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LOS POEMAS DEL ÉXTASIS

The Lizard King

En carros alados troqué con el fuego

En carros alados troqué con el fuego

La sirena cantó

En carros alados troqué con el fuego

Mi alma viajó

En carros alados troqué con el fuego

Soy aire.

Una nube me visitó en el arco de mi pena,

Lloviendo estaño sobre mi pecho desnudo

No canté a las estrellas, sino en la negrura húmeda

El carbón incendió la lenta brasa nocturna

La luna y la noche me dieron jacintos

Mi alma viajó

En carros alados troqué con el fuego

Soy aire.

Mi barca por mares ignotos veló

La orilla desvanecida, la costra de cristal

Que quebraba en mis ojos


Danzas de telarañas sublunares

En el vals perdido de las gaviotas

En carros alados troqué con el fuego

De estramonio y ámbar, jaguar con voz de luna

Que vino a llevar mi herbolario de simientes

Como plegarias abiertas a la Noche

Soy aire.

En carros alados troqué con el fuego

Mi alma viajó

¿Y qué he ganado?

La gran calavera del éxtasis

Dragones verdes en un mar alado

las venas de legumbres, adormecidas:

vestigios espirales de la sorda urdidumbre del éxtasis

cosquirrelampageando en symposios del nácar místico

en espirales de sombras veneras

y océanos pacatos de soles tornasolados

estallando frente a frente

el éxtasis del olvido

la calavera de nácar bruto.


Las venas de neuronas, electrizadas

la palabra de plantas de espigas de alambres

vestigios adormecidos de auroras desaforadas

taladran todo en un momento en una nada

como olas sin juncos a la orilla

derramando archipiélagos de mezquitas

ojos de rana, piélagos, plexos solares;

bruma mezquina en la catedral y un añafil:

Prometeo, Faetonte:

estertor inaudito del espacio-vientre:

ardua señal de fuego:

como detenido talla esta danza

lígneo el compás a la frente

esparcido vientre a vientre

en la fuga subrepticia

de los ojos de Serpiente.

Poema en ojos de luz

Venas en el cielo

me sumo en sangre

indómita, salvaje

obra de Soles que se derriten


en plumas de Águila

delicia de un Ocaso sanguinolento.

La Serpiente despierta revestida de esmeralda y zafiro

con ojos de rubí y boca de ascuas

con tensión de músculo y de liana

geología de la carne en fuegos de coral

palabra en la palabra; verbo en la carne.

Desde el Ayer, collado vesrperntino:

el piélago en la planicie

refleja al Águila solitaria

en el éxtasis del vuelo sacro

sin hallar fin a Cielo Océano y Aire.

Símbolo

Todo una vibración Vorágine cósmica

Escala nupcial Cúspide de Venus nebulosa

Enhebrando la ausencia de la Forma

En la bruma del Color

Tierra húmeda, Hojas yesqueras

De ojos verdes, Palabra y Letra

Coral de los fractales del espacio


Espera submarina

Etérea

Estalla alba de agua, cascada de argéntea danza

Cabellera de las espigas de ámbar

Cortina de ventanas en lágrima de lluvia cristalizada

Y maizales de luz en el campo otoñal de las hojas

Crisol de la espera celeste Esfera del Árbol

Brisa de Río Parra de Mármol

Asfódelo de León Araucaria de Aire

Susurro de vientre venero

Sueño cerúleo de ser en un vuelo

Velo de velas glaucas, veladas de Laurel

En hogeras del templo de la Hiedra

Madreselva escarlata, Infancia violeta

Madre de las Algas,

Campana boreal Humareda de pilares

Lápida Helada del Tiempo en una Lámina

En la Montaña del Poema;

Cruz celta — Sensación inmemorial

Relámpago-Huracán.
En lo que se repite en lo que vibra y hormiguea

En el Pozo de la Luna y el Trébol que parpadea

Y la Danza que sueña la Tortuga.

Selah.

Canto I a la Luna

Amarga sabe la luna

a los labios que la esperan

en sus cortinas de espuma

en sus senos de bruma

ysus manos de espinas.

