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Para una lectura de género en las literaturas del Sur global

Alan Fabio Palacios


alanfpalacios@gmail.com
Universidad Nacional de Tucumán
Valentina Pucci
valpucci19@gmail.com
Universidad Nacional de Tucumán

Introducción

En este trabajo nos propondremos ahondar en un abordaje que pueda ofrecer lentes nuevas y
críticas para el análisis de las producciones literarias de autores provenientes del llamado
“Sur-global”. Se trata de autores/as cuyas preocupaciones percibimos situadas en un espacio
de enunciación proveniente de regiones del “sur”, entendiendo el “sur” como aquello que
engloba los espacios oprimidos por el autonombrado “norte”. En un intento por contribuir a
la reapropiación y (de)construcción de esta noción, es que nos centraremos en un aspecto
fundamental de la misma: su discursividad, vista en estas literaturas.

Consideramos que emprender esta propuesta de análisis conlleva un potencial crítico e


iconoclasta que nos permitirá hacer diferentes lecturas de las respectivas realidades
circundantes, para intentar así otras formas posibles de diálogo sur-sur. A su vez la noción de
Sur Global puede ser útil para hablar de las actuales situaciones de desigualdad y opresión del
norte sobre el sur; así como para abordar históricamente los procesos de colonización y sus
efectos posteriores en África, Asia y el Caribe; y para examinar el fenómeno colonial en los
territorios de Abya Yala. En ese sentido, la categoría de género funcionará como eje
vertebrador del análisis de cada texto literario en este trabajo.

Se trata de una propuesta que excede las posiciones geográficas, y que al mismo tiempo
plantea una crítica a la noción esencialista de identidades asociadas al Sur. La propuesta
consiste en “habitar” problemáticamente la noción misma, deconstruyendo la histórica
relación de opresión y jerarquía entre el “norte” y el “sur”, para aportar a la construcción de
un canon contrainsurgente que pueda iluminar también las intervenciones imperialistas más
contemporáneas en América Latina y en el resto del mundo, por las cuales continuamos en
situaciones de subordinación con respecto al norte.

De esta manera, seguimos la mirada crítica del llamado “Giro Decolonial”, que sugiere para
la interpretación de este fenómeno dentro de cada territorio, atender a la existencia de un
patrón de poder global por el cual se reproduce una lógica de opresión moderna/colonial,
donde unas subjetividades soberanas o hegemónicas subalternizan a otras, en términos de
raza, clase y género, principalmente. Estas categorías representan y encierran en su haber las
marcas “heredadas” por las experiencias coloniales que atravesaron los “sures”. Por eso nos
resulta clave hablar de y remitirnos a la noción de literaturas del sur: textos que son,

1
fundamentalmente, de los continentes del hemisferio sur; pero que desde el campo de la
ficción han puesto el foco en esas relaciones problemáticas.

Desde estos espacios, se ha producido un enorme caudal de estudios y teorías, entre las que se
destacan los estudios postcoloniales y subalternos, que sirvieron principalmente para explicar
las situaciones de opresión en África, Asia y el Caribe. Asimismo, más recientemente
intelectuales latinoamericanos se embarcaron en el “proyecto de modernidad/colonialidad” y
esbozaron teorías “decoloniales” para dar cuenta de la situación de opresión particular que
recorrieron los sujetos latinoamericanos. Sin embargo, cabe destacar que anteriormente a este
proyecto, Latinoamérica ya había ofrecido una producción ensayística de larga data desde el
campo de la crítica literaria. A su vez, este grupo de intelectuales latinoamericanos, africanos
y asiáticos tuvieron de antecedentes a personas luchadoras que ya habían iniciado este
camino de mirada crítica a la experiencia colonial, entre quienes se pueden destacar las
figuras de Aimé Césaire, Senghor y Du Bois, y más tarde Frantz Fanon, cuyas obras literarias
y no ficcionales sirvieron de fuente de inspiración para los estudios postcoloniales y
subalternos de la India.

