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Indigeneidades

contemporáneas:
Marisol de la Cadena
y globalización oriti stam

FLACSO Biblioteca

CANJE

IFEA
in s t it u t oF r a n c é s d e E s t u d i o s A n d in o s
UMIFRE 17, CNRS /MAEE

IEP Instituto de Estudios Peruanos


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S erie: L ectu ras C on tem porán eas, 11

L a edición en in glés d e es te libro, Ind igen ous E x p érien ce io d ay Ju c p u b lic a d a en 2 0 0 1


p o r la ed ito r ia l B erg, en N ueva York.

© IEP I n s t i t u t o d e E s t u d i o s P e r u a n o s
Horacio Urteaga 6 9 4 , Lima 11
Telf. (5 1 -1 ) 3 3 2 -6 1 9 4 / 4 2 4 -4 8 5 6
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Este libro corresponde al Tomo 279 de la serie "Travaux de l'institut Français d ’Études Andines”.

© M a r i s o l d e i ,a Ca d e n a & O r ín S t a r n

ISBN: 9 7 8 -9 9 7 2 -5 1 -2 5 9 -9
ISSN: 1 0 2 6 -2 6 7 9

Impreso en Perú
Primera edición en español: Lima, marzo de 2 0 1 0
1 0 0 0 ejem plares

Hecho el depósito legal BIBLIOTECA-FLACS0-EC


en la Biblioteca Nacional del Perú: 2 0 1 0 -0 2 8 9 6 Fecha:_¿.a>.'.Q -1- - 1 2 - ....................
Registro del proyecto editorial C o m p r a : .____ . . . .
en la Biblioteca Nacional: 1 1 5 0 1 1 3 1 0 0 0 2 1 2
P r o v e e d o r : ...........

Corrección d e textos: Sara Mateos C a n je .. . •


Diagramación: Silvana Lizarbe D o n a c ió n . í . f t V 9 .
Cuidado d e edición: Odín del Pozo
Diseño d e cubierta: Gino Becerra
Imagen de carátula Frank LaPena
Traducción del inglés Aroma de la Cadena

Prohibida la reproducción total o parcial de las características gráficas de este libro


por cualquier m edio sin perm iso de los editores.

Indigeneidades contem poráneas: cultura, política y globalización, Marisol


de la Cadena, ed. y Orin Starn, ed. Lima: IEP; IFEA, 2010. (Lecturas
Contemporáneas, 11)

POBLACIÓN INDÍGENA; IDENTIDAD ÉTNICA; MOVIMIENTOS INDÍGENAS;


HISTORIA; CULTURA; GLOBALIZACIÓN

W/19.02.06/L/11
Ín d ic e

In tr o d u c c ió n . Marisol de la Cadena y Orín Starn.................................................. ....... 9.

P r im era pa rte . V ie ja s y n u e v a s id e n t i d a d e s in d íg e n a s

1. Identidades indígenas, nuevas y antiguas voces indígenas. Anna Tsing........45


2. Indigeneidad tibetana: traducciones, semejanzas y acogida. Emily T. Yeh ....83
3. "Nuestra lucha recién comienza'': experiencias de pertenencia
y de formaciones mapuches del yo. Claudia Bríones....................................... 115

Segunda pa rte . El t e r r i t o r i o y la c u e s t ió n d e la s o b e r a n ía

4. La indigeneidad como identidad relacional: la construcción


de los derechos sobre la tierra en Australia. Franccsca Merlán....................141
5. La soberanía tribal choctaw a comienzos del siglo XXI. Valerie L am bert.... 169
6. Traiciones de la soberanía. Michael F. Brown....................................................191

T ercera pa r te . La in d ig e n e id a d m á s a l l á d e l a s f r o n t e r a s

7. Diversidad de experiencias indígenas: diásporas,


tierras natales y soberanías. Jam es Clifford...................................................... 221
8. Los medios de comunicación diaspóricos y las formulaciones
hmong/miao sobre el ser nativo y el desplazamiento. Louisa Schein..........251
9. La indigeneidad boliviana en el Japón: la performanfe de la música
folclorizada. Michelle Bigenho..............................................................................275
Capítulo 13

GLACIARES QUE SE DERRITEN E HISTORIAS EMERGENTES


EN LAS MONTAÑAS SAN ELÍAS

Julie Cruikshank1

A n d re B e te ille(1 9 9 8 ) nos recuerda que los conceptos viajan con un equi­


paje que puede ganar un inesperado peso ideológico. Él pone en la m ira el
uso casual de "indígena", una idea con significados históricos superpuestos
que se acum ularon inicialm ente durante el expansivo colonialism o europeo
y que, en tiem pos más recientes, proliferaron en los discursos poscolonia-
Ies. Indígena es un concepto que ahora es acogido en todo el mundo, sugiere
Beteille, el m ism o que es aplicado de m anera indiscrim inada a pueblos que
antes los antropólogos denom inaban "tribus”. Beteille se refiere a las ironías
de la exportación de este térm ino desde las clásicas socied ad es de coloniza­
dores (N orteam érica, Australia, Nueva Zelanda, etc.) a escenarios geográfi­
cos donde com plejos m ovim ientos populares desafían tal abreviatura.
No obstante, el concepto "indígena" se ha expandido en térm inos retó­
ricos desde una categoría exógena hacia una de autodenom inación, la cual
significa reconocim iento cultural, defensa de los derechos hum anos y pro­
tección b ajo la legislación internacional (Stavenhagen 1 9 9 6 ).2 En un m un­
do hoy en día unlversalizado en térm inos ab stractos com o poscolonial, la
investigación etnográfica de las identidades indígenas em ergentes podría
contribuir al análisis social en escenarios donde siguen siendo controver-
siales los derechos a la tierra y el estatus legal, econ óm ico y social de las
m inorías. Las investigaciones antropológicas sobre el com pañero de viaje

1. U n iv ersity o f B r itis h C o lu m bia.


2. El Oxford English Dictionary define indígena como "nacido o producido naturalm ente
en una tierra o región; nativo de [el suelo o región]1’ y rem onta su uso m ás tem prano a
1646.
394 Julie Cruikshank

del indigenism o, el térm ino igualm ente esencializado de nacionalism o, han


dem ostrado que el nacionalism o no es una cosa, y que lo que podría p are­
cer superficialm ente como una categoría europea, con frecu en cia esta in­
serta en ideologías radicalm ente divergentes.
En las p rácticas cotidianas, el térm ino indígena ahora es em pleado con
más frecu encia en contextos relaciónales, an tes que com o una categoría
principal de autoadscripción. Por ejem plo, en el Canadá, los térm in os "ab o­
rigen" o "prim era nación” surgieron com o las form as preferidas de auto-
rreferencia durante los años 1 9 8 0 y 1 9 9 0 . "Prim era nación" sustituyó al
térm ino adm inistrativo de "banda india" em pleado durante m ucho tiem po
por el gobierno de Canadá, m ientras que "aborigen", el térm ino más inclu­
sivo, abarca a los in u ity los m étis. En el norte del Canadá, las autodenom i-
naciones en las lenguas locales son de uso frecuente. Sin em bargo, indígena
está convirtiénd ose en la prim era opción de algunos jó ven es activistas u r­
banos, quienes d escriben los térm inos "aborigen" y "prim era nación" como
muy entram pados por los discursos estatales oficiales. Invocada con refe­
rencia a las em erg en tes alianzas internacionales, la indigeneidad resalta
las sim ilitudes con otras p oblaciones que com parten h istorias de despojo,
em pobrecim iento y escolaridad obligatoria. Cada vez más autorizado por
las com isiones de trab ajo de la ONU, el indigenism o ha sido identificado
com o una nueva clase de entidad global que cobra impulso en la actualidad
(Niezen 2 0 0 0 : 1 1 9 ). No obstante, su uso creciente, tal com o m uestran los
artícu los de este libro, evidencia las tensiones.
En el Canadá, si bien el nuevo indigenism o es crecien tem en te un pro­
ceso relacional y construido, este em erge de una historia de d istintos en­
cuentros y se elabora sobre diversas conexiones. Los p rocesos tem pranos
de form ulación de tratados en la N orteam érica británica, sugieren que los
poderes coloniales reconocieron tácitam ente la sob eran ía local. La p oste­
rior dem arcación de una frontera internacional a través de N orteam érica
en 1 8 6 7 , sep aró al Canadá de Estados Unidos y asignó arb itrariam en te a
las poblaciones aborígenes a un Estado-nación o al otro. Un siglo después,
una nueva generación de jóvenes activistas, envalentonados por la protesta
social y el activism o radical que caracterizaron a los años 1 9 6 0 , em peza­
ron a reco n stru ir alianzas transfronterizas. En la costa oeste canadiense,
las prim eras naciones forjaron vínculos con los m aoríes de Nueva Zelanda
durante los años 1 9 7 0 (Tsing en este volum en). Más al Norte, redes circum ­
polares han unido a los pueblos de las regiones .ártica y su bártica en pro
de causas com unes (M inority Rights Group 1 9 9 4 ; Sm ith y M cCarter 1 9 9 7 ).
Encuentros en curso con los estados poscoloniales, con la ciencia y con las
organizaciones internacionales, son tem as explorados en este capítulo.
La teoría poscolonial nos obliga a m irar críticam en te cóm o fueron
exportadas desde Europa las categorías de la Ilustración — m ediante la
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 395

