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LA PUGNA POR EL GOBIERNO LOCAL EN UNA CIUDAD DE INDIOS

TEHUACÁN EN LAS POSTRIMERÍAS DEL ORDEN COLONIAL

Luis J. García Ruíz


Universidad Veracruzana

La promulgación de la Real Ordenanza de Intendentes para Nueva España a finales de


1786 constituyó uno de los momentos más emblemáticos dentro de la etapa de reformas
que desde Madrid impulsó la corona española durante del siglo de las luces. El conjunto
de artículos que componían aquel texto normativo sintetizaba los parámetros de un nuevo
paradigma imperial con el que los borbones trataron de devolver a España el lustre que
había perdido a consecuencia de la corrupción que carcomía la anatomía del cuerpo
político. Dentro de los cambios más importantes que promovió la ordenanza destacan la
formación de nuevas provincias gobernadas por intendentes y el nombramiento de
subdelegados en las cabeceras jurisdiccionales.
La instalación de la nueva planta institucional -y por tanto territorial- fue un asunto
sumamente complejo debido a que implicaba alterar ámbitos de poder y privilegio de los
que se beneficiaban importantes actores locales (alcaldes mayores, comerciantes, arrieros,
pueblos de indios, propietarios, etc.). No pasó mucho tiempo para que a la oficina virreinal
comenzaran a llegar manuscritos que daban fe de las dudas, controversias y dificultades
con que se enfrentaban los intendentes a la hora de hacer el intento por colocar a
hombres de su entera confianza al frente de las subdelegaciones. Tales complicaciones
iban desde la falta de sujetos con solvencia moral y económica para desempeñar
funciones de gobierno y recaudación tributaria, hasta el rechazo generalizado de los
vecindarios hacia los subdelegados que se originaba por la inclinación natural de aquellos
por elegir alcaldes ordinarios en quienes debían descansar las causas de Justicia y Policía.
Al calor de un fructífero interés historiográfico por conocer a profundidad el
funcionamiento del régimen de subdelegaciones en la América borbónica 1, considero que
es importante prestar atención a las resonancias que en los ámbitos locales tuvo el
nombramiento de nuevos jueces de partido con amplias facultades en materia fiscal y
contenciosa. Las investigaciones más recientes confirman el alto índice de conflictividad
jurisdiccional que protagonizaron los alcaldes ordinarios y los subdelegados en las villas y
ciudades de españoles como resultado de una escasa delimitación de ámbitos de

1 Este debate ha sido promovido con fuerza desde el año 2011 por la Red de Estudios del Régimen de
Subdelegaciones en la América Borbónica. A través de congresos anuales y publicaciones individuales y
colectivos se ha adelantado en el análisis en torno a procesos históricos que tuvieron como escenario a las
subdelegaciones y como actores institucionales a los subdelegados. La actividad de la red puede consultarse
en su página de internet: http://www.rersab.org/

1
competencia en los ramos de gobierno y justicia, principalmente. 2 Sin embargo, aún no se
sabe con claridad lo que en materia política aconteció con los vecindarios de “razón” que
vivían emplazados dentro de pueblos de indios, y que por diferentes circunstancias no
habían adquirido el privilegio de contar con ayuntamiento que les permitiera gobernar los
espacios en que tenían establecidas sus residencias.3
Hacia el último siglo de dominio colonial era una realidad inobjetable el
desvanecimiento de las fronteras legales con que la Corona española buscó separar a la
población americana en dos repúblicas con el propósito de evitar que los naturales se
contaminaran con los vicios de la sociedad europea. No obstante, el desarrollo de
actividades como el comercio, la agricultura, la ganadería y la minería propició que
numerosas familias de ascendencia española y mestiza establecieran sus residencias
dentro de los pueblos de indios, sirviéndose de estrategias como la compra de solares, el
alquiler de tierras o el desarrollo de algún giro mercantil. 4 Con el paso del tiempo se
fueron consolidando nutridos vecindarios que reclamaron acceder a las prerrogativas que
brindaban los gobiernos capitulares en materia de administración y jurisdicción sobre el
territorio. Esta tendencia se fortaleció bajo la sombra del reformismo ilustrado. Si bien es
cierto que en ese periodo se fundaron nuevos pueblos investidos de representación

2 Entre las investigaciones más recientes se encuentran: Ulrike Bock, “Negociaciones del orden territorial.
Las ciudades en Yucatán, 1786-1821”, en Silke Hensel, Constitución, poder y representación. Dimensiones
simbólicas del cambio político en la época de la independencia mexicana, Madrid, Franckfurt am Main,
México, Iberoamericana/Vervuert/Bonilla Artigas, 2011, pp. 278-310; Sajid Alfredo Herrera Mena, El ejercicio
de gobernar. Del cabildo borbónico al ayuntamiento liberal. El Salvador colonial, 1750-1821, Castelló de la
Plana, Publicacions de la Universitat Jaume I, 2013; José Luis Alcauter Guzmán, Subdelegados y
subdelegaciones. Gobierno intermedio y territorio en las intendencias novohispanas, México, El Colegio de
Michoacán, 2017; Luis J. García Ruíz, Unidos en un mismo cuerpo. Monarquía y sociedad en un tiempo de
reformas. Veracruz: 1764-1810, México, El Colegio de Michoacán, Universidad Veracruzana, 2017.
3 El ciudadano/vecino era una categoría social dentro del orden tradicional hispano que se refería al
habitante varón de una localidad que por lo general era cabeza de familia, católico devoto, socialmente
responsable y propietario de tierras. El ciudadano/vecino ocupaba una posición social connotada que le
confería distinción por encima de los demás habitantes de la población en que residía. A pesar de la
confusión reinante entre ciudadano y vecino, existía una diferencia importante entre ambos términos. El
ciudadano era un vecino de una ciudad que podía formar parte de tribunales, ser funcionario real,
pertenecer a una corporación, elegir a las autoridades locales y estar habilitado para ejercer cargos electivos.
En cambio, la condición de vecino regía sobre los pobladores distinguidos de las áreas rurales, quienes no
estaban vinculados al aparato corporativo de la monarquía ni a los cargos electivos. Vecino era, entonces, el
que había establecido su domicilio en algún pueblo con ánimo de permanecer en él por un determinado
tiempo, y que por lo tanto cumplía con los deberes conducentes a la procuración del bien de la comunidad.
Cabe resaltar que el acceso a la vecindad estaba determinado por la costumbre e intereses locales, así como
por las estrategias que ponían en práctica los interesados en alcanzar la condición de vecinos. Cristóbal
Aljovín de Losada, “Ciudadano y vecino en Iberoamérica, 1750-1850: Monarquía o República”, en Javier
Fernández Sebastián (director), Diccionario político y social del mundo iberoamericano, Madrid, Fundación
Carolina, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
2009, pp. 179-198.
4 Norma Angélica Castillo Palma, Cholula. Sociedad mestiza en ciudad india. Un análisis de las consecuencias
demográficas, económicas y sociales del mestizaje en una ciudad novohispana (1649-1796), 2a. ed., México,
Municipio de San Pedro Cholula/UAM-Iztapalapa/Plaza y Valdés Editores, 2008.

2
capitular que permitieron ampliar el número de gobiernos locales dentro de los territorios
sometidos al dominio de la monarquía española, 5 también es verdad que algunos
segmentos de la sociedad colonial no se beneficiaron totalmente de esa reproducción
debido a que sus demandas se contraponían con privilegios fuertemente arraigados, 6 o
bien significaban un impedimento para el ejercicio de la autoridad que al interior de los
espacios provinciales comenzaron a ejercer los subdelegados. Por tal razón los intendentes
se dieron a la tarea de silenciar y restar valor a las reivindicaciones de los vecindarios de
españoles. En vez de coordinarse con alcaldes ordinarios, prefirieron contar con la
colaboración de los subdelegados para labores tan relevantes como la impartición de
justicia y el cobro del tributo a los indios.
En las siguientes páginas me doy a la tarea de presentar los debates que a nivel
provincial se abrieron una vez que la Real Ordenanza de Intendentes comenzó a surtir
efectos en el virreinato de la Nueva España. El análisis se centra, especialmente, en la
inquietud que suscitó entre los vecindarios de españoles el contenido del artículo 11 que
preveía el nombramiento de alcaldes ordinarios en los lugares donde hubiera un número
considerable de habitantes de origen europeo. A través de una serie de informes que los
intendentes enviaron al virrey en 1788 quedó de manifiesto la conveniencia que para ellos
tenía contar con el apoyo de los subdelegados. Esta uniformidad de opiniones en el fondo
significó una suerte de censura a la voz de los vecinos que reclamaban representación a
través de ayuntamientos independientes de los cabildos de indios que de tiempo atrás
existían en sus localidades. Sin embargo, hubo voces disonantes que, a pesar de las
restricciones legales, remaron a contracorriente del régimen de los subdelegados y de las
prerrogativas de las repúblicas de naturales al solicitar la aplicación del artículo arriba
señalado.
Un caso representativo de desafío al régimen recién implantado se presentó en la
ciudad de indios de Tehuacán, perteneciente a la intendencia de Puebla, cuando en
vísperas de la guerra insurgente los vecinos españoles solicitaron al virrey que se les
autorizara elegir alcaldes ordinarios, sustentándose en la disposición del artículo décimo
primero de la Real Ordenanza de Intendentes que consideraba esa posibilidad para las
poblaciones con suficiente número de vecinos. Los motivos con que acompañaron su
petición se apoyaban en sus méritos en favor del rey, el lustre que su actividad comercial

5 Aquella multiplicación se tradujo en la aparición de nuevos ayuntamientos de españoles, cabildos


indígenas, reducciones de ladinos, consulados y regimientos de milicia. Gabriel Paquette, “Carlos III: la
Ilustración entre España y ultramar”, en Antonino de Francesco, Luigi Marcilli Migliorini y Raffaele Nocera
(coordinadores), Entre Mediterráneo y Atlántico. Circulaciones, conexiones y miradas, 1756-1867, Santiago,
Fondo de Cultura Económica, 2014, pp. 73-92.
6 Un ejemplo es la solicitud de los españoles de Huamantla para erigir un ayuntamiento dentro de la
provincia de Tlaxcala. Andrea Martínez Baracs, Un gobierno de indios: Tlaxcala, 1519-1750, México, Fondo de
Cultura Económica/Fideicomiso Colegio de Historia de Tlaxcala/CIESAS, 2008.

3
había dado a la ciudad, la numerosa aglomeración de hombres y mujeres, la incapacidad
moral del subdelegado para gobernar e impartir justicia, y la decadencia del gobierno
indígena. Independientemente de que el vecindario no obtuviera el beneplácito real para
elegir alcaldes ordinarios, el conflicto con los indios de la ciudad y el subdelegado revela
que la inconformidad hacia el régimen era parte de la gobernabilidad que cotidianamente
se construía en los escenarios locales. A través de la concurrencia a los tribunales, los
actores involucrados reivindicaban el respeto de privilegios y ámbitos de autoridad. El
resultado al que se llegó, antes de la consumación de la Independencia nacional, fue
favorable para todos los actores involucrados porque los indios conservaron su propio
gobierno sobre Tehuacán, los españoles se deshicieron del subdelegado incómodo, y al
imponer un individuo afín a sus intereses terminaron legitimando el orden provincial
establecido por la Real Ordenanza de Intendentes.