Amarga sabe la luna

a los lagos que la sueñan

en su lágrima de relámpago

en su piélago de montañas

y los labios que la esperan.

Canto II a la Luna

Oh luna

devuélveme a mi cuna

de canciones.
Mi alma está agotada

las aguas de mil mares

ha lamido

en las arenas de mil playas

no ha parado a descansar

de otro deseo

que desvanecerse con el sol.

Canto III a la Luna

«Cuando mostramos piedad, nos vaciamos».

— Andréi Tarkovsky, Solaris

Detrás del velo azul

está la herida

detrás de la herida

una hoja de palmera se agita en la noche

de tormenta.

Detrás de la vela en el altar

está la luna

detrás de la luna
el río juega con la cortina

a medialuna.

Detrás del velo azul de la luna

nos mira la espuma

y al silencio de madrugada

rorada de medianoche

la luna sueña con el agua.

La canción del pescador

Yo me movía, yo me alzaba

desde el alba al mediodía,

no había sombra en mí,

en la escalera, en el patio, en el puerto

en los veleros al viento

yo me movía, yo me alzaba

al mediodía

a los labios de las olas

en el puerto, en las gaviotas, los relatos

apuran su último candelabro

su copa a esta partida

la mano de cobre, la carta o el vaso


se deslizan de la mesa

hacia el fondo de la luna

a su barca de piedra

con pan y con galleta.

— Fue a pescar truchas al mar,

fue a pescar duchas de trueno, soles mezquinos, silencios de río, lirones del naufragio,

olas del relámpago

fue a pescar nostalgias

a una rama devastada

al fondo del mar.

— Si no sabía andar sobre las aguas

tendría que morir a jugo de langosta,

a sueño de la alondra,

o a sueño de luna violeta.

— Tuvo que partir con su paquete de galletas y su dorna.

Del mar al aire

Inspirado en Alturas del Macchu Picchu, de Pablo Neruda.


Del vuelo al vuelo

como sangre encarnizada

mis gallardas vestiduras

narran la historia de esta Tierra

en que caímos y comimos

las raíces del Aire, la amarga ceñidura

de la roca sepultada.

En qué polvo y qué caminos

fuimos ramas de esta copa

derramada a vuestras manos

para horadar Tierra y Cielo

con nuestro canto desterrado

y nuestro grito recogido

de este musgo y de esta lluvia

en nuestros cuencos quebrados.

En qué barcas y en qué Mares

fuimos islas o pilares

que no vimos ni sentimos

si nuestro naufragio

no auscultó la ola o el rayo

los pies ahogados, la maño ceñida,


la frente adusta o augusta,

la cabellera de viento y oro

a la nostalgia de lo ignoto.

Al vuelo de los vientos

Ven, a mí, a mí

Tú, sólo tú

desciende como el rayo

Rojo Sol de las montañas azuladas

canta por mis manos

Copa de estos mares derramada

con bálsamo de aceite sobre mis sienes

reúnete a mi alabanza y mi plegaria

Vuelve como incienso hacia tus fieles

las bayas y hojas de montaña

que te exhudan rojas con la lluvia

y te aletean pardas con el viento

cuando dejándose de ser su rielo

vierten en la mustia música

de los charcos y el barro.

Esta copa, esta copa


Esta copa que libaba yo vertía

a mi pecho de arcilla,

argamasa de ambrosía

sacudiendo las gaviotas

del ensueño de la paya

con pechos ebrios de mar y de silencio.

¿Dónde espera la roca

que cementará el río?

En mi pecho de ambrosía

yace un río devastado

(un río de tigres amarillos)

que llena esta elegía

de mar y de cansancio.

¿Dónde volará la alondra

que deja en estas rocas

su nido devastado

por sierpes deshollado?

La alondra vuela al mar

para conocer su camino,

su camino que es el aire,

el aire que es la muerte

sin descanso.
La ciudad y el charco

Si vivo en la Ciudad

cruzo a mi alma volar

esquivándome al pisar

las esquirlas de la pluma

en el charco lunar.

