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Parábolas de vida

ÍNDICE
pagina

PRESENTACIÓN..........................................................................................
............................................ 7
PRIMERA PARTE: DESCUBRIMOS EL ROSTRO DE DIOS PADRE

INTRODUCCIÓN.........................................................................................

........................................... 11

LA SIEMBRA (MC 4,3-9)


Éxito y fracaso del reino de
Dios .................................................................................... 19
EL FARISEO Y EL PUBLICANO (LC 18,9-14)
La imagen de Dios y las relaciones con el
hombre....................................................... 31
EL PADRE MISERICORDIOSO (LC 15,11-32)
La revelación del amor incondicional de
Dios ............................................................ 45
EL AMO BUENO (LOS TRABAJADORES DE LA VIÑA: MT20,1-16)
La inesperada gratuidad de
Dios.................................................................................... 61
EL TRIGO Y LA CIZAÑA (MT 13,24-30)
La paciencia de Dios y el tiempo de la
conversión..................................................... 75
EL SIERVO DESPIADADO (MT 18,21-35)
El don y el compromiso de la
reconciliación................................................................. 85
EL BUEN SAMARITANO (LC 10,29-37)
El imperativo de hacerse
prójimo ..................................................................................... 97

1. CUÁNDO Y POR QUÉ EMPIEZA JESÚS A HABLAR EN PARÁBOLAS

Jesús comienza su ministerio en Galilea anunciando la inminente llegada


del reino de Dios. Y lo hace a través de una proclamación directa (cf. Me 1,14-
15), acompañada de gestos de perdón y curaciones que atestiguan la cercanía
de Dios para todos cuantos están dispuestos a acogerlo en su persona. Los
Evangelios están de acuerdo en afirmar el éxito inicial del ministerio de Jesús:
la gente parece dar crédito a su anuncio y lo acoge con entusiasmo (cf. Me
1,37; 3,7-8 y paralelos) . Pero a esta primera aceptación le sucede muy pronto
una desconfianza, una duda, una desilusión cada vez más intensa con respecto
al tipo de esperanzas que albergaban las personas de su entorno. Es, una vez
más, el testimonio de los Evangelios el que nos pone frente a una "crisis" en el
ministerio de Jesús en Galilea (cf. Me 3,20-22;
8,17-18). Frente a este nuevo contexto, Jesús no renuncia a su misión, pero
tampoco puede ignorar las dificultades que le presentan sus interlocutores. Por
eso mismo cambia su manera de dialogar con la gente y pasa del lenguaje de
proclamación, con el que se anunciaba abiertamente el reino de Dios, al
lenguaje parabólico en que propone esa misma proclamación, pero teniendo en
cuenta las objeciones que le planteaban sus interlocutores.

Jesús comienza a hablar en parábolas para intentar explicar su mensaje de


una forma nueva, a través de imágenes y relatos comprometedores, y de ese
modo superar las resistencias que encuentra en sus oyentes. En efecto, la
parábola lleva al oyente, no ya al impacto directo con la realidad anunciada
-esto parece desencadenar ahora más sospechas que aplausos-, sino a apelar
a la experiencia que allí se evoca a través de las imágenes y el relato. El que
escucha, al no sentirse afectado directamente por el mensaje de Jesús, se deja
implicar en una realidad aparentemente "distinta" con respecto a la de su
situación inmediata. Sólo después de haberse implicado en el relato parabólico,
se verá Así pues, las parábolas dejan vislumbrar la sabiduría pedagógica de
Jesús, el cual, frente a las resistencias de sus oyentes, sabe conllevado a
considerar los diferentes puntos de vista expresados en él y a trasponer esa
situación imaginaria a la situación actual de confrontación con el mensaje de
Jesús.
trar siempre las modalidades más adecuadas para poner a quienes le escuchan
en las condiciones más apropiadas para comprender su mensaje y tomar
postura al respecto.

2. LA FINALIDAD Y EL USO DE LAS PARÁBOLAS

El relato en parábolas se diferencia de la exposición de un tema en que


sigue una dinámica distinta en el desarrollo y en la comunicación. Las
parábolas no deben confundirse con un recurso narrativo que sirve para
explicar mediante ejemplos un discurso teórico que, sin ellos, podría resultar
difícil de comprender, como sucede con los relatos que suelen uülizar los
profesores para que les comprendan los alumnos. Que las parábolas no deben
entenderse según este esquema, es algo que se comprende a partir de las
mismas parábolas. Muchas veces, después de su narración, nos encontramos
con la pregunta de los discípulos, que piden una explicación. Esta petición no
tendría motivo de ser si la parábola fuese un mero ejemplo para comprender
un discurso teórico. Por otra parte, nosotros mismos, al leer estos relatos, nos
sentimos cautivados por una narración que no siempre resulta de inmediata
comprensión, y sólo podemos acceder a su significado si estamos dispuestos a
dejarnos conducir lentamente por la narración; si sentimos la inclinación a
entrar en el relato y tomar parte en el drama desde dentro, no como especta-
dores neutrales; si nos vemos llevados a reconocer el mensaje que nosotros
mismos estamos ahora en disposición de formular.

Así pues, una vez superado el equívoco de concebir las parábolas en


términos simplemente didácticos, podemos especificar del siguiente modo las
funciones de estos relatos:

• La primera función es hacer que los oyentes perciban que el reino de Dios
es una historia en la que se narra la relación que guardan la iniciativa de
Dios y la respuesta del hombre. El reino de Dios no es un conjunto de
conceptos, de ideas, sino una historia de relaciones, de encuentros: se
decide y se realiza en una sucesión de posibilidades, de intentos, de caídas,
de nuevos impulsos...

• La segunda función es convencer. El anuncio directo pone al oyente frente .


1 un aul-auh o te conviertes o no te conviertes; la parábola enriquece la
situación y la llamada, desarrollándolas a través de experiencias de vida, de
imágenes que argumentan y que tienen presente el punto de vista de los
que sienten dificultades. En la argumentación propia de las parábolas hay
que tener presente dos "focos": el punto de vista de los oyentes y el punto
de vista de Jesús. La dinámica del relato se desarrolla siempre en el
encuentro dialéctico entre ambas disposiciones.

•La tercera función es llevar a los oyentes hasta la experiencia concreta. La


parábola parte de la observación atenta que hace Jesús de la vida de su
tiempo, en la que es capaz de percibir los significados más profundos que
aluden a la realidad del Reino. Unas veces, Jesús propone experiencias de
vida que se salen de la normalidad constatable y en las que nos cuesta
trabajo situarnos: estas parábolas reflejan la experiencia única, exclusiva,
de Jesús y de su relación con el Padre (el Padre de la parábola del hijo
pródigo y el dueño de la parábola de los obreros de la viña, que da a todos
gratuitamente la misma paga, no son figuras que puedan encontrarse
fácilmente en la experiencia ordinaria). Esta singularidad que se percibe en
las figuras de las parábolas es un eco de la singularidad propia de la
experiencia de Jesús: el estilo, las opciones, las acciones concretas en las
que él nos permite atisbar la comprensión tan singular que tenía de Dios
como su Padre.

3. PARA COMPRENDER LAS PARÁBOLAS

Se ha dicho que las parábolas no pueden reducirse al enunciado de unos


conceptos para un lector exterior al relato. El mensaje de las parábolas es
accesible únicamente a quienes se dejan arrastrar por el relato. Es un itinerario
que hay que recorrer en su totalidad, dejándose implicar por las diversas
imágenes que aparecen a lo largo del recorrido, pero sin perder de vista la
meta a la que se nos conduce progresivamente. Cuando escuchamos una
parábola, no se nos llama a "aprender una lección", a sacar un concepto final
más allá de la riqueza de las imágenes; se nos invita, más bien, a mostrarnos
disponibles a entrar en el camino trazado, a dejarnos comprometer, a tomar
parte en el drama que se nos narra. Sólo el que se siente interpretado por el
relato y por .SIIN piot.iuniiisl.is puede decir que lia comprendido la parábola.

Por consiguiente, para comprender el texto es preciso hacer todo el


recorrido indicado. La secuencia que vamos a seguir comprende cuatro etapas,
a través de las cuales nos iremos acercando, poco a poco, al mensaje que
contiene la parábola.

a) En primer lugar, es importante que nos familiaricemos con los


elementos fundamentales de la parábola, constituidos por las imágenes
empleadas en la narración. Nos preguntaremos qué realidad observó Jesús,
para referirla luego al relato y hacerla significativa de una realidad más
grande, como es el reino de Dios. Este procedimiento nos permitirá ir más allá
de un mensaje genérico y todavía abstracto (Dios es bueno), que reduciría el
relato a un enunciado teórico, sin dejar que surgieran todos los matices y las
riquezas del lenguaje narrativo.

b) Una vez comprendida la imagen, es importante captar cómo ésta se


convierte en relato, es decir, cómo el narrador la utiliza para llevar a sus
oyentes a confrontarse con su punto de vista. Las parábolas son relatos de una
especial viveza, en los que se confrontan dos puntos de vista dialécticos: el de
Jesús y el de sus oyentes. Por eso es importante prestar atención a la
estructura del relato, ya que ésta nos ayuda a resaltar cómo se confrontan las
diversas posiciones y a poner el acento justo sobre los elementos primordiales
de la parábola; esto permite señalar la "cima" de la parábola, esto es, el punto
adonde nos dirige la narración y que, de ordinario, nos permite atisbar el
mensaje de Jesús.

c) Una vez captada la dinámica del relato, se puede señalar con más
precisión el mensaje que encierra. Esto permite pasar del tema de la parábola
a la experiencia vivida de Jesús: el mensaje lleva directamente al mensajero.
De esta manera nos acercamos tanto a la situación como a la problemática
vivida por Jesús en primera persona.

d) Se reconocen, finalmente, los significados que abre hoy la parábola


para nuestra vida de creyentes. Es preciso apurar el texto
hasta lograr que hablen los significados que en él se encierran. Partiendo de la
imagen, nos implicamos así en el relato, entramos en contacto con la
experiencia de Jesús, y ésta provoca nuestra propia experiencia.

4. EL RECORRIDO QUE PROPONEMOS

Entre las muchas parábolas narradas por Jesús y recogidas en los textos
evangélicos, hemos escogido un recorrido ejemplar. Las siete parábolas en las
que vamos a centrar nuestra atención no agotan, ciertamente, toda la riqueza
del mensaje de Jesús; ni siquiera son indicativas de otros muchos temas que él
trató. Son uno de tantos recorridos posibles. Pero creemos que pueden ser un
buen camino para acercarnos a esa mina. Su secuencia no es casual: puede
leerse como una progresión que, partiendo de la comprensión del Reino, nos
acerca paulatinamente a la clarificación de la imagen de Dios que en él se
manifiesta, para llegar al final a reconocer sus frutos en las relaciones interhu-
manas.

El reino de Dios anunciado por Jesús entra realmente en la historia de los


hombres y comparte los momentos de fracaso y de éxito que ésta conoce;
pero, puesto que quien guía su suerte garantiza su eficacia, podemos acogerlo
y operar en él con la tenacidad y la esperanza propias del que sabe confiar en
unas manos mucho más seguras que las suyas (la siembra). La presencia de
este Reino es accesible a los que saben referirlo a la verdadera imagen de Dios
que en él se muestra; para entrar a formar parte de él es fundamental, por
consiguiente, explicitar la imagen que tenemos de Dios y que se vislumbra en
nuestra manera de ver a los hermanos (el fariseo y elpublicano). Cuando se
encuentra de verdad el rostro del Padre, se puede sentir el gozo de reconocer,
impresos en el propio rostro humano, los rasgos del hijo (el padre
misericordioso) y vivir participando de la riqueza de su misma bondad. El
encuentro inesperado con ese Dios es una continua llamada a la conversión,
que lleva más allá de las estrecheces del derecho y de la confrontación, propias
de una justicia retributiva, e introduce en el horizonte de la gratuidad del Padre
(el amo bueno). Se trata de una conversión que se ofrece a todos según unos
tiempos de maduración y unas posibilidades que nunca se agotan (el trigo y la
cizaña).
La siembra (Mc 4,3-9) Éxito y fracaso del reino de Dios
3
Escuchad: "Salió el sembrador a sembrar; 4 al sembrar, algo cayó en la
vereda, vinieron los pájaros y se lo comieron. 5 Otra parte cayó en terreno
rocoso, donde apenas había tierra; 6 como la tierra no era profunda, brotó
enseguida, pero en cuanto salió el sol se abrasó y, por falta de raíz, se secó. 7
Otra parte cayó entre zarzas: crecieron las zarzas, la ahogaron y no granó. 8
Otros granos cayeron en tierra buena; fueron brotando, creciendo y granando,
y dieron uno treinta, otro sesenta, y el otro ciento". 9 Y añadió: "Quien tenga
oídos para oír, que oiga".

LA IMAGEN

Al escuchar esta parábola, surge en seguida una cuestión: este sembrador


es sin duda una persona descuidada, puesto que deja caer parte de su semilla
por el camino, unas veces en terreno pedregoso, otras veces entre cardos y
espinas. Siguiendo este razonamiento, podríamos sacar la conclusión de que
los fracasos de la siembra son el resultado de la incapacidad o la
superficialidad del propio sembrador.
Para evitar este equívoco hemos de recordar algunos datos sobre las
condiciones del terreno y las obras de labranza y siembra que se daban en
Galilea en tiempos de Jesús. En las pequeñas parcelas de terreno, la siembra
se hacía antes de arar el campo; por eso el que sembraba podía prever ya
que se perdería una parte de la semilla en las posteriores intervenciones
agrícolas. Los mismos terrenos, en la estación en que no se aprovechaban,
eran lugar de paso para los habitantes de la aldea, y por eso se formaban
sobre ellos algunos senderos de tierra pisada. Hay que recordar, además, que
el terreno de Palestina es muy rocoso, y con frecuencia se encuentran piedras
bajo su superficie. Finalmente, en torno al seto que rodeaba cada una de las
parcelas crecían a menudo zarzas, que sólo se arrancaban cuando se araba el
campo. Así pues, se comprende fácilmente que fuera normal la pérdida de
una parte de la semilla arrojada, por todos los motivos que hemos señalado.

Por eso mismo, desde esta primera lectura advertimos que Jesús revela
un profundo conocimiento del ambiente que lo rodea, de la gente que allí vivía
y de la vida que llevaba.

EL RELATO

Jesús, observador atento de la vida, parte de su experiencia cotidiana


para hablar del reino de Dios y, transformando esta experiencia
en relato parabólico muestra que la relación entre Dios y el hombre es una
realidad dinámica.

• Hemos de subrayar, en primer lugar, que el verdadero sujeto de la


parábola es el campesino; muchas veces corremos el peligro de sentirnos
atraídos casi exclusivamente por el drama de los diversos terrenos en los que
se pierde la semilla. Al acentuar sólo esta perspectiva, vinculamos cada uno de
los terrenos con nuestra propia peripecia personal, identificándonos
sucesivamente con el camino, con el terreno pedregoso..., y de ese modo
fragmentamos un relato que de suyo es unitario, y dividimos el drama único
del sembrador (que sale a su campo y siembra con la esperanza de encontrar
fruto en la tierra) en una serie de dramas (nuestros dramas personales) que se
refieren a la mayor o menor disponibilidad de los terrenos para recibir la
semilla.
Sin embargo, tal como se deduce del (ninicii/o mismo de la parábola, la
estructura del relato se iclicic .il di.mi.i del sembrador, que sale a sembrar con
todas las esperanzas y los temores reflejados en este texto. Por consiguiente,
el relato tiene que ser leído de manera unitaria, como el drama de quien se
dispone a realizar un gesto cuyos resultados aún no conoce.

