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O
EL ARTE DE LA
SIMULACIÓN
MAJESTUOSA
por RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT
A los veinticinco años de su muerte y medio siglo después de lo que hoy se ve» (Gottfried Benn, «Die Dichtung braucht inneren
la publicación de la obra que lo hizo popular en el mundo de Occi- Spielraum», 1934, recogido en: Gesammelte Werke, ed. por D. We-
dente, La Rebelión de las masas, es oportuno preguntar por la per- llershoff, Limes Verlag, Wiesbaden, 1.1, 1959, p. 259). Pero en los
manencia y la significación de la obra filosófica y sociológica de años en los que el penetrante Gottfried Benn registraba la influen-
José Ortega y Gasset. El motivo de la pregunta no es el de las con- cia antidemocrática de Ortega en Alemania éste, «que despreciaba
memoraciones vecinas. Es el de la comprobación de que en el me- fanáticamente la democracia, y que veía la grandeza de España en
dio siglo en el que la obra mayor del sociólogo Ortega gozo de una la extensión del poder español más allá de la península», iba a ser,
popularidad mundial hasta entonces sólo reservada a Cervantes, ni «a causa de su oposición a la dictadura no imperialista de Primo
La Rebelión de las masas ni El hombre y la gente han dejado huella de Rivera»... «un héroe de la República, uno de sus filósofos ofi-
alguna en el desarrollo de la teoría sociológica contemporánea. Ni ciales» (H. R. Southworth, Antifalange. Estudio crítico de «Falan-
Parsons ni Merton la tomaron en cuenta, y quien se ocupó con ella ge en la guerra de España» de M. García Venero. Ruedo Ibérico,
brevemente, porque la obra sociológica de Ortega no da más de sí, París, 1967, p. 69). En esos tiempos, Ortega ya era un monumento
como Rene König, lo hizo con el justificado ademán de irritación de la Nación española.
y sorpresa de que era lamentable que «el superficial crítico de la Desilusionado de la política o, más seguramente, de que los po-
cultura» Ortega y Gasset se hubiese apoderado, con su líticos de la República no lo comprendieran (lo cual fue cierto a juzgar
sensacionalismo, del tema de la masificación, que cuatro años por lo que dice el citado Southworth) y por lo tanto no vieran en
antes de la repuse orteguiana de Le Bon, había tratado él al castellano arquetípico, a la encarnación de la sabiduría políti-
diferenciadamente un subterráneo padre de la sociología moderna, ca española («y hay razones para ir sospechando que, en general,
Theodor Geiger, con su libro La masa y su acción. Una sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el
contribución a la sociología de la revolución (1926). Si es cierto gran problema de la España integral», España invertebrada, en Obras
que habent sua fata libelli, no es menos cierto que también lo tienen completas, t. II, ed. Revista de Occidente, 1955, p. 61); desilusiona-
sus autores: mientras el socialista Geiger tuvo que refugiarse en el do, pues, de que la segunda República no había resultado romana
exilio en Dinamarca y Suecia (1934), el «interesante Ortega» tenía, y él, consiguientemente, no había sido nombrado uno de los Cón-
en la Europa prefacista e inicialmente fascista, «una participación sules que —con poder y símbolos regios— sustituían al rey en la
esencialmente mayor en la disolución de la imagen socialista- República romana, Ortega castigó a la segunda República con una
democrática del mundo entre nosotros, de
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Tiempo Heidegger no da ninguna definición de la vida, sino que, como lo
dice muy expresamente en la primera página de su obra, se trata de
preguntar de nuevo —no de definir, que es un vicio escolástico y catequístico
— por lo que significa la palabra «siendo» («seiend» en alemán), por lo que
«es». Y para renovar la pregunta, parte del dato más elemental, anterior a la
«realidad radical» de la vida, esto es, el de «ser-en-el-mundo». Ortega
ENLO70AÑOS confunde «vida» con «ser-en-el-mundo», a la cual agrega otras confusiones
de DON
JOSE derivadas de la primera. Pero lo más «divertido» no son estas equivoca-
ORTEGA
Y GASET ciones, que en los años 30 no eran controlables fácilmente en los países de
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lengua española. Más «divertida» aún es la afirmación de Ortega: «no
podría decir... cuál es la proximidad entre la filosofía de Heidegger y la que
ha inspirado siempre mis escritos, entre otras cosas, porque la obra de
Heidegger no está aún concluida, ni, por otra parte, mis pensamientos
adecuadamente desarrollados en forma impresa» (O. C. ed. Rev. de
Occidente, t. IV, 1955, p. 403). Lo que significa que el mundo científico debe
esperar a que Ortega desarrolle «adecuadamente» sus pensamientos «en
forma impresa» para comprobar si lo que dice Ortega en ese ligero apercu
merece tenerse en cuenta para la discusión filosófica o no. Parece que no,
pues ni siquiera en 1952 Ortega había dado a sus pensamientos la adecuada
«forma impresa», a juzgar por la revelación de su discípulo Julián Marías
quien al dar las razones por las cuales no tenía el propósito de exponer en
una breve lección la metafísica de Ortega agregaba la «sencilla razón» de
que no se puede exponer ni «siquiera en líneas generales», porque «las
obras sistemáticas que la contienen no han sido publicadas todavía» (J.
