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Michael Anderson (1988)

APROXIMACIONES A LA HISTORIA DE LA FAMILIA OCCIDENTAL, 1500-1914

1. Introducción
Objetivo: dar orientación a los interesados en conocer más a fondo la bibliografía acerca de la historia de la familia occidental a partir
del siglo XVI.
Historia de la familia:
• Novedad (“moda”)
• Progreso lento, trabajos centrados en pequeñas regiones. Falta de una imagen general clara.
• Desacuerdos entre historiadores, por dos fuentes:
1)Diversidad de formas familiares, de funciones familiares y en las actitudes hacia las relaciones familiares. Las generalizaciones sobre
las tendencias a largo plazo resultan complicadas
2) Muchas de las divergencias en la historia de la familia surgen porque los diferentes grupos de especialistas, incluso
cuando aparentemente trabajan en el mismo tema, en realidad intentan escribir historias muy diferentes y por tanto adoptan
aproximaciones diferentes en cuanto a la selección de problemas que investigan, al tipo de fuentes empleadas, uso de datos, etc.
Cuatro aproximaciones diferentes:
• Psicohistoria, refutada y descartada
• Demográfica, de los sentimientos, de la economía doméstica. Cada una ha hecho una aportación individual y significativa, cada una
representa una importante tradición en las ciencias sociales. Las tres son necesarias si se desea obtener una imagen ajustada y sensible.

2. La aproximación demográfica
Fue a mediados de la década de los cincuenta cuando un grupo de demógrafos franceses perfeccionó la vieja técnica de utilizar los
registros parroquiales de bautismos, entierros y matrimonios para establecer una relación entre las anotaciones referentes a un mismo
individuo y familia. Los descubrimientos derivados de esta “reconstrucción de las familias” indujeron a otros investigadores a adoptar
sus métodos y a aplicar esta aproximación demográfica a otras fuentes de datos. Los principios básicos que animan esta aproximación se
inspiran en los métodos de las ciencias naturales y en las ciencias sociales cuantitativas. Los que trabajan dentro de esta tradición han
dirigido su atención a fuentes que incluyen poblaciones enteras. Aunque esto ha limitado la gama de temas que pueden cubrir, sobre
estos temas han creado inmensos bancos de datos.

1. Tasas de nupcialidad y edades de matrimonio

En Europa occidental hubo un modelo de matrimonio casi único en la historia desde 1600 –y probablemente desde los tiempos
medievales hasta finales del siglo XIX. Por ejemplo, el matrimonio era tardío. El problema fundamental es que la investigación ha
puesto mayor énfasis en la descripción que en el análisis y que se ha llevado a cabo de tal forma que es poco probable que surjan
interpretaciones fácilmente verificables.

II. Modelos de natalidad

Al igual que en los trabajos sobre el matrimonio, hasta ahora se ha prestado mayor atención a la descripción que al análisis, y los
distintos descubrimientos no forman un conjunto coherente. Pero algunos puntos están bastante claros. Antes que finalizara el siglo XIX
la combinación de una edad de matrimonio más avanzada y de intervalos relativamente largos entre los nacimientos dio lugar a un
tamaño medio de familia completa (número de hijos nacidos por mujer) que en la mayoría de las regiones oscilaba entre 5 y 6.5. Lo más
significativo no es la reducción del número de hijos, sino su nueva distribución a lo largo del ciclo de la vida matrimonial. El principal
efecto de la limitación de al fertilidad a partir de 1900 ha consistido en restringir los partos a los primeros años de la vida matrimonial.
Junto con el descenso de la mortalidad adulta, la consecuencia de esto ha sido que a finales del siglo XX una mujer que se casa en la
edad media de matrimonio puede esperar vivir casi cincuenta años tras el nacimiento de su último hijo.

III. Embarazos extramatrimoniales

Desde comienzos del siglo XVIII, la historia de los embarazos matrimoniales pasa por tres fases distintas que muestran un paralelismo
en todo el mundo occidental. 1- el siglo XVIII y los comienzos del XIX fueron épocas de constante incremento tanto de los nacimientos
ilegítimos como de los embarazos prematrimoniales. 2- este incremento de la ilegitimidad se detuvo en algún momento del siglo XIX y

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las tendencias tomaron el camino opuesto, con un descenso que se prolongó lentamente hasta la segunda guerra mundial. 3- la tercera
fase corresponde al período de la posguerra y tomó la forma de un espectacular aumento que aún perdura en algunos lugares. Sin
embargo, junto a estas tendencias paralelas hubo también variaciones significativas.