Hacia una lectura de archivo

Por las semejanzas encontradas, decidimos poner en diálogo contencioso a partir de la noción
de archivo, las herramientas teóricas que se produjeron desde cada espacio considerado: los
estudios postcoloniales y la crítica decolonial. Estas herramientas serán a su vez aplicadas a
las literaturas producidas en el sur global que compartan, luego de examinarlas, un locus de
enunciación sur emparentado.

Es posible leer ese conjunto de preocupaciones que conforman el postcolonialismo y la


decolonialidad, desde lo que Rufer (2015) llama “una lectura de archivo”. La misma implica
atender a las preocupaciones de estas propuestas que explican y exploran la forma en que se
da la constitución de subjetividades poscoloniales, a partir de una lectura antropológica,
histórica y discursiva, debido a que no nos encontramos frente a dos escuelas de pensamiento
con límites claros y precisos. La noción plantea también como necesario recorrer críticamente
estas propuestas prestando atención a los gestos, interrupciones discontinuidades y
contradicciones que se pueden suscitar en el seno de las mismas y señalan la potencia rica de
estas críticas, pero especialmente a la cuestión de la autoridad enunciativa que asignamos a la
producción de conocimiento en América Latina. Se trata entonces de una lectura a contrapelo
que pueda poner en evidencia “cuáles son las principales preocupaciones de algunos/as
autores/as de distintas disciplinas en distintos momentos que se preguntan por la noción de lo
colonial y la marca que imprime la historia de la colonia y de las formaciones imperiales a las
sociedades contemporáneas, y cómo leer esas marcas a partir de determinadas preguntas.” El
énfasis está puesto allí y en las premisas básicas que servirán “para entender cuál es el
presente de lo colonial.”

Entendemos que es una empresa bastante ambiciosa pero este es solo un breve comienzo por
este recorrido que emprendemos ahora. Asimismo, este viaje nos llevará a establecer

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conexiones con textos de autores de diferentes lugares y épocas del mundo; y sobre todo nos
permitirá cuestionar y replantear nuestro propio locus de lectura y de enunciación como
investigadores desde las academias y desde los espacios que habitamos. Creemos que este es
un aporte fundamental para seguir pensando el rol de los estudios pos/decoloniales en tanto
cuestionadores de los lugares de autoridad enunciativa, así como de los privilegios en los que
esa posibilidad se sostiene y en los que redunda. La intención no es contribuir a la
perpetuidad de estos privilegios, sino, como desde un análisis de la colonialidad del saber, a
la desestabilización del discurso colonial.

Debido a la envergadura del gesto que implica caminar por esta nueva estrada, decidimos
empezar por hacer una recorteinicial del corpus literario sur-sur para analizar en este trabajo.
Las obras seleccionadas en este caso son la novela Desgracia (Disgrace, 1999) del escritor
sudafricano John Maxwell Coetzee (1940) y la novela Los ríos profundos (1958) del autor
peruano José María Arguedas (1911-1969).

Prestar atención a la multiplicidad de los usos que las literaturas del sur les dan
particularmente a la literatura del canon del norte, resultará asimismo de gran importancia por
su variabilidad, oscilando entre posturas contestatarias, de apoyo intertextual, de refuerzo, de
reconciliación, de denuncia, desde diversas construcciones narrativas, poéticas y dramáticas.
Esperamos que esta articulación nos permita suscitar nuevas reflexiones y generar nuevos
interrogantes, para continuar problematizando nociones aparentemente fijas a las que
atenderemos en el desarrollo del trabajo.

El primer interrogante es, en ese sentido, la pregunta por el por qué y para qué plantear esta
nueva clasificación de las literaturas en el siglo XXI. La segunda, sería acerca de la necesidad
de unirla con las marcas de lo colonial, tendiendo un puente entre aquella experiencia
histórica llamada colonialismo, y la colonial modernidad. Tendremos en cuenta los aportes
realizados por el profesor John Coetzee y del filósofo Juan Obarrio, puesto que en estos nos
inspiramos para esbozar esta propuesta.

