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ROWE: el trabajo no debe medirse por el tiempo de dedicación, sino por los resultados

Son las 9 de la mañana. Juan acaba de levantarse y de repente pisa un charco de agua en el suelo de su
cocina. "¡Oh no: una fuga de agua!" exclama horrorizado. Acto seguido corta la llave de paso y al
momento llama a una empresa de fontanería para que le arregle la avería.

A la hora le llega a casa un fontanero que, tras trabajar durante media mañana, no consigue arreglar la
avería; no obtiene resultados. Juan sigue sin tener agua para poder fregar o lavarse.

Juan decide entonces informarse en la Red y se entera por las recomendaciones de otros usuarios que
en su ciudad hay una empresa de fontanería muy competente con este tipo de averías.

Llama a esta empresa y al poco le llega un fontanero que observa con calma la zona afectada, examina
detenidamente la instalación de los tubos, abre su caja de herramientas, saca un pequeño martillo, da
un sutil golpe en una válvula que estaba un poco suelta y vuelve a guardar el martillo en la caja. Abre la
llave de paso... et voilà!: en menos de un minuto de trabajo todo vuelve a funcionar con normalidad. Juan
vuelve a tener agua fría y caliente, sin fugas ni goteras ni nada que se le parezca.

A la semana siguiente le llegan las facturas de las dos empresas de fontanería:

• Por media mañana de trabajo, la primera empresa le cobra 70€ por su “servicio”: 50€ por el
tiempo de dedicación (tasado por minutos) y 20€ por el desplazamiento. “Menudo clavo”, se
dice Juan: “70 euracos por no haberme solucionado el problema y además tenerme más de
media mañana de obras en casa”.
• La segunda empresa, por su parte, le cobra 100€ por el servicio. En un primer momento Juan se
pregunta: “¿Cómo es que me cobra 100€ por menos de un minuto de trabajo y un solo golpe de
martillo?”. Pero entonces se detiene a leer el resto de la factura y comprueba el desglose del
importe:

Por dar un golpe con el martillo: 1€; por saber dónde golpear: 99€

"Pues claro", se dice Juan, "¿Qué me importa a mí el insignificante tiempo y esfuerzo que le ha dedicado
el fontanero a la avería, si lo cierto es que supo solucionarme el problema? ¿Qué más me da a mí si
necesitó 5 horas o 50 segundos para realizar su tarea? Incluso es mejor que haya tardado tan poco, pues
así no tuve que estar pendiente de él toda la mañana. Además, yo no le pago por su tiempo, le pago por
un servicio: arreglar la avería".

Fue en ese momento cuando Juan, que es emprendedor y posee una microempresa con 8 empleados,
empieza a preguntarse: "¿Y por qué no traslado yo a mi propia empresa este concepto de trabajo
orientado exclusivamente por los resultados? ¿Por qué yo, como jefe, sigo empeñado en que mis
empleados estén sujetos a una jornada laboral (8 horas diarias), en lugar de poner el énfasis en su
rendimiento? ¿Por qué sigo evaluando el desempeño por las horas que un empleado pasa sentado junto
a su escritorio, en lugar de por el valor añadido que este empleado aporte a mi negocio? ¿Qué me
importa a mí el tiempo que el empleado esté en la oficina, si a la postre realiza sus funciones, cumple sus
objetivos y contribuye a los resultados de mi empresa? Al fin y al cabo, tal y como me ha ilustrado el caso
del fontanero, el trabajo no debe medirse por el reloj, sino por los resultados".

Juan ya sabía que no es mejor profesional el empleado que más horas pasa en la oficina, sino el
que más aporta al negocio (una cosa es trabajar y otra distinta producir). Pero es ahora cuando ve
claro el absurdo de pagar a sus empleados más en función de la jornada laboral que por la calidad de su
trabajo. Es ahora cuando se percata del desatino que es pagar a sus empleados por horas (a más horas
trabajadas, más horas pagadas), cuando sería mucho más competente y meritocrático que a mejores
resultados logrados, más dinero, sin importar cuánto se tarda en hacerlo.

