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Domingo 29° durante el Año


Año A

A Dios le interesa todo lo humano porque nada de lo humano le es ajeno

“Jesús les dijo: Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”
(Mateo 22, 21)

Pbro. Nelson Chávez Díaz

Texto completo: Mateo 22, 15-21.

1.- Una pregunta capciosa.


Este relato comienza manifestando la actitud maliciosa de los fariseos que
quieren tenderle una trampa a Jesús, es decir, hacerlo caer y atraparlo con sus
propias palabras. Su acercamiento –a través de unos discípulos- es bastante
cordial y obsequioso. Llama la atención que éstos vengan acompañados por un
grupo de “herodianos”. ¿Quiénes son? Son seguidores de Herodes Antipas y, por
lo tanto, representan al grupo de aquellos que estaban a favor de los romanos y
de acuerdo con el pago del tributo al César. Por su parte, el otro grupo, el de los
fariseos que maquina la trampa en contra de Jesús, representado por unos
discípulos, se acomodaban también al sometimiento del Imperio aunque no
incondicionalmente. La pregunta que le dirigen a Jesús: ¿está permitido pagar el
tributo al César o no? recogía una cuestión de candente actualidad. En efecto,
todos los judíos debían pagar impuesto al César, además de otros tributos tales
como peajes, aduanas, tasas de ventas, etc., situación que provocaba el odio de
éstos hacia los romanos. La pregunta dirigida a Jesús busca que éste se
identifique o a favor del impuesto y, por tanto, se desacredita a sí mismo al estar
de acuerdo con la expoliación de los más pobres –grupo al cual Él dirige su
mensaje de liberación- o en contra del impuesto, lo que lo hace ponerse en
abierta rebelión en contra de Roma.

2.- Jesús no se enreda en falsos dilemas.


Jesús zanja la situación de una manera totalmente inédita. Su sintética
respuesta revela una manera nueva de comprender las relaciones entre el poder
político y el ámbito propio de Dios . En efecto, al responder Jesús que se debe dar
al “César lo que es del César” el Maestro les dice a los fariseos que si se someten
a la autoridad política entonces deben cumplir con todas las exigencias inherentes
a tal vínculo. Ahora bien, el hecho de que Jesús separe ambas dimensiones –
César y Dios- no significa que deban comprenderse como reductos o reinos
separados, irreductibles el uno con el otro o también en planos de igualdad. Jesús
no plantea que lo “debido al César” represente lo humano y terrenal y lo “debido a
Dios” sea lo espiritual y divino. Muy por el contrario. En su respuesta Jesús
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agrega un elemento nuevo que está a la base para comprender su postura: la


imagen grabada en la moneda. La moneda pertenece al César pero el hombre
mismo, el ser humano, lleva impresa la imagen de Dios del cual depende
absolutamente en cuanto creatura ante su Creador. Para el hombre finalmente
Dios sigue siendo Dios el cual debe ser reconocido como único Señor y todo lo
demás queda supeditado y relativizado ante este valor último y supremo que es
Dios. De ahora en adelante no existen ni deben existir esas fatales “dicotomías”
que separan y parcelan lo espiritual de lo material haciendo de lo primero lo más
importante y de lo segundo algo secundario.

3.- Para que Dios sea todo en todos.


Es una costumbre ya inveterada en nosotros el dividir y separar de manera
irreconciliable algunas dimensiones de lo humano. Así, por ejemplo, en el ámbito
de la vida cristiana separamos y dividimos lo material y espiritual como
dimensiones opuestas, absolutizando una de ellas de tal manera que se niega y
se amputa la otra. También se da la misma división en el ámbito de las cosas
humanas: se idolatra lo material pues nos arraiga en las cosas que nos dan
seguridad y estabilidad y no se valora lo intangible que provoca incerteza y
ansiedad. La tentación nos amenazará también al querer dividir y separar la
actividad propiamente humana –lo que el hombre realiza en la sociedad: la
actividad económica, el ejercicio de la política, el progreso científico, el cultivo de
la literatura y de las artes, etc. de aquello que se vive y se experimenta en la
esfera de lo espiritual o de lo religioso. Y la tentación es de ambos lados. Desde
un secularismo a ultranza en donde todo lo que el hombre hace, emprende y
desarrolla Dios y la religión no tienen por qué inmiscuirse o, al revés, desde una
posición espiritualista en donde lo religioso sólo alcanza a las costumbres, a la
moral o los ejercicios piadosos convirtiéndose la religión y la fe en algo privado sin
proyección intramundana o con alcance social. La enseñanza del evangelio de hoy
nos enseña más bien a valorar el esfuerzo humano en todas sus dimensiones
como expresión de esa vocación divina incrustada en el corazón humano de
querer mejorar las condiciones de vida de las personas y de dignificar a todo
hombre y mujer. El hombre está llamado a colocar al hombre en el centro de su
acción y a considerarlo siempre como un fin y nunca como un medio o un objeto.
Toda la actividad humana, la política y la economía, la cultura y las artes, el
progreso de las ciencias, el trabajo y la construcción de la sociedad y la familia son
bienes importantes que deben ser cultivados y tutelados no sólo porque son
intrínsecamente valiosos sino también porque en ellos también Dios se hace
presente y, además porque la vivencia de una fe auténtica y verdadera está
llamada a transformar la realidad y el mundo. A Dios le interesa todo lo humano.
Allí donde la vida del hombre está en peligro allí también se encuentra la
presencia de Dios porque a Dios toda la vida y todo lo del hombre le pertenece y
son suyos. Desde que Jesucristo se encarnó y asumió plenamente la condición
humana para Dios nada de lo humano le es ajeno y en todo lo humano se debe
buscar el rostro y la presencia de Dios. Dios nos invita, entonces, a buscarlo en
cada situación que vivimos o en cada empresa humana que iniciamos. Como
creyentes en Jesucristo no podemos vivir la vida de todos los días “como si Dios
no existiera” o pensando que en la vida Dios sólo está presente en algunas
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dimensiones, acciones o lugares sagrados (templos, sacristías, sacramentos,


etc.) y en otras no.

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