expansión im p erial— a lugares com o el noroeste norteam ericano — consi­


derado alguna vez com o "el borde del m undo”— , y cóm o es que estas cate­
gorías se han sedim entado en la práctica contem poránea. En este capítulo,
presto atención al concepto de indigeneidad a través de los len tes del cono­
cim iento local, en un escen ario donde tal conocim iento, por lo visto, está ga­
nando terreno, pero que, en gran medida, todavía es recibido y adjudicado
dentro del m arco de las norm as científicas del universalism o. R astreo algu­
nas de las continuidades o sim ilitudes en las formas com o son desplegados
los conceptos de conocim iento — considerados diversam ente com o siendo
"locales", "indígenas", "occid entales" o "universales”:— , argum entando, al
m ism o tiem po, que la colonialidad de la indigeneidad es a veces reforzada
por las jerarq u ías, incluso en aparentes contextos progresistas.
Mi capítulo nace a p artir de un enigm a de mi investigación etnográfica
— la aparición de los glaciares en las historias de vida contadas por m ujeres
indígenas ancianas que nacieron a finales del siglo XIX y que vivieron toda
su vida en el interior, cerca de las m ontañas San Elias. Pasé los años 1 9 7 0
y principios de los 1 9 8 0 en el territorio Yukon, donde trab ajé con varias
m ujeres, ávidas p o r docum entar sus m em orias para generaciones más jó ­
venes. Entre los relatos que ellas grabaron, había algunos acerca de un año
d esesp erantem ente frío a mediados del siglo XIX cuando no llegó el verano,
y acerca de los glaciares que m aldijeron a los lagos y que eventualm ente
estallaron con consecuencias catastróficas. Sus historias registraban tam ­
bién los viajes hechos por sus ancestros athapaskan de tierra adentro y los
tlingit de la costa, quienes se casaron entre sí, com erciaron y viajaron entre
la m eseta de Yukon y el golfo de Alaska. En ocasiones, los protagonistas
atravesaron a pie los glaciares, y otras veces viajaron en canoas de álamo
talladas a mano, bogando b ájo puentes de glaciar que periód icam ente cu­
brían los principales ríos que d esem bocan en el Pacífico y que provienen
de las alturas del in terio r de país. Otras narrativas contaban cóm o los ex­
traños, k'och'en ("la gente de las nubes", sin color], llegaron por prim era
vez a tierra ad entro proced entes d<? la costa, atravesando glaciares, y las
tran sform aciones que preludiaba su arribo.
Inicialm ente, me sentí perpleja por las referencias a glaciares en estas
historias de vida. Hacia los años 1 9 7 0 , las m ujeres que conocí estaban vi­
viendo bastante tierra adentro, lejos de los campos de nieve de San Elias; no
obstante, insistieron en incluir relatos sobre los glaciares para explicarla his­
toria hum ana regional. Las conexiones que establecieron ellas me llevaron a
cierta literatura centrada en tres tem as aparentem ente distintos que empleo
para enm arcar esta discusión: historias de cambio medioambiental, el análi­
sis de los encuentros coloniales y los debates acerca del conocim iento local.
En prim er lugar, las historias de glaciares me orientaron hacia los
relatos sob re cam bios m edioam bientales que sucedieron en el noroeste
396 Julie Cruikshank

norteam ericano durante la vida de los padres y abuelos de estas m ujeres.


Las narraciones de riesgos geofísicos que predom inan en estos relatos es­
tán asociadas con las últim as fases de un período que algunos científicos
denom inan "Pequeña Edad de Hielo". Jean Grove, el geógrafo físico que acu­
ñó este térm ino para referirse a un intervalo de enfriam iento global entre
la Edad Media y principios del siglo XX, rastrea algunas de sus am bigüe­
dades en su texto clásico La P eq u eñ a E d ad d e H ielo (1 9 8 8 ), donde señala
que las cronologías varían de región en región. Con el m ism o título, el libro
reciente del arqueólogo Brian Fagan (2 0 0 0 ) sugiere que el período fue de
1 3 0 0 d. C .-1850 d. C. para la Europa Occidental, pero tam bién anota que los
científicos no están de acuerdo con respecto a las fechas. En el n oroeste del
Pacífico, el período que se m enciona por lo general es el que va desde 1 5 0 0
d. C. hasta 1 9 0 0 d. C.
En segundo lugar, sostengo que las historias de glaciares retratan tam ­
bién los encuentros hum anos que coincidieron con fases tard ías de esta
Pequeña Edad de Hielo. En el golfo de Alaska coincidieron dos procesos
fundam entales que con frecuencia son discutidos por separado: cam bios
geofísicos (el territo rio de las ciencias naturales) y las in cu rsion es colonia­
les europeas (una esfera de las ciencias sociales y las hum anidades). Hacia
finales de los años 1 7 0 0 , cuando los cam pos de hielo estaban esp ecialm en ­
te activos, tam bién lo estaba el com ercio de pieles tran sp ortad as desde el
lejano n oroeste am ericano a Londres, París y Moscú. Tanto los relatos es­
critos com o orales retratan encuentros con paisajes cam biantes, pero tam ­
bién con los europeos que estaban cruzando los glaciares desde el Pacífico
hasta alcanzar el in terio r hacia fines del siglo XVIII. De m anera particular,
otro tipo de encuentro se seguía de tales contactos — en tre las historias
escritas y orales contadas acerca de tales eventos, y sus su b secu en tes lec­
tores y oyentes, a medida que fueron absorbidas en d iferentes tradiciones
de conocim iento. Las historias de glaciares se m ueven a través del tiem po,
conectan con otros, y están siendo revitalizadas a medida que el cam bio de
clima global influye en las condiciones glaciales locales.
En te rce r lugar, em pleo el térm ino conocim iento local para referirm e
al conocim iento tácito encarnado en las experien cias de vida y que es re­
producido en el com portam iento y el discurso cotidianos. Caracterizado de
modo diverso com o "su perstición primitiva", "sabiduría a n ce stra l” o "cien­
cia indígena”, desde hace mucho que ha sido enm arcado com o un estorbo
para los conceptos de la racionalidad occidental. Por lo tanto, el conoci­
m iento local es un concepto usado con frecuencia en form a selectiva y de
m aneras que revelan más acerca de las historias de la ideología occidental
que sobre las form as de ap rehend er el mundo. Luego sigue su encarnación
á fines del siglo XX com o conocim iento "indígena" o "ecológico”, el mismo
que presenta el conocim iento local com o un ob jeto de la ciencia — como
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 397