Un bosquejo elemental
La conflictividad fue uno de los rasgos más representativos y multidimensionales de la
cultura jurisdiccional de Antiguo Régimen. Los grupos de la sociedad, a través de sus
corporaciones, cotidianamente se encontraban enfrascados en querellas que se dirimían
frente a los tribunales. El acto de impartir justicia cumplía el doble propósito de restituir la
equidad y preservar los equilibrios de poder que garantizaban la gobernabilidad dentro de
un conglomerado variopinto de reinos, provincias, ciudades, lugares, corporaciones,
jurisdicciones y privilegios, como lo era la monarquía española hasta el fin de su imperio
colonial.7 Para los ojos críticos de los ministros borbónicos, entre ellos José de Gálvez, esta
“constitución” material era una pesada lápida que aletargaba el libre desenvolvimiento de
las fuerzas económicas que debían conducir a España hacia su engrandecimiento. Para su
remoción era necesario uniformar el gobierno en todos los dominios de la monarquía a
partir del nombramiento de intendentes, quienes cargarían sobre sus espaldas la difícil
tarea de regenerar “el gobierno civil y económico de las provincias”. 8 En la Península esta
labor comenzó bajo el reinado de Felipe V. José del Campillo y Cosío fue el primero que
propuso aplicarla en América en 1743. Después de una visita a la Nueva España que duró
de 1765 a 1771, y al cabo de nutrido debate, José de Gálvez finalmente pudo adecuar la
organización político-territorial de Río de la Plata, Perú, México y algunas jurisdicciones de
Guatemala al régimen de intendentes y subdelegados.9

7 Garriga, Carlos, “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen”, Istor, Historia y derecho, historia
del derecho, núm. 16, primavera del 2004, CIDE, México, pp. 30-31.
8 Informe y Plan de Intendencias para el reino de Nueva España presentado por el Visitador D. José de Gálvez
y el Virrey Marqués de Croix, y recomendado por el Obispo de Puebla y el Arzobispo de México. México, 16 de
enero de 1768, 20 de enero de 1768 y 21 de enero de 1768.
http://www.biblioteca.tv/artman2/publish/1768_336/Informe_y_Plan_de_Intendencias_para_el_reino_de_
Nu_1007.shtml fecha de consulta: 9 de julio de 2018.

4
La reforma en la organización provincial del gobierno de la monarquía española
tenía el objetivo de purificar de vicios la administración de justicia, incrementar la
captación de ingresos fiscales, y promover el desarrollo de una nueva policía sustentada en
el libre ejercicio del comercio, la agricultura y la industria. 10 La aplicación de estos
principios implicaba desgastar ámbitos de poder y privilegios que frecuentemente
desembocaban en la apertura de procesos judiciales, en el estallido de protestas sociales y
en la expresión de una amplia gama de resistencias. Los espacios municipales de gobierno
fueron con amplia seguridad los más afectados por la ola de transformaciones promovidas
desde Madrid. Allí se encontraban físicamente enclavados los intereses políticos y
financieros de los grupos preponderantes de la sociedad. Los postulados de la nueva moral
monárquica implicaron, en un principio, la erosión del poder de las ciudades más
importantes del reino a través del retiro de prerrogativas sumamente aquilatadas como el
encabezamiento de alcabalas, el patrimonialismo de los oficios públicos, y el manejo
discrecional de los recursos financieros que, a decir de Horst Pietschmann, “desarticularon
el tejido económico, político-administrativo y hasta financiero, por lo menos en algunas
regiones”.11
Las mismas reformas también abrieron el camino a una etapa de negociaciones
entre las élites locales y la monarquía que permitieron contrarrestar la contracción del
espacio de autonomía de las corporaciones concejiles. En el caso de la Nueva España, la
aplicación de la Real Ordenanza de Intendentes de 1786 fue una etapa decisiva en la
reorganización del territorio y el gobierno del virreinato que, desde luego, afectó a los
ámbitos de poder controlados por las élites de origen español e indígena. Dentro de las
innovaciones más importantes sobresalen la creación de una escala provincial de
autoridad encabezada por los intendentes, el reemplazo de los alcaldes mayores y
corregidores por subdelegados, el final de los repartimientos de mercancías, y numerosas
disposiciones en las causas de Justicia, Policía, Hacienda y Guerra que afectaron en
diferente grado la relación entre los súbditos y el poder real.
Tan pronto como se empezaron a poner en marcha los mandamientos de la Real
Ordenanza de Intendentes, se revelaron distintas dudas e inconformidades con relación a
la forma como se debían aplicar algunos de sus artículos. En distintos momentos los
actores institucionales alzaron la voz para fijar su postura ante el nuevo orden de gobierno
9 La secuencia de los dictámenes en torno al proyecto de Gálvez, las propuestas y contrapropuestas para
mejorar o dar reversa al régimen de intendencias pueden consultarse en: Rafael Diego-Fernández Sotelo, El
proyecto de José de Gálvez. De 1774 en las Ordenanzas de Intendentes de Río de la Plata y Nueva España,
Zamora, El Colegio de Michoacán, 2016.
10 Annick Lempérière, Entre Dios y el rey: la república. La ciudad de México de los siglos XVI al XIX, trad.
Ivette Hernández Pérez Verti, México, Fondo de Cultura Económica, 2013.
11 Horst Pietschmann, “Actores locales y poder. La herencia colonial y el caso de México”, en José Enrique
Covarrubias y Josefina Zoraida Vázquez (compiladores). Horst Pietschmann. Acomodos políticos,
mentalidades y vías de cambio. México en el marco de la monarquía hispana, México, El Colegio de México,
2016, pp. 213-244.

5
que José de Gálvez finalmente había logrado introducir después de varios años de debate.
Las constantes consultas o inconformidades revelaban que en realidad la Ordenanza era
“un bosquejo muy elemental del sistema” que con el paso de los años se fue adaptando a
las diversas realidades de los territorios en que se aplicó. Por consiguiente, las
adecuaciones que sufrió el texto promulgado a finales de 1786 fueron el resultado de “un
diálogo y consulta constante entre los subdelegados, intendentes, fiscales, audiencias,
virreyes, Consejo de Indias, ministros y el rey mismo, siempre con la opinión especializada
de las instancias fiscales: juntas de propios y arbitrios, contadurías locales y generales y las
juntas superiores de real hacienda”.12 A esta relación dialéctica se deben sumar las
impugnaciones de los ayuntamientos, las repúblicas de indios y los conglomerados de
vecinos que hasta ese momento vivían al margen de una representación corporativa de
tipo municipal.13
Debido a que el nivel de gobierno menos reglamentado por el régimen de
intendentes y subdelegaciones fue el local, 14 no de extrañar que la incidencia de conflictos
se potencializara en esa órbita. La mínima alteración al orden tradicional podía derivar en
12 Rafael Diego-Fernández Sotelo y María Pilar Gutiérrez Lorenzo, “Genealogía del proyecto borbónico.
Reflexiones en torno al tema de las subdelegaciones”, en Diego-Fernández Sotelo Rafael, María del Pilar
Gutiérrez Lorenzo y Luis Alberto Arrioja (coords.), De reinos y subdelegaciones. Nuevos escenarios para un
nuevo orden en la América Borbónica, El Colegio de Michoacán/Universidad de Guadalajara/Universidad de
Zacatecas/El Colegio Mexiquense/INAH, Zamora, 2014, pp. 17-48 (p. 28).
13 El caso más emblemático de impugnación es el de la ciudad india de Tlaxcala que se reusó a que toda su
provincia se integrara a la intendencia de Puebla, y al cabo de interpelaciones judiciales su gobierno logró
refrendar los privilegios que la monarquía le había otorgado como premio a los servicios prestados en la
conquista. El Marquesado del Valle y el Ducado de Atlixco igualmente revirtieron la disposición del artículo
9º que disponía la extinción de las alcaldías mayores pertenecientes a sus señoríos. Algunos ayuntamientos
de las ciudades y villas de españoles también manifestaron su inconformidad ante la designación de
subdelegados debido a que en un principio los percibieron como intrusos dentro de sus círculos de
competencia jurisdiccional. Asimismo, hubo intendentes que se pronunciaran por dar continuidad a la
celebración de repartimientos por la derrama económica que generaba esa práctica comercial. Algunos
textos en los que se puede profundizar esta información son: Rojas, Beatriz, “Los privilegios como
articulación del cuerpo político. Nueva España, 1750-1821”, en Beatriz Rojas (coord.), Cuerpo político y
pluralidad de derechos. Los privilegios de las corporaciones novohispanas, México, CIDE/Instituto Mora,
2007, pp. 45-84; José María Portillo, Fuero indio. Tlaxcala y la identidad territorial entre la monarquía
imperial y la república nacional, 1787-1824, México, El Colegio de México, Instituto Moral, 2014. Sobre las
posturas hacia los repartimientos: “Orden circular de 16 de diciembre para que los intendentes informen
sobre los repartimientos que prohíbe el el artículo 12 de la Real Ordenanza de 4 de diciembre de 1786”, en
Archivo General de la Nación de México (AGNM), Subdelegados, tomo 35.
14 En la escala de los pueblos de indios, el artículo 13 se limitó a confirmar la voluntad real de mantener la
existencia de los pueblos de indios “por hacerles bien y merced, el derecho y antigua costumbre, donde la
hubiere, de elegir cada año entre ellos los Gobernadores ó Alcaldes, y demás Oficios de República que les
permiten las Leyes y Ordenanzas para su régimen puramente económico, y para que exijan de los mismos
Naturales el Real Tributo que pagan á mi Soberanía en reconocimiento del vasallaje y suprema protección
que les está concedida”. Para el presente trabajo se utiliza la siguiente edición de la Real Ordenanza de
Intendentes: Real Ordenanza para el establecimiento é instrucción de intendentes de exército y provincia en
el reino de la Nueva-España, Madrid, 1786, edición facsimilar al cuidado de Marina Mantilla Trolle, Rafael
Diego-Fernández Sotelo y Agustín Moreno Torres, México, Universidad de Guadalajara/El Colegio de
Michoacán/El Colegio de Sonora, 2008

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interminables y costosos litigios que constituían auténticos límites al “reformismo
borbónico”, pero que al mismo tiempo eran la secuela de una larga tradición política de
confrontación entre poderes locales y gobiernos centrales 15 que tuvo sus momentos más
álgidos en las revueltas sociales en contra de políticas reformistas. Por esta razón, fueron
sumamente importantes las negociaciones entre el rey y las élites locales, ya que
garantizaban el funcionamiento de la nueva planta provincial, el afianzamiento de ámbitos
de autoridad y la defensa de intereses económicos. 16 Sin embargo, no se debe perder de
vista que las nuevas disposiciones tocaron tierra sobre un espacio político repleto de
tensiones que se atizaron al calor de los preceptos contenidos en la Real Ordenanza de
Intendentes. En este orden de ideas, uno de los artículos que mayor polémica suscitó fue
el décimo primero, debido a que abrió la puerta para que en los núcleos de población con
un número razonable de vecinos españoles pudieran elegir, a juicio del intendente de
provincia, alcaldes ordinarios que reemplazarían a los alcaldes mayores, corregidores y
tenientes de gobernador. A continuación cito la totalidad del referido artículo:

Art. 11. A medida que se vayan suprimiendo los Corregimientos y Alcaldías Mayores
indicados en el Artículo 9, ha de recaer la Jurisdiccion Real que exercen en los
Intendentes respectivos como Justicias Mayores de sus Provincias, sin perjuicio de la
que corresponde á los Alcaldes Ordinarios que debe haber en las Ciudades, Villas y
Lugares de Españoles con restricción á sus distritos o jurisdicciones, pues en los
Pueblos que hasta ahora no los tuvieren, siendo de competente vecindario, (sin
exceptuar las Capitales de las Intendencias, ni las de los Gobiernos que se dexan
existentes) se han de elegir del mismo modo tambien dos el primer año en que se
verifique esta providencia; y donde no hubiere formal Ayuntamiento que pueda
15 Horst Pietschmann, “Actores locales”, pp. 213-215.
16 Citar a Sajid Alfredo Herrera Mena y Federica Morelli. En el virreinato de Nueva Granada, por ejemplo, se
logró echar por tierra el proyecto de intendencias. En Quito el poder del ayuntamiento se extendió sobre los
pueblos comprendidos dentro del antiguo corregimiento de la ciudad. En San Salvador, mientras tanto, el
predominio de los ayuntamientos también se extendió sobre amplios espacios rurales que requirieron para
su gobierno del apoyo de alcaldes pedáneos, quienes ejercían jurisdicción sobre barrios y pueblos de ladinos.
En Nueva España, los cabildos de importantes ciudades y villas lograron que alcaldes ordinarios y
subdelegados impartieran justicia y gobernaran conjuntamente sobre los distritos municipales. Federica
Morelli, “La crisis del Antiguo Régimen colonial. Las revueltas en la América española en la segunda mitad
del siglo XVIII”, en Antonino de Francesco, Luigi Mascilli Migliorini y Raffaele Nocera (coords.), Entre
Mediterráneo y Atlántico. Circulaciones, conexiones y miradas, 1756-1867, Santiago de Chile, Fondo de
Cultura Económica, 2014, pp. 171-194; Federica Morelli, “Las reformas en Quito: la redistribución del poder y
la consolidación de la jurisdicción municipal (1765-1809). Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas=Anuario
de Historia de América Latina, No. 34, 1997, pp. 183-207; Sajid Herrera, El ejercicio, pp. 50-51. Sobre la
acumulación de competencias entre alcaldes ordinarios y subdelegados véase la sección de fuentes
legislativas del portal de la RERSAB, especialmente el siguiente documento: “Real Cédula de 7 de abril de
1800 por la que se delimita la jurisdicción de alcaldías ordinarias y subdelegados, en inteligencia de los
artículos 11 y 12 de la ordenanza de intendentes”, en AGNM, Reales Cédulas Originales, vol. 178, exp. 4, ff. 4-
5v. obtenido de: http://www.rersab.org/files/biblioteca/reales_cedulas/231.12.1798.pdf fecha de consulta:
10 de julio de 2018.

7
executarlo conforme á las Leyes que tratan del asunto, harán siempre estos
nombramientos cada Gobernador político y militar en su distrito, y en lo restante de
las Provincias los respectivos Intendentes, arreglándose únos y otros al espíritu de las
indicadas Leyes, y sin necesidad de confirmación respecto de ser mi Real voluntad
que, entendiéndose expresamente derogada la lei 10 tit. 3 lib. 5, recaiga privativa y
respectivamente, conforme á lo que va declarado, en los mismos Gobernadores é
Intendentes la facultad de confirmar las elecciones que hiciesen los Ayuntamientos,
tomando para lo úno y lo otro previamente los informes que regularen conducentes á
fin de que se verifiquen dichos empleos en los sujetos que juzguen mas á propósito
para la buena administración de Justicia, y la correspondiente seguridad de los
intereses de mi Real Hacienda que debiesen entrar en su poder conforme á lo que por
esta Instrucción se dispone. Y tanto en los unos como en los otros Pueblos, esto es,
con Ayuntamiento, ó sin él, sólo se elegirá cada año de los sucesivos uno de los dichos
Alcaldes para que su oficio sea bienal en todos, y que el mas antiguo instruya al que
entrare de nuevo: advirtiéndose que para continuar con éste en el segundo año ha de
quedar el de primer voto de los nombrados en el primero, y que anulo expresamente
la facultad ó arbitrio que los Gobernadores en quanto a lo político, Corregidores y
Alcaldes Mayores, hubiesen tenido de poner Tenientes en algunas Ciudades, Villas ó
Lugares de los que se indican en este Artículo.

Desde el informe que José de Gálvez remitió al virrey Marqués de Croix, en 1768, en el
que recomendaba sustituir a los alcaldes mayores por intendentes y subdelegados, se
contempló que los alcaldes ordinarios se quedarían con la administración de justicia en
primera instancia, y se dejó abierta la posibilidad para que se hicieran cargo del cobro de
tributo en sus partidos. A medida que los alcaldes mayores concluyeran con su periodo de
gestión, los alcaldes ordinarios asumirían la facultad de gobernar e impartir justicia en las
ciudades, villas y lugares de españoles, junto con la labor de recibir el real tributo de
manos de los gobernadores y alcaldes de indios. José de Gálvez atisbó la conveniencia de
que en todos los núcleos de población donde radicaran vecinos españoles, sin importar
que nominalmente se reputaran por de “meros indios”, se eligieran alcaldes ordinarios
para que “los naturales vivan en mejor orden, sujeción y civilidad”. 17 Sin embargo,
designar a estos jueces en cada cabecera conllevaba dificultades que se presentaron a
medida que el proyecto se fue desdoblando. En este tenor, el obispo de Puebla, Francisco
Fabian y Fuero, manifestó -a partir de la experiencia acumulada durante sus años de labor
pastoral- que materialmente era imposible que los alcaldes ordinarios pudieran
desempeñar al mismo tiempo las funciones de administrar justicia y recaudar el tributo
debido a las grandes distancias que separaban a los pueblos cabeceras de sus sujetos.

17 Informe de José de Gálvez al virrey Marqués de Croix, 1768.

8
Esto daría pie a que los daños que el proyecto de intendentes buscaba resolver
terminaran por potencializarse.18

“Un caos de confusiones”


Manuel de Flon fue el primer intendente novohispano en expresar los contratiempos que
existían para dar pleno efecto a los postulados del artículo once de la Real Ordenanza
dentro de la provincia de Puebla. En una misiva que remitió al virrey Juan Antonio de
Flores el 30 de noviembre de 1787, señaló que en la mayor parte de las poblaciones que
se reputaban “de españoles”, no radicaban individuos con la capacidad financiera para
ejercitarse como alcaldes ordinarios. Esta situación, en consecuencia, ponía en riesgo la
entrega de los fondos tributarios a la Real Hacienda, por el hecho de que los vecinos que
resultaran electos como jueces locales también asumían el compromiso de cobrar a los
gobernadores de indios el real tributo sin el requisito de depositar una fianza, a diferencia
de los subdelegados a quienes sí se les exigía el pago de una suma que asegurara la
recaudación de ese ramo fiscal. En consecuencia, los subdelegados verían disminuidos sus
emolumentos desde el momento en que dejaran de percibir la fracción porcentual que les
correspondía del total de dinero que recolectaron entre los indios de su jurisdicción.
Manuel de Flon también subrayó la falta de claridad sobre el espacio jurisdiccional sobre
el que los alcaldes ordinarios extenderían su autoridad: ¿lo harían solamente dentro de la
línea perimetral de sus pueblos o para evitar traslapes de poder con los subdelegados
cubrirían todo el distrito que gobernaban los alcaldes mayores, con inclusión de pueblos
de “meros indios” y haciendas”?19
La Junta Superior de Real Hacienda estudió las dudas expuestas por el intendente
de Puebla. En dictamen de 10 de diciembre de 1787 se determinó que los artículos 11, 12
y 129 de la Real Ordenanza debían observarse al pie de la letra. Esto significaba que
Manuel de Flon tendría que proceder sin demora a la confirmación de alcaldes ordinarios
en las ciudades, villas y lugares de españoles de su provincia, toda vez que el artículo
doceavo indicaba que en la nominación de alcaldes ordinarios y subdelegados tenían
prioridad los administradores de la Real Hacienda. Por consecuencia, en la resolución de
23 de enero de 1788 se desaprobaron los nombramientos de subdelegados que había
realizado el intendente poblano para las cabeceras de San Juan de los Llanos, Tetela y
Jonotla, Tecali, Cholula, Huejotzingo y Huayacocotla debido a que se trataba de lugares de
españoles en donde debían nombrarse alcaldes ordinarios. 20 Manuel de Flon no demoró
en expresar su insatisfacción ante un hipotético escenario en el que tendría que convivir

18 “Extracto General sobre el establecimiento de intendencias en Nueva España”, AGI, México, 1973, ff. 69-
69 v.
19 Testimonio de las contestaciones de los señores intendentes a la circular de subdelegados, 1797”, AGI,
México, 1974, ff. 13-14.
20 Ibíd, ff. 14v-17.

9
con jueces electos por los propios vecindarios, quienes, desde su parecer, no reunían la
solidez financiera para entregar puntualmente el tributo de indios y castas a la caja real
más cercana, pues este requisito solamente lo podían cubrir los vecinos de las localidades
más populosas.21
Al no ver satisfecha su petición para que también a los alcaldes ordinarios se les
cobrara una fianza por concepto de tributos antes de empezar a gobernar sus lugares de
residencia, el conde de la Cadena lanzó una crítica sumamente corrosiva hacia la planta
institucional recién introducida; inclusive propuso al virrey revertir la aplicación de la Real
Ordenanza de Intendentes, ya que estaban más que comprobados los efectos
contraproducentes que comenzaba a causar en el virreinato; de allí que:

las resoluciones han sido muy escasas de suerte que en lugar de afirmarse este
nuevo proyecto de las intendencias se ha vuelto un caos de confusiones, en que ni el
intendente sabe qué mandar ni su súbdito si le ha de obedecer, ninguno sabe sus
facultades, ya porque las consultas no se le declaran ya porque en otros falta la
obediencia, y en una palabra esta es la estación del tiempo en que pudiendo
cuidarse los justos derechos del soberano y beneficio público con más esmero que
anteriormente, se experimentarán mayores quebrantos en una u otra atención, si V.
E. usando de sus superiores facultades no se sirve prevenir a cada uno lo que debe
ejecutar.22

Después de analizar durante cuatro meses las argumentaciones de Manuel de Flon,


la Junta Superior de Real Hacienda llegó a un punto de acuerdo signado el 12 de agosto de
1788, por medio del cual se suspendió el plenario efecto de los artículos 11, 12 y 129 de la
Real Ordenanza de Intendentes, y se ordenó a los intendentes la designación de
subdelegados en los lugares donde se iban a elegir alcaldes ordinarios, previo pago de la
fianza correspondiente al ramo de tributos; por consiguiente, se aprobaba el
nombramiento de subdelegados que había efectuado meses atrás el intendente de Puebla
en San Juan de los Llanos, Tetela y Jonotla, Tecali, Cholula, Huejotzingo y Huayacocotla.
Asimismo, la Junta Superior dio a los demás intendentes un plazo de cien días para que
notificaran si en las cabeceras de partido existían las condiciones demográficas y
económicas para elegir alcaldes ordinarios. Además, se les pidió información sobre los
alcaldes mayores que continuaban en el ejercicio de su empleo desempeñando funciones
de subdelegados, en apego a lo estipulado en la real orden de 28 de marzo de 1787. 23 Los
informes que en el otoño de 1788 comenzaron a llegar al escritorio del virrey Juan Antonio

21 Ibíd, ff. 17v-20v.


22 Ibíd, f. 20.
23 AGI, Circular sobre subdelegados. El contenido de esta real orden y el corpus legislativo que se emitió
bajo el régimen de subdelegaciones puede consultarse en la página de RERSAB.