IV. Tamaño y componentes de la unidad familiar

En la mayoría de las sociedades occidentales la tradición popular ha mantenido que en la Europa preindustrial las unidades familiares
eran relativamente extensas y de estructura compleja. Durante mucho tiempo se dio crédito a una idea similar en círculos académicos
donde la autoridad más citada era Frederic LePlay. Éste describió en la segunda mitad del siglo XIX, tres tipos ideales de familia:
i. la patriarcal, que daba gran importancia a la estabilidad, la autoridad, el linaje y la tradición, lo que llevaba a un amplio grupo
doméstico;
ii. la familia-tronco, que contaba también con un elemento patriarcal estable, pero generalmente restringía la corresidencia y la sucesión
a un hijo del patriarca y sus descendientes;
iii. la familia inestable, característica de las poblaciones obreras urbanas que se basaba en la unión de dos individuos, sobrevivía sólo el
tiempo que estos lo hacían y lanzaba a sus hijos al mundo en cuanto podían independizarse.
Peter Laslett empezó a reunir datos que indicaban que, al menos en Inglaterra, las unidades familiares extensas y complejas no habían
sido nunca frecuentes. Demostraba en su escrito que el tamaño medio de la unidad familiar en Inglaterra se mantuvo más o menos
constante, en torno a 4,75 desde el siglo XVI pasando por toda la era de la industrialización, hasta finales del siglo XIX, cuando un
constante descenso lo estabilizó en la cifra de 3 en los censos contemporáneos. Esto hizo pensar a Laslett que la familia-tronco no había
sido muy corriente en la Inglaterra pre-industrial. Los datos sobre la composición de la unidad familiar también parecían confirmar dicho
punto de vista. Los datos expuestos en la Conferencia de Cambridge sobre otras partes del mundo llevaron a Laslett a pensar algo aún
más interesante: que el modelo de familia-tronco nunca había sido una característica importante de la sociedad europea o
norteamericana. Así, llegó a la conclusión de que la familia nuclear pudo haber sido una de las características fundamentales y
duraderas del sistema de la familia occidental junto con el modelo de matrimonio europeo.
Otros descubrimientos que han salido a la luz como consecuencia del análisis de la unidad familiar. Uno de ellos es el hecho de que
aunque en el pasado no eran frecuentes los parientes como miembros secundarios de la unidad familiar, sí lo eran en cambio los no
allegados de distintas clases. Normalmente, estos inquilinos eran igual que los sirvientes, jóvenes solteros, y formaban pequeños grupos
de unos tres por unidad familiar. Hasta cierto punto las alternativas de la gente joven en las primeras etapas de su ciclo vital debieron
consistir en dejar el hogar para ir a servir, instalarse como huéspedes, vivir con sus parientes o continuar residiendo en casa con sus
padres. La investigación sobre el período a partir de 1850 ha puesto de manifiesto el declive continuo tanto del hospedaje como del
servicio y la aparición de un nuevo modelo en el que la residencia entre familia es la norma entre los jóvenes hasta que el matrimonio, la
universidad o una carrera les aleja del hogar. Como resultado de éstos y otros cambios en los últimos cien años se ha transformado por
completo el modelo de transición a la edad adulta con una significativa comprensión del número de años durante los cuales la mayoría
de los individuos empiezan a trabajar, se casan y crean su propia unidad familiar.

V. Crítica de la aproximación demográfica

Críticas que pueden agruparse en cinco apartados.

a) La calidad de los datos

La mayor parte de las listas anteriores al censo, e incluso de los primeros censos, plantean serias dificultades de interpretación y
comparación. Para los períodos anteriores es necesario partir de supuestos demasiados generales sobre lo que significan, y supuestos que
resultan menos fiables cuando se establecen comparaciones entre diferentes siglos y sociedades. No son sólo las listas de unidades
familiares las que plantean problemas acerca de la calidad de los datos. La mayoría de los datos sobre nacimientos y matrimonios
provienen de una reconstrucción de la familia. Pero la reconstrucción de la familia sólo es valida en la medida en que los registros
parroquiales son completos.

b) La atipicidad de Inglaterra

Las especulaciones originales de Laslett sobre la composición de las unidades familiares se basaban casi exclusivamente en datos
ingleses. Algunos investigadores han atacado a Laslett por haber basado su argumentación en datos insuficientes que ignoraban la
variabilidad interregional característica de la Europa preindustrial como por haber tratado de eliminar la hipótesis de la familia-tronco
sin tener en cuenta las zonas de Europa en las que LePlay había postulado su existencia. Así pues, parece que el modelo de unidad
familiar rural de la Europa preindustrial fue distinto al de Inglaterra, norte de Francia, Norteamérica y Paises Bajos, único tanto por su
bajo porcentaje de unidades familiares complejas como por la hegemoneidad global de los modelos de unidades familiares. Por el
contrario, en el este y en el sur predominaban las regiones de una complejidad mucho mayor, mientras que en el norte de Europa había
un modelo localmente más variado.

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c) Le mal des moyennes o las medidas carentes de sentido

La mayor parte de las cifras relativas a la composición de la unidad familiar se han obtenido al nivel de la comunidad. Se ha criticado
tanto los indicadores empleados como el énfasis puesto en las estadísticas a nivel de comunidad. Éstas dan una impresión equivocada al
silenciar una de las facetas fundamentales de la vida familiar: la composición cambiante de la unidad familiar a lo largo del ciclo vital. A
pesar de todo –y éste es el punto esencial- aunque no haya una unidad familiar característica de la familia-tronco, sigue habiendo una
organización basada en este tipo de familia, puesto que, a su debido tiempo, la siguiente generación repetirá el mismo proceso. Existe
una tercera línea de ataque que es más difícil de rechazar. Un cierto número de investigadores ha formulado interrogantes sobre la
validez de unos análisis de la composición de las unidades familiares que ignora las posibles variaciones entre los grupos
socioeconómicos y dan lugar a lo que ellos llaman medias en buena medida carentes de sentido.

