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Juan Ramón Lodares

Las razones del «castellano derecho»


In: Cahiers de linguistique hispanique médiévale. N°18-19, 1993. pp. 313-334.

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Lodares Juan Ramón. Las razones del «castellano derecho». In: Cahiers de linguistique hispanique médiévale. N°18-19, 1993.
pp. 313-334.

doi : 10.3406/cehm.1993.1091

http://www.persee.fr/web/revues/home/prescript/article/cehm_0396-9045_1993_num_18_1_1091
LAS RAZONES

DEL «CASTELLANO DERECHO»

Cuando hace algo más de doscientos años el Marqués de


Mondéjar entresacó de los tratados astrológicos alfonsíes una cita
referida al «castellano derecho» \ que él mismo interpretó como
señal de refinamiento de la lengua por acopio de cultismos y pulidez
estilística 2, probablemente no imaginaba que iba a inaugurar uno
de los lugares comunes más citados en los estudios que se dedican
al español medieval y, específicamente, al escrito en el entorno del
Rey Sabio. Lugar común que ha producido alguna literatura refe
rida casi siempre a la misma pregunta: ¿ qué se quiso decir con esa
cita ?, o mejor, ¿ qué lengua era esa a la que se refería el rey ? Hay
que reconocer que para la crítica moderna el comentario regio dejó
de ser una anécdota, algo dicho a vuelapluma, y se elevó hasta

* El presente trabajo ha sido parcialmente financiado a través de una ayuda de


la DGICYT concedida al proyecto PS90-0017 sobre «Aspectos inéditos de la reno
vación lingüística del español medieval (1250-1300)».
1) La célebre cita está tomada de un prólogo, el del tratado De las XLVIII figuras
de la VIH espera; la recojo completa tal como la transcribió A. G. Solalinde (art.
cit. en n. 3, p. 287): «Et despues lo endreço et lo mando componer este rey sobre
dicho; et tollo las razones que entendió que eran soueianas et dobladas, et que
non eran en castellano drecho; et puso las otras que entendió que complian,
et quanto en el lenguaje endreçolo el por si se; [. . .].» Claro está que la denomi
naciónque se ha hecho clásica es la de «castellano drecho», sin embargo, seguiré
en este trabajo las acertadas recomendaciones que se deducen de la lectura de
R. Cano Aguilar, «Castellano ¿ drecho ?», Verba, 12, 1985, pp. 287-306, de modo
que referiré siempre el adjetivo como derecho, salvo cuando se trate de citas
literales.
2) G. Ibáñez de Segovia, Memorias históricas del Rei D. Alonso el Sabio, Madrid,
1777, p. 452.
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emblema del ideal lingüístico alfonsí; la cita, pues, cobró más calado
del previsto y pasó a ser un credo digno de sopesarse. Vistas, además,
las proporcionalmente escasas noticias de tipo metalingüístico que
se ofrecen en obra tan extensa por primera vez escrita en español,
citas como esta pasaban a considerarse auténticos hallazgos filoló
gicos. Desde don Gaspar Ibáñez de Segovia hasta hoy ha pasado
mucho tiempo pero las sucesivas interpretaciones que se han venido
dando, con sus matices y todo, no varían sustancialmente con
respecto a lo que él dijo y se suele aludir a la pulcritud, cuidado,
expresión clara, eliminación de tal o cual rasgo excesivamente local
ista, en fin, a los comprensibles afanes de corrección idiomática y
estilística que preocupaban al rey o a sus traductores. Podría
hacerse, para especificar, un breve repaso de lo que modernamente
se ha escrito.
Antonio G. Solalinde retomó la cita para documentar la inter
vención del propio rey en su escritorio y dedujo que: «En obras como
esta del Libro de la Esfera, cuya materia era traducida, el trabajo
del monarca consistía en la eliminación de lo superfluo y en la conser
vación de lo esencial, así como también en la corrección del
lenguaje» 3. Fue R. Menéndez Pidal quien imprimió un nuevo giro
a la interpretación y subrayó la importancia de la cita al identificar
en el «castellano derecho» un modelo lingüístico normativo al que
obedecerían el rey y sus colaboradores 4. Al tratar de definirlo, vista
la aparente contradicción de que el «castellano derecho» estuviera
lleno de dialectalismos — sin ir más lejos, el adjetivo con el que se
ha popularizado la expresión, drecho, no es genuino castellano —
concibió la idea de una lengua integradora: un idioma que madura
sin reparos y selecciona lo que considera oportuno de otras varie
dades gemelas. La intuición pidaliana, que dirige la pesquisa para
hallar ese ideal lingüístico a la interpretación de rasgos que formar
ían un denominador común de lo castellano en su carácter tolerante,
es decir, un estudio orientado hacia lo que podríamos denominar
dialectología histórica, aparte de haberse repetido por doquier, tiene

3) A. G. Solalinde, «Intervención de Alfonso X en la redacción de sus obras», RFE,


2, 1915, pp. 283-288.
4) R. Menéndez Pidal, «De Alfonso a los dos Juanes. Auge y culminación del
didactismo (1252-1370)», Studia Hispánica in honorem R. Lapesa, Madrid,
Ed. Gredos, 1972, vol. I, pp. 63-83 (trabajo redactado en 1940).
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su genuina continuación en los aportes de R. Lapesa5 y R. Cano


Aguilar6; creo que este último resume la orientación inaugurada
por Menéndez Pidal y precisada por R. Lapesa7 al concluir que:
«[ . . . ] la acción lingüística de Alfonso X, en consonancia con lo enun
ciado en el pasaje del 'castellano derecho', parece haberse produ
cido sobre la estructura de la frase, la claridad expresiva, la elimi
nación de repeticiones innecesarias o poco afortunadas de acuerdo
con su gusto; pero en esta «normalización» de la lengua cabían
elementos concretos que no eran estrictamente castellanos: muy lejos
estaba, pues, el Rey de cualquier actitud purista [,..]»8. Los
trabajos en esta línea han dado frutos relativos a la emergencia de
la lengua literaria en las obras alfonsíes.

Al margen de la orientación dialectológica-histórica quedan los


comentarios de A. Cárdenas y J. H. Niederehe. Para el primero,
«castellano derecho» se refiere a la uniformidad estilística y no tiene
nada que ver con una precisión normativa ideal, más o menos tole
rante, castellana frente a la que no lo es 9. El segundo parece ser el
único autor que liga la expresión alfonsí al concepto de norma esti
lística que podría tener un autor medieval, para el que no interesaría
tanto la selección léxica o sintáctica según procedencia social o
geográfica cuanto la relación que se establece entre las palabras y
las cosas 10. Este último comentario, que no considera con prefe
rencia la orientación dialectológico-histórica y apunta una nueva
hacia la historiografía lingüística, tiene especial valor porque