Obarrio (2013) entiende que el nombre “Sur global” emerge de un trabajo epistémico y
político que ha tornado necesaria su aparición y consolidación, preguntándose si se trata de
una distinción epistemológica, geopolítica, espacial, tecnológica o económica. Es posible
tomar en cuenta una hipótesis que nos lleve a pensar al Sur como un “territorio geográfico”
(el mundo “periférico” por fuera de los países centrales de EEUU y Europa occidental)”, y al
mismo tiempo como “un espacio de relaciones económicas determinado por el
endeudamiento, el desarrollo desigual y un modelo de acumulación fuertemente determinado
por la inequidad y dominación establecida por el sistema capitalista mundial desde 1945.”

Sin embargo, Obarrio señala que “el “Sur” constituye, más allá de espacios geográficos
concretos, un haz de relaciones socio-económicas: el Sur como relación.” Es decir, están
implicadas “dinámicas que reproducen estrategias de poder global y que poseen nodos tanto
en el “Norte” como en el “Sur”.”

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El autor añade que:

El Sur puede ser conceptualizado como una serie de historias paralelas, comparables. Si se trata
de un tipo de espacio, es un territorio sin fronteras definidas donde la Historia ha “tenido lugar”
de modos similares, en cuanto a formaciones de poder, capital y subjetivación. El Sur presenta
trayectorias interconectadas de imperialismos políticos y económicos, colonialismos externos e
internos, conformación e interrupción del estado-nación y despliegue de proyectos de lo
nacional-popular. De manera fundamental el Sur también ha sido moldeado por procesos de
violencia política colonial y neo-colonial, de represión, partición territorial y conflicto interno
que en gran medida han obedecido a esquemas transnacionales que han conectado a diversas
regiones del mundo. El estudio de las transiciones democráticas en Latinoamérica en los
ochenta ilumina procesos similares ocurridos luego en África. Las definiciones estatales de
raza, etnicidad e indigeneidad derivadas del colonialismo y heredadas por los estados
poscoloniales africanos y asiáticos son terreno fértil para repensar de manera diferente las
estructuras sociales imperantes en América Latina. (pp.7)1

Con respecto al paradigma Norte-Sur, el escritor y crítico literario John Coetzee (2015), a
cargo de la cátedra de literaturas del Sur de la Universidad Nacional de San Martín, explica
que:

En literatura, esto se traduce en el seguimiento de standards y modelos fijados por el Norte.


Norte y Sur no son términos analíticos neutrales, cargan con toda una historia de disociaciones.
Debemos ser conscientes de esto, si queremos leer con inteligencia nuestra literatura. El desafío
ahora es ir hacia una nueva literatura del Sur.

El desafío consistirá, dentro de los márgenes de este trabajo, en realizar un cruce de los
archivos pos/decoloniales, para inquirir los textos propuestos desde las categorías que estos
archivos nos proporcionan. Procuraremos hacerlo desde una mirada situada, localizada, en el
viraje que significa “mirar al sur” -parafraseando la propuesta de Obarrio- desde otros lentes.
Nuestro foco de análisis estribará en buscar informar las cuestiones de género que se
presentan en los textos literarios en relación a dos contextos históricos distintos, a partir de un
entrecruzamiento de los aportes de las críticas pos/decoloniales.

En este sentido, intentaremos producir un espacio de intercambio y de diálogo entre las


perspectivas poscoloniales, y decoloniales, para poder descentrar sus posicionamientos y
tratar de encontrar herramientas útiles a un análisis siempre abierto de las discursividades y
los lenguajes.

1
El texto de Obarrio (2015), “Pensar al sur”, desgrana y profundiza en las inflexiones que adquiere la categoría
“Sur” en tanto espacios que acarrean en común herencias del colonialismo en el presente de sus hoy estados-
nación: “Hoy, el Sur global presenta herencias de estos proyectos en el sentido de que se puede englobar a estas
regiones dentro de la categoría de espacios surgidos de procesos post-totalitarios. El Sur está conformado por
regiones de experiencia post-Stalinista, como en la Europa del Este; regiones postcoloniales que han sido
fuertemente marcadas por la violencia política de la dominación colonial europea, como en África y el Sur
Asiático, regiones post-dictadura, como el Cono Sur latinoamericano y su experiencia de colonialismo semi
formal diplomático y militar estadounidense, que también se refleja en la condición de post-conflicto armado e
intervención extranjera, como en la región Andina.” (pp.8.)