10
de Flores aportaron material valioso que demuestra la preferencia de los intendentes por
la designación de subdelegados en vez de alcaldes ordinarios, y al mismo tiempo indican
una suerte de “censura” de las reivindicaciones de autogobierno de los vecindarios de
españoles que existían diseminados por la geografía del más floreciente de los reinos
americanos.
Juan Antonio de Riaño manifestó que no existían condiciones en la intendencia de
Valladolid para que se votara por alcaldes ordinarios, con excepción de la ciudad capital,
Pátzcuaro, y las villas de Colima, Zamora y San Juan Zitácuaro, en donde ya había
ayuntamientos. Riaño no descartaba que en algún momento el real de minas de
Tlalpujahua y el pueblo de Maravatío pudieran elegir a sus alcaldes, sin embargo, en el
momento que rendía su informe se hallaban en una “decadencia lamentable”, y sus
vecinos no sumaban el número ni el capital necesarios para solventar sin depósito los
compromisos con la Real Hacienda en materia de cobro del tributo a los indios. El
intendente añadió que, en el caso de Valladolid, la cobranza de ese ramo corría a cargo de
los alcaldes ordinarios debido a que no lograba encontrar una persona solvente y
honorable que quisiera asumir esa responsabilidad. Por el contrario, en Pátzcuaro era
necesario retirar a los alcaldes ordinarios esa función hasta que no se eligieran a hombres
que reunieran “al buen nacimiento, probidad y costumbres los necesarios bienes para
responder a la seguridad del indicado ramo de Real Hacienda”.24 En la vecina intendencia
de Guanajuato, mientras tanto, Andrés Amat y Tortosa manifestó haber tomado la
determinación de encargar a los alcaldes ordinarios del ayuntamiento de León el cobro de
tributo y la administración de justicia en las congregaciones de Pénjamo, Piedra Gorda y El
Rincón.25
El intendente de Veracruz, Pedro de Corbalán, manifestó que en materia de
elección de alcaldes ordinarios, el 15 de octubre de 1788, había solicitado a los alcaldes
mayores un padrón de todos los individuos, clasificados por lugar de residencia, “clases o
calidades”, y un informe que diera cuenta de las poblaciones cuyos vecinos contaran con
el peculio para para afianzar la entrega del tributo a la Real Hacienda. 26 El presidente de la
Audiencia e intendente de Nueva Galicia, Antonio de Villaurrutia, también manifestó la
importancia de levantar padrones, a sabiendas de que no existía en los pueblos el
suficiente número de sujetos que reuniera la solvencia para recolectar aquella capitación
sin fianza de por medio.27 Lucas de Gálvez, por su parte, se mostró más optimista con el
resultado que podrían arrojar los conteos de población, ya que aseguraba que en la
provincia de Mérida había “varios pueblos de vecindario muy capaz para establecer
pequeñas repúblicas y vecinos de honradez y regulares bienes de fortuna en quienes

24 Ibíd.,ff. 1-3.
25 Ibíd, ff. 9-9v.
26 Ibíd, ff. 3-4v.
27 Ibíd, ff. 6v-8.

11
alterne la administración de justicia, con lo demás que les sea anexo; sin embargo,
requería de información demográfica para tener claridad sobre las congregaciones en que
se podrían erigir nuevos ayuntamientos.28
Antonio Mora y Peisal con relación a la intendencia de Oaxaca, manifestó que más
allá de la ciudad de Antequera no se encontraba instituida la práctica de elegir alcaldes
ordinarios, a pesar de que había poblaciones con presencia e intereses de comerciantes
españoles, como Teposcolula, Xicayán, Quiechapa, Villa Alta, Nochixtlán, Miahuatán,
Tehuantepec y Tlaxiaco, que bien podrían reunir el requisito marcado en el artículo
décimo primero de la ordenanza de intendentes. 29 En San Luis Potosí, a decir de su
intendente, Bruno Díaz Salcedo, los pueblos de Valle de San Francisco, San Pedro de
Guadalcázar, y la villa de Dulce Nombre de Jesús reunían las circunstancias para contar
con alcaldes ordinarios, por ser de “españoles y castas”, al igual que algunos vecindarios
asentados en las jurisdicciones de Charcas, Venado, Villa de Valles, Nuevo León y
Santander, sin embargo, prevalecían dificultades que impedían convocar a elecciones a
causa del poco interés de los vecinos en desempeñarse como alcaldes ordinarios, puesto
que preferían atender sus actividades agropecuarias; además, no sumaban un número
suficiente de hombres para asegurar el relevo anual en los oficios de república. 30 Una
realidad muy similar se presentaba en la intendencia de Arizpe, en donde los reales del
Rosario, Álamos y la villa de Culiacán eran lugares de residencia de comerciantes con
capital necesario para desempeñarse como alcaldes ordinarios; no obstante, el intendente
Pedro Garrido y Durán era de la opinión de no reproducir esos oficios en vecindarios
minúsculos porque en lugar de llevar beneficios, provocaría “debates, discordias y
parcialidades cuyo fermento trascendiendo de unos en otros hacia indisponer los ánimos
de modo que duran por mucho tiempo sus malas resultas.” 31 Por lo que respecta a
Durango, la elección de alcaldes ordinarios se antojaba una misión casi imposible a causa
de la inseguridad de los caminos, el despoblamiento y la escasa recolección de tributos,
razones por las que no existían incentivos para que los vecinos se interesaran en ejercer la
jurisdicción ordinaria en sus localidades.
Si bien la idea original que estaba envasada dentro de la Real Ordenanza de
Intendentes contemplaba a los alcaldes ordinarios como primera opción para el gobierno
interior de las provincias, lo cierto es que la presión que ejercieron los intendentes en los
informes remitidos a la Junta Superior de Real Hacienda tuvo como efecto que el gobierno
virreinal se decantara por extender el nombramiento de subdelegados incluso en los
lugares donde existía una notoria presencia de población de origen español. Esto da pie a
pensar que los intendentes silenciaron las aspiraciones de los vecindarios por contar con

28 Ibíd, ff. 22-22v.


29 Ibíd, ff. 13v-14.
30 Ibíd, ff. 18-18v.
31 Ibíd, f. 27.

12
gobiernos municipales y, por lo tanto, cerraron la puerta que se les había entreabierto con
el artículo once. Para los intendentes, naturalmente, era preferible contar con la
colaboración de los subdelegados no sólo porque se trataba de hombres de su entera
confianza, sino también porque sus relaciones con el vecindario y redes de fidelidad con
las repúblicas de españoles no estaban tan arraigadas como sí ocurría con los alcaldes
ordinarios, por lo tanto, su multiplicación en los pueblos habría significado un fuerte
contrapeso a la autoridad del intendente. A esto habría que sumar que los subdelegados
daban mayor garantía de recaudación fiscal porque entregaban en las cajas reales una
fianza previa a la toma de posesión de sus empleos, aunado a que estaban investidos de
facultades para coaccionar judicialmente a los deudores de los ramos de tabaco,
alcabalas, pulques, pólvora y naipes.32

Jueces natos y el gobierno local

El autogobierno encarnado en un régimen municipal formaba parte de una cultura política


compartida en ambos lados del Atlántico que hundía sus raíces más profundas hasta la
época medieval. De hecho, el cabildo era la institución republicana por excelencia y la
principal instancia de representación política a escala local, con facultad para impartir
justicia y gobernar sobre un “término y territorio”. La jurisdicción municipal se desprendía
de una concesión y conformación de privilegios y libertades por parte del soberano que
permitía la consolidación de prácticas y derechos de autorregulación que se incorporaban
a la memoria de privilegios y libertades municipales. El privilegio más perseguido por los
vecindarios de españoles fue el de contar con un ayuntamiento que les brindaba la
oportunidad de juzgar y administrar sobre un espacio político. Esto significaba que los
capitulares, a través de la corporación concejil podían convocar a elecciones de oficios,
abastecer de insumos, limpiar las calles, y hacer uso y ejercicio de oficios y demás
actividades relacionadas con “la administración de las rentas y propios del pueblo, uso y
goce de los bienes comunes, y cuantos conduzcan al bien común de los pueblos dentro de
los límites de una pura economía”. Además del gobierno municipal, los vecindarios
también aprovecharon las oportunidades que se les presentaron para ascender de rango
dentro de la escala territorial de la monarquía a través de títulos de villa, ciudad, y escudos
de armas con los que dieron lustre a sus repúblicas. 33

32 José Luis Alcauter, Subdelegados, p. 48.


33 Agüero, Alejandro, “Ciudad y poder político en el Antiguo Régimen. La tradición castellana”, Argentina,
Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, República de Argentina, s/a, pp. 126, 135,
http://www.acader.unc.edu.ar, fecha de consulta: 14 de octubre de 2012; Clavero, Bartolomé, “Tutela
administrativa o diálogos con Tocqueville”, Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno,
núm. 24,1995, Giuffrè Editore, Milan, pp. 419-468; Rojas, Beatriz, “Repúblicas de españoles: antiguo régimen
y privilegios”, Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, nueva época, núm. 53, mayo-agosto, 2002,
México, pp. 7-46; Federica Morelli, “Orígenes y valores del municipalismo iberoamericano”. Araucaria.

13
Aunque los intendentes en los informes que remitieron al virrey Juan Antonio de
Flores en 1788 dieron la apariencia de que no había interés entre los vecindarios de
españoles para desempeñar oficios de cabildo, y mucho menos la liquidez que se requería
para asegurar el cobro de los tributos, lo cierto es que no en todas partes sucedió así. A la
Real Audiencia llegaron algunas solicitudes de grupos de vecinos pidiendo autorización
para elegir alcaldes ordinarios con base en lo dispuesto en el artículo 11, o bien
impugnando la designación de subdelegados en villas y ciudades donde ya había
ayuntamiento de españoles. Ambos tipos de solicitudes, desde luego, representaron un
desafío a la voz de los intendentes.
El 27 de septiembre de 1791 los vecinos “europeos y españoles” de Yanhuitlán,
pueblo de indios sujeto a la subdelegación de Teposcolula en la intendencia de Oaxaca,
solicitaron al virrey de Nueva España que “de los vecinos de circunstancias, buen concepto
y facultades”, se elijan anualmente un alcalde ordinario y dos regidores, que a partir de
1792 se encargarían de administrar justicia y gobernar los pueblos del partido. La
mecánica electoral que propusieron los peticionarios era la siguiente: se reuniría un grupo
de doce vecinos distribuido en seis principales y seis ancianos, quienes congregados en
junta electoral y presididos por el subdelegado o su teniente, elegirían a los sujetos más
idóneos para desempeñar los oficios de república. El resultado de las votaciones sería
ratificado por el virrey o el intendente de Oaxaca. Los vecinos manifestaron que los
alcaldes ordinarios no despojarían inmediatamente al subdelegado de su recompensa de
5% por cobro de tributos; sin embargo, una vez que recibieran el beneplácito virreinal a su
súplica, entonces sí procederían a recaudar esa capitación, a sufragar obras públicas, y a
hacer la entrega de varas a los gobernadores de los pueblos de indios más próximos en
sustitución del subdelegado de Teposcolula. Los vecinos finiquitaron su solicitud, indicando
que la elección de un alcalde ordinario y dos regidores no significaba una segregación de la
cabecera, sino que seguirían informando al subdelegado sobre el curso de los asuntos
contenciosos y gubernativos, aunque también se reservaría el derecho de rendir cuentas
directamente al virrey o al intendente de Oaxaca. Más bien, con un margen mayor de
autogobierno, la república de españoles buscaba regresar a Yanhuitlán “al antiguo estado
que sostuvo en sus principios, reparándose la decadencia en que se halla y mucho mayor
que se debe recelar, sino se acude con tiempo a su remedio”.34
El intendente de Oaxaca, Mora y Peisal, rindió un informe al virrey en el que
expresó que la solicitud de los vecinos españoles de Yanhuitlán se originó a raíz de que el
teniente coronel, Benito Pérez, una vez concluido el levantamiento del padrón militar,
congregó a españoles e indios por igual y les hizo recomendaciones encaminadas a lograr
una mejor vida en policía. Con relación al número de habitantes, Mora aseguró que no era
Revista Iberoamericana de Filosofía. Política y Humanidades, No. 18, 2017, pp. 116-129.
34 “Los vecinos españoles y Europeos del pueblo de Yanhuitlán, sobre varios puntos de Policía que
pretenden establecer como beneficio a su común”, 1791, en AGNM, Policía y empedrados, vol. 8.