5) En varias ocasiones, cito una que las resume: «Contienda de normas lingüís
ticasen el castellano alfonsí», Actas del Coloquio hispano-alemán Ramón
Menéndez Pidal, Tubinga, Ed. Niemeyer, 1982, pp. 172-189.
6) Artículo cit. en n. 1, id.: «La construcción del idioma en Alfonso X el Sabio»,
Philologia Hispalensis, IV, 2, 1989, pp. 463-473.
7) «Por otra parte, ese 'castellano drecho' respondía en general al gusto de Burgos,
pero con ciertas concesiones al lenguaje de Toledo y León», Historia de la lengua
española, Madrid, Ed. Gredos, 1981, p. 240.
8) Art. cit. en n. 1, p. 305.
9) «Thus, clarity of style is a much more crédible explanation for 'castellano drecho'
than is the notion of a prescriptive norm, especially in view of the linguistic
diversity seen by récent linguistic analyses to abound in the Alfonsine corpus»,
«Alfonso el Sabio's 'castellano drecho'», La Coronica, vol. 9, n° 1, 1980-1981, p. 3.
10) H. J. Niederehe, Alfonso X el Sabio y la lingüistica de su tiempo (trad. de Carlos
Menches con la colaboración del autor), Madrid, SGEL, 1987, pp. 125-128.
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advierte tácitamente sobre un hecho simple pero habitualmente


desestimado: que un autor del siglo XIII no podía tener las mismas
inquietudes frente a los hechos lingüísticos que otro de época
distinta. Con respecto al escritorio real, cabría decir que no estaba
integrado por valiosos pioneros originales y conscientes de su
reforma y posterior proyección idiomáticas y su obra se puede
explicar muy bien como expresión de motivaciones muy otras que
las artísticas, literarias o lingüísticas; su preocupación por los temas
metalingüísticos es mínima si se compara con otros muchos conte
nidos sobre los que disertan en sus textos u, ¿ por qué tendrían que
sentir el prurito normativo y corrector de modo similar a como lo
sentiría un académico del XVIII o un autor contemporáneo cuando
puede ser una preocupación marginal entre autores medievales que
se ocupan de traducir y están empeñados en obras cuyo motor no
es la sensibilidad estético-literaria ? 12 En suma, la expresión
«castellano derecho» podría estar refiriéndose a un asunto muy
distinto del habitualmente considerado (sea dialectal, sea normativo,
sea estilístico) pues cuadraría muy bien en el ámbito de ciertas tareas
en las que se empeña un traductor medieval, quien posee una percep
ción idiomática y una escala de valores y prioridades frente a los
hechos lingüísticos propias de su época 13. Podrían hacerse, antes de
continuar por esta línea, algunas consideraciones previas:

a) Quizá se haya exagerado la cuestión al tomar como ideal


lingüístico una cita aislada que aparece en el prólogo de
una obra concreta (con una problemática lingüística algo
peculiar para el traductor, como trataré de aclarar luego).

1 1) Aspecto que han señalado otros autores como A. G. Solalinde o J. H. Niederehe


y sobre el que reflexiona R. Eberenz, «Conciencia lingüística y prenacionalismo
en los reinos de la España medieval», Akten des Deutschen Hispanistentages,
Hamburgo, Ed. Buske, 1989, pp. 201-210.
12) G. Bossong, «Science in the Vernacular Languages: The Case of Alfonso X el
Sabio», De Astronomía Alphonsi Regís, Actas del Simposio sobre astronomía
alfonsí [. . .] Berkeley, 1985, Ed. Universidad de Barcelona, 1987, pp. 13-21;
instructivo compendio de su Problème der Ubersezung wissenchaftlicher Werke
aus dem Arabischen in das Altspanische zur Alfons des Weisen, Tubinga, Ed. M.
Niemeyer, 1979.
13) Esto por una parte, hay otro aspecto que solo anotaré: conviene considerar que
Alfonso X fue un político y no un gramático ni alguien a quien pareciera preo-
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b) Siempre se cita la famosa expresión «castellano derecho»


desligándola de la frase completa en que se integra, con lo
que deja de considerarse un sustantivo fundamental, a mi
juicio, para su recta comprensión: RAZONES [que entendió
que eran soueianas et dobladas, et que no eran en castellano
drecho]. No está claro que razón signifique aquí propiamente
'variante dialectal', 'norma estilística', 'concepto', 'expresión'
o cosas por el estilo; sin embargo, sí tiene, referida al recto
significado de las palabras, un valor muy preciso para el
traductor medieval preocupado por el origen y motivo de
este o aquel tecnicismo; valor relacionado con el importante
concepto de la razón de nombres, del que también habla
remos después.
c) La interpretación del «castellano derecho» ha girado, como
hemos apuntado anteriormente, en torno a conceptos socio-
lingüísticos como la selección (la preferencia de una variedad
idiomática frente a otras junto a las vicisitudes históricas
del proceso) y a la codificación (señalar lo correcto frente
a lo incorrecto en ese proceso selectivo); cuando precisa
menteen los textos astrológicos alfonsíes, donde aparece por
primera y única vez la famosa frase, es preocupación casi
exclusiva la de la suficiencia o intelectualización del español,
es decir, la de dotarlo de la posibilidad de expresar conceptos
sumamente sutiles con exactitud inapelable, como los expre
saban lenguas modélicas como el latín, el griego o el árabe,
todo ello aparte de su elegancia estilística o pureza
normativa 14. Por otra parte, las soluciones lingüísticas que
se toman a la hora de intelectualizar una lengua no dependen
sino del grupo de vanguardia que las plantea y las resuelve

cuparle las consideraciones filológicas «stricto sensu»; su obra se explica muy


bien como expresión escrita de un proyecto gubernativo iniciado por su padre
(?) y que el propio Alfonso pretendió continuar sin éxito con sus sucesores; si,
lingüísticamente, su obra produjo algún tipo de normalización e ilustración del
español (y sin duda lo hizo) no fue un fin perseguido en sí mismo sino conse
cuencia de motivaciones alejadas en principio de ese campo de actividad.
14) G. Bossong, «Las traducciones alfonsíes y el desarrollo de la prosa científica»,
Actas del Coloquio hisp ano-alemán Ramón Menéndez Pidal, Tubinga, Ed.
M. Niemeyer, 1982, pp. 1-11.
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según sus necesidades; como tal grupo selecto sus preferen


cias y opciones pueden estar muy lejos de lo que el común
de hablantes use (incluso de lo que use él mismo en otras
circunstancias); la vanguardia intelectualiza según el criterio
que le parece más fiable y nunca pretende ser intérprete de
un supuesto compromiso entre lo que dice en general la
gente, porque la gente tiene muy poco que ver con sus obras
escritas 15; asunto aparte es el hecho de que algunas de las
soluciones del grupo selecto, con el tiempo, cuajen o no en
la lengua común. Hasta aquí las consideraciones previas.

