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I.

MARÍA EN LAS ESCRITURAS


Con el objetivo de hacer un estudio un poco sistemático en cuanto al orden
veremos los tres textos del A.T. que menciona la LG en los que la figura de María
es esbozada proféticamente con la figura de la mujer Madre del Redentor (cf. LG
55), teniendo en cuenta que los textos del AT han de ser leídos a la luz de los
acontecimientos del N.T., en Cristo la Revelación por excelencia (cf. DV 4), y lo
que ellos manifiestan sobre la Madre del Salvador en la economía de la
salvación.
Sin embargo la exposición de los textos del NT serán según el orden cronológico
de cuando fueron escritos, ya que nos permitirá reconocer como fue
profundizándose la autoconciencia que tenía la comunidad cristiana sobre
María, Madre de Jesús y su papel en la comunidad cristiana.
II.I MARÍA EN EL AT: TEXTOS PROFÉTICOS
II.I.I Gn 3,15 PROTOEVANGELIO
María es la mujer mencionada en la promesa de victoria sobre la serpiente,
dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. LG 55). Ellos por los
cuales con su desobediencia entró el pecado en el mundo, Dios en su infinito
amor nos procurará un Redentor que con su Obediencia repare el daño. «Así
como por la desobediencia de un hombre, todos fueron constituidos pecadores,
así también por la obediencia de uno todos serán constituidos justos» Rm 5, 18
(cf. 1 Co 15, 21-22). Cristo es el nuevo Adan, y María asociada a su Hijo en la
obra de la redención con su Sí generoso y libre al anuncio del Ángel de la
elección de Dios en ser la madre de Jesús. Así la desobendiencia de Eva se
repara con la «obediencia de fe» de María(cf. LG 56).

San Ireneo, Padre de la Iglesia del segundo siglo (185 d.C), contrasta la primera
Eva con la segunda Eva (María).

“En correspondencia encontramos también obediente a María la


Virgen, cuando dice: «He aquí tu sierva, Señor: hágase en mí según
tu palabra» (Lc 1,38); a Eva en cambio indócil,
pues desobedeció siendo aún virgen… Así también el nudo de la
desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María; pues lo
que la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató
por su fe.”

Y comparándola con Eva, «madre de todos los vivientes» (Gn 3,20), porque
todos los que tenían vida habían descendido de ella; llaman a María la «Madre
de todos los vivientes», pero en realidad en una manera mayor. María es la
madre de Jesucristo, que es la Vida (Jn 14,6) misma y en Él que toda la vida se
encuentra (Jn 1,4).

II.I.II Is 7,14
El profeta anuncia al rey Acaz el nacimiento de un niño del seno de una virgen.
Jesús se encarnará en el seno de María, la virgen nazarena desposada con José
(cf. Lc 1, 27).
II.I.III Miq 5, 1-3
Jesús nace en Belén y la parturienta que dará a luz es María. Jesús es el Buen
Pastor (cf. Jn 10, 11) que pastoreará con la fuerza y la majestad del nombre de
Dios.

Entre las figuras que aparecen como anuncio profético de María figuran los
“pobres de Yahveh” y la “Hija de Sión”, títulos que de alguna manera delinean
cuál será la fisonomía espiritual de María y su función en la historia de la
salvación.
II.II MARÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO
II.II.I GÁLATAS 4, 4-5
Con independencia de la cronología que se adopte para la carta a los Gálatas,
es sin duda el más antiguo texto del Nuevo Testamento que alude, si bien muy
discretamente, a la madre del Señor. Es, por otra parte, el único texto paulino
que alude a ella: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la
ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción"
La "mujer" aquí mencionada aparece colocada en el centro del misterio de la
Encarnación: se trata del momento culminante de la historia de la salvación, la
plenitud del tiempo, en que el Hijo es enviado por el Padre desde su seno. La
afirmación de la Trinidad, el acontecimiento salvífico escatológico, la
encarnación del Hijo... todo ello, el corazón del misterio, está relacionado con
esta "mujer" cuyo nombre se oculta, pero cuyo misterio se insinúa.
II.II.II MARCOS 3,31-35 (relación3, 20-21) y 6, 2-6
Muchos exegetas sostienen que los vv. 20-21 han de unirse con los vv. 31-35.
Consiguientemente, “los suyos” mencionados en el v. 21 han de ser
identificados con la madre y los hermanos de Jesús. Entendiendo el término
hermanos no como una traducción literal del hebreo, ya que en la lengua
semítica se refiere en sentido amplio a los parientes cercanos, primos…(Lo
analizaremos en una apartado anexo en los que desde el estudio de la lengua
semítica y el uso del término en algunos ejemplos citados en el AT demuestran
esta amplitud del uso del término hermanos).
