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Blaise Pascal
Esta frase suele utilizarse para justificar una decisión injusta o absurda,
fundada en motivos difíciles de explicar por ser subjetivos, como la pasión,
el capricho o el deseo, y normalmente se usa en el contexto de cuestiones
amorosas. Nada más lejos de la intención de Pascal (1623-1662), quien se
refiere con ella a la religión, a fin de limitar el dominio de lo racional en ese
campo. Para él existen dos modos de acceder a la verdad: uno es el
corazón, una intuición inmediata, que permite comprender directamente –
sea por sensibilidad, instinto o sentimiento– tanto los primeros principios
como la existencia divina; el otro es la razón, capaz de deducir y
argumentar a partir de ellos. Dado que la fe es irracional y, en cierto
sentido, incierta, creer no basta. Hay que apostar por Dios, pues su misma
infinitud hace que muchas veces se oculte a nuestros ojos debido al
carácter finito de toda perspectiva humana.
Es posible que ese genio maligno nos fuerce a vivir una vida de engaño e
ilusión. Y podría ser así… Pensemos en la película Matrix… ¿Quién sabe? A
pesar de eso, Descartesdescubre algo muy interesante que se le revela
como la primera y fundamental verdad de la que no es posible dudar bajo
ningún concepto, ni siquiera existiendo ese genio maligno. Esa primera
verdad dice lo siguiente: incluso existiendo la posibilidad de dudar
absolutamente de todo, y a pesar de que existiera ese genio maligno que
nos engañara sin piedad, de lo que no podemos dudar es de que nosotros
¡pensamos! Si pensamos, entonces necesariamente tiene que haber alguien
que sea sustento o soporte de dicho pensamiento; alguien o algo en el que
se genere ese pensamiento. Ese alguien, por definición, es alguien que de
modo indudable ¡existe!
Esta paradoja atribuida a Sócrates (470-399 a. C.) no está para nada claro
que fuera proferida por él. En la Apología, un texto platónico, hay algún
indicio en el comienzo del discurso de Sócrates donde podría encontrarse
una versión muy débil: “Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era
más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada
que tenga valor, pero este hombre cree saber; pero este hombre cree
saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como en efecto, no sé, tampoco
creo saber”. Pero unas páginas más allá afirma con orgullo que sí sabe
cosas, aunque reconoce no saber otras: “Pero sí sé que es malo y
vergonzoso cometer injusticia y desobedecer al que es mejor, sea dios u
hombre. En comparación con los males que sé que son males, jamás
temeré ni evitaré lo que no sé si es incluso un bien”. No es poco saber para
alguien de quien se dice que sabe que no sabe nada.
“Lo interesante de la idea atribuida a Sócrates es que pone bajo los focos
la importancia del conocimiento de la ignorancia. Lo malo es la
ignorancia de la ignorancia”. Fernando Broncano