Partiré, pues, de la siguiente tesis: los traductores alfonsíes


(o el propio rey) no aparecen tan preocupados por el casticismo
castellano (o por su tolerancia) cuanto por probar la solidez de su
lengua vernácula como lengua culta, capaz de captar los refina
mientos de otros códigos considerados sabios y desde los que
pretende surgir 16. En tal sentido, creo que las actitudes de los
traductores medievales al resolver los problemas que el árabe o el
latín les plantean en textos técnicos y las soluciones que buscan según
las ideas y los saberes lingüísticos de la época ayudan más que la
pesquisa dialectológico-histórica, aunque esta sea valiosa, para
encuadrar en su circunstancia la famosa expresión alfonsí.
Parece relativamente común en la historia de las lenguas que
aquellos empeños idiomáticos tendentes a reproducir (sobre todo en
la lengua escrita) los refinamientos de un código considerado modél
ico en el propio, considerado imperito, no son empeños preocupados
por el casticismo o la norma, sino por lograr que la propia lengua
sea capaz de asumir cualquier función de la culta que le sirve de guía;
lograrlo y demostrarlo. Ante la tarea la noción de una norma genuina
se diluye, porque la lengua culta impone la suya muchas veces y no

15) Aquí podría radicar, entre otras circunstancias, la paradoja que señala acert
adamente R. Cano Aguilar (art. cit. en n. 1 , p. 306) cuando escribe que: «[...] podría
pensarse que la normalización lingüística del Rey se hallaba en disonancia con
las tendencias sobre las que se iba construyendo la norma histórica del
castellano».
16) Tesis que no pretende tener nada de novedosa; reflexiona sobre el caso M. Alvar
en «Didactismo e integración en la General Estoria. (Estudio del Génesis), Actas
del Congreso Internacional sobre la lengua y la literatura en tiempos de Alfonso X,
Ed. Universidad de Murcia, Depto. Literaturas Románicas, 1985, esp. pp. 54 y sigs.
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hay más remedio que seguirla si se quiere — y es lo que se quiere —


expresar con precisión o con elegancia tal o cual concepto 17; fenó
menos lingüísticos concretos derivados de esa «obediencia normat
iva» pueden o no triunfar posteriormente y aceptarse como norma
en sucesivos estados de lengua u olvidarse sin más. Básicamente,
este es el proceso al que asistimos en las traducciones y reelabora
ciones más o menos originales de obras astrológicas en el escritorio
alfonsí.
Vistos los numerosos dialectalismos que aparecen en las obras
astrológicas de Alfonso X y las comunísimas alternancias termi
nológicas 18, parece razonable pensar que lo que preocupaba a
traductores y copistas era otro aunto y no la regularidad uniforma-
dora de un castellano ideal. Este fenómeno, general en la prosa
alfonsí, es mucho más visible en los textos astrológicos que en otras
parcelas de su obra. Al intelectualizar una lengua y hacerla suficiente
las que no parecen relevantes (porque son difíciles de mantener) son
la sistematicidad normativa o la pureza estilística, motivaciones lit
erarias, artísticas en esencia, que suponen un grado de reflexión meta-
lingüística y unas condiciones idiomáticas distintas, acaso poste
riores, a las de la pura elaboración intelectual; en otras palabras,
frente al problema de traducir contenidos altamente abstractos y
nomenclaturas extrañas expresados en una lengua muy distinta, la
conciencia de mi propia variedad se diluye, sobra: para traducir del
árabe alnaçr altayr lo mismo sirve bueytre volante que buytre volante,
para traducir alçafina lo mismo da nave que naf e igualmente da que
un neologismo aparezca como zodiaco, zodiago o zodiacho; lo mismo
da la procedencia dialectal del traductor e igualmente dan los prés
tamos exóticos que introduzca, sean léxicos o gramaticales; pero la
codificación (lo erróneo frente a lo correcto tal como hoy lo enten
deríamos) no parece que preocupe demasiado a los redactores alfon-
síes y de ahí el contrasentido de un «castellano derecho» lleno de
soluciones que no son castellanas (y, a veces, ni siquiera románicas).

17) J. E. Joseph, Eloquence and Power. The Rise of Languages Standars and
Standard Languages, Londres, Ed. F. Pinter, 1987, pp. 53-54 <
18) En un mismo manuscrito — el Códice Complutense — pueden documentarse:
naf I nave; culebra I culuebra; tynaial'tinaia; accidente I occidente; bueytre I buytre;
armella I armiella; ombre I huembre; ymaginacionl ymaginatio I ymaginamiento;
obra I huebra; zodiaco I zodiacho I zodiago, etc.
320 JUAN R. LODARES

Si, como venimos indicando, la «derechura» castellana no parece


radicar en su uniformidad normativa sino que se desplaza hacia la
actividad intelectualizadora, la famosa frase, junto a las razones que
la anteceden, cambia radicalmente de sentido; retomamos algunas
cuestiones anteriormente esbozadas (instalándonos en el ámbito de
preocupación para los traductores por las relaciones entre la expre
siónverbal y las cosas) y nos preguntamos en qué podía consistir
para un redactor alfonsí la capacidad, la precisión y la sutileza
idiomáticas del árabe, el latín o el griego tal como se expresaban en
textos técnicos; qué es lo que hacía que ciertas lenguas lexicalizaran
óptimamente conceptos abstrusos; finalmente, cuáles eran las tareas
que debía cumplir el español para alinearse con ese grupo selecto
de códigos.
Para una tradición gramatical que podría llevarse hasta S.
Agustín, la corrección de una lengua (básicamente la latina) no hay
que buscarla en lugar geográfico determinado ni en una clase de
personas específica: la norma lingüística descansa en la costumbre
(consuetudó), lo que se dice habitualmente, y en la autoridad (aucto-
ritas o auctoritas veterum), lo que han dicho los autores clásicos
dignos de todo crédito e imitación; ahora bien, la auténtica línea
rectora de una lengua que se superpone a los criterios normativos
antedichos, la que otorga la facultad de lengua sabia y aparece como
vehículo superior de conocimiento no es otra que la razón (ratio),
definible en pocas palabras como la capacidad que tiene un idioma
para captar con sus voces la realidad extralingüística, esto es, el alto
grado de capacitación para verbalizar la materialidad del mundo 19.
Esta particular noción de rectitud idiomática, que considera a una
lengua tanto más autorizada cuanto mejor refleje el mundo exterior,
domina buena parte de la más granada reflexión gramatical del
medievo20, consecuentemente, cala en muchas fuentes alfonsíes

19) V. Law, «Auctoritas, consuetudó and ratio», en G. L. Bursill-Hall, S. Ebbesen


y K. Koerner (Eds.), De Ortu Grammaticae (Studies in Medieval Grammar and
Linguistic Theory in Memory of Jan Pinborg), Amsterdam / Philadelphia, Ed.
J. Benjamins, 1990, pp. 198-207.
20) La bibliografía sobre el caso es muy extensa, una exposición compendiada acerca
de la razón lingüística y la lengua recta que la posee en Donato, S. Isidoro, Beda,
Alcuino, etc., puede verse en M. Amsler, Etymology and Grammatical Discourse
in the Late Antiquity and the Early Middle Ages, Amsterdam / Philadelphia,
Ed. J. Benjamins, 1989, pp. 103, 208-209, 226, 236. Para la misma noción en
autores del siglo XII, aparte de la obra de R. Klinck, Die Lateinische Etymo-
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donde se participa de la idea de que hay un vínculo evidente, palpable