14
posible elegir a un alcalde ordinario en apego al artículo 11 de la Ordenanza de
Intendentes debido a que el número de españoles facultados para el ejercicio del empleo
no pasaba de cuatro, y además, las tareas en materia de policía y justicia que reclamaban
para el alcalde ordinario y los dos regidores eran competencia del subdelegado de
Teposcolula. Con base en esta información, la Real Audiencia, a través del fiscal de lo civil,
ratificó el punto de vista que manifestó el intendente de Oaxaca y con esta decisión quedó
silenciado el reclamo de autogobierno de la república de españoles de Yanhuitlán.
Aunque la voz de los intendentes fue decisiva para frenar la proliferación de
alcaldes ordinarios en los espacios rurales de la Nueva España, lo cierto es que esta opción
no se descartó por completo; por lo que la aplicación del artículo 11 de la Ordenanza de
Intendentes tuvo efectos prácticos en algunas localidades, en donde el reclamo de
autogobierno de los vecinos logró prevalecer sobre cualquier clase de impedimento. De
esta manera, en 1794 ya se habían nombrado alcaldes ordinarios en la intendencia de
Guanajuato, particularmente en Irapuato, Salamanca, Valle de Santiago y Silao. 35 También
en la villa de Xalapa se instaló un ayuntamiento que empezó a regir el primer día de aquel
mismo año. Su instalación, de hecho, abrió una etapa de confrontaciones con el
subdelegado del partido debido a que este funcionario se inconformó ante el hecho de
que la nueva corporación concejil asumió autoridad en las causas de Justicia y Policía y
buscó apartarlo del conocimiento de las mismas dentro de la legua de distrito de la villa. A
esta confrontación se añadieron otros asuntos igualmente sensibles como el impedimento
para que los subdelegados asumieran la presidencia de los cabildos o que inclusive
impartieran justicia sobre los indios que habitaban dentro de la mancha urbana.
Choques semejantes a los de la villa de Xalapa también se suscitaron en Orizaba,
Córdoba, Querétaro, Matehuala y Catorce, Sombrerete, Mérida y Campeche. Los
intendentes no dudaron en intervenir otra vez a favor de los subdelegados, a semejanza
de las anteriores ocasiones. Propugnaron para que la Corona les concediera jurisdicción
en las causas de Justicia y Policía, acumulativamente y a prevención de los alcaldes
ordinarios; y al mismo tiempo hicieron hincapié en lo inconcebible que resultaba el hecho
de que los subdelegados, que tenían bajo su responsabilidad el gobierno dentro de todo
un partido, fueran objeto de desaires en las cabeceras donde había ayuntamiento.
Además, las competencias jurisdiccionales con los alcaldes ordinarios propiciaban la
polarización de los vecindarios debido a que las familias tomaban partido y esto daba pie
a difamaciones, pleitos y discordias públicas. La Junta Superior de Real Hacienda tomó
cartas en el asunto, por lo que el 4 de diciembre de 1798 ordenó la suspensión de los
artículos 11, 12 y 77 de la Real Ordenanza de Intendentes, además dispuso que en los
lugares donde hubiera o se instalaran ayuntamientos y alcaldes ordinarios, los
subdelegados ejercerían jurisdicción acumulativa y a prevención en las causas de Justicia y

35 José Luis Alcauter, Subdelegados, 2017, p. 50.

15
Policía, además de que asumirían la presidencia de los cabildos. Estos acuerdos fueron
ratificados por Carlos IV en la real cédula emitida en Aranjuez el 7 de abril de 1800. 36
Cuando el debate entre los alcaldes ordinarios y los subdelegados parecía zanjarse
en favor de los últimos, en la provincia de Puebla se elevaron poderosas voces que
reclamaron el pleno efecto del artículo 11 de la Real Ordenanza de Intendentes. Se
trataba del próspero vecindario de españoles de Tehuacán de las Granadas que, en medio
de la crisis política en que se hundía el virreinato, encontró una nueva oportunidad para
convertir en realidad su añeja aspiración de encabezar el gobierno de la todavía ciudad de
indios. Este caso resulta interesante porque conjuga tres elementos que permiten
dimensionar el permanente proceso de adecuación del régimen de subdelegaciones
dentro de las realidades locales en que se instrumentó: 1) La demanda de los vecindarios
por gobernarse a través de alcaldes ordinarios; 2) La inconformidad de las repúblicas de
indios frente a la alteración de su territorialidad; y 3) Las soluciones -casuísticas y/o
premeditadas- que tomaron las autoridades virreinales para mantener la gobernabilidad
bajo una atmósfera de rechazo a la autoridad de subdelegados que no gozaban del buen
aprecio público.

Españoles en una ciudad de indios

La ciudad de Tehuacán arribó al siglo XIX siendo cabecera de una de las subdelegaciones
más pujantes no sólo de la intendencia de Puebla, sino de toda la diócesis que también
comprendía una parte significaba de la provincia de Veracruz. Para esos años era muy
notable la fortaleza demográfica y comercial de Tehuacán como consecuencia de las
diversas actividades productivas que llevaban a cabo españoles, mestizos, mulatos e
indígenas. Hacia la década de 1740 José Antonio de Villaseñor y Sánchez había calculado
que únicamente en las haciendas que circundaban a Tehuacán radicaban más de
trescientas familias de diversas calidades, sin contar las “muchas familias de Españoles y
Gente blanca que residían dentro del cuerpo de su República”, y que frecuentemente
interactuaban con las 2,080 familias de indios sujetas a la tutela del gobierno de indios de
Tehuacán.37 Para 1791, estas cifras habían cambiado, pues a decir de Vicente Nieto, en
toda la jurisdicción habitaban 36,301 indios, mientras que en la cabecera se contabilizaba
un estimado de 5,505 almas de españoles, indios y otras castas. 38 Al despuntar el siglo XIX,

36 Real Cédula de 7 de abril de 1800 que delimita la jurisdicción de alcaldías ordinarios y subdelegados, AGN,
RCO, Vol. 321, exp. 12.
37 Joseph Antonio Villaseñor y Sánchez, Theatro Americano. Descripción general de los reynos y provincias
de la Nueva-España y sus jurisdicciones, México, Imprenta de la viuda de D. Joseph Bernardo de Hogal,
Pressora del Real, y Apostólico Tribunal de la Santa Cruzada en todo este Reyno, Calle de las Capuchinas,
1746, pp. 350-351.
38 Vicente Nieto, Descripción y plano de la provincia de Tehuacán de las Granadas, 1791, Puebla, Centro de
Estudios Históricos de Puebla, Instituto Poblano de Antropología e Historia, 1960, p. 8.

16
las cifras se habían movido. Las estimaciones de Manuel de Flon apuntaban a que dentro
de toda la subdelegación de Tehuacán habitaban 41,645 almas, de las cuales 1,341 eran de
españoles, 36,311 de indios y la población restante se componía de mestizos y otras
castas.39
Evidentemente, la composición numerosa y variopinta de Tehuacán obedecía al
hecho de estar localizada en un punto donde entroncaban importantes rutas comerciales
que unían al reino de Guatemala y la provincia de Oaxaca con Veracruz, Puebla y la ciudad
de México. De tal suerte que por Tehuacán transitaban cargamentos repletos de valiosos
efectos mercantiles como índigo, añil, grana cochinilla, cacao, ganado, mantas de algodón
y numerosos productos que se consumían en los pueblos de indios; sin dejar de mencionar
que dentro de la propia jurisdicción prosperaron haciendas productoras de trigo, minas de
sal, frutas y semillas.40 Tales condiciones permitieron que en Tehuacán se posicionara una
élite de comerciantes que encajó a la perfección dentro de los circuitos mercantiles de
importación y exportación.41
El poder económico alcanzado por la élite española y mestiza tehuacanera les llevó
a formular ante las autoridades monárquicas demandas políticas de autogobierno una vez
que la Ordenanza de Intendentes de 1786 les abrió una oportunidad de transformarlas en
una realidad sin necesidad de cumplir con la formalidad de las reglas procesales, ya que
como lo expresaba el artículo 11, arriba citado, la facultad para nombrar y confirmar a los
alcaldes ordinarios correspondía al intendente de provincia. Sin embargo, para acceder a
ese derecho, el vecindario debía abatir la oposición del cabildo de indios de la ciudad, el
cual no estaba dispuesto a compartir el ejercicio del gobierno político y económico sobre
el espacio jurisdiccional de Tehuacán, toda vez que esto significaba echar por tierra las
prerrogativas que la Corona les había otorgado un siglo atrás como recompensa a sus
valiosos servicios financieros. Entonces, la aspiración de autogobierno del vecindario de
“razón” sumó un fuerte contrincante que contó con el apoyo del subdelegado del partido y
el intendente de Puebla.
La información histórica que actualmente disponible con relación a los pobladores
indígenas de Tehuacán, refieren que en el momento de la Conquista, esta se hallaba
diseminada en cuatro unidades políticas principales que ocupaban el valle que hoy lleva el
mismo nombre; y que su sometimiento al dominio español se realizó voluntariamente. 42
Hacia la década de 1540 se les reconoció el carácter de pueblo de indios, con cabildo,
tierras, caja de comunidad, y 38 barrios sujetos que, en 1602, fueron congregados en

39 Manuel de Flon, Noticias Estadísticas de la Intendencia de Puebla, 1804, pp. 62-63.


40 AGN, Subdelegados, tomo 34, Informe del alcalde mayor de Tehuacán.
41 Vicente Nieto, Descripción y plano de la provincia de Tehuacán de las Granadas, 1791, Puebla, Centro de
Estudios Históricos de Puebla, Instituto Poblano de Antropología e Historia, 1960.
42 Gerhard, Peter, Geografía Histórica de la Nueva España, 1519-1821, trad. Stella Mastrangelo, México,
Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Nacional Autónoma de México, 2000, p. 268.