- »M-*» t*' ■ m«. , I li)-**' Marías, El existencialismo en España, Ed. «Universidad Nacional de
En los años 70 de D. José Ortega, trabajo de Dionisio Ridruejo que le valió Colombia», Bogotá, 1953, p. 52). Con todo, esta metafísica realmente inédita
el premio Mariano de Cavia 1954. Jurado: Serrano Súñer, Azorín,
González Ruano, Fernández de la Mora y Cela —en los papeles póstumos tampoco se han encontrado esos libros
sistemáticos— constituyó «en una de sus dimensiones... una superación del
férula muy peculiar: al mismo tiempo que le daba el golpe eficaz con sus realismo y del idealismo» (Marías, op. cit. p. 51). La cabeza castellana —que
artículos recogidos en La rectificación de la República, se refugiaba en la tan plásticamente ilustra la iconografía de Ortega y Gasset— no solamente
filosofía y convertía la férula en una vara mágica que habría de regalar a era la única que tenía «órganos adecuados para percibir el gran problema
los países de lengua española lo que estos se habían esforzado secular y de la España integral», sino que mostraba un nuevo y especialísimo órgano:
vanamente en producir: un «sistema» de filosofía, elaborado por un íbero, el que puede producir un definitivo sistema filosófico o una revolucionaria
que no solamente es un sistema en serio, sino que supera a todos los metafísica, superadores de los grandes problemas y tendencias filosóficos de
sistemas de la tradición filosófica occidental; un «sistema», que por su la tradición occidental, y cuya fundamentación y exposi-
alcance, pone a España «a la altura de las circunstancias», más aún, que
devuelve a España su viejo poder mundial, al menos en el campo de la
filosofía, y canaliza las corrientes del pensamiento occidental hacia el acueducto
construido por Ortega. A la intimidación se agrega otro aspecto
Ortega produjo el «sistema» —que es antisistemático— que no del «estilo» orteguiano: el hábito de
solamente corregía todos los errores cometidos hasta su llegada por la proclamar que siempre se ha adelantado
filosofía occidental, sino que se adelantaba, como en una carrera de caballos, en algo o anticipado a alguien
por media o una cabeza, a los hallazgos de quienes eran producto de esa
tradición llena de errores, como Heidegger, por ejemplo. No hay nada más
«divertido» —para usar una palabra frecuente en su apologético discípulo,
Julián Marías— que leer la famosa nota a pie de página en Pidiendo un
ción prescinde de la una y de la otra: basta con que bulla en la castellana
Goethe desde dentro en la que Ortega subraya que no le debe nada a
cabeza de Ortega, y lo demás «se os dará por añadidura». Con todo, los
Heidegger y que no hay apenas uno o dos conceptos en Heidegger que no
filósofos europeos de los años 20, 30, 40,50, 60 y 70, incurables
hayan sido formulados en sus escritos, con una prioridad de 13 años. Resulta
reaccionarios o racionalistas, con algunas caprichosas excepciones, porque
divertido leer esta nota porque se trata de una comedia de equívocos. Ortega
tenían el pésimo hábito de tener en cuenta «pen-
dice en esa nota que en Ser y Tiempo, Heidegger llega a una definición de
la vida que es muy próxima a la suya. El caso es que en Ser y
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samientos adecuadamente desarrollados en forma impresa» y no gi- historia de la filosofía del discípulo de Ortega Julián Marías, para
gantescos sistemas o metafísicas recluidos en una cabeza —por cas- quien toda la tradición del pensamiento filosófico occidental pare-
tellana que sea, una simple cabeza— y, además, inéditos, no com- ce tener solamente el sentido de que de su seno surgió, para supe-
prendieron la radical innovación de Ortega: no lo tuvieron en cuenta. rarla, y para dictarle su definitivo camino, el portentoso creador del
El máximo filósofo del ex-Imperio español o, como la revista hu- sistema inédito de la «razón vital».