• En el acto de la siembra se distinguen cuatro momentos: "una parte


cayó..., otra parte cayó..., otra parte cayó... y otras partes cayeron...". Los
cuatro momentos parecen estar dispuestos gradualmente, de "menos" a
"más". En efecto, la primera parte ni siquiera consigue brotar, ya que se la
llevan los pájaros; la segunda logra germinar, pero el sol la quema y, al
carecer de raíz, se seca; la tercera consigue crecer y producir un tallo, con lo
que los oyentes ven cómo aumenta la esperanza de éxito, pero todo queda
bloqueado por las espinas que lo ahogan; finalmente, la última parte cae en
buen terreno, justificando así las esperanzas del sembrador y produciendo una
cantidad en diversas medidas: el treinta, el sesenta o el ciento por uno.

Así pues, el relato se desarrolla en un crescendo dramático, apa-


rentemente durante cuatro fases en las que el sembrador manifiesta esta
preocupación: "¿Dará fruto esta sementera?". Pero si nos fijamos más en el
texto, vemos que la narración está estructurada más bien en dos momentos:
el primero se refiere a la parte de las semillas que, por diversas razones, no
llegan a madurar ni a dar fruto; el segundo pone más bien el acento en la
semilla que ha caído en la tierra buena y da fruto.

Por tanto, en apariencia, el único drama del sembrador se juega sobre


cuatro posibilidades, mientras que, de hecho, se resuelve en dos momentos: el
momento del fracaso, de la ausencia de fruto, y el momento en que el labrador
contempla el éxito de sus esfuerzos en una medida del treinta, del sesenta o
del ciento por uno.

Esta distribución binaria de la parábola permite destacar cómo, en todo el


desarrollo del relato, Jesús desea confrontar dos mentalidades: la de los
oyentes y la suya propia.
• La parábola se entretiene en describir el resultado de la siembra,
deteniéndose ampliamente en la primera parte (w. 4-7) sobre los tres
terrenos baldíos, donde la semilla es devorada por los pájaros, se seca el
pequeño brote, y la planta que ha crecido se ve ahogada por la maleza. La
segunda parte, más breve (v. 8), presenta el fruto abundante del terreno
que recompensa al campesino incluso por lo que ha perdido. La amplitud y la
abundancia de los detalles en la descripción de la primera parte de la
siembra revela que el problema está en el reconocimiento de la existencia de
un fracaso: en efecto, aunque al final se garantiza un resultado positivo, éste
se describe sólo de forma esquemática y esencial.

Además, el fracaso y el éxito tienen un equivalente numérico:


son tres los terrenos que no producen, y tres los terrenos que dan fruto de
manera distinta.

• Finalmente, hay que señalar un detalle importante: lo que impide


crecer a la semilla no son causas extraordinarias (la sequía o la langosta, por
ejemplo), sino causas perfectamente ordinarias, que forman parte del riesgo
de toda siembra y que todos los oyentes de Jesús habían experimentado.

EL MENSAJE DE JESÚS

La descripción de Jesús es muy realista, propia de quien observa


la realidad con ojos atentos, mostrándonos así la riqueza de humanidad del
Hijo de Dios.

La parábola de la siembra le sirve a Jesús para describir la acción de Dios,


que sale al encuentro del hombre para hacer que crezca su vida, liberarla y
hacer que madure en todas sus potencialidades. El reino de Dios ha entrado en
acción a través de los gestos humanos, verdaderos y sencillos, pero profundos,
que realiza Jesús con respecto a la realidad que lo rodea: Dios se hace
presente en la historia de los hombres a través de la humanidad de su Hijo.

A través de la historia del sembrador, Jesús comienza, además, a


interpretar también su propia vida y su propia misión de anunciar el reino de
Dios.
La parábola habla de los fracasos y los éxitos con que el reino de Dios
puede encontrarse cuando penetra en el inundo a través de la obra y el
anuncio de Jesús, y se comprende enseguida que lo que constituye el
verdadero problema es el fracaso, ya que obliga a preguntarse por los motivos
que lo provocaron.

Con la primera aclamación, la gente se reúne en torno a Jesús, y el reino


que él anuncia parece tener un éxito y una aceptación estrepitosos. Pero. tras
este luminoso momento, llega una segunda fase, caracterizada por las dudas,
las perplejidades, las objeciones y las oposiciones cada vez más fuertes. La
convicción de que el reino de Dios entra eficazmente en la historia choca con
los primeros fracasos, cada vez más consistentes. Jesús experimenta entonces
que la proclamación gozosa de un Dios que viene al encuentro del hombre no
encuentra sólo una respuesta positiva, sino también la hostilidad y la dureza, y
a veces incluso la reacción violenta, precisamente de aquellos de quienes cabía
esperar una mayor actitud de acogida: los piadosos, los escribas, los fariseos.
Es el periodo que los exégetas llaman "la crisis de Galilea".

Jesús narra la parábola precisamente ahora, cuando siente cómo crecen


las dudas a su alrededor: ¿Por qué, si Dios entra en acción en la historia, los
hombres no se muestran dispuestos a acogerlo? ¿Por qué Israel, el primero a
quien se dirigió este anuncio, no sólo no se ha convertido, sino que a través de
sus dirigentes le opone resistencia y le muestra su hostilidad? Esta pregunta no
se refiere sólo a la gente:
es el mismo Jesús, su anuncio y su obra lo que aquí está en causa.

Al contar la parábola del drama del sembrador, Jesús responde a estos


interrogantes mostrando cómo el reino de Dios, cuando entra en la compleja
historia de los hombres, üene que tener en cuenta las resistencias, las
limitaciones, la opacidad de la comprensión: por eso explica cómo el
sembrador que sale a sembrar sabe que los fracasos son inevitables, aunque
también está seguro del éxito. En otras palabras, Jesús pasa por la experiencia
de que la acción de Dios entra en la historia, pero sin transformarla por obra
de magia: el reino de Dios se va haciendo progresivamente humano a través
de una historia hecha de posibilidades y de limitaciones, de luces y de
sombras, de éxitos y de fracasos.
Después de la experiencia inicial de éxito, dentro del fracaso Jesús hace
suyos los esfuerzos de todos los hombres; también él, como el sembrador,
acepta que su siembra no produzca un éxito sin condiciones, sino que se vea
sometida a la fatiga de una acogida limitada.

Frente a la hostilidad y el fracaso, Jesús no reacciona echando la culpa a


la realidad ni a sí mismo, sino que acepta que la historia tenga también sus
derrotas. Desde este punto de vista, el que no comprende su anuncio puede
que no sea moralmente culpable, sino que únicamente espere por parte de
Dios una forma de intervenir más grandiosa, más pujante; mientras que Dios
se manifiesta, por el contrario,
en Jesús de Nazaret, que aparentemente es un hombre como los demás.

Así pues. Jesús no le echa la culpa a la realidad; acepta que ésta sea
dura y difícil, que a veces las personas no se comprendan, que haya derrotas,
y no renuncia a su propia identidad ni a su propio mensaje. Cree que, aunque
el anuncio pueda tropezar con fracasos, el reino de Dios vendrá y dará fruto.

LOS SIGNIFICADOS PARA NUESTRA VIDA

Esta toma de conciencia de Jesús, manifestada dentro de la parábola, nos


facilita la tarea de replantearnos nuestra vida iluminándola con el ejemplo de
la suya.

1. Jesús es capaz de contemplar la vida: a partir de su observación de la


realidad, sabe captar significados y enseñanzas profundas que le ayudan a
comprender al hombre, su vida y sus relaciones con Dios. Es ésta una
invitación a no ser superficiales, distraídos, incapaces de "sabiduría". Además,
es una llamada a percibir en los hechos
concretos de la experiencia de cada día unos significados y unos reflejos de la
presencia y la acción de Dios.

Jesús es capaz de asumir los hechos que ha contemplado en la vida, para


que sean también significativos de lo que Dios está realizando dentro de la
historia de los hombres: una vida que crece es también un signo del misterio
del Dios vivo que hace madurar la vida.
a) echar la culpa a la gente que no entiende: esta actitud nos hace rígidos
frente a las personas y frente a las realidades con que tropezamos;
b) echarnos la culpa a nosotros mismos, llenarnos de inseguridad, sacar la
conclusión de que "metemos la pata en todo".

Frente al fracaso, Jesús no manifiesta reacciones agresivas o depresivas.


De manera realista, con su humanidad rica de Hijo de Dios, toma nota de que
la inserción en la historia significa meterse en una trama que, por su
naturaleza, más allá de la buena o mala voluntad de los hombres, está cargada
de incertidumbres, de oscuridades, de fracasos en el plano personal y
comunitario. Jesús acepta con serenidad la lentitud, la complejidad y las
dificultades de la historia.

Es bastante fácil intuir el mensaje que nos da esta parábola y la


experiencia de Jesús. Frente a nuestros fracasos en el terreno educativo,
social, eclesial..., fácilmente tendemos, bien a echar la culpa a los demás, bien
a desanimarnos y caer en el pesimismo y la sensación de impotencia. Cuando
nos damos cuenta de que lo que "sembramos", que nos parece bueno, no da
todo el fruto que nos gustaría que diese, empezamos a hacer lecturas
agresivas y negativas de la realidad y de las personas que nos rodean, o bien
entramos en una crisis de identidad.

Frente a un a realidad que resiste, Jesús toma nota de que éste es el


límite normal inscrito en la naturaleza humana y en la historia (en realidad son
causas ordinarias las que impiden a la semilla dar fruto); no pone en crisis su
misión, no se vuelve pesimista ni empieza a acusar a los demás. No deja de
esperar, porque sabe que la acción de su Padre dará fruto, y aprende a tomar
más a fondo conciencia de su propia identidad de Hijo de Dios verdaderamente
humano, aceptando recorrer el camino lento de la humanidad.

Así pues, tenemos que aprender que en la realidad de cada día, a pesar de
los muchos esfuerzos, no todo va bien, y que no todos los mensajes, ni
siquiera los más positivos, son siempre comprendidos. En
estas situaciones es preciso no volverse agresivos ni deprimirse,
sino ser creativos, inventando con paciencia otros gestos, otros
lenguajes, otros medios de comunicación, otros modos de amar
a los demás. Tenemos que ser pacientes y encontrar formas
nuevas de hacer que nos comprendan.

3. La parábola quiere invitarnos a incrementar nuestra


confianza en Dios y nos anima a ser conscientes de que la
"siembra" de su Reino acabará dando fruto con toda seguridad.

El labrador sería un necio si, sabiendo que su esfuerzo se


pierde sistemáticamente, siguiera sembrando; pero siembra de
nuevo, ya que es consciente de que el éxito ha de llegar, a pesar
de algunas pérdidas. Lo mismo debería pasar con nuestra
confianza en Dios: si él salió a sembrar una vez en la humanidad
de Jesús, y si sigue sembrando todavía hoy de muchas formas,
tenemos que ser sin duda realistas y conocer las dificultades de
la historia, pero también hombres llenos de esperanza como
Cristo, porque sabemos que antes o después el poder de Dios
dará sus frutos. Esta esperanza puede ser la que sostenga con
tinuamente nuestros esfuerzos repetidos, pero también
creativos, por cambiar nuestra realidad, la de quienes están
cerca de nosotros y la de nuestras comunidades.
2. El fariseo y el publicarlo

El fariseo y el publicarlo
(Le 18,9-14)
La imagen de Dios y las relaciones con el hombre

9
Por algunos que, pensando estar a bien con Dios, se sentían seguros de
sí y despreciaban a los demás, les contó esta parábola: 10 "Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un recaudador. n El fariseo
se plantó y se puso a orar en voz baja de esta manera: 'Dios mío, te doy
gracias por no ser como los demás: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco
como ese recaudador. 12 Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de
todo lo que gano'. 13 El recaudador, en cambio, se quedó a distancia y no se
atrevía ni a levantar los ojos al cielo; no hacía más que darse golpes de pecho
diciendo: '¡Dios mío, ten compasión de este pecador!' 14 Os digo que éste bajó
a su casa a bien con Dios, y aquél no. Porque a todo el que se encumbra lo
abajarán, y al que se abaja lo encumbrarán".

Todo relato evangélico, y en especial las parábolas, tiene que verse como un
texto compuesto de diferentes niveles de sedimentación. Ahora bien, son dos
los niveles fundamentales que hay que tener en cuenta para comprender
correctamente el texto: el estrato anterior y más profundo y lo constituye la
experiencia histórica de Jesús, que habla a sus contemporáneos (lo
encontramos en el cuerpo de la parábola: w. 10-14a); el estrato posterior está
constituido por la narración del evangelista, que recupera las palabras de Jesús
y las narra, actualizándolas, a su comunidad constituida ya por cristianos. Este
segundo nivel de lectura puede reconocerse con claridad, en el texto que ha
llegado hasta nosotros, por el marco en que se encuadra el relato (w. 9 y 14b),
donde encontramos la interpretación de Lucas actualizada para su comunidad
cristiana.

Por eso, para reconocer el significado de la parábola tal como se presenta hoy
a nosotros, es importante que nos acerquemos primero al relato de Jesús y al
mensaje que encierra, para comprender a continuación cómo se transformó en
la interpretación que da de él el evangelista. De esta manera podríamos llegar
hasta el último "estrato" del relato, que nos proporciona la comprensión del
mensaje parabólico en nuestra situación actual de creyentes.

LA IMAGEN

Para familiarizarnos con el relato de Jesús conviene, ante todo, dis-


tanciarse de las ideas preconcebidas sobre los personas que nos presenta el
relato, tal como se han sedimentado en nosotros: en efecto, cuando oímos la
palabra "fariseo", la cargamos ya de un valor negativo, creyendo que es
sinónimo de "hipócrita", mientras que la figura del publicano ha asumido para
nosotros la connotación de "pecador humilde".

Para entrar en el dinamismo de la parábola hemos de esforzarnos por concebir


las figuras del relato tal como las comprendían los
contemporáneos de )csiis. P.II.I clloi los l.ni.scos < onstiluían la categoría de
personas piados.is que l>ii.s< .ih.in el idc.il de una observancia plena y
escrupulosa de 1<> 1 ,cy scgun lod.is sus exigencias, aun a costa de notables
sacrificios. Por este motivo se considera al fariseo como un "separado" (es lo
que realmente significa la palabra "fariseo") de quienes no conocen ni guardan
la Ley, esto es, la gran mayoría del pueblo, carente de instrucción, y todos
cuantos por su condición de vida son considerados "pecadores". Así pues, el
fariseo representa el ideal del hombre religioso, ante el cual todos habrían
dicho: "Así es como hay que ser". Los publícanos, por el contrario, constituían
una categoría de personas particularmente odiosas para el pueblo: eran
recaudadores de tributos y, por tanto, colaboraban con el poder extranjero de
Roma. Esta profesión los convertía en pecadores públicos, impuros, tanto por
su connivencia con el poder extranjero como por la modalidad de su cargo, que
los emparentaba con la categoría de los "ladrones". El poder romano les había
arrendado el cobro de los tributos, por lo que sus ganancias dependían en gran
parte del aumento de impuestos a su discreción. Por consiguiente, los publíca-
nos no gozaban de la simpatía de los oyentes de Jesús, para quienes el
contraste entre ambos personajes tenía que parecer muy claro, sobre todo si
se piensa en el contexto en que Jesús los pone juntos: el de la oración en el
Templo.