El texto denotaría una rasgo muy humano de María, la Madre de Jesús que
preocupada por lo que se dice de Él, que en su predicación y los signos que
realiza no le da tiempo ni para comer (v. 20) por lo que lo está “viviendo con
exageración” –¡está loco!, que es cómo podemos entender ese estar fuera de
si», tampoco en sentido literal sino coloquial- y que ya hay rumores de
conspiraciones contra Jesús (cf. Mc 22-30.
María tendrá que hacer también su camino espiritual, tendrá que dar el paso de
su maternidad natural a un seguimiento, discipulado de Jesús que le merecerá
su maternidad espiritual, como madre de los creyentes de aquellos que
escuchan la Palabra de Dios en su vida, la acogen en su seno (cf. Lc 1,31) en su
vida y la ponen en práctica, que es lo que dirá Jesús «¿Quién es mi madre y
quiénes son mis hermanos”? Dirigiendo la mirada sobre los que estaban
sentados alrededor, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la
voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” ».
Esta, ahora, es la auténtica familia del Señor, la escatológica. Es un testimonio
precioso de los verdaderos vínculos que crean la comunión con Jesús. Marcos
enseña que incluso María, la criatura más ligada a Cristo por los vínculos de la
sangre, debía elevarse a un orden de valores más alto. Las exigencias de la
misión del Hijo la inducían a renunciar a sus perspectivas (¡humanísimas, por
otra parte!) de madre según la carne. Después de haber llevado a Jesús en el
seno, era necesario que lo generase en el corazón, cumpliendo la voluntad de
Dios (cf. Mc 3, 35): una voluntad que se hacía manifiesta en lo que decía y
obraba Jesús. A estos niveles de profundidad la figura de María “madre” se
armoniza y se completa en la de “discípula”.
II.II.III MATEO
GENEALOGÍA DE JESÚS Mt 1, 1-17
Mateo abre el capítulo primero de su evangelio con la siguiente afirmación:
«Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (v. 1) y despliega el
árbol genealógico de Jesús, llamado Cristo. La intención de la genealogía es
mostrar que Jesús desciende de Abraham y de
David y, por tanto, que en él se cumplen las promesas que Dios les hizo: «En ti
(en tu descendencia) serán benditas todas las familias de las gentes» (Gn 12, 3,
cf. 18, 18; 22, 18; 26, 4; 28, 14). Por lo que se refiere a David es especialmente
importante 2 Sam 7, la gran promesa mesiánica.
La inclusión de 4 mujeres, que rompen el esquema "A engendró a B", que es el
habitual. Era, por otra parte, rarísimo en el judaísmo del siglo I -y tampoco es
frecuente en la literatura veterotestamentaria- la inclusión de una mujer en la
genealogía. Aquí nos encontramos con cinco: Tamar (cf. Gn 38), Rahab (cf. Jos
2), Ruth (cf. Rt 3-4,22) y Betsabé (cf. 2Sm11-12,24) y María. Las cuatro mujeres
realizaron acciones importantes y benéficas para la suerte del pueblo de Israel.
Da la impresión de que las cuatro mujeres son mencionadas con una finalidad:
justificar la introducción de María en la genealogía y además llamar la atención
de algún modo sobre el papel jugado por María, madre de Jesús sin intervención
de José según se desprende del v. 16: "José, el esposo de María, de la cual nació
Jesús, llamado Cristo".
La función que tendrían estas mujeres en la genealogía, sería que las cuatro
mujeres eran conocidas por lo irregular de sus uniones matrimoniales, gracias a
las cuales fueron instrumento del plan mesiánico, Dios las introdujo como
instrumentos de la historia de la salvación. Mencionándolas, Mateo adelanta dos
cosas sobre la Virgen. También en la Virgen se dio una irregularidad en su
relación con José, pero esa irregularidad fue consentida o provocada por Dios
para introducir en el mundo al Mesías. Precisamente para explicar esta
irregularidad, citada en 1,16, es para lo que introduce Mateo el anuncio a José,
con la intención de expresar mejor el papel de María en la historia, pero también
el papel de José.
EL ANUNCIO A JOSÉ Mt 1, 18-25
José es persuadido gracias al anuncio en sueños de que el Hijo que va a tener
María es por obra del Espíritu Santo, y asumirá su paternidad legal de Jesús.
Aunque José no sea padre de Jesús en sentido natural si lo será de hecho (v. 20)
y en esa relación es cómo Dios hará que se cumpla la promesa Davídica (cf. Lc
1,32). Le da a conocer el nombre que como padre le dará al Niño (v.21).
