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Debe pagar cuatro veces el valor de la cordera”.

Esta fue la sentencia que David había dictado


inconscientemente contra sí mismo, al oír la parábola del profeta Natán; y debía ser juzgado en
conformidad con su propia sentencia. Iban a caer cuatro de sus hijos, y la pérdida de cada uno de ellos
sería el resultado del pecado del padre. PP 719.1

David dejó pasar desapercibido el crimen vergonzoso de Amnón, el primogénito, sin castigarlo ni
reprenderlo. La ley castigaba con la muerte al adúltero, y el crimen desnaturalizado de Amnón lo hacía
doblemente culpable. Pero David, sintiéndose él mismo condenado por su propio pecado, no llevó al
delincuente a la justicia.

El espíritu de confianza y ensalzamiento de sí mismo fue el que preparó la caída de David.

La sentencia de muerte fue transferida de David al hijo de su pecado. Así se le dio al rey oportunidad de
arrepentirse; mientras que el sufrimiento y la muerte del niño, como parte de su castigo, le resultaban
más amargos de lo que hubiera sido su propia muerte.

El profeta, en el reproche que hizo a David, había declarado tocante a su pecado: “Con este asunto
hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová”. A través de las generaciones sucesivas, los incrédulos han
señalado el carácter de David y la mancha negra que lleva, y han exclamado en son de triunfo y burla:
“¡He aquí el hombre según el corazón de Dios!” Así se ha echado oprobio sobre la religión; Dios y su
palabra han sido blasfemados; muchas almas se han endurecido en la incredulidad, y muchos, bajo un
manto de piedad, se han envalentonado en el pecado. PP 713.1

Pero la historia de David no suministra motivos por tolerar el pecado. David fue llamado hombre según
el corazón de Dios cuando andaba de acuerdo con su consejo. Cuando pecó, dejó de serlo hasta que, por
arrepentimiento, volvió al Señor.

Aunque David se arrepintió de su pecado, y fue perdonado y aceptado por el Señor, cosechó la funesta
mies de la siembra que él mismo había sembrado. Los juicios que cayeron sobre él y sobre su casa
atestiguan cuanto aborrece Dios al pecado. PP 713.2

En su propia casa, se debilitó su autoridad y su derecho a que sus hijos lo respetaran y obedecieran.
Cierto sentido de su culpabilidad lo hacía guardar silencio cuando debía condenar el pecado; y debilitaba
su brazo para ejecutar justicia en su casa. Su mal ejemplo influyó en sus hijos, y Dios no quiso intervenir
para evitar los resultados. Permitió que las cosas tomaran su curso natural, y así David fue castigado
severamente. PP 714.1

PP 720.1

Como a otros de los hijos de David, a Amnón se le había permitido acostumbrarse a satisfacer sus gustos
y apetitos egoístas. Cuando los padres o los gobernantes descuidan su deber de castigar la iniquidad,
Dios mismo toma el caso en sus manos.

Los hombres aborrecen al pecador, mientras aman el pecado. Cristo aborrece el pecado, pero ama al
pecador; tal ha de ser el espíritu de todos los que le sigan. DTG 427.1

Dios quiso que la historia de la caída de David sirva como una advertencia de que aun aquellos a quienes
él ha bendecido y favorecido grandemente no han de sentirse seguros ni tampoco descuidar el velar y
orar.

Muchos murmuran contra lo que llaman la injusticia de Dios al salvar a David, cuya culpa era tan grande,
después de haber rechazado a Saúl por lo que a ellos les parece ser pecados mucho menos flagrantes.
Pero David se humilló y confesó su pecado, en tanto que Saúl menospreció el reproche y endureció su
corazón en la impenitencia.

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