y motivado entre la palabra y la cosa que se designa con ella y que
una lengua es más recta cuanto más frecuentemente cumpla ese
proceso; idea propia de una concepción naturalista de la lengua
comunísima entre autoridades gramaticales pero mucho más aún
entre quienes no participan de la reflexión filológica en sí sino que
tienen preocupaciones de otro signo, ya sean literarias, ya sean enci
clopédicas, donde entran secundariamente aspectos gramaticales
como el origen de las palabras, la definición de voces extrañas o
comunes, la adaptación de términos novedosos y la interpretación
de nombres de lugar o de persona sin preguntarse si tales voces
reproducen el entorno circundante porque eso se da por hecho; preci
samente, si por algo puede conocerse el mundo es porque están ahí
las palabras, cuyo centro desentrañado es la realidad material
misma21.
Muchas veces se ha comentado el gusto del escritorio alfonsí por
la definición de palabras y sus modos lexicográficos 22, la afición
por rastrear orígenes y explicar neologismos (usos compartidos con
otros autores de la época); en términos generales, se explica el hecho
por la necesidad de dar a conocer las voces novedosas que los textos
traducidos incorporaban al español23, lo que hasta cierto punto
aclara el impulso definitorio y la búsqueda de los orígenes de
las palabras; pero hay también otras motivaciones tras todo ello, por

logie des Mittelalters, Munich, Ed. W. Fink, 1970, son muy ilustrativas las
páginas que dedica a la etimología y la gramática como modo de conocimiento
E. Gilson, La filosofía en la Edad Media, Madrid / Santiago de Chile,
Ed. Gredos / Grijalbo, 1965, pp. 297-306. Ver también R. Maltby, ob. cit. en
n. 42, s.v. rationator, ratus, rite.
21) S. Schibanoff, «Argus and Argyve; Etymology and Characterization in Chaucer's
Troylus», Spéculum, LI, 1976, pp. 647-658. Las mismas conclusiones de este
trabajo, aunque se trate de un autor que está escribiendo más de medio siglo
después del Rey Sabio, servirían para buena parte de las interpretaciones
toponomásticas que aparece con generosidad en las obras alfonsíes. Un reflejo
de esta concepción, fuera del campo de los nombres propios, es el ilustrativo
cap. XXXVII de la General Estoria I, «De como fallaron los griegos la natura
déla música».
22) Es bien conocido el trabajo que J. Roudil dedica a la tipología de la definición
en «Alphonse le Savant, rédacteur de définitions lexicographiques», Mélanges
P. Fouché, Paris, 1970, pp. 153-175.
23) Por ejemplo, H. A. Van Scoy, «Alfonso X as a Lexicographer», Hispanic Review,
vol. 3, n° 4, 1940, p. 279.
322 JUAN R. LODARES

ejemplo: demostrar la capacidad del español como lengua recta y


autorizada, tan útil para captar la naturaleza a través de las pala
bras, de adivinar la razón de nombres tan estrictamente como cual
quier otra lengua sabia.
La razón de nombres es un concepto muy repetido en la obra
alfonsí y motivado por las circunstancias que hemos ido señalando:
como simple necesidad de aclarar términos nuevos, como conse
cuencia del proceso de intelectualización, como demostración de que
el español era lengua suficiente para explicar las vinculaciones entre
las palabras y las cosas, etc.; un nombre es razonable cuando está
puesto de acuerdo con las características materiales del objeto o la
noción que denomina, cuanto más directo y evidente es el enlace
entre lo designado y la palabra que lo designa mayor razón hay en
la voz 24; así ocurre, entre otros muchos ejemplos que podríamos
traer, con las palabras astrolabio y alabda 'alondra' 25. Cuando un
nombre cumple el requisito de la razón, esto es, cuando capta verbal-
mente la naturaleza de la cosa, se convierte en un nombre puesto
con propiedad y puede recibir asimismo el calificativo de derecho
(como recta es la lengua que tiene tales palabras):

«Algunas tierras ha en España en que llaman a estos perroquianos


feligreses, et este nombre es otrosi derecho, ca feligrés tanto quiere
decir como fijos de la eglesia de que son vecinos; et por esto la llaman
feligresia, asi como por los perroquianos es llamada perroquia.» 26

24) «La aclaración de la razón de nombres es una tarea muy importante. Proyecta
bastante luz sobre los motivos que han inducido a la elección de una denominac
ión y, por tanto, nos hace conocer las características de la cosa misma. El estudio
de los nombres se convierte así en un estudio de las cosas». H. J. Niederehe,
ob. cit. en n. 10, p. 46.
25) Cito por H. A. Van Scoy, A Dictionary of Oíd Spanish Terms Defined in the
Works of Alfonso X, Ed. Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison, 1986.
«Astrolabio: Segund latin tanto quiere dezir astra cuerno estrellas et labia cuerno
labros. Et por esta razón es este nombre muy propio, ca bien assi cuerno la boca,
quando mueue los labros e muestra lo que quier dezir por razón otrossi quando
ell astrolabio paran et endereçan et catan por el, faz entender por huebra de
uista lo que muestran las estrellas bien cuerno si lo dixiesse por palabra».
«Copada: Luego que el alúa comiença a copada a cantar et que aquel canto que
non es al sinon alabar la uenida del dia e que por razón daquella alabança que
faze que la llamaron alabda».
26) Ibid.; por cierto, suele señalarse como primer defensor de la, hoy indiscutida,
etim. feligrés > FILI ECCLESIAE a R. Cabrera (1837); autores antiguos, como
LAS RAZONES DEL «CASTELLANO DERECHO» 323

En suma, la concepción de una lengua cuya norma debe ser la


rectitud en cuanto a la autoridad, la costumbre y, ante todo, la razón,
llega al escritorio alfonsí por tradiciones, ambientes y ejemplos que
aparecen en los textos de tan diversa procedencia trasvasados al
español. Creo que este es el problema que se plantean los traduc
tores del tratado De las XLVIII figuras de la VIII espera, preocupados
en su tarea por la obediencia a esos tres requisitos para hacer
nombres derechos por su razón.
Frente a otros tratados astrológicos, la característica más
notable del antedicho estriba en que se dedica casi por completo (y
en algún manuscrito, sin casi) a explicar y debatir por qué las
estrellas y las constelaciones se llaman como se llaman; un libro,
pues, dedicado a la razón de nombres, como señala en el prólogo y
se repite ocasionalmente 27. Razón de nombres entendida como
acabamos de explicar: el nombre lo han puesto los sabios vinculando
la naturaleza de la figura celeste con la palabra que mejor la designa
y según tres condiciones naturales, la forma de la constelación, el
lugar donde está y las obras que hace 28. Si las estrellas forman la
figura de una saeta, por ejemplo, la constelación se llamará Saeta
(BN, fol. 34 r.); en otros casos el influjo beneficioso o nocivo de las
estrellas sobre la conducta humana, asociado este influjo al compor-