EL RELATO

La fuerte caracterización de los personajes y, sobre todo, la distancia


entre ambos desde el punto de vista de su condición religiosa, acentuada por
su presentación en un contexto de oración, es aprovechada por el evangelista
para dar mayor vivacidad al relato, basado por completo en el fuerte contraste
de los personajes y en la inversión de sus posiciones. Presentados al principio
subiendo juntos al Templo para realizar el mismo acto de culto, volvemos a
encontrarlos al final en recorridos distintos: ¡el uno baja a su cada justificado,
y el otro no! El contraste entre el comienzo y el final del relato y la inversión
en la manera habitual de pensar en las figuras del fariseo y del publicano
provocan inmediatamente al lector a repasar el desarrollo del relato para
buscar los indicios que puedan explicar tal cambio. De este modo, se ve
transportado por la dinámica de la narración a tomar pos
tura ante ambos personajes; el oyente, "atrapado" por la parábola, termina
juzgándose a sí mismo.

Nuestras ideas preconcebidas sobre la figura del fariseo como prototipo del
hombre hipócrita, y del publicano como ejemplo del hombre humilde, tienen el
peligro de atenuar demasiado el contraste presente en el texto; no tenía que
ocurrirles lo mismo a los oyentes de Jesús, para quienes resultaba escandaloso
pensar en un publicano justificado y un fariseo no justificado en la presencia de
Dios. La explicación tradicional, que hace remontar este cambio de postura a
las actitudes psicológico-morales de ambos personajes, üene que dejar paso,
entonces, a una búsqueda más profunda. Si se sigue atentamente la narración,
es posible vislumbrar las motivaciones más profundas de la inversión final de
perspectiva que nos presenta el relato evangélico.

Recorramos, pues, el camino indicado. La paridad de condición del


principio -"Dos hombres subieron al templo a orar" (v. 10)- da paso
inmediatamente a los contrastes entre ambos. Los dos, indicados inicialmente
con el término genérico "hombres", son caracterizados en seguida por su
diferente condición social - "Uno era fariseo; el otro, recaudador"-, por sus
diversas actitudes y por el contenido de su oración.

El fariseo se nos presenta "erguido", orando "para sí". La posición erguida


no debe entenderse como expresión de autosuficiencia orgullosa; indica más
bien la postura habitual del judío durante la oración: está en píe delante de
Dios, como su interlocutor. Más difícil resulta la interpretación de la afirmación
"oraba para sí": algunos autores la interpretan como "vuelto hacia sí", dando a
entender que se trata de una oración que vuelve sobre el orante, sin abrirse al
"tú" divino. Sin embargo, el conjunto de la oración no parece apoyar la
interpretación de una actitud orgullosa. En efecto, el fariseo se dirige a Dios,
"en voz baja", con palabras de agradecimiento: "Dios mío, te doy gracias por
no ser como los demás: ladrón, injusto o adúltero..."; el mismo motivo de esta
agradecimiento no debe entenderse como autocomplacencia, sino más bien
como expresión agradecida de quien reconoce como don de Dios el hecho de
vivir una vida recta, sin los extravíos que se observan en los demás hombres.
Podemos encontrar un eco de ,en textos de oraciones judías que se icmonl.iii ;i
los licmpos de Jesús; una de ellas reza de este modo: "le doy gracias, Scnoi y
Dios mío, porque me has dado parte entre quienes se sientan en la casa de la
enseñanza, donde se estudia la Ley de Dios, y no entre quienes se sientan
holgazanes y ociosos por las esquinas de las calles...". Así pues, este fariseo
reza con las palabras habituales, y en este punto su oración resulta auténtica.
Lo mismo hay que decir de las palabras con que se expresa a continuación:
"Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano"',
tampoco tienen que entenderse como expresión de una orgullosa
autocomplacencia, ya que expresan la habitual búsqueda de rectitud moral
propia de los piadosos judíos que observaban la ley. Se puede imaginar que
para los oyentes de Jesús las palabras del fariseo sonaban como un ejemplo
clásico de la oración del piadoso israelita. El motivo de la no justificación del
fariseo no parece, por consiguiente, depender de una actitud particularmente
orgullosa.

El publicano es presentado en la escena mediante la expresión "en


cambio", que en seguida da a entender que su figura destacaba precisamente
por estar en contraposición con la presentada anteriormente. "Se quedó a
distancia", expresando incluso con su ubicación física su diferencia del fariseo y
su convicción de distar mucho de la condición idónea para presentarse ante
Dios. A continuación se describen otros dos gestos de este hombre: "no se
atrevía ni a levantar los ojos al cielo". La expresión "alzar los ojos al cielo"
indica la actitud de quien intenta entrar en diálogo con Dios. Los Evangelios se
sirven con frecuencia de esta imagen cuando presentan a Jesús dirigiéndose a
su Padre. Por eso mismo, la actitud del publicano parece traducir su conciencia
de ser incapaz de orar y entrar en relación con Dios, debido a su condición
moral de pecador. En efecto, según la mentalidad común de los
contemporáneos de Jesús, era imposible para un pecador público entrar en
relación con Dios en la oración. El segundo gesto — "no hacía más que darse
golpes de pecho"- expresa el acto simbólico del que quiere indicar la condición
desastrosa de su propia vida, la denuncia de una condición ya
irremediablemente comprometida con respecto a la posibilidad de salvación
(sólo en un periodo posterior fue interpretado este gesto como signo de
arrepentimiento) . Esta descripción de la actitud y los gestos del publicano no
debió de extrañarles a los oyentes de Jesús, que imaginaban precisamente de
este modo la condición del pecador público. A sus ojos, era poco menos que
imposible que un publicano pidiese perdón a Dios; ellos conocían ciertamente
la misericordia de Dios, pero, según su mentalidad, el perdón sólo era posible
para los que estuvieran dispuestos a hacer una penitencia visible y eficaz. Para
un publicano, esto significaba cambiar de profesión, para poner fin a su
situación de pecado, y restituir con intereses (hasta del 20%) todo lo que
hubiese defraudado: una condición irrealizable, ya que ni siquiera sabían a
quiénes ni cuánto habían robado. Los oyentes de Jesús no se consideraban
ciertamente impecables; tampoco los fariseos se consideraban así, pero éstos
intentaban equilibrar la balanza de sus culpas con las buenas acciones en que
se comprometían, pensando que de ese modo obtendrían el perdón de Dios.
Sin embargo, en la oración del publicano no encontramos la más mínima
alusión a su voluntad de reparar los errores cometidos; su oración se presenta
más bien como un grito que sube de una conciencia desesperada de sí, pero
que deja atisbar todavía una lucecilla de esperanza en la acogida
misericordiosa por parte de Dios:

"¡Dios mío, ten compasión de este pecador!". La única ancla de salvación


que se advierte en esta oración es la gratuidad total e incondicional de la
misericordia de Dios.

Una vez vista la presentación de los personajes, con la contraposición que


los caracteriza, queda por explicar el motivo de su distinta condición final, por
la que "éste (el publicano) bajó a su casa a bien con Dios, y aquél (el fariseo)
no". ¿Qué fue lo que determinó esta sentencia de Jesús que desconcierta a los
oyentes?

Hay en la oración del fariseo una expresión que revela lo que Jesús nos
quiere decir. El fariseo, al decir "no soy como éste (el publicano) " comprende
su posición delante de Dios en comparación con la del publicano: presume
conocer ya la condición de éste; más aún, presume conocer ya el criterio
según el cual juzga Dios a los hombres. A partir de aquí se puede comprender
la frase final de Jesús, que pone de manifiesto su punto de vista, en
contraposición con el que expresa la opinión común de sus contemporáneos.
El publicano qucd.t jii,stilÍ( .ido poKpn' lio presume de conocer a Dios, sino que
espei.t cu el ii>nl¡.índole el icsnil.idc de su encuentro:
sólo la bondad incondicion.il y glaluila de Dios podrá restablecer su < ondición
y hacerle capaz de presenlaise anie él. Si la comprendemos (orno es debido, la
afirmación de Jesús no da lugar alguno a una indulgencia bonachona que
prescinde de la gravedad de la condición del publicano: el publicano es
realmente un pecador y queda justificado, pero no porque asuma una actitud
de humildad. Si la sentencia de Jesús se entendiera de este modo, deberíamos
pensar que la acogida de Dios sigue estando condicionada por una prestación
previa por parte del hombre, tal como pensaban los oyentes de Jesús. Pero lo
que él da a entender con su sentencia es que ante Dios todo hombre resulta
pecador, y que la única posibilidad de hacer que fructifique el encuentro con él
se deriva del hecho de que Dios no pone condiciones previas. La única
exigencia que se le presenta al hombre es que reconozca que es precisamente
ésta la dinámica del encuentro.

Por eso el fariseo vuelve sin estar justificado, por no haber sabido
reconocer esta dinámica. Su no justificación no debe entenderse como un
castigo por su orgullo; una vez más, si se comprendiese así la parábola,
seguiríamos estando presos de la imagen de un Dios sometido a nuestros
criterios de retribución. Mientras el fariseo —y con él los oyentes de Jesús- no
reconozca en Dios a aquel que acoge al hombre sin condiciones, no tendrá la
posibilidad de entrar en una relación justa con él: su misma oración lleva una
dirección equivocada.

EL MENSAJE DE JESÚS

Vamos a sintetizar ahora el mensaje que Jesús deja vislumbrar en esta


parábola. Nace de la experiencia vivida por Jesús, en la que él mismo maduró
una comprensión de Dios Padre, que no se deja encerrar dentro de los
esquemas de la mentalidad corriente. Por eso en la parábola entran en
conflicto dos puntos de vista diferentes: el de los oyentes, que se deduce de la
figura del fariseo, y el de Jesús, que queda expresado en el cambio final que
nos presenta la parábola.

La expresión "yo os digo" da. a entender que nos encontramos aquí con
una expresión proféüca, propia del que sabe reconocer el juicio de
Dios sobre la realidad. Por eso esta expresión nos lleva a conocer el modo de
pensar de Jesús y su manera de situarse con respecto a la historia que se nos
narra. La sentencia desenmascara la presunción del fariseo, que imagina
saber cómo juzga Dios: ¡Dios paga las buenas obras y castiga a los
pecadores! De esta manera, el fariseo excluye que Dios pueda ir más allá de
las medidas de misericordia que él ha establecido de antemano: ¿cómo
puede Dios acoger al hombre sin pedirle nada? Por tanto, su culpa no es de
orden moral, no tiene que reducirse a una orgullosa autosuficiencia, sino que
es más bien de orden teológico:
están enjuego diversas visiones de Dios. El Dios que se refleja en la oración
del fariseo -que se corresponde, por lo demás, con el pensamiento común de
los contemporáneos de Jesús- es aquel que, aunque misericordioso, reconoce
sin embargo una diferencia gradual entre los hombres sobre la base de su
conducta meritoria. Muy distinto es el Padre de Jesús, que se manifiesta en su
gratuidad total y que perdona incondicionalmente. Jesús empeñó toda su vida
en hacer que los hombres se encontrasen con este rostro del Padre; por eso
no tomó distancia respecto de los pecadores, sino que se acercó a ellos, comió
con ellos, los llamó a formar parte de los "suyos". A través de su cercanía
concreta, les manifestó la cercanía de Dios Padre, que abre siempre la vida de
cada ser humano a la posibilidad de iniciar nuevos recorridos.

SIGNIFICADO PARA NUESTRA VIDA

La imagen de Dios que nos presenta Jesús exige, por consiguiente, que
abandonemos toda pretensión de meter a Dios dentro de nuestros criterios de
juicio, plegarlo a nuestra necesidad de clasificar a los hombres dentro de sus
prestaciones y medir por ellas la benevolencia de Dios. Como toda relación
auténtica, también la relación con Dios pide de nosotros la disponibilidad de
esperar que el otro se manifieste en su verdad, sin que nosotros lo metamos
dentro de nuestros esquemas. Todo esto vale, ante todo, para Dios. Cada vez
que Dios se manifiesta al hombre en su misterio, le hace ver siempre como
insuficiente la comprensión que éste tiene de El; por eso, la única posibilidad
de encontrarlo es renunciar a poseerlo, para aguardarlo con esperanza. El
cristiano es aquel que acepta vivir en esta dimensión de expectación, de
esperanza, de búsqueda, en la que Dios puede darse continuamente con toda
su novedad.
El rostro del Padre ipic nos .IIIIIIK 1.1 ¡r.siis nos lleva entonces a reformar
nuestra ¡ungen de Dios vciili(;>iido nuestra manera de mirar a los demás. En
electo, l.is ;K liludcs < ristianas que cultivamos corresponden a la imagen de
Dios que llevamos en la conciencia. Por eso podemos reconocer la imagen de
Dios a que nos referimos fijándonos en la calidad de nuestras relaciones con el
prójimo. En este sentido resulta ejemplar nuestra parábola. El fariseo cultiva
una imagen de Dios que le lleva a relacionarse con el publicano en términos de
contraposición: yo no soy como "ese publicano". El pensamiento de un Dios
que clasifica a los hombres le lleva a mirar a los otros con ojos justicieros:
necesita un término de comparación para sentirse justo, "a diferencia de los
demás hombres".

El deseo de conocer nuestra posición delante de Dios esconde muchas


veces la necesidad de unas seguridades que derivan fácilmente en actitudes de
intolerancia frente a quienes parecen diferentes de nosotros. Esta actitud se
manifiesta no sólo en el desprecio patente de los demás, sino en cualquier otro
intento de clasificarlos.

Ponerse ante el rostro de Dios Padre, que acoge incondicionalmente,


significa para nosotros tener la posibilidad de mirarnos cara a cara con
sinceridad, tal como lo hace el publicano. El camino que lleva a reconocer en la
verdad nuestra vida, sobre todo nuestra condición limitada y la realidad de
nuestro pecado, sólo resulta posible en el horizonte del perdón de Dios. Lo cual
no significa, ni mucho menos, volar por los aires sin tener en consideración
nuestros propios pecados: el que se siente acogido, precisamente porque ha
sido ya justificado por Dios, no tiene ya necesidad de justificar sus culpas, sino
que puede muy bien reconocerlas. Al contrario, el que se siente juzgado
intentará de todas formas encontrar el camino para justificar su propia
posición; entonces, en lugar de fijarse en la bondad de Dios, se sentirá llevado
a enfrentarse con el prójimo, buscando siempre a alguien que parezca
encontrarse en una posición peor que la suya.

Puesto que Dios viene a nuestro encuentro por lo que somos y no por lo
que nos gustaría ser, nos da la posibilidad de reconocer en verdad nuestros
límites y nuestros errores, poniéndonos así en la situación indispensable para
superarlos. El que sabe mirar de este
modo su propia vida sabe que lodos los demás liei manos están en la misma
situación delante de Dios; por eso se ve libre de la necesidad de clasificar a los
otros y de contraponerse a ellos.