dato potencial— , antes que como un tipo de conocim iento que podría in­
form ar a la ciencia. Sostengo que el conocim iento local no es algo que esté
esperando ser descubierto, sino que, más bien, es continuam ente producido
en situaciones de encuentro humano; entre vecinos de la costa y de tierra
adentro, en tre visitantes coloniales y resid entes, y en tre científicos, adm i­
nistrad ores y am bientalistas y las prim eras naciones contem poráneas.
Empiezo con unas cuantas palabras sobre las dim ensiones físicas de las
m ontañas y de los glaciares en este lugar. Luego bosqu ejo algunas historias
viejas y nuevas que m uestran cóm o los tem as de cam bio m edioam biental,
encuentros hum anos y conocim iento local son todavía cen trales para las
luchas en lugares descritos com o "lejanos" a p esar de su vieja im bricación
con los m ercados m undiales. Concluyo con una referencia a las historias
contrad ictorias que circulan en estas m ontañas y a sus conexiones en curso
con la m em oria, la historia y los derechos indígenas. No es de sorprender,
los m arcos interpretativos parecen esta r p erm anentem en te reform ulados
por todos lados para satisfacer las esp ecificaciones contem poráneas. P ers­
pectivas p ersp icaces de los estudios actuales sob re la m em oria y el olvido,
perm iten e sclarecer cuán profundam ente trenzadas están estas tres h e­
bras — m ed ióam biente cam biante, encuentros hum anos tran sform ad ores
y debates sob re el conocim iento local— a medida que circulan en contextos
tran snacion ales b ajo nuevas rúbricas com o am bientalism o, poscolonialis­
mo y "conocim iento ecológico tradicional" en sus diversos acrónim os.
De m anera im portante, los campos de hielo Ranges incluyen a glacia­
res em ergentes — de gran interés para las ciencias geofísicas. Los glaciares
em ergentes pueden avanzar varios kilóm etros, a veces sin previo aviso tras
varios años de estabilidad, y con frecuencia crean lagos represados por hie­
lo, los m ism os que crecen hasta reventar cuando el hielo se adelgaza y la
represa se rom pe. Los glaciares em ergentes tam bién se dan en Groenlandia
y la Antàrtica, pero aspectos de escala y accesibilidad hacen que sea más
fácil estudiarlos en las m ontañas San Elias. De más de cuatro mil glacia­
res existen tes en estos cam pos de hielo, un conjunto relativam ente grande
— por lo m enos 2 0 0 — tiene esta característica. En este lugar, vemos ahora
la naturaleza representada de m uchas form as — com o "tierra salvaje pri­
mordial", o un "laboratorio de cam bio climático", o un "gigante parque de
diversiones infantil” para los ecoturistas. En el n oroeste canadiense, tales
d escripciones com piten hoy con perspectivas de los residentes indígenas
locales que vivieron y cazaron en estas tierras hasta 1 9 4 3 , cuando fueron
reubicados al este de la autopista Alaska, luego de que el Santuario Kluane
Game (y, más tarde, Parque y Reserva Nacional Kluane) fuera establecido
com o la prim era "área protegida" de Yukon.
Comienzo con una historia acerca de un glaciar, hoy oficialm ente conoci­
do com o glaciar Lowell, que escuché por primera vez en noviembre de 1 9 7 8
3 98 Julie Cruikshank

cuando la señ ora Kitty Smith, de casi 9 0 años en ese entonces, me pidió que
lo grabara. Nacida aproxim adam ente en 1 8 9 0 , ella creció en el valle del río
Tatshenshini. Cuando niña, llegó a estar bien fam iliarizada con las oleadas
glaciares im predecibles y los desafíos interpretativos de vivir con glaciares.
El glaciar Lowell, por ejem plo, ha cruzado el río Alsek más de una vez. La
señora Kitty Smith lo identificó con el nom bre de Nálüdi, o "el que detiene a
los peces", porque interrum pió las m igraciones del salm ón río arriba hasta
el interior, dejando salm ones sin salida al m ar en el lago Kathleen.
Su narrativa m uestra las consecuencias de la arrogancia, un tem a clá­
sico en las historias aquí contadas. Nálúdi, señala ella, fue provocado para
surgir com o avalancha cuando un niño atolondrado, que viajab a al interior
con com erciantes tlingit de la costa, se burló de un cham án athapaskan cal­
vo. "¡Ah, ese anciano — dijo supu estam en te— , la parte su p erior de su cabe­
za es ju sto com o el lugar donde juegan las ardillas, un tronco tirado pelado!".
Para castigar su trasgresión, el cham án se retiro a lo alto de un gran risco
frente al glaciar, y em pezó a soñar, invocando al glaciar para que avanzase
a través del valle del río Alsek. Convertido en avalancha, llegó a este risco y
construyó un inm enso muro de hielo que represó el río y creo un lago aguas
arriba de cientos de kilóm etros de largo. Cuando eventualm ente reventó
esa represa de hielo, el aluvión resultante b arrió el paisaje, las fam ilias tlin­
git anegadas acam paron en la confluencia de los ríos Alsek y Tatshenshini.
Nálüdi surgió com o avalancha nuevam ente, señ ala ella, poco después de su
propio nacim iento. Ese verano, el glaciar bloqueó el río e inundó la cuenca
del valle durante solo unos días antes de drenarse (Cruikshank y Sidney,
Sm ith y Ned 1 9 9 0 : 2 0 5 -2 0 8 , 3 3 2 -3 3 3 ; McClellan 2 0 0 1 [1 9 7 5 ]: 7 1 -7 2 ).
Estos eventos están preservados en los registros de las ciencias geoló­
gicas, aunque los científicos brindan diferentes explicaciones causales para
las avalanchas (Clague y Rampton 1 9 8 2 ). Ellos estim aron que el avance del
glaciar Lowell creó un represam iento de doscientos m etros de altura hasta
que se detuvo frente a la m ontaña Goatherd y confinó el lago neoglacial Alsek
a m ediados del siglo XIX, tal com o lo había hecho repetidas veces durante los
2 .8 0 0 años previos. Cuando la represa se quebró, descargó agua a lo largo
del valle Alsek con un caudal im presionante, vaciando el lago en uno o dos
días. Ondulas gigantes dejadas a su paso son todavía visibles desde el aire y
sobre el suelo. Los científicos ahora se refieren a las historias orales, ligadas
a genealogías de personas específicas, que sugieren el año 1 8 5 2 com o una
fecha posible de la última avalancha im portante (De Laguna 1 9 7 2 : 2 7 6 ).
Aquí están en cuestión dos nociones divergentes de agencia e in ter­
pretación. Una diferencia clave entre las tradiciones orales athapaskan y el
discurso científico, es que las narrativas de los m ayores m ezclan la historia
natural y social, m ientras que los científicos que evalúan el cam bio m edio­
am biental d escriben com o uno de sus objetivos la sep aración de los factores
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 399

naturales de los culturales. Los mayores, por ejem plo, m encionan lo tonto
que es "co cinar con grasa" cerca de los glaciares, para que esto no excite
al glaciar o al se r que vive dentro del glaciar. La comida debe ser hervida,
nunca frita, en la presen cia de los glaciares, y no se debe perm itir que algo
de grasa escape de la olla. Inevitablem ente, tales explicaciones quedan fue­
ra de la m ayoría de los estudios contem poráneos del "conocim iento local",
puesto que no encajan fácilm ente en las com prensiones científicas contem ­
poráneas de la causalidad y tam poco contribuyen a las bases de datos.
Otras h istorias acerca de glaciares son más difíciles de comprender,
como aquellas que retratan a los glaciares em itiendo un calor tan intenso
que la gente se veía obligada a sum ergirse en los ríos glaciales para evitar
se r consum ida. Sabem os de las terribles consecuencias de las epidem ias,
esp ecialm ente de la viruela, que arrasaron la costa del Pacífico Norte du­
rante el siglo XIX, y que sudar y sum ergirse en agua alternadam ente fue
una estrategia em pleada por sus víctim as en busca de alivio (Gibson 1 9 8 3 ).
Pero se conocen pocos detalles acerca de las epidem ias que se propalaron
hasta Alsek. El m édico de salud pública R obert Fortuine (1 9 8 9 ) identifica
la epidem ia costeña de viruela que ocurrió entre 1 8 3 5 y 1 8 4 0 com o uno
de los eventos m ás significativos en la historia de Alaska. Comenzando por
Sitka, se expandió hacia el Norte hasta el canal Lynn. La antropóloga Ca-
tharine McClellan estim a que b arrió Alsek en 1 8 3 8 , y que otra epidem ia de
viruela siguió en 1 8 6 2 (McClellan 2 0 0 1 [1 9 7 5 ]: 24, 2 2 3 ). Dos epidem ias
y una avalancha deben h ab er coincidido en una sola generación, pero la
magnitud de pérdidas parece haber impedido la transm isión de relatos de
prim era m ano hasta el presente.
El historiad or Mike Davis ha docum entado cóm o es que la expansión
im perial a través de Asia fue' posible cuando coincidió con las sequías y
ham brunas inducidas por El Niño a fines del siglo XIX (Davis 2 0 0 1 ). En el
noroeste del lejano n oroeste am ericano, los m ercaderes tlingit encontra­
ron intru siones sim ilares durante las fases tardías de la Pequeña Edad de
Hielo. Ellos viajaron tierra adentro en 1 8 5 2 y destruyeron Fort Selkirk, un
punto de com ercio que el negociante R obert Campbell de la Hudson Bay
Company había establecid o tres años antes para desviar el com ercio desde
las redes ab oríg enes hacia las m anos británicas.
Los antropólogos, geógrafos e historiad ores han dem ostrado el poder
perdurable de los elem entos del paisaje que sirven como puntos de referen­
cia que anclan m em orias, valores y conocim iento tácito. Un creciente cuer­
po de investigaciones acerca de la m em oria social, sugiere que los paisajes
son lugares de rem em oración y sitios de transm isión, y que las formas de la
tierra culturalm ente significativas con frecuencia proporcionan un tipo de
archivo en el que las m em orias pueden ser m entalm ente alm acenadas (B o­
yarín 1 9 9 4 ). No obstante, en las m ontañas San Elias podem os ver tam bién
400 Julie Cruikshank

