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Jesus´

martes, 19 de octubre de 2010


¿Cómo nos influye nuestra herencia genética?
¿Es el ambiente, el entorno en el que nos desarrollamos, quién guía nuestras vidas, nuestras
inclinaciones o carácter, o, por el contrario, es nuestra propia naturaleza, esto es, los genes
codificados en las cadenas de ADN de nuestros cromosomas? Dicho con otras palabras: cuando
se trata de intentar explicar el comportamiento de los humanos, ¿a quién debemos considerar
como responsable principal, a la naturaleza o al entorno, a lo genético o a lo ambiental?

Uno de los debates científicos y sociales más vivos durante los últimos años es el que gira en
torno a cuál es la influencia de los genes en nuestro comportamiento. Ya sea en discusiones
sobre feminismo, educación o delincuencia no tarda en salir la cuestión de si los roles de
género, el talento, la agresividad o cualquier otro rasgo de la personalidad son algo heredado,
que a cada persona le vino de serie al nacer, o bien lo aprendió de su entorno.

Una polémica que suele estar avivada por las noticias que de un tiempo a esta parte han
empezado a surgir acerca del descubrimiento de genes que afectarían a comportamientos cada
vez más específicos: ya sea alcoholismo, timidez, homosexualidad… la batalla entre
ambientalistas e innantistas aparentemente está resolviéndose a favor de estos últimos. Pero la
disputa viene de lejos y el péndulo no ha dejado de oscilar de un lado a otro según la época.

En el siglo XVIII, cuando los filósofos ilustrados Locke y Hume sostenían que al nacer la mente
es como una página en blanco -todo dependía del entorno en el que una persona creciera-
mientras Rousseau teorizaba sobre el buen salvaje que no había sido corrompido por la
civilización. A lo largo del siglo siguiente pasó a imperar la opinión opuesta, en parte gracias a
Francis Galton -primo de Darwin-, que fue el primero en establecer como conceptos opuestos
“naturaleza” y “entorno” (nature y nurture, en inglés). Galton, fue partícipe de los valores
racistas y clasistas victorianos que sirvieron para justificar el imperialismo, la frenología y poco
después, a comienzos del siglo XX, las políticas de eugenesia con personas consideradas
nocivas para la mejora de la raza, que tendrían como colofón apoteósico el genocidio llevado a
cabo por el III Reich.

El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso en este debate un nuevo giro del péndulo en
sentido contrario, uno especialmente drástico. Por temor a que cualquier hallazgo al respecto
se convirtiera en un caballo de Troya para la doctrina política que ya había devastado Europa,
cualquier alusión a posibles rasgos innatos y heredables pasó a considerarse tabú. Las utopías
hippies de un mundo perfectamente igualitario en el que todo fuera paz y amor, requerían un
ser humano totalmente moldeable por medio de la educación. Con el paso de los años las
aguas fueron calmándose, los estudios sobre genética comenzaron a proliferar y el clima
intelectual fue abriéndose poco a poco a estas ideas. El péndulo comenzó a moverse de nuevo
en sentido contrario.
Así que tras estos vaivenes históricos, actualmente en el
debate sobre naturaleza o cultura, herencia genética o
influencia ambiental, la conclusión más prudente para
muchos podría ser decir que ambas son importantes. Pero es
totalmente engañoso situar estos fenómenos en un espectro
que abarque desde la naturaleza al entorno, desde lo
genético a lo ambiental.

Una candidata obvia a ser la respuesta cierta es que estamos condicionados por nuestros genes
en modos que ninguno de nosotros puede saber directamente. Por supuesto, los genes no
pueden tirar directamente de las palancas de nuestra conducta. Pero afectan al cableado y la
actividad del cerebro, y el cerebro es la base de nuestros actos, nuestro temperamento y
nuestros patrones de pensamiento. Todos nosotros tenemos una baraja única de aptitudes,
como la curiosidad, la ambición, la empatía, la sed de novedad o de seguridad, o nuestra
facilidad para lo social, lo mecánico o lo abstracto. Algunas oportunidades con las que nos
topamos coinciden con nuestra naturaleza y nos llevan a seguir un camino en la vida.

