Professional Documents
Culture Documents
Por otra parte, no hay que creer que una idea produce sus efectos,
incluso en espíritus cultivados, por haber demostrado que es acertada.
Esto se advierte contemplando la escasa influencia que la demostración
más clara tiene sobre la mayoría de los hombres. La manifiesta evidencia
podrá reconocerse por un auditorio instruido, pero muy pronto será
equiparada por su inconsciente a sus concepcio nes primitivas. Si vuelve
a verse al cabo de unos días, manifestará de nuevo sus antiguos
argumentos, exactamente en los mismos términos. Se halla, en efecto,
bajo la influencia de ideas anteriores que se han convertido en
sentimientos, y son tan sólo ésta s las que actúan sobre los móviles
profundos de nuestros actos y nuestros discursos. ?
Creemos útil añadir que la incapacidad de las masas para razonar las
priva de todo espíritu crítico, es decir: de la aptitud para discernir entre la
verdad y el error, para formular un juicio preciso. Los juicios que las
masas aceptan son tan sólo los impuestos y jamás los discutidos. Desde
este punto de vista, son numerosos los individuos que no se elevan por
encima de las masas. La facilidad con que determinadas opiniones se
convierten en generales se basa, sobre todo, en la imposibilidad que
tienen la mayoría de los h ombres para formarse una opinión particular
fundamentada en sus propios razonamientos. ?
También los grandes ho mbres de Estado de todas las épocas y todos los
países, incluso los déspotas más absolutos, han considerado a la
imaginación popular como el apoyo de todo su poderío. Jamás han
intentado gobernar contra ella. º
decía Napoleón al
Consejo de Estado
Jamás, quizá, desde Alej andro y César,
ningún hombre ha comprendido mejor cómo ha de ser impresionada la
imaginación de las masas. Su preocupación constante fue cómo afectarla.
Pensaba en ello en sus victorias, en sus arengas, en sus discursos, en
todos sus actos. Seguía pensando en ello en su lecho de muerte. ?
åCómo impresionar la imaginación de las masas? Lo veremos a
continuación. Pero desde ahora podemos afirmar que las manifestaciones
destinadas a influir la inteligencia y la razón serían incapaces de
conseguir tal fin. Antonio no tuvo necesidad de una sabia retórica para
amotinar al pueblo contra los asesinos de César. Le leyó su testamento y
le mostró su cadáver. ?
No son, pues, los hechos mismos, en sí, los que afectan a la imaginación
popular, sino más bien el modo como se presentan. Por condensación,
por así decir, tales hechos han de dar lugar a una impr esionante imagen
que embargue y obsesione al espíritu. Conocer el arte de impresionar la
imaginación de las masas equivale a conocer el arte de gobernarlas. ?