cóm o los rasgos cam biantes del paisaje, com o los de los glaciares fluctuan-
tes, han provisto tam bién un m aterial imaginativo para com prender las
cam biantes circunstancias sociales que afectan los asuntos hum anos. En
efecto, los relatos oralm ente narrados ofrecen observaciones em píricas s o ­
bre los cam bios geofísicos y sus consecuencias, pero tam bién dem uestran
cóm o los glaciares brindan m aterial para evaluar los cam bios provocados
por las historias coloniales.
Tales interpretaciones superpuestas y contrapu estas de los glaciares
tienen consecuencias en el siglo XXI. Ellas parecen tipificar o inclusive m o­
delar pugnas clásicas y perm anentes acerca de los significados culturales,
las que se replican en los debates contem poráneos. Las im plicaciones de lo
que Bruno Latour denom ina esta "gran divisoria" que diferencia la natu ra­
leza de la cultura, prosiguen difundiéndose internacion alm en te a través de
d ebates acerca del m edioam bientalism o, la biodiversidad, el cam bio clim á­
tico global y los derechos indígenas (Latour 1 9 9 3 ; véase tam bién Franklin
2 0 0 2 ; Hornborg y Pálsson 2 0 0 0 ; Macnaghten y Urry 1 9 9 8 ).
Ahora paso a algunas narrativas contem poráneas que ofrecen puntos
adicionales de superposición y contraste.

Nuevas h isto ria s de g la c ia re s que se d e rrite n

En los años 1 9 9 0 , los cam pos de hielo San Elias em pezaron a revelar no­
vedosas sorp resas. T res "descubrim ientos" recien tes m uestran ju sto cuán
resbaladizas pueden s e r nuestras visiones sobre la naturaleza y la so cie­
dad. En 1 9 9 1 , un biólogo avistó una pieza rectangu lar de piel de animal,
de aproxim adam ente un m etro de largo y medio m etro de ancho, como
producto del descongelam iento de un glaciar cercano al cen tro de lo que
ahora es el Parque Nacional Kluane. La piel había sido trabajad a por hu­
manos — con cortes alrededor del borde y un posible fragm ento de tira de
cuero— , y parecía vieja. En cum plim iento de la legislación canadiense, el
biólogo Hik inform ó al personal del Parque Kluane, quien se encargó de la
piel y luego la envió a las oficinas centrales del Parque en W innipeg, don­
de ha perm anecido en una congeladora. Parece h a b er sido dejada en los
cam pos de hielo centrales por un viajero, aproxim adam ente mil años atrás
(1 1 1 0 de nuestra era +/- 50, calibrado para dar cuenta de las fluctuaciones
cíe carbón en la atm ósfera). Luego de s e r identificada com o piel de oso,
los científicos del parque tenían la esperanza de que podría revelar infor­
m ación acerca de las relaciones y diversidad genéticas en la población de
osos pardos de Kluane a través del tiem po; sin em bargo, ninguna inform a­
ción genética ha sido recup erable debido a los repetidos congelam ientos'y
descongelam ientos (com unicación personal de David Hik, Universidad de
Alberta, 1 9 9 2 ; y David Arthurs, Parks Cañada, 2 0 0 3 ).
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 401

Seis años m ás tarde' en 1 9 9 7 , un biólogo de la vida silvestre que ca­


m inaba cerca de una cuenca de tipo alpino que m ira al Norte, a unos 1 8 3 0
m etros sob re el nivel del mar, tropezó con una concentración de un kiló­
m etro cuadrado de excrem entos de caribúes d eshelándose de un parche
de hielo de tipo alpino. Los artefactos estaban literalm en te m anando de
un deshielo. Investigaciones p osteriores revelaron evidencia de antiguos
caribúes pastoreand o en la m ontaña denom inada Thand lát — en la lengua
tutchone del Sur.
Los científicos d escriben esto com o una oportunidad rara para ex­
plorar cu estion es acerca de la ecología p rehistórica de grandes poblacio­
nes de caribúes, las consecuencias del cam bio clim ático para los caribúes,
y el uso hum ano de los sitios de caza de elevada altitud. Los excrem entos
contienen DNA m itocondrial y nuclear que los biólogos intentan com parar
con el de las p oblaciones de caribúes vivientes, así com o el polen antiguo
que podría ayudar a recon stru ir los clim as del pasado (Kuzyk e t ál. 1 9 9 9 ).
Al 2 0 0 3 , en el sud oeste de Yukon han sido identificados 72 p arches de hie­
lo de tipo alpino, generalm ente de no m ás de un kilóm etro cuadrado y 50
m etros de profundidad. D ieciocho de estos han revelado h erram ientas, y
el trab ajo prosigue. Las fechas de radio carbono para el caso de las h e rra ­
m ientas de m aderas raras y otros m ateriales orgánicos que se deshielan
de estos parches, dem uestran una relación perdurable en tre los caribú es y
los cazadores hum anos a gran altitud y latitud durante por lo m enos 8 0 0 0
años, ju sto hasta fines del siglo XIX (Farnell et ál. 2 0 0 4 ; Haré et ál. 2 0 0 4 ;
Krajick 2 0 0 2 ).
Los arqueólogos que trabajan en los territorios athapaskan están a cos­
tum brados a realizar sus inferencias a partir de escaso registro m aterial.
Los cazadores su bárticos elaboraron sus herram ientas, en gran medida, a
partir de m ateriales perecib les — pieles, m aderas, ten d on es— , los usaban,
los abandonaban y rehacían a medida que los necesitaban, una tecnología
construida a p artir de principios ingeniosos y llevada en la cabeza antes
que en la espalda. Por lo tanto, y de m anera com prensible, las herram ien tas
perfectam ente preservadas hechas a p artir de m ateriales orgánicos y que
se revelan en los deshielos de los glaciares, son esp ectacu larm en te in te­
resan tes para los científicos así com o tam bién para la gente local, si bien
por razones diferentes. En las subsiguientes investigaciones de los parches
de hielo en Yukon, los arqueólogos y las prim eras naciones de Yukon han
form ado asociaciones, y los m iem bros de las com unidades han participa­
do en la investigación arqueológica de campo. Cam pam entos culturales
organizados por la prim era nación cham pagne-aishihik en torno al tema
de los parch es de hielo, han incluido la visita de científicos para que se re­
únan con estud ian tes locales. En Alaska, los arqueólogos están empleando
ahora m odelos del sistem a de posicionam iento global (GPS) para "realizar
4 02 Julie Cruikshank

prospecciones" en sitios de deshielo potencial que podrían en treg ar evi­


dencia sim ilar al otro lado de la cadena San Elias.
Mucho más am pliam en te publicitado fue el d escu brim ien to accidental
de los re sto s de un joven cazador, un hom bre de alred ed or de 2 0 años de
edad. Él se estuvo deshelando de un glaciar ubicado en los territo rio s tradi­
cionales de la prim era nación cham pagne-aishihik (ubicados tam bién den­
tro del Parque Provincial Alsek - Tatshenshini). Su m uerte probablem ente
fue accidental. Su som brero tejido de raíces de abeto, parte de su manto
de piel de ardilla, algunas herram ientas (incluido un cuchillo de hueso con
restos de hierro) y una pieza de pescado que llevaba consigo se preserva­
ron junto a él. Su m anta, fechada por radio carbono en el 5 5 0 de nuestra
era, contenía trazas de polen de abeto y de pino y algunas escam as de pes­
cado. Los ancianos locales le pusieron el nom bre de Kwaday Dan Ts'ínchi o
"p ersona hallada de hace m ucho tiem po" — en la lengua tutchone del Sur.
Desde un com ienzo, existió una estrech a cooperación en tre los cientí­
ficos y los m iem bros de la relevante prim era nación cham pagne-aishihik,
sin quienes la investigación científica no habría podido proseguir. Si bien
el Acta sob re Tum bas de Nativos A m ericanos y R epatriación estru ctu ra ta­
les relaciones en Estados Unidos (véase Brow n 2 0 0 3 ; Starn 2 0 0 4 ; Thomas
2 0 0 0 ), en Canadá las asociaciones están siendo cuidadosam ente negociadas
com o parte de la im plem entación de los recien tes acuerdos sob re reclam os
de tierras. Los m iem bros de esta prim era nación estuvieron interesad os en
aprend er m ás acerca de este potencial an cestro y sob re cóm o los viajes d-e
este se superponen con sus historias orales. A ceptaron p erm itir las inves­
tigaciones científicas que incluyesen rep resen tan tes de la prim era nación
en su equipo de gestión, y perm itieron que los m ateriales fuesen trans­
portados para 1a realización de análisis científicos. Los cien tíficos están
particu larm ente interesad os en sa b er cóm o esta rara evidencia — carne y
cabello, así com o tam bién hu esos— podría contribuir a en ten d er la salud,
la nutrición y la enferm edad, pero tam bién lo que podrían revelar acerca
de la vida cotidiana de ese tiem po el som brero, h erram ien tas y fragm en­
tos de m anta tan perfectam ente preservados (B eattie et ál. 2 0 0 0 ). Como se
acordó, los restos de este hom bre fueron devueltos a la com unidad dentro
del plazo especificado. El 21 de julio del 2 0 0 1 , la prim era nación realizó
un funeral cerem onial (p o tla tc h ) para él, y sus cenizas fueron devueltas al
lugar donde fue hallado. Las pruebas de radio carbono y ADN prosiguen,
pero hasta el m om ento el ADN indica tan solo que el joven ten ía vínculos
más cercanos con otros nativos am ericanos que con poblaciones de Asia o
Groenlandia (M onsalve e t ál. 2 0 0 2 ). Los botánicos han determ inado más
acerca de su dieta a p artir de m uestras de huesos (D ickson et ál. 2 0 0 4 ). Las
conexiones tran sfronterizas entre las prim eras naciones tüngit de la costa
y cham pagne-aishihik de tierra adentro se han visto fortalecid as durante
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 403