Los descubrimientos de la genética conductual requieren otro ajuste de nuestro tradicional


concepto del cocktail nature/nurture. Una conclusión común es que los efectos de ser criado
en una familia determinada son a veces detectables en la niñez, pero que tienden a
desaparecer en el momento en que el niño ha crecido. Es decir, el alcance de los genes parece
ser más fuerte a medida que envejecemos, no más débil. Quizá nuestros genes afecten a
nuestro entorno, que a su vez nos afecta a nosotros. Los niños pequeños están a merced de sus
padres y tienen que adaptarse a un mundo que no han elegido. Según se hacen mayores, en
cambio, pueden acercarse a los microentornos que mejor encajen con sus naturalezas. Algunos
niños se pierden de forma natural en la biblioteca, en los bosques de la zona o en el ordenador
más cercano; otros se congracian con los atletas, los góticos o el grupo juvenil de la iglesia.
Sean cuales sean las singularidades genéticas que inclinen a un joven hacia uno u otro grupo
aumentarán con el tiempo, a la vez que desarrollan las partes de sí mismas que les permiten
prosperar en sus mundos escogidos. También aumentarán los accidentes de la vida (parar o
perder un balón, aprobar o suspender un examen), lo que, de acuerdo con la psicóloga Judith
Rich Harris, podría ayudar a explicar el componente aparentemente aleatorio de la variación de
la personalidad. El entorno, pues, no es una máquina estampadora que nos meta en un molde,
sino una cafeteria de opciones sobre las cuales nuestros genes y nuestros historiales nos
inclinan a elegir.

Cuando hablamos de genética es inevitable hablar de heredabilidad, concepto que concierne a


las diferencias en una cualidad y no a la magnitud absoluta de esa cualidad, es un dato
estadístico que se refiere a poblaciones, no a individuos. ¿Qué porcentaje de la estatura de los
españoles es de origen genético y qué porcentaje no lo es? La heredabilidad no nos responderá
a esta pregunta, es imposible medir a una persona que ha vivido sin influencias ambientales de
ningún tipo; la comida, por ejemplo, es ambiental, y sin comida uno se muere. Tampoco es
posible quitar a los niños sus genes para ver cuánto crecen sin ellos. Ahora bien, ¿qué
porcentaje de las diferencias en estatura de los españoles se deben a diferencias en sus genes?
A esta pregunta (simplificada) sí responde la heredabilidad. Sustituyamos "diferencias" por
varianza estadística si queremos más rigor. La heredabilidad es el cociente entre la varianza
genética y la varianza total. Si los españoles fueran genéticamente iguales la heredabildad sería
del 0%, ya que no habría varianza genética. Si los españoles compartieran exactamente las
mismas influencias ambientales, la heredabilidad sería del 100%. La heredabilidad nos indica
que las diferencias genéticas causan parte de las diferencias observadas, heredabilidad se
define como el porcentaje de la variación observada que es atribuíble a los genes.

Una excelente manera de determinar si una característica es heredada o influida por el


ambiente es a través del estudio de parejas de gemelos univitelinos (provienen ambos del
mismo óvulo y del mismo espermatozoide, así que su similitud genética es del 100%) que han
vivido en hogares diferentes desde su nacimiento. Así, se tienen individuos genéticamente
idénticos pero que están expuestos a una familia, educación y estímulos distintos, lo que
proporciona una plataforma privilegiada para observar qué es lo que los distingue o asemeja.
Veamos algunos ejemplos...

En un estudio de este tipo, realizado por el doctor Thomas Bouchard de la Universidad de


Minnesota, Estados Unidos, con parejas de gemelos, se midió la “heredabilidad” de diversos
rasgos físicos y psicológicos; es decir, el porcentaje de contribución de los genes a cierta
característica. Por ejemplo, una característica que depende en buena medida de los genes es la
estatura, sabemos que en poblaciones modernas industrializadas el factor hereditario se sitúa
entre 0,80 y 0,90. Esto quiere decir que, dentro de esa población, las variaciones de estatura se
explican, en un 80%-90% por los genes, factores externos como la dieta y el ejercicio físico se
estima que determinan las diferencias en la estatura en sólo un 10% - 20% restante.
Ni las preferencias alimenticias ni el sentido del humor parecen demasiado heredables; se
adquieren de la experiencia temprana, no de los genes. Asimismo, las actitudes sociales y
políticas muestran una fuerte influencia del entorno compartido. Nuestros intereses
psicológicos y gustos al estar relacionados en parte con nuestra personalidad tienen una
influencia genética apreciable(en torno al 40%). En cuanto a la heredabilidad del peso, es cierto
que en una sociedad occidental con abundancia de alimentos, engordarán más rápido quienes
tengan unos genes que les induzcan a comer más, pero en aquellos lugares en los que domina
la extrema pobreza, los gordos son probablemente los ricos. En este caso, la variación del peso
está producida por el ambiente, no por los genes. Dicho de otra forma algo más técnica: el
efecto del ambiente no es lineal; en los extremos tiene efectos drásticos, pero en el medio
moderado, un pequeño cambio ambiental surte un efecto despreciable.