d) El problema del significado

Los problemas de significado surgen a dos niveles. El primero, ya aludido, es el problema del significado del comportamiento para la
persona que lo estudia. Sin embargo, el problema de lo que significaban los datos para quien los registró es tan sólo parte del problema
más amplio de lo que el comportamiento significaba para los contemporáneos en general. Es constante y natural la tentación de sacar del
comportamiento demográfico conclusiones sobre las actividades en que podría o no basarse. Tales conclusiones, que no se basan en
prueba alguna sobre las actitudes, son en el mejor de los casos peligrosas y en el peor sumamente engañosas. Es precisamente en el
contexto de la composición de la unidad familiar en el que los críticos han llamado más la atención sobre este problema. Para Laslett, la
larga “persistencia” y la amplia difusión de un sistema de familia nuclear es una de las características clave del sistema familiar
occidental. Algunos otros investigadores, por el contrario, han sugerido que la variabilidad de las actitudes que pudieron darse dentro del
marco de la familia nuclear tiene una importancia infinitamente mayor que la estabilidad del marco en sí. Las estadísticas sobre la
composición de la unidad familiar nunca podrán decirnos por sí solas el significado y las expectativas asociados al comportamiento. Aún
más problemática es la cuestión crucial de si las reglas que rigen una determinada forma de unidad familiar han formado siempre parte
de la tradición occidental. Deducir (como hace Laslett) unas formas familiares de unas formas de unidad familiar encierra uin pelgro
evidente, y el hecho de que los datos acerca de la unidad familiar hayan sido rigurosamente obtenidos no debe llevarnos a exagerar su
importancia o lo que se puede deducir de ellos.

e) El problema de la teoría

En primer lugar, aparece el problema de si el conocimiento de la composición de una unidad familiar nos dice siempre lo mismo –o
incluso algo parecido- sobre la actividad familiar. Por ejemplo, para muchas actividades familiares resultará irrelevante la composición
exacta del grupo doméstico (por intervención de parientes que no son corresidentes, o porque afectan sólo a algunos miembros). Por
ello, comparar la composición de la unidad familiar bajo dos conjuntos diferentes de circunstancia sin tener en cuenta estos cambios más
amplios es empeñarse en un ejercicio estéril desprovisto de significado social. Y dedicar excesiva atención a comparaciones de carácter
demográfico es pasar por alto muchos de los cambios más importantes en el funcionamiento de la familia y el parentesco en sociedades
concretas. Por lo general, el trabajo de carácter demográfico se ha ocupado de la actividad familiar al margen de su contexto
socioeconómico, y en su análisis comparativo de la estructura ha ignorado las repercusiones evidentemente variables tanto para el
individuo como para la sociedad de las mismas formas familiares y tipos de comportamiento en contextos económicos y políticos
diferentes. El tratamiento de la unidad familiar y de la conducta familiar al margen de la estructura social más amplia (“demografía en
un termo”) no sólo genera un tipo de comparabilidad muy superficial basada exclusivamente en una forma exterior, sino que también ha
tenido repercusiones importantes en los métodos adoptados. Las comunidades a estudiar han sido seleccionadas por la calidad de los
datos demográficos y no por su contribución teórica a los problemas y la disponibilidad de datos sobre otros aspectos de la estructura
social.

3. La aproximación a través de los sentimientos


Las figura más destacadas de esta corriente parecen sustentar la tesis radial de que para comprender debidamente la historia de la familia
debemos preocuparnos sobre todo no por la estabilidad o el cambio en la estructura, sino por los cambios en los significados, no por “la
familia como realidad, sino por la familia como idea”. Cuatreo estudios generales dominan los trabajos en este campo: Centuries of
childhood, de Ariès, Making of the modern family, de Shorter, Family, sex and marriage in England 1500-1800 de Stone y Families in
former times de Flandrin. Desde un punto de vista superficial, hay muchas diferencias entre sus análisis; sin embargo, sus
metodologías, interpretaciones y conclusiones generales tienen mucho en común y también comparten muchos defectos. Es en su
preocupación básica por la aparición de las relaciones sociales “modernas” donde se aprecian con mayor claridad sus intereses comunes.
La aproximación demográfica partía de un conjunto concreto de documentos que condicionaban sus preguntas y conclusiones. Los
autores de la escuela de los sentimientos empezaron con una serie de preguntas sobre las ideas asociadas a la conducta de la familia y s
enfrentaron luego al problema de encontrar material documental adecuado que arrojara luz sobre dichas ideas. Vienen a agravar este
problema las diferencias regionales y socioeconómicas de los sentimientos en un determinado momento, el hecho de que en cualquier
grupo de población pueda haber simultáneamente más de un conjunto de actitudes en una misma época, y el hecho de que las actitudes

