Para mostrar la importancia que tuvo la figura de Al-Farabi en la
constitución de la filosofía musulmana, en tanto reflexión especulativa y
racional con aplicación práctica, así como de la política musulmana en los términos específicos en que se configura en el Estado islámico, caracterizada sobre todo por su estrechísima vinculación con la religión, es necesario comprender el contexto social y político en el que aparece su pensamiento de la mano con la integración del pensamiento filosófico griego tradicional.
Si atendemos a esto y siguiendo la interpretación de Ramón Guerrero,
podemos decir que la pretensión de Al-Farabi se acercaba a la de presentar una propuesta de modelo de Estado que salvara las deficiencias que encontraba en el de su tiempo, es decir, una reforma del Estado islámico. En lo que sigue trataremos de esbozar sintéticamente el proceso que determinó el contexto de Al-Farabi, sin entrar en demasiado detalle pues no se trata de una reseña histórica del Islam.
Antes del surgimiento del Islam en el s. VII, la península arábiga se
encontraba poblada de manera dispersa por pequeños grupos de habla árabe que, o bien eran tribus nómades o bien agricultores ubicados en oasis o zonas fértiles. Es decir, lejos de percibirse como una unidad se trataba de grupos con costumbres diferentes, así como con diferentes tendencias religiosas, algunos más afines a religiones politeístas, otros al cristianismo, al judaísmo o al zoroastrismo. La proclamación e institución de la revelación de Dios al profeta Mahoma proporcionó el primer marco de unidad en la península, sobre todo por su fuerte impronta expansionista que canalizó la belicosidad de las tribus entre las que, hasta entonces, los enfrentamientos eran constantes. Los mismos preceptos del islamismo determinaban la obligación del creyente de hacer guerra santa en defensa de la verdadera fe; ya en estos primeros momentos es manifiesta la característica fuertemente marcada en Islam de regirse por una única ley, la divina. Sumado al fervor de la devoción religiosa, el debilitamiento de los imperios Persa y Bizantino junto con la pobreza de la región, impulsaron sobre manera la rápida expansión islámica que culminó en la conformación de un gran Imperio. Entonces, la revelación de Dios al Profeta no implicó simplemente el advenimiento de una nueva religión, sino también la institución de un nuevo régimen y con él un cambio radical en las estructuras sociales, económicas y políticas de una región que experimentaba justamente la necesidad de comunidad. Cuando hablamos del Estado islámico nos referimos por tanto no sólo a la comunidad religiosa, sino en palabras de Ramón Guerrero “el Estado islámico, entendido como una organización espiritual y temporal, religiosa y política a la vez, que garantizaba una actitud común ante el mundo, los hombres y Dios”1.