su ingenioso apercu no
logró el desarrollo que el tema del saludo ha dado hoy la
etnometodología, dentro de un marco sistemático y amplio.
Aparte de su intento de dar una «definición» de la sociedad y para
eso «mezclar» —pues no hizo otra cosa— a Max Weber y
Heidegger llegó demasiado tarde: ya desde 1932, Alfred Schütz
había fundamentado esa síntesis, incluyendo no sólo a Heidegger
sino a la Fenomenología, en su libro La construcción sentidante del
mundo social («sentidante» quiere traducir «sinnhaft»: con senti-
do), que sus discípulos y seguidores T. Luckmann y P. Berger han
desarrollado considerablemente. De su teoría política sólo queda la
comprobación de que ya en sus primeros discursos y cuando se creía
socialista y liberal, Ortega vislumbraba un Estado corporativo con
algunos rasgos que recuerdan al Dr. Francia y al nacionalsocialis-
mo (la sindicación forzosa de todos los españoles, ver: Discursos
políticos, ed. de P. Garagorri, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pp.
223; además: Estado fuerte y debilitamiento del parlamento, p. 159;
Partido único, p. 206 y ss., por sólo citar algunos ejemplos), que
cuajan luego en la Falange.

En la estancia de Enrique Lar reta, Buenos Aires 1940

De Ortega no ha sobrevivido ninguna teoría, ninguna profecía,


ningún diagnóstico, ningún análisis, y ni siquiera su prosa primo-
rosa y brillante. La herencia que ha dejado y permanece es su arte
de la simulación, majestuosa en él; caricaturescamente pobre en su
prole, de la que es símbolo extremo el Neoduque, y de mediana arro-
gancia en el enciclopédico Octavio Paz, por sólo citar los ejemplos
más ilustres. Fue un juego de luces, que hoy forma parte de las ilu-
siones patrioteras con las que España alimenta su conciencia «euro-
pea». Toda su obra está íntimamente ligada al fracaso de la Repú-
blica y al advenimiento de Franco, pero esto también lo supo
disimular con el gesto olímpico de un liberalismo aparente que ya
en su tiempo pertenecía al pasado. Como el indio que lleva a su tumba
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toda clase de utensilios y alimentos, Franco arrastró a su sepulcro
la miseria de Ortega, no por ser de la misma generación, sino por-
que los dos manejaron con igual destreza el mismo arte: el Genera-
lísimo simuló pomposamente el Imperio, Ortega simuló majestuo-
samente la ciencia. Los dos ejercieron el arte de la destrucción y de
la cursilería histórica. Es realmente cierto: «y hay razones para ir
sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órga-
nos adecuados para percibir el gran problema de la España inte-
gral». ¿Sin la majestuosa cabeza castellana de Ortega hubiera sido
posible un gobernante diferente del Emperador Franco? La respuesta
la da el «sistema de la razón vital». José Ortega y Gasset, el gran
filósofo, el gran europeo, el gran celtíbero, el gran sociólogo, el gran
prosista, el gran maestro, el gran liberal, el arquetipo de lo Grande:
¿en qué consistieron tantas grandezas?

QUI
ME
RA
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