17
torno a la cabecera jurisdiccional.43 Para esos años, el gobierno indígena de Tehuacán ya
desempeñaba importantes funciones como la de administración de numerosos bienes de
comunidad,44 la recolección del tributo, el suministro de mano de obra para obras
públicas, la impartición de justicia, el financiamiento del culto religioso, y la defensa de los
intereses comunitarios ante los tribunales del rey.45
La falta de liquidez que abrumó a la Real Hacienda a partir de la década de 1630,
orilló a la promulgación de una serie de medidas encaminadas a acrecentar la obtención
de recursos monetarios que pudieran subsanar los síntomas deficitarios de las exhaustas
arcas reales. Esta necesidad abrió el camino para el desarrollo de un proceso de
empoderamiento de las élites locales que Horst Pietschmann define como “la criollización
de los distintos niveles de gobierno en América y autonomía legal de gestión”. 46 Mediante
el pago de una determinada cantidad de dinero, los interesados adquirieron prerrogativas
como la composición de posesiones irregulares de tierra, el acceso mediante pago al
ejercicio de oficios públicos y eclesiásticos en todos los niveles de la administración
virreinal, rangos de nobleza, y la adquisición de títulos de villa o ciudad. 47 El inicio de esta
43 Circunstancia que hace pensar que Tehuacán reunía las características que Bernardo García Martínez
apunta para los pueblos de indios de la fase temprana del periodo colonial, puesto que se trataba de un
cuerpo político multilocal de gran extensión territorial, asociado a un altepetl prehispánico que se
desempeñaba en los terrenos político y corporativo con atributos de legitimidad, gobierno y jurisdicción, y
que se componía de una cabecera y sujetos dependientes de ésta. García Martínez, Bernardo, “La naturaleza
política y corporativa de los pueblos de indios”, en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia
correspondiente de la Real de Madrid, México, Academia Mexicana de la Historia, 1999, pp. 213-236 (pp.
224-226). A partir de 1602 quedaron sujetos al gobierno del cabildo de indios de Tehuacán los siguientes
pueblos de San Bartolomé, Santa María Magdalena, Santiago, Santa Catalina, Tehuacán el Viejo, San Lorenzo,
Santa Ana, Huertas de Chalma, San Ignacio y Santa María del Monte. Los datos recabados por Blanca Lara
Tenorio sobre la reducción de Tehuacán realizada en 1602, señalan la existencia de 13 pueblos sujetos al
gobierno de la cabecera, de los cuales once quedaron finalmente integrados a la jurisdicción de la cabecera
una vez que se trasladó a su emplazamiento definitivo. Blanca Lara Tenorio, Historia de una caja de
comunidad. Tehuacán: 1586-1630, pp. 33-37-
44 En 1617, la cantidad de tierra con que contaba la república era de 10 sitios de estancia para ganado
menor y un número no preciso de caballerías de tierra. Un año más tarde el cabildo manifestó tener bajo su
control cinco estancias y quince caballerías de tierra. Lara Tenorio, México, Instituto Nacional de
Antropología e Historia, 2005, p. 51
45 Blanca Lara Tenorio afirma que las fuentes de financiamiento de la caja de Tehuacán consistían en los
siguientes rubros: pago de dos reales que efectuaba cada tributario, la cosecha de maíz y trigo y su posterior
comercialización, la venta de la lana que trasquilaban de las ovejas, así como de la carne que obtenían de
éstas, la renta del mesón a los transeúntes españoles, el alquiler de las tierras comunales y de la casa de
comunidad, las granjerías, la maquila del molino, la venta de sal y diversos servicios que prestaban a
españoles y a indios principales. Con el dinero que ingresaba en la caja de comunidad, el cabildo de
Tehuacán solventaba distintos compromisos como los tributos atrasados, las fiestas religiosas y litigios en los
tribunales. Blanca Lara Tenorio, Historia de una caja, pp. 26, 49.
46 Pietschmann, “Actores locales”, p. 230.
47 A partir de la década de 1630 se abrió esta posibilidad de que los criollos obtuvieran cargos de oficiales
reales, de corregidores en 1678, de oidores en las audiencias en 1687 y en 1700 incluso se vendió el cargo
del virrey. John Lynch, El siglo XVIII. Historia de España XII, traducción de Juan Faci, Barcelona, Editorial
Crítica, 1991, p. 156; Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, De la impotencia a la autoridad. La Corona
española y las Audiencias en América, 1687-1808,México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 33.

18
coyuntura resultó benéfica para los intereses de la república de indios de Tehuacán, pues
sus dirigentes étnicos no desperdiciaron la ocasión para echar mano del dinero depositado
en la caja de comunidad y elevar a su pueblo a rango de ciudad (de indios).
La oportunidad para que la república de indios de Tehuacán adquiriera el rango de
ciudad llegó en 1654, cuando el rey Felipe IV expidió una real cédula para que mediante
una cantidad de dinero que dejó al arbitrio de los encargados de cumplir con su mandato,
pudieran elevar pueblos a la categoría de villas o ciudades. Para dar cumplimiento a dicha
cédula, el virrey Duque de Albuquerque nombró a distintas personas en los obispados y
provincias de Nueva España. Para el obispado de Puebla nombró al doctor don Manuel de
Escalante y Mendoza el 21 de junio de 1659. El 13 de marzo de 1660 el prelado mandó
publicar en Tehuacán la real cédula. Dos días después se reunieron los españoles
residentes y ofrecieron al comisionado mil pesos por el título de villa de españoles y la
cantidad correspondiente a los oficios de cuatro regidores.
Los indios, alarmados por la preponderancia que sobre ellos tendrían los
españoles, acordaron comprar el título de ciudad, y el mismo día 15 de marzo solicitaron a
don Manuel de Escalante y Mendoza que les aceptara el ofrecimiento de 1,000 pesos en
efectivo y 3,059 pesos y dos tomines a cambio del título de “ciudad de indios naturales con
las concesiones y privilegios de la ciudad de Tlaxcala”. El comisionado, una vez enterado de
la solicitud de los indios, ordenó que se hiciera del conocimiento de los españoles para
saber si estaban dispuestos a mejorar su oferta inicial. El 16 de marzo los españoles
informaron que pagarían por el título de villa 1,500 pesos a fines de mayo y al cabo de dos
años cubrirían el importe correspondiente a los oficios concejiles. El comisionado
respondió que no podía aceptar el ofrecimiento, y ante esta situación los españoles
retiraron su ofrecimiento, quedando así allanado el camino para que los indios se
adjudicaran el título de ciudad en beneficio de su república. La entrega del título fue
protocolizada ante escribano público el mismo 16 de marzo de 1660 en presencia del
gobernador de naturales Don Miguel Valente, de oficiales de república, caciques e indios
principales. En el acta quedó establecido que se hacía gracia y merced al pueblo de
Nuestra Señora de la Concepción Tehuacán:

“del título y nombre de ciudad de indios para que de aquí en adelante y para siempre
jamás se pueda intitular e intitule, la Ciudad de Nuestra Señora de la Concepción y Cueva,
según y en la forma y manera que con los mismos privilegios que puede conceder de los
que tiene y goza la ciudad de Tlaxcala para que á su imitación y ejemplo procedan y
tengan su cabildo y demás actos que tiene y ejerce la dicha Ciudad de Tlaxcala,
nombrando y eligiendo en cada un año en su cabildo y Ayuntamiento los oficios de Justicia
y escribano natural como ellos, sin que en todo lo que se tratare y dispusiere dentro de las
puertas adentro de dicho cabildo y está permitido que pase ante el escribano de él se

19
pueda entremeter otro cualquiera á título de escribano público ó Real y demás ministros
que conviniere para el buen uso y gobierno de dichos naturales á su usanza”. 48

Junto con el título de ciudad, los indios de Tehuacán adquirieron el privilegio de


poseer un escudo de armas para que usara de él libremente, además del goce de todas las
gracias, “excepciones, privilegios, prerrogativas, inmunidades que estaban concedidas a las
demás ciudades de indios deste Reyno”.49 Es importante mencionar que la función de los
escudos de armas era manifestar públicamente la relación existente entre el rey y los
vasallos, la cual se sustentaba en un pacto de reciprocidad. Mediante los títulos heráldicos
el soberano premiaba el apoyo de sus vasallos, ennobleciéndolos y otorgándoles un
indicador visual de su estatus superior. En reciprocidad, el súbdito, haciendo uso público
de su heráldica, manifestaba su obediencia y fidelidad hacia el monarca ausente.50
Si bien es cierto que hacia el último tercio del siglo XVII Tehuacán se había
convertido en una de las repúblicas de indios más privilegiadas de la Nueva España,
también es verdad que enfrentó un doble desafío procedente de la fragmentación del
territorio jurisdiccional que había permanecido vinculado a su antiguo altepetl y de la
preponderancia económica del vecindario de españoles que subía como la espuma. Esta
situación no fue privativa de Tehuacán, sino que se repitió en numerosos pueblos que
compartían características semejantes como tensiones sociales originadas por el reclamo
de autonomía política de pueblos y barrios subordinados51; sin dejar de mencionar que por
su localización en puntos de entronque de importantes rutas comerciales por donde
circulaban numerosas mercancías, se hicieron atractivos para colonos españoles y
mestizos que en diferentes momentos se fueron avecindando sobre todo en los pueblos
que eran cabeza de jurisdicción. El doble desafío que enfrentaba la república de indios de
Tehuacán desembocó en una progresiva contracción de la autoridad del cabildo indígena
sobre la ciudad, así como en un fortalecimiento de la influencia del vecindario de
españoles que siglo y medio después de no concretar la compra del título de ciudad

48 AGNM, Ayuntamiento, Vol. 225.


49 Beatriz Rojas, Las ciudades novohispanas. Siete Ensayos. Historia y territorio, México, Instituto Mora, El
Colegio de Michoacán, 2016, pp. 114-117. En las páginas citadas la autora ofrece una síntesis de las
diligencias que condujeron a Tehuacán a adquirir el rango de ciudad de indios y las circunstancias que
rodearon a dicho acontecimiento.
50 Mónica Domínguez Torres, “Los escudos de armas indígenas y el lenguaje heráldico castellano a
comienzos del siglo XVI”, en María Castañeda de la Paz y Hans Roskamp (editores), Los escudos de armas
indígenas. De la colonia al México independiente, México, El Colegio de Michoacán/UNAM-Instituto de
Investigaciones Antropológicas, 2013, pp. 21-48 (p. 33).
51 Un ejemplo es Huamantla, que contaba con un nutrido vecindario de españoles y desde el siglo XVII
solicitó independizarse del ayuntamiento de indios de Tlaxcala. Andrea Martínez Baracs, Una ciudad de
indios, pp. 352-365. Orizaba fue un ejemplo exitoso de formación de un ayuntamiento de españoles al
interior de un territorio indígena. Luis J. García Ruíz, “La territorialidad de la república de indios de Orizaba.
Entre la separación de sujetos y la preponderancia española: 1740-1828”. Historia Mexicana, vol. LXIV, No. 4,
abril-junio 2015, pp. 1415-1461.

20
encontró en el artículo 11 de la Real Ordenanza de Intendentes de 1786 una nueva
oportunidad para oxigenar sus aspiraciones de gobernarse por sí mismos, sin injerencia del
cabildo indígena y del subdelegado.
Como era de esperarse, la solicitud del vecindario de españoles exasperó las
tensiones con los indios que por muchos años se habían mantenido subsumidas dentro de
la rutina del diario acontecer, pero con la diferencia de que la situación político-territorial
de Tehuacán ya no era la misma de 1660 cuando los indios pudieron comprar el título de
ciudad. Para 1800 no había duda de que la preponderancia económica era de los
españoles y esta se materializaba en la pujanza de su comercio, en sus obras civiles y
religiosas y en la importancia estratégica que le reconocía la Corona al colocar allí dos
compañías del regimiento provincial de Córdoba y Xalapa, un administrador de la renta del
tabaco, alcabalas, pulque, pólvora y naipes, así como un administrador de la renta del
correo.52 En contrasentido a la prosperidad española, la república de indios de Tehuacán
había perdido notoriedad y sobre todo control territorial.

