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El Papa a la Iglesia de Chile: “Que El crezca y yo disminuya”

Los acontecimientos vividos por la Iglesia de Chile no nos pueden ser ajenos. El sufrimiento que se ha vivido
allí es sufrimiento de toda la Iglesia. Y la conversión necesaria que se necesita en la iglesia chilena, es
conversión para toda la iglesia.

Recordemos brevemente los hechos que sucedieron. Cuando el Papa viajo a Chile en enero de este año le
preguntaron sobre el obispo Juan Barros a quien lo acusan de encubrir los abusos sexuales contra menores
cometidos por el sacerdote Fernando Karadima. El Papa respondió que eso eran “calumnias” y que hasta
que no le llevaran pruebas no haría nada. Las víctimas quedaron muy dolidas por esas declaraciones del
Papa porque previamente en uno de sus discursos había expresado que sentía dolor y vergüenza por lo
sucedido en ese aspecto pero, con esas palabras, parecía que no iba a hacer nada y así su pedido de perdón
no guardaba ninguna coherencia.

Pero el papa no se hizo sordo a este reclamo de las víctimas y reconoció haber cometido “graves
equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y
equilibrada”. Pidió perdón a las víctimas y decidió mandar al arzobispo Charles Scicluna a Chile para que se
entrevistara con las víctimas y escuchara las denuncias contra el obispo Barros. Una vez se terminó esa
visita y el Papa recibió los resultados, convocó a todo el Episcopado Chileno a reunirse con Él en Roma. Esa
reunión tuvo lugar el pasado 15 de mayo y allí el Papa les leyó un documento que les pidió meditar durante
su estadía en Roma para, a la luz de esas reflexiones, tomar las medidas pertinentes. En el momento de
escribir esta reflexión lo que sabemos es que todos los obispos presentaron su renuncia al Papa para que,
con libertad, tomara las decisiones más adecuadas de aceptar la renuncia o ratificarlos en su cargo en el
esfuerzo de reparar todo el daño causado y devolver el vigor y autenticidad que la iglesia chilena nunca
debió perder en la persona de sus ministros. (Tal vez cuando esto se publique ya se hayan tomado
decisiones).

Pero lo que interesa reflexionar aquí son algunos apartes de ese documento porque a todos nos conviene
meditarlos y vivirlos. El papa sitúa sus palabras en la cita de Jn 3,30 en la que Juan el Bautista dice “Es
necesario que Él crezca y yo disminuya”. La iglesia de Chile y la Iglesia universal ha de reconocer que por su
organización institucional, el poder adquirido socialmente y su influencia en muchos espacios, puede
olvidarse de que ella no ha de vivir para sí misma sino para anunciar a Jesucristo. Él es quien tiene que ser el
centro, la razón y fin de toda la actividad de la Iglesia. Solo entonces, cuando no tema perder su prestigio
puede sentirse libre para tener una voz profética que anuncie a Jesucristo y lo testimonie verdaderamente.

Francisco les invitó a ser una Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el centro y por eso es capaz de
“promover una acción evangelizadora que mira al Maestro”, “de hacer fiesta por la alegría que el evangelio
provoca”, “de engendrar en la santidad a un hombre que supo proclamar con su vida que a Dios se le
encuentra en los más pobres (refiriéndose al chileno San Alberto Hurtado)”, “de generar espacios que
acompañen y defiendan la vida de los diferentes pueblos, reconociendo la riqueza multicultural y étnica”,
“de confesar que en nuestra historia ha habido injusticia, mentira, odio, culpa, indiferencia y por eso se ha
de ser sincero, humilde y decir al Señor ¡Hemos pecado contra ti! (recogía las palabras del Cardenal Silva
Henriquez en su homilía al terminar el año santo en Chile, 1974). Sintetizaba estos rasgos de una iglesia
profética con lo que él mismo escribió en su Exhortación Gaudete et Exultate 6-9, recordando a Edith Stein
de que la invitación más grande y fecundamente vital nace de la confianza y convicción de que “en la noche
más oscura surgen los más grandes profetas y los santos” que cambian la historia aunque permanezcan
invisibles muchas veces.

La segunda parte de la carta se centró en el “que yo disminuya” de la cita de Juan porque el Papa lo afirmó
con todas las letras: la iglesia “dejó de mirar y señalar al Señor para mirarse y ocuparse de sí misma.
Concentró en sí la atención y perdió la memoria de su origen y misión”. Una de estas consecuencias ha sido
la realidad de los abusos sexuales pero podríamos decir que todas las otras realidades negativas que
enfrenta la iglesia, son fruto de lo mismo. Allí donde no está Cristo la iglesia se aferra al poder, al honor o al
tener y deja su misión verdadera.

El Papa concluye su carta señalando la urgencia de generar dinámicas eclesiales en consonancia con el
Evangelio, evitar todo tipo de mesianismo que la haga creer que es la única intérprete de la voluntad de
Dios olvidando que “la conciencia es el núcleo más secreto y sagrario del ser humano”. El Papa remarca una
y otra vez la centralidad del bautismo que nos hace a todos miembros del Pueblo de Dios donde no pueden
darse elitismos ni clericalismos. Lo único importante es el servicio al Señor en el hambriento, en el preso, en
el sediento, en el desalojado, en el desnudo, en el enfermo, en el abusado…”. Esta Iglesia servidora es la que
puede dar testimonio de que su centro es el Señor y su misericordia su inaplazable tarea.

Pidamos por la Iglesia chilena pero también por la nuestra y por toda la iglesia universal. Toda ella necesita
conversión para avivar su carácter profético y cumplir su verdadera misión en el mundo.

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