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no cambien de la noche a la mañana, de manera que es posible que formas antiguas y nuevas coexistan durante un siglo o más. Además,
es francamente difícil demostrar categóricamente la aparición de nuevos modelos de comportamiento debido a la necesidad de decidir si
ese comportamiento es realmente nuevo en un determinado período o, por el contrario, simplemente aparece por primera vez en ese
período en las fuentes disponibles. Los problemas de las fuentes resultan casi insuperables a causa de la escasa fiabilidad de las
afirmaciones de los médicos, pequeños burócratas, etnógrafos y folkloristas de la época que son las fuentes principales utilizadas hasta
ahora. Cualquier intento de presentar un cuadro coherente con esta mezcla de información aleatoria está destinado a ser provisional y a
implicar a veces derroches de imaginación; sin embargo, el problema se ha visto agudizado con frecuencia por un tipo de literatura en el
que la especulación o la pura fantasía es presentada como si de hechos demostrados se tratara. Estas son críticas serias. Pero estos
investigadores son prácticamente los únicos que han publicado trabajos sobre los problemas del significado, y en muchos aspectos el
conjunto de pruebas que han reunido es lo bastante sólido como para incitar a otros a hallar nuevas fuentes y desarrollar nuevas formas
de abordar esta tarea esencial. Por ejemplo, todos ellos señalan la creciente caracterización de la familia conyugal (los padres y sus hijos
solteros) como grupo social. Los autores de esta escuela coinciden en que en el siglo XVI la idea de grupo nuclear como unidad
claramente diferenciada, con un derecho reconocido a mantener sus diferencias a través de normas de intimidad, era desconocida entre
casi todos los sectores de la población. Quizá lo más importante de todo sea la importancia dada a la inserción del individuo y la unidad
familiar en una comunidad más amplia, a la abundancia de fuertes relaciones no familiares y a un sentido comunitario. Igualmente, se
hace hincapié en la amplitud de las interferencias y la supervisión de la comunidad. Un elemento esencial de los argumentos de este
grupo de autores es una descripción de las relaciones familiares marcadamente distinta de las de épocas posteriores. Así, se afirma que
en el siglo XVI –y mucho después en gran número de regiones- la conducta familiar se caracteriza por fuertes dosis de deferencia,
patriarcado y autoritarismo. Otro tema sobre el que se ha insistido mucho es el bajísimo nivel afectivo.
Los principales autores de esta escuela, tomando este cuadro general como punto de partida, describen un gradual distanciamiento con
respecto a esta familia patriarcal relativamente poco emotiva, abierta e indiferenciada. El creciente individualismo fue acompañado de
una creciente diferenciación de la familia conyugal como unidad social privada y aparte y de un creciente hincapié en la autonomía y los
derechos individuales. Al mismo tiempo disminuyó el papel de los intereses familiares y se empezó a prestar mayor importancia a la
emoción como base de las relaciones familiares. Para Stone, el cambio esencial es el paso “del distanciamiento, la deferencia y el
patriarcado a lo que he dado en llamar Individualismo Afectivo”. Para Shorter y Flandrin el sentimiento y la consideración adquieren
cada vez más importancia, para Ariès el bienestar físico y emocional del hijo pasa a ser preocupación esencial. Únicamente Macfarlane
ha puesto seriamente en duda este argumento, y su aplicación generalizada a Inglaterra y quizás a Norteamérica. Dice que parte de los
datos de Stone es irrelevante para su trabajo y que Stone sólo pudo llegar a las conclusiones a las que llegó porque tenía ideas
preconcebidas sobre las tendencias que iba a encontrar.
Los principales autores de la corriente coinciden en las tendencias fundamentales. En lo que no siempre están de acuerdo es en la
cronología, en los grupos sociales en los que primero se produjeron los cambios, y, sobre todo, en las causas de los cambios.

I. La segregación De la unidad conyugal: vida privada y vida doméstica

A lo largo de los cuatro siglos la permeabilidad de la familia cambió, seguramente primero entre la burguesía y los terratenientes, y más
recientemente ente las masas trabajadoras y la aristocracia, probablemente primero en Norteamérica e Inglaterra en el siglo XVII,
después en Francia a finales del siglo XVIII, y aún más tarde en ciertas partes de Europa oriental. Se ha dicho que, en parte, esto sucedió
porque los controles sociales externos se relajaron a comienzos del siglo XVI, peor se reforzaron a finales del siglo XVII y en el XVIII.
Paralelamente a estos cambios externos se produjo una creciente valoración de la vida privada. También se produjeron cambios dentro
del hogar. La arquitectura doméstica varió, produciéndose una segregación entre las habitaciones de dormir, las de comer y las de
trabajar, en tanto que la introducción de pasillos creaba un espacio para que las familias más opulentas pudieran estar seguras de no ser
molestadas por extraños. Hay un tercer elemento: el creciente énfasis en la vida doméstica. La familia conyugal no sólo se quedo aislada,
sino que además se convirtió en objeto de veneración, al igual que la cultura de “la auténtica mujer de su casa” asociada en gran medida
a ella. El hogar se empezó a considerar como un refugio en el que resguardarse de las presiones de un mundo competitivo de carácter
capitalista.

II. Cambio de actitudes hacia las relaciones interpersonales

Sin embargo, estos autores, simultáneamente a la creciente autonomía y cohesión de la familia, constatan un incremento de la autonomía
y los derechos del individuo. No hay duda de que el argumento de que el naciente individualismo fue un factor importante en la gran
transformación de las sociedades occidentales a partir de la Edad Media cuenta con una larga genealogía intelectual. Pero lo que ha
hecho este grupo de historiadores es destacar las implicaciones del creciente individualismo para las relaciones entre los miembros de la
familia conyugal. Una mayor emotividad en las actitudes ante la muerte es en sí una manifestación del segundo cambio importante en las
relaciones interpersonales: el platillo de la balanza ya no se inclina por los intereses sino por los sentimientos. Stone y Shorter, en
particular, subrayan la creciente insistencia en la búsqueda de la felicidad como meta, convirtiéndose el matrimonio en una fuente de
placer, tanto emocional como sexual, para un mayor número de personas. También los cuatro investigadores coinciden en que los niños
se benefician de un entorno familiar más acogedor y cálido.

