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Edward C. Riley
1. Este trabajo es una versión posterior, revisada, de una conferencia que di, en noviembre de 1987.
para el VI Ciclo Literario, "Perfiles del Barroco". Zaragoza. Aunque sean básicamente lo mismo, se dife-
rencian hasta cierto punto en el enfoque y en varios detalles.
No es fácil añadir algo de sustancia a lo ya dicho por eruditos como González de Amezúa, Joaquín
Casalduero, Carlos Blanco Aguinaga, Mauriee Molho, Peler Dunn, Gonzalo Sobejano. Ruth El Saffar, An-
tonio Rey Hazas, Alban ForCÍone y otros. Que justifiquen mis palabras la admiración y asombro que
me inspira esta novela cervantina.
2. Cito siempre por la edición de Juan Bautista Avane-Arce, Madrid, Castalia, 1985 2
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después él mismo lo llama «sueño o disparate» (p. 238). Esto cuadra con lo
que más tarde dice Cipión de la profecía de la bruja. La llama, con exactitud
literal, «conseja o cuento de vieja» (p. 304). La categoría general es la misma,
pero ahora se refiere a un tipo de discurso reconocido. Sin embargo, antes,
en el relato de marco, el licenciado Peralta ya había evocado la idea de dos
formas genéricas específicas, ambas dentro de la misma categoría general:
-¡Cuerpo de mí! -replicó el Licenciado-. ¡Si se nos ha vuelto el tiempo de
Maricastaña, cuando hablaban las calabazas, o el de Isopo, cuando departía el
gallo con la zorra y unos animales con otros! [p. 237].
Así que, hasta aquí, hemos acumulado los conceptos de: historia increíble
o fantástica, conseja de vieja, cuento de tipo infantil y fábula esopiana.
Este último es el más significativo, pues demuestra que dentro de la ter-
minología que Cervantes asocia con El coloquio se ha pasado de lo increíble
y disparatado a la clásica fábula con moraleja. Más abajo se vuelve de nuevo
a la fábula esopiana en un contexto distinto pero muy pertinente, como vere-
mos. Berganza hace mención de:
[...] la fábula de Isopo, cuando aquel asno, tan asno que quiso hacer a su señor
las mismas caricias que le hacía una perrilla regalada suya, que le granjearon
ser molido a palos [pp. 259-260].
Dentro de una obra protagonizada por perros de posible origen humano,
no es posible que esto no traiga a la memoria el Asno de oro de Lucio Apule-
yo. Si sólo se tratara de una tácita asociación de ideas, no habría mucho que
decir. Pero hay más. Se nombra esta novela (p. 295), y la bruja Cañizares (pues
ella es quien la menciona) hace una comparación directa entre Berganza y
el asno Lucio, y, por ende, una comparación indirecta entre las dos novelas.
La trayectoria conceptual de las asociaciones genéricas, pues, ya se ha
resuelto en: disparate o fantasíalcuento de niños o conseja de viejalfábula eso-
pianalnovela. Y no sólo «novela», sino <<Dovela clave», como dentro de poco
vamos a ver. Sin embargo, la palabra «novela» todavía no se había hinchado
hasta adquirir la capacidad conceptual de la que disfruta hoy. Había que mo-
dificarla. Por consiguiente, el título descriptivo dado por Cervantes al manus-
crito de Campuzano es «Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Berganza
[...]» (p. 241).
En efecto, la obra tiene ese otro aspecto principal, distinguible de la na-
rración escueta de un cuento o historia. Es decir; el diálogo perruno que con-
siste en comentario, en crítica, en conversación sobre diversos temas. Y el diá-
logo de este tipo en esa época se relaciona con el diálogo satírico de Luciano.
En términos genéricos generales estamos hablando de la sátira menipea, la
cual, más tarde, se disuelve a menudo en novela, de manera imposible de pre-
cisar. No se menciona a Luciano, pero la sátira sí. Se le asigna una función
expresa dentro de la obra. Dice Cipión a Berganza:
De haber oído decir a un gran poeta de los antiguos [Juvenal] que era difícil cosa
no escribir sátiras, consentiré que murmures un poco de luz y no de sangre [p. 251].
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3. Para los orígenes de la picaresca, véase ahora Francisco Rico, introducción al Lazarillo de limnes.
Madrid. Cátedra. 1987, pp. 45 ss.
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4. Sobre el Baldo, véase Alberto Blecua, «Libros de caballerías, latín macarrónico y novela picares-
ca: la adaptación castellana del Baldus (Sevilla, 1542)", Bale/ú1 de la Real Academia de Buenas Letras
de Barcelona, 35 (1971-72), pp_ 147-239, Y sobre este episodio en especial, pp. 165-173.