las negociaciones com unales en torno a esta investigación y los ritos fúne­
bres para Kwáday Dan Ts'ínchi.
Durante un tiem po, estos eventos recibieron am plia publicidad — en
los ám bitos local, nacional e internacional, y en fuentes que variaban des­
de m edios de noticias hasta revistas científicas. En tales circunstan cias, los
científicos y la gente aborigen están encontrando evidencia concreta y ma­
terial del pasado, pero tam bién se están encontrando entre sí de m anera
muy cercana. Los encuentros contem poráneos caen dentro de contextos
trasn acion ales nuevos — cam bio clim ático global, m edioam bientalism o,
ju sticia social, y estudios científicos de restos hum anos— , y vem os cómo
la m ism a evidencia produce diferentes interpretaciones. La pieza de piel
de oso les ofrece a los científicos la posibilidad de aprend er acerca de las
antiguas poblaciones de osos pardos, y les brinda a los resid entes locales
una posible evidencia de un antiguo ancestro que viajó por los cam pos de
hielo centrales. Las herram ientas que brotan de los glaciares sugieren que
los paisajes de alta latitud y gran altitud fueron intensam ente com partidos
por los hum anos y los caribúes durante miles de años. Las ancianas que
nacieron an tes del siglo XX, con quienes trab ajé, se acordaban todavía de
grandes rebaños a principios del siglo XX antes de que d esaparecieran, y los
biólogos no pueden p recisar la causa de su desaparición. Los narradores
de relatos no sep aran las herram ientas de los fabricantes de herram ientas:
las m u jeres, por ejem plo, especulan acerca de la m ujer costeña que podría
h a b er hecho el som b rero de Kwáday Dan Ts'ínchi o la abuela que podría ha ­
b e r tejid o su m anta de tierra adentro. De modo que su arribo confirm a las
trad iciones orales en las m entes de la gente local, y certifica la antigüedad
de tal v iaje realizado por los ancestros. Los glaciares en descongelam iento
vienen revelando evidencia m aterial de interés para los científicos, pero
tam bién están reforzando las antiguas historias orales acerca de viajes e
intercam bios en las proxim idades de las m ontañas San Elias. Una vez más,
surgen interrogantes acerca de dónde se conectan y dónde se apartan las
h istorias contadas por los científicos y los ancianos.
De m anera crucial, las tradiciones orales athapaskan y tlingit atribu­
yen a los glaciares características más bien distintas de aquellas d escubier­
tas a través de la ciencia. Desde antaño, los glaciares ofrecieron rutas de
viaje o "au top istas" que posibilitaron los vínculos hum anos entre la costa
y el interior. En m uchas narrativas, los glaciares son d escritos como con
capacidad de sentir. Ellos escuchan, prestan atención y rápidam ente se
ofenden cuando los hum anos se burlan o se com portan indiscretam ente.
Yo me he sorprendid o por la form a en la que la gente que habla sabiam en­
te acerca de los glaciares se refiere a la escucha, la observación y la par­
ticipación en relacion es de respeto ritualizadas (véase tam bién Anderson
2 0 0 4 ). Tales visiones se originan en un com prom iso intenso con el medio
404 Julie Cruikshank

am biente, m antenido a través de milenios, el cual crea lo que el antropólo­


go Tim Ingold denom ina una "perspectiva de morada", tan profundam ente
relacional, que todos com prenden cómo es que los hum anos y la naturaleza
coproducen el mundo que com parten (Ingold 2 0 0 0 : esp. 1 5 3 -1 5 6 ; véase
tam bién B asso 1 9 9 6 ). Los paisajes glaciares d escritos en las tradiciones
orales, por lo tanto, son espacios intensam ente sociales que incluyen rela­
ciones con seres no hum anos (com o los glaciares y los rasgos del paisaje),
los que com parten características de la condición de ser persona.
En este lugar, las m em orias de la Pequeña Edad de Hielo son sed im en­
tadas tanto en procesos físicos estudiados por los científicos (bandas de
arena y cascajo, estratos de hielo y roca, etc.), com o en las m em orias de los
residentes más antiguos. Am bos tipos de conocim iento son adquiridos a
través de una relación cercana con un entorno físico. Durante el siglo pasa­
do, un discurso (la ciencia) ganó autoridad, y geren tes de parques, ecotu-
ristas y el público en general han adoptado concepciones de los glaciares
como lugares de "naturaleza en bruto”. Una vez más, los glaciares parecen
estar cum pliendo un rol activo en la negociación del terren o m oderno de la
ciencia, la historia y la política en estas m ontañas.
Las narrativas acerca de los glaciares en descongelam iento reflejan los
tres m arcos interpretativos identificados antes, pero incorporan tam bién
preocupaciones contem poráneas. Las nuevas narrativas acerca del cam bio
m edioam biental asociado con los glaciares en d escongelam iento, ahora se
refieren al cam bio clim ático global antes que a los avances de la Pequeña
Edad de Hielo. Los relatos acerca dé los encuentros hum anos que alguna vez
retrataron las incursiones euroam ericanas a través de los glaciares, ahora
hablan de la im plem entación de los reclam os de tierras en el contexto de
la ju sticia social. Nuevamente, el conocim iento local está siendo producido
en nuevos contextos y está asum iendo un rol en expansión en la retórica de
la cogestión de políticas. En el resto de este capítulo, por lo tanto, presento
unas visiones panorám icas de estos contextos rápidam ente cam biantes.

Cambio m e d io am b ien tal

A com ienzos del siglo XX, desde los Andes hasta el Ártico, el cam bio m edio­
am biental preocupante es el clima global, sim bolizado por el evidente
deshielo de los glaciares. La evidencia cada vez m ayor indica que el calen­
tam iento será extrem o en latitudes árticas y subárticas. Los científicos pue­
den no esta r de acuerdo con la magnitud de los cam bios de tem peratura
prom ediados globalm ente, o acerca del rol de los hum anos en el proceso,
pero coinciden en que se están experim entado valores extrem os en las re­
giones árticas y que esto proseguirá así (IPPC 2 0 0 1 ). El cam bio clim ático es
un proceso global, pero tien e consecuencias locales profundas. Las prim eras
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 405