¿Qué sucede con nuestra personalidad?, para evaluar la heredabilidad de nuestros rasgos y
caracter se han hecho estudios basándose en test homologados como el NEO PI-R que, a pesar
de ser muy reciente, uno de los instrumentos más prestigiosos para la evaluación de la
personalidad. Ese test mide la estructura de los "cinco grandes" factores de la personalidad
constando de 240 elementos a los que se responde en una escala de cinco opciones y permite
la evaluación de cinco factores principales: Neuroticismo, Extraversión, Apertura, Amabilidad y
Responsabilidad. En conjunto, las 5 escalas fundamentales y las 30 escalas parciales del NEO PI-
R permiten una evaluación global de la personalidad del adulto.
Midiendo pares de gemelos idénticos y la influencia genética en las cinco dimensiones: el
Neuroticismo, Extraversión, Apertura, Amabilidad y Responsabilidad se estimó la heredabilidad
en un 41%, 53%, 61%, 41% y un 44%, respectivamente. De forma muy simplificada los
resultados nos indican que en torno a la mitad de nuestra personalidad se basa en la genética
mientras que la otra mitad se construye en nuestro día a día en función del ambiente en el que
crecemos y vivimos y los estímulos y educación que recibimos.

En el siguiente gráfico podemos observar el porcentaje de la variación atribuíble a los genes


para cada uno de los rasgos, a destacar especialmente el poco peso (menor de un tercio) de la
genética en el grado de ansiedad, impulsividad, altruismo, tendencia al orden o autodisciplina.
En el caso opuesto, tenemos la tendencia a la apertura o a la extroversión, en ambos casos más
de la mitad de la variación en dichos rasgos se ve influenciada por lo que determinan nuestros
genes.
Otras pruebas efectuadas por el economista del MIT David Cesarini realizado a cientos de
parejas de gemelos en Suecia demuestran que los genes influyen en el comportamiento en los
juegos del dictador y del ultimátum. Esto significa que la cooperación, el altruismo, el castigo y
el aprovecharse del esfuerzo ajeno (oportunismo) están escritos en cierta medida también en
nuestro ADN. No cabe duda de que nuestras experiencias vitales tienen un gran impacto sobre
todas estas características, pero también se han encontrado pruebas de que la diversidad en
estas preferencias sociales es, al menos en parte, resultado de nuestra evolución genética.

¿Qué sucede con la inteligencia?

Los individuos difieren en inteligencia debido a factores tanto ambientales como hereditarios.
Las estimaciones de la influencia de la herencia van desde 0,4 a 0,8 (en una escala de 0 a 1).
Esto implica que, en términos relativos, la genética desempeña un papel más importante que el
ambiente en la producción de las diferencias individuales de inteligencia. Desde esta
perspectiva, suele comprenderse mal el hecho de que, si todos los ambientes fuesen iguales
para todo el mundo, la influencia de la herencia sería del 100%, dado que todas las diferencias
de CI que se observasen tendrían necesariamente un origen genético.

Entre miembros de una misma familia también pueden existir diferencias sustanciales en la
inteligencia (en promedio alrededor de 12 puntos de CI) por razones tanto genéticas como
ambientales.

Es importante destacar, además, que el hecho de que el CI sea altamente heredable, no


significa que el ambiente carezca de relevancia. Nadie duda de que los individuos no nacen con
niveles intelectuales fijos e inmodificables. Sin embargo, el CI se estabiliza gradualmente
durante la infancia, y generalmente cambia poco desde ese momento de la vida.
Un dato para el análisis es del de las puntuaciones de los niños adoptados que se crían
conjuntamente en una misma familia: sus CI se diferencia tanto como si se hubieran criado en
familias diferentes. O dicho de otro modo: el hecho de vivir en la misma familia no tiene en
absoluto un efecto perceptible en el CI. La influencia de los acontecimientos que tuvieron lugar
en el útero sobre nuestra inteligencia es tres veces mayor que cualquier cosa que nos hicieran
nuestros padres después de nuestro nacimiento. Resulta que no sólo el CI evoluciona con la
edad, sino también lo hace su heredabilidad. A medida que uno se hace mayor y acumula más
experiencias, la influencia de los genes paradojicamente AUMENTA. El hallazgo del aumento de
la heredabilidad con la edad es contra-intuitiva, es razonable esperar que las influencias
genéticas en los rasgos como el CI debería ser menos importante, ya que uno experimenta
ganancias con la edad. Sin embargo, se produce lo contrario y está bien documentado. De
acuerdo con el trabajo de Robert Plomin, las estimaciones de heredabilidad calculada sobre
muestras infantiles se sitúan alrededor del 40%, alcanzando hasta el 70% en muestras de
adultos en los Estados Unidos. Esto sugiere que los genes subyacentes en realidad se expresa
que afectan a la predisposición de una persona para construir, aprender y desarrollar
habilidades mentales durante toda la vida.