Es ahora cuando Juan por fin cae en la cuenta de que es totalmente errónea la manera que tienen las
empresas de estimar el desempeño de los empleados. "Es un error valorar el trabajo como una medida
de tiempo, y no de resultados" se dice. Y sentencia: "El tiempo es una medida equivocada del
trabajo; lo que importa son los resultados".

Juan empieza a cuestionarse muchas cosas: "¿Qué sentido tiene que las empresas sigan poniendo el
énfasis en el control de sus empleados para que cumplan puntualmente con una jornada laboral? ¿Qué
pasaría si una empresa, en lugar de hacer hincapié en la asistencia del empleado a la oficina, se centrase
exclusivamente en su rendimiento? ¿Podemos concebir un nuevo modelo de trabajo de empresa más
efectivo, en el que sea el propio trabajo del empleado (los resultados), y no las horas trabajadas, lo que
realmente se valore?"

La respuesta a esta última pregunta de Juan es un SÍ rotundo. En un ROWE los empleados no tienen
horarios. Se presentan cuando quieren. No tienen que estar en la oficina a cierta hora, o en absoluto.
Solamente tienen que cumplir con su trabajo. Cómo lo hagan, cuándo lo hagan, dónde lo hagan,
depende totalmente de ellos. Esto es, en un ROWE la persona es libre de hacer lo que quiera,
cuando quiera, siempre y cuándo la tarea se lleve a cabo.

Así pues, a los empleados no se les controla ni se les supervisa en un entorno de Trabajo
Orientado Exclusivamente por los Resultados. Y es que aquí son los propios empleados quienes
autogestionan su trabajo (no sólo cuando trabajan, sino también cuanto). En resumidas cuentas, el
ROWE da al empleado el control sobre cómo responder a las demandas de su trabajo. O dicho de otra
manera, en un ROWE la persona es dueña no sólo de su tiempo, sino también de su espacio,
porque hoy en día, en la era del conocimiento conceptual, hay muchas tareas que el empleado puede
hacer desde su casa con un móvil, un ordenador personal y conexión a Internet (e-mails, intranet, cloud
computing, redes sociales, twitter,...). Y es que el trabajo no es un lugar adonde uno va; es algo
que uno hace.

¿Y sabéis qué? Pues que el ROWE no es una utopía, porque ya lo están aplicando empresas que han
descubierto que se produce más trabajando en un entorno ROWE que en un entorno de trabajo
tradicional. Casi en general, la productividad se incrementa, el compromiso del trabajador se
incrementa, la satisfacción del trabajador se incrementa, la rotación de personal disminuye.

El ROWE está demostrando que los empleados son ahora más diestros con su trabajo que
antes. Ahora se anticipan a los problemas, dan lo mejor de sí mismos. Y es que si al empleado se le da el
control de su tiempo, el control de su propio trabajo, y si se le da metas y expectativas claras de lo que es
necesario hacer, entonces no hace falta asignarle horarios, porque se va a comprometer de buen grado
(los empleados comprometidos son más productivos, más innovadores y más responsables), y porque
nadie mejor que él mismo para saber cómo y cuándo ha de realizar su trabajo; nadie mejor que él para
saber cómo hacer el mejor uso de su tiempo de trabajo.

La autonomía inherente al ROWE está demostrando que el empleado es en verdad una persona adulta y
responsable, y que por lo tanto no necesita control y supervisión (como si fuese un niño inmaduro), sino
libertad y confianza para responder a las expectativas depositadas en él. Y es que cuando uno trata a las
personas como adultos, ellas responden como tales, con compromiso. La enseñanza del ROWE es clara:
démosle a las personas más libertad y responderán con más dedicación y responsabilidad,
no con menos.

Y lo mejor de todo es que en estas condiciones el empleado no siente que el trabajo le está robando su
tiempo, puesto que dispone del control de su tiempo, es dueño de su vida para organizarse, para
hacer su contribución al trabajo en el mejor momento, cuando mejor se sienta para realizarlo o cuando
más le convenga, y dado que llevará a cabo su tarea con responsabilidad, podrá disfrutar de la vida
personal… y de su trabajo.

Libro sobre rowe: ‘sin horarios, una forma distinta de trabajar’

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