naciones de Yukon, que ahora están concluyendo las negociaciones por los
reclam os de tierras y se hallan involucradas en la planificación económ ica
com o parte de los acuerdos de autogobernanza, vienen planteando inte­
rrogantes acerca de las consecuencias regionales para los niveles de agua,
la producción forestal, el perm acongelam iento, la vida silvestre y las activi­
dades hum anas. Su experiencia pasada con la variabilidad clim ática evoca
tiem pos y territo rio s riesgosos (Cruikshank 2 0 0 1 ).
Existe un crecien te interés por sa b er cóm o pueden tra b a ja r ju ntos los
pueblos ab oríg enes y los diseñadores de políticas sob re preguntas en torno
al cam bio clim ático, y se reconoce que algunas soluciones deben venir de
los niveles locales. No obstante, vistas más de cerca, las consultas pueden
conducir a intercam bios com plicados. Por ejem plo, los científicos e sta b le­
cen una distinción en tre tiem po ( w e a th e r ) y clima (c lim o te ). Por definición,
nos dicen, el clim a es la estadística del tiem po, incluidas las m ediciones
prom edios (tem p eratura prom edio o precipitación prom edio) y varianza.
Los científicos del clim a hablan acerca de datos p recisos y m ensurables
— tem peratu ra, presión atm osférica, precipitación y velocidad del viento—
(W eaver 2 0 0 3 ). Tal com o los antropólogos inform an a p artir de un estudio
colaborativo en el norte de Finlandia, es poco probable que las trad icio­
nes orales brind en "d atos” tran sferibles a los científicos especializados en
el ca/nbio clim ático; en parte, debido a que la gente local con frecuencia
se está refiriend o al tiem po cuando habla de cam bio m edioam biental. Por
ejem plo, las m em orias trasm itidas en el Yukon prestan atención al calor del
verano durante los días plenos de sol o, en el invierno, al frío cortante de los
profundos valles de río. La gente recuerda vientos b oreales helados y des­
agradables granizadas. "El clima es registrado”, anotan Ingold y Kurttila de
m anera sucinta, "el tiem po se experim enta" (2 0 0 0 : 1 8 7 ). El conocim iento
acerca del tiem po, señalan ellos, no puede ser transm itido com o un con­
junto de fórm ulas o prescripciones convencionales; se acum ula a partir de
toda una vida de experiencia que atraviesa y habita lugares bien conocidos,
y está inserto en el conocim iento tácito.
La ciencia del clima presen ta un cuadro más com prensivo que el tiem ­
po. Pero de m anera similar, la tradición oral trasm ite com prensiones que
son m ás integrales qué los datos. Las dos no pueden siem pre ser fusiona­
das, pero am bas revelan mucho sobre la experien cia humana relativa al
cam bio m edioam biental. Un prim er valor de las tradiciones locales acerca
del tiem po, es el de d esplegar tradiciones locales bien informadas en la so­
lución de problem as durante eventos inesperados del tiempo (Mclntosh
et ál. 2 0 0 0 ). Un tem a predom inante en el Yukon, se refiere a vivir con la
incertidum bre que acom paña al com portam iento de los glaciares — avan­
ces inesperados, surgim ientos violentos, inundaciones catastróficas y las
variaciones concom itantes del tiempo. Otras preocupaciones viajan: los
406 Julie Cruikshank

pasos cu biertos de glaciar entre la costa y el in terio r brindaron viejas ru ­


tas de viaje. En un relato muy conocido acerca de dos socios com erciantes
que cruzaban los glaciares para llegar a la costa — un tlingit costeño y un
athapaskan del in terio r— , las consecuencias dram áticas se centran en un
accidente cuando el tlingit costeño cae en una grieta de glaciar, y el socio,
sabiendo que se le responsabilizaría, debe tom ar d ecisiones y d iseñar un
plan de rescate. Las narrativas que son útiles en tiem pos de crisis tienen
que ver con las relaciones convenientes con la tierra y cristalizan resp u es­
tas sociales rápidas y oportunas. Kwáday Dan Ts'ínchi' probablém ente se
extravió durante una torm enta inesperada, especulan los arqueólogos. Las
historias que ahora son asociadas con su aparición, .su contribución a la
ciencia, su crem ación cerem onial y su retorno al glaciar donde füe hallado,
apuntan a prácticas que son cruciales para m an ten er el equilibrio en un
mundo moral. Los científicos pueden distinguir, necesariam en te, entre da­
tos m ed ioam bientales y la historia social, pero los n arrad ores aborígenes
igualm ente están p restos a identificar los efectos d esastro sos del cambio
m edioam biental (específicam ente, la contam inación) con la historia del
colonialism o y sus desequilibrios, antes que verlos com o problem as físicos
aislables que la ciencia podría ayudar a "arreglar".

E n cu e n tro s h u m a n o s

Mi proyecto m ayor es ra strea r el rol que juegan los glaciares en la im agina­


ción social — en las trad iciones aborígenes, pero tam bién en narraciones
dejadas por v isitan tes rusos, españoles, franceses, britán icos, estadouni­
denses y canad ienses durante los siglos XVII y XIX (Cruikshank 2 0 0 5 ). La
idea del encu entro parece especialm ente útil debido a lo que revela acerca
de la escala y la subjetividad. En un inicio, los acto res en esta región fueron
relativam ente pocos, y sus motivos, intenciones e im aginarios pueden ser
rastread os parcialm en te en diarios e inform es, pero tam bién en historias
narradas oralm ente que todavía hoy se cuentan. A m edida que los sueños
nacionales irrum pieron en este rincón del n oroeste norteam ericano, el po­
der cam bió decisivam ente.
Hace más de medio siglo, Harold Innis (1 9 5 0 ), el historiad or de la econo­
mía canadiense, identificó que las regiones árticas y subárticas proveían un
ejem plo clásico de la tendencia m odernista a conceptualizar el tiem po como
espacialm ente distribuido, segm entado m ecánicam ente, y lineal. Observó
que los proyectos coloniales avanzan por medio del diseño y reforzam iento
de categorías — tales como objetividad, subjetividad, espacio y tiem po. Una
vez norm alizadas com o "sentido común", estas clasificaciones proporcionan
una m atriz visual para la anexión de territorios y la subyugación de sus anti­
guos habitantes. El análisis de Innis es especialm ente adecuado en este caso.
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 407

Irónicam ente, una localidad que obtiene buena parte de su fuerza imagina­
tiva com o un lugar donde las fronteras estuvieron siendo negociadas siem ­
pre (entre los socios de intercam bio, entre costa e interior, entre glaciares
y hum anos, y entre residentes y extranjeros), ahora se ha convertido en un
lugar repleto de fronteras antes que de historias. La frontera internacional
se dem oró casi un siglo en su construcción, mapeo, adjudicación y produc­
ción (1 8 2 5 -1 9 1 5 ). Como si fueran capas de una cebolla, los sucesivos tribu­
nales y com isiones que trabajaron afanosam ente para resolver el espinoso
problem a de por qué, cómo y dónde sería trazada esta frontera, dem uestran
cómo es que una naturaleza imaginada puede ser arrastrada en la formación
de naciones, y cóm o es que los sueños de nacionalidad pasan a insertarse en
las fronteras. Tal com o otros han señalado, estas fronteras nacionales fueron
mucho más difíciles de negociar que los glaciares.
Las fronteras se propagan. En esta región, algo fundam ental para las
recientes h istorias hu m ano-am bientales es la transform ación de territorios
de caza en naturaleza preservada m ediante pasos vinculados que privan de
derechos a los cazadores indígenas en un a b rir y cerra r de ojos. Durante
la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos llegó a preocuparse por una
posible invasión jap on esa a través de Alaska. Concibió la idea de una auto­
pista m ilitar que con ectase sus distantes territorios noroccidentales con el
centro nacional, una trem enda operación que llevó a 3 4 mil trab ajad ores al
Norte en tre abril de 1 9 4 2 y diciem bre de 1 9 4 3 . Tras la sobre caza atribuida
al personal m ilitar estadounidense y a los civiles canadienses durante la
construcción de la autopista a Alaska, en 1 9 4 3 se estableció el Santuario
Kluane Game. Las nuevas regulaciones que prohibían la caza dentro del
santuario, incluida la caza de subsistencia, significaron que un cazador que
m ataba un b orrego ju sto al este de la frontera era considerado un gran pro­
veedor, m ien tras que alguien que cogía un borrego a tan solo unos cuantos
m etros al O este podía s e r procesado. Cuando esas fronteras fueron m odifi­
cadas para cre ar el Parque Nacional Kluane en 1 9 7 9 , la región se unió a una
red nacional de ad m inistración de parques. La p o sterior designación de la
frontera Estados Unidos-Canadá com o patrim onio cultural del mundo por
la UNESCO, incorporó a la región en la agenda internacional. Una frontera
internacional separa a la gente de Alaska de sus fam iliares en el Canadá;
las fronteras provinciales y territoriales separan a las fam ilias de Columbia
Británica de las que se encuentran en el Yukon; y las fronteras colocadas
en torno a las áreas protegidas en 1 9 4 3 , y un parque nacional en 1979,
en cerraron territo rio s ancestrales tras una frontera, o dejaron fuera de la
frontera a la gente, dependiendo del punto de vista. Para quienes fueron se­
parados por las fronteras, constituye un problem a crucial el cómo trasm itir
el conocim iento acerca de los lugares a quienes nunca los experim entaron
— de ahí su aparición en las historias de vida.
408 Julie Cruikshank