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Imaginarios desde el sur

La novela del sudafricano John Maxwell Coetzee confronta a la audiencia lectora con la
historia de David Lurie, un apático profesor de poesía romántica inglesa, entrado en años y
dos veces divorciado, quien sostiene un affaire con una estudiante negra de la Technical
University de Cape Town, en el contexto post apartheid del país. Luego de hacerse pública
esta relación propiciada por él mismo, renuncia sin enfrentar la acusación y decide retirarse a
vivir en la granja de su hija Lucy, eludiendo su responsabilidad. Durante su estadía en el
campo, los personajes serán víctimas de un ataque a manos de tres hombres negros, quienes
además alzarse con su auto y otros bienes, violarán a Lucy. La reacción de su hija sorprende a
David cuando ella toma la decisión de no denunciar el acto de violación múltiple, decisión
que le cuesta trabajo comprender y por la que constantemente interpela a su hija demandando
una explicación racional.

Una de las cuestiones clave que se abordan en el texto de manera problemática es la


complejidad de la violencia patriarcal o de género en el período del post apartheid
sudafricano, la cual podría reconocerse como una de las marcas de la experiencia colonial e
imperial que reviste aristas particulares en esta sociedad del “sur global”, en tanto se trata de
una modernidad colonial “tachada” por el norte.

Por un lado, se pone en escena el affaire forzado por David con su estudiante, Melanie. Desde
el principio de la novela, nos encontramos con un narrador protagonista de la historia
haciendo descripciones físicas de una prostituta negra en términos exotizantes y ambiguos:

Su cuerpo [era] color miel marrón, no marcado por el sol” (1999: 1). El no nombramiento o
falta de explicitación de la raza como dispositivo discursivo se sostiene a la largo del texto,
especialmente en el caso de la estudiante, mostrándonos un narrador muy poco confiable. La
enorme ambigüedad del lenguaje con la que construye su discurso David amerita un análisis
profundo y detenido. Es necesario poner el acento en el aspecto forzoso de la relación que
“propicia” con Melanie, el modo en que se la concibe desde la narración: “ella no se
resiste…No es violación, no exactamente eso, pero es algo indeseado no obstante,
extremadamente indeseado” por ella.2 (1999: 25).

Por el otro lado, avanzado el relato, su hija Lucy, una mujer blanca soltera dueña de una
pequeña finca, será víctima de una triple violación llevada a cabo por tres hombres negros
quienes supuestamente ingresaron con la intención de robarle. Después del ataque, ella se
niega a hacer la denuncia ante la policía, elidiendo el episodio. Frente a esta actitud, David le
reclama mínimamente una explicación que ayude a comprender su silencio. Lucy responde
en dos momentos de la acción de la siguiente manera:

Por lo que a mí respecta, lo que me sucedió es un asunto puramente privado. En otra época y en
otro lugar, tal vez pudiera exponerse a la consideración de la comunidad, e incluso ser un

2
La traducción nos pertenece.

5
asunto de interés público. Pero en esta época y en este lugar no lo es. Es un asunto mío y nada
más que mío3. (148)

¿Qué tal si ese si el precio que una debe pagar para quedarse? Quizás así es cómo ellos lo
miran; quizás es así cómo yo debería mirarlo también. Me ven como que debo algo. Se ven a sí
mismos como acreedores, cobradores de impuestos.4 (158)

La noción de la “colonialidad del género” propuesto por las feministas decoloniales podría
servir para seguir echando luz a las interpelaciones discursivas del texto de Coetzee, las
cuales fueron previamente abordadas en base a herramientas teóricas originadas en el archivo
postcolonial. Rita Segato (2011: 17) entiende que es necesario pensar “el cruce entre
colonialidad y patriarcado” para entender las implicancias del “patriarcado colonial/moderno
y la colonialidad del género” y así observar “cómo las relaciones de género se ven
modificadas históricamente por el colonialismo y por la episteme de la colonialidad
cristalizada y reproducida permanentemente por la matriz estatal republicana”.