morística «La Codorniz» lo llamó en 1952, cuando Ortega celebra- Si Ortega no contribuyó con nada digno de mención a la socio
ba en la Alemania de la restauración dudosos triunfos, «Primer fi-
lósofo de España y Quinto de Alemania» —aludiendo
paródicamente a Carlos V—; éste máximo filósofo de España es el
máximo ausente de la discusión filosófica europea, en la que no ocu- Ortega poseía una intuición penetrante y
pa ni siquiera el quinto lugar que le asignó la revista humorística. abarcadora que le dispensaba de la
Ninguna de sus «teorías» ha dejado eco, ni positivo ni negativo, en lectura detallada de las obras que refutaba,
la «forma impresa» que dieron a sus pensamientos Husserl, Hei- interpretaba, citaba y recomendaba
degger, Wittgenstein, Ayer, Ryle, Merleau-Ponty, Sartre, Habermas,
Popper, Quine, Gadamer y la excepción de Adorno, quien sólo lo
menciona una vez como ejemplo de «avinagradas opiniones» (Pris-
men, ed. Suhrkamp, Frankfurt/M., 1955, p. 37). logia y a la filosofía europeas, a sus discípulos hispanos les queda
Y es apenas natural que así ocurra. No solamente porque los el consuelo de que acuñó un «estilo de trabajo» inconfudible, cu-
filósofos y demás científicos en general están habituados a discutir, yos más celebrados representantes son hoy Octavio Paz y Jesús Agui-
criticar, aprobar opiniones expuestas en libros o, para decirlo con rre y Ortiz de Zarate, duque de Alba (símbolos, a su vez, del arco
el eufemismo cuidadoso de Ortega, en «forma impresa», sino tam- precolombino y de lira civilizadora y de los espacios del pasado Im-
bién porque los que derramó en sus abundantes páginas estaban bri- perio, reunificado ahora en el espíritu de José Ortega y Gasset —
llante, pero no adecuadamente desarrollados. En El tema de nuestro los geógrafos y la Montaña disculpen el tácito traslado de San-
tiempo, por ejemplo, hace la crítica al racionalismo y asegura que tander a Galicia y la transformación de una gaita en una lira: son
«el racionalismo es antihistórico». Y para probarlo hace una breve desplazamientos y transformaciones simplemente orteguianas, dig-
«interpretación» de la Meditación cuarta de Descartes. Le hubiera nas, pues, de la emocionante comprobación.) Cierto es que los dos
bastado con detenerse en la primera Meditación para comprobar que a no representan todo el «estilo de trabajo» de Ortega, aunque sí los
Descartes no le interesa la historia, ni tenía que interesarle, como
lo dice expresamente, porque el objeto de sus meditaciones era la
indudable certidumbre del conocimiento, y para eso tenía que
concentrarse ((adecuadamente» en el sujeto. Pero deducir de este
hecho, esto es, que a Descartes no le interesa la historia, que «el
racionalismo es antihistórico» (O. C. ed. cit. III, p. 159) equivale
a convertir una evidencia en una exageración. Y exageraciones de
este tipo —tan corrientes en Ortega— son sin duda brillantes, pero
no adecuadas ni al texto cartesiano, ni a su situación y condiciona-
miento histórico y filosófico-histórico ni al racionalismo. Porque
aparte de la significativa distracción que le permite a Ortega descu-
brir a su atónito lector lo que Descartes mismo ha dicho expresa-
mente, el reproche que el Pensador de El Escorial le hace al racio-
nalismo a propósito de una rápida lectura de Descartes equivale a
pedir que Descartes se anticipe a la evolución de la filosofía que él
puso en marcha y piense como Voltaire, al menos, o como Hegel.
