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[Anselm Jappe]
29/07/2015 aginteahausten
[Traducido por Agintea Hausten. Extracto del primer capítulo del libro “Les Aventures de
la marchandise. Pour une nouvelle critique de la valeur“ (Denoël, 2003)]
[Contratapa]
Ha devenido banal decir que el mundo no es una mercancía, que hay que rechazar la
“mercantilización de la vida”. Pero nadie osa afrontar el problema central: ¿dónde reside
exactamente esta falsedad, esta inversión de la realidad que atribuimos al dinero y al
consumo? Marx ya había respondido hacía más de un siglo: los humanos fetichizan el
“valor”, fabrican un concepto todopoderoso, un nuevo dios que no tiene nada que ver con la
realidad de sus vidas y de sus necesidades.
Capítulo 1
Hace unos años, muchos quisieron creer en el “fin de la historia” y en la victoria definitiva
de la economía de mercado y de la democracia liberal. La disolución del Imperio soviético
era considerada como la prueba de la ausencia de alternativa al capitalismo occidental. Los
partidarios del capitalismo estaban tan convencidos como sus detractores. Desde entonces,
las discusiones debían versar solamente alrededor de cuestiones de detalle concernientes a
la gestión de lo existente.
En cuanto al resto del mundo, islotes de bienestar y de democracia new look emergen en
medio de un océano de guerras, miseria y tráficos abominables. Y no se trata de un orden
injusto, sino estable: la riqueza misma está amenazada con desmoronarse en cualquier
momento. Las bolsas financieras con sus movimientos cada día más enloquecidos y los
cracs cada vez más frecuentes en países modelo como Corea del Sur, Indonesia o
Argentina, anuncian a los ojos de todos los observadores la gravedad de un cataclismo a
corto plazo. A la espera está una espada de Damocles que queda suspendida sobre la cabeza
de todos, ricos y pobres: la destrucción del entorno. En este campo, cada pequeña mejora
que se produce por un lado está acompañada de diez nuevas locuras por el otro.
Sería pues muy aventurado pretender que el estado actual del mundo sea universalmente
deseado por aquellos obligados a ser sus contemporáneos. Pero sería igualmente difícil
afirmar que esta insatisfacción siempre supiera lo que quiere. No es la “revolución” o la
idea de una sociedad radicalmente diferente la que anima a los que protestan. No se trata ya
de reivindicaciones de una clase social bien definida. A parte de la vaga oposición universal
al “neoliberalismo”, cada movimiento queda reducido a su sector y propone remedios
fragmentarios, sin preocuparse en buscar las causas profundas de los fenómenos que
combate. Sin embargo, el éxito que ha podido tener un libro titulado El mundo no es una
mercancía parece manifestar una preocupación menos superficial. Aquellos que repiten este
slogan parecen por tanto concebir que ciertas cosas, como la cultura, el cuerpo humano, los
recursos naturales o las capacidades profesionales, no son simplemente algo que vender o
comprar, y no deberían estar sometidas al exclusivo poder del dinero. Se trata de buenos
sentimientos que no pueden sustituir el análisis de la sociedad que produce los monstruos
que aquí se pretenden exorcizar, Clamar al escándalo porque todo haya devenido vendible
no es muy nuevo y nos lleva como mucho a echar a los mercaderes del Templo para verlos
instalarse en la acera de en frente. Una crítica puramente moral, que recomienda no
someterse al dinero y pensar también en el resto, no llega muy lejos: se parece a los
discursos solemnes del presidente de la República y de los “comités éticos”.