Esta alteración histórica generada por el fenómeno colonial y sostenida por la matriz estatal
republicana es capturada en la compleja dicotomía que expone las violencias patriarcales
coloniales/modernas dentro de la obra. La violencia ejercida contra Melanie es invisibilizada
hasta el punto de no ser percibida por David como tal. Caso contrario es lo que sucede con su
hija blanca violada por tres hombres negros. Esta oposición se puede interpretar mejor con la
ayuda de la propuesta de María Lugones quien plantea la existencia de un sistema de género
colonial/moderno que posee un lado visible/claro y un lado oculto/oscuro, asociándose el
primero a la regulación de las relaciones de género de personas blancas y el segundo a la
violencia invisibilizada en el seno de la intersección entre género, raza y clase.

Melanie y Lucy ocuparían esos espacios en las antípodas del sistema colonial de género. A su
vez, ambas se encuentran en un cruce más complejo al ocupar y operar en lugares
paradigmáticos disociados de o asociados a sus respectivas etnias: Melanie es víctima de
violencia de género a manos de un hombre blanco de origen europeo a pesar de ser estudiante
universitaria “libre” en un contexto post apartheid, mientras que el ataque a Lucy tiene en su
origen un odio también de índole racial pero desde el otro lado ocurriendo en el mismo
periodo histórico.

Los ríos profundos (1957) relata la experiencia de Ernesto, el narrador protagonista, en un


internado en el pueblo de Abancay, al que llega con su padre luego de recorrer diversos
pueblos, un padre cuya labor itinerante –abogado de pueblos- le impide viajar con su hijo.
Allí Ernesto conoce la conflictiva vida que llevan los niños de la sierra, la pugna de los/as
indios/as y mestizos/as por resistir en un mundo de gamonales propietarios de las haciendas,
y la presencia de la Iglesia, a la que pertenece el colegio donde Ernesto vive; cual si se tratara
de una hipérbole, al modo de lente ampliada, sobre los conflictos que asedian a la sociedad
serrana del Perú de la primera mitad del siglo XX.

3
La traducción pertenece al equipo de la cátedra Coetzee de la Universidad Nacional de San Martín.
4
La traducción nos pertenece.

6
Para sobrevivir, para salir imaginariamente de esos muros, Ernesto se conecta con la
naturaleza y evoca los paisajes que le recuerdan a su padre y a la vida migrante que llevaba
con él. Su sensibilidad para con los sonidos, los cantos, las danzas, los objetos mágico-
simbólicos, permean en él y lo llevan a conectarse con el entorno de una manera muy
particular, situaciones que a su vez lo devuelven a la lengua quechua, que aprendió de niño, y
a la cosmovisión que esta manifiesta, en cuanto a la ternura que en él suscita y desprende. La
novela está atravesada por este mirar mítico-ancestral, problematizando el vínculo de esta
cosmovisión o episteme con la sociedad moderna en que habita. No obstante, no deja de ser
un mirar polémico, incómodo como lugar de enunciación, por lo peligrosamente exotizante.

De entre los personajes, hay dos que llaman la atención, por una razón básicamente, y es que
son dos mujeres. La opa Marcelina es una mujer que vive en ese internado, que, como indica
su nombre, posee disminuidas sus capacidades mentales. Es una mujer que ha sido recogida
en un pueblo cercano a Abancay, por los sacerdotes del colegio; que hace las veces de
ayudante en la cocina. Sus características físicas la marcaban como una no india.