Mt 1, 22-23 cita Is 7,14
Mateo inserta también la cita de Is 7,14, con lo que demuestra también el
cumplimiento de la promesa de que «la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le
pondrá por nombre Emmanuel»

II.II.IV LUCAS
LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA Lc 1, 26-38
Saludada por el ángel con el «Alégrate, llena de gracia porque el Señor está
contigo» (v.28) María es la esclava del Señor que con su Sí generoso y consiente
acoge la Voluntad de Dios en su vida y coopera en salvación humana por la libre
fe y obediencia (cf. LG 56)
Ella ha sido elegida para concebir en su seno y dar a luz al Hijo de Dios (v.
31.35).
La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde
el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte (cf. LG 56). Toda
la existencia de María, la que en el Sí dado al ángel se presenta como acto de
servicio a la voluntad de Padre, al servicio de su Hijo, por lo que la maternidad
divina de María no es solamente un acto puntual, el momento generativo en el
sentido biológico, sino que es el misterio que abarca su vida entera. Su
maternidad es un acto de servicio, su modo concreto de responder a la vocación
divina, y por esos es madre durante toda la existencia de su Hijo, algo que
sucede con toda mujer y su maternidad, en su relación madre hijo. La
maternidad de María define completamente la relación que ella tuvo con Cristo
a lo largo de su existencia.
Ésta presencia de Jesús, el Hijo de Dios, el Santo en su seno hace que se llame a
María como la «Tienda del encuentro». Jesús es la misma presencia divina, que
en el pasado había morado en el Tabernáculo, que después había habitado en el
templo de Jerusalén en el «Santo de los Santos» y que ahora en la encarnación
del Verbo del Padre había transformado este seno virginal en un santuario, la
morada de Dios entre los hombres.
LA VISITACIÓN Lc 1, 39-45.56

Isabel ante el saludo de María exclama, llena del Espíritu Santo: «¡Tú eres bendita
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!(v.42) . María es bendita por
el fruto que lleva en su vientre. María es bendita porque Dios en atención de su
Hijo la eligió y la llenó de gracia.
Isabel le va a decir «feliz por haber creído que lo que te dijo el Señor se
cumplirá» (v.44) María es bienaventurada por creer que las promesas del Señor
se cumplirían, por eso María es modelo de fe.
En el título de la expresión de Isabel «la madre de mi Señor venga a mi» Ese
Señor , es el Kyrios, de naturaleza real-mesiánica usada en Israel y que dicho
por Isabel en el contexto sea una afirmación del carácter trascendente y divino
de Jesús. En éste sentido se llamará a María como «Nueva Arca» de la alianza,
el lugar de la morada del Señor.
EL MAGNÍFICAT Lc 1, 46-55
El canto del Magnifica concluye no sólo la escena de la Visitación, sino más en
general todo el evangelio de la Infancia. Eso significa que ha de entenderse en
el contexto más amplio que va desde la Anunciación y que incluye también el
nacimiento de Juan Bautista. El canto de alabanza dirigido a Dios por sus
hazañas salvíficas y su misericordia tiene su centro en el nacimiento de Jesús,
pero también en el de Juan Bautista, el último de los profetas del Antiguo
Testamento.
María, anawim, canta al Señor por que se ha fijado en su humildad, porque por
lo que Dios ha hecho en ella le llamarán bienaventurada todas las generaciones.
LA PROFESÍA DE SIMÓN Lc 2, 34-35
Con motivo de la purificación de la Virgen y la presentación del Niño en el
Templo se produce el encuentro entre el anciano Simeón y Jesús. El canto de
Simeón tiene dos partes: la primera es el reconocimiento de Jesús como el
Salvador esperado, la luz para iluminar a las naciones. Simeón representa aquí
la esperanza de Israel, que ha cumplido ya su misión -el Mesías esperado ha
llegado ya- y está pronto a morir para dejar espacio al nuevo Pueblo de Dios. Y a
María le dice que «una espada le atravesará el corazón» y que une el destino de
la Madre al del Hijo, que será bandera discutida y piedra de escándalo.
María tendrá que hacer una peregrinación en su fe, ella sabe que el Hijo que
llevó en su seno es especial, que es Hijo de Dios, sin embargo al lado de la
experiencia de crecimiento normal de su hijo en Nazaret está la conciencia su
otra realidad. Jesús les sorprenderá cuando se queda en el templo y a la réplica
de sus padres les responde «No sabían que tengo que ocuparme de las cosas de
mi Padre» (Lc 2,51b) y el texto nos dice que María guardaba todas esas cosas
en su corazón. Como hemos dicho ya en otros momentos María tendrá que
hacer un proceso en su relación materno filial con Jesús y en su fe, de madre a
discípula y a madre espiritual.