Felicidad elástica

De la misma manera que una persona perpetuamente infeliz no es biológicamente factible,


tampoco lo es una persona perpetuamente feliz (no buscaría maneras de mejorar su existencia
y, por tanto, de progresar en un mundo cambiante y amenazador).

Muchos estudios, sugieren que nacemos con algo así como una cuota de felicidad determinada
por el ADN. Podemos sufrir subidones de felicidad (encontrar pareja, ganar la lotería, etc) o
bajones de felicidad (quedarse sin trabajo, etc), pero no tardaremos en regresar al nivel de
felicidad después de este tipo de acontecimientos.

En realidad, el seguimiento de personas que han ganado la lotería y de pacientes con daños en
la médula espinal revela que, al cabo de un año o dos, esas personas no son más felices ni más
tristes que los demás. Nuestra sorpresa al saber esto proviene en parte de nuestra incapacidad
para darnos cuenta de que hay cosas que no cambian. La persona que gana la lotería seguirá
teniendo parientes con quienes no se lleva bien y quienes sufren una parálisis se seguirán
enamorando.

Los estudios de gemelos idénticos y no idénticos demuestran que los gemelos idénticos tienen
mayor tendencia a exhibir el mismo nivel de felicidad que los gemelos fraternos o los
hermanos. La profesora de Psicología de la Universidad de California Sonja
Lyubomirsky, sostiene que un 50% de la felicidad depende de la genética, mientras las
circunstancias que se eligen para la vida --como el matrimonio o el trabajo-- suponen un 10% y
el 40% restante reside en la naturaleza interna de las personas, es decir, depende de sus
comportamientos o sus pensamientos.
Nuestras experiencias en la vida pueden cambiar nuestro estado de ánimo durante un tiempo,
pero en la mayoría de los casos estos cambios son transitorios. Otros estudios de los genetistas
norteamericanos, David Lykken y Auke Tellegen, de la Universidad de Minessota, sugieren que
compartir los mismos genes es un factor determinante y que cada uno conserva un cierto nivel
de felicidad que le es propio y que es fijado por la genética, siendo tan sólo perturbado por
fluctuaciones relacionadas con acontecimientos externos: matrimonio, perdida de peso,
compra de una casa, etc.

¿La longevidad se hereda?

Pues según James Vaupel, director y fundador del prestigioso Instituto Max Planck de
Investigaciones Demográficas de Rostock, Alemania, donde preside el Laboratorio de
Supervivencia y Longevidad, sólo el 3 % de nuestra longevidad esta determinada por la
longevidad de nuestro padre, y otro 3 % por la longevidad de nuestra madre. En resumen,
nuestros genes sólo influyen un 25 % en nuestra longevidad. Los factores genéticos no son tan
importantes. Hasta los gemelos que son idénticos demuestran que sólo el 35 % de su
longevidad se puede explicar por medio de sus genes idénticos. El resto (el 65 % de esa
longevidad) depende de las decisiones que tomen y de los acontecimientos que se produzcan
en sus vidas. Así pues, nuestra longevidad depende mayoritariamente de nuestro estilo de
vida. El 10 %, por ejemplo, se determina ya en el útero: según los hábitos de nuestra madre,
como fumar y beber.
Y es que como dice Matt Ridley, los genes son los que permiten que la mente aprenda,
recuerde, imite, cree lazos afectivos, absorba cultura y exprese instintos, pero los genes no son
maestros de títeres ni planes de acción. Ni tampoco son solamente los portadores de la
herencia. Su actividad dura toda la vida; se activan y desactivan mutuamente; responden al
ambiente. Son causa y consecuencia de nuestras acciones. Encontramos influencias genéticas
bastante marcadas atravesando categorías muy distintas: actitudes sociales, personalidad,
intereses vocacionales, habilidades mentales, etc. Los genes son pequeños determinantes que
producen sin parar mensajes totalmente predecibles, pero están muy lejos de provocar unas
acciones invariables, dependen del modo en que se activan o desactivan en respuesta a
instrucciones externas. Cada segundo, cambia el patrón de los genes que se están expresando
en el cerebro, con frecuencia como respuesta directa o indirecta a lo que está pasando fuera
del cuerpo. Los genes son los mecanismos de la experiencia.

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