C onocim iento local

Los glaciares en descongelam iento han generado asociaciones en tre los


científicos y las prim eras naciones que inevitablem ente anim an los debates
locales acerca del conocim iento. En térm inos internacionales, durante la
última década se ha dado una explosión de interés con relación al conoci­
m iento indígena o "conocim iento ecológico tradicional (CET)”. No obstante,
la "localidad" de tal conocim iento desaparece en ocasiones, a medida que
las m etodologías prescriptivas pasan a s e r sacralizadas. "El conocim iento
local” se ha convertido en un térm ino de sentido com ún en la retórica de
inicios del siglo XXI. Lo acrónim os CET ahora están por todas p artes en los
planes de m anejo de las investigaciones y con relación a tópicos tan diver­
sos com o piscigranjas, m anejo de la vida silvestre y forestería, pero con
frecuencia retratan el conocim iento local com o estático, im pereced ero y
herm éticam ente sellado dentro de categorías com o "indígena”, de m aneras
que refuerzan la colonialidad del concepto.
La implicación es que las fuentes orales son de algún m odo estables,
como docum entos de archivo, y que una vez habladas y registradas, están
sim plem ente ahí, esperando una interpretación. No obstante, la investiga­
ción etnográfica dem uestra que el contenido de las fuentes orales depende
en gran medida de lo que sucede en las discusiones, el diálogo y la relación
personal en la que son com unicadas. El testim onio oral jam ás es dos veces
el mismo, incluso cuando se em plean las m ism as palabras, debido a que,
tal como nos lo recuerda Allesandro Portelli (1 9 9 7 : 5 4 -5 5 ), la relación — el
diálogo— está siem pre cam biando. Las tradiciones orales no son "produc­
tos naturales". Ellas tienen historias sociales que adquieren significados en
las situaciones donde son utilizadas, durante las interaccion es entre narra­
dores y escuchas. Los significados cam bian dependiendo de la medida en
la que las com presiones culturales son com partidas por el narrador y el es­
cucha. Si concebim os la tradición oral como una actividad social, antes que
com o un producto cosificado, la verem os com o parte del equipam iento para
la vida, antes que como un conjunto de significados insertados en los textos
y que esperan ser descubiertos. Una de las observaciones más penetrantes
de la antropología es que el significado no es fijo, sino que debe ser estudia­
do en la práctica — en las pequeñas interacciones de la vida cotidiana.
Una creciente crítica acerca de los usos y abusos del conocim iento
tradicional, identifica varios problem as asociados con los usos CET. Una es
la prem isa subyacente referida a que se puede ten d er puentes con pers­
pectivas culturales diferentes por medio de conceptos en inglés (como
"desarrollo sostenible" o "cogestión") y dentro del discurso científico (Mo-
rrow y Hensel 1 9 9 2 ). Otra es la idea de que las d eclaraciones hechas por
gente conocedora, pueden de algún modo ser "capturadas", codificadas,
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 409

etiquetad as y registradas en b ases de datos. En te rce r lugar, tenem os la


creciente evidencia con respecto a que los conceptos de "conocim iento lo­
cal’’ o "trad ición”, que probablem ente son los de m ayor uso en los estudios
de gestión-ciencia, generalm ente reflejan ideas com patibles con la adm i­
nistración estatal antes que con aquellas com prendidas por la gente local
(Ingold y Kurttila 2 0 0 0 ; Nadasdy 1 9 9 9 ). Los científicos que trabajan en los
proyectos CET no han sido tím idos con respecto a la naturalización de la
cultura com o un ob jeto en peligro, seleccionando así inform ación que efec­
tivam ente com bina las agendas m edioam bientales y sociales (véase Raffles
2 0 0 2 :1 5 2 ) .
El género siem pre juega un rol significativo en las narrativas locales,
un tem a que he explorado en otro lugar en forma más extensa (Cruikshank
con Sidney, Smith, y Ned 1 9 9 0 ). Yo escuché estas historias de glaciares con­
tadas por m u jeres locales ancianas quienes las incorporaban en relatos de
la experiencia de vida y las convertían en puntos de referencia para in ter­
p retar y explicar las transiciones de vida y las historias fam iliares generi-
zadas. Sus in tereses y perspectivas contrastaban profundam ente con las
narrativas m asculinas sobre la ciencia y el im perio que caracterizan tanto
a la literatu ra histórica de esta parte del mundo. Kitty Sm ith y sus padres
prestaron atención a las especificidades de la vida cotidiana, y convirtieron
a los glaciares en im ágenes centrales de relatos que inscriben las historias
sociales en paisajes bien conocidos. Las narrativas del siglo XIX referidas a
la ciencia im perial, por contraste, rara vez m encionan a los resid entes de
los paisajes habitados que no sean sus com pañeros científicos o sus aus-
piciadores, y ellas virtualm ente ignoran la historia local. E stas narradoras
afirm an su agencia e insertan su conocim iento en la narrativa, antes que
presen tarlo com o "dato” localizable. En los flujos culturales globales del
ártico, no obstante, tal conocim iento relatado tiende a s e r desplazado y a
quedar fuera de las grandes narrativas (véase Bravo y Sórlin 2 0 0 2 ).
De m anera crucial, las historias trasm itidas en las trad iciones orales
no establecen una distinción profunda en tre el cam bio m edioam biental y
social, y de hecho asum en com o axiom áticas las conexiones existen tes en ­
tre los m undos biofísico y social. El cincel m odernista que separa a la natu­
raleza de la cultura (com o se refleja en los estudios y b ases de datos CET),
cercena im portantes conexiones que las narrativas athapaskan afirm an
explícitam ente. El efecto general de segregar "trozos" m edioam bientales
de sus contextos sociales, inevitablem ente sum erge algunas m em orias y
rem odela otras para que encajen en las narrativas trasnacionales dom inan­
tes. Una vez más, "el dato indígena” es un subsum ido dentro de jerarquías
universalizadoras. Lo que se incluye y lo que queda fuera no es al azar (véa­
se Cooke y Kothari 2 0 0 1 ; Cruikshank 2 0 0 4 ; Fienup-Riordan 1 9 9 0 : 1 6 7 -
1 9 1 ; Nadasdy 2 0 0 3 :1 1 4 - 1 4 6 ; Scott 1 9 9 6 ).
41 0 Julie Cruikshank

La ciencia m oderna, tal com o Sheila Jasan off explica de form a tan
concisa, alcanza sus logros m ediante la abstracción. Las observaciones
científicas ad quieren autoridad al ser sacadas de sus con textos locales y
recom binadas en totalidades más grandes — enm arcadas com o "universa­
les"— , que viajan y, con frecuencia, tran sgred en fronteras de la costum bre
y la tradición (Ja sa n o ff 2 0 0 4 ). El famoso ensayo de W alter Benjam ín "El
narrador de cuentos", captura de m anera elocuente esta m ism a distinción
entre el conocim iento incorporado en las historias y la inform ación desen­
carnada: "La inform ación — señ ala— reclam a una pronta verificabilidad.
El p rim er requ isito es que parezca 'entend ible en sí m ism a’. Una narración
es diferente. No se gasta. Ella preserva y concentra su fuerza y es capaz
de lib erarla tras un largo tiem po" (Benjam ín 1 9 6 9 : 8 9 -9 0 ; véase tam bién
Cruikshank 1 9 9 8 ).
Una aproxim ación histórica a la m em oria revela cuán socialm ente si­
tuadas, pero tam bién cuán porosas, son las prácticas del conocim iento. El
cam po de los estudios de la ciencia dem uestra que, en últim a instancia,
todo conocim iento es local y tiene una historia. La idea de que un mun­
do m ensurable puede ser arrancado de sus am arras culturales tam bién se
originó en las trad iciones de conocim iento local que se expandieron en la
Europa de la Ilustración. En el espacio que hoy se denom ina Parque Kluane,
la ciencia y la trad ición oral son tipos de conocim iento local que com parten
una historia com ún. Tal historia incluye ganancias p erentorias para un tipo
de form ulación — la cien cia— a expensas de otra. Desde 1 9 6 0 , cuando se
creó el Proyecto de Investigación Icefield Ranges bajo el auspicio institucio­
nal del Arctic Institute of North Am erica y la Am erican Geophysical Society,
las cadenas de m ontañas San Elias han brindado sitios de investigación a
las ciencias natu rales y físicas, y ahora a los estudios de cam bio clim áti­
co. Una consecuencia irónica es que, com o parte de los acu erd os vigentes
sob re la congestión, exigidos por los acuerdos sob re reclam os de tierra y
autogobernanza en el Canadá, a los pueblos indígenas que viven en las cer­
canías de los lím ites del Parque ahora se les pide que docum enten su "co­
nocim iento trad icional" acerca de los lugares de los que fueron desalojados
60 años atrás. En tales circunstancias, parecería que "n u estra adulación a
los 'pueblos originarios’ y su conocim iento, juzgado inevitablem ente como
atem poral y ahistórico, puede ser vista com o un acto de inm ensa condes­
cendencia" (W hite 1 9 9 8 : 2 1 8 ).