III. Elección del cónyuge

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Stone, Trumbach y Shorter han dedicado especial atención a la cuestión de los cambios producidos tanto en la forma de elegir cónyuge
como en el criterio seguido para dicha elección. Shorter sugiere que a finales del siglo XVIII se inició entre las clases trabajadoras una
“revolución romántica” por la que la elección personal y las consideraciones afectivas reemplazaron a los criterios instrumentales como
principio fundamental en la elección del cónyuge. Este modelo se difundió a través de clases y sociedades durante el siglo XIX hasta
llegar a ser predominante en el XX. El cuadro que presenta Stone es mucho más complejo. Distingue tres elementos que determinan la
elección del cónyuge: el hecho de que sean los padres o el hijo quienes toman la iniciativa, las posibilidades de veto de la otra parte y las
instituciones que regulan el encuentro y el noviazgo. En el criterio de elección distingue cuatro elementos distintos: el “interés”, el
“afecto mutuo”, el “romance” y la “atracción sexual”; afirma que la importancia relativa de cada uno de ellos aumentó, aunque ninguno
fue reemplazado por completo. Stone sugiere, pues, no tanto una sustitución de una serie de valores por otra como un cambio en la
importancia relativa dada a un conjunto más o menos constante y también, aunque sólo hasta cierto punto, un cambio en el equilibrio de
fuerzas entre padres e hijos.
Los temas que se incluyen en este debate son complejos, aunque escasean las pruebas de primera calidad. La prueba más plausible
mostraría un cuadro de las siguientes características. Allí donde los padres controlaban los recursos vitales para el futuro nivel de vida
de sus hijos, podían influir notablemente en la elección del cónyuge. Tal fue el caso de la mayoría de los grupos de clase medía y alta
hasta finales del siglo XIX. En cambio, esta autoridad ha sido siempre mucho menor entre las clases asalariadas. También variaban los
móviles de los padres para intervenir en los noviazgos de sus hijos. En cuanto al criterio para la elección del cónyuge, el cuadro es
igualmente complejo. Parece conveniente distinguir entre el interés de carácter externo (el de los padres, los parientes y la comunidad en
asegurarse el adecuado tren de vida o aportar a la familia honor, riquezas o negocios) y el interés inmediato de los afectados. Sin
embargo, entre la sólida clase media, una segunda idea comenzó a cobrar fuerza, una idea que destacaba la importancia de “la unión de
los corazones” y el “entrelazamiento de los afectos”.

IV. Las funciones del matrimonio

Se considera que antes del siglo XVII el matrimonio era de carácter formal y estaba ligado a las funciones extrínsecas, es decir, a la
merca supervivencia para las masas, a la producción y la reproducción para el campesinado y el ascenso social para los grupos sociales
más altos. Sin embargo, el cambio se produjo al menos en el siglo XVII en Inglaterra y Norteamérica, y a partir de finales del siglo
XVIII en Francia. El compañerismo, el afecto de por vida y una “honorable” dimensión sexual entraron a formar parte del matrimonio
entre las clases medias y el sexo empezó a ser considerado no como una obligación sino en su acepción moderna de expresar, apoyar y
reforzar el amor.

V. Ilegitimidad y actitudes cambiantes hacia el sexo

La historia de la ilegitimidad y el sexo prematrimonial en Occidente es una historia de ciclos. Partiendo de un punto bajo en el siglo
XVII, las tasas se elevaron en general a mediados del siglo XIX, volvieron a descender durante la segunda guerra mundial y se
incrementaron espectacularmente a partir de entonces. Algunas interpretaciones recientes al respecto sugieren que en estas
modificaciones de la conducta sexual no conyugal intervinieron cambios en la actitud hacia la sexualidad. Sin embargo, debido a la
dificultad de conseguir datos sobre las actitudes hacia el sexo, las pruebas a favor son sobre todo por defecto, dado que los autores
rechazan las explicaciones alternativas. Otro planteamiento interesante es el que sugiere que los cambios fueron debidos no a una mayor
actividad sexual en un determinado sector de la población sino a cambios en el porcentaje de la población sino a cambios en el
porcentaje de la población que formaba parte de los grupos sexualmente más activos. Por ejemplo, Stone, Scott y Tilly, interpretan así el
crecimiento en los siglos XVIII y XIX, y sugieren que los sectores de la población cuyas vidas no estaban determinadas por la herencia
de una propiedad o por la necesidad de acumular capital, siempre fueron sexualmente menos inhibidos. Aún cuando se hubiera
producido un incremento real en la propensión de las mujeres a tener hijos ilegítimos, sigue en pie el problema de si esto fue el
resultado de un cambio no en las actitudes sino en el contexto social en el que tenía lugar el noviazgo. Los argumentos en general no
atribuyen las fluctuaciones de la ilegitimidad a cambios fundamentales en las actitudes hacia la conducta sexual. Pero los investigadores
de la escuela de los sentimientos han aportado sin embargo importantes argumentos a favor de tal atribución. Hay varias versiones de
esta postura. La primera es defendida, con ligeras variantes, por Flandrin, Phayer y Stone y hace hincapié en los deseos y posibilidades
de la Iglesia de reprimir la sexualidad rodeándola de inhibiciones morales. Los argumentos son plausibles pero está el problema de
establecer la conexión histórica entre los actos relativamente bien documentados de las autoridades religiosas y las actitudes populares
casi totalmente inaccesibles. Este problema de encontrar pruebas suficientes es aún más evidente en el caso de la tesis de Shorter de que
el importante incremento de la ilegitimidad antes del siglo XX en las sociedades occidentales no fue únicamente el resultado de una
disminución de las inhibiciones, sino también de un hecho positivo: la transformación de las actitudes populares respecto al sexo. No es
de extrañar que sus argumentos hayan sido atacados. Se ha señalado que el ejemplo de Shorter está basado fundamentalmente en
asociaciones especulativas entre hechos históricos como el creciente aumento del trabajo remunerado de la mujer y el incremento de la
ilegitimidad, sin intentar documentar mínimamente los procesos causales en juego.