Que aquella ciudad es una de las más recomendables

Las gestiones del vecindario de Tehuacán para ser favorecido con el nombramiento de
alcaldes ordinarios comenzaron el 17 de agosto de 1808, cuando el virrey Iturrigaray
ordenó al subdelegado, Salvador de Benavides, que informara al vecindario de españoles
que tenían a salvo su derecho para solicitar a la Corona su reconocimiento como
“población de españoles”. El 27 de octubre de 1808, los vecinos principales, comerciantes
y labradores de Tehuacán y su jurisdicción, se reunieron en las casas reales de la ciudad,
obedeciendo a la convocatoria que les hizo el subdelegado para iniciar con las gestiones
que conducirían al reconocimiento de Tehuacán como ciudad de españoles. En esa junta
resultaron nombrados como representantes, por mayoría de votos, los vecinos Francisco
Mont y Aromia y don Manuel Hoz y Gutiérrez, quienes a su vez otorgaron poder a Anselmo
Rodríguez Balda, procurador de número de la Real Audiencia, para que presentara su
petición formal ante el gobierno virreinal. 53 En la solicitud, fechada el 5 de diciembre de
1808, fueron asentados los principales méritos y circunstancias que a juicio de los
españoles reunía el vecindario para contar con alcaldes ordinarios, y la ciudad para migrar
de estatus:

que aquella ciudad es una de las más recomendables, tanto por la bondad de su
temperamento, sanidad de sus aguas y fertilidad de sus campos; como por hallarse habitada
por más de cinco mil y seiscientos vecinos de razón españoles europeos y americanos

52 Vicente Nieto, Descripción, p. 8.


53 “El vecindario de españoles de la ciudad de Tehuacán sobre permiso para establecer allí dos alcaldes
ordinarios y síndico”. AGNM, Ayuntamiento, vol. 225, ff. 6-11.

21
destinados al comercio, agricultura y otros ramos con utilidad pública y del real erario. Hay
en ella una iglesia parroquial un convento de religiosos de nuestro padre San Francisco, otro
de religiosos de Nuestra Señora del Carmen y otro de hospitalarios de San Juan de Dios. Una
capilla de animas y otra iglesia extramuros con varias pequeñas capillas y una casa de
ejercicios con capellan que cuida de todo y fomenta el pasto espiritual y además de esto,
hay administración de correos de rentas unidas, y colecturía del diezmo con todo lo demás
anexo y concerniente a estos objetos.54

En el manuscrito de Rodríguez Balda se enfatizó que a pesar del crecido vecindario y


de las potencialidades de Tehuacán, se carecía de “toda buena policía”, lo que causaba
múltiples y severos perjuicios, especialmente en la administración de justicia y buen
orden. (f. 13) La causa que ellos encontraban era que sólo había un juez para todo el
vecindario: el subdelegado, a quien le era imposible atender todos los asuntos y evitar
excesos y desórdenes. Señalaron que el subdelegado, en lugar de reunir las cualidades de
un juez activo y desinteresado y de probidad, perjudicaba al vecindario con “excusaciones
indebidas de repartimientos injustos, venalidades, languidez y aun abandono en los
objetos del bien público y otros excesos por los cuales se halla capitulado”. Agregaron que
a causa su mal gobierno, Tehuacán se encontraba en un estado de “lamentable anarquía y
desorden”. Los solicitantes aseguraban que el “remedio radical” para tales problemas
dependía de que Tehuacán se erigiese en ciudad de españoles con ayuntamiento formal
integrado por alcaldes ordinarios y regidores en quienes recaerían los “objetos de policía,
los ramos públicos y el cuidado de los abastos, que es en lo que hay menos orden y
mayores daños”.55
A partir de las circunstancias arriba expresadas, los vecinos pidieron el
establecimiento de dos alcaldes ordinarios y un síndico del común, a semejanza de lo que
se estaba llevando a cabo en poblaciones con menor número de almas que habían sido
beneficiadas con la aplicación del artículo once de la Real Ordenanza de Intendentes de 4
de diciembre de 1786, “para todos los pueblos de competente vecindario, ya tengan o no
Ayuntamiento”. Los vecinos españoles reconocían que si bien la ciudad de Tehuacán
jurídicamente era de indios, en los hechos, aseguraban, que no había más de trece
tributarios que radicaban en su interior, por lo que esta cantidad resultaba insuficiente
siquiera para constituirse en pueblo, ya que la ley municipal exigía por lo menos la
presencia de cuarenta familias para que se le reconociera como tal.56
Como parte de las diligencias que se abrieron para desahogar la solicitud de los
vecinos españoles de Tehuacán, el ayuntamiento de naturales de la ciudad 57 expresó su

54 Ibid, ff. 12-12v.


55 Ibíd, f. 14.
56 Ibíd, f. 14 v.
57 Firmantes: Juan José de Santiago gobernador, Joseph Marcelino Espinoza alcalde primero, Luis Joseph
de Santiago, José Eligio, Pablo Hernández (gobernador pasado), Lorenzo José de Santiago. (Escribano de

22
postura en defensa de los derechos que tenían adquiridos por concesión real. Su
argumentación se centró manifestar los perjuicios que padecería su república en caso de
llegar a buen puerto la petición que dio origen a su respuesta. Para ellos, lo único que se
lograría con quitar el rango de ciudad de indios a Tehuacán sería:
“sepultar en los interminables espacios del olvido los buenos y honrados servicios que
sus naturales hicieron a la corona para conseguirla: de desairar a aquella innata piedad
con que el rey quiso condecorarla, junto con los mismos privilegios y prerrogativas que
disfruta Tlaxcala, según reales cédulas que mantienen en las arcas de su archivo; y
últimamente que de por medio de nombramiento de alcaldes ordinarios y síndico del
común entre ellos que es lo que pretenden se venga a acabar con el nombre de
Ayuntamiento de indios que les es tan sensibles, y a crear un gobierno municipal y
anárquico”.58

El cabildo de indios aseguraba que la ciudad se iba a hundir en un espiral de


desórdenes porque la jurisdicción del subdelegado iba a ser eclipsada por el ayuntamiento
de españoles que gobernaría despóticamente, regidos por la usura, y en beneficio de sus
intereses económicos. Todo esto llevaría a la ciudad a perder los privilegios y libertades
que sus antepasados habían conseguido como resultado de servicios prestados a la
Corona. Los indios terminaron su respuesta con un posicionamiento en favor del
subdelegado, quien había sido víctima de “deshonor y vilipendio”. 59
El partido del subdelegado y el ayuntamiento de indios tuvo un sólido apoyo en el
intendente de Puebla, Manuel de Flon, quien nuevamente desenvainó su espada para
sofocar los reclamos de autogobierno de los vecindarios de españoles. En el informe que
dirigió al virrey Pedro de Garibay, fechado en la ciudad de Puebla el 28 de abril de 1809,
indicó se debía desestimar la solicitud de los agricultores y comerciantes de Tehuacán
porque se buscaba desaparecer el ayuntamiento de naturales sin escucharles y notificar a
su protector, el fiscal del crimen. Su manuscrito, señalaba Flon, además de no ser
convincente, lo que manifestaba era “un odio al subdelegado” y premura por dominar a
todos los vecinos a través de prácticas usurarias disfrazadas de bien público que
únicamente empeñaban la libertad de los vasallos.60
Como ocurrió en el pasado, cuando se empezaban a asomar las primeras
dificultades en la aplicación de la Real Ordenanza de Intendentes, Manuel de Flon
aprovechó el conflicto en Tehuacán para criticar la operatividad del artículo 12, ya que su
equivocada comprensión, señalaba, era la causa de varios de los desórdenes que se
Cabildo
58 Representación de la republica de indios de Tehuacán oponiéndose a la solicitud de don Francisco
Mont, se aquel comercio derecho de ejecución de alcaldes ordinarios, 1809, AGNM, Ayuntamiento, vol.
225, exp. 8.
59 Ibíd, f. 2v.
60 El conde de la Cadena al virrey Pedro de Garibay, Puebla, 28 de abril de 1809, en AGN, Ayuntamiento, vol.
22, exp. 8, ff. 27-27v.

23
presentaban en la Nueva España. Reconocía que si bien era verdad que la intención de
aquel apartado era aliviar los daños que ocasionaban los alcaldes mayores a través de los
repartimientos, lo cierto es que su abolición dejó insoluto el tema de los salarios que los
subdelegados debían percibir para completar su manutención. Denunciaba, entonces, que
su necesidad de supervivencia y decoro les llevó a practicar nuevamente repartimiento y
con esto a violar la ley. Situación que provocaba un relajamiento en la aplicación de
castigos que terminaba por beneficiar a “cavilosos papelistas” que vivían de crear pleitos,
particularmente entre los indios. Por consiguiente, Manuel de Flon se pronunció por
robustecer la autoridad de los subdelegados por medio de la asignación de un salario
digno a cargo de la Real Hacienda, o en su defecto permitiéndoles celebrar repartimientos
de manera formal. Además, recomendó al virrey no desestimar las razones que los indios
expresaban, sobre todo en aquellos días de zozobra política en que “más que nunca deben
fomentarse a estos últimos el entusiasmo de lealtad y patriotismo que manifiestan en su
presentación”.61
El respaldo que Manuel de Flon dio a los subdelegados, incluido el de Tehuacán,
tuvo la suficiente fuerza para conjurar las aspiraciones de los vecinos más connotados de
la ciudad. El 28 de mayo de 1809 el fiscal Zagarzurieta resolvió que no era procedente el
establecimiento de alcaldes ordinarios y síndicos debido a que su sola presencia reduciría
considerablemente las percepciones del subdelegado por derechos de judicatura sobre las
que fincaba su supervivencia, y no era posible que se les autorizara comerciar como lo
hacían los alcaldes mayores porque estaba prohibido por la ordenanza de intendentes. A
partir de este dictamen, la Real Audiencia solicitó al vecindario de españoles de Tehuacán
ampliar la información con que apoyaban su solicitud, toda vez que “la petición en
concepto judicial necesitaba de mayor instrucción”, es decir, que se diera una constancia
mejor sustentada de los hechos que se relataban en la solicitud inicial.62
En los primeros días de julio de 1809 los españoles remitieron su petición ampliada
a la Audiencia, en la que recalcaron que el artículo 11 de la Real Ordenanza de Intendentes
no se encontraba derogado. Prueba de ello era que recientemente se habían electo
alcaldes ordinarios en Tulancingo y Sultepec, dentro de la intendencia de México. Con
relación a la inminente competencia de jurisdicciones por la concurrencia de subdelegados
y alcaldes ordinarios en la misma ciudad, señalaron que no existían noticias de que en los
lugares donde se había aplicado el artículo 11 se hubieran presentado choques de
autoridad porque ambos “saben bien los estrechos encargos que hay de evitarlas, y de
coadyuvar a la mejor administración de justicia”. Finalmente, descartaron la idea de que el
subdelegado vería decrecer sus ingresos por judicatura debido a que su potestad se

61 El conde la Cadena al virrey Pedro de Garibay, Puebla, 20 de mayo de 1809, en AGN, Ayuntamiento, vol.
22, exp. 8.
62 Dictamen del fiscal de lo civil, México, 11 de enero de 1809, ff. 16-22v.