Cuando empezamos a ser verdaderos con nosotros mismos frente a Dios,


sentimos que dentro de nosotros se abre paso una actitud de acogida confiada.
Es ésta la actitud fundamental del creyente, que permite encontrar primero a
Dios y luego al prójimo. En efecto, sólo sabemos acoger a los demás cuando
manifestamos que confiamos en A\os, es decir, cuando les hacemos ver que ya
no están encerrados centro de muestra medida de juicio, sino que sabemos
verdadera-nente esperar de ellos algo nuevo. Incluso quienes viven en tan
nega-ivas condiciones de vida que pueden hacernos pensar que no tienen /a
ninguna posibilidad de rescate, podrán ver abiertas ante sí nuevas
posibilidades si se sienten mirados con estos ojos de confianza. Es ésta a
actitud con que Jesús mira a sus oyentes, y por eso les invita a que :ambien su
imagen de Dios.

Podemos comprender también ahora la actualización que nos >frece de la


parábola el evangelista Lucas en el contexto de su comu-lidad cristiana (tal
como lo señalábamos en el "marco de la parábo-a": w. 9.14b). La denuncia de
Lucas contra los que "presumen de serjus-os y desprecian a los demás "
podemos comprenderla no sólo como una •ondena de las malas actitudes
morales, sino también como expresión le una distorsión aún más profunda. En
efecto, esta actitud nace de ma comprensión desviada de la imagen de Dios.
Evitando de este nodo reducir la comprensión de la parábola a una exhortación
mora-ista a la humildad, podremos comprender toda su densidad teológi-a.
Tampoco esta parábola, como las demás, nos lleva simplemente a orregir
algún que otro defecto en nuestro comportamiento, sino que ios invita a un
camino cargado de tensión que nos pone de cara a la iared, obligándonos a
tomar postura: nos lleva a ver cuál es el rostro [e Dios que determina toda la
orientación de nuestra vida.
ORACIÓN SALMÓDICA (del Salmo 71)

A ti, Señor, me acojo:


que no sufra yo una derrota definitiva;
tú, que eres justo, líbrame y ponme a salvo, préstame oído y sálvame. Sé
tú mi roca de refugio siempre accesible;
da la orden de salvarme, porque mi peña y mi alcázar eres tú. Dios mío,
líbrame de la mano perversa, Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y
mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me
apoyaba en ti;
en el seno tú me sostenías, siempre he confiado en ti. Dios mío, no te
quedes a distancia;
Dios mío, ven aprisa a socorrerme,
Te seguiré esperando,
redoblaré tus alabanzas.
Mi boca hablará de tu justicia,
todo el día de tu salvación,
Aunque no sé expresarme, entraré en tu fortaleza,
a proclamar, Señor, que sólo tú eres justo.
3. El padre misericordioso

El padre misericordioso

(Le 15,11-32)
La revelación del amor incondicional de Dios

El banquete está preparado: disfrutad todos de él;


el novillo está bien cebado; nadie se quedará con hambre. Gozad todos de la
riqueza de la bondad. Que nadie llore su miseria:
el Reino está abierto para todos. Que nadie se entristezca por sus pecados:
el perdón se ha levantado del sepulcro. Que nadie tema la muerte:
nos ha liberado la muerte del Salvador. ¡Cristo ha resucitado!
¡A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.
HIPÓLITO DE ROMA, Himno pascual (siglo III)
Texto
n
Yañadió: "Un hombre Icní.i dos hijos; 12 el menor le dijo a su padre:
"Padre, dame la parle de la fortuna que me corresponde". 13 El padre les
repartió los bienes. No mucho después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,
emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido. H
Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en aquella tierra, y
empezó él a pasar necesidad. 15 Fue entonces y se puso al servicio de uno de
los naturales de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. 16 Le
entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los
cerdos, pero nadie le daba de comer. 17 Recapacitando entonces, se dijo:
"¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo estoy
aquí muriéndome de hambre. 18 Voy a volver a casa de mi padre y le voy a
decir: 'Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti;19 ya no merezco
llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros'". 20 Entonces se
puso de camino para casa de su padre;
su padre le vio de lejos y se enterneció; salió corriendo, se le echó al cuello y
lo cubrió de besos. 21 El hijo empezó: "Padre, he ofendido a Dios y te he
ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo". 22 Pero el Padre les mandó a
los criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en el
dedo y sandalias en los pies; 23 traed el ternero cebado y matadlo; celebremos
un banquete; 24 porque este hijo mío se había muerto y ha vuelto a vivir; se
había perdido y se le ha encontrado". Y empezaron el banquete. 25 El hijo
mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de la casa, oyó la música y el
baile;
26
llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba. 27 Este le contestó: "Ha
vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar el ternero cebado, porque ha
recobrado a su hijo sano y salvo". 28 El se indignó y se negó a entrar; pero el
padre salió e intentó persuadirlo. 29 El hijo replicó: "Mira; a mí, en tantos años
como te sirvo sin desobedecer nunca una orden tuya, jamás me has dado un
cabrito para comérmelo con mis amigos; 30 y cuando ha venido ese hijo tuyo
que se ha comido tus bienes con malas mujeres., matas para él el ternero
cebado. 31 El padre le respondió: "Hijo mío, ¡si tú estás siempre conmigo y todo
lo mío es tuyo! 32 Además, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este
hermano tuyo se había muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y ha sido
encontrado".
Estructura del texto

n
UN HOMBRE TENÍA DOS HIJOS.'^.^'A.- i-i—— L')'/'.- '^•^..^y^

12
Y el más joven dijo al padre:
Padre, dame la parte de los bienes que me •corresponde, 'r:';;¡••,!":•
Y ÉL LES DIVIDIÓ LOS BIENES.-:1-^"! f '.•'.:' \'\¡§^K^&:-'•i" , ••;,;:
;
••;:;|].,;,;;;i[i•,!;;:.
13
Después de no muchos días, recogiendo todas Jas cosas, el hijo más joven
se marchó a una región lejana, donde derrocho su fortuna viviendo de forma
disoluta.
14
Después de gastar todas sus cosas, | i| se declaró en aquel país una gran
carestía, y él empezó a padecer necesidad.
15
Y yéndose, se unió a uno de los habitantes de aquella región, I i y (éste) lo
mandó a sus campos í>.' ¡ a apacentar cerdos.

16
Y deseaba saciarse con las bellotas que comían los cerdos;
s pero nadie se las daba,

|117 Volviendo en sí mismo, se dijo:


' ¡Cuántos Joma/eros en casa de mi padre : tienen pan en abundancia,
mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le
diré:
Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti;
ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo;
"'jl contrátame como a uno de tus jornaleros. 20 Y, levantándose, fue
adonde su padre.

'Mientras estaba todavía lejos,


LO VIO SU PADRE ^•••;':"":!^^^ • •• • ••• ••••. • ' Y SE
CONMOVIÓ Y, CORRIENDO, SE LE ECHÓ AL CUELLO Y LO BESÓ
21
Y le dijo el hijo a ÑU padre;
Padre, he pecado contra el C.iel.o y contra li;
ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo...

22
Pero el padre dijo a sus criados: ^
PRONTO, TRAED AQUÍ EL MEJOR TRAJE Y VESTIDLO, ! PONEDLE EL
ANILLO EN EL DEBO Y CALZADLE LOS PIES,
23
Y TRAED EL TERNERO CEBADO,
MATADLO, COMAMOS Y CELEBREMOS UNA FIESTA,
24
porque ESTE HITO MÍO HABÍA MUERTO Y HA VUELTO A VIVIR,
ESTABA PERDIDO Y HA SIDO ENCONTRADO.

Y empezaron a celebrar la fiesta.

25
El hijo mayor estaba en los campos.
Al volver, cuando estuvo cerca de la casa,
oyó la música y los bailes.
Y, llamando a uno de los criados,
26 le preguntó qué era todo aquello.
Este le dijo:
Tu hermano ha venido (y está aquí),
y tu padre ha hecho matar el ternero cebado,
porque lo ha recobrado sano.
Él se encolerizó y no quería entrar.
28
EL PADRE, QUE HABÍA SALIDO AFUERA, LE EXHORTABA

Pero él, respondiendo, dijo a su padre:


29 Hace tantos años que te sirvo, y jamás he desobedecido un mandato tuyo,
y a mí nunca me has dado un cabrito para celebrar una fiesta con mis
amigos.
Pero ahora que ha venido este hijo tuyo, que ha devorado tus bienes con las
prostitutas, has matado para él el ternero cebado.
30
31
Entonces el padre le dijo:
HIJO, TÚ ESTÁS SIEMPRE CONMIGO, Y TODAS MIS COSAS SON TirS¿AS.
32
PERO ERA NECESARIO CELEBRAS^ HESTA Y ALEGRARNOS,

porque ESTE HERMANO TUYO ESTABA MUERTO Y HA VUELTO AyraCR,


••^.'- -•- - ¡ESTABA PERDIDO Y HA SIDO ENCONTRADO! ,,-.\ V , tí'.".... '

Comentario

Los versículos iniciales del capítulo 15 de Lucas indican quiénes son los
destinatarios de las parábolas de Jesús: "Recaudadores y descreídos solían
acercarse en masa para escucharlo. Los fariseos y los letrados lo criticaban
diciendo: 'Este escoge a los descreídos y come con ellos'" (15,1-2). Así pues,
la situación que provoca el relato de Jesús es una experiencia que él mismo ha
vivido: se da cuenta de que las personas de mala reputación, en contra de lo
que se podía esperar, se muestran dispuestos a acogerlo, y sus gestos
suscitan la reacción
negativa de los escribas y fariseos, que, como él, son fieles a la palabra de
Dios y a la Ley.

Jesús responde a las críticas que lanzan contra él los dirigentes de Israel
presentando dos comparaciones y una parábola: la oveja perdida y
reencontrada (15,4-7), la moneda perdida y recuperada (15,8-10) y el relato
del padre y los dos hijos (15,11-32).

Analizando los tres relatos con atención, nos damos cuenta de que, a
pesar de encerrar el mismo mensaje, presentan una marcha progresiva. El
tema común es el de la alegría que se siente por haber recuperado algo que se
había perdido, una alegría que se concreta en la invitación a celebrar juntos
una fiesta; el progreso se refiere tanto al objeto del hallazgo -primero animales
y cosas (la oveja, el dracma), y luego una persona (el hijo)- como a la
expresión con que se indica el hallazgo: de perdido/vuelto-a-encontrar se pasa
a muerto/vuelto-a-vivir, subrayando de este modo que aquí se habla de
relaciones humanas, primero interrumpidas y luego reanudadas, y que está en
juego
la persona misma en su capacidad de relación, en su necesidad de vida más
profunda.
Esta parábola va dirigid.) sobre lodo <i los (ariscos y a los escribas,
aunque contiene también un iiK-nsajf claro para los publícanos y los
pecadores. Por tanto, podemos imaginar que el que escucha a Jesús es un
público mixto, al que Jesús parece proponer una actitud para con los pecadores
en contradicción con lo que deberían hacer los judíos piadosos.

LA IMAGEN

Jesús se refiere a una experiencia que podría verificarse en cualquier


núcleo familiar: un hijo se marcha de casa, atraído quizá por el hechizo ilusorio
de las grandes ciudades orientales, donde era posible gastar, divertirse y llevar
una vida de lujo. Pero junto a esta realidad, que Jesús pudo haber deducido
quizá de unas situaciones que conocía muy bien, hay otro aspecto que no se
suele considerar:
si tuviésemos que leer este relato a la luz del Antiguo Testamento, nos
daríamos cuenta de que muchas de las expresiones empleadas tienen un
paralelismo de contenido y verbal en algunos textos bíbli
cos.

Por ejemplo, cuando el texto nos habla del propósito del hijo menor de
regresar a su casa, utiliza la expresión "Volveré junto a mi padre": parecen
resonar aquí las palabras que el profeta Oseas pone en labios de la esposa,
figura que representa a Israel alejado de Dios:
"Quiero volver a mi primer marido, quiero volver a YHWH".

La confesión del hijo menor ante el padre: "He pecado contra el cielo y
contra ti", se hace eco de las palabras del faraón cuando, después del castigo
de las plagas, dice a Moisés y a Aarón: "He pecado contra YHWH y contra
vosotros".

/
En el encuentro final entre el padre y el hijo menor se habla de un abrazo
y un beso entre los dos: aquí podemos recordar el encuentro de David con su
hijo Absalón, o el de Esaú con su hermano Jacob.

El padre que ordena a los criados que le den el mejor vestido, que le
pongan el anillo en el dedo y que le lleven las sandalias al hijo menor, recuerda
al faraón que concede a José, después de que éste ha
interpretado sus sueños, la posibilidad de ir vestido con un traje espléndido,
llevar en el dedo el anillo real e ir adornado con un collar.

Finalmente, cuando el padre dice: "Este hijo mío se había perdido y lo he


vuelto a encontrar; estaba muerto y ha vuelto a vivir", no es difícil captar el
paralelismo con las palabras del salmo 31, donde el orante confiesa: "Estaba
como muerto; estaba como una cosa perdida".

Nos encontramos ante una de las páginas más bellas, incluso desde el
punto de vista literario, del texto evangélico. Es importante recorrer el relato
siguiendo las diversas trayectorias que presenta: la del padre, la del hijo
menor y la del hijo mayor, las cuales se entrecruzan entre sí, dando vida a un
mensaje que se desarrolla con un comienzo, un desarrollo y un desenlace.

EL RELATO

Es bastante fácil advertir que la parábola puede dividirse en dos partes, en


torno a las dos figuras del hijo menor y el hijo mayor; y los dos momentos van
unidos por un estribillo: "Este hijo mío se había muerto y ha vuelto a vivir; se
había perdido y ha sido encontrado".

Además, por la estructura misma del relato nos damos cuenta de lo poco
apropiado que resulta el título que tradicionalmente se le había dado a la
parábola, llamada "del hijo pródigo": no es la parábola de un solo hijo, sino de
los dos; además, el verdadero protagonista de la parábola es el padre. En
efecto, es en torno a él como se desarrollan los dos recorridos diversos del hijo
menor y el hijo mayor.

El relato comienza con una indicación: "Un hombre tenía dos hijos": se
trata de una situación que se deja" en el aire, dado que se habla de "un
hombre" y no de "un padre". No se dice nada de la relación entre este hombre
con sus dos hijos: esta relación se limita a una simple posesión ("tenía"), como
para señalar un mero vínculo jurídico. Por tanto, se espera que el relato
desvele qué tipo de padre es éste y qué tipo de paternidad desea ejercer, así
como qué tipo de hijos son éstos y qué relación viven con su padre.
El rer.nrri.dn del hijo rwnnr (•oiTilrii/.i rn rst.i sim.x-ión indeterminada,
pero significativa.

El v. 12 presenta la petición del lujo de que .se reparta la herencia; el


padre responde dividiendo sus bienes entre los dos hijos. Si analizamos las
normas jurídicas de la época, vemos que el padre, ya antes de morir, podía
dividir sus bienes entre sus hijos en la proporción de dos tercios para el mayor
y un tercio para el menor; pero los bienes no podían alienarse mientras viviera
el padre, que conservaba además el usufructo de los mismos.

En este contexto parece todavía más grave la actitud del hijo, que no sólo
se va de casa, sino que además aliena los bienes que se le han señalado,
faltando así a las normas jurídicas. Está claro, además, cuál es su proyecto:
desea ciertamente la independencia económica, pero sobre todo la
independencia en las relaciones con su padre.

La reacción del padre ante todo esto parece muy extraña: sufre en silencio
esta "derrota", dividiendo sus bienes y dejando que se marche su hijo.

