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El eco de tus besos

Amar a un gato es difícil, es como leer: en cuanto cierras el libro, todo lo que
amaste durante la noche se vuelve borroso. La necesidad de huir, de saltar hacia
otros tejados y de encontrar nuevos mundos me traicionó, Negra. Tus páginas de
piel son mi alimento, pero la poesía de la noche me llama y no puedo evitarla. Te
amo, pero estoy condenado por la luna.

Nuestras noches frenéticas no volverán. Se diluyeron en un remolino de silencio y


verdades a medias. Fuimos gatos furtivos y violentos; con dolor en la piel y las
uñas afiladas, empapados por la noche, atrapados en la lujuria de una sábana
frenética. Ahora la ciudad está desierta y un lamento se dibuja a cada paso en la
calle, Negra. La soledad espera en cada esquina y las lágrimas hacen malabares
en la noche, cayendo aquí y allá, empapando los tejados como una lluvia que
recorre los lugares donde fuiste mía.

Me engatusaste, Negra. Me mordiste y me enseñaste tu cuerpo frutal, metiste con


fuerza tu mirada en mi pecho y el sabor de tus gemidos se quedó conmigo para
siempre. Pero te fuiste, Negra. Siempre fuiste veloz. Dejaste una sombra
perfumada de afán, una música inquietante que aturde mi piel. El eco de tus besos
no se va

Ronroneaste desde un rincón de mi memoria y te sentí en la cama, llenando la


noche de adjetivos. Sentí tu pasión en mi espalda y soñé despierto y viajé sin
tiquete de regreso por la autopista de tu vientre. A veces tu recuerdo llama sin
avisar, e intercambiamos miradas y tu aroma y tus piernas son mías de nuevo.
Sueño entonces con amarte, Negra y trasgredir la ley de la gravedad y caer hacia
arriba sobre el cielo de tus pechos.

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