5. Monique «"Rebuzne el pícaro": comentarios sobre el uso cervantino de una fábula de Eso-
po», Ac/as del VII de la Asociación Internacional de Hispanistas (Brown Uníversíty, 22-27 agos-
to 1986), pp, 53-60.
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6. Gonzalo Sobejano, "El coloquio de los perros en la picaresca y otros apuntes"! llispanic Revietv,
43 (1975), pp. 25-41.
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de la bruja es, en primer lugar, rechazarla como mentira, y luego como «pala-
bras de consejas o cuentos de viejas». A continuación, propone o un «sentí-
do [...] alegórico, el cual sentido no quiere decir lo que la letra suena», o bien
un sentido literal (pp. 304-305). Supone que el sentído «alegórico» se refiere
a los giros de la rueda de la Fortuna con las consecuentes subidas y bajadas
corrientes en la vida social de los hombres. Ya que éstas se verifican todos
los días, y que los perros siguen siendo perros, dice Cipión que el sentido
alegórico de los versos es inaplicable. El sentido literal debe referirse a algún
j'uego de bolos, según concluye con ironía, y, como esto no les ha servido para
nada, las palabras de la bruja carecen de sentido. El humorismo escéptico
de este pasaje es abiertamente equívoco. Está claro que la interpretación so-
ciopolítica, rechazada como alegórica, es la interpretación correcta, la que se
debe tomar al pie de la letra. Sólo que no hay que dar a las palabras el senti-
do rutinario que les da Cipión, sino otro más bien apocalíptico o revolucionario.
El profesor Antonio Rey Hazas ha sugerido cautelosamente que «es posi-
ble que los versos conlleven un jeroglífico interpretable en sentido social" y
que la «poderosa mano» pudiera ser «el rey, Dios, una revolución», o bien
«la muerte».7 Así es, sin lugar a dudas. Recuerdan unas palabras que eran,
y siguen siendo, conocidísimas. Son las del Cántico de la Virgen al Señor:
Derribó a los potentados de sus tronos
)' ensalzó a los humildes.
A los hambrientos los llenó de bienes,
y a los ricos los despidió vacíos.
[S. Lucas, 7, 52-53J
Son parecidos asimismo a las también famosas palabras de Virgilio, pese
al contexto muy diferente:
[... ] parce¡'e subiectis el debellare superbos.
[Eneída, VI, 85]
Los versos de El coloquio emplean un lenguaje a la misma vez apocalípti-
co y revolucionario. Anuncian el día del Juicio Final y la Revolución Mundial.
No carecen de interés ciertas palabras, semejantes a los versos de la bruja,
dirigidas a don Quijote:
[... ] que el cielo, por estraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imagi-
nados, suele levantar los caídos y enriquecer los pobres.
A pesar del tono más suave, son interesantes en nuestro contexto, porque las
pronuncia un proscrito voluntario del sistema social, el jefe de los bandidos
Roque Guinart (Quijote, n, 60).
Donde suelen coincidir el lenguaje apocalíptico y el revolucionario -como
lógicamente, en último análisis, tienen que coincidir-, es en los movimientos
7. Antonio Rey Hazas, «Género estructura de El coloquio de los perros, o cón10 se hace una nove-
la", en J. Bustos Tovar (ed.),Lenguaje, orga¡úzaciól1 texttlal de las "Novelas ejemplares» Madrid-
Tuulouse, Le. Mireil, 1983. p. 141.
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8. Alain Milhou, "La challve-sollris, le nOllveau David et le roi caché», Mélanges de la Casa de VeltJ~
qUé~, 18 (1982), pp_ 61-77.
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Juicio Final no les sirve para nada, cuandoquiera que llegue. Si tienen que
esperar a la regeneración de la sociedad humana, no vale la pena hacer pro-
yectos. Los tiempos de carnaval vienen y van, sin cambiar nada. Es natural
que rechacen la profecía brujeril que quiere vincular sus destinos individua-
les con el de la sociedad humana. Tiene razón Cipión, aunque interpreta mal
los versos. Su sentido les resulta negativo, inaplicable. Una solución que de-
penda de las acciones ajenas no soluciona nada a los perros.