En éste sentido representará la espada de dolor no solo el dolor por la pérdida
del Hijo sino la oscuridad que tendrá que vivir en su camino de fe siempre unido
al misterio del Hijo hasta el último y definitivo acercamiento en la noche de la
Cruz.
II.II.V LA PRESENCIA DE MARÍA EN PENTECOSTÉS Hch 1, 14
Por último, aunque no pertenece a los evangelios de la Infancia, teniendo en
cuenta todo el contexto lucano Ella es presentada, como la madre de Jesús. Es
la única -además de los Once- que es mencionada por su nombre propio, lo que
indica que su posición es singular. Los demás son mencionados sólo por grupos:
las mujeres y los hermanos de Jesús. Ella está en medio de todos los grupos -los
Once, las mujeres, los hermanos-, no pertenece a ninguno de ellos. Está en el
corazón, acompañando a la comunidad en la oración y esperando que se
cumpla la promesa del Padre anunciada por Jesús.
Así María estuvo a la espera del primer adviento, el nacimiento de Jesús, y del
segundo, el nacimiento de la Iglesia. En el primer adviento, ella espera como
Madre y así será recordada, como la Madre de Jesús; en el segundo adviento,
espera también con función maternal y como Madre de la Iglesia será
recordada, aunque es justo decir que esto no está en Lucas tan explícito como
lo estará en Juan.
En cualquier caso, como madre de Jesús es el vínculo visible entre Jesús, su Hijo,
y los demás grupos de los cristianos que forman la Iglesia de Cristo. Por último,
podemos decir que como madre de Jesús es un testigo insustituible de su
verdadera humanidad, de su verdadera carne: sólo ella es testigo de lo sucedido
en el principio, puesto que sólo ella estuvo en los orígenes mismos de Jesús.
II.II.VI JUAN
LAS BODAS DE CANÁ Jn 2, 1—11
Juan se inspiraría en una antigua tradición judaica en el esquema cronológico
que usa en la indicación de los sucesos y los días. La gran coincidencia tanto de
argumentos como de términos que se establece entre éste texto y la tradición
judaica durante la revelación del monte Sinaí, cuando Yahveh selló la alianza
con Israel y le dio la ley por medio de Moisés (Ex 19-24) revelaría que así como
en el Sinaí Yahveh reveló su gloria dando la Ley a Moisés, así en Caná Jesús
revela su gloria dando el vino mejor, símbolo de la nueva Ley que es el
Evangelio.
María señalará a Jesús la dificultad que se presentó en la boda “no tiene más
vino” (v. 3c) a lo que Jesús responde ¿qué entre tú y yo…? “no ha llegado
todavía mi hora” (v.4). En Juan la mención del “tercer día” está vinculada a la
“hora de Jesús”, la “hora de Cristo” que se refiere al acontecimiento salvífico de
la pasión-muerte-resurrección del Señor (cf. 2,4; 2,19-21; 7,30; 8,20; 12,27;
13,1)
Al desacuerdo que muestra la expresión “no ha llegado todavía mi hora” (v.4)
María contesta con el «Hagan lo que Él les diga» ella guarda su puesto, indica la
necesidad y lo deja en Jesús. María se preocupa por el vino material, que falta
entre los comensales; Jesús, en cambio, eleva el discurso a otro nivel, el que se
refiere a su hora, entendida como muerte y resurrección, Jesús pasa del plano
de las realidades materiales a las realidades espirituales, de las cuales las
primeras son figura. Solamente como consecuencia de la resurrección será
entendido el sentido de lo acontecido en Caná. Jesús daba el vino nuevo, pero
como “signo”, como figura-símbolo del otro vino que era su Evangelio.
A pesar de lo dicho, y aún sin haber comprendido con exactitud las intenciones
de su Hijo, se remite a su voluntad. Una vez más, María, la madre, se hace
“sierva” de Él en la fe, se pone a la escucha como discípula, también esta
expresión remite a la tradición sobre el Sinaí cuando la asamblea de Israel
responde a una sola voz: “Haremos lo que el Señor ha dicho” (Ex 19,8; 24,3.7)
Son éstas las últimas palabras que los evangelios nos han consignado de María,
y están cristológicamente orientadas. María es toda relativa al Hijo. Ella dispone
el corazón de los discípulos a acoger las palabras de Jesús. Es ésta una
dimensión importantísima de su función materna en la Iglesia siempre estará
junto a su Hijo indicando la necesidades de sus hijos.
La mera indicación de la necesidad es, en realidad, una oración. Al menos un
par de veces más en el evangelio encontramos éste modelo, un orante indica a
Jesús la necesidad y Él responde a ella con un milagro (cf. 4,47; 11, 3.21-22).