VI. Padres e hijos

En la sociedad medieval no existía la idea de la infancia como una fase aislada del ciclo de la vida humana. Una vez que los seres
humanos podían vivir sin la solicitud constante de sus madres entraban a formar parte de la sociedad adulta. El posterior análisis de

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Ariès carece de precisión en cuanto a los detalles, la cronología y, sobre todo, las diferencias entre las clases sociales en las tendencias
que describe. Sin embargo, hay unos puntos básicos claros. Por una parte (entre la aristocracia y las clases instruidas a partir del siglo
XVII) aparecieron trajes, juguetes, juegos y literatura específicamente creados para los niños, así como nuevas actitudes hacia la
educación, de forma que la separación ente la infancia y la edad adulta se hizo cada vez mayor. Así nació el concepto moderno de la
paternidad y maternidad, con sus deberes y obligaciones hacia el niño y hacia la sociedad. Es en este contexto en el que Ariès quiere
que se interpreten muchas de las prácticas de educación de los niños en generaciones anteriores –los azotes, el fajamiento, etc., etc.-,
prácticas que continuaron entre las clases trabajadoras en muchas regiones de Europa hasta finales del siglo XVIII e incluso hasta
entrado el XIX. Pero, puesto que los cambios de conducta se produjeron, ¿cómo interpretarlos? Sería un error descartar cualquier
posibilidad de cambios de actitud. Los problemas suscitados por estas cuestiones se aprecian de forma clara en las críticas hechas a los
intentos de Shorter de investigar los cambios en las actitudes de la clase trabajadora hacia la educación de los niños. Pero como ha
señalado Sussman el comportamiento de las madres de confiar sus niños a una nodriza puede tener dos explicaciones alternativas. Una
de ellas es que se creyera que confiar a los niños a una nodriza era más aseguro en una época en que no había alternativas fiables al
amamantamiento; la otra, que tuviera su origen en condiciones económicas apremiantes. Sussman considera que la principal explicación
de las nodrizas es la necesidad de que las mujeres casadas, si las familias no querían morirse de hambre, participaran en una forma de
actividad laboral que, por sus características, impedía dar el pecho.

VII. Los promotores del cambio social

La escuela de los sentimientos no sólo destaca la importancia de los significados y las actitudes que rodean a la conducta familiar, sino
que también considera que los cambios en dichos significados y actitudes se producen sobre todo como consecuencia de un cambio
cultural mucho más amplio. Por ejemplo, para Shorter, el cambio en la familia es un reflejo de la sustitución de la economía “moral”
tradicional por un “capitalismo de mercado”. Para Stone, por el contrario, los cambios en la familia entre finales del siglo XVI y finales
del XVIII van indisolublemente unidos a los cambios en el pensamiento religioso, filosófico y político, así como también a las actitudes
populares hacia el papel y los derechos de los individuos en la sociedad. En el trabajo de Flandrin se observa un énfasis similar en la
Ilustración, por un lado, y en la cambiante doctrina religiosa por otro, mientras que a Trumbach le interesa destacar la importancia del
creciente sentimiento igualitario. Uno de los problemas de estos argumentos, mutuamente contradictorios, por intuitivamente plausibles
que puedan ser uno o varios de ellos, es el de establecer el impacto real de los cambios en las ideas generales filosóficas, religiosas,
políticas o económicas sobre la conducta de la familia incluso entre la minoría educada, por no hablar de la masa de la población.
También se plantea una cuestión más general: el papel de los factores culturales como explicación suficiente del cambio familiar. Salvo
excepciones, estos autores presentan un cuadro del sistema cultural de la familia completamente aislado de las relaciones de mercado y
de trabajo de sus componentes. Apenas se menciona el cambio económico. Como ha demostrado la escuela de la economía doméstica, el
capitalismo trajo consigo cambios en todo el conjunto de las condiciones en las que la “libertad” era posible. Al ignorar todos estos
cambios vitales en la economía política de la familia este grupo de investigadores acabó también con una historia parcial de la familia.
Llamar la atención sobre el papel de los factores económicos en el cambio de la familia ha sido una importante contribución de la
escuela de la economía doméstica. Pero sigue faltando un relato realmente satisfactorio acerca de la relación entre la aparición de ideas
tales como la intimidad, la vida doméstica y los cambios en las emociones, por un lado, y las transformaciones económicas del período
de 1700 a 1870, por el otro.

4. La aproximación a través de la economía doméstica

Los orígenes intelectuales y los objetivos de este grupo de autores son muy diversos. Lo único que tienen en común es su interés por los
procesos sociales en que se apoyó la estructura familiar en el pasado y, más concretamente, el deseo de investigar el funcionamiento de
tales procesos a través de su impacto en la familia como unidad y en las relaciones entre sus miembros. Tratan de interpretar las
unidades familiares y las familias sobre todo en el contexto del comportamiento económico de sus componentes. Este grupo, es el que
parece más influido por la metodología de las ciencias sociales (y en particular de la sociología y la antropología social). Por ello los
problemas que plantean no están inspirados en fuentes u observaciones de la familia existente, sino en teorías basadas en las ciencias
sociales sobre la configuración de las relaciones sociales y del cambio en las relaciones. Se presta especial atención a las formas y las
condiciones en las que los recursos (incluyendo los humanos) quedan a disposición de la familia y sus miembros, a la estrategia que se
puede emplear para engendrar y explotar recursos y a las relaciones de poder que surgen como consecuencia de estas actividades. Pero
¿cómo demostrar la influencia de dichos factores si los implicados son a menudo inconscientes de su existencia? En sus trabajos la
solución habitual ha sido utilizar una metodología explícitamente comparativa.

