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Adaptado de FORMACIÓN DE FORMADORES – Michael Birkenbih

Todo el que se dedica a enseñar también debería saber algo sobre el aprendizaje. ¿Cómo puedo
esperar que los asistentes a mi sesión aprendan un determinado tema/comportamiento en un plazo
establecido, sin conocer el proceso del aprendizaje en las personas y sin ajustarlo a mi propio
método, en la medida de lo posible? Por ello vamos a analizar, en primer lugar, las leyes del
aprendizaje.

Supongamos que, como participante en un seminario, tengo que aprender un tema totalmente
nuevo y que al final del cursillo se verificará mi dominio mediante una evaluación. ¿Cuál es la mejor
manera de actuar? ¿Hay determinados factores que garanticen buenos resultados? En la realidad
los hay y son los siguientes:

Antes de ocuparnos más detalladamente de estos factores, hay que decir que solo la combinación
de los tres permite obtener buenos resultados. Todos recordamos antiguos compañeros que eran
muy inteligentes, pero que no conseguían aprobar los exámenes. Podemos decir que un mínimo de
inteligencia constituye una condición esencial para conseguir buenos resulta dos, pero que la
inteligencia, por sí sola, no es decisiva para ello. Por esta razón un formador debe evitar elogiar
permanentemente a los alumnos más aventajados; con esta actitud apenas fomenta mejores
resultados en los elogiados, y con toda seguridad el resto de los alumnos que son menos inteligentes
se sienten minusvalorados.
Considerando en primer lugar el punto 3, podemos observar que todos los éxitos tienen una base
común: la motivación. Por ejemplo, si un joven asiste a un cursillo nocturno de perfeccionamiento,
porque «se lo paga la empresa» y así «tendrá un título más cuando se presente a un puesto de
trabajo», apenas conseguirá mínimos resultados, si es que los consigue. Si, por el contrario, un
mecánico aspira a dirigir algún día su propio taller con concesionario de automóviles y asiste a un
cursillo nocturno de diez meses sobre «conocimientos comerciales básicos», indudablemente
terminará el cursillo con éxito. Tiene una motivación, y el anterior no la tenía. Hay mucha gente que
empieza un curso de idiomas «porque una persona culta tiene que saber francés», y nunca lo
termina.
Esta idea de la importancia de la motivación le obliga a usted, como formador, a hacer todo lo
posible para que durante todas las sesiones no se creen situaciones de aversión. Dicho de otro
modo: deberá presentar el tema de forma tan atractiva como sea posible. El alumno deberá sentirse
satisfecho al estudiar el tema propuesto.

Y ahora el método. Nos plantearemos, para aumentar la curiosidad, la siguiente cuestión acerca del
aprendizaje: « ¿cómo aprenden las personas?». La respuesta nos la dan científicos de dos ramas
distintas: los investigadores de los procesos cerebrales y los psicólogos del aprendizaje. En primer
lugar vamos a tratar de los procesos cerebrales que hacen posible aprender.
Las experiencias con el entorno suscitan siempre sensaciones agradables o desagradables; por
ejemplo, un niño siente dolor al tocar una plancha caliente o nota el dulzor al comer un trozo de
chocolate. Las personas adquirimos muy pronto una especie de «subconsciente» para percibir
sentimientos agradables y desagradables. Estas reacciones biológicas (áreas de agrado y desagrado)
se localizan en una parte del cerebro desarrollada a partir del sistema límbico. Se sitúa en el límite
entre el cerebro y la médula. En el tálamo, todas las percepciones sensoriales reciben un «tinte»
emocional, como alegría, miedo, placer o dolor. Desde ahí se controlan la risa y el llanto: procesos
que también ejercen una gran influencia sobre la intensidad con la que captamos las percepciones
sensoriales asociadas. En lo que concierne a la enseñanza hay que retener, sobre todo, un principio
derivado de estos hechos biológicos: cada información que recibimos y cada actividad que
ejercemos está asociada a alguna emoción, porque toda la información del mundo interior o el
entorno de la persona tiene que pasar por el sistema límbico y el tálamo para su procesamiento en
el cerebro.

Nuestro cerebro contiene aproximadamente catorce mil millones de neuronas una cifra diez mil
veces superior de interconexiones. De ello resulta una intrincada red de fibras que tiene unos
quinientos mil kilómetros de largo. Más interesante aún es el hecho de que cada neurona pueda
recibir impresiones de otras neuronas a través de más de mil fibras. Dicho de otra manera: las
conexiones entre las distintas neuronas cerebrales conforman un patrón básico que se configura
durante los tres primeros meses de vida del lactante. La forma cómo se desarrolla este patrón
depende de las percepciones sensoriales absorbidas por el lactante durante este tiempo: sonidos,
colores, formas, el contacto de la piel, etc. Por lo tanto, también depende del desarrollo de este
patrón básico la forma en que el ser humano más tarde aprenderá; si es un tipo más visual o auditivo;
si aprende mejor a través de la comprensión (captación = asimilación) o a través de la discusión con
otros.
Ahora vamos a considerar unos hechos con frecuencia discutidos en el aprendizaje moderno, pero
que, tienen escasa en la práctica de la enseñanza. Es el hecho de que la persona posee tres clases
de memoria: «inmediata», «a corto plazo» y «a largo plazo». Solo aprendemos lo que queda
almacenado en la memoria a largo plazo. La memoria inmediata no almacena información. Hay
impulsos eléctricos que circulan a través de nuestra red de fibras cerebrales.
Todo lo que deseamos aprender debe realizar el mismo trayecto para poder grabarse en nuestra
memoria a largo plazo: memoria inmediata, memoria a corto plazo, memoria a largo plazo; lo que
significa que cada proceso de aprendizaje empieza con un estímulo eléctrico cerebral, disparado
(desde fuera o desde dentro) por la información. Finalmente, mencionaremos otra circunstancia
que no debería quedar olvidada en la práctica. La información procedente del entorno la captamos
por múltiples canales, y demás no solemos percibir solo una información si no una mezcla, aunque
sea de manera inconsciente.

Pensemos en un grupo de participantes que se halla en la sala de seminarios de un hotel de


congresos. Mientras el profesor está hablando, los participantes no oyen solamente sus palabras.
Al mismo tiempo captan, a través de distintos órganos sensoriales, mucha otra información: música
de los altavoces del pasillo; la voz de los camareros o los clientes que pasan cerca de la sala; el ruido
de los coches que aparcan bajo la ventana; el peculiar olor de la alfombra; el dibujo del papel de la
pared; el ruido del aparato de aire acondicionado; etc.

Todas estas informaciones llegan en forma de paquete al cerebro del participante, donde
desencadenan distintas asociaciones, según su patrón básico. Si las informaciones del paquete en
su conjunto son preponderantemente positivas (sala bonita, con colores suaves y armónicos, sin
olores o sonidos molestos y con una temperatura agradable), se activan más las áreas placenteras
del sistema límbico, es decir, no se produce señales de bloqueo. Y así, la información verbal del
profesor, «empaquetada» de modo agradable, se almacena más fácilmente en la memoria a largo
plazo. Esto puede llegar a tal punto que un participante puede recordar la sala de seminarios y sus
características esenciales al recordar la lección transmitida por el profesor.

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