La rica simbología en la tradición del AT sobre el vino nos ayuda a enmarcar el
significado y peso del texto. En el AT los profetas enseñaban que en tiempos de
la restauración post-exílica serían alegrados por un vino muy abundante (cf. Am
9,13; Jr 31,12; Jl 2,19-24), de calidad finísima (cf. Os 14,8; Is 25,6; Zac 9,17) y
dado gratuitamente (Is 55,1). Juan hace notar que las ánforas fueron llenadas
“hasta el borde”. Esta plenitud es característica de los dones de Cristo, como la
plenitud de la gracias (Jn1,16), el agua de que habla con la Samaritana (4, 13-
14), los panes de la multiplicación (6, 10-13), la vida abundante (10,10).
En ocasiones el vino es asociado con el tema de las bodas (Os 2, 21-24 ;Is 62, 5-
9). En éste caso el verdadero Esposo, el que ofrece el vino mejor (cf. v.10) sería
Jesús cuya esposa sería María que representa al nuevo pueblo de Israel –la
Iglesia-; en el lenguaje bíblico-judaico el pueblo elegido es representado a
menudo bajo la imagen de una mujer, de ésta manera se entiende también por
qué Jesús dirigiéndose a la madre, use el término “mujer” – como lo veremos
más adelante-. El Bautista presenta a Jesús como el esposo esperado (Jn 3, 25-
30). Jesús mismo se pondrá como el novio cuando los fariseos le preguntaban
porque él y sus discípulos no ayunaban (cf. Mc 2,18-19).
El vino de Caná sería así un símbolo de la nueva Ley de Cristo, de su palabra
reveladora que perfecciona la de Moisés y la de los profetas (Jn1,45). (el agua
no era un agua profana, sino ritual, destinada a la “purificación de los judíos”
v.6)
En los siervos de la boda (vv. 5a. 7-9) hemos de rescatar sobretodo su
obediencia a lo que les manda jesús tras el consejo de María: “Y Jesús les dijo:
“llenad de agua las ánforas”; y las llenaron hasta el borde. Les dijo de nuevo:
“Ahora probadla y llevadla al maestresala” y ellos se la llevaron” (vv. 7-9). Esta
resaltada correlación entre la palabra-mandato de Jesús y su ejecución por parte
de los siervos hace recordar la promesa de Jesús mismo cuando dice: “Quien
acoge mis mandamientos y los observa, éste me ama. El que me ama, será
amado por mi Padre y también yo lo amaré y me manifestaré a él” (n 14, 21).
Jesús, pues, se revela a quien da prueba de amarlo, observando su palabra. A
este vendrán Él y el Padre para establecer en él su morada (Jn 14, 23). Este es
el verdadero siervo de Cristo, a quien el Padre honrará (Jn 12, 26).
Este es, por tanto, el trinomio: servicio de Cristo - obediencia a su palabra -
manifestación de Cristo. Un trinomio que encierra la siguiente doctrina: el que
“sirve” a Jesús, “obedece” su mandamiento y entonces Jesús se “manifiesta” a
él. Esta es la experiencia que parece significada ejemplarmente por los
“siervos” de Caná. A ellos se les ha concedido “conocer de dónde viene el vino
mejor (y, por tanto, un aspecto de la realidad de Cristo), justo porque “han
bebido el agua” y “la han llevado” al maestresala, en cuanto que han obedecido
a la palabra - mandamiento de Jesús. Dirá todavía Juan: “Por esto sabemos que
lo hemos conocido: si observamos sus mandamientos” (1 Jn 2, 3).
Como hemos manifestado brevemente arriba Jesús, es el verdadero esposo de
las bodas (v. 10) ya en aquel signo inicial Jesús comenzaba a revelarse como el
esposo “divino” de las bodas mesiánicas, de aquellas bodas figurativas de la
nueva alianza que serían sancionadas “el tercer día” de la pascua
“Y sus discípulos creyeron en él” (v. 11b). “Después de esto, Jesús descendió a
Cafarnaúm junto con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y se detuvieron
allí muchos días” (v. 12); es el versículo con el que concluye el evangelista.
Al inicio del relato presentaba a la Virgen por una parte, a Jesús y a los suyos
por otra, como dos grupos, que parecían llegar a la fiesta por caminos diversos.
Al término del episodio, la Virgen, los hermanos y los discípulos de Jesús
aparecen como un solo grupo, en torno a él. Con mucha probabilidad, el
evangelista quiere decir que el motivo de tal fusión es la fe en Jesús,
demostrada bien por la Virgen (v. 5), bien por los discípulos (v. 11). Aún más, en
el plano de la fe no hay diferencia entre los parientes (madre, hermanos) y los
discípulos.
