You are on page 1of 6

El templo es un asunto de familia

Publicado el 26 abril, 2015 por Biblioteca SUD


Conferencia general Abril 1995logo 4
El templo es un asunto de familia
Elder J Ballard Washburn
de los Setenta

J. Ballard Washburn“Vamos al templo a hacer convenios, pero volvemos a casa para cumplir los convenios que hemos
hecho.”
Estimados hermanos, es para mí un honor y un privilegio unirme a todos para expresar nuestro afecto y apoyo al
presidente Gordon B. Hinckley, a los presidentes Thomas S. Monson, James E. Faust y Boyd K. Packer y al Consejo de los
Doce. Me alegra decirles que los quiero a todos y agradezco el ser uno con ustedes en la obra del reino.

Recientemente, después de una conferencia de estaca, hablaba con una familia que tiene hijos adolescentes, y les decía
a esos jóvenes: “Deben mantenerse dignos para poder ir al templo con sus padres algún día”. La hija de dieciséis años
me contesto: “¡Ah, pero nosotros ya vamos al templo con ellos casi todas las semanas! Hacemos bautismos por los
nombres de las personas de nuestro archivo familiar”. Pensé entonces en que hermoso es que las familias vayan al
templo juntas.

Cuando Jesús tenía doce años, sus padres lo llevaron al templo. El hecho de que nuestros hijos puedan ir al templo con
nosotros cuando tienen doce años es más que una simple coincidencia. José y Marta no dijeron: “Obispo, ¿puede llevar
a nuestro hijo al templo?” Ellos mismos lo llevaron.

Lo que debemos hacer los padres, los barrios y las estacas es ayudar a los jóvenes a vivir dignamente para que puedan ir
al templo ahora. La meta es la misma para las jóvenes que para los muchachos: que sean dignos de ir al templo ahora.
Cuando el obispo entrevista a los jóvenes una vez por año, en esa conversación incluye preguntas sobre la dignidad del
joven.

¡Qué gran meta es que los líderes del sacerdocio y de las Mujeres Jóvenes ayuden a los padres a inspirar a todos los
jóvenes para que vayan al templo! Que gran bendición es para los padres estar en el templo con los hijos de doce años y
mayores por lo menos una vez al año, si lo permiten las circunstancias.

Lo que nos ayudara más que cualquier otra cosa a tener el deseo de asistir al templo es tener el Espíritu Santo con
nosotros. Hay dos requisitos indispensables para tener el Espíritu Santo: Primero, ser dignos de Él; y, segundo, pedir a
nuestro Padre que nos lo otorgue.

“Pedid al Padre en mi nombre, con fe, creyendo que recibiréis, y tendréis el Espíritu Santo, que manifiesta todas las
cosas que son convenientes a los hijos de los hombres” (D. y C. 18:18).

Si pedimos con fe, recibiremos el Espíritu Santo y este nos guiara hacia el templo.

Quiero hacer una advertencia: No podemos ir a la Casa del Señor si no somos dignos, pues si lo hacemos, recibiremos el
castigo de Dios. Porque Dios no puede ser burlado.

Cuando las parejas que no se han arrepentido completamente de pecados del pasado van al templo para casarse,
comienzan su matrimonio sobre arenas movedizas. Yo creo que ese es uno de los motivos principales de divorcio entre
las parejas que se han casado en el templo. Si un hombre es deshonesto en su relación con la esposa y los hijos o en sus
negocios y va al templo, atrae sobre su alma la condenación de Dios y necesita arrepentirse.
El presidente Howard W. Hunter dijo:

“Lo que deseo de todo corazón es que todos los miembros de la Iglesia sean dignos de entrar en el templo” (“Preciosas y
grandísimas promesas”, Liahona, enero de 1995).

Si antes de ir a la misión nuestros jóvenes van al templo sin ser dignos, cometen un grave error; primero, debemos
prepararlos para entrar en el templo y después ellos se prepararan para ir a una misión. El presidente Hunter también
dijo:

“Ayudemos a cada misionero a prepararse para entrar en el templo dignamente, y para convertir esa experiencia en algo
aún más sublime que recibir el llamamiento misional” (“Sigamos al Hijo de Dios”, Liahona, enero de 1995).