I. Herencia

Se puede encontrar una introducción al trabajo de esta escuela consultando las obras más recientes sobre las consecuencias de las
distintas prácticas en materia de herencia para el comportamiento de la familia. Las prácticas varían mucho en las diversas sociedades
occidentales, y aún hay lagunas en el conocimiento acerca de la naturaleza y la cronología de los cambios en las leyes sobre la herencia
en muchos lugares. En la mayor parte del norte y del oeste de Europa había sistemas que tendían a la indivisibilidad, pero en Alemania
occidental era en su mayor parte divisible. El sur se inclinaba mayoritariamente hacia la divisibilidad, aunque se daban muchas

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variaciones locales que todavía no han sido estudiadas en detalle. Y las costumbres locales que regían la transmisión de la tierra eran aún
más variadas que los modelos legales y son aún menos conocidas. Pero ¿por qué son importantes estas diferencias? Según Jack Goody:
“La transmisión mortis causa no es sólo el medio a través del cual se reproduce el sistema social…; es también la forma en la que se
estructuran las relaciones interpersonales”. La transmisión de la propiedad no sólo permite a algunos acceder a bienes que generan
riqueza, sino que también, por la forma y el momento del ciclo vital en que se transmite, tiene ramificaciones potencialmente mucho más
amplias para la estructura, la demografía y el carácter de las relaciones familiares. El problema principal es que las prácticas en materia
de herencia no se pueden abstraer del conjunto total de conductas seguidas por los individuos y las familias para mantener y en lo
posible aumentar su capacidad de generar recursos; las leyes y costumbres sobre la herencia son sólo uno de los muchos imperativos
sociales y económicos interrelacionados que pesan sobre la conducta familiar.

II. La economía familiar del campesino occidental

La idea central adoptada por esta aproximación es la de las “estrategias”, con frecuencia inconscientes, empleadas por los miembros de
la familia para mantener el nivel de vida acostumbrado tanto para ellos en el presente como para ellos y sus descendientes en el futuro.
Los tipos de estrategias disponibles están limitados en una serie de aspectos: por las posibilidades de la familia de generar recursos; por
el modo de producción en el que la familia está inmersa; por las relaciones generadoras de renta implícitas en este modo de producción;
por las leyes y las costumbres relativas a la adquisición de la propiedad (incluyendo la herencia); etc., etc. El recurso principal del
campesino era la tierra, de forma que las estrategias familiares estaban limitadas por las condiciones en las que se podía obtener la tierra
y por la cantidad de mano de obra que se necesitaba para trabajarla. Uno de los principales problemas de la familia campesina era, desde
este punto de vista, la necesidad de asegurar que hubiera suficiente mano de obra disponible para satisfacer las necesidades presentes y
futuras mientras aún no había demasiadas bocas que alimentar para la capacidad de generar recursos de los medios de producción. Por
una parte era necesario evitar los matrimonios sin hijos, que no proporcionaban una garantía para la vejez; por otra parte, un número
excesivo de hijos suponía una amenaza para la subsistencia. Sin embargo, en algunos lugares el problema se resolvía con una o más
respuestas estratégicas. Los cambios en la composición de la unidad familiar y las diferencias entre regiones se han interpretado de
manera similar a través de modelos estratégicos relativamente sencillos. En lo que hace a otra variable fundamental en los modelos
utilizados por los investigadores de esta escuela, el acceso a los recursos y su impacto en la dinámica interna de las relaciones familiares,
Löfgren describe así los principales problemas del campesino: “La producción campesina se basaba en gran medida en una división
doméstica del trabajo según el sexo y la edad. Esto hacia del matrimonio una condición necesaria para una unidad agrícola viable, y la
situación de los campesinos solteros era difícil, por no decir algo más. (…) El problema fundamental era cómo y en qué términos se
habían de formar las nuevas unidades de producción y, en consecuencia, los nuevos matrimonios.”Se trata de un problema complejo; los
recursos en juego eran sobre todo la tierra, pero también el equipo, el ganado, la vivienda y los derechos a los pastos comunales o a la
pesca, la caza o la recolección. Al margen del sistema empleado, mientras los padres continuaron siendo la principal fuente para adquirir
los medios de producción y disfrutaron de la capacidad de decisión sobre la forma de distribuirlos entre los hijos, la dinámica interna de
la vida familiar estuvo decisivamente influida por cuándo y cómo ejercieron aquella capacidad. Así, el mejor modo de describir estas
unidades familiares campesinas es decir que implicaban una interdependencia mutua aunque con posibilidades de conflicto y
desconfianza tanto entre generaciones como dentro de cada una de ellas.