Pero si mi espíritu respirare aire

como las olas se iría mi alma a mediodía

entre las briznas y las hojas

— y quizás ¡ay!, no volverá.

Si vivimos en ciudades

es porque adoramos dioses y altares

de nuestras almas y manos.

Mi espíritu es más sencillo

se contenta con el aire

y se viste con las hojas.

¿A quién eriges tus penas, tus regias vestiduras, tu reino, tus rocas y tus joyas, tus

copas derramadas?

Ni tú ni yo ni el aire
conocen los dioses de esta Roca

en que tu mano sepultaste.

Amargas ceñiduras para remontar vuestra sangre al aire

esculpir una vida fantasma

detrás de las dunas y las muertes

como dioses o sepulcros

—¿qué veo, mi boca?

Amargas ceñiduras, no

como la rana y el charco

bajo el puente;

el manantial yace entre dos manos azuladas,

en los labios cerrados, los párpados callados

a la brisa de la noche.

La danza de la serpiente

Quién eres tú que me vienes

que te cazo y que te trazo en este abrazo de serpiente

Como velero a poniente, como mano a la frente

ebria de cabelleras como mares

(los trazos lunares

del barco en la mar)

aspira ella tu aliento caliente


cuando cantas a la estrella de poniente

respira cuando derramas ambrosía

en tu pecho y en tus venas

como un río de tigres enterrados

sangrando en tus arterias

la mano que levantas

para esta danza.

Del Fuego al Aire

En la espada de una vida

esparcida del ojo a la semilla

Quise enterrarme Tierra mía

en ríos de piedras escarbosas, de lianas amarillas, de ramas asfixiadas.

Quise desenterrarme como un arma

que fuera de la gloria al resuello

escarboso de raíces

Que cansase monte y mar

y soles desiertos

— Que fuera a llorar a una roca plana,

tras la brisa y la playa.

Quise anudarme como un Sol de carne

ahondarme con el rayo


ahogarme expandirme exhalarme

más allá

de la sangre.

Donde la angustia

es un océano

en una charca saltando

Donde las briznas

lanzan

su vendaval fino

como trinos de una copa

virando

del Fuego al Aire.

El gemido

El cereal ha muerto, hermanos míos

y el campesino olvida, endurecido

la voz del sol terrestre, enfurecido

por la guerra que nadie ha merecido.

Cuando por vez primera la azada recia

alza al ocaso regio es su estatura

una humareda negra, en cuya altura

del gran volcán viviente está la Tierra


y la anaconda sacra que la rodea

barro y mar sin sal, tal es la anchura

del río Océano que en la profunda

oscuridad metálica sólo espera.

Pero ahora no hay ya quien llore

sólo la roca roma de un viejo monte

recuerda a Ceres sepia en este dolmen

en donde áurea era la miel del bosque.

Al viejo álamo

Como un rayo a piel de cielo

el viejo álamo eleva al viento

de sol el oro el rayo argénteo

que hiende en el empíreo.

Rey del bosque,

guardián del día y la noche,

sacral llama,

alumbra la tierra roja.

Viejo álamo,

la ardilla trepa en tu corteza

del allende mensajera;


canta el pinzón entre tus ramas

anidando en gloria eterna.

Allí ve el sabio su escalera

a los cuatro vientos su maraca suena

y como un águila se eleva,

nube púrpura, nueva ola

hacia la tierra de Amithaba.

Poema como el rayo

¿Qué recuerdo, qué soy

qué siento y qué presiento

en este alma en este viento

prestado al cuerpo

un ala de recuerdo?

Soy la sombra, sombra de tu sombra,

Sombra de tu Rayo y de tu Cuerpo,

soy el trueno y el relámpago,

en la arena en el cendal y en el desierto.

Orbitas en mis pieles

orbitas en mis pechos sanguinolentos de flores del desierto

orbitas en mis brazos al silencio


Sombra creada, poema

en el cieno y en la sombra,

Poema como el rayo

desde el charco en el barro.