Covarrubias, u otros más modernos y de mayor reputación filológica, como


F. Diez, proponían la derivación FILIUS GREGIS, descartada por la crítica
moderna. Sin embargo, como puede verse en la definición transcrita, la razón
de los FILI ECCLESIAE ya estaba en las obras alfonsíes. Sirva este dato para
moderar la alegría con la que a veces se habla de la ingenuidad o el rusticismo
de la etimología medieval.
27) En el prólogo leemos: «mandamos trasladar y conponer este libro en que fabla
délas vertudes délas estrellas fixas que son en las figuras del ochavo çielo y
mostramos de qual manera están fechas por asmamiento y por vista según
dixeron los sabios antiguos e que nombres an e por quales Razones [ . . . ] e de
quales naturas e que conplisiones an [...].» (Ms. Biblioteca Academia de la
Historia, 12-64-4. D-79). Otras citas similares: «Assi queremos que este nuestro
libro sea más noble por el de guisa que los quel cataren, que fallen en el compli-
miento de razón por las cosas que quisieren saber»; «[...] queremos las otra
vez nombrar [las estrellas] por que sepan aquellos nombres los mas dellos por
que fueron puestos segund ell entendimiento délos sabios», pueden encontrarse
en LL. Kasten & J. Nitti, Concordances and Texts[. . .], Madison, 1978, Libros
de Astronomía, ficha 1, fols. 89-90.
28) Así se explica en el Ms. Biblioteca Nacional de Madrid, 1 197 (microfilm 3227),
fol. 8 r.; en adelante, la sigla BN corresponderá a este manuscrito.
324 JUAN R. LODARES

tamiento de ciertos animales domésticos, salvajes o mitológicos, será


lo que determine la denominación zoológica de las estrellas. La razón
de nombres implica un serio problema terminológico: aunque el libro
pueda no ser mera traducción y haya alguna parte de doctrina
propia29, la nomenclatura astrológica con la que bregan los tr
aductores está originalmente en árabe, en griego y en latín, lenguas
rectas cuya virtud idiomática hay que traspasar al español. No se
tratará simplemente de traducir sino de seleccionar nombres caste
llanos que se ajusten a la razón extraverbal y cumplan así el requi
sitoque caracteriza a los nombres puestos propia y derechamente.
Esta necesidad no se da en ninguna otra obra alfonsí de forma tan
señalada y constante y no hay texto que se dedique monográfica
mente a satisfacerla, como sí se dedica este. De ahí que el tópico
«castellano derecho» aparezca aquí precisamente, no en otro
lugar 30, y que probablemente no se esté refiriendo tanto a una idea
normativo-estilística cuanto a un problema específico de adaptación
terminológica, que es el motor del libro De las XLVIII figuras de la
VIH espera.
Hay un aspecto de la obra que tradicionalmente la crítica fil
ológica ha pasado por alto (no es algo que le interese primordialmente)
y del que me gustaría decir algo: la ilustración gráfica. Aparen
temente, los dibujos pueden no guardar mucha relación con el conte
nido lingüístico, hay manuscritos que no los recogen, pero icono
y palabra son en realidad dos caras de la misma moneda. Los dibujos
son apoyos gráficos para la terminología que se debate y se selec
ciona. Para el copista o traductor alfonsí ocupado en la elaboración
de códices astrológicos el problema iconográfico es solidario con los
problemas de nomenclatura y los de representación material de la
naturaleza celeste. Así, la parcela lingüística del caso (al menos en

29) Así opina R. Cano Aguilar, «Américo Castro y la obra científica alfonsí: algunas
consideraciones en torno al Libro de la Ochava Espera», Homenaje a A. Castro,
Univ. Complutense de Madrid, 1987, p. 71. G. Bossong, por su parte, art. cit.
en n. 12, p. 16, lo da como traducción del Kitdb al-'amal bi-l-kura al-falakiyya
de Qusta ibn Euqás's.
30) Sin embargo, sí es posible documentar el adjetivo derecho aplicado a las razo
nes de un saber, por ejemplo, en la actividad jurídica (Partida VII, Ley IX,
s.v. creditor) o las «razones drechas y verdaderas de la geometría» (VIII espera,
BN, fol. 7 r. 21 b), etc., referido siempre a los vínculos estrechos que hay entre
los saberes y la realidad vital a la que se aplican.
LAS RAZONES DEL «CASTELLANO DERECHO» 325

esta peculiar obra) es complementaria de la gráfica que nos


demuestra fehacientemente que los nombres estaban puestos (y bien
traducidos) con arreglo a las realidades físicas 31.
Volvemos al terreno lingüístico y a los problemas de adaptación
de nomenclaturas especializadas 32; cuando el traductor español
tiene que traspasar un nombre árabe o grecolatino a su lengua de
modo que no pierda en el tránsito su valor de ser acorde con la razón
se encuentra ante una disyuntiva: que el español tenga la palabra
justa para traducir el término extranjero o que no la tenga. En el
primer caso, se toma la palabra española, que saldrá enriquecida
con una nueva acepción científica (si se prefiere, se habrá convert
ido en un calco semántico); en el segundo caso no queda más remedio
que tomar prestada la voz de la lengua original hispanizándola más
o menos. Aunque en ambos casos el proceso esté abocado a poner
nombres según razón (extraverbal), a la hora de decidir con qué
palabra española se traduce el tecnicismo en cuestión se barajan
igualmente los argumentos de la costumbre y la autoridad (de modo
irregular a veces); todo tiende al mismo fin: dotar al español de
nombres conformes con la realidad extralingüística, poseedores de
razón, verdaderos y tan derechos y propios como los de las lenguas
cultivadas que se traducen.
He aquí algunos ejemplos del primer caso, cuando el español
sí tiene palabras equivalentes. Hay terminología astrológica que no
plantea problemas de traducción porque el español tiene palabras
idóneas que, en términos generales, satisfacen los tres requisitos de
costumbre, autoridad y razón: «Vas dizen en latin a esta figurait
en castellano Tinaia et en arauiguo betya» (BN, fol. 12 r.), después
se demostrará que las estrellas de dicha constelación forman en el

31) Sobre las relaciones entre la iconografía y las palabras y cómo se complementan
en los textos «científicos», ver: A. Domínguez Rodríguez, Astrología y arte en el
Lapidario de Alfonso X el Sabio, Madrid, Ed. Edilán, 1985, esp. pp. 50-51.
Hay otros aspectos complementarios en relación con la astrología y la lengua
que no voy a tratar, por ejemplo, la consideración del saber astrológico no como
ciencia exacta sino como práctica útil que ayuda a conocer y regir los comport
amientos y actitudes de los hombres, aconseja llevar a cabo unas acciones u
otras, etc., todo lo cual redunda en la «verdad de los astros» y la necesidad de
captarla lingüística y gráficamente con la mayor precisión posible.
32) Aquí solo voy a fijarme en los aspectos que interesan a la argumentación sobre
la razón de nombres en la VIH espera; un buen resumen sobre problemas termi
nológicos puede encontrarse en C. Bossong, art. cit., en n. 12, pp. 16 et 17.
326 JUAN R. LODARES