La continuación del relato muestra la degradación progresiva del joven.


Lleva una vida inmoral, que adivinamos por la expresión "vivió como un
perdido", y se queda sin su seguridad económica. La situación externa de
carestía lo lleva a precipitarse cada vez más abajo, hasta verse obligado a
trabajar a las órdenes de un pagano, contrayendo de este modo -según la
mentalidad judía de la época- una impureza que le impide participar en la
comunidad religiosa.

Además, al ponerse a guardar cerdos, considerados como animales


impuros, y rebajarse hasta hacerse como ellos, es decir, hasta comer
algarrobas, este hombre muestra la situación de degradación trágica que ha
alcanzado, tanto económica , moral y religiosa como cultural y física.

En este punto el relato sufre un viraje en su orientación, señalado por


aquel "recapacitando": se indica de este modo un movimiento interior, que se
traduce luego en un movimiento exterior.
Algunos interpretan este "recapacitar" como signo de su conversión; pero
esta lectura psicológica no parece respetar el texto. ¿Qué es lo que hace
recapacitar al hijo? ¿El arrepentimiento por lo que ha hecho o el
remordimiento por su actitud con el padre? Escuchemos su razonamiento:
"¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo estoy
aquí muñéndome de hambre...!": esta "recapacitación" no es, por tanto, más
que un cálculo dictado por la necesidad. Tampoco las palabras que siguen son
un acto de arrepentimiento: "Me levantaré y volveré a casa de mi padre": el
cálculo mental aquí es el siguiente: "Ya no puedo ser aceptado como hijo. Si
me presento como criado, me podrán contratar, y podré comer algo". No
parece tomar en consideración la posibilidad, siquiera remota, de ser
acogido de nuevo como hijo: su única perspectiva es la de la relación siervo-
amo.

En este punto aparece de nuevo repentinamente la figura del padre.

La indicación "Lo vio cuando todavía estaba lejos" significa que él, con su
confianza, con su esperanza, siempre estaba presente incluso en la ausencia
del hijo.

Su reacción resultó seguramente desconcertante para los oyentes judíos:


"se enterneció", más aún, según la traducción literal del griego, "se
conmovieron sus entrañas": se trata de un verbo que en general se refiere a
una madre, no a un padre. El evangelista Lucas atribuye a este padre los
sentimientos de una madre, vinculándose así a la tradición bíblica, donde Dios
manifiesta muchas veces actitudes maternales para con Israel. No se trata
entonces de una conmoción de tipo psicológico, sino más bien de una
conmoción de tipo "teológico", es decir, de una alusión discreta a la actitud
misma de Dios para con su pueblo.

También la carrera que da el padre para encontrarse con su hijo debió de


resultar muy extraña para los oyentes: para un judío, el de correr es un gesto
poco digno, sobre todo para las personas de cierta edad, ya que "a un hombre
se le conoce por la dignidad de su caminar", como dice el libro de los
Proverbios. Todos estos detalles no hacen más que subrayar la actitud insólita
de este hombre, que no vaci
la en cerrar los ojos ante todilN 1;»» noi m.is .sociales, d<- la misma
manera que al principio había ignorado lus iioiin.i.s del sentido común.

A continuación, el padre se c< li.i <-n hra/os del hijo y lo besa: se


trata de signos que en el Antiguo Testamento indican el perdón y la
reconciliación. Manda luego a los criados que le traigan el vestido, el
•millo y las sandalias, objetos que representan símbolos importantes
para determinar la relación que el padre vuelve a proponer al hijo que
ha encontrado de nuevo. En efecto, en Oriente, el mejor vestido se
concede a la persona más importante de la casa; y el anillo, además de
ser signo de dignidad, era el instrumento con que se sellaban los
contratos: todo esto significa, por tanto, que el padre vuelve a integrar
al hijo en la plena posesión de sus bienes. Las sandalias, por otra parte,
eran el signo de los hombres libres, que no llevaban los esclavos: al
^
ofrecérselas al hijo, el padre le devolvía la plena libertad de unas
relaciones filiales.

La fiesta final, con el "estribillo" repetido por el padre, muestra


todavía más plenamente el tipo de relación que desea restablecer con su
hijo: los términos "muerte y vida" permiten vislumbrar que su gozo se
deriva de una relación que se había roto antes y que ahora vuelve a
restaurarse en un contexto de libertad.

Sólo en este momento, como respuesta a la actitud imprevista del


padre, es cuando surge el cambio en el hijo menor; pero la verdad es
que no se dice si de verdad cambió.

Observemos ahora el recorrido del hijo mayor.

Vemos en primer lugar que parecen invertirse las situaciones ini-


ciales de los dos hermanos: el menor, antes lejos, está ahora en casa
con el padre; el mayor, que había mantenido su fidelidad, está "fuera de
casa"; de este modo se expresa, incluso con su actitud física, su ira y su
disensión con el hermano.

También el padre recorre con él, con la misma paciencia que había
mostrado antes, el camino que había hecho con el hermano menor,
saliendo a su encuentro y animándole a entrar.
La respuesta del hijo mayor ("en tantos años como te sirvo sin
desobedecer nunca una orden tuya...") nos revela lo que nadie sabía hasta
ahora, es decir, que pensaba en sus relaciones con su padre como en las de un
siervo con su amo, a saber, unas relaciones contractuales, un contrato que
considera como no respetado: 'jamás me has dado un cabrito...". No considera
como padre a aquel hombre, ni los bienes de su padre como suyos: todo esto
sale a relucir ahora, en el momento en que el padre ha manifestado con el hijo
menor el tipo de paternidad que quería ejercer. En efecto, la respuesta del
padre pone ahora plenamente de manifiesto la relación que desea mantener
con los dos hijos: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo...", definiendo así una
relación de amor inscrito en la libertad, que supone la comunión total de
bienes: "todo lo mío es tuyo".

El relato termina aquí, con una urgente invitación al hijo mayor para que
entre en una relación nueva ("este hermano tuyo..."), filial y fraternal. Una
invitación que no intenta violentarlo.

La parábola no revela la reacción del hijo menor ni la del hijo mayor. Del
hijo menor se puede decir que aceptó la fiesta ("empezaron el banquete"); del
hijo mayor, por el contrario, no sabemos nada. La parábola queda incompleta
y, en cierto modo, nos deja insatisfechos.

Esta indefinición esta expresamente buscada, tratándose de una llamada


al oyente para que se abra a la acogida y decida cuál es la actitud que ha de
seguir.

EL MENSAJE DE JESÚS

Jesús sabe que los fariseos consideran a los pecadores públicos carentes
de dignidad humana, degradados en todos los niveles, casi como bestias; sabe
también que los mismos pecadores se sienten, en esta condición alienada,
como irremediablemente impuros y lejos de Dios.

Desea vivamente que sus oyentes perciban la manera como se porta Dios
con las personas: todo hombre, aunque sea pecador, sigue siendo un hijo para
Dios, lo mismo que sucede en la parábola.
Como protagonistas, jesús pone en escena a sus mismos oyentes, es
decir, a los fariseos y a los escí ibas y, en segundo plano, a los pecadores y
publícanos.

Y a los fariseos y a los escribas Jesús les dirige su llamada invitándoles,


ante todo, a revisar la imagen de sus relaciones con Dios y, en definitiva, su
visión de sí mismos y de los demás.

Jesús les presenta una imagen singular de Dios:

• es un Dios que ama en la libertad y que sólo acepta ser amado en una
relación libre;

• es un Dios que sigue estando presente incluso en la ausencia más obstinada


del hombre; son precisamente esta continua presencia suya y esta acogida
las que constituyen la posibilidad real de que el hombre se decida a ir a su
encuentro: la fidelidad de Dios hace que el deseo del hombre no se apague
jamás y que las personas puedan siempre cambiar;

• es un Dios que no perdona "a regañadientes", poniendo condiciones, sino


por pura gratuidad: la llamada de Jesús a los fariseos es, por tanto, para que
se abran a una relación de hijos, saliendo de la relación servil y contractual
que los caracterizaba.

Aceptar esta relación filial supone, además, entrar en una relación


fraternal con las personas, sin someterlas a un juicio moral que las
estigmatice, sino acercándose a ellas con la mirada de Dios, que da siempre la
posibilidad de un futuro nuevo.

Finalmente, la conversión a que Jesús invita a los fariseos no es de tipo


moral, sino que supone una nueva visión de Dios y de los demás y, en último
análisis, una mirada nueva sobre ellos mismos: tienen que comprender que
"valen" no por lo que hacen, sino por el hecho de que los ama Dios.

Tampoco a los publícanos les pide Jesús inmediatamente una conversión


moral, sino que recono/.can ante todo en su actitud la mane-
ra de obrar de Dios mismo. Les invita a comprender la gratuidad con que el
reino de Dos se realiza en ellos y, por tanto, a celebrar una fiesta. Esta
conciencia de haber sido gratuitamente restituidos a su propia y genuina
humanidad es precisamente el impulso que les puede llevar
a decidirse por una vida moralmente correcta, no ya como siervos, sino por
gratitud, es decir, como hijos.

Jesús es consciente de que en la base de la conversión no está el esfuerzo


moral del hombre, sino el don de Dios, y que, paradójicamente, una
religiosidad segura de sí misma puede convertirse en el obstáculo más serio
para acoger la novedad del reino de Dios.

Jesús invita a sus oyentes a comprender que Dios no nos ama por
lo que hacemos por él, sino por lo que somos para él, es decir, hijos suyos.

Abrirse a este Dios y convertirse a él significa, ante todo, aceptar esta


lógica y dejarse amar como él ama, de forma incondicional y gratuita; esto, al
mismo tiempo que libera y salva nuestra vida, cambia también nuestra forma
de amar a los demás.

SIGNIFICADO PARA NUESTRA VIDA

Hay que subrayar, ante todo, que una interpretación moralista de este
texto ("no hay que obrar como el hijo menor, ni tampoco como el mayor, sino
como el padre"), una interpretación que cargue el acento sobre nuestro obrar,
le quita a la parábola su sentido profundo, la empobrece y la hace anodina e
imposible de actuar.

1. Ir al encuentro de las personas con confianza significa devolverles la


esperanza en la posibilidad de una vida nueva; es ésta experiencia concreta
la que nos permite verificar, como Jesús, que Dios no puede ser más que el
que ama incondicionalmente, el que perdona gratuitamente, el que restituye
al hombre la dignidad de hijo y la plenitud de la confianza y la esperanza.

2. La idea de un Dios que nos ama es el mejor estímulo para abrirnos también
al contacto con las realidades más pobres y menos carga
das de esperanza: si cstnmos convrncidos de que Dios ama así, sabremos
salir con conlian/.t .1) ciu ucnlio de l.i gente que se ha equivocado, que se
siente humillada, que ha perdido la conciencia de sí y el gusto por la vida.

Cuando nos arriesgamos a tropezar con estas realidades, muchas veces


crece en nosotros la certeza de que Dios no puede ser más que como el padre
que nos presenta la parábola. Y no podemos menos de reconocer que la
conciencia de Dios está ya en nosotros y libera nuestra posibilidad de
acercarnos a los demás.

ORACIÓN SALMÓDICA (del Salmo 103)

Bendice, alma mía, al Señor,


y todo mi interior a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te rodea con su misericordia y su cariño.
El Señor es compasivo y clemente,
paciente y misericordioso.
No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
así se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos.
4. El amo bueno

El amo bueno (Los trabajadores de la viña) (Mt 20,1-16)

La inesperada gratuidad de Dios

rrv
Te invocamos. Señor Dios: Texto
tú lo conoces todo; nada se te escapa, Maestro de
verdad. ' El reinado de Dios se p;iic«' 11 1111 piopirt.n ¡o que
Creaste el universo y velas sobre todo ser. Quieres salvar salió al amanecer a contratar jornálelos para su viñ.i. '-'
a todos los hombres y darles a conocer la verdad. Todos Después de ajustarse con ellos en el jornal de costumbre,
juntos te ofrecemos alabanzas e himnos de gratitud en los mandó a la viña. 3 Salió otra vez a inedia mañana, vio a
esta hora, para glorificarte con todo el corazón y en voz otros que estaban en la plaza sin trabajo 4 y les dijo: "Id
alta. Te has dignado llamarnos, instruirnos e invitarnos. también vosotros a mi viña, y os pagaré lo que es justo". 5
Concédenos mirar, buscar y contemplar los bienes del Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde
cielo. Amén. e hizo lo mismo. 6 Saliendo al caer la tarde, encontró a
otros parados y les dijo:
Oración del sábado (siglos III-IV) "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" 7 Le
respondieron: "Nadie nos ha contratado". 8 Cuando
oscureció, dijo el dueño de la viña a su encargado: "Llama
a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los
últimos y acabando por los primeros". 9 Llegaron los del
atardecer y cobraron cada uno el jornal entero. 10 Al
llegaron los primeros, pensaban que les darían más, pero
también ellos cobraron el mismo jornal por cabeza. n Al
recibirlo se pusieron a protestar contra el propietario: 12
"Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has
tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el
peso del día y del bochorno". 13 El repuso a uno de ellos:
"Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te alistaste
conmigo en ese jornal?
14
Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último lo mismo
que a ü.
15
¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis
asuntos?, ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?".
Estructura del texto
' En efecto, el reino de los cielos es semejante a un propietario que salió AL
AMANECER a contratar obreros para su viña.
2
DESPUÉS DE PACTAR Con los obreros por UN DENARIO al día, los mandó a su
viña. ,
3
Y habiendo salido en torno a la hora tercia, ^i vio a otros que estaban
parados en la plaza,
4
y también a ellos les dijo:
id también vosotros a la viña,
y lo que es justo os lo daré.
Y ellos fueron, i;,, ,
5
Ysalíendo de nuevo en torno a la hora sexta y a la hora nona, r: ;% hizo
lo mismo.
6
En torno a la hora undécima, saliendo, vio a otros parados y les dijo:
"¿Por qué estáis ahí todo el día ociosos?"
7
Le dicen: "Porque nadie nos ha contratado". Les dice: "Id también vosotros
a la viña".
8
CAÍDA LA TARDE, el dueño de la viña dijo a su encargado:
"Llama a los obreros y págales el salario, empezando por los últimos hasta
los primeros".
9
9 Así pues, llegados los de la hora undécima,
recibieron un denario. i^ÍO Y llegados los primeros, S ^ pensaban que
recibirían más,
pero recibieron un denario también ellos.
1) Habiéndolo recibido, murmuraban contra el propietario diciendo:
•; "Estos, los últimos, han hecho sólo una hora ^1;
;'12
y tú los has hecho iguales a nosotros.
mi^» »"»^ »-»-*/-*" ""—" ---• -
que hemos soportado el peso de la jornada y el calor". 2) El,
respondiendo a uno de ellos, dijo:
"Amigo, no te trato injustamente,
iMS,
¿NO HABÍAS PACTADO UN DENARIO Conmigo?
Toma lo tuyo y vete; ..,.•..•. ,• ,^ ^ i-sW;".'. •'• • • pero yo
quiero dar a este último como a ti. ¿No puedo hacer lo que quiera con lo
mío?
••'•,<. ^ .':,• . . ¿O tu ojo es MALO .'^,.-.<•„."...-. ••", •i.'i'••i: •'
'.•""\.f".',^' ''• ''''''•"" ' ' porque yo soy BUENO? ^T^^^P'" • '•.'• •• •.;.-" '•
Comentario

¿Cómo hemos de concebir l.i jnslu i.i de Dios? Esta pregunta interesaba
muy de cerca a los conleiiipoiáneos de |esús, que intentaban calcar el estilo de
sus relaciones inlerhumanas según el modelo propio del reino de Dios.