No era india; tenía los cabellos claros y su rostro era blanco, aunque estaba cubierto de
inmundicia. Era baja y gorda. Algunas mañanas la encontraron saliendo de la alcoba del padre
que la trajo al colegio. De noche, cuando iba al campo de recreo, caminaba rozando las paredes
silenciosamente. (…) Causaba desconcierto y terror. Los alumnos grandes se golpeaban para
llegar primero junto a ella, o hacían guardia cerca de los excusados, formando una corta fila.
(…) Pero casi siempre alguno le alcanzaba todavía en el camino y pretendía derribarla. Cuando
desaparecía en el callejón, seguía el tumulto, las increpaciones, los insultos y los pugilatos entre
los internos mayores. (96-97)

Pero no sólo eso: su condición de aparente “inferioridad” física y mental la condenan a ser
tratada “como un animal” y a ser violada y violentada por los muchachos del internado: “Pero
una noche, la demente fue al patio de recreo en forma inusitada; debió de caminar un gran sigilo
porque nadie la descubrió. De pronto oímos la voz de Palacitos que se quejaba.” (pp.98)

-¡No! ¡No puedo! ¡No puedo, hermanito!


Lleras había desnudado a la demente, levantándole el traje hasta el cuello, y exigía que el
humilde Palacios se echara sobre ella. La demente quería, y mugía, llamando con ambas manos
al muchacho. (2011:100)

Ernesto siente impotencia por ella, completamente sojuzgada como está por la violencia que
sobre ella ejercen sus compañeros:

La propia demente me causaba una gran lastima. Me apenaba recordarla sacudida, disputada
con implacable brutalidad; su cabeza golpeada contra las divisiones de madera, contra la base
de los excusados; y su huida por el callejón, en que corría como un oso perseguido. Y los
pobres jóvenes que la acosaban, y que después se profanaban, hasta sentir el ansia de flagelarse,
y llorar bajo el peso del arrepentimiento. (115)

Pero al final del relato, cuando sobreviene una peste que afecta al pueblo entero, se verá
llamado a ayudarla, y luego a su lado, la acompañará en el momento de su muerte.

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La misma empatía, pero desde el lugar de la agencia y de la heroína, es la que genera en el
niño la figura de Doña Felipa, la chola que encabeza y comanda una rebelión que luego la
hará convertirse en un personaje asediado y perseguido por el ejército estatal, lo cual la hace
pasar a la clandestinidad, y vivir en lo agreste de las sierras, armada y sola. Doña Felipa
alienta a otras mujeres a recuperar por mano propia unos sacos de sal ilegítimamente
confiscados por los jefes gamonales.

La opa llegó al puente, siempre a la carrera; entró a la calzada y se detuvo frente a la cruz.
Observó la tela de Castilla del rebozo. Permaneció un rato junto a la cruz, miró el camino, hacia
este lado del río, y lanzó un mugido. No era muda, pero no podía gritar sino de ese modo.
Mugió varias veces. Bajé, entonces, (…). Temí por ella. El puente es altísimo y el agua atrae,
moviéndose en remolinos, salpicando sobre los contrafuertes. (245-246)

Al identificarse con la chola rebelde, la opa llega a rescatar su rebozo de la cruz de un risco
sobre el temible río Pachachaca y se muestra feliz.

La opa subió al releje. De allí no podía recoger el rebozo. Se abrazó a la cruz y empezó a
subirla, como un oso. (…) Saltó enseguida a la calzada. Sacudió el rebozo con gran alegría y se
lo puso a la espalda.” (246)

Tú eres como el río, señora- le dije, pensando en la cabecilla y mirando a lo lejos la corriente
que se perdía en una curva violenta, entre flores de retama-. No te alcanzarán. ¡Jajayllas! Y
volverás. Miraré tu rostro, que es poderoso como el sol de mediodía. ¡Quemaremos,
incendiaremos! Pondremos a la opa en un convento. (…) Y tú, ¡río Pachachaca!, dame fuerzas
para subí la cuesta como una golondrina. (2011:47)

Podemos ver aquí la inflexión que adquiere el género, en el espacio de poder determinado por
los márgenes del estado y su relación en connivencia con el capitalismo, en la protección que
ejerce el ejército sobre los hacendados, al reprimir a las cholas. Como se puede ver, en una
escena donde Ernesto, luego de ser partícipe de tumulto y de escapar del colegio para unirse a
las cholas, es socorrido por una mujer cusqueña de ojos celestes, que “[está] con su señora en
Patibamba. Ella está de visita donde el administrador” (170). Ella le relata el desenlace del
episodio a Ernesto. Los peones han reprimido a las mujeres y han invadido sus casas,
atacándolas para recuperar la sal. Pero luego interviene el ejército. Con lo cual la represión
recae sobre mujeres indias, cuyo estatus social no es equivalente al de las mujeres blancas,
provenientes de la ciudad.