Por medio de las ordenanzas del templo, recibimos las mayores bendiciones de la eternidad. El don más grande que Dios
puede darnos, la vida eterna, solamente pueden recibirlo el hombre y la mujer juntos. Y todas las personas dignas
recibirán algún día esa bendición. En la sección 131 de Doctrina y Convenios leemos:

“En la gloria celestial hay tres cielos o grados;

“y para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio [es decir, el nuevo y sempiterno
convenio del matrimonio;

“y si no lo hace, no puede alcanzarlo.

“Podrá entrar en el otro, pero ese es el límite de su reino; no puede tener progenie” (D.yC. 131:1-4).

Por lo tanto, vemos que en el matrimonio marido y mujer entran en un orden del sacerdocio llamado “el nuevo y
sempiterno convenio del matrimonio”. En ese convenio se incluye la buena voluntad de tener hijos y de enseñarles el
evangelio. Muchos de los problemas del mundo son causados por el hecho de que algunos padres no aceptan las
responsabilidades de este convenio. El evitar tener hijos cuando los padres gozan de salud contradice los términos de
ese pacto.

Hace treinta y cinco años, cuando empecé a ejercer la medicina, era raro que una mujer casada pidiera consejos para no
quedar embarazada; cuando deje de trabajar, con excepción de algunas mujeres fieles de la Iglesia, era raro que las
mujeres casadas quisieran tener más de uno o dos hijos, y algunas no querían tener ninguno. Los de la Iglesia no
debemos dejarnos llevar por las doctrinas falsas de este mundo que nos induzcan a quebrantar los sagrados convenios
del templo.

Vamos al templo a hacer convenios, pero volvemos a casa para cumplir los convenios que hemos hecho. En el hogar es
donde estamos a prueba; es el lugar donde aprendemos a tener los atributos de Cristo. En el hogar aprendemos a no ser
egoístas y a esforzarnos por servir a los demás.

Espero que nadie piense que es tonto decir que los hechos sencillos como la oración familiar y la noche de hogar son
muy importantes. Y también otros actos, como el padre ayudando a sus hijos a orar por la noche y contándoles un
cuento antes de dormir en lugar de mirar televisión; además, detalles como hacerse tiempo para leer las Escrituras en
familia; o como el hecho de que el marido tenga el valor de decirle a su esposa: “Querida, discúlpame por decir lo que
dije, voy a cambiar”; o de que la madre le diga a uno de los hijos: “No debí haberme enojado tanto, perdóname”. Si, son
los pequeños detalles, los actos sencillos, que día a día y semana tras semana nos ayudan a progresar.
Si cumplen los convenios del templo, todos los hijos de Dios pueden ser exaltados. Repito, vamos al templo a hacer
convenios, pero volvemos a casa para cumplir con esos convenios.

He oído contar que al élder Boyd K. Packer, después de haber viajado por todas partes del mundo y de haber visto
muchos lugares exóticos, le preguntaron a dónde iría si pudiera ir a cualquier lugar del mundo, y el contesto que iría a su
casa. Yo siento lo mismo. Si me hicieran la misma pregunta contestaría: “Iría a casa, me sentaría en una mecedora y
tomaría en brazos a dos de mis nietitos, con la esperanza de que se me pegara un poquito del polvo celestial que
trajeron consigo al nacer”. Yo me siento agradecido por todos los hogares en los que aprendamos a amar, a compartir y
a ser más parecidos a Cristo.

Estoy agradecido por los templos, y porque en ellos podemos sellarnos a nuestra familia por toda la eternidad; estoy
agradecido por ese lugar sagrado donde podemos ir a orar y a adorar a Dios, y pedir las bendiciones del cielo para
nuestra familia. Estoy agradecido por los templos, porque allí vamos con nuestra familia a fortalecer los eternos lazos
que nos convertirán en familias eternas; porque vamos allí a realizar la gran obra redentora por nuestros antepasados,
los que no pueden realizarla porque han muerto, como Jesucristo hizo por nosotros lo que no podemos realizar por
nosotros mismos. Estoy agradecido porque Dios, con Su eterna sabiduría, ha extendido estas bendiciones a todos Sus
hijos, aunque algunos tendrán que esperar la otra vida para gozar de ellas; pero todos los que sean dignos recibirán
todas las bendiciones. Testifico que a Jesucristo le gustaba ir al templo y, para parecernos más a Él, debemos aprender a
gozar de nuestras visitas al templo. Ruego que seamos familias eternas para poder obtener la vida eterna. En el nombre
de Jesucristo. Amén
Las bendiciones del templo

Por el Presidente Thomas S. Monson

Cuando asistimos al templo, podemos recibir un nivel de espiritualidad y un sentimiento de paz.