El vagabundo conoce al sabio

Tras mil cerros sibilinos

el viento golpeaba el olivo

en mi cabaña de madera

yo era el grillo de las cascadas

cuando de súbito vi un abrigo

el manto raído, escondía el agua

de su máscara enfurecida.

— Señor, señor es usted sabio

deme la mano, suba a mi charco

juntos pescaremos ranas

y entre copas de nubes peinadas

veremos al alba un sol azul

en este valle, el cielo es rojo,

y el sol gris, dame la mano

subamos hasta la acera de la brisa

el polvo de camiones nos dará cobijo


trazará nuestra sombra, y

en la cosecha de la noche

como dos vías paralelas

surcaremos la loanza de las hierbas

hasta despertar sin ser de nuevo

dos viajeros o monjes viejos,

sino el viento en su planeo.

— El viento, el viento, es lo único que soy

todo mi fuero y desarraigo, lo sufro yo

como un guijarro, sabe que ser viajero

es ser humano sin consuelo,

¿me seguirás?

— La perfección huye del hombre,

y el sosiego es el veneno

por el que pobres pierden todo

y los ricos enriquecen

¿qué destino hay más

para el que sigue la verdad

para quien con horror coagulado

ha visto el rostro divino?

— Calla y sigue, y no mires atrás.

Yo lo hice y fui diez años


un mar de sal

sin cesar mi sed.

En verdad todos miraron atrás

presentimos en dolor el trayecto final

y creamos una cueva en nuestro pecho

donde arrojar las brasas de la vida

esperando a la ceniza.

Y no sirve de nada

pues ya no tenemos casa,

y sólo el aire aviva el fuego.

Dios no quiere que le sigan muchos hombres

los que escoge no son buenos ni mejores,

que renuncian al camino por la ayuda

que a almas pobres pueden prestar,

sino los únicos capaces

de abrazar y apartar todo

al mismo gesto.

Ven, hermano, pues

pronto morirás.

Desciende a la oscuridad

de donde viene la luz.


Romance a la luna

¿Luna luna por qué lloras

en la cuna de la loba?

Tras del mar eres esposa

del rocío y la marea

¿Luna luna por qué lloras

como un ánfora vacía,

no es bella la noche loca

en que riela todavía

al armisticio de la hora

del amor sacral espina?

— Pobre humano que osa

acercarse al gran misterio:

Por amor hizo la Diosa

la adúltera semblanza

de la tierra con la rosa;

más allá, más allá, alta

la bóveda espaciosa

la conciencia circular

luz y música preciosa

cendal astral que la Moria

hilvanó de seda roja;

Fue laúd y santa musa


la acémila de una novia

y bahía tan pacífica...

Yo te amo, tierra y flora

por eso sangra mi piel

Hoy la tierra sólo llora

un pueblo que del dolor

hizo su insignia la viola

y su labor que era vivir

Vivir y crear, no logra

realizar, pues torció

su singladura en voga

a una araña de cristal.

El vagabundo y el borracho

De otra vida a otra vida deambulante

en las esquinas de los bares

y en el neón de letanías en las botellas

en los camastros raídos de estudiantes

y en la soledad auscultada de una mano colgante

— Tu cara me suena. Viejo sabio profeta, loco necio

por fin vuelves a estas piedras y bodegas


al moho húmedo de tu tierra,

carcomida cual madera

que se retuerce a tientas

en un retrete atascado; ¡ja! ¿a qué has llegado?

No hay nadie aquí para ti ni para nadie

— Me confundes. Es verdad que aquí viví

pero nunca partí a predicar o por visión.

Solamente odiaba a los hombres.

— ¡Harto tarde nos encuentras ya aquí reunidos!

yo también divino fui, mi juventud,

demasiado animal para esta carne

muy dios para huír del cortejo.

Harto poco fui a mi mismo, y aquí perezco

mas preservo mi mayor privilegio:

despreciar cuanto es.