El motín instaurado por las cholas e indias ante la escasez de sal en la búsqueda por
solucionar tal carencia descubre a una mujer luchadora, rebelde, que sabe del poder de su
unión y que secretamente urde una organización y una solidaridad comunitaria capaz de salir
de la sumisión a la que están acostumbradas como mujeres, mestizas, y pobres. Es una voz
femenina que se alza en contra de la opresión de las clases populares, no sólo ante el poder
económico de los hacendados, sino también ante el poder político de la Iglesia, que busca ser
agente mediador, pacificador. Esto se ve cuando Doña Felipa se posiciona frente al padre
Linares, el director del internado en el que vive Ernesto.

— ¡No me retes, hija! ¡Obedece a Dios!

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—Dios castiga a los ladrones, Padrecito Linares —dijo a voces la chichera, y se inclinó ante el
Padre. El Padre dijo algo y la mujer lanzó un grito:
— ¡Maldita no, padrecito! ¡Maldición a los ladrones!
Agitó el brazo derecho, como si sacudiera una cuerda. Todas las campanas se lanzaron a vuelo,
tocando nuevamente a rebato.
— ¡Yastá! ¡Avanzo, avanzo! —gritó la chichera, en castellano. (2011:158)

En este episodio se puede ver cómo el Estado, con sus aparatos represivos -el ejército, que
luego perseguiría a las insurgentes cholas, y la guardia civil- se encarga de reprimir la
“violencia de las mujeres” (p.156), pero no logran tener el control a pesar de usar armas en
contra de los rebeldes. Lo paradójico es que se trataba de mestizos, “humildes parroquianos
de las chicherías [que] dispararon al aire, levantando visiblemente el cañón del rifle al cielo”
(2011:159). La interseccionalidad de raza, género, y clase, y las inflexiones conflictivas que
adquiere, son puestas en evidencia en este relato.

Conclusión

Podemos decir que, a grandes rasgos, en estas novelas hemos podido leer que se efectúa un
desmantelamiento de la “violencia epistémica” central, en términos de Dipesh Chakrabarty,
que opera sobre la conformación de sujetos que deben ser tutelados, frente a la idea de un
sujeto universal, depositario de los derechos humanos, y como se muestra en los textos, se
trata de un sujeto universal que posee un sujeto teórico que es blanco, metropolitano y
europeo, como lo advierten Aníbal Quijano (2007) y Chakrabarty (2008) desde sus
respectivos loci/lugares enunciativos.

En el caso de Desgracia, tanto Melanie como Lucy son víctimas de este juego de poder
colonial que atraviesa la modernidad sudafricana. Al ser mujeres, una negra y la otra de clase
social pobre, son encasilladas en los roles de sujetos sin autonomía por el orden hegemónico
de las respectivas sociedades patriarcales en las que viven. Ambas son víctimas de tipos de
violencia de género que “manejan” de una manera particular (una al permitir el acoso sexual
de un docente, y la otra al no denunciar una violación), porque en ese contexto los derechos
humanos que les corresponden son solo adjudicados en materia de discurso. No son
reconocidas como verdaderas “depositarias” de tales derechos, y ellas lo saben, razón por la
cual conviven las decisiones que se ven obligadas a tomar. Los ideales de libertad y de
justicia quedan en el plano de lo imaginario, forzándolas a una situación de subalternidad aún
en una esfera supuestamente democrática como lo es el post apartheid sudafricano. Allí se
encuentra la marca colonial de género que no se lee a simple vista, pero cuya presencia se
percibe en el texto.