24
extendía sobre todos los pueblos de indios del partido de Tehuacán y no únicamente
dentro de las goteras de la ciudad cabecera como sucedería con los alcaldes ordinarios. 63
La resolución de este expediente quedó en suspenso durante los siguientes nueve
años a consecuencia de la celebración de elecciones generales para designar diputados a
Cortes, y posteriormente la guerra civil que pronto colocaría a Tehuacán en el ojo del
huracán. En las instrucciones que, en mayo de 1810, la provincia de Puebla giró al
diputado por Nueva España que se embarcó con rumbo a la Península, quedó de
manifiesto el amargo sabor de boca que tenían los vecindarios de españoles de la
intendencia ante el hecho de que la autoridad virreinal había censurado las aspiraciones
de contar con gobiernos municipales, por lo tanto, la ciudad de Puebla, en tanto vocera de
su provincia, se pronunció por avanzar en la uniformidad de los pueblos de América y
España tomando como modelo a los pueblos de indios, por lo tanto,

propondrá el diputado que se adopte este sistema en los demás pueblos de


españoles, donde no hay ayuntamientos, como Cholula, Tepeaca, Huejotzingo,
Tehuacán, Huamantla, San Martín, etc., de la provincia de la Puebla, eligiéndose
alcaldes entre los mismos vecinos honrados que administren justicia, cuiden de la
policía y recauden los tributos, como carga concejil sin derechos ni sueldos. 64

Con relación al régimen de subdelegados, la ciudad de Puebla propuso dotarles de


mejores salarios que evitaran quebrantos a la Real Hacienda por tergiversar el cobro del
tributo, o bien que aquellos fueran reemplazados por alcaldes mayores letrados de
primera, segunda y tercera clase, con un salario fijo y con posibilidades amplias de
continuar sus carreras en las audiencias de los reinos de América.
La aspiración política de los vecindarios para gobernarse a través de alcaldes
ordinarios encontró una respuesta en la Constitución Política de la Monarquía Española,
que dispuso la igualdad entre los todos los sujetos nacidos en los dominios españoles, la
formación de nuevos ayuntamientos en localidades que reunían mil almas como requisito
mínimo, y la consecuente eliminación de las repúblicas de indios. 65 Esto significaba que

63 Anselmo Rodríguez Balda por el vecindario de Tehuacán al virrey Pedro de Garibay, ff. 30-37.
64 Instrucción de la provincia de Puebla (30 de mayo de 1810), en Beatriz Rojas (compilación y estudio
introductorio), Documentos para el estudio de la cultura política de la transición: juras poderes e
instrucciones: Nueva España y la Capitanía General de Guatemala, 1808-1820, México, Instituto Mora, 2005,
pp. 262-273

65 Manuel Chust, Ayuntamientos constitucionales. El autor destaca que en los debates que llevaron a la
redacción final del artículo 310 de la Constitución se llegó a plantear la fundación obligatoria de
ayuntamientos en las poblaciones de más de mil habitantes y su creación en aquellos pueblos donde no
existieran con la condición de que hubiera al menos treinta vecinos propietarios “ó que tengan oficio ó
alguna industria útil con que subsistir honradamente”. A decir de Manuel Chust, con esta propuesta los
diputadores americanos apostaban a que con la proliferación de ayuntamientos contribuirían a romper con

25
una vez entrada en vigor la carta gaditana, los impedimentos políticos y legales que habían
frenado la demanda de gobierno propio dejaban de existir y quedaba el camino allanado
para que comerciantes, agricultores, arrieros y demás vecinos de origen español
accedieran a las alcaldías y regidurías de los nuevos ayuntamientos sin importar que estos
se erigieran dentro del territorio de los pueblos de indios. Aunque breve en su primera
fase de aplicación, el asalto al poder local fue evidente. Sin embargo, en el caso de
Tehuacán no ocurrió esto porque entre 1812 y 1816 estuvo ocupada por las fuerzas
insurgentes66 y en consecuencia no surtió efectos la Constitución española sino hasta su
nuevo periodo de aplicación entre 1820-1823.67
Cuando Tehuacán volvió a estar bajo control realista el escenario político en el
virreinato había vuelto a cambiar. El retorno de Fernando VII al cetro español significó
también la restauración del régimen de monarquía absoluta, con sus instituciones,
corporaciones y jerarquías sociales. A nivel local las consecuencias fueron significativas
debido a que la supresión de los ayuntamientos constitucionales resucitó viejos conflictos
jurisdiccionales. En el caso de las cabeceras de partido, el retorno de los subdelegados
reabrió las confrontaciones con las repúblicas de españoles, devolviendo de este modo las
demandas de autogobierno al punto donde la guerra las había interrumpido.
El cabildo de indios de Tehuacán era consciente del panorama político que se
estaba nuevamente gestando en la ciudad. Por esta razón, en octubre de 1818 el
gobernador de cabildo, Don José Casimiro de Santiago, tuvo la iniciativa de apersonarse
ante el subdelegado interino, el capitán y comandante de la plaza, Antonio Marzoa, para
presentarle un manuscrito dirigido al virrey en el que solicitaban el reconocimiento de las
“prerrogativas y excepciones” de la república de indios, entre ellos el ayuntamiento, el
título de ciudad, el escudo de armas, el uso de uniforme y mazas, y la exención del pago
de media anata, tal como las disfrutaba el ayuntamiento de Tlaxcala. Correspondió al
último subdelegado el capitán Aniceto José Benavides, informar al virrey de que, en
efecto, la república de indios de Tehuacán seguía en el disfrute de los honores y privilegios
y privilegios que había adquirido siglo y medio atrás. En el manuscrito de 30 de marzo de
1819, que remitió a través del intendente de Puebla, Ciriaco de Llano, resaltó de los
naturales su buen comportamiento, fidelidad al rey y a la religión, y su entereza moral en

el control municipal de los peninsulares en América debido a que eran minoría demográfica. Manuel Chust
Calero, “La revolución municipal, 1810-1823”, en Juan Ortiz Escamilla y José Antonio Serrano Ortega,
Ayuntamientos y liberalismo gaditano en México, México, El Colegio de Michoacán, Universidad Veracruzana,
2009, pp. 19-54.
66 Reynaldo Sordo Cedeño, “Manuel de Mier y Terán y la insurgencia en Tehuacán”. Historia Mexicana, vol.
LIX, No. 1, 2009, pp. 137-194.
67 Ivana Frasquet, “’Se obedece y se cumple’. La jura de la Constitución de Cádiz en México en 1820”, en
Izaskun Álvarez Cuartero y Julio Sánchez Gómez (editores), Salamanca, Ediciones de la Universidad de
Salamanca, p. 239

26
el desempeño de los oficios concejiles. Benavides aseguraba que desde que tomó
posesión de su empleo, el 13 de febrero de 1817:

he observado que la conducta del gobernador de naturales, ha sido irreprensible, no les


he visto cosa que desdiga de la buena opinión, y concepto que disfrutan en aquel
vecindario, manifestando siempre su filial amor a nuestro soberano, con barias
funciones de regocijo y alegría, su adicción a la religión y a la causa justa prestándose
dóciles a la observancia de nuestras Leyes y superiores ordenes, que como su juez por
mi conducta se les intimimaban sin advertirles la más ligera repugnancia, conozco el
carácter y conducta de estos individuos, aun antes de la revolución, desde el año de
1806, en que fue mi padre subdelegado de aquella ciudad, y he visto que han guardado
un régimen y conducta, nada común entre los de su clase; desempeñando sus cargos
con exactitud y desinterés, con lo cual siempre se han granjeado, no solo estimación de
sus jueces, sino aun las de sus conciudadanos. 68

Es probable que el amplio respaldo que Aniceto José Benavides dio a la posición política
de la república de indios de Tehuacan tenía como propósito frenar un nuevo movimiento
del vecindario de españoles que pugnaba por apartarlo del gobierno local y reemplazarlo
por un gobierno municipal. Esta suposición se respalda en el hecho de que los vecinos
principales eligieron un síndico personero, llamado José Mariano Orea, quien se encargó
de conducir su inconformidad hasta el despacho del intendente de Puebla. 69
En la primavera de 1819 un nuevo subdelegado fue comisionado para tomar las
riendas de Tehuacán. Se trataba de Gabriel Zulueta, quien no tardó afirmarse como el
centro de las protestas de los vecinos principales. Se le acusó ante el virrey de quebrantar
la tranquilidad pública de la ciudad a causa de supuestos arrestos prematuros, multas
excesivas, cobro de contribuciones y derechos arbitrarios, atraso en la agricultura y el
comercio, y embargos y defraudación de la Real Hacienda, así como un trato despótico al
vecindario. Su estilo personal de gobernar, a decir del síndico personero del común, había
despertado el “odio general” del vecindario, al punto de forzarlo a huir de Tehuacán con
rumbo a la ciudad de Puebla. En su representación, José Mariano Orea señalaba que el día
que el subdelegado emprendió la marcha los ánimos se desbordaron entre gritos e
insultos hacia Zulueta, al punto de que el comandante de armas, Antonio Marzoa, tuvo
que dotarle de una escolta para salvaguardar su integridad física.

68 Aniceto José Benavides al intendente de Puebla sobre la conducta del gobernador de naturales de
Tehuacán, Puebla, 13 de marzo de 1819. AGNM, Ayuntamiento, Vol. 225.
69 Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH), Archivo Histórico Municipal de Tehuacán,
Diligencias sobre actuación de D. Gabriel Zulueta, subdelegado de Tehuacán (1820). Para el resto del capítulo
esta es la referencia empírica de donde se obtuvieron los datos que se presentan.

27
Tan pronto como el intendente Ciriaco de Llano tuvo conocimiento de los disturbios
registrados en Tehuacán, llamó a comparecer a Gabriel Zulueta para efecto de iniciar una
averiguación sobre los hechos que terminaron en una huida deshonrosa. Mientras se
desahogaban las pesquisas, el intendente designó como subdelegado interino al
comandante Antonio Marzoa, bajo el entendido de que “era necesario que se encargase
de la administración de justicia una persona, que por sus circunstancias mereciese la
aceptación, y confianza pública”. Con esta decisión, los españoles daban un paso
significativo en la consolidación de un gobierno favorable a sus intereses y de alguna forma
electo por ellos. De allí que el subdelegado depuesto hubiese señalado como promotores
de su caída a influyentes personajes de la localidad y enemigos suyos como Antonio
Romero, amigo del secretario de la intendencia; Antonio Marzoa, jefe militar de la ciudad y
subdelegado sustituto; y al síndico José Mariano Orea, a quien le había interrogado sobre
la validez de su oficio y su integridad moral. A pesar de que Gabriel Marzoa denunció
como ilegal la determinación del intendente de Puebla para destituirlo de su empleo, ya
no hubo marcha atrás, pues el encono del vecindario era tal que no estaban dispuestos a
aceptar otro subdelegado que no fuera de su beneplácito, y recalcaron que la
determinación de desterrar a Marzo no era la traducción de la voluntad de unos cuantos,
sino de los habitantes de la ciudad entera, como se puede leer en el siguiente
posicionamiento:

“No es pues Orea abusando de su oficio, no es Marzoa, porque quiere ser


subdelegado, no son unos quatro amancebados que temen la persecución del
celosísimo Zulueta, es la ciudad entera la que clama ante V. A. para que se le oiga, y
se le permitan probar las injusticia, el despotismo, la arbitrariedad, con que ese
joven inexperto, y poseído de una codicia insaciable, la oprimió y vejó en el corto
espacio de 45 días, perturbando la tranquilidad, el orden, y buena armonía, que
acababan de restaurar después del largo tiempo, que sufrió el yugo tirano de los
rebeldes: si señor es la ciudad toda la que no quiere tener a su cabeza un individuo a
quien le falta lo principal, que se necesita para gobernar, que es la prudencia, y le
sobra lo peor que es la codicia (hablo en términos de defensa y estrechado por el
cumplimiento de mi obligación”.

Correspondió a la Real Audiencia cerrar el último acto de la confrontación entre el


subdelegado y los vecinos principales de la ciudad de indios de Tehuacán. En dictamen de
21 de abril de 1820 resolvió imponer una multa de 50 pesos a los vecinos que se habían
congregado para formar una junta que derivó en la designación de Orea como síndico del
común. Se ordenó al intendente de Puebla y al comandante de armas que estuvieran
atentos para evitar el surgimiento de nuevas agitaciones como la que dio lugar a la
destitución de Gabriel Zulueta. A este último se le ordenó devolver el dinero que habría

28
recibido por actos arbitrarios de gobierno, y se le dejó libre su derecho para que el
intendente Ciriaco de Llano lo reubicara en un empleo distinto a la subdelegación de
Tehuacán.

29

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