La parábola de los jornaleros llamados a diversas horas a trabajar en la


viña manifiesta el punto de vista de Jesús a este respecto.

El sentimiento de sorpresa que incluso en el lector contemporáneo suscita


la lectura de este relato nos sitúa inmediatamente frente al contraste que se
manifiesta entre la opinión común de la gente y la comprensión que tiene
Jesús de la justicia de Dios, al que conoce como Padre.

LA IMAGEN

La escena que Jesús toma como referencia para su relato tiene que
comprenderse dentro del contexto del ambiente oriental de la época. Existía la
costumbre de que el dueño de una viña, sobre todo durante la vendimia,
buscase obreros para el trabajo del día. Para ello se dirigía a la plaza del
pueblo, donde se encontraban de ordinario conversando los hombres que
esperaban ser contratados para el trabajo; una vez determinado el número de
los jornaleros que necesitaba, el dueño los contrataba ajustando con ellos la
paga del día. El relato nos habla de diversas horas, apartándose así de la cos-
tumbre, dado que la llamada solía hacerse una sola vez cada día. Sin embargo,
podemos pensar en situaciones extraordinarias, como la previsión de un
temporal inminente, que justifican la necesidad de llamar para la misma
jornada a nuevos obreros, acelerando así la vendimia; por eso nuestro relato,
aunque insólito, no resulta del todo irreal.

La jornada laboral se subdividía en doce horas desde el amanecer hasta el


anochecer: más o menos, desde las seis de la mañana hasta las seis de la
tarde.
Para hacer más comprensible el relato hay que recordar, finalmente, que
la paga estipulada de los que son contratados a primera hora -un denario por
jornada laboral- es la habitual: se trata de una cifra suficiente para el
sostenimiento diario de una familia. También el hecho de pagar aquella
misma tarde entra en la praxis ordinaria de la época; retener la paga hasta el
día después habría sido considerado como una injusticia, según recuerda una
norma concreta de la ley de Moisés: "No explotarás a tu prójimo ni lo
expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero"
(Lv 19,13).

EL RELATO

Observemos ahora cómo nos cuenta Jesús esta historia. El pasaje puede
dividirse en dos partes: el momento de la llamada y el momento de la paga;
ambas pueden reconocerse fácilmente por la
indicación temporal que las introduce: "salió al amanecer" (v. 1) y "caída la
tarde" (v. 8).

La primera parte se caracteriza por las diversas llamadas y por el contrato


con los jornaleros. Se ha dicho que la llamada a diversas horas no es habitual,
pero que podrían justificarla ciertos motivos excepcionales. El relato, sin
embargo, no piensa en ningún imprevisto; por eso no hemos de pensar que
las diversas llamadas encuentren su justificación en alguna necesidad especial
del dueño. Su comportamiento no está motivado por causas conüngentes,
externas, sino que ha de atribuirse exclusivamente a su voluntad. Esto üene
su importancia para comprender el relato: si el propietario hubiera necesitado
obreros por algún motivo especial, ello justificaría el hecho de que al final les
diese a todos el mismo salario: tiene una seria necesidad de mano de obra, y
por eso está dispuesto a pagar más de lo debido. Al no ser así, queda abierta
la pregunta de por qué acudió a contratarlos a diversas horas, interrogante
que culmina en la sorpresa de ver cómo, al final, se da a todos la misma
recompensa.

La dinámica del relato nos hace comprender, además, que el acento recae en
la primera y en la última llamada (la hora undécima):
en efecto, sólo se tomará en consideración a los primeros y a los últimos en la
segunda parte, donde se habla de la recompensa. Las lla
madas intermedias (horas leí» i.i, scxl.i y noii.i) no lidien otra finalidad que la
de dar mayor vivc/;> .1 1.) ii.n I.K ion: cu dedo, los oyentes se ven llevados,
poco a poco, a ic( ODO( n con .sorpresa que este propietario llama a sus
obreros hasta la última hora.

En lo que se refiere al jornal, hay advertir que sólo se expresa en términos


claros en el primer caso -"un denario por día"-, mientras que luego se habla de
él en términos cada vez más alusivos: se convierte en "lo que es justo" pura
los jornaleros de la hora tercia; para los de la hora sexta y nona, sólo se dice
que "hizo lo mismo", mientras que no se hace ninguna alusión al contrato con
los jornaleros de la última hora. Estos matices sobre la retribución están
claramente en función del relato. En efecto, los que oyen esta parábola se ven
llevados, desde su punto de vista, a pensar que el contrato cambia en lo
relativo a la prestación laboral, aunque esto no se dice en el relato; por eso, en
el momento de ajustar cuentas, se revelará este equívoco con la reacción
consiguiente de los oyentes de Jesús.

La segunda parte de la parábola presenta el momento de la paga al final


de la jornada. Hay que advertir que el propietario pide a su encargado que
comience por los últimos. Esto no debe interpretarse según la lógica expresada
en otros lugares del Evangelio, por la que "los últimos serán los primeros"; la
inversión del orden con respecto a la llamada es también aquí un elemento en
función de la dinámica del relato. Se parte de los últimos para dejar que los
primeros asistan a la escena y puedan comparar la diferencia de las
prestaciones con la uniformidad de la retribución y expresar de este modo su
reacción de protesta. A los obreros que llegaron al final y que, por tanto, no
habían trabajado más que una hora se les da sorprendentemente la misma
paga que a los que habían trabajado desde por la mañana y en condiciones
ciertamente más desagradables, dado que el trabajo en la viña a las cinco de
la tarde es menos duro que bajo el sol de mediodía.

La reacción de indignación desemboca en un diálogo entre el propietario y


los jornaleros del primer grupo. En el diálogo se confrontan dos puntos de vista
diferentes. No es difícil descubrir que aquí hemos llegado a la cima de la
parábola, donde el relato interpreta la realidad en la que Jesús confronta su
visión de la justicia de Dios con
la de sus interlocutores. A través del relato, Jesús lia llevado a sus oyentes a
tomar postura, dando a entender cómo el punto de vista que ellos tienen
coincide con el de los obreros de la primera hora. Estos piensan que han
sufrido una injusticia, una vez que el trato que se ha reservado a los últimos
no corresponde a su criterio de justicia; por eso protestan contra el amo:
"Los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso del día
y el bochorno".

La repuesta del amo permite entonces vislumbrar el punto de vista de


Jesús. Esta respuesta se articula en dos argumentaciones. La primera pone de
manifiesto que no se puede hablar de una injusticia sufrida, ya que se ha
entregado toda la retribución que se había pactado: "No te hago ninguna
injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en ese jornal? Toma lo tuyo y vete". La
segunda lleva a reconocer la medida de la actuación del amo, no en la
correspondencia con las prestaciones de los obreros, sino en la libertad de
disponer de sí mismo en su conducta con ellos: "¿No tengo libertad para hacer
lo que quiera en mis asuntos?". Esta afirmación no debe entenderse como la
expresión arbitraria del que no desea dar cuentas de lo que hace; no significa
"yo hago lo que me da la gana". No nos encontramos frente a la reacción de
un amo caprichoso y despótico; con esta pregunta retórica, el propietario
pretende más bien subrayar la liberalidad que lo guía en su conducta: la
riqueza de su condición le permite dar de forma sobreabundante, sin cálculos.

EL MENSAJE DE JESÚS

A través de la parábola se percibe la experiencia vivida por Jesús,


caracterizada siempre por una acogida incondicional de cada uno de los
hombres. El Evangelio nos atestigua cómo su disponibilidad para con las
personas nunca estuvo vinculada a las prestaciones que éstos pudieron
hacerle; estuvo siempre marcada por la gratuidad. Con esta actitud Jesús
intenta expresar su comprensión de Dios: es el Padre que acoge gratuitamente
y sin reservas a todo ser humano. Muy distinta es la mentalidad de los
fariseos, que ven en el comportamiento de Jesús la denuncia de un orden de
justicia muy concreto, según el cual Dios, aunque siempre se muestra
benévolo con los hombres, no puede menos de tener en cuenta las diferentes
prestaciones de los mismos.
Fíenle a este contraste, (e.sú.s n.iir.i c.sl.i [);n:il)ol;i, y;> que también en ella
parece haberse Irashx .ido un orden <lc justicia. Los que siguen este relato se
ven, sin embargo, llevados <i reconocer que lo que se cree que es una
alteración del orden de la justicia no es más que la manifestación de la bondad
del amo (figura de Dios): nadie le puede reprochar que sea bueno. Por eso los
oyentes se ven obligados a reconocer que la misma actitud de Jesús no va en
contra de la justicia, sino todo lo contrario: es expresión de la bondad del
Padre y, por tanto, la manifestación más auténtica de la justicia divina. Sólo
esta, partiendo de la gratuidad de Dios, le da al hombre lo que necesita, es
decir, le pone en condiciones de vivir a su vez unas relaciones de gratuidad.

Jesús invita a dejar las miradas envidiosas y duras frente a la realización


de la benevolencia de Dios que se manifiesta en él. El reino de Dios se realiza
como gratuidad inesperada. La incapacidad de acogerla y el empeño en
oponerse a ella ponen de relieve una mentalidad religiosa de cuño moralista,
legalista, que encierra la justicia en los estrechos límites de la retribución,
calculada sobre la base de las prestaciones ofrecidas.

Esta mentalidad se manifiesta, ante todo, como afán de tener que agradar
a Dios a través de nuestro esfuerzo de observancia de la Ley. El creyente que
vive según estos parámetros intenta ganarse el favor de Dios por medio de sus
propias acciones morales o religiosas, reduciendo la justicia de Dios al simple
reconocimiento de los méritos acumulados. La justicia de Dios que manifiesta
Jesús es, por el contrario, la capacidad de amar primero de forma gratuita. Es
la gratuidad la que libera al hombre de la obsesión por tener que ganarse la
benevolencia de Dios y lo pone, a su vez, en condiciones de actuar de forma
auténticamente libre: sólo así es como una verdadera actuación moral hace
buenos a los hombres.

Quienes piensan que la justicia de Dios ha de obtenerse a base de


prestaciones tienden fácilmente a creer que los hombres consiguen delante de
Dios diferentes ganancias, que ellos clasifican según niveles diversos de
retribución. Es una mentalidad que induce a vivir relaciones de contraposición
y de concurrencia con respecto al prójimo. Todo esto queda calificado
negativamente a través del interro-
gante de la parábola: "¿ Ves tú con malos ojos que y o sea generoso?". La
pregunta deja bien claro dónde está la raíz de la malicia. Esta no nace de que
uno se sienta defraudado, dado que no se comete ninguna injusticia contra
nadie quitándole lo que le corresponde; si así fuese, la protesta sería
comprensible y no se le podría tachar de maliciosa. Lo que parece que es
"malo" es, más bien, el "ojo" de quienes hacen comparaciones con sus
semejantes y, de este modo, en vez de alegrarse de la bondad del amo,
protestan por su liberalidad. El ojo es malo porque se orienta a una
confrontación con el hermano y, así, hace que nazca la envidia; si se orientase
hacia el amo, se haría bueno por la bondad de éste.

El mensaje de Jesús es sumamente sencillo, pero realmente des-


concertante, lo mismo que parece irritante la parábola en una primera lectura.
La actuación de Dios no tiene más medida que su bondad;
por eso se da totalmente a todos. Este descubrimiento provoca la alegría de
quienes tienen el ojo bueno, porque el que es bueno se alegra de que los
demás lo sean; pero engendra envidia y dureza en quienes
tienen el ojo malo y no saben reconocer la gratuidad de las obras de Dios.

SIGNIFICADO PARA NUESTRA VIDA

La parábola es, ante todo, una invitación a tomar conciencia de cuál es la


comprensión de la justicia de Dios que domina en nuestra vida. Podemos
reconocerla prestando atención a la modalidad con que miramos a nuestros
hermanos; si prevalece un tipo de relación competitiva, es probable que ésta
tenga su origen en una imagen distorsionada de la justicia de Dios. Podríamos
entonces repasar el mensaje de Jesús para nuestra vida que nos ofrece esta
parábola, a través de los siguientes interrogantes:

• ¿Cómo podemos eludir el riesgo de una interpretación legalista y moralista


de la justicia de Dios que engendra relaciones competitivas con los demás
hombres?

• ¿Cuáles son las experiencias en las que podemos reconocer la actuación


gratuita de Dios para con nosotros?
• ¿Cuáles son las expcriciK i.is de ^i.ilnid.id que nos hacen experimentar la
capacidad de a< tu.ii cu imeslia vida con el mismo estilo de Jesús, inspirado
en el actuar de Dios Padre?

Para encontrar una respuesta al primer interrogante debemos referirnos


constantemente a la justicia de Dios, que se nos manifestó en el mensaje y en
la vida de Jesús. Esta imprime en la vida de los hombres, en el contexto de sus
relaciones, un principio nuevo: el de la gratuidad. Además de la experiencia
histórica de Jesús, en el tiempo de la Iglesia en que vivimos tenemos acceso a
esta gratuidad de Dios en el don del Espíritu que anima la vida de todo
creyente: él es la gratuidad personal de Dios. La experiencia del Espíritu en
nuestra vida de creyentes es experiencia del don que Dios hace de sí mismo,
convirtiéndose en el principio interior que anima y guía todas nuestras
opciones y relaciones humanas. Puesto que el Espíritu se nos da gra-
tuitamente, nuestra vida no tiene ya que ponerse a buscar el objetivo de
"acaparar" la benevolencia de Dios (según una mentalidad legalista y
moralista). Es el Espíritu el que nos coloca en la relación justa con el Padre y,
de esta manera, nos capacita para mirar con justicia la vida y a los hermanos.