Asimismo, la reciente noción de “mutación” que Rita Segato (2016: 37-38) propone para
explicar “las nuevas formas de violencia contra las mujeres” indígenas en Brasil, puede
ofrecernos nuevos insights para seguir informando esta marca de la colonialidad del género
planteada en la novela sobre esas mujeres sudafricanas. Esta mutación de las violencias
patriarcales introduciría por ejemplo entre otras modalidades, la mirada escópico-
pornográfica, alienadora y exotizadora sobre el cuerpo indio, negro o mestizo de la mujer,

9
como se retrata en las obras literarias abordadas. La antropóloga afirma que aunque se crea
que “el pacto estatal-empresarial que abre las puertas a la agresión del mercado global es
contradictorio con la expansión de los derechos y servicios ciudadanos en el mundo-aldea”,
sin embargo, estos no representan “términos antagonistas” como suele pensarse con
frecuencia, sino más bien se trata de “facetas de un proceso coetáneo y complementario: la
colonización económica y la colonización por el discurso de los derechos y de la esfera
pública”.

En este sentido, nos podemos remitir a la idea que plantea Quijano, al observar que las
modernidades del sur global son en efecto modernidades coloniales debido a la creación de
un “otro”, sea este indio, mestizo, etc., el cual es definido con el objetivo de afirmar la
existencia del sujeto universal sobre el que pareciera que no hay punto de referencia, pero
sobre el cual efectivamente recaen los derechos humanos. Es decir que aquí estaría
materializado cómo la modernidad/colonialidad conlleva siempre una discursividad que se
vincula a la creación del otro como espejo de un sujeto universal occidental, sujeto que sólo
puede ser blanco, metropolitano y moderno.

En el caso de Los ríos profundos, podemos hacer eco aquí de la premisa propuesta por los
estudiosos postcoloniales, más precisamente de Spivak (2012) y Chakrabarty (2008) acerca
de que la única forma de habitar problemáticamente la modernidad desde el sur implica
coexistir con esos universales, en el marco del estado, socavando sus ideales. En este sentido,
la violencia de género que recae sobre los personajes de “la chola”, doña Felipa y de “la opa”,
ocurre en espacios simbólica y materialmente condicionados y defendidos por instituciones
de profunda connivencia con la colonialidad/modernidad, como los son las fuerzas armadas,
en el caso del “motín”, y la Iglesia, que es el espacio que ampara la violencia que se ejerce
sobre la opa Marcelina. Esto suscita en el narrador la empatía que provocan sus actos de
insubordinación. La habitación problemática se daría también aquí en la mirada que se posa
sobre estos actos, la de este narrador, capaz de imaginar destinos de emancipación para los
dos personajes, y para sus pares, los compañeros perpetradores de la violencia, indios
mestizos como él.

La marca colonial se vería, así, en la racialización de la violencia, pesando sobre sus cuerpos
la marca de la “diferencia”: una -doña Felipa- por mestiza, la otra -la opa- por ser un sujeto
sin pensamiento -sin pensamiento y sobre todo sin lenguaje comprensible-, y con un cuerpo
“deforme”, como lo retrata el texto. Ambas, sin embargo, no “hablan”. La opa no tiene como
forma de comunicación más que mugidos, y la chola tiene un habla incomprensible para la
lengua del estado -que es el español-: se comunica en quechua, y en esa lengua organiza al
resto de las mujeres en la revuelta. Paradójicamente esa es la estrategia que les permite
esquivar el absoluto condicionamiento sobre sus actos, por parte de las autoridades, que las
tratan como “menores de edad”.

Tomando en cuenta la idea planteada por Rita Segato para el caso de las mujeres indígenas en
el Brasil contemporáneo, se puede ver en la novela la intervención de la iglesia en términos
de autoridad colonial, que ella define como el “asedio por parte de misioneros cristianos,

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[que] transforman disruptivamente las relaciones de autoridad y los patrones cosmológicos
que sirven de referencia a las relaciones de género”. Esta incursión ocurre en la novela de
manera transversal, y aunque no ha sido analizada aquí en profundidad, su influencia tiene un
alcance fuertemente negativo para las relaciones de género/raza/clase, coadyuvando con la
“eternización” de las relaciones desiguales de poder.

Bibliografía

Arguedas, José María (1957) Los ríos profundos. Buenos Aires: Losada, 2011.

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