Vamos a llevar a cabo entonces una crítica de las categorías de base de la modernización
capitalista, y no solamente a una crítica de su distribución o de su aplicación. Sin embargo
durante más de un siglo, el pensamiento de Marx ha servido sobre todo de teoría de la
modernización en vista de impulsarla aún más. Con esta teoría por guía, los partidos y
sindicatos obreros han contribuido a la integración de la clase obrera en la sociedad
capitalista, liberándola de muchos de sus anacronismos y deficiencias estructurales. En la
periferia capitalista, desde Rusia hasta Etiopía, el pensamiento de Marx ha servido para
justificar la “modernización del atraso” que han tentado estos países. Los “marxistas
tradicionales” –fueran leninistas o socialdemócratas, académicos o revolucionarios,
tercermundistas o socialistas “éticos”- ponían en el centro de sus razonamientos la noción
del conflicto de clase, en tanto que lucha por el reparto del dinero, de la mercancía y del
valor, sin ponerlos en cuestión en tanto que tales. Retrospectivamente, se puede decir que
todo el “marxismo tradicional” y sus aplicaciones prácticas no han sido más que un
elemento de desarrollo de la sociedad mercantil. La crisis global del capitalismo –y la
“globalización” no es otra cosa que la huida hacia adelante del capitalismo, después de que
la revolución micro-informática haya llevado al paroxismo su contradicción de base-
supone también la crisis del marxismo tradicional, de la que era parte integrante, al igual
que el hundimiento de los países del “socialismo real” ha sido una etapa en la
descomposición del capitalismo global.
Sin embargo, Marx ha dejado también consideraciones de una naturaleza bien diferente: la
crítica de los fundamentos mismos de la modernidad capitalista. Durante mucho tiempo,
esta crítica ha sido totalmente desatendida tanto por los partidarios de Marx como por sus
adversarios. Pero con el declive del capitalismo, lo que queda a la vista es precisamente la
crisis de estos fundamentos. Desde entonces, la crítica marxiana de la mercancía, del
trabajo abstracto y del dinero deja de ser una especie de “premisa filosófica” para ganar
toda su actualidad. Esto está sucediendo ante nuestros ojos. Podemos distinguir entonces
dos tendencias en la obra de Marx, o hablar de un doble Marx: un Marx “exotérico”, que
todo el mundo conoce, el teórico de la modernización, el “disidente del liberalismo
político” (Kurz), un representante de las Luces que quería perfeccionar la sociedad
industrial del trabajo bajo la dirección del proletariado, y un Marx “esotérico”, cuya crítica
de categorías de base, difícil de comprender, apunta más allá de la civilización capitalista1.
Es necesario historiar la teoría de Marx, así como el marxismo tradicional, en vez de ver
simplemente errores. No se puede decir que el Marx “esotérico” tiene “razón” y que el
Marx “exotérico” no. Es necesario relacionarlos con dos etapas históricas diferentes: la
modernización y su rebasamiento. Marx no sólo analizó su época, sino que también previó
tendencias que se han producido un siglo después. Pero es precisamente por lo bien que
había reconocido los rasgos destacados del capitalismo cuando este estaba todavía
gestándose, que Marx tomó sus primeros estadios por su madurez y creyó inminente su fin.
Se trata entonces de descubrir esta lógica, y como único punto de partida de esta búsqueda
se presenta el Marx “esotérico” con su crítica de la lógica de base de la sociedad moderna.
Por ejemplo, sin su concepto de “trabajo abstracto” nos arriesgamos a volver a caer en la
oposición entre la maligna “especulación financiera” y “trabajo honesto”, explotable por
todos los populismos desde la extrema derecha hasta los marxistas tradicionales y los
nostálgicos del keynesianismo. Sin retomar esta crítica de los fundamentos, la necesidad de
una oposición completa a la sociedad actual –la única opción realista– se enredará
fácilmente bien en un existencialismo subjetivo, generalmente recuperable en el plano
“cultural”, bien en una pseudo-radicalización de viejos estereotipos marxistas (el
“imperialismo”) que lleva solamente a un militantismo vacío y al sectarismo.