Conclusión
En la economía de este “tercer día”, que estamos viviendo también nosotros
como siervos y discípulos del Señor en el banquete de las bodas mesiánicas,
María continúa siendo lo que fue en Caná. En cuanto madre de Jesús, está
atenta para presentarle las carencias múltiples que podría sufrir la mística
mesa, que es nuestra vida de comunión con Cristo-esposo (cf. Jn 3, 29; Ap 19,
7.9; 21, 2). Aquí hay amplio espacio para toda forma de pobreza, en el cuerpo y
en el espíritu: la falta de fe, el hambre del inmenso ejército de los pobres, las
injusticias sociales, las guerras, la prostitución...
Sugiriendo todavía, sin pausa, la invitación saludable “haced lo que Él os diga”,
María dirige la aventura de la fe a su feliz resultado. Sus palabras van unidas a
aquellas en las que Jesús declara: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo
os digo” (Jn 15, 14). Y en consonancia con los sinópticos “quien es mi madre,
mis hermanos...
MARÍA JUNTO A LA CRUZ Jn 19, 25-27
Sesde el s. VI comienza a intuirse el valor eclesial de éste episodio que nos
narra la Biblia. Es decir: en aquellas palabras de Jesús agonizante que supera la
esfera estrictamente doméstica de madre a hijo, para dilatarse a toda la
comunidad cristiana. Diciendo a la madre: “Mujer, he aquí tu hijo...” y al
discípulo: “He aquí tu madre”, Jesús constituye a María “madre” de todos sus
discípulos, figurados en el discípulo amado allí presente. La Virgen, por tanto, es
madre espiritual de todos los creyentes: es madre de la Iglesia. No por invención
nuestra, sino por voluntad de Cristo. (Adiutricem populi, 222-223).
CORRELACIÓN ENTRE EL CALVARIO Y CANÁ
En el cuarto evangelio María es recordada (además de en 6, 42 y, quizá en 1,
13) en las bodas de Caná (Jn 2, 1-12) y junto a la cruz (Jn 19, 25-27). Estos dos
episodios, a juicio concorde de los exegetas, muestran una conexión recíproca,
a modo de gran inclusión.
En efecto:
1. en ambos casos está presente la Virgen que es presentada no con el nombre
propio, sino con los títulos de “madre de Jesús” (2, 1; 19, 25) y de “mujer” (2, 4;
19, 26);
2. la “hora de Jesús”, que no ha llegado todavía en Caná (2, 4) ha llegado en el
Calvario (19, 27) donde Jesús pasa de este mundo al Padre (13, 1). En efecto, la
“hora de Jesús”, según Juan, comprende como un conjunto pasión-muerte-
resurrección.
El episodio de Caná tiene un significado evidentemente mesiánico, como hemos
explicado. Por lo que la presencia de María en las bodas de Caná y junto a la
Cruz donde se realiza plenamente “su hora” de Jesús da a entender que son
escenas que se reclaman mutuamente y ambas se refieren a la salvación
universal, obrada por Jesús, mesias salvador (cf. Jn 4, 25-26.42).
Juan sitúa por tanto esta escena en el plano de la salvación universal e indicaría
el papel de María en la “reunión de los dispersos hijos de Dios”
el título solemne de “mujer”, con el que Jesús se dirige a ella, como hizo en
Caná (Jn 2, 4), nunca es usado por un hijo respecto a la madre: ni en los autores
griegos, ni en los bíblicos, ni en los rabínicos. su valor en el contexto aplicado a
María tiene una resonancia comunitaria, eclesial, que podemos descubrir
partiendo de la profecía de Caifás en relación a la muerte de Jesús: “Siendo
sumo sacerdote, [Caifás] profetizó que Jesús debía morir por la nación, y no
solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de
Dios que estaban dispersos” (Jn 11, 51-52).
En la tradición veterotestamentaria los “hijos de Dios dispersos” son los
exiliados del pueblo de Israel. Yahvé los ha dispersado entre los gentiles por
causa de sus pecados. Erradicados de la propia tierra, sin patria, sin templo, los
hijos de Dios se han transformado en “no-pueblo”,.
El exilio, sin embargo, no es la etapa definitiva en el designio divino, el Siervo
sufriente de Yahvé lo reconduce a su tierra, que será el lugar de la reunificación,
de la reunión en la unidad. En el fondo de esta grandiosa restauración post-
exílica adquieren un relieve singular Jerusalén y el templo reconstruido, el
centro ideal, en el que han sido reunidos los dispersos hijos de Dios, los
israelitas liberados del exilio y los gentiles incorporados a él. El templo, en
particular, es el símbolo privilegiado de la reunificación. Hebreos y gentiles se
reconocerán como un solo pueblo, el pueblo de la nueva alianza, en cuanto que
se hayan reunido dentro del mismo santuario, para adorar al único y mismo rey-
Señor.