En el don del Espíritu nos hacemos capaces de vivir la misma gratuidad


que Dios ha tenido con nosotros. Si nos fijamos atentamente en nuestra
experiencia humana, podríamos reconocer que nuestra misma vida crece allí
donde encuentra unas relaciones marcadas por la gratuidad. Experimentamos
esta calidad de las relaciones humanas en el perdón que sabemos dar o que
recibimos sin estar condicionado por respuestas de gratitud; en la capacidad
de aceptar que las cosas no siempre vayan según nuestros proyectos; en vivir
los momentos de derrota sin perder la confianza en nosotros o en los demás;
en aceptar el esfuerzo y la rutina de cada día permaneciendo fieles a nuestros
compromisos, incluso cuando no tenemos una recompensa inmediata; en
perseverar en la oración a pesar de que se nos presente marcada por la aridez
interior; en aceptar sin irritaciones la decadencia progresiva de nuestra vida,
preparándonos así para el mayor acto de gratuidad, que es la acogida de
nuestra muerte, y confiando nuestra vida al cumplimiento que sólo el Padre
puede garantizarnos.
Estas y otras muchas experiencias que marcan nuestra
ORACIÓN SALMÓDICA (del Salmo 145)
existencia dan testimonio del obrar del Espíritu en nosotros, que
nos hace salir de la obsesión de la lógica legalista y retributiva Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey, te
para vivir de la justicia del Dios de Jesucristo. No es difícil bendeciré por siempre jamás;
comprender lo importante que resulta este significado en el día tras día te bendeciré
contexto actual de nuestra vida. La presión por una existencia y te alabaré por siempre jamás.
medida cada vez en términos de eficiencia y de utilidad tiene el Grande es el Señor y muy famoso,
peligro de hacernos sucumbir bajo el peso del la búsqueda de es incalculable su grandeza.
prestaciones cada vez más exigentes, no sólo ante Dios, sino Una generación pondera tus obras a la otra
y le cuenta tus hazañas.
también ante el estilo competitivo con que vivimos nuestras
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
relaciones humanas. Por eso mismo es fundamental recuperar el
y yo repito tus maravillas;
sentido auténtico de la vida que se descubre en la gratuidad encarecen ellos tus temibles hazañas, y yo
las relaciones, para devolver a nuestra vida y a nuestras narro tus grandes proezas. El Señor es
relaciones una calidad auténticamente humana. clemente y compasivo, paciente y
misericordioso:
el Señor es bueno con todos, es cariñoso
con todas sus criaturas. Los ojos de todos
te están aguardando, tú les das la comida
a su tiempo;
abres tú la mano
y sacias de favores a todo viviente.
El Señor es justo en todos sus caminos,
leal con todas sus criaturas;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
5. El trigo y la cizaña

El trigo y la cizaña

(Mt 13,24-30)
La paciencia de Dios y el tiempo de la conversión
ORACIÓN

Señor, amigo de los hombres,


acudo a ti al despertarme,
al comenzar la tarea
que me has asignado en tu misericordia.
Asísteme en todo tiempo y en todas las cosas;
presérvame de toda seducción mundana, de toda influencia del demonio;
sálvame e introdúceme en tu reino eterno.
Porque tú eres mi creador,
la fuente y el dador de todo bien:
en ti reposa mi esperanza y te doy gloria hora y siempre y por los siglos
de los siglos. Amén.
MACARIO EL EGIPCIO, Plegarias del Oriente bizantino

Texto
24
Les propuso otra parábola: "Se parece el reinado de Dios a un hombre
que sembró semilla buena en su finca; 25 mientras todos dormían, llegó su
enemigo, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. 26 Cuando brotaron los
tallos y se formó la espiga, apareció también la cizaña. 27 Los obreros fueron a
decirle al propietario: 'Señor, ¿no sembraste en tu finca semilla buena? ¿Cómo
resulta entonces que sale cizaña?' 28 El les declaró: 'Es obra de un enemigo'.
Los obreros le preguntaron: '¿Quieres que vayamos a escardarla?' 29 Respondió
él: 'No, por si acaso al escardar la cizaña arrancáis con ella el trigo. 30 Dejadlos
crecer juntos hasta la siega. Al tiempo de la siega diré a los segadores:
Entresacad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo,
almacenadlo en mi granero'".
Estructura del texto
24b
Se ha comparado el reino de los cielos
con un hombre que sembró buena semilla en su campo.
25
Mientras los hombres dormían, vino un ENEMIGO suyo,
sembró cizaña en medio del grano T T j i
•' ^ ^:•• ^• •': .'. y se marchó. •: ' '" ". :•.'•?::• :•:::':.•••^..::" :•;;:'.::
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"••''•:...: . ; ;'•::;f:!':!|^: '^^


26
Cuando germinó el grano y dio fruto, I entonces apareció
también la cizaña.
Entonces los criados fueron al dueño de casa y le dijeron;
27¿No sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde viene entonces la
cizaña? Y él les dijo:
Un enemigo ha hecho esto.
1. Y los criados entonces le dicen:
28
¿Quieres, pues, que vayamos a RECOGERÍA?
1 1 1
292. Y él respondió: i;;' !-^^'^ ^;:". ":;-"-^'-;^^^^ • , No,
porque AL RECOGER la cizaña arrancaríais junto con ella el trigo, Dejad que
una y otro crezcan juntos HASTA LA SIEGA, y AL TIEMPO DE LA SIEGA diré a los
segadores:
RECOGED primero la cizaña y atadla en haces para quemarla;
pero el grano recogedlo en mi granero.

30
Comentario
A veces sentimos la tentación de preguntarnos: "¿No sería preferible que
Dios hiciese una buena limpieza, que mandase fuera a los que no son dignos
de su reino y tratase un poco mejor a quienes tratan de hacerlo realidad?".
Sentimos la necesidad de estar seguros de que la llegada del reino de Dios
crea una comunidad santa, no una comunidad pobre, tanto humana como
religiosamente.

Pero el anuncio de Jesús se empeña continuamente en revelar a un Dios


que se acerca a cada uno de los hombres, que tolera las pobrezas humanas. El
Dios de Jesús es el Dios de la paciencia, que quiere ofrecer a todos las
ocasiones vitales par poder cambiar, crecer, madurar su propia vida.
LA IMAGEN

Jesús había utilizado ya la imagen de la siembra para hablar del reino de


Dios, es decir, de aquel buen anuncio que había venido a traer a todos. Pero
en este relato vemos un detalle nuevo: tras la siembra del campesino hay una
nueva siembra.

Es interesante recordar algunas nociones sobre las condiciones agrícolas


en la Palestina de Jesús, en concreto sobre la posibilidad de que un terreno
sembrado quedase luego cubierto de maleza, y que esta pusiera en peligro la
cosecha.

La cizaña de que nos habla el relato es probablemente una hierba muy


parecida al trigo, del que sólo se distingue cuando empieza a crecer la espiga:
esto, evidentemente, aumenta el peligro de que se vea comprometida la
maduración del grano bueno. Por tanto, era natural que los campesinos que
querrían intervenir para arrancarla apenas pudiesen reconocerla; es
interesante, sobre todo, el hecho de que procedían a esta tarea cuanto antes,
incluso, a veces, antes de que madurara el trigo, escardando el terreno para
arrancar la cizaña y para que ésta no impidiera el crecimiento adecuado del
trigo ni se propagara por todo el campo.

Así pues, la parábola presenta una anomalía con respecto a la forma


ordinaria de actuar: el dueño del campo no acepta que sus labradores
arranquen la cizaña, sino que les ordena que la dejen crecer junto con el trigo,
hasta el momento de la siega

EL RELATO

El relato nos habla de dos semillas contrapuestas: la del amo, que siembra
la buena semilla, y la del enemigo, que siembra cizaña por la noche, mientras
todos duermen.

En el momento de madurar el grano, los criados se dan cuenta de que hay


cizaña mezclada con el trigo y le hacen al amo su primera pregunta: "¿No
sembraste buena semilla? ¿Cómo es que hay cizaña?";
y el amo les dice que la presencia de la cizaña se debe a la mala voluntad de
algún enemigo.
Entonces los cri.ido.s le li;i«-n 1111.1 piopucsl;»: "¿Quieres que vayamos
a recogerla?", li.x ¡cndolc ( oiiipicildcr que para ellos la cizaña no debe crecer
junio «>n el buen glano y que, por tanto, hay que actuar cuanto antes para ai
rancaí la. A esta pregunta les responde el amo con una orden totalmente
anómala: "No; no sea que al quitar la cizaña arranquéis también el buen
grano. Dejad que los dos crezcan hasta el momento de la siega".

Se trata de dos perspectivas contrapuestas, la de los criados y la del amo,


que nos revelan el corazón del mensaje de Jesús.

EL MENSAJE DE JESÚS

La parábola recordaba a los oyentes de Palestina la imagen bíblica de la


siega, que en el Antiguo Testamento, como en el resto de la antigua literatura
judaica, señalaba el momento del juicio final de Dios sobre el mundo. A partir
de esta imagen, el problema que se planteaba era el siguiente: ¿hay que
extirpar sin dilación el mal del mundo?

La respuesta del amo nos ofrece una primera indicación: no hay que
intentar eliminar el mal de la tierra antes de que llegue el momento del juicio,
porque el hombre no está en condiciones de valorar hasta el fondo las
situaciones y el corazón de las personas y no sabe distinguir debidamente
dónde está el bien y dónde está el mal:
una criba radical podría arruinar a la vez el bien ya existente. Querer anticipar
dentro de la historia una separación entre el bien y el mal es arrogarse una
prerrogativa que es exclusiva de Dios.

Hay un segundo motivo por el que hemos de tener paciencia:


Dios ha establecido un tiempo para el juicio, que el hombre no puede anticipar;
tan sólo puede aprovechar la espera. El tiempo que falta para la "siega" es un
tiempo a disposición del hombre para que pueda transformar el mal en bien,
para que pueda convertirse a la vida.

El contexto histórico en que actúa Jesús está marcado por la presencia de


diversos movimientos religiosos, como los zelotes y los ese-nios, que, con
diferentes matices, tenían el mismo denominador común: el empeño en crear
una comunidad «pura».
Los zelotes, nacionalistas rabiosos que querían echar de su país a los
romanos y que intentaban el restablecimiento del reino de Dios como
reconstrucción del estado independiente de Israel, habrían querido hacer
cuanto antes una criba violenta, destruyendo a los invasores y reafirmando el
reino de Dios en la tierra de Israel a través de la liberación nacional.

Igualmente los esenios, creyéndose la comunidad de los puros,


consideraban excluidos de la salvación a todos cuantos no formaban parte de
su secta, y seguían manteniéndose rígidamente separados de ellos.

La ideología farisea, aunque partía de otras perspectivas, deja entrever


esta misma concepción: en efecto, los fariseos tendían también a edificar una
comunidad de puros, considerándose los únicos que conocían y observaban con
todo detalle la ley de Moisés y sus prescripciones. Esta comunidad de
observantes tenía que ser muy distinta y mostrarse bien separada de quienes
no conocían o
transgredían la Ley, considerados como pecadores por diversos títulos.

Así pues, Jesús se encuentra inmerso en tensiones de tipo sectario que


tienden a diferenciar y a separar inmediatamente a puros de impuros, a
observantes de transgresores, a "buenos" de "malos"... En este contexto,
anuncia un mensaje que rompe radicalmente con esta visión, diciendo que el
reino de Dios está actuando en la historia de los hombres a través de su
persona, y que abre sus puertas a los pecadores, ofreciendo siempre la
reconciliación y la salvación. Llegará el momento de la "criba" cuando el reino
de Dios venga en su plenitud al final de la historia; pero el tiempo actual es el
tiempo de la paciencia activa de Dios, en el que éste ofrece a todos los
hombres, incluso a los pecadores, continuas ocasiones para que se
transformen y renueven su vida.

Jesús pone de manifiesto que esta paciencia de Dios no es pasiva; no deja


que la realidad vaya por su propia cuenta; se trata más bien de una paciencia
activa, en busca del hombre, a quien ofrece continuamente provocaciones para
que se convierta.
SIGNIFICADO PARA NUESTRA VIDA

No es difícil percibir l.iinbicn cu imc.slios días, quizá dentro mismo de


nuestra comunidad cristiana, la tendencia a imaginarnos a un Dios sectario que
distingue entre "buenos" y "malos"; en efecto, muchas veces invocamos la
claridad y buscamos los criterios para definir quién se salva y quién no.

Jesús no nos dice que no tengamos que reconocer la existencia del mal,
sino que hemos de preocuparnos de ejercer la paciencia activa, ofreciendo al
hombre posibilidades reales de cambiar de vida.

Se nos ha dado este tiempo como ocasión para transformar la cizaña en


trigo, en nosotros y en la realidad de la historia humana.

Por consiguiente, hemos de comprender nuestro tiempo como un tiempo


de salvación, respondiendo a los estímulos que nos ofrecen continuamente la
vida y la historia para invitarnos a acoger el amor de Dios. No es éste el
tiempo del juicio definitivo, ni para nosotros ni para los demás.

El ofrecimiento de Dios podrá transformarse en juicio y condenación, no


porque Dios cambie, sino porque nosotros mismos nos cerramos libremente a
la salvación, rechazando permanecer en la misericordia y el amor del Señor.
Estamos anticipando el momento del juicio en la cotidianeidad de nuestra
existencia, ya que ésta se está cargando desde ahora de intensidad y
definitividad, asumiendo un sabor escatológico. Es en nuestras opciones
actuales donde estamos diciendo qué es lo que queremos ser definitivamente
ante Dios: personas que se abren o personas que se cierran al amor y a la
comunión con él y, de rechazo, con nuestros hermanos. /
Si Dios es paciente, también nosotros hemos de tener paciencia con
nosotros mismos y con la realidad que nos rodea, sin dejar de ofrecer
posibilidades de vida nueva. En nuestra historia conviven lo claro y lo oscuro,
el bien y el mal, y difícilmente podemos identificarlos y separarlos. Pero, a
pesar de todo ello, Dios no rechaza este mundo para crear otro nuevo y mejor:
ejerce esta paciencia porque él
es más que todo eso: es el verdadero Señor, que no amenaza a nada ni a
nadie, el Eterno, para quien no existe ni la prisa ni el miedo.

El hombre ha sido creado a imagen de Dios, y debe serlo también en este


aspecto: en efecto, el mundo ha sido puesto en sus manos, y le toca a él ir
sacando con paciencia lo que Dios espera de esta realidad, incluso allí donde
ha proliferado la cizaña.

Esta paciencia puede asumir diversos matices:

• ante todo, paciencia con nosotros mismos: podemos no aceptar nuestras


debilidades y los límites típicos de la existencia humana;
esto es, enmascarar las cosas, justificar el mal que llevamos en nues-
• tro interior. No es posible la conversión mientras no tengamos la valentía de
mirar cara a cara el mal que hay en nuestro ánimo, sin refugiarnos en una
idealización de nuestro ser;

• nuestra paciencia se basa en el hecho de que creemos en un Dios que confía


en todos los aspectos de la vida y que, por tanto, nos mueve a forjar la
unidad de nuestra existencia, sin rechazar nada de nuestra personalidad o
de nuestra historia. Se trata de recomponer la unidad como primer paso
para poder cambiar de verdad nuestra propia vida.