III. La proletarización de la mano de obra

Las condiciones estructurales en las que tenían lugar las actividades generadoras del sustento para el jornalero sin tierras eran bastante
distintas de las del campesino. Mientras que la unidad familiar campesina servía de centro a una actividad económica en la que la
generación mayor coordinaba y dirigía el trabajo de los más jóvenes en un proceso conjunto de producción, las actividades productivas
de al menos algunos miembros de la familia del jornalero agrícola eran dirigidas y coordinadas por extraños y no en interés de la
familia, sino en el suyo propio. En general el nivel de vida de las familias trabajadoras dependía mucho más de unos medios de
producción que no controlaban. Si la edad de matrimonio y la fertilidad entre los campesinos estaban condicionadas por la necesidad de
esperar a que se hubieran adquirido recursos generadores de rentas y por la necesidad de restringir el número de hijos a los que sustentar
en la siguiente generación, la carencia de algo que distribuir entre las siguientes generaciones debería haber acabado con tales
condicionamientos; de hecho, como la máxima capacidad de obtener ganancias se tenía cuando se era joven, se puede pensar en
presiones en el sentido contrario. También entre el siglo XVII y principios del XIX se produjeron con creciente rapidez cambios
estructurales similares tendientes a la proletarización entre el sector de la población rural que se dedicaba a la producción artesanal, cada
vez más orientada a lejanos y anónimos mercados de masas a través del putter-out [Empresario que encargaba la producción de
mercancías, de cuya venta se ocupaba, a unos artesanos que trabajaban en pequeños talleres o incluso en sus casas y a los que facilitaba
en ocasiones las herramientas y las materias primas]. Dado que la producción iba dirigida a un mercado capitalista cada vez más
inestable, las ganancias del trabajador variaban espectacularmente de un año a otro. Ciertos procesos básicos actuaban de manera muy
diferente en estas familias, con consecuencias importantes para las actitudes adoptadas por sus miembros. Sobre todo, la fundación y
continuidad de la familia como unidad de producción y consumo dejo de estar ligada a la transmisión de la propiedad a través de la
herencia. Fue reemplazada por la posibilidad de fundar una familia primordialmente como unidad de trabajo. Los investigadores han
atribuido a estos factores el descenso en la edad de matrimonio y los aumentos en la fecundidad que a menudo siguieron a la
protoindustrialización.

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¿Qué hubo de nuevo en la industrialización y las migraciones en masa del siglo XIX por lo que se refiere a sus efectos en la familia?
Estudios recientes, lejos de ofrecer la casi universal imagen de desorganización y ruptura de las relaciones familiares brindada por
muchos investigadores, han destacado la gran influencia de las actitudes “tradicionales” en las estrategias adoptadas por aquellas
familias cuyos miembros empezaron a participar en las fabricas y en otras formas de organización capitalita del trabajo a gran escala.
Los mismos estudios subrayan también la necesidad de los empresarios de adoptar estrategias de reclutamiento laboral que no se
opusieran de forma drástica a esos mismos sistemas de valores “tradicionales”. La continuidad fue grande. Una gran parte de la
industrialización fabril tuvo lugar en pequeñas comunidades de aldea, e incluso cuando afectó a las ciudades, sólo una minoría de la
población adulta empleada participó habitualmente en el trabajo en las fábricas. Lo más frecuente era que la emigración y la entrada en
la fábrica fueran actos realizados dentro de un contexto social de orientación familiar; en su mayor parte, la emigración se encauzaba
hacia lugares concretos en los que las posibilidades a disposición del emigrante se ajustaran a ser posible a los conocimientos y el
potencial económico del emigrante y su familia y se plantearan en un contexto que no estuviera en conflicto con los valores de la
comunidad de procedencia. Las razones familiares determinarían con frecuencia el momento y la dirección de la emigración: hombres y
mujeres jóvenes enviados lejos de casa para que remitieran el excedente de sus salarios con el fin de mantener a sus hermanos menores
en casa o ahorrar para su propio matrimonio. El modelo implicaba, pues, una respuesta sumamente flexible a las nuevas situaciones y
una cierta continuidad para muchos de los implicados: pero también implicaba sutiles diferencias entre grupos y sectores. Un conjunto
de diferencias fundamentales fueron las oportunidades de empleo para mujeres casadas y niños y las diferentes formas en que estos
grupos podían contribuir a la economía familiar. Así, recientes trabajos subrayan la cohesión, adaptabilidad y continuidad, así como una
economía doméstica interdependiente que con frecuencia implicaba estrategias conscientemente elaboradas, consistentes en desplazar a
miembros de la familia dentro y fuera de los distintos sectores de la industria, al tiempo que incorporaba a diferentes combinaciones de
extraños (parientes, huéspedes, etc., etc.) a fin de alcanzar unos ingresos determinados de antemano. Estas estrategias incidieron a su vez
en una serie de comportamientos familiares y demográficos. Pero el trabajo de esta escuela corre el peligro de dar una imagen
excesivamente romántica al exagerar la continuidad y la cohesión, del mismo modo que los escritos anteriores exageraban la
disgregación.
Entre los trabajadores industriales urbanos se puede contemplar la conducta familiar. Desde una perspectiva bastante distinta, como un
resultado más directo de los conceptos del individuo y de la familia característicos del capitalismo occidental. De forma similar el hecho
de que el hombre fuera definido como el asalariado de la familia legitimó también el empleo irregular y los salarios por debajo del nivel
de subsistencia para el trabajo doméstico de las mujeres. Y finalmente se puede ver cómo se impone la imagen de la familia de la clase
media, con la prolongación de la educación obligatoria y la legislación sobre el trabajo infantil; el resultado de esto fue que la
posibilidad de los niños de contribuir a la economía familiar se hizo cada vez más escasa.
El requisito teórico de que la escuela de la economía doméstica se centre en detalladas comparaciones entre procesos que como
afectaron a grupos limitados de la población tiende a llevar descripciones parciales que ignoran las experiencias de grandes sectores de
la población para la que los cambios estructurales concretos aquí analizados fueron irrelevantes. La aproximación a los enfoques
demográficos y la de los sentimientos complementan la aproximación más estructural de la escuela de la economía doméstica. Por ello
se espera que las tres diferentes vías de aproximación a la historia de la familia sigan siendo utilizadas como de hecho lo son en otras
áreas de la historia social y, de forma más general, en las ciencias sociales.

[Michael Anderson, Aproximaciones a la historia de la familia occidental, 1500-1914, Siglo XXI, México, 1998]

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