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Qué es ser persona

A. Tres descripciones

๏ Es persona toda “substancia individual de naturaleza racional”.

๏ No es para Boecio la inteligencia una propiedad aislada, poco flexible y cuasi


mecánica. Muy al contrario, en su doctrina, la naturaleza racional implica, como
derivando de ella, el entendimiento en toda su pujanza, que encierra ya cálidas
riquezas insondables; y, además, la voluntad; y, por ende, la libertad y el amor: la
entera vida del espíritu.

๏ Como acabo de sugerir, para Boecio y cuantos le siguen, todo ser dotado de
inteligencia se encuentra por fuerza provisto de esa inclinación al bien en cuanto
bien que denominamos voluntad, y cuyos frutos naturales son la autonomía en el
obrar y el amor, que hacen más rica y sabrosa la cualidad interior de la persona.

๏ La libertad es, en efecto, la propiedad esencial de las potencias superiores de la


persona: el entendimiento y la voluntad.

๏ Toda persona posee un ser espiritual y, por ente, libre. La persona humana, en
concreto, es libertad.

๏ Boecio es el que lleva a definir a la persona como principio y término, como sujeto y
objeto, de amor.

๏ Tomando el amor en su sentido más alto, como un querer el bien en cuanto tal, o el
bien del otro en cuanto otro, únicamente la persona resulta capaz de amar y
únicamente ella es digna de ser amada.

๏ La entraña personal de apersona exhibe, pues, un nexo constitutivo con el amor.

๏ Juan Pablo II escribe: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí
mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el
amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no
participa en él vivamente”.

๏ De donde, con Rafael Caldera, se puede extraer la siguiente consecuencia: “La


verdadera grandeza del hombre, su perfección, por tanto, su misión o cometido, es
el amor. Todo lo otro –capacidad profesional, prestigio, riqueza, vida más o menos
larga, desarrollo intelectual– tiene que confluir en el amor o carece en definitiva de
sentido”.

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B. Una realidad abierta al ser, a la verdad, a la bondad y a la belleza

๏ Insisto: aunque no siempre aparezca a primera vista, esto sería lo más distintivo de
la persona humana, de todas y cada una: su intrínseca e interna apertura a lo más
abismal de lo real en cuanto tal, de lo verdadero, bueno y bello.

๏ Los restantes atributos que caracterizan al sujeto humano, incluso los más
pertinentes, resultan concreciones o derivaciones de esta su íntima configurada
apertura al ser (y, en última instancia, al Ser, a Dios).

๏ Lo son la autoconciencia, la posibilidad de comunicarse con sus semejantes


mediante el lenguaje, la libertad, la solidaridad, el trabajo, la predisposición a
participar en empresas comunes… y tantos otros síntomas que manifiestan la
peculiaridad del hombre entre todos los seres que pueblan el cosmos.

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1. La dignidad

A. Una tautología

๏ Como antes sugería, el lugar clásico para iniciar el estudio del significado del
término “persona” en Occidente es la obra de Boecio. En concreto, en el De duabus
naturis et una persona in Christo nos dice este eminente conocedor del mundo clásico
que la voz latina “persona” procedería de “personare”, que significa resonar, hacer
eco, retumbar, sonar con fuerza.

๏ Y, en verdad, con el fin de hacerse oír por el público presente, los actores griegos y
latinos utilizaban, a modo de megáfono o altavoz, una máscara hueca, cuya
extremada concavidad reforzaba el volumen de la voz.

๏ El vocablo “persona” se halla emparentado, en su origen, con la noción de lo


prominente o relevante.

๏ Y no es es otro el significado más inmediato de la palabra “dignidad”. La dignidad


constituye, por tanto, una especie de preeminencia, de bondad o de categoría superior, en
virtud de la cual algo destaca, se señala o eleva por encima de otros seres, carentes de tan
excelso valor.

๏ Para Tomás de Aquino, “la persona es lo más perfecto que existe en toda la
naturaleza”. El título de persona se aplica en exclusiva a los seres más excelentes que
hay en el universo: a saber, y por orden ascendente, a los hombres, los ángeles y
Dios… que de algún modo –y no deja de ser relevante– pertenecen todos a la misma
familia, al linaje de las personas.

B. Hacia una descripción de la dignidad personal (elevación, intimidad, autonomía)

๏ La noción de dignidad. No cabe esclarecer mediante conceptos más notorios.


Simplemente hay que mirarlas.

๏ Y, así, en una primera instancia, lo más que podría afirmarse de la dignidad es que
constituye una sublime modalidad de lo bueno, de lo valioso, de lo positivo: la
bondad de aquello que está dotado de una categoría superior.

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๏ Son dos componentes que al menos desde las especulaciones de Agustín de Hipona
se encuentran estrechamente emparentados: 1) la superioridad o elevación en la
bondad, y 2) la interioridad o profundidad de semejante realeza, que es lo que
normalmente, aplicado a las personas, se conoce como intimidad, como mundo
interior.

๏ Cabría, entonces, avanzar una primera descripción de la dignidad, compuesta por


tres elementos integrados. Entendemos por dignidad: (1) aquella excelencia o
encumbramiento correlativos a un tal grado de (2) interioridad que permite al sujeto
manifestarse como (3) autónomo.