Al mismo tiempo, hay que admitir que una buena parte de la obra de Marx es hoy
ampliamente sobrepasada: a saber, su descripción muy eficaz del aspecto empírico de la
sociedad de su tiempo y de toda la fase ascendente del capitalismo, cuando todavía estaba
en gran medida mezclado con elementos pre-capitalistas. El marxismo tradicional podía a
menudo reclamarse a razón de esta parte, incluso sin necesidad de desfigurar los textos. El
Marx “exotérico”, que preconizaba la transformación de los obreros en ciudadanos a parte
entera, no era una invención de los socialdemócratas. No se trata pues de volver aquí a una
“ortodoxia” marxista cualquiera, restableciendo la pureza de la doctrina original, ni de
revisar la teoría marxiana para “adaptarla” al mundo contemporáneo. Queremos en primer
lugar reconstruir la crítica marxiana del valor de una forma lo bastante precisa. No porque
creamos que estableciendo “aquello que Marx verdaderamente dijo” probemos ipso facto
cualquier cosa sobre la realidad de la que habla. Sino que para poder juzgar la pertinencia
de su crítica, es necesario conocerla primero. Y probablemente incluso los marxistas
declarados encontrarán en nuestra reconstrucción elementos de los que se habían olvidado.
La obra de Marx no es un “texto sagrado” y una cita de Marx no constituye una prueba.
Pero es necesario señalar que su obra supone el análisis social más importante de los
últimos ciento cincuenta últimos años. Es una determinación de la que intentaremos
demostrar su validez. Marx ha sido exorcizado y declarado muerto muchas veces, la última
en 1989. Pero, ¿cómo es posible que Marx, después de unos años vuelva, y en un estado de
salud que envidiarían sus sepultureros de ayer? Desgraciadamente, hay que decir que,
¡preferiríamos vivir en un mundo donde las obras de Marx estuvieran sobrepasadas y no
fueran más que el suvenir de un mundo pasado!
A pesar de todos los esfuerzos que hemos hecho, nuestra presentación de la teoría marxiana
del valor no es fácil de leer; contiene muchas citas y puede dar la impresión de perderse en
la filología. Pero es necesario atravesar este desierto, porque todos los desarrollos sucesivos
volverán siempre a estas páginas de Marx como su fuente. Sin una explicación previa de las
categorías de base –trabajo abstracto, valor, mercancía, dinero- los razonamientos ulteriores
carecerán de sentido. En efecto, no se trata de un libro postmoderno: no se puede leer por
fragmentos o invirtiendo el orden de los capítulos. Pretende seguir un desarrollo coherente
que va de lo abstracto a la concreto y de lo simple a lo complejo, y antes de juzgarlo habría
que asegurarse de haber comprendido bien su lógica.
Por otro lado, opondremos la crítica marxiana del valor no solamente al marxismo
tradicional, sino también a muchas teorías contemporáneas que pretenden decir verdades
críticas sobre el mundo moderno despreciando las categorías de Marx. Esperamos sobre
todo demostrar que la teoría de Marx no es una teoría “puramente económica” que reduce
la vida social a sus aspectos materiales sin tener en cuenta la complejidad de la sociedad
moderna. Quien lanza la acusación de “economicismo” contra Marx, incluso desde su
“izquierda”, admite, a regañadientes, que Marx pudo tener razón con su análisis del
funcionamiento de la producción capitalista. Pero al mismo tiempo afirma que la
producción no es más que otro aspecto de la vida social total, mientras que Marx no habría
dicho nada valioso sobre el resto de aspectos. En contra de estas evasivas, gracias a autores
como Bourdieu o Habermas, demostraremos que Marx desarrolló una teoría de las
categorías fundamentas que regulan la sociedad capitalista en todos sus aspectos. No se
trata de la distinción bien conocida entre “base” y “superestructura”, sino del hecho de que
el valor es una “forma social total” -por emplear una fórmula antropológica- que da por sí
misma nacimiento a las distintas esferas de la sociedad burguesa. No hay pues necesidad de
“completar” las ideas económicas de Marx sobre las “clases” con consideraciones sobre los
temas -que él habría descuidado- de la “raza”, del género, de la democracia, del lenguage,
de lo simbólico, etc. Más bien hay que poner de relieve que su crítica de la economía
política, centrada en la crítica de la mercancía y de su fetichismo, describe la forma de base
de la sociedad moderna que existe previamente a toda distinción entre la economía, la
política, la sociedad, la cultura. Se reprocha a menudo a Marx de reducir todo a la vida
económica y desatender el sujeto, el individuo, la imaginación o los sentimientos. En
realidad, Marx simplemente ha proporcionado una descripción despiadada de la realidad
capitalista. Es la sociedad mercantil la que constituye el mayor “reduccionismo” jamás
visto. Para salir de este “reduccionismo”, hay que salir del capitalismo, no de su crítica. No
es la teoría del valor de Marx la que ha sido rebasada, sino el propio valor.
No es nuestra intención proponer una relectura integral de Marx. Sin embargo, esperamos
contribuir a eliminar ciertos malentendidos muy extendidos que son en parte los
responsables de la poca atracción que ejerce actualmente sobre mucha de la gente que, al
contrario, debería inspirarse en ello de la manera más natural. Refutaremos la afirmación
según la cual la teoría de Marx, materialista y economicista, sería incapable de analizar un
mundo dominado por la comunicación y lo virtual. Hay que liberarse igualmente de la
convicción, que ha conseguido ser aceptada, de que existe una “fractura” entre el Marx
“científico” y el Marx “revolucionario”. Algunos se han prodigado en elogios a Marx en
tanto que “erudito”, a menudo aplicándose con celo en demostrar que no hay necesidad por
tanto de echarse a las barricadas, sino que cualquiera puede sacar de sus investigaciones las
conclusiones que quiera. Han tratado de adaptar la teoría de Marx a los criterios
pretendidamente “objetivos” de la economía política y de la teoría de la ciencia burguesas.
La opción “revolucionaria”, por su parte, cree igualmente en la existencia de esta fractura,
pero para criticar una supuesta contradicción entre la descripción científica y la lucha
práctica. En realidad, es precisamente el Marx de el Capital el que puede ser considerado
más radical. Mientras que el Manifiesto Comunista, reputado como muy “radical”, se basa
en reivindicaciones a menudo “reformistas”, la crítica de la economía política del Marx
tardío (pero también la Crítica del programa de Gotha) demuestra que todo cambio social
será en vano si no llega a abolir el intercambio mercantil.
Se puede leer este libro a dos niveles: el texto principal esboza los puntos esenciales de la
teoría de la mercancía y de su fetichismo, en resumen los escritos de Marx a este propósito
y desarrollando su lógica hasta el análisis del mundo contemporáneo. Se propone ser un
ensayo completo y puede ser leido solo, sin notas. Las citas, salvo las del propio Marx, y
las referencias directas a autores diferentes de Marx son poco numerosas. Las notas al final
de cada capítulo buscan por tanto profundicar en los desarrollos del texto: ya sea citando
los pasajes de Marx brevemente parafraseados en el texto principal, para demostrar a los
marxistas tradicionales que no estamos violentando los “textos sagrados”; ya sea haciendo
hablar a los autores que han contribuido a establecer la “crítica del valor”, utilizando sobre
todo textos no publicados en francés, pero que merecen ser conocidos; ya sea oponiendo
diferentes opiniones alrededor de algún tema y fundar mejor la nuestra; ya sea
desarrollando, como pequeños excursus, puntos no abordados en el texto principal.
Esperamos que estas notas aporten novedades para los lectores que desean un
profundizamiento teórico; sin embargo, su lectura no es indispensable para comprender el
contenido esencial de nuestro texto.
Este libro no pretende presentar descubrimientos inéditos. La crítica del valor tiene sus
antecedentes en los años veinte con Historia y conciencia de clase de G. Lukâcs y los
Estudios sobre la teoría del valor de L. Roubin. Continúa entre lineas en los escritos de T.
Adorno, para encontrar su verdadero nacimiento en torno a 1968, cuando en diferentes
países (Alemania, Italia, USA) autores como H.J. Krahl, H.G. Backhaus, L. Colletti, R.
Rosdolsky, F. Perlman trabajan alrededor del mismo tema. Se desarrolla a partir de la
segunda mitad de los años ochenta con autores como R. Kurz en Alemania, M. Postone en
Estados Unidos y J.M. Vincent en Francia, que sin contacto entre ellos llegan, a veces al pie
de la letra, a las mismas conclusiones. Evidentemente, este hecho no se explica por un
aumento de la inteligencia de los teóricos, sino por el fin del capitalismo clásico: esto ha
significado al mismo tiempo el fin del marxismo tradicional, quitando así la vista sobre otro
terreno de la crítica social.