Mis amados hermanos y hermanas. Cuán agradecido me siento de estar con ustedes en esta hermosa mañana de Pascua
de Resurrección cuando nuestros pensamientos se dirigen hacia el Salvador del mundo. Los saludo, expreso mi amor a
cada uno de ustedes y ruego que nuestro Padre Celestial inspire mis palabras.

En esta conferencia se cumplen siete años desde que fui sostenido como Presidente de la Iglesia. Estos han sido años
intensos, colmados no sólo de algunos desafíos, sino también de innumerables bendiciones. Entre las bendiciones más
sagradas y placenteras, he tenido la oportunidad de dedicar y rededicar templos.

El más reciente, fue el del mes de noviembre pasado, cuando tuve el privilegio de dedicar el nuevo y hermoso Templo de
Phoenix, Arizona. Me acompañaron el presidente Dieter F. Uchtdorf, el élder Dallin H. Oaks, el élder Richard J. Maynes,
el élder Lynn G. Robbins y el élder Kent F. Richards. En la víspera de la dedicación, tuvo lugar una maravillosa celebración
cultural donde actuaron magistralmente más de cuatro mil jóvenes del distrito del templo. Al día siguiente, se dedicó el
templo en tres sesiones sagradas e inspiradoras.

La edificación de templos es un claro indicador del crecimiento de la Iglesia. En la actualidad tenemos ciento cuarenta y
cuatro templos en funcionamiento en todo el mundo; cinco están siendo renovados y hay trece más en construcción.
Además, trece templos que se habían anunciado previamente, se hallan en diversas etapas de preparación antes de que
comience su construcción. Para este año esperamos rededicar dos templos y dedicar cinco nuevos templos cuya
finalización está programada.

Durante los últimos años, a medida que hemos concentrado nuestros esfuerzos en completar los templos previamente
anunciados, hemos suspendido los planes para construir más templos. Esta mañana, sin embargo, estoy muy
complacido de anunciar tres templos nuevos que se construirán en las siguientes localidades: Abidján, Costa de Marfil;
Puerto Príncipe, Haití y Bangkok, Tailandia. Qué maravillosas bendiciones están reservadas para los miembros fieles en
esas regiones y, ciertamente, en todo lugar donde se encuentran los templos alrededor del mundo.

El proceso para determinar la necesidad de nuevos templos y encontrar sitios para ellos es continuo, pues deseamos
que la mayor cantidad posible de miembros tenga la oportunidad de asistir al templo sin hacer grandes sacrificios de
tiempo ni de recursos. Tal como lo hemos hecho en el pasado, los mantendremos informados a medida que se vayan
tomando decisiones al respecto.

Cuando pienso en los templos, recuerdo las muchas bendiciones que allí recibimos. Al entrar por las puertas del templo,
dejamos atrás las distracciones y la confusión del mundo. En el interior de ese santuario sagrado hallamos belleza y
orden; allí hay reposo para nuestra alma y descanso de los afanes de la vida.

Cuando asistimos al templo, podemos recibir un nivel de espiritualidad y un sentimiento de paz que superarán cualquier
otro sentimiento que podría penetrar el corazón humano. Comprendemos el verdadero significado de las palabras del
Salvador cuando dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy… No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”1.
Esa paz puede penetrar cualquier corazón, ya sea que esté atribulado, abrumado por la aflicción, se sienta confundido o
esté clamando por ayuda.

Hace poco y de la misma fuente, supe de un joven que asistió al templo suplicando ayuda en su corazón. Muchos meses
antes, él había recibido su llamamiento para servir en una misión en Sudamérica. Sin embargo, hubo tanto retraso con
su visa que lo asignaron a una misión en los Estados Unidos. Aunque se sintió desilusionado por no poder servir en la
región de su llamamiento original, no obstante, se esforzó mucho en su nueva asignación, decidido a prestar servicio lo
mejor que pudiera. Sin embargo, comenzó a desanimarse debido a algunas experiencias negativas que tuvo con ciertos
misioneros que, según su parecer, estaban más interesados en pasarla bien que en compartir el Evangelio.

Pocos meses después, este misionero tuvo un serio problema de salud que lo dejó paralizado parcialmente, por lo que lo
enviaron a casa con permiso médico.