cielo la figura de una tinaja, como dicen los sabios, etc.; el nombre
está puesto con arreglo a la razón, no necesita discutirse y el español
puede captarlo traduciendo sin más Vas = betya = tinaja. Otro caso
idéntico: «La quarta figura [. . .] dizenle en latin lepus et en caste
llano liebre et en arabiguo axxneb» (BN, fol. 23 v.), aquí también las
distintas estrellas forman la figura de una liebre y aún hay natura
leza astrológica comparable a las costumbres del animal, se está,
pues, ante otro nombre derecho fácilmente traducible
Lepus = axxneb = liebre. En la misma situación están muchos
nombres de estrellas y constelaciones: Fluuius = elnabre = rio
(BN, fol. 29 r.); Corvuus = elgozab = cuervo (BN, fol. 13 v.); Lar =
almasmara — fogar (BN, fol. 15 v.); Gallina = esp. gallina — ár. aldi-
geya = gr. erisu (BN, fol. 29 r.); Inflamatus = inflamado = almul-
tahib = gr. cayfeoz (BN, fol. 39 r.) y otros 33.
En este proceso de traducción simple puede plantearse un
problema cuando las nomenclaturas grecolatina y árabe no coinciden
o cuando hay varias denominaciones opcionales. En tal caso se elige
el término que se supone más acorde con la razón, el que mejor refleje
la naturaleza material de las constelaciones. Por ejemplo, al consi
derar la rueda de estrellas que forman el Aguilla (BN, fol. 35 r.) se
dice: «Otra figura [. . .] a que dizen en latin aquila et en castellano
alnaçr altayr que quiere dezir buytre volante»; tras señalar las
características de la constelación, su forma, su posición en el cielo,
etc., se concluye que ha de ser «nombrada buytre volante en caste
llano et en arábigo alnaçr altayr»; se ha escogido una de las opciones
que ofrece el árabe (aquella en la que se aparta de la latina) por el
argumento de autoridad y, sobre todo, por el de la razón ya que las
estrellas forman en el cielo materialmente la figura de un buitre que
está volando, aparte de otras características, y no la de un águila
(y así se demuestra en la ilustración). En el mismo caso está la cons
telación de la Mujer encadenada (BN, fol. 6 r.), donde se prefiere la
denominación latina a la griega, pues esta última — tomada de un
nombre mitológico — no capta con fidelidad las razones de una rueda
de estrellas que materialmente tiene la figura de una mujer aherro-

33) La mayoría de los nombres traducidos corresponden a este grupo: Saeta


(BN, fol. 34 r.); León (BN, fol. 43 v.); Triangulo (BN, fol. 7 r.); Carnero (BN,
fol. 8 v.); Serpiente (BN, fol. 38 r.) y otros que no citamos por no hacer innecesa
riamente larga la lista.
LAS RAZONES DEL «CASTELLANO DERECHO» 327

jada en un asiento: «Dizen a esta otra figura en latin mulier cate-


nata et mulier q. non vidit maritu et en castellano muger cadenada
et en arabiguo almarat almucelçela et los griegos la llaman
endromache» 34.
El traductor puede encontrarse con otro problema afín a este
proceso: la necesidad de optar por una palabra española (costumbre)
u otra latina (autoridad) cuando ambas están acorde con la razón
y podrían ser igualmente nombres derechos. En tal caso, suele prefe
rirse el argumento de autoridad. Por ejemplo, el español tenía desde
sus orígenes la palabra perro, que se utiliza ocasionalmente en la
obra astrológica que comentamos para traducir algunos arabismos
(ver n. 34), pero al tratar las constelaciones del Canis maior (BN,
fol. 24 r.) y Canis minor (BN, fol. 26 r.) se elige el latinismo can 35.
Al considerar las estrellas de Escorpión (BN, fol. 46 v.), aunque fina
lmente se elija este nombre latino, el traductor se ve obligado a
aclarar que el círculo de estrellas «Es fecho a figura de un animal
a que llaman escorpión en el latin et en muchas tierras mas de
España llaman le alacrán» 36. En el mismo caso estamos ante la
constelación de Piscis (BN, fol. 19 v.), pues si ocasionalmente se
traducen otras constelaciones secundarias como pez meridional
(BN, fol. 17 v.) y se nos indica que «Pez dizen en castellano» (BN,
fol. 19 r.) a dicha constelación latina, finalizada la discusión de
formas y propiedades se concluye así: «Rueda de las estrellas del
signo de piscis [ . . . ] et esta figura que esta en medio desta rueda es
la forma de piscis [. . .] et dizen le en latin piscis et en castellano
piscis.» (BN, fol. 20 v.) 37. En algún caso esporádico el argumento de

34) En este mismo grupo de denominaciones opcionales según autoridad y razón


más fiables se pueden incluir, por ejemplo, el Vociferante (BN, fol. 40 r.), que
se prefiere a la denominación árabe «la asta de los perros» y también el Tenedor
de las riendas (BN, fol. 32 r.), que se prefiere al latinismo abenas.
35) Después de ejemplificar con nombres concretos de perros de gran tamaño
{mastín, el más grande de todos, galgo, lebrel, gran lebrel) y comparar sus carac
terísticas físicas y sus virtudes con las de la constelación se concluye que «Por
todas estas Razones que decimos [. . .] et porque son maiores de cuerpo que
los otros canes por esto los llaman de drecho canes maiores» (BN, fol. 24 r.).
36) Aclaración de autoridad que se repite idéntica en el Lapidario (Ms. Bibl. Escor
ial, H.I.15, fol. 23 d, 39-40) y el Setenario (Ms. Bibl. Escorial, II.P.20, fol. 41 v,
9-12).
37) En el mismo caso podríamos incluir Virgo (BN, fol. 44 v.), Libra (BN, fol. 45 v.),
Sagitario (BN, fol. 48 r.) o Urion (BN, fol. 2 1 v.). En la General Estoria I (ed. A.
328 JUAN R. LODARES

autoridad puede sobreponerse al de la razón, como ocurre con la


figura de la Osa menor38.
En este procedimiento de traducción simple, con las particula
ridades que hemos venido ejemplificando, suelen casar los requisitos
de la costumbre (en general, son palabras usuales: hogar, tinaja,
cuervo, río), la autoridad (son nombres que han puesto los sabios)
y la razón (están puestos de acuerdo con la naturaleza de las
estrellas), son por tanto nombres auténticamente verdaderos y dere
chos sin litigio en el proceso de intelectualización terminológica;
aquellas que no se pueden adaptar con facilidad y en las que haya
que optar por una condición (autoridad o razón) se integran como
tecnicismos en la lengua española.
Pasamos al segundo caso: cuando el traductor no tiene en
español palabras que capten fielmente la razón de nombres. En tal
caso no queda más remedio que incorporar préstamos, generalmente
grecolatinos 39, que sí sean razonables y autorizados. La figura de
Aquarius (BN, fol. 19 r.), por ejemplo, se adapta como Aquario; ocasi
onalmente se había traducido en otros textos alfonsíes por
Aguadero 40, sin embargo, eran citas o glosas en las que no estaba
en juego la razón de nombres, cuando lo que se debate es esta y se
trata de hallar nombres derechos acordes con la naturaleza de las
cosas y citados por los sabios, no hay mas remedio que adoptar
Aquario porque el traductor alfonsí sabe o imagina que dicha voz
es la que designa a «una ffigura que dizen que ha en el octavo cielo
de estrellas menudas ffiguradas commo omne que vierte agua con
una cosa que es f fecha de cuero a que llaman en arauigo lalaul» 41.
La descripción física de las estrellas de Acuario formando una figura
que derrama agua (Aqua-) con un recipiente de cuero (-corium) refleja