๏ Quien posee intimidad goza de un “dentro” consistente, en virtud del cual puede
decirse que se apoya o sustenta en sí, y conquista esa estatura ontológica capaz de
introducirlo en la esfera propia de lo sobreeminente, de lo digno.

๏ La dignidad apunta, de tal suerte, a la autarquía de lo que se eleva al asentarse en sí, de lo que
no se desparrama para buscar apoyo en exterioridades inconsistentes: ni las requiere ni, como
sugería, se siente asechado por ellas.

C. Manifestaciones privilegiadas de la dignidad personal

๏ “La dignidad nos impresiona de modo especial cuando sus medios de expresión
están reducidos al mínimo y, sin embargo, se nos impone irresistiblemente” (Robert
Spaemann).

๏ En efecto, ante un conocimiento agudo –provisto de amorosa perspicacia–, la


dignidad de los “débiles” se presenta inconmensurablemente engrandecida y, sobre
todo, radicada en el auténtico hontanar de que dimana. Fijemos nuestra atención,
para advertirlo, en el caso de los deficientes y de los enfermos mentales.

๏ Ante unos ojos que saben apreciarlos, los infradotados manifiestan, con mayor
claridad que los sujetos normales, los auténticos títulos de la insondable dignidad
del ser humano.

๏ El disminuido psíquico parece estar diciendo: “no radica mi excelencia ni en la


eficacia laboral, que acaso nunca tenga, ni en la belleza corpórea, que no poseo, ni en
la inteligencia o la capacidad resolutiva…; deriva de mi ser –¡yo también soy
hombre, persona!– y de mis consiguientes disposiciones amorosas”. A lo que acaso
pudiera añadir: “para conquistar el fin radical al que he sido llamado –la unión de
amistad con Dios por toda la eternidad, fundamento cardinal e inconcuso de mi
nobleza más íntima–, me basta y me sobra con lo que soy. Mi verdad terminal de

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plenitud en el Absoluto es tan cierta como la vuestra; pero a vosotros puede
ocultárnosla todo el acompañamiento de brillantez, de inteligencia, de eficacia, de
hermosura y galanuras del cuerpo, a los que con tanto empeño os aferráis. ¡Ésa es mi
ventaja!”.

๏ A los efectos, recuerda Víctor Frankl: “es precisamente lo espiritual lo que no puede
enfermar, sino, al contrario, lo que pone al enfermo en condiciones de entendérselas
con el hecho de la enfermedad orgánica de un modo a veces bien precario,
ciertamente, pero no por ello menos personal. En cierta ocasión fue enviado a mi
consulta un enfermo, un hombre de unos sesenta años, en un estado depresivo
agudo, según una dementia praecocissima. Oye voces, padece, por tanto, alucinación
acústica, es autístico, y en todo el día no hace otra cosa que rasgar papeles, y de este
modo lleva una vida sin sentido ni razón de ser, al parecer. Si hubiéramos de
atenernos a la clasificación de las funciones vitales, que discurrió Alfred Adler,
tendríamos que decir que nuestro enfermo –este “idiota”, como es llamado– no
cumple uno solo de los quehaceres de la vida: no se entrega a un solo trabajo, está
aislado completamente de la sociedad, y la vida sexual –nada digamos de amor ni
de matrimonio– le está vedada. Y, sin embargo, ¡qué elegancia, única, impresionante,
irradia este hombre, del núcleo central de su humanidad, núcleo que no ha sido afectado por
la psicosis! ¡Ante nosotros está un gran señor! Hablando con él, irrumpe a veces en
accesos de cólera rabiosa, pero en el último momento siempre es capaz de
dominarse. Entonces aprovecho yo la ocasión para preguntarle, como si no viniera a
cuento: ¿Por amor de quién acaba usted por dominarse?, y él me responde: “Por
amor de Dios”.

๏ Sigamos adelante. El caso de Jesús crucificado excede desde todo punto de vista
cuanto vengo comentando; y rebasa también también el ámbito natural de estricta
filosofía en que se encuentra situado el conjunto de este escrito.

๏ En primer término, igual que sucedía en ejemplos anteriores, para apreciar lo que
sucede en la Cruz son necesarias holgadas entendederas: las que otorga una fe viva.
Si ellas, el resultado de la Pasión se transforma en frustración rotunda, en escándalo
o en demencia.

๏ En segundo lugar, el Drama nos alecciona también porque pone de relieve,


aislándolo, el fundamento radical –ultimísimo– de la nobleza del Dios hecho
Hombre: para el cristiano convencido Cristo crucificado –así precisamente:
crucificado– constituye la más privilegiada expresión de dignidad humano-divina,
la excelsitud interioridad hasta su médula más íntima: “No es mi poder, al que he
renunciado, no es mi magnificencia como Dios, que no aparece, no es mi capacidad
de liderazgo humano, ahora entenebrecida…; es mi Amor, identificado con mi Ser

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autosuficiente, lo que confiere a esta Figura fracasada que estáis contemplando –¡y
adorando!– toda su eminente dignidad”.