N arrativ as e n tre la z a d a s

Las historias acerca de los glaciares en las m ontañas San Elias, en interac­
ción constan te e incesante, contribuyen a un debate de m ás de dos siglos
acerca de la relación de la humanidad con el mundo natural. Las prácticas
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 411

económ icas y políticas regionales im plicadas en la separación de áreas pro­


tegidas (e. g., parques), ahora se em palm an con las prácticas globales (e. g„
investigación científica) que reclam an desde estos espacios. Las m ontañas
y los glaciares nuevam ente están siendo reinventados para nuevos propó­
sitos — esta vez en la form a de un híbrido que abarca técnicas de gestión y
prácticas de m edición, que a veces circulan en los espacios de Internet. Al
igual que las narrativas de los sueños nacionales euroam ericanos que una
vez norm alizaron las prácticas de m apeo y m edición, las narrativas m edio­
am bientales globales cumplen ahora ese rol. Contribuyen a p oner la tierra
salvaje prim ordial bajo la protección hum ana de com ités internacionales,
com o la UNESCO con sed e en Ginebra, donde historias teñidas de moral re­
feridas al uso racional y la protección, les perm iten a los com ités globales
arb itrar sob riam ente las preocupaciones locales (véase Anderson 2 0 0 4 ).
Las N aciones Unidas, posicionada centralm ente en los debates in ternacio­
nales acerca de la indigeneidad, aparece de m uchas m aneras.
La lista del patrim onio mundial de la UNESCO clasifica los sitios po­
seed ores de este estatus en una de tres categorías: "natural'', "cultural" o
"propiedades mixtas", reafirm ando la oposición m odernista entre natura­
leza y experien cia vivida. Hasta noviem bre del 2 0 0 4 , los 7 8 8 patrim onios
inscritos en esta lista incluían 6 1 1 sitios considerados culturales, 1 5 4 cla­
sificados com o naturales, y 23 del tipo de propiedades m ixtas. El torp e­
m ente denom inado "Sitio de Patrim onio Mundial Kluane/W rangell-Saint
Elias/Glacier Bay/Tatshenshini-A lsek”, el prim ero en cru zar una frontera
internacional, ha sido asignado a la categoría sitio de patrim onio mundial
"natural", para la consternación de las prim eras naciones locales. Romper
el lazo en tre la gente y el lugar, siguiendo líneas tan a rb itrarias com o la
imaginada entre patrim onio cultural y m edioam biental natural, m arca una
grieta decisiva (Giles-Vernick 2 0 0 2 ; Ingold 2 0 0 0 ).
La naturaleza de la que muy probablem ente escuchem os a inicios del
siglo XXI está crecien tem en te representada com o maravillosa pero en peli­
gro, prístina o biodiversa. Tales descripciones tienden a excluir otras formas
de mirar, y hacen que sea más difícil escu char o ap reciar puntos de vista no
fam iliares (Franklin 2 0 0 2 ; Slater 2 0 0 2 ). La política m edioam biental ha nor­
m alizado tanto nuestra com prensión de lo que significa la "naturaleza", que
ya no podem os im aginar cóm o otras historias pueden ser significativas. A
medida que proliferan las dem andas y contradem andas en nom bre de la
naturaleza, las áreas consideradas como áreas prim ordiales de vida silves­
tre son reim aginadas com o que no han sido contam inadas por humanos.
En gran medida, tales puntos de vista excluyen otras prácticas, memorias,
concepciones y creencias de pueblos que no concuerdan con esta visión.
Subconjuntos cada vez m ás estrech os de la naturaleza expulsan a los huma­
nos, salvo com o su jetos a s e r regulados por las ciencias em presariales.
412 Julie Cruikshank

Las visiones indígenas que se transm iten en narrativas acerca de los


glaciares (com o aquellas del caribù, los bosqu es o los ríos), parecen tener
una im portancia excepcional dado que posicionan a la naturaleza y la cul­
tura en un único cam po social, e insertan historias coloniales y m edioam ­
b ientales en viejos relatos. Ellas establecen conexiones en tre relaciones y
actividades en la tierra y el com portam iento social apropiado. Ofrecen al­
ternativas ricas y com plejas a los valores norm alizados que hoy enm arcan
convencionalm ente a la naturaleza com o un ob jeto redim ible a se r "salva­
do". Siem pre en m ovimiento, aun cuando pueden p arecer estáticos, los gla­
ciares em ergentes abarcan tanto la m aterialidad del mundo biofisico como
la agencia de lo no hum ano, y se basan en trad iciones de pensam iento
bastante diferentes de aquellas del m aterialism o académ ico (véase Raffles
2 0 0 2 : 3 8 ,1 8 1 para una discusión sobre esto planteada de m anera diferen­
te). Ellos están basados en circunstancias m ateriales pero portan tam bién
una multitud de valores h istóricos, culturales y sociales que quedan fuera
cuando son relegados de form a acritica a la "naturaleza".
Los recuentos narrativos acerca de la historia, la tradición y la expe­
riencia de vida, rep resentan distintos y poderosos cuerpos de conocim ien­
to local que, si hem os de aprender algo de ellos, tienen que s e r apreciados
en su totalidad, antes que fragm entados com o datos. Rara vez ocu rre que
los estudios CET orientados por la adm inistración o las alegorías am b ienta­
listas se conectan con la gama de com prom isos hum anos con la naturaleza
— creencias diversas, prácticas, conocim iento e historias cotidianas de la
naturaleza que podrían expandir el centro de atención, con frecuencia en
crisis, de la política m edioam biental. Lo que luce sim ilar en la superficie, a
menudo resulta teniendo diferentes significados y d iferentes propósitos.
Codificado com o CET, y engullido por m arcos de la ciencia adm inistrativa
norteam ericana, el conocim iento local cam bia su forma, con los espacios
sensitivos y sociales transform ados en m ercancías m ensurables denom i­
nadas "tie rra s” y "recursos". Los pueblos indígenas, por lo tanto, siguen
encarando la doble exclusión, inicialm ente por los p rocesos coloniales de
expropiación de tierras, y últim am ente por los d iscu rsos neocoloniales
que se apropian y reform ulan sus ideas. Los valores m ed ioam bientalistas
pueden ahora m oldear nu estras com prension es de la naturaleza (del m is­
mo modo que la ciencia o la encuesta lo hicieron en el pasado), pero ellos
tam bién pasan a esta r entrem ezclados con preguntas sob re la ju sticia que
se van abriend o cam ino poco a poco a través de los d ebates locales en el
noroeste norteam ericano.
V isiones sucesivas de las m ontañas San Elias, perm anentem ente refor-
muladas para aten d er los propósitos del presente, pasan a e sta r trenzadas
con aquellas de las prim eras naciones, cuyas visiones m erecen más espacio
en tal esquem a. En el golfo de Alaska, donde las form as europeas e indígenas
13 / Glaciares que se derriten e historias em ergentes en las m ontañas San Elias 413

de internacionalism o han estado entram padas durante dos siglos, los luga­
res físicos y la gente siem pre han estado im bricados, y es posible que en
el futuro lleguen a estarlo com o nunca antes. El conocim iento local en las
narrativas norteñas es acerca de singulares im bricaciones en tre cultura y
naturaleza, hum anos y paisajes, objetos y sus fabricantes. La evidencia m a­
terial de la historia hum ana — de Kwáday Dan Ts’inchi, p ellets de caribú, o
del transform ado cuero de oso— , podría ser naturalizada com o probable
evidencia genética de la historia natural. Pero las m em orias cu biertas por
capas sucesivas de santuario, parque y sitio de patrim onio mundial, están
siendo revitalizadas a medida que em erge la historia hum ana. Los relatos
de glaciares que em pecé a escu char hace más de dos décadas, pueden ori­
ginarse en el pasado pero prosiguen resonando con las luchas actuales en
torno al m ed ioam bientalism o, los derechos indígenas, los reclam os de tie­
rras, la nacionalidad y los parques nacionales. Tales narrativas, sin lugar a
dudas, continuarán conduciendo a vidas sociales entrelazadas.

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