G. Solalinde, Madrid, 1930, p. 66 b) las tres primeras voces se traducían como


La Virgen, Peso o Balança y Saetador.
38) Aspecto señalado por R. Cano Aguilar, art. cit. en n. 29, p. 72.
39) Como indica G. Bossong, art. cit. en n. 12, p. 17, la proporción de genuinos
arabismos en la nomenclatura astrológica alfonsí es muy pequeña, apenas un
5 %, sí son mucho más frecuentes los arabismos semánticos con forma greco-
latina o con forma española.
40) En General Estoria I, ed. y. pág. citadas en n. 37.
41) Setenario (Ms. Bibl. Escorial, II.P.20, fol. 35 r., 25-30).
LAS RAZONES DEL «CASTELLANO DERECHO» 329

mejor la naturaleza de la cosa que la simple traducción aguadero


y es, por tanto, un nombre más derecho42.
Hay otro ejemplo muy representativo: la constelación de la
Ballena. El problema para encontrar un nombre español derecho
estriba en que la genuina traducción española, o sea, la palabra
ballena, no sirve para captar con precisión la naturaleza extralin-
güística de esa rueda de estrellas que se caracteriza por formar en
el cielo una figura monstruosa con cabeza de león, torso y patas de
ciervo y el resto del cuerpo como de pez; eso no es evidentemente
una ballena, pero si se escoge el helenismo kétos — transliterado
como caytos o caytoz — , origen del que proceden a su vez las formas
latina (cetus) y una de las denominaciones opcionales árabes, sí se
resuelve el problema ya que kétos podía designar a animales marinos
monstruosos, reales o imaginarios 43, y así lo hacía con el que en las
leyendas mitológicas iba a devorar a Andrómeda antes de ser libe
rada por Perseo; de modo que, tras citar como simple glosa la deno
minación castellana ballena, y tras discutir las características de las
estrellas que forman la constelación se advierte que «el drecho
nombre es Caytoz por que es figura compuesta de animales de agua
& de tierra» (BN, fol. 20 r.); a lo largo de la explicación de las razones
del caytos (y cuando ocasionalmente aparece en otras partes del libro)

42) En cuanto a la asociación etimológica 'agua + cuero' o es original del escritorio


alfonsí en su preocupación por buscar nombres derechos, o es copia de alguna
fuente recóndita, porque ninguna de las etimologías antiguas más autorizadas
y trasmitidas textualmente que se dieron de la voz cita la palabra cuero para
nada; ver R. Maltby, A Lexicón ofAncient Latin Etymologies, Leeds, Ed. Francis
Cairas, 1991.
43) Precisamente el rasgo 'monstruosidad' está en el origen de todas las etimolo
gías antiguas que se dan para el latín cetus > gre. kétos, mientras que la etimol
ogíadel lat. ballaena (-ena) se hacía proceder del gr. bállein 'lanzar', como señala
S. Isidoro, Etim. 12, 6, 7 «[...] emittendo et fundendo aquas vocatae», ver
R. Maltby, ob. cit. en n. 42 y A. Le Boeuffle, Astronomie, Astrologie (Lexique
Latin), Paris, Ed. Picard, 1987; esto explica la definición alfonsí de ballena que
aparece, por ejemplo, en V. Scoy, ob. cit. en n. 24: «[...] a la cabeça de leon et
el cuello et los pechos et las piernas et los pies como de cieruo, et todo ell otro
cuerpo como de pescado. Et por estol llamaron en latin cetus, que quier dezir
tanto en castellano cuerno ballena». Su valor alegórico como representación del
mal, de lo terrorífico (incluso del simbólico descenso a los infiernos) en los bestia
rios medievales puede verse en D. Pierre Miquel, Dictionnaire Symbolique des
Animaux (Zoologie Mystique), Paris, Ed. Le Léopard d'Or, 1991.
330 JUAN R. LODARES

esta constelación no recibirá otro nombre opcional. Se aunan aquí,


por tanto, la razón con la autoridad de los astrólogos antiguos 44.
Así pues, para los traductores alfonsíes el acomodo de los
nombres de estrellas extranjeros se reduce a un problema de selec
ciónde las palabras castellanas idóneas para adaptar una terminol
ogía consagrada (grecolatina y árabe) al español, de modo que en
el proceso no se pierda el «quid» de esa nomenclatura sabia: ya que
con ella tradicionalmente se ha venido captando muy bien la realidad
extralingüística, ya que sus términos designan con precisión las
formas, situaciones y cualidades de las figuras, ya que son nombres
puestos con propiedad, derechamente, porque se ajustan a la razón
o verdad extraverbal, por todo eso, el redactor español debe esfor
zarse en encontrar correspondencias exactas y rechazar justific
adamente las que no cumplan los requisitos de autoridad y razón
(la tercera pauta normativa, la costumbre, es solo aplicable a aquellos
términos inequívocos y que no plantean problemas de ajuste en la
lengua española entre los nombres y las cosas).
En este contexto se entiende bien no solo la célebre expresión
«castellano derecho» sino el párrafo en el que se integra, donde se
dice también que el rey «tollio las razones que entendió que eran
sobeianas e dobladas»; a mi juicio, lo sobeiano y lo doblado no es,
como se ha dicho a veces, lo superfluo, lo que sobra y se repite, las
parejas de sinónimos, las reiteraciones . . . , sino simplemente lo que
se opone a la razón y a la expresión idiomática derecha, es decir,
lo que lingüísticamente no reproduce con fidelidad la naturaleza
extraverbal de las cosas; otras opciones, posibles, que la costumbre,
la autoridad o la razón primordialmente desaconsejaban. Puede mati
zarse más el caso si se atiende al significado de los adjetivos que
utilizó el protagonista.
No hace falta leer con atención minuciosa para advertir que en
el tratado De las LXVIII figuras de la VIII espera hay muchas voces
y conceptos que se repiten; hay figuras de las que se dan muchos
nombres hasta que el traductor se decide por uno que, a veces, puede
quedar en alternancia con otro (toro : tauro, cancro : cangreio, mulier
cadenada : mulier encadenada, etc.), en fin, es fácil ver que no debía

44) En el mismo caso están la constelación de Capricornio (BN, fol. 49 r.) y la figura
del ydro (BN, fol. 12 v.), animal que anatómicamente está entre las culebras y
los dragones y para el que no hay palabra en español.
LAS RAZONES DEL «CASTELLANO DERECHO» 331

de ser precisamente la reiteración y la discordancia lo que preocu


paba al traductor o al rey, si este intervino. Me parece que esa deduc
ción ha sido exclusiva de la crítica filológica moderna al querer inter
pretar el adjetivo «(razones) sobeianas» con la acepción más usual
que ese término tuvo en el español antiguo: sobejo, sobejano 'exce
sivo'; a su vez, tal interpretación ha condicionado la del adjetivo
siguiente «(razones) dobladas» como 'las repetidas'. Sin embargo,
admiten una explicación distinta, acorde con lo que se ha venido
exponiendo a lo largo de este artículo. En la Partida II (título IV,
ley II), se define lo que es una palabra sobejana: «[las palavras del
rey] convenientes son quando las dice apuestamente et con compli-
miento de razón, et sobejanas son quando se dice ademas o sobre
cosas que no convengan a la natura del fecho sobre que se deben
decir.» O sea, que una palabra sobejana no es solo la que sobra y
está dicha de más, sino la que está puesta inoportunamente, la que
no es idónea para una circunstancia concreta: dicho esto en un texto
astrológico preocupado por llevar la razón de nombre de otras
lenguas a la razón de nombre en español, sobejano será todo aquello,
no que sobre, sino que no capte con precisión lo que otros términos
o expresiones opcionales sí pueden captar, sobejanos son Ballena
ante Caytos, Perro ante Can, Alacrán ante Escorpión, Serpiente ante
Ydro, Balanza o Peso ante Libra, Aguadero ante Aquarius, Águila
frente a Buitre volante, así como otras expresiones, no meras pala
bras, que tampoco se atengan a la razón extraverbal; no sobran, no
son superfluas, no son groseras, sencillamente se desestiman, a veces
tras juiciosos debates, porque no se ciñen tan bien a la naturaleza
o a la autoridad como las otras que los traductores se deciden a
admitir 45.
Un término sobejano falsearía la razón de nombres y se trans
formaría en una razón doblada, que no quiere decir 'la que vale por
dos' sino 'falsaria, que engaña, que no se ajusta a la verdad'. El verbo
doblar 'engañar' es bien frecuente en español antiguo (tanto que