El antihistórico aquí no es el racionalismo, sino Ortega. De ser con-
secuente con el método implícito en este brillante aperçu, debería
reprocharse a Ortega que no fuese estructuralista o, para decirlo a
lo Ortega, que la «razón vital» es «antiestructuralista». Pero ese
método es estéril o sólo muestra su provecho cuando se lo aplica
unilateralmente, es decir, no para poner en tela de juicio al Maestro
de las Españas, sino para glorificarlo. Así, para seguir con el hipo-
tético ejemplo, no cabría reprochar a Ortega que no fuese estructu-
ralista, sino al estructuralismo que no fue «raciovitalista»; y ésto
porque el estructuralismo y todas las corrientes modernas del pen-
samiento no caben en el esquema curiosamente determinista de la Heidegger
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de mi «maestro Cohen» y de «mi gran amigo Scheler», intimidaba
majestuosamente a los que no tenían acceso a esas alturas. Pero Or-
tega no fue discípulo de Cohen en el sentido que tiene esta palabra
en la universidad alemana. Y su gran amistad con Scheler se redujo
a demasiado poco, a una mención que hizo Scheler de Ortega en
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Retrato obra de Zuloaga 73
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ca' y por eso son ellos mismos, casi sensu stricto, autores de trage- La nota sobre Heidegger en Pidiendo un Goethe desde dentro
dias. Pero la filosofía es justamente lo que sigue a la actitud trági- demuestra que Ortega conocía muy deficientemente la lengua ale-
ca, la cual consiste en que la tragedia se acepta y se queda uno en mana (los ejemplos que lo prueban son numerosos, pero bastará
ella, esto es, ante ella. La filosofía vive hasta su raíz la tragedia, con citar la carta a Spengler en la que le comunica la intención de
pero no la acepta, sino que lucha por ella para dominarla. Y esta traducir al español La decadencia de Occidente; en Spengler, Brief-
lucha antitrágica es la nueva tragedia, la filosófica. Sobre la rela- wechsel, ed. por A.M. Kotanek, München, 1962). Pero ese conoci-
ción entre las dos épocas espero escribir pronto algo.» La nota es, miento le bastaba, porque era o aparentaba ser superior al que de la
como muchas cosas profundísimas de Ortega, una cantinflada in lengua y literatura alemanas tenía la gran mayoría de los intelec-
voluntaria. Afortunadamente para su feligresía hispana, el gran Maes- tuales del mundo de lengua española. Le bastaba para épater le bour-
tro no cumplió la promesa de escribir «pronto algo» sobre «la rela- geois de su tiempo y de otros tiempos posteriores en la vasta inmen-
ción entre las dos épocas». Inevitablemente hubiera utilizado el «mé- sidad de las Españas. Pero Ortega no lo hizo para escandalizar y
todo de las generaciones», aparte de que Ortega nunca demostró provocar, sino para dominar, para aprovechar en su beneficio el he-
que además de filósofo, sociólogo, socialista, liberal, precursor de cho expresado en el refrán de que «en casa de ciegos, el tuerto es
la falange, republicano y monárquico cesariano, era un helenista de el rey». A los viajeros latinoamericanos que buscaban en el París
fama. La nota sobre la obra citada de Nietzsche es un ejemplo de de finales del siglo pasado el instrumento para seguir siendo reyes
esa poderosa intuición que le permite quedarse en el título y discu- en una casa de ciegos, que como en España, ya comenzaban a tener
rrir sobre él, no sobre el contenido de un libro. Pues aparte que el muy abiertos los ojos (es lo que más le molestó a Ortega), se los
«ensayo» es el fragmento de un libro, y de que no se refiere a la llamó rastaquouére, esto es, «extranjero que lleva gran tren de vida
filosofía en cuanto sistema, sino a las personalidades de los filóso- y a quien no se le conocen los medios de existencia». Ortega fue un
fos «preplatónicos» (que Nietzsche distingue sutilmente de la de- «rastacuero» en el sentido, algo diferente, de que exhibió un gran
nominación «presocráticos»), lo que dice Nietzsche en ese libro es aparato erudito y supo hacer creer que ese era el medio de su exis-
justamente lo que Ortega asegura, con aire de maestro de escuela, tencia intelectual. En realidad, quienes se han ocupado con la obra
que Nietzsche no vio bien. Ya en el prólogo subraya Nietzsche que del Magister Hispaniae han hecho lo contrario de lo que observó
va a «resaltar de cada sistema el punto que es un pedazo de perso- Alfred von Martin («Ortega —un autor que ciertamente no se debe
nalidad» y en el acápite 2 afirma que «con Platón comienza algo tomar en serio...» en: Ordnung und Freiheit, Frankfurt/M. 1956,
nuevo» y que en su «teoría de las ideas se juntan elementos socrá- p. 128): lo tomaron en serio y creyeron que todas sus brillantes ocu-
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rrencias tenían el fundamento que él simulaba. Ortega, el gran aris-
N.º XLIII
tócrata, simulaba para mandar. Y, a diferencia de sus discípulos in-
Revista
voluntarios a lo Neoduque de Alba, dominaba ese arte hasta el punto
de que España y sus ex-colonias (no todas las Repúblicas y sus ciu-
dadanos) parecen seguir creyendo que Ortega es efectivamente un
de Occidente Dirección
sociólogo y un filósofo de altura y rango europeos. Los filósofos y
sociólogos europeos no se han dado cuenta de ello.
No se negará, ni se puede desconocer el hecho de que Ortega
José Ortega y Gasset dominó más de medio siglo de cultura de lengua española y que gra-
cias a su obra como editor y suscitador de traducciones de obras
modernas de la filosofía alemana, contribuyó esencialmente a que
los hispanos no continuaran su terco proceso de embrutecimiento
entregados a los tomismos domésticos. No fue el único que en el
mundo de lengua española intentó la renovación y el aggiornamen-
to. Sólo que esa renovación fue impaciente e improvisada y trajo
como consecuencia la desviación de los impulsos que Ortega quiso
ticos, pitagóricos y heracliteanos». Y en el acápite 1 dice justamen- despertar. Con la novedad, introdujo lo que sofoca la posibilidad de
te, si bien de manera más matizada y precisa que Ortega, que en la asimilar y acrecentar la novedad; introdujo la simulación de ciencia,
época de los trágicos «el filósofo viene como un noble admonitor el truco bibliográfico (que Carlos Bousoño, por ejemplo, ha llevado
para los mismos fines para los que en ese siglo nació la tragedia» a un alto grado de perfección: la cita en alemán de un libro que se
(Die Philosophie im tragischen Zeitalter der Griechen, en Werke, ed. encuentra en traducción española), el arte peculiar de la «in-
Schlechta, t. III, edit. Hansar, München, 1956; cit. del prólogo, p. lectura», sic veniat verbum, la justificación «importantista» del bal-
351; ciat del acápite 2, p. 358; ciat del acápite 1, p. 357). Los ejemplos buceo, la adquisición de fama científica mediante el chulesco ade-
pueden multiplicarse hasta la infinita irritación. ¿Contaba Ortega y mán de estrecha amistad con los grandes, en otras palabras: una
Gasset, quizá, con que fuera de él nadie manejaba estos textos, ni especie de onanismo (cuyo sentido observó Antonio Machado cuando
tenía acceso a ellos por la barrera del lenguaje? ¿O leía Ortega los dijo «que en España», la relación sexual, si existe, es «marcadamente
libros de la manera que, según Carlos Barral, leen los latinoa- onanista») que Ortega encubrió con gesto majestuoso. El Don Juan
mericanos, es decir, de oídas? filosófico en potencia que fue Ortega, nunca se atrevió al acto don-
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juanesco. Recomendaba, pero no hacía lo que recomendaba. Ha- blaba innecesariamente de «rigor» y de «rigoroso» (hispanización
innecesaria y pedantesca del alemán «rigorosa), y para serlo, se bas-
taba con decirlo. Los vicios que Ortega consagró, pesaron infinita-
mente más que las suscitaciones que lo hicieron famoso. No sola-
mente el Neoduque y Paz son «protuberantes» ejemplos de esos vicios
de simulación. Lo son en igual medida, aunque de manera menos
vulgar que el autoputativo discípulo de Adorno, los clientes de las
fugaces modas, que ejercen la ciencia principalmente para épater,
como el jusfilósofo que, sin conocer matemática suficientemente la
aplica para descifrar en una página y media la esencia de la letra
de cambio; o el devoto de la filosofía analítica inglesa que la profe-
sa para participar del brillo que irradia y para cumplir con el rito
del iniciado; o el que adorna sus pocas líneas con una bibliografía
babélica que ha conocido por el procedimiento orteguiano de la «in-
lectura»; o el que se proclama, sin demostrarlo con sus publicacio-
nes, el mejor conocedor de ésto, de aquéllo o de fulano y zutano,
etc., etc.
Lo que Ortega construyó fue un castillo de naipes que el viento
de los tiempos ha destruido silenciosamente. Ortega, que gustaba
de profetizar, no percibió que la «rebelión de las masas» era un sín-
toma de una larga y compleja democratización de la sociedad occi-
dental, que traería como consecuencia el acceso de estratos no pri-
vilegiados a las fuentes «exclusivas» que él afamaba. Ya en los años
50, cuando Ortega era el filósofo ornamental de la Restauración
adenaueriana en Alemania, habían palidecido muchos de los
nombres de filósofos con los que él se adornó, y el estudio en
Alemania o en otros países, reservado hasta hacía poco a los
privilegiados, era accesible a círculos más amplios; círculos que
comprobaron el palidecer de las intimidantes fuentes de Ortega y
que consiguientemente estaban en capacidad de juzgar el prestigio
de la «Revista de Occidente». Fue grande y entonces merecido,
pero ya había pasado y mostraba, aún, defectos fundamentales, que
se pondrían más tarde en evidencia: Ortega dio a conocer autores
fundamentales de una determinada dirección, pero nunca dio a
conocer autores fundamentales que enseñaban los instrumentos
elementales del trabajo científico. También en este aspecto fue lo
que de él dijo Ernst Robert Curtius en el ensayo que lo consagró en
Alemania: «estimulante y provisional». Tampoco queda de él su
famoso —sólo en los países de lengua española— «sistema» o
«metafísica» de la razón vital. No solamente porque nunca llegó a
darle «forma impresa», sino sobre todo porque lo que anunciaba
haber descubierto (que «la vida es quehacer»), ya lo habían
esbozado Nietzsche, y, recogiendo suscitaciones de Nietzsche,
Arnold Gehlen, de manera más detallada y amplia que Ortega, por
no citar la Vita activa (1960) de Hannah Arendt. También su teoría
sociológica se ha esfumado. En El hombre y la gente «descubrió»
fenómenos sociales (como el saludo), pero su ingenioso apercu no
logró el desarrollo que el tema del saludo ha dado hoy la
etnometodología, dentro de un marco sistemático y amplio.
Aparte de su intento de dar una «definición» de la sociedad y para
eso «mezclar» —pues no hizo otra cosa— a Max Weber y
Heidegger llegó demasiado tarde: ya desde 1932, Alfred Schütz
había fundamentado esa síntesis, incluyendo no sólo a Heidegger
sino a la Fenomenología, en su libro La construcción sentidante del
mundo social («sentidante» quiere traducir «sinnhaft»: con senti-
do), que sus discípulos y seguidores T. Luckmann y P. Berger han
desarrollado considerablemente. De su teoría política sólo queda la
comprobación de que ya en sus primeros discursos y cuando se creía
socialista y liberal, Ortega vislumbraba un Estado corporativo con
algunos rasgos que recuerdan al Dr. Francia y al nacionalsocialis-
mo (la sindicación forzosa de todos los españoles, ver: Discursos
políticos, ed. de P. Garagorri, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pp.
223; además: Estado fuerte y debilitamiento del parlamento, p. 159;
Partido único, p. 206 y ss., por sólo citar algunos ejemplos), que
cuajan luego en la Falange.
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