Después de unos meses, el joven se recuperó totalmente; la parálisis había desaparecido. Se le informó que podría
volver a servir como misionero, bendición por la que había estado orando a diario. Lo único que lo desanimó fue el
enterarse de que iba a regresar a la misma misión, donde él sentía que la actitud y el comportamiento de algunos
misioneros no eran tan apropiados como debían ser.

Acudió al templo en busca de consuelo y la confirmación de que podría tener una buena experiencia como misionero.
Sus padres también habían orado para que la visita al templo proporcionara la ayuda que su hijo necesitaba.

Al terminar la sesión, cuando el joven ingresó en el salón celestial, se sentó en una silla y comenzó a orar pidiendo guía a
su Padre Celestial.

Poco después, entró en el salón celestial un joven llamado Landon. Al ingresar en la sala, inmediatamente vio al joven
que estaba sentado en la silla, con los ojos cerrados, obviamente en oración. Landon recibió la clara impresión de que
debía hablar con ese joven. No deseando interrumpirlo, se dispuso a esperar. Después de haber transcurrido varios
minutos el joven continuaba orando. Landon supo que no podía esperar más. Se acercó al joven y suavemente le tocó el
hombro. El joven abrió los ojos, sorprendido de que lo hubieran interrumpido. Landon dijo en voz baja: “He recibido la
impresión de que debo conversar contigo, aunque no sé realmente el motivo”.

Comenzaron a conversar, y el joven abrió su corazón a Landon; le explicó sus circunstancias y finalizó diciéndole el deseo
que tenía de recibir consuelo y ánimo concerniente a su misión. Landon, que había vuelto de su misión justo un año
antes, le contó acerca de sus propias experiencias misionales, los desafíos y las preocupaciones que afrontó, la manera
en que acudió al Señor en busca de ayuda y las bendiciones que había recibido. Sus palabras consolaron y tranquilizaron
al joven, y el entusiasmo que le transmitió de su misión fue contagioso. Finalmente, conforme los temores del joven
cedieron, un sentimiento de paz lo invadió. Se sintió profundamente agradecido al percatarse de que su oración había
sido contestada.

Los dos jóvenes hicieron una oración juntos y luego Landon comenzó a despedirse, feliz de haber escuchado los susurros
que había recibido. Al ponerse de pie para irse, el joven le preguntó a Landon: “¿Dónde serviste tu misión?”. Hasta ese
momento, ninguno de los dos había mencionado el nombre de la misión donde había servido. Cuando Landon le dijo el
nombre de la misión, los ojos del joven se llenaron de lágrimas. ¡Landon había servido en la misma misión a la que el
joven iba a regresar!

En una carta que Landon me envió hace poco, me contó lo que el joven le dijo al despedirse: “Tenía fe en que el Padre
Celestial me iba a bendecir, pero nunca me hubiera imaginado que para ayudarme me enviaría a alguien que había
servido en mi misma misión. Ahora sé que todo va a estar bien”2. La humilde oración de un corazón sincero se había
escuchado y contestado.

Mis hermanos y hermanas, en la vida tendremos tentaciones; habrá pruebas y desafíos. Al ir al templo y al recordar los
convenios que allí hacemos, estaremos mejor preparados para vencer esas tentaciones y soportar nuestras pruebas. En
el templo podemos hallar paz.

Las bendiciones del templo son inestimables; una por la que doy gracias todos los días de mi vida es la que recibimos mi
amada esposa, Frances, y yo cuando nos arrodillamos ante un sagrado altar e hicimos convenios que nos unieron por
toda la eternidad. No hay bendición más preciada para mí que la paz y el consuelo que me infunde el saber que ella y yo
estaremos juntos nuevamente.

Ruego que nuestro Padre Celestial nos bendiga para que tengamos el espíritu de adoración en el templo, que seamos
obedientes a Sus mandamientos y que sigamos con esmero los pasos de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Testifico
que Él es nuestro Redentor. Él es el Hijo de Dios. Él es quien salió del sepulcro aquella primera mañana de Pascua de
Resurrección, trayendo consigo el don de la vida eterna para todos los hijos de Dios. En este hermoso día que
celebramos ese transcendental acontecimiento, ofrezcamos oraciones de gratitud por Sus grandes y maravillosos dones
para con nosotros. Que así sea, ruego humildemente en Su santo nombre. Amén.

Referencia

Juan 14:27.

Correspondencia en posesión de Thomas S. Monson.

You might also like