Todo esto supone un camino que puede trazarse de este modo:

a) creer que la realidad puede cambiar poco a poco y dar a los demás
continuas ocasiones para que acepten cambiar en la libertad;

b) spr conscientes de la lentitud de los cambios;

c) ser capaces de una paciencia activa, que intente cambiar la realidad y que
vaya acompañada de la capacidad de comprendernos a nosotros, a los
demás y la vida toda que nos rodea, ya que sólo comprendiendo las
situaciones lograremos encontrar los estímulos aptos para el cambio: la
confianza no tiene por qué separarse de la inteligencia y el conocimiento;
(1) tener la fuerza y 1;> v.ilentÍn df ic< oincii/;» siempre de nuevo,
incluso frente a la verificación del li.x.iso df nuestros ofrecimientos
anteriores;

e) madurar el amor a la vida, ya que sólo el que ama intensamente al


hombre y a la humanidad tiene la fuerza para ser paciente, puesto
que sólo el amor es capaz de confiar.
ORACIÓN SALMÓDICA (del salmo 104)

Bendice, alma mía, al Señor:


¡Dios mío, qué grande eres! ¡Cuántas son tus obras, Señor, y todas
las hiciste con maestría. Todos ellos aguardan a que les eches
comida a su tiempo;
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes. Escondes tu rostro, y se
espantan;
les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo. Envías tu
alimento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra. Gloria a Dios
para siempre, goce el Señor con sus obras. Cuando él mira la tierra,
ella tiembla;
cuando toca los montes, humean, Cantaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
6. El siervo despiadado

El siervo despiadado

(Mt 18,21-35)
El don y el compromiso de la reconciliación
ORACIÓN

Padre de los justos,


tú escuchas a los que te rezan con rectitud,
tu oyes hasta las súplicas en silencio;
tu Providencia
penetra hasta las entrañas del hombre,
tu conciencia sondea la voluntad de cada uno.
Desde todas las regiones del mundo sube hasta tí
el incienso de las plegarias y las súplicas.
Tú eres bendito por los siglos.
Alabanza de la Providencia Constituciones apostólicas,
VII (siglo IV)
Texto
21
Entonces se adelantó Pedro y le preguntó: "Señor, y si mi hermano me
sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces?". 22
Jesús le contestó: "Siete veces, no; setenta veces siete". 23 Ya propósito de
esto: se parece el reinado de Dios a un rey que quiso saldar cuentas con sus
empleados. 24 Para empezar, le presentaron a uno que le debía millones. 25
Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, con su
mujer, sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara con eso. 26 El empleado
se echó a sus pies suplicándole: 'Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré
todo'. 27 El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar,
perdonándole la deuda. 28 Pero, al salir, el empleado encontró a un compañero
suyo que le debía algún dinero, lo agarró por el cuello y le decía apretando:
'Págame lo que me debes'. 29 El compañero se echó a sus pies suplicándole:
'Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré'. 30 Pero él no quiso, sino que fue y lo
metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31 Al ver aquello sus
compañeros, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor lo
sucedido. 32 Entonces el señor llamó a al empleado y le dijo: '¡Miserable!
Cuando me suplicaste, te perdoné toda aquella deuda. 33 ¿No era tu deber
tener también compasión de tu compañero como yo la tuve de tí?' 34 Y su
señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. 35
Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada
uno a su hermano".
Estructura del texto
21
Entonces Pedro se le acercó y le dijo: "¿(Atañías veces tendré que perdonar
a mi hermano, si peca contra mí? ¿Hasta siete veces?"
22
Y Jesús le responde: "No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete".
' " " "'":' ' '; '''"''" '':;':';:"''" ' •:.:;",:' : '• '•" '' : "" ': ; •':"; '.
23
Es semejante el reino de los cielos a un hombre-rey que quiso hacer
cuentas con sus siervos.
24 28
Habiendo comenzado a hacer Habiendo salido, aquel siervo se encontró con
las cuentas, fue conducido a uno de sus con-siervos que
él LE DEBÍA CIEN DENARIOS
UN DEUDOR DE 10.000
TALENTOSy, agarrándolo, lo ahogaba diciendo: ¡' i •;;
25
No teniendo éste con qué "¡Págame todo
pagar, el señor ordenó lo que me debes!"
venderlo a él, a su mujer y aPostrándose entonces,
sus hijos i!¡'; i;
y todo cuanto tenía, para que 29 su compañero le suplicaba
pudiera pagar. diciendo:
26
Postrándose entonces, el "SÉ PACIENTE CONMIGO, Y TE PAGARÉ".
siervo le suplicaba diciendo:Pero él no quiso, sino que, yéndose, lo metió en
"SÉ PACIENTE CONMIGO, Y la TEcárcel hasta que
LO PAGARÉ TODO".
27 30 PAGASE LA DEUDA.
Conmovido, el amo de aquel
siervo le dejó ir
y LE PERDONÓ LA DEUDA.
31
Visto lo que sucedía, sus consiervos se apenaron mucho y, yendo, refirieron
a su amo todo lo sucedido.
32
Entonces, habiéndolo Hateado, su amo té dijo:
"Siervo malo,
toda aquella dEUDA te la PERDONÉ.
porque me lo rogaste. ;
38
¿Ño debías acaso también tú tener misericordia de tuconsiervo, como yo
tuve misericordia de tiPM
t4
E, indignado, su amo lo entregó a los verdugos hasta que le pagase toda la
deuda. :',,,. ^ :^^y•^^';'•\:• :' "•';' '' . ;^:'!;;%'•
35
Así también mi Padre celestial hará con cada uno de vosotros, si no
perdonáis de corazón a vuestro hermano".

Comentario

El contexto inmediato de la parábola es la pregunta de Pedro:


"Si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿Cuántas veces tendré que perdonar?"
(Mt 18,21). A esta pregunta responde Jesús con una fuerte invitación a
cambiar de mentalidad y a descubrir la realidad de la salvación que la
presencia del reino de Dios viene a ofrecer en su persona. En efecto, dentro de
esta óptica de salvación no domina el derecho, sino la misericordia: aquella
misericordia que Dios nos ha dado de manera impensable e inconmensurable y
que ahora nosotros estamos llamados a ejercer con los demás.

LA IMAGEN

Las imágenes que utilizó Jesús recuerdan el ambiente de los grandes


imperios del Oriente Medio que rodeaban a Israel. Probablemente Jesús no los
conoció nunca directamente, pero tuvo que escuchar relatos de historias y
episodios sobre la vida de los poderosos reyes de aquellas poblaciones: en
efecto, los judíos tuvieron ocasión de probar su poder absoluto durante las
pasadas dominaciones de los asirios, los babilonios y los egipcios. Jesús
recupera el eco de estos recuerdos históricos, transmitido por relatos y
leyendas, convirtiéndolo en la base de su parábola.

En el palacio de uno de aquellos soberanos, el tribunal de cuentas


examina las cantidades que los "siervos", es decir, los funcionarios reales,
deben a su rey; se trata probablemente de los impuestos que ellos tenían que
recaudar en las regiones bajo su mando. Pero sucedió que uno de aquellos
funcionarios no pudo entregar los tributos que le exigían, por lo que se vio
metido en una difícil situación , al no poder pagar al rey.
Podemos imaginarnos l.i impresión liciiiciid.i que debió de provocar en los
israelitas este ichio, (pie iliisli;>l);i un método de gobierno tan cruel y al que
ellos no estaban acostumbrados.

EL RELATO

La parábola sigue una estructura de paralelismo entre dos encuentros,


primero entre el rey y su alto funcionario, luego entre éste y su colega. De esta
manera se muestran los puntos comunes de las dos historias, pero también, y
sobre todo, las diferencias en la actitud que mantuvieron los tres
protagonistas, diferencias que determinan la solución final del relato.
'. NS».'''*»;'.¡
• El encuentro entre el rey y el alto funcionario. La expresión "fue con-
ducido" da a entender que la situación inicial del funcionario real es la de un
arresto por la deuda que había contraído con su soberano. La deuda se calcula
en diez mil talentos, o sea, cien millones de dena-rios: este detalle es
significativo en el contexto, ya que los oyentes saben muy bien que un denario
era la cantidad necesaria para que pudiera vivir un día una familia entera.
Estamos, pues, ante una deuda enorme, casi inverosímil: diez mil era la suma
más alta que podía calcularse en aquella época, y el talento era la mayor
medida monetaria; se trata, por tanto, de una cantidad excesiva, imposible de
devolver.

Para recuperar al menos una pequeña parte de lo debido, el rey ordena


que se vendan no sólo los bienes del funcionario, sino todo el ajuar de su casa
y, sobre todo, a su mujer y a sus hijos. Este último detalle impresionó sin duda
a los oyentes, dado que, según el derecho judío, no podía ser vendida una
mujer, y un hombre sólo podía venderse cuando había cometido un robo y no
tenía ya la posibilidad de restituir lo robado.

Impresiona, además, el hecho de que esta disposición no habría podido de


ningún modo resarcir la deuda, ya que de la venta de un esclavo se podía
sacar, como mucho, entre quinientos y dos mil dena-rios: es evidente que la
orden del rey no se dirige tanto a la recuperación de la cantidad debida como a
subrayar la vehemencia de su ira y
su poder sobre los altos funcionarios, a fin de disuadirles de todo intento de
malversación.

Frente a esta trágica situación, la reacción del funcionario condenado es


postrarse a los pies del soberano, humillándose y suplicándole que le perdone;
le hace una petición de gracia, acompañada de la promesa: "Ten paciencia, y
te lo devolveré todo", lo cual se parece más a un grito de angustia y
desesperación que a una intención y una posibilidad real de saldar la deuda. El
funcionario, en su situación de persona ya acabada, se juega el todo por el
todo.

Inesperadamente, el rey reacciona conmoviéndose, y no sólo deja libre al


siervo, sino que le perdona la deuda (véase esta misma expresión en la
oración del Padrenuestro; "perdónanos nuestras deudas"), Así pues, el rey
responde a la petición del funcionario de una forma incluso exorbitante: no
sólo tiene paciencia con él, como le había suplicado el siervo, sino que, con la
remisión de la deuda, pasa de la lógica del derecho, que le garantizaba que
podía pretender lo que se le debía, a la lógica de la misericordia.

Se pone así de relieve el contraste entre la crueldad manifestada al


principio y la bondad de ahora, que excede con mucho las propias expectativas
del funcionario deudor; y con este contraste concluye la primera parte de la
parábola.

• El encuentro del funcionario con su colega. A continuación el alto


funcionario se encuentra con un siervo suyo, quizás un pequeño administrador,
que le debe la irrisoria cifra de cien denarios. La reacción del funcionario es
ciertamente imprevista: "agarrándolo, casi lo ahogaba", y le exige que le
pague total e inmediatamente lo que le debe.

El pequeño funcionario presenta su súplica, exactamente paralela a la que


el otro había hecho al rey, de manera que el texto utiliza incluso las mismas
palabras: "ten paciencia, y te pagaré". Pero la diferencia está en que aquí la
promesa podía mantenerse, ya que la cifra debida no era muy elevada:
bastaba con que el acreedor tuviese de verdad un poco de paciencia. Sin
embargo, el encuentro ter
mina con un B( lo de inicidiid dr file lilinnn: "lo metió en la cárcel liasla que
pagase". Aquí no CN pntil»lr pnrcdci .1 l.i venta del deudor como esclavo, y;i
que .su dcnd.i es inicnoi ;> lo que se podía sacar: en estos casos, el dcic< lio
picvci.i l.i (;n«-l p.ua impulsar a los parientes a resarcir la deuda o para obligar
al deudor a vender sus bienes.

Así pues, el alto funcionario actúa con su colega estrictamente según las
normas del derecho vigente, mostrando de ese modo el contraste entre su
actitud duramente legalista y la misericordia que él había experimentado.

• El juicio del rey. El rey, habiéndose enterado de lo sucedido, se llena de


ira: "Llamándolo, le dijo: 'Siervo malvado'...", y subraya con energía el motivo
de su reproche: "te perdoné todo lo que debías..." La constatación de lo que
había sucedido habría debido mover al alto funcionario a un comportamiento
acorde con lo que él había experimentado: "¿no era tu deber tener compasión
de tu compañero como yo la tuve de tí?".

El hecho de que no haya sido así es la razón de la condena posterior por


parte del soberano: "Su señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que
pagara toda su deuda", dejando ver de este modo el carácter definitivo de esta
pena, ya que la deuda del alto funcionario era imposible de resarcir.

EL MENSAJE DE JESÚS

Cuando Jesús cuenta esta parábola, tiene ante sí al mundo del judaismo
farisaico, donde predomina la lógica del derecho incluso en las relaciones con
Dios: la fidelidad a la Ley permite obtener la salvación, mientras que la no
fidelidad la excluye.

Jesús, por el contrario, anuncia la misericordia de Dios, que viene en ayuda de


la vida humana y la renueva cuando es culpable;
pide que también los creyentes asuman esta misma lógica, para que sea ésta
la mentalidad con que razonen en todas las situaciones de la vida y no sólo en
algún caso particular.
En efecto, la misericordia que Dios manifiesta en Jesús, en su .niuncio del
Reino y en sus signos tiene que convertirse en una visión que impregne toda
nuestra existencia y sea el criterio para juzgar nuestras relaciones con Dios,
así como nuestras relaciones con los demás. No se trata, por consiguiente, de
una simple recomendación dada por Jesús, sino de un estímulo para que
tomemos conciencia del don que Dios ofrece y que precede a toda respuesta
por nuestra parte.

El que ha sido perdonado está, a su vez, en condiciones de perdonar:


recordemos la experiencia que vivió la pecadora en casa de Simón, donde el
perdón recibido se convierte en posibilidad y capacidad de perdonar a los
demás. Jesús une constantemente estos dos aspectos: el perdón concedido
nos permite experimentar la misericordia desmesurada e incondicional de Dios.
En efecto, podemos conocer de veras el perdón de Dios sólo cuando estamos
dispuestos a perdonar a nuestros hermanos.

SIGNIFICADO PARA NUESTRA VIDA

1. El perdón tiene que verse como reflejo del perdón recibido de Dios y como
condición de unas relaciones fraternas.

La parábola termina con una norma que no da pie a muchas escapatorias:


"Deberías perdonar también tu". La misericordia que Dios concede
incondicionalmente en su Hijo pasa a ser la "ley" del nuevo mundo que él
quiere establecer: para el que la experimenta, ya no es una opción ni una
recompensa, sino un "deber", una "norma" que no admite excepciones (por
eso Jesús responde a Pedro: "setenta veces siete", que significa siempre).

No actuar este perdón significa autoexcluirse del reino de Dios, es decir,


exponer la propia cerrazón y el propio rechazo al juicio del Señor
misericordioso. En este sentido tiene que interpretarse el "castigo" final, que
no es la venganza de un Dios que no acepta que se desobedezcan sus órdenes,
sino la exclusión voluntaria del amor de Dios. El que no está en disposición de
amar a sus hermanos hasta el perdón sin límites, se vuelve impermeable a la
misericordia que Dios
ofrece siempre, df niiinciii ^1.111111.1 c iiiiondi( innal. La misma experiencia
nos enseña que quiñi no .1111.1 ;i los dcm.is sr li.xc incapaz de amarse a sí
mismo y d<- dejarse .1111.11, de peí < ibir los gestos y los signos de amor
que le ofrecen l;>s personas y la vida.

Nosotros consideramos muchas veces el perdón como un comportamiento


especial, excepcional, ligado a nuestra voluntad en el caso particular; pero
para un cristiano se trata más bien del comportamiento habitual que
caracteriza sus opciones y comportamientos.

2. El perdón es capacidad de restituir al otro la confianza y la esperanza, no


una simple cancelación del daño sufrido.
El perdón que Dios nos da y que nosotros estamos llamados a ofrecer no
se concede con cuentagotas, sino gozosamente. No puede tratarse de un
simple "olvido" de un daño o de una ofensa, concedido con dificultad y a
regañadientes.

El perdón de Jesús consiste en abrir un futuro nuevo a quien está ante


nosotros, una posibilidad nueva de redención y de dignidad, en la confianza de
que su vida pueda ser distinta. El perdón cristiano no es un simple "dejar a
cero" las deudas, sino "abrirle al otro una cuenta".

Este es el perdón que hemos de reservar a nuestros hermanos que nos


deben alguna pequeña suma, ridicula con respecto a lo que nosotros mismos
le debemos a Dios: es un perdón que devuelve al otro la confianza y la
esperanza de poder ser lo que no ha sido todavía. Jesús es capaz de crear y
de recrear, haciéndonos capaces de relaciones nuevas.
Lucas resume la cualidad del perdón diciendo: "Sed misericordiosos, como es
misericordioso vuestro Padre del cielo" (6,36).
3. El perdón es un proceso de vida que abarca todos los ámbitos de la exