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Reflexiones
articuladas con algunas de las categorías de Cornelius Castoriadis.
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Para Castoriadis estamos en una encrucijada de caminos de la historia. Un camino ya
trazado es el de la pérdida del sentido, de la repetición de formas vacías, del conformismo,
de la apatía, de la irresponsabilidad y del cinismo, junto con el creciente dominio del
imaginario capitalista de expansión ilimitada de un control pseudo racional.
Frente el aumento desenfrenado del consumo, la autonomización de lo funcional /
instrumental, especialmente la tecnociencia, y la irracionalidad consistente en plantear todo
en la perspectiva del dominio racional, otro camino puede abrirse mediante el
resurgimiento del proyecto de autonomía individual y colectiva –que tuvo concreción en
otros momentos históricos-, es decir, de la voluntad de libertad (Castoriadis, 1983, pp.
272/277).
Las reivindicaciones de la libertad de pensar y de la libertad de acción son permanentes;
pero esto en modo alguno está determinado en la naturaleza humana. Por otra parte, la
institución social puede crear un obstáculo infranqueable a la aspiración liberadora; trabajar
por la autonomía es trabajar por ser autónomo: autonomía es lo por-ser, lo que exige
recobrar la imaginación y el imaginario creador.
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una forma dada; será nueva cuando es posición de una forma que no es ni producible ni
deducible a partir de otras formas, que no está causada ni determinada por elementos
precedentes sino que es la posición de nuevas determinaciones, de nuevas leyes.
La creación implica que las determinaciones que se aplican al ser nunca estén cerradas, de
tal manera que prohíban la emergencia de otras determinaciones.
Tanto en la ontología hegeliana como en el positivismo, el ser es uno no sólo lógica y
nominalmente, sino también efectivamente. La multiplicidad en el ser existe como
diferencia; la pluralidad de los entes particulares se agrupa en una unidad por las leyes que
producen y deducen los entes, unos a partir de otros. Las cualidades son reducidas a
cantidades, y las cantidades diferentes dan lugar a cualidades (reductibles) diferentes.
Pero si acordamos que la multiplicidad existe en el ser como alteridad, la unidad del ser se
encuentra esencialmente fragmentada: ser y modo de ser no son separables y los modos de
ser emergen, alterando por esto el ser mismo y manifestando el ser como autoalteración
(Castoriadis, 1993, pp.27/29).
En la historia de la filosofía occidental ha permanecido ausente el reconocimiento de que
no se pueda explicar lo histórico social por factores naturales, biológicos u otros, ni
tampoco a través de una actividad racional de un ser racional (el ser humano).
Platón nos legó la representación de los pensadores como sofistas al afirmar que relataban
fábulas absurdas y cuya influencia era corrupta.
En cuanto a Kant, su reducción de la filosofía a una crítica de la razón teórica provocó la
idea de que tratar de franquear los dominios disociados de la ciencia y de la filosofía era
caer en el abismo de la especulación metafísica.
Hegel, por su parte, planteó una totalidad única: el espíritu absoluto; no habiendo límites
para lo conocible, sentenció que lo real es racional y lo racional es real. La decepción que
produjo el sistema hegeliano totalizador del saber científico y filosófico pareció demostrar
que la filosofía teórica debía limitarse al dominio de la teoría del conocimiento.
En esa misma línea, Heidegger, en el siglo pasado, anunció el fin de la filosofía en la
ciencia tecnificada. La escisión entre ciencia y filosofía forzó a esta a desentenderse de un
vasto componente de la experiencia humana -todo lo que se refiere a la naturaleza
inanimada y viviente-. El positivismo lógico, la filosofía lingüística, y una ontología como
puro pensamiento del Ser, vacío y estéril, al ser es imposible hablar del Ser fuera de los
entes, fueron resultado de esa separación impuesta (Castoriadis, 1996, p.157).
La obsesión de la unidad se convierte en obsesión del sistema, expresando el dominio
ininterrumpido del sistema conjuntista-identitario sobre el pensamiento filosófico: el ‘todo
debe ser dilucidado’ -objetivo inalcanzable del pensamiento filosófico-, se convierte en
‘todo debe ser organizado’; el ‘se debe dar cuenta y razón de que lo que se formula’ se
convierte en ‘todo debe ser fundamentado y a partir de un único fundamento’.
Tanto Hegel como Marx, obviaron la diferenciación entre la cultura, en el sentido estricto
del término, y la dimensión puramente funcional de la vida social. La cultura es el dominio
del imaginario en el sentido estricto, el dominio poiético, lo que en una sociedad llega más
allá de lo que es solamente instrumental.
Max Weber identificó la dominación legal/racional con la democracia: el poder entraña
ejercicio del dominio que implica la interiorización de la norma.
Pero existe el poder instituyente del imaginario colectivo anónimo creador de las SIS. Es un
poder que nunca puede ser explicitado completamente, en gran parte queda oculto en los
trasfondos de la sociedad. Pero al mismo tiempo toda sociedad instituye, y no puede vivir
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sin instituir un poder explícito, al que Castoriadis (1995, p.23; 2006b) liga la noción de lo
político.
Toda sociedad está amenazada tanto por el propio imaginario que puede resurgir y
cuestionar la institución existente como por las transgresiones individuales, resultado del
hecho de que el núcleo de cada ser humano posee una psique singular, irreductible. Y está
amenazada por las otras sociedades. También y sobre todo, cada sociedad está sumergida
en un futuro que está por hacerse y sobre el cual hay incertidumbres y decisiones que deben
ser tomadas (Castoriadis, 2006ª).
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institución admita ser puesta en tela de juicio por la colectividad que ella hace ser y por los
individuos que a ella pertenecen. Ello implica que todo conocimiento por parte de las
ciencias sociales sobre los procesos de autonomía requerirá reconocer la existencia de
significaciones imaginarias sociales divergentes de las que organizan el régimen de
prácticas dominante.
Castoriadis plantea la existencia de acciones políticas que operan magmáticamente. Son
prácticas que se vuelven invisibles al no dárseles entidad porque no responden a los
modelos de pensamiento y acción existentes; en esos casos dichos modelos, agotados pero
vigentes, operan como únicas categorías de entendimiento. Esto hace necesario sostener
una lucidez elucidativa que permita entender las lógicas con que operan colectivos políticos
que funcionan de un modo diferente a las formas históricas de luchas populares (Fernández,
2007, p.8), e inventar herramientas de pensamiento para leer aquello que, aunque no se
manifieste en las acciones habituales y rutinarias, magmáticamente está en ebullición.
Las dificultades que se advierten en el cientista social para entender el otro lugar de la
humanidad sino es en función de sus propias categorías, pueden despejarse en la medida
que se asuma que estamos aquí no para decir lo que es sino lo que no es. Es decir, que todo
proyecto de conocimiento adquiere su sentido como momento del proyecto de elucidación
de nuestra existencia, a su vez inseparable de nuestro hacer actual.
Esta es la oportunidad de formulamos un interrogante decisivo, ¿qué se espera de la ciencia
social?
Comencemos por convenir que el saber sobre lo social es siempre performativo, que al
mismo tiempo que (se) explica el orden establecido lo constituye y, por lo tanto, todo
aquello que cambia nuestro conocimiento de lo social contribuye a la transformación social.
Los modelos producidos por la ciencia social al difundirse pasan a ser mapas cognitivos
que guían las estrategias de los actores en un proceso de deslizamiento de la teoría a la
praxis generando tendencias ya sea al autocumplimiento o a la autonegación (Lamo de
Espinosa, 2005, pp.2 y ss.). Esto es construir un futuro alternativo.
En el campo social-histórico siempre tenemos bifurcaciones cuyo resultado es
indeterminado; existen múltiples tiempos, certidumbres parciales que no prevalecen
eternamente. Debemos formular las predicciones e hipótesis teniendo en cuenta estas
incertidumbres; el conocimiento -ante ellas- implica decidirse por opciones diversas y
tomar acción. Scribano (2009, p.105/107) alude al requerimiento de detenernos en el qué y
el para qué del conocimiento; el objetivo debe ser rearticular el conocer, el decir y el actuar.
Por su parte, López Segrera propone ir más allá de la representación de campos acotados
por la institución y compartimentalización de los saberes.
Impensar y abrir las ciencias sociales es una consigna que viene planteándose hace casi dos
décadas. Una respuesta apunta a superar la distinción entre el método idiográfico y el
nomotético, insistiendo en que las ciencias sociales no deben ser ni mero recuento de los
hechos del pasado, ni la simple búsqueda de regularidades con una visión ahistórica.
El futuro de estas ciencias depende de la capacidad de formular una agenda de
investigación que afronte autónoma e integralmente los problemas sociales. Más allá de
programas fijados en función de los intereses del Norte, es clave eliminar las barreras
disciplinarias (López Segrera, 2000, pp.7/11).
Para Castoriadis (1996, p.160) la fractura del universo de la investigación y del
pensamiento en disciplinas que no se comunican entre sí, donde cada una tiende a
desarrollar un dogmatismo propio y a enceguecerse con respecto al resto, constituye un
factor de decadencia e incluso de heteronomía pura. Por ello, consideramos que superar tal
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fragmentación requiere una definición pragmática de la transdisciplinariedad como proceso,
estrategia de acción y modalidad de práctica.
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Ello genera una teoría social cuyo eje es la transdisciplina como construcción y discusión
de ideas donde se desvanecen fronteras del saber y crean aportes teóricos que pertenecen
a/y propician un conocimiento abierto en sus parámetros de producción de conocimiento y
observación de la realidad.
Esta nueva forma transdisciplinaria fundaría una relación con el otro por la alteridad que
corresponde a la dimensión imaginaria, del orden de la creación.
Follari (2001, p.41) pone en duda que esas prácticas provoquen cambios en el poder
académico institucional, entendiendo que la ocupación simultánea de varios espacios
disciplinares y departamentales o la ubicación privilegiada en estudios o programas
transdisciplinarios no entraña en modo alguno que el poder institucional se haya diluido
sino que se trataría de una nueva forma de ejercerlo.
En este caso, si consideramos al discurso y la posición académicas como prácticas
heterónomas, el mantenimiento de la estructura de poder, al que refiere Follari, se
correspondería con la negación de la dimensión instituyente de la sociedad, el
recubrimiento del imaginario instituyente por el imaginario instituido unido a la
conformidad de individuos que (se) viven y piensan en la repetición. Más allá de la
intención integradora de conocimientos, permanecería la diversidad correspondiente al
plano conjunto-identitario, de la repetición a partir de lo mismo.
En última instancia, la tradición significa que la cuestión de la legitimidad de la tradición
no será planteada.
Pero, si franquear barreras disciplinarias constituyese una ruptura del sentido, entonces ello
entrañaría una actividad de interrogación y el rechazo de toda autoridad que no justifique la
validez del derecho de sus enunciados, de una fuente de sentido diferente a la actividad viva
de los sujetos concretos. Al interpretar la introducción de enfoques transdisciplinarios en la
academia en el marco de procesos de creación/ destrucción/ emergencia radical, podemos
mirar la situación desde una perspectiva distinta a la presentada por Follari.
En ese caso, en una organización donde se pueda tomar cierta distancia con respecto a lo
instituido, dicha incorporación implicaría de parte de sus investigadores académicos
miembros su aceptación de la alteridad como ocurrencia de lo nuevo. Con la alteración del
estado de repetición y clausura que suponen los fundamentos ontológicos, los criterios
epistemológicos y las reglas metodológicas como metanorma de la disciplina original, la
introducción de un tercero –otros conocimientos y prácticas- se asumiría necesariamente un
espacio de relación distinta entre institución –en tanto poder explícito- e instituyente –en
la negación del refugio disciplinar-.
El proceso de construcción transdisciplinar pondrá en juego la capacidad de los
investigadores académicos para asumir que en la medida en que la creación de sentido es
posible, lo es también su total destrucción, o sea que al igual que toda norma instituida,
ellos también son perecederos.
En resumidas cuentas, he aquí la posibilidad de autonomía, en tanto régimen de la
autoinstitución explícita.
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La ciencia moderna se cimentó en separaciones fundamentales: natural y sobrenatural,
sujeto y objeto, ritual/espiritualidad y tecnología/ciencia, secular y sagrado, público y
privado, individuo y sociedad. Se estableció la verdad desde parámetros de la modernidad
occidental; por ello, para criticar a la modernidad se adoptaron los conceptos de la
modernidad, y para conocer la alteridad y la diferencia de otros pueblos, también era
necesario adoptar conceptos hechos desde la modernidad.
Ya el romanticismo del siglo XIX cuestionaba el reinado de la fe en la razón planteando la
urgencia de retomar la unidad entre humanidad y mundo, entre arte y naturaleza, entre
filosofía y poesía. Durante el siglo XX el postulado de la verdad por correspondencia con
el objeto tal cual es irá perdiendo terreno, frente a la aspiración de concentrarse en el
sentido que es constitutivo del sujeto y hace que el mundo se torne comprensible,
mostrando el entrecruzamiento de entes y razón, de deseo y signos en la multiplicidad de
fuerzas que intervienen en la existencia (Díaz, 2007, 64).
Para la ciencia social latinoamericana imaginar la salida de la circularidad de la (pseudo)
racionalidad moderna implicó desprenderse de los relatos canónicos desplegados por su
matriz ético-política. En el intento encontrar pistas performativas del universo político-
social de se vienen generando constructos conceptuales claves, entre ellos nociones como
formación social abigarrada, créolisation, altermodernidad y giro decolonial.
La noción ‘formación social abigarrada’, introducida por René Zavaleta Mercado, describe
una sociedad donde se yuxtaponen en relaciones asimétricas distintas culturas y sus modos
de producción. Territorios que reinventan las figuras del hacer colectivo, situaciones
complejas y singulares cuya evidencia son los desplazamientos que atraviesan todo tipo de
fronteras: países, oficios, costumbres, lenguajes, comidas, etc. (Rivera Cusicanqui, 2010,
p.70).
Otra noción es la de ‘créolisation´. Edward Glissant aduce que ‘el mundo como relación’ -
en lugar del mundo como imposición y soledad- responde a un pensamiento de
archipiélago, abierto al cambio, a múltiples posibilidades combinatorias que impiden
solidificar construcciones identitarias en un área tan particular como la caribeña, cuya
constante es la mutación, la fragilidad, la inestabilidad. Glissant propone la criollización del
mundo valiéndose de conceptos como la identidad rizoma –que destruye el principio de
filiación sobre el cual se apoya la legitimación del poder- , el imaginario como construcción
simbólica mediante la cual una comunidad se define a sí misma, y la poética de la relación -
en tanto alternativa de los pueblos para renunciar a la espiritualidad, la mentalidad y el
imaginario estimulados por una concepción identitaria de la raíz única- (Boidin, 2011,
pp.277/278).
Nicolas Bourriaud incorpora el concepto de ‘altermodernidad’ como superación de dos
cosmovisiones enfrentadas: modernismo y posmodernismo. El modernismo elogió desde su
inicio la raíz: fue radical. Frente a ese modelo, hoy prevalece lo radicante, poner en escena
las propias raíces en contextos y formatos heterogéneos a través de múltiples arraigos
simultáneos y sucesivos: intercambiar en vez de imponer, como modo de relacionar la
cultura de la globalización y las culturas locales (Herrera, 2010, pp.1/2).
El llamado ‘giro decolonial’, crítica de la modernidad y la postmodernidad realizada fuera
de Occidente -desde el punto de vista de los condenados de la tierra, los barbaros, los
caníbales-, constituye su posicionamiento en la perspectiva de la geopolítica del
conocimiento elaborada por Dussel, Quijano, Mignolo, Lander, Escobar, entre otros,
corriéndose del carácter homogeneizante supuesto en la episteme política moderna/colonial.
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Dijimos que el ser es creación y destrucción: ambas van unidas. La humanidad misma,
aduce Castoriadis, es un accidente local. Las formas que la humanidad ha dado a su
creación son igualmente contingentes; estamos condicionados por el pasado, pero nadie
dijo que ese pasado era necesario. Este sucinto e incompleto repaso de nuevos constructos
conceptuales que hemos presentado es una pequeña muestra de los esfuerzos de las ciencias
sociales de nuestra región por superar la mirada de lo histórico-social en base a enfoques
deterministas / progresistas, ya sea que se trate de Kant, de Hegel o de Marx.
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