Creo que aquí presenciamos literalmente la transición hacia el concepto
moderno de vivir la vida en crisis. Según una de las principales ideas de Frank
Kermode, en su conocido libro The Sense of an Ending, en la literatura mo-
derna el apocalipsis ha dejado de ser inmine1lte para hacerse inmanente. Ya
no se trata de relacionar la experiencia del individuo con los principios y fi-
nalidades universales, sino con las crisis siempre renovadas de la vida y la
muerte personales. 9
Los perros hacen más que descartar la profecía enigmática; rechazan su
humanidad supuesta, ya que parece significar que su madre era la bruja Mon-
tiela: «que yo no la quiero por madre», dice Cipión, y Berganza está de acuer-
do (pp. 305-306). La bruja-madre puede representar simbólicamente a Eva, la
primera madre. Berganza recuerda la caída humana cuando dice, en otra
ocasión:
[...] que el hacer y decir mal lo heredamos de nuestros primeros padres y lo
mamamos en la leche [p. 262].
Parece ser la opinión de los discretos perros que la bestialidad humana
no va a remediarse de la noche a la mañana por ninguna medida social colec-
tiva y, ¿de qué sirve esperar el Juicio Final? Es una conclusión realista, por
no decir pesimista.
Berganza muestra tener los instintos de un reformador social (tiene esto
de común con don Quijote). Pero queda desengañado por su impotencia ante
el problema de remediar el estado de la sociedad. Por fin, le cansa la vida
que lleva con la compañía de actores:
Cansóme aquel ejercicio, no por ser trabajo, sino porque veía en él cosas que
juntamente pedían enmienda y castigo; y como a mí me estaba más el sen tillo
que el remediallo, acordé de no verlo, y así me acogí a sagrado, como hacen aqué-
llos que dejan los vicios cuando no pueden ejercitarlos, aunque más vale tarde
que nunca [p. 315].
El toque irónico no disminuye la importancia del acto. Berganza escoge
una solución religiosa. Se retira del mundo para reunirse con Cipión, dedican-
do la vida al servicio de los prójimos necesitados. Su empleo será el de asis-
tir al <,buen cristiano Mahudes», pidiendo limosna para el Hospital de la Re-
surrección. Es la caridad en todos los sentidos de la palabra.
Sin embargo, la virtud teológica que más se subraya en El coloquio, se-
9. Frank Kermode. The Seme o/ al1 Eruling, Nueva York. Oxford University Press, 1967.
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gún creo, es la humildad, virtud muy apropiada a los perros. Además, es ele-
mento integral al tema de la profecía de la Camacha, ya que son los humildes
los que tienen que ser alzados. Cipión refunde los versos proféticos en un
sentido religioso diciendo:
Muy diferentes son los señores de la tierra del Señor del cielo; aquéllos. para
recibir un criado, primero le espulgan el linaje, examinan la habilidad, le marcan
la apostura, y aun quieren saber los vestidos que tiene; pero [para) entrar a servir
a Dios, el más pobre es más rico; el más humilde de mejor linaje [... ] [p. 258].
Berganza le secunda con un elogio de la humildad como «la base y fun-
damento de todas las virtudes, y [...] sin ella no hay alguna que lo sea». Añade,
entre otras cosas, que «menoscaba la arrogancia de los soberbios» (p. 258).
Lo que ofrecen Berganza y Cipión son contribuciones minúsculas a la so-
lución del gran problema del mal (<<los males que llaman de culpa, que no
los "de dañd'», según precisa la, a tantos respectos, discreta Cañizares [p. 298].
Pero son contribuciones concretas, trasladadas a la práctica de la caridad en
un mundo de sufrimientos, vicios y crímenes. Se aplican al más grande de
todos los problemas humanos. Hacen un contraste notable con las actividades
intelectuales ridículas o mal aplicadas de los cuatro excéntricos del hospital,
el poeta, el alquimista, el matemático y el arbitrista. Lo que hace falta son
acciones, no teorías intelectuales. Hazañas sí, pláticas no. Ni protestas, ni crí-
ticas, ni prédicas, sino ejemplo personal.
Ésta es la más ejemplar de todas la Novelas de Cervantes, porque, mien-
tras da expresión novelística a este tema, procura resolver el mismo problema
en cuanto afecta al novelista. Primero, la elección de la forma dialogal se ex-
plica por este problema mejor que por otra razón alguna. Por ser coloquio
se introduce una segunda voz (Cipión), la cual se parangona con la del narra-
dor autobiográfico (Berganza). Es la voz del oyente, sustituto del lector. Así
se despoja al narrador de su privilegio, normalmente exclusivo e incontestado,
de dictaminar en los sucesos que va refiriendo. Asimismo, se puede criticar
su selección de los hechos, su modo de presentarlos, y, en fin, toda su manera
de proceder. Por cierto, hay dos modos de recibir un texto, y los dos se ejem-
plifican aquí. El que escucha puede quedarse callado hasta que se termine
la historia, como el licenciado Peralta, quien lee el manuscrito. O bien puede
intervenir, comentar y entablar discusión con el narrador repetidas veces, como
hace Cipión, haciéndose participante vital en la composición de la historia.