Jerusalén es saludada como “madre” de estos hijos innumerables, que Yahvé ha
introducido en su seno. Desolada y estéril como había quedado a causa del
exilio (cf. Lam 1,1; Is 54,1), ahora encuentra el gozo inesperado de una
maternidad prodigiosa y universal. Gracias a la intervención de Dios, la hija de
Sión (es decir, Jerusalén) es invitada a la exultación: “Alégrate, exulta, hija de
Sión, porque yo vengo a habitar en medio de ti... ¡Exulta grandemente, hija de
Sión, jubila, hija de Jerusalén! He aquí que a ti viene tu rey. Él es justo y
victorioso, humilde y cabalga un asno, sobre un cachorro de asna” (Zac 2, 14-
15; cf. Sof 3, 14-18 y 12, 21-27). Nuevamente podemos ver aquí el porqué se
atribuyen estos textos a María como la hija de Sión en quién Jesús vino a morar
dentro de sí… tenemos una trasposición de imágenes de Jerusalén a la madre
de Jesús. Jerusalén era madre universal de los dispersos, reunidos en el templo
que surgía dentro de sus muros. La madre de Jesús es madre universal de los
dispersos hijos de Dios, unificados en el místico templo de la persona de Cristo,
que ella he revestido de nuestra carne en su seno materno.
Este es, pues, otro fundamento bíblico remoto del título “María, madre de la
Iglesia”.
v. 27b: “Y desde aquella hora el discípulo la acogió entre sus cosas propias” “Y
desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa”. no deben identificarse
simplemente con la “casa” que ofreció a María como habitación. Es también
esto. Pero tendremos que ver principalmente los “bienes espirituales” pero es
sobre todo el místico habitáculo del corazón, que se abre a Cristo Señor.
A partir del acontecimiento pascual (la hora de Jesús) los seguidores de Cristo
ven en María uno de los tesoros que constituyen la “propiedad” de su fe. Y como
tal, la dan espacio en el ámbito de la propia acogida a Cristo (cf. Jn 19, 27b con
1, 12a: “A cuantos... lo acogieron...”).

II.II.VII APOCALIPSIS 12
Incluyo en este tema el texto de Apocalipsis 12, que aunque no ha sido
unánimemente referido a la madre del Señor, en la estructura del conjunto del
libro, este capítulo es sin duda importante. Está colocado en la mitad del libro,
formando unidad con los capítulos 10 y 11 y en cierto sentido es el prólogo a la
segunda parte, centrada en la persecución de los cristianos.
No hay que olvidar que el texto debe ser interpretado según el sentido general
del libro: la intención del libro es sostener la esperanza de los cristianos
sometidos a la persecución, subrayando que Cristo ya ha vencido. Aquí se trata
también de la victoria de Cristo sobre el dragón. Bajo esta clave hay que
interpretar el signo de la mujer.
DECODIFICACIÓN DE LOS ELEMENTOS SIMBÓLICOS
La introducción alude a un "signo grande en el cielo". "Grande" indica, no el
tamaño de la visión, sino su importancia. Llama la atención sobre el significado
de la visión que debe ser atentamente decodificado. El cielo es el ámbito de la
trascendencia divina, donde se desarrolla la visión, al que la Mujer pertenece.
Los elementos que la rodean apuntan, por un lado al Antiguo Testamento (en Ap
11,9 se ha aludido al Arca de la Alianza, introduciéndose así una clave de
lectura que invita a ver en la mujer a la Hija de Sión, a la Mujer de la Alianza.
Vestida de sol: el sol es el signo de la divino, del resplandor de la gloria divina.