45) Sobre las palabras sobejanas (aunque esta vez con una interpretación referida
al comportamiento cortesano y protocolario del rey) trata H. J. Niederehe en
su artículo «Alfonso el Sabio y la fisionomía lingüística de la Península Ibérica
de su época», Actas del Congreso Internacional sobre la lengua y la literatura
en tiempos de Alfonso X, Ed. Universidad de Murcia, Depto. Literaturas Román
icas, 1985, esp. pp. 429-430.
332 JUAN R. LODARES

aparece en el refranero más tradicional; por ejemplo, se decía de una


persona para ponderar su nobleza «Antes quiebra que dobla»). En
la prosa jurídica e histórica alfonsí es un significado relativamente
común: «Por que no seamos tenudos que de nuestro somos dobla-
dores déla razón» = 'mentirosos, injustos', (GE, /, ed. Solalinde,
188 a)46. Frente a lo sobejano y lo doblado, falseadores de la
realidad, se encuentra la razón genuina, que expresada lingüí
sticamente de forma idónea produce el «castellano derecho», aquel
que ha captado la naturaleza extraverbal de las nociones y objetos
tratados.
De lo antedicho se derivan algunas consideraciones finales: no
creo que haya que ligar la interpretación del tópico «castellano
derecho» al proceso de normalización lingüística entendida como hoy
lo haríamos (seleccionar una variedad lingüística y codificar lo
correcto e incorrecto en ella), sino al problema de la intelectualiza-
ción del español: necesidad, más o menos consciente y motivada por
causas extraf ilológicas, de hacer de una lengua algo tan autorizado
y capaz como aquellos códigos modélicos desde los que surge.
En este sentido, la tolerancia (o irregularidad, según se mire) alfonsí
no sería sino un síntoma más de esa intelectualización, en la que
frente al problema que plantea el captar lo lingüística y conceptual-
mente muy distinto las variantes próximas no tienen relevancia
alguna, no se perciben como extrañas y no hay necesidad de corre
girlas exhaustivamente.
El «castellano derecho» no tiene por qué ser un ideal lingüís
tico o estilístico más o menos uniformador y que preocupase al escri
torio real o al propio rey; posiblemente representa un comentario
concreto, de alcance limitado, circunscrito a la obra en cuyo prólogo
aparece: un tratado astronómico donde el problema que se plan
teaes trasladar una terminología novedosa al español y hacerlo
cumpliendo ciertos requisitos como podía entenderlos un traductor
medieval para el que las palabras y expresiones castellanas deben

46) Para 'multiplicado por dos' se utilizaba normalmente doble, doblo o variantes
(como dobro, en textos jurídicos, pena del doblo), adjetivos que evitan cualquier
tipo de confusión con doblado 'mentiroso': «Dixeron geminos por que nascieron
de un parto, onde geminos tanto quiere dezir de latin en el nuestro lenguaje
commo emellizos, et avn de otra manera dizen les dos dobles» (apud Van Scoy,
ob. cit. en n. 25, s.v. emellizo, también s.v. geminos).
LAS RAZONES DEL «CASTELLANO DERECHO» 333

estar de acuerdo con la razón o verdad extralingüística, con la natu


raleza de las cosas, y ser, por tanto, derechas, frente a las sobejanas
y dobladas que falsean la realidad o no la captan idóneamente.
Es asimismo posible que las nociones de razón y rectitud del
castellano puedan representar en Alfonso X menos reflexión lingüís
tica de lo que se piensa. Aparte de los problemas específicos de
traducción que planteen y en los que nos fijamos hoy los filólogos,
las verdaderas motivaciones de las obras astronómicas eran muy
otras y se destinaban (fundamentos político-administrativos aparte)
a fines utilitarios entre otras cosas, por ejemplo, conocer la realidad
de las estrellas para guiarse por su influjo en las acciones y deci
siones humanas, es decir, una parcela más del saber; problema
instrumental, secundario, era el de pasar esos conocimientos a la
propia lengua y reflejarlos con precisión; o sea, la célebre cita puede
estar elogiando, más o menos retóricamente, los conocimientos del
propio rey o de sus colaboradores en materia de dominio de la disci
plina astrológica y lo que ello implica 47, como consecuencia de esos
conocimientos siguen las sutilezas de su traslado a una lengua nueva
respetando la razón y los nombres derechos, asunto este último,
como he dicho, meramente práctico y efecto de una reflexión previa
y profunda sobre las virtudes de los astros. Si el rey colaboró de
verdad en la versión española o si se trata de un mero «nihil obstat»

47) En los prólogos de los tratados astronómicos alfonsíes suele reiterarse una idea:
las obras se traducen para mayor gloria de Dios y, consecuentemente, del rey
que promueve la traducción. El hecho está relacionado con dos aspectos, entre
otros que podrían señalarse, relativos a la concepción de la autoridad monárq
uicaen la Europa medieval (sobresalientes en un rey como Alfonso X que consi
deraba la corona como cosa propia y natural de su persona): 1) el rey es la encar
nación política de Dios en la Tierra, así como su reino está terrenalmente
constituido a imagen del de los cielos; 2) es responsabilidad del rey que todos
los saberes (incluso los que, como los astrológicos, tuvieran tradición de paganos)
se integren en una omniscencia cristiana para demostrar que toda ciencia la
otorga Dios y, consecuentemente, la recibe y administra su representante polí
tico en la Tierra. Todo ello redunda en pro de la autoridad regia y más cuando
es el propio rey en persona el que tercia en el debate de los nombres razonab
les, intervención que demuestra un conocimiento notable y muy fundado de
esas ciencias que se van cristianizando y acoplando al acervo monárquico; de
modo que los saberes pierden valor en sí mismos y pasan a ser, esencialmente,
sustento y emanación del poder político.
334 JUAN R. LODARES

del traductor apelando a la autoridad regia 48, lo que se alaba y se


fomenta en esa parte del prólogo (en realidad, en todo él) son las
potestades de un poder real basado en los saberes; en otras palabras,
la apostilla sobre la intervención lingüística, real o imaginaria, como
simple recurso para simbolizar otro asunto muy distinto en el fondo.

Juan R. LODARES,
Universidad Autónoma de Madrid.

48) No sería el primer caso; se sabe que el concepto de creación original y propia
en la Edad Media es sumamente resbaladizo y responde a veces a fórmulas retó
ricas de equívoca interpretación literal, ver A. J. Minnis, Medieval Theory of
Authorship, Londres, Ed. Scholar Press, 1984.

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