— No, Cuando yo fui tanto, pensé en dios, en el buen padre

y tan altos pórticos tenía el templo

que creía verlo a Él, su corola de gloria y majestad

Mas fallaba tanto como tú

tras del templo hay un resuello y una abrumada infintud

una santa saciedad, que se abre hasta estallar

en mil formas y bailar, juntos de nuevo, sí.


Como tú, no entendí nada; de nuevo, como tú,

todo entregué, pensando que era algo tal acto

y no sólo vanidad.

— Me entristeces. Sirve vino, viajero

sigue contando, como viste el tiempo en ojos etéreos

— Volvía de meditar en el desierto, cuando paré en un pozo

a descansar y a beber, y por sortilegio o casualidad

vi a Sara de Abraham,

le pedí el tiempo y la palabra;

me dio agua y me enseñó cuanto sé:

Que en la tierra iban dioses entre hermanos

y la máscara era el baile; los dioses y los ángeles

descendían uno a uno, al tabernáculo de Sodoma

al poderío de Gomorra.

La tierra era virgen, y éramos espíritus

de gran libertad y poderío; Abraham me dijo:

— sabia es la arcana senda de la Tierra

mas yo haré hombres del espanto,

una nueva raza invicta,

pues que dioses y hombres perezcan por contagio;

sé que sólo el espíritu vence al brazo tras el silencio

mas sólo el espíritu que sea mudo, sufrido, humilde


y ante todo, ciego para su furia invertida:

pues llegará cuando uno quede y todos mueran.

No dejemos ver a nuestros hijos la ambición

tapémosla con las diez mil orlas de pacto,

para que se cumpla el nombre: Israel

y vean Su cara más allá de la vesania

y cuando vuelva desde los tiempos primitivos

la gran luz de su gloria

resplandezca en el pecado.

Ven, pues pronto pondremos pie de nuevo

yo y tú en el reino de los muertos

Y seremos como dioses.

Así habló el padre de naciones

viendo un collado distante

golpeó con su cayado

un cántaro de aceite:

— ¡ No crezca planta en esta tierra

sino lágrima de Adán!

Hoy el pan mañana el cielo,

no conozca fin nuestro lamento

pues somos hijos del desierto,

y nuestro alma es el destierro.


Por mucho tiempo vagué como un perro tras estas voces

cuando recordé que era humano, no quería comer ni dormir

mas al final salió el sol, y ví

que eramos humanos, humanos después de nada

albergando el espanto de un dios.

Pues sí, la verdad sabe matar,

y corrí desde la sal al mar,

sé la amargura de mi azufre

sé el rostro de la masacre,

la cara pálida y femenina,

tafetán turquesa y terciopelo negro

bermellón y púrpura vibrantes.

Y ahora sólo las tabernas

sonme fieles consejeras.

[con mirada sardónica y complícita]

— ¡Pedante! ¡Aún no has entendido nada! ¡Necio huero!

Odia hoy conmigo tu rostro escayolado

¡pero el sábado marcharás, como está escrito!

A algunos la amargura ata a inmundicia

a más impulsa a la locura, ¡pero a pocos

que hayan sido conscientes dello!


Avanza en la sabiduría

Hasta que reconozcas mi barbilla de sátiro,

los ojos tristes y profundos de Sileno.

¡Aprende a escupir y a reír!

Canto del viajero

Pensando en cuantas horas

gasté en la maleta

que llevé a Teherán.

En el cuero negruzco

o el resplandor de la lluvia

en el asfalto y el metal.

Mientras arrastro por losas cristalinas

el asa de mi frío y desnudez

tiemblo en las columnas

como un cuervo de lluvia.

Por esto partí,

para respirar las arenas al se levantar

como el polvo hirsuto de mis canas


y guardar en un pecho oscuro

el dolor de aire y hogar.

Cada vez que despertaba

en tierra extraña,

en pasando mis dedos sobre la piedra calcárea

siempre esperaba, entre las ramas volar

el ave de mi casa.

— Sólo cigarras calor y cuevas, sombra memoria;

por eso partí.

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