Indica que esta mujer es especialmente cuidada por Dios, amada por él y
llevada por él mismo a la trascendencia que la libera del yugo de la historia. La
luna bajo sus pies: subraya lo que acabamos de decir. En la literatura bíblica, la
luna no tiene significado simbólico preciso, carece de valor teológico. Esto hace
suponer que la luna entra aquí con el significado natural que tiene en el mundo
antiguo: la sucesión del tiempo (indicada en sus fases cambiantes). La Mujer (en
el ámbito de la trascendencia) domina el tiempo. La luna no es un trono para
ella, la expresión "bajo sus pies" indica el dominio: por un lado está presente en
la esfera de lo temporal, pero dominándolo: está presente en el tiempo, pero no
sometida a él. Todo ello hace pensar que la Mujer es, por un lado, la mujer del
Cantar de los Cantares (6,10) pero es, sobre todo, la nueva Jerusalén (cf. Is
60,20). La corona es señal del premio recibido: la Mujer que domina el tiempo
ha entrado ya en el "tiempo" escatológico. Las doce estrellas podrían indicar a
los ángeles, pero teniendo en cuenta el contexto general del libro hace
referencia más bien a los doce apóstoles, fundamento de la Iglesia celestial, que
habían sido prefigurado en las doce tribus de Israel. En cualquier caso, dirige la
atención a la antigua Jerusalén y a la Iglesia. Por último, los dolores de parto. Is
26,17-18 describe el sufrimiento de la Mujer-Sión que está a punto de dar a luz,
pero no puede hacerlo. Es también alusión a la Iglesia, cuya salvación está
cerca, pero no llega aún y, en su espera, sufre los dolores de la persecución. En
cuanto a la visión del dragón, cabe decir: El dragón (vv. 3-4a) es la antigua
serpiente del Génesis, la máxima condensación del mal (v.9). Los cuernos
expresan su fuerza y su poder, mientras que las diademas son el signo típico de
los reyes, expresa su dominio sobre el tiempo de la historia. El dragón barre las
estrellas. Recuerda la imagen de Dan 8,10, donde las estrellas caídas son el
símbolo de la divinización que exige para sí Antíoco IV. Puede significa que el
dragón busca constituir un nuevo orden, dominar el mundo a su antojo.
La lucha del dragón contra la Mujer (vv. 4b-6.13.17a), utiliza expresiones que
recuerdan Is 7,14 y 66,7, textos en los que el hijo de la mujer es identificado
como el Mesías (cf. Sal 2). La huida de la mujer al desierto y los cuidados que
recibe evocan al Pueblo de Dios durante el Exodo; las alas subrayan la
protección divina (Ex 19,4; Dt 32,11; Is 40,41).
SENTIDO DE LA VISIÓN
La interpretación más antigua, la más común entre los Padres y en gran parte
de los doctores medievales identifica a la Mujer con Jerusalén y con la Iglesia.
Sin embargo, el v. 5 ("da a luz a un varón que regirá las naciones con vara de
hierro") induce a pensar que se trata de María, puesto que la descripción del
Hijo parece referirse a Jesús Sin embargo, son muchos también los autores que
subrayan que este nacimiento no puede ser el nacimiento en la carne del Hijo
de Dios, puesto que está escena se sitúa en el ámbito de la gloria pascual. No
sería una alusión al nacimiento del niño Jesús, sino al "nacimiento pascual" del
Mesías que es entronizado en el cielo como Cordero degollado. Confirma esta
interpretación que se diga que da a luz entre fuertes dolores, lo que no parece
poder referirse a María, teniendo en cuenta que la tradición posterior tiende a
subrayar el parto sin dolores y teniendo en cuenta también que la expresión "en
medio de fuertes dolores" no es nada habitual para referirse a un parto. Además
no es aplicable al primer nacimiento del Señor la huida de la mujer al desierto
donde es protegida y alimentada. El número de los días se concreta en cuatro
años y medio: la suma de 3 años más
uno y medio, que indica un tiempo limitado (el 3 es el número de la
imperfección y la limitación, y la mitad del 3 acentúa el carácter de
imperfección): la mujer será perseguida todavía durante un tiempo, pero el
tiempo está fijado, tendrá fin. Esto no es aplicable a María, más bien hace
pensar en la Iglesia y en los cristianos sometidos a persecución. No obstante, es
posible pensar que las dos interpretaciones pueden leerse en el texto. Domingo
Muñoz León sostiene que es típico del Apocalipsis una estructura que podríamos
explicar como un símbolo dentro de otro símbolo o, mejor dicho, que en un
símbolo concreto hay una apertura a un sentido diferente del primario. Muchas
imágenes en el Apocalipsis pueden tener este doble sentido. Al final de la
imagen se habla de los "otros hijos" de la mujer que son perseguidos por el
dragón cuando este ve que su lucha contra la Mujer está condenada al fracaso.
Estos hijos han de ser los cristianos que, en Jn 19 han sido entregados como
hijos a María. Sería una alusión a la maternidad espiritual de María, cerrando así
el conjunto de alusiones que encontramos en el evangelio de Juan: la Mujer está
presente en Caná cuando Jesús comienza a revelar su gloria que se consuma en
la "hora" de la Cruz. Allí es proclamada Madre espiritual de los discípulos, en el
momento en que se decide -en la Cruz- la derrota de Satanás. Esta última
alusión abre de nuevo el sentido de este texto al sentido mariológico, pero
derivadamente del sentido primario, que sería el eclesiológico: descubrimos a
María en la Iglesia, y a la Iglesia en María.

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