El comentario crítico, la interrogación, la objeción se vuelven autocrítica. El
narrador omnisciente deja de serlo. Ya no es todopoderoso; incluso él ha teni-
do que aprender algo de la lección de la humildad.
En segundo lugar, uno de los temas más insistentes en la primera parte
de la conversación canina es "la murmuración».1O Le preocupa en especial a
Cipión. Repetidamente, le advierte a su amigo lo nocivo de la costumbre de
10. Cfr. E.e. Riley, "Cervantes and the Cynics (E/licenciadu Vidriera and El culoquio de los perros)>>,
BuIletin of Hispal1ic Studies, 53 (1976), pp. 189-200.
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hablar mal de los otros. Berganza asiente, pero lo encuentra casi imposible
de evitar: «Me acuden palabras a la lengua como mosquitos al vino, y todas
maliciosas y murmurantes», dice (p. 262). Lo cual demuestra lo arraigado que
es el maldecir. Berganza hasta lo incluye como parte esencial del pecado ori-
ginal: «el hacer y decir mal lo heredamos de nuestros primeros padres» (p. 262).
Y lo demuestra así:
Vése claro en que apenas ha sacado cl niño el brazo de las fajas cuando levan-
ta la mano con muestras de querer vengarse de quien, a su parecer, le ofende;
y casi la primera palabra articulada que habla es llamar puta a su ama o a su
madre [pp. 262-263].
Yo no conozco afirmación más terrible que ésta en toda la obra de Cer-
vantes. En seguida los perros se vuelven atrás. Pero el lector atento no dejará
de notar que, después, ellos mismos rechazan a la Montiela, su madre putativa
(hablando con perdón) (p. 305). Son tan inclinados a caer en esta trampa de
la murmuración como cualquiera. Se encuentran en un círculo de verdS vicio-
so, pues la murmuración parece ser casi inextirpable del carácter humano.
Aun hay quienes quieren canon izarla, y llamarla «filosofía», como los anti-
guos cínicos (p. 268), según Cipión. Su aversión por el murmurar y censurar
explica su aversión por el predicar ~«no quiero que parezcamos predicado-
res" (p. 257).
Aquí se encuentra el sentido principal de la réplica cervantina al Guzmán
de Alfarache. Se sustituye en El coloquio el comentario-sermón por el comen-
tario-diálogo. En vez del narrador-predicador. quien (gracias a su conversión)
ejerce el «derecho" de pontificar a los lectores, Cervantes nos da una pareja
que narra y comeÍ:!ta, siempre conscientes de que siguen formando parte del
mundo vicioso al que han renunciado, mundo cuyos defectos ven con toda
claridad.
Pero la persona franca y sincera. ¿qué ha de hacer?; ¿cómo va a descu-
brir los abusos sociales, los males disfrazados sin condenar. sin protestar; sin
predicar ~en fin. sin hablar mal de los otros?; ¿cómo se van a corregir los
abusos y rectificar el mal sin señalarlos con el dedo censor? La respuesta
de El coloquio de los perros parece ser: con las acciones. no con las palabras;
con hacer, no con hablar; con el ejemplo, no con el sermón. La denuncia no
conseguirá más que el ladrar de un perro. Esto se trasluce por última vez
cuando encuentra Berganza que, aun después de retirarse al hospital, no pue-
de suprimir todos sus impulsos reformistas. Quiere protestar ante el corregi-
dor de Sevilla con motivo de la prostitución en la ciudad, pero. como todavía
no ha recibido el don del habla humana. no puede hacer más que ladrar, y
sólo logra que le echen de la sala a palos (p. 320).
Cervantes, con una perspectiva bien moderna, se ha dado cuenta de la
significación social inherente a la novela picaresca. Ha visto, naturalmente,
que el significado social no se puede desarraigar del terreno ético. Así lo vio
también Mateo Alemán. Pero Cervantes va más lejos. El novelista, por más
preocupado o angustiado que esté por la condición humana, ¿qué derecho
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11. A.K. Forcione, Cervantes and ¡he Mvslery o{ l.awlessness, Princeton, 1984, pp. 187 ss.
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