๏ En efecto, las prendas reales más definitivas de la excelencia del Dios encarnado
nunca se dejan traslucir con más realce que en la locura de la Pasión.

๏ Pero, además, la superioridad estimativa –ese descansar-en-sí-mismo en el que


hacíamos estribar la dignidad, y que revela una altísima densidad ontológica– se
ponen ahora especialmente de manifiesto, por cuanto Cristo renuncia de manera
voluntaria a todo lo superfluo.

๏ Insisto, porque resulta revelador respecto a nuestro problema: a Jesús, para


salvarnos, le basta el Amor, reducido a su más desnuda expresión; y es el Amor lo
que triunfa en la Cruz.

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2. Su índole espíritu-corpórea

๏ Algo es ab-soluto, en cualquiera de sus acepciones y posibles intensidades, en la medida


concreta en que, de un modo u otro, tiene intimidad; es decir, reposa en sí mismo y se muestra
autárquico, exento. Y como todo ello, según se nos acaba de sugerir, es índice y raíz de
dignidad, podríamos definir a ésta, dando un paso adelante, como la bondad que
corresponde a lo absoluto.

๏ Así lo hace, de manera explícita, Tomás de Aquino: “la dignidad –escribe– pertenece
a aquello que se dice absolutamente: dignitas est de absolutis dictis”. Si quisiéramos,
pues, adentrarnos hasta la significación más honda de la dignidad del hombre con el
fin de acostumbrarnos a ensalzar como es debido la valía de nuestros cónyuges,
hijos, amigos, etc., habríamos de responder a estos interrogantes: ¿De qué modo y
manera puede considerarse absoluta la persona humana? ¿En qué sentido cabe decir
que posee valor por sí misma, que no sólo es el primer miembro de una serie de más
o menos entidad, sino que se sitúa más allá o por encima de este conjunto y confiere
su entera valía a todos sus componentes? ¿Por qué, en consecuencia, existe un
mínimo –la condición absoluta de persona– que jamás es lícito conculcar? ¿Pro qué
cabe sostener que la persona es un “alguien” valioso por sí mismo y no “algo” que
siempre es relativo? ¿Por qué, resumiendo y concretando, pudo afirmar Tomás de
Aquino que “todas las ciencias y las artes se ordenan a una sola cosa, a la perfección
del hombre, que es su felicidad”?

A. La inmunidad del espíritu, índice de su grandeza

๏ En su acepción más básica, el hombre es un absoluto en cuanto se encuentra in-


mune o des-ligado, ab-suelto, de las condiciones empobrecedoras de la materia; es
decir, en cuanto no depende intrínseca y substancialmente de ella y, en consecuencia,
no se ve del todo afectado pro la disminución ontológica que ésta inflige a lo estricta
y exclusivamente corpóreo.

๏ Como es obvio, no quiero decir con esto que cada uno de nosotros, de nuestros
amigos, de nuestros conocidos o familiares, no tenga un componente material
constitutivo; sino que, en cuanto persona, no se agota en él: que la materia y lo
material no configuran su medida, que los trasciende abundantemente.

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๏ Todo el despliegue de la facultad de amar, fruto de la libertad humana rectamente
ejercida, con el desarrollo de las virtudes y los repetidos actos de heroísmo muestran
la diferencia cualitativa, irreductible, que eleva al hombre por encima de los
animales más revolucionados, y señalan, al ojo atento, la presencia indudable del
espíritu.

๏ La dignidad del hombre, esa suficiencia intrínseca enraizada en un descansar en sí,


se corresponde con la presencia en él de un alma espiritual e inmortal, necesaria, que
recibe encía misma –y no en la materia– el acto personal de ser.

B. La eminencia del cuerpo humano

๏ Si acabamos de sostener que la persona humana exhibe una peculiar nobleza


ontológica por cuanto su ser descansa en el alma espiritual, a la que en sentido
estricto pertenece y a cuya altura se sitúa, de inmediato hay que agregar que desde
ella, desde el alma, encumbra hasta su mismo rango estimativo a todas y cada una de las
dimensiones corporales de su sujeto.

๏ El cuerpo humano es, simultáneamente, material y personal. Pero quien le concede


toda su realidad, su capacidad de obrar y su grandeza es, en fin de cuentas, el (ser del) alma.

๏ Un principio de vida que por distintos indicios sabemos espiritual asume la materia
del cuerpo humano y la ensalza hasta su propio y particular rango –el del espíritu–,
sin por ello eliminar los caracteres distintivos del organismo corpóreo.

๏ El cuerpo humano, y cuanto en él y a través de él se encuentra y despliega, sin cesar


de ser animal, adquiere las prerrogativas superiores del principio espiritual que lo
anima y, con él, rebasa los caracteres de lo seductivamente corpóreo. Es cuerpo de
una persona. Es él mismo personal. Alcanza una esfera más alta que cualquier otra
realidad corpórea.

๏ Según explica Abelardo Lobato, “es el hombre un poco menor a los ángeles”, tal como
se dice en el Salmo 8, pero está situado a distancia infinita de los animales.

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