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De la obra “Tomás de Aquino”, de G.K. Chesterton.

(Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1974) 228 páginas.

“El santo es una medicina, porque es un antídoto. A la verdad, ésa es la


razón por que el santo es de ordinario mártir; se le toma por veneno porque es
un antídoto. Sucede de ordinario que él vuelve al mundo a sus cabales,
exagerando lo que el mundo olvida, que no es siempre el mismo elemento en
todas las edades. Sin embargo, cada generación busca a su santo por instinto,
y él no es lo que la gente quiere, sino lo que necesita” (p. 22).

“De ahí la paradoja de la Historia, que cada generación es convertida por


el santo que más la contradice” (p. 23).

“San Francisco era un hombre flaco, pequeño y vivaracho; fino como un


hilo y vibrante como la cuerda de un instrumento musical, y en sus movimientos
semejante a la flecha del arco. Toda su vida fue una serie de apuros y
escapadas: lanzándose detrás del mendigo, corriendo desnudo a los bosques,
arrojándose en el barco extraño, tirándose a la tienda del Sultán y ofreciendo
echarse al fuego. En su exterior debe de haber parecido semejante al
esqueleto frágil y oscuro de una hoja de otoño bailando eternalmente ante el
viento; pero en realidad el viento era él.

Santo Tomás era un ingente y pesado toro: un hombre grueso, sosegado


y tranquilo; muy complaciente y magnánimo, pero no muy sociable; remiso, aun
aparte de la humildad de la santidad, y abstraído, aun aparte de sus
experiencias de trances y éxtasis cuidadosamente ocultados” (p. 19).

“Es un hecho de indiscutible importancia que Tomás fue un hombre de


un talento privilegiado que reconcilió a la religión con la razón, que la extendió
hacia las ciencias experimentales, que insistió en que los sentidos son las
ventanas del alma y que la razón tiene un derecho divino a alimentarse de los
hechos, y que es incumbencia de la fe digerir la comida fuerte de la más regia y
práctica de las filosofías paganas” (p. 33).

“En una palabra: Tomás hizo al cristianismo más cristiano al hacerlo más
aristotélico. Esta no es una paradoja, sino una sencilla perogrullada, que sólo
pueden pasar por alto los que entienden lo que significa aristotélico, pero que
han olvidado sencillamente lo que quiere decir cristiano. Comparado con un
musulmán o un con budista, o con un deísta, y aun con otras alternativas más
obvias, un cristiano quiere decir un hombre que creer que la deidad o la
santidad se ha unido a la materia, penetrando así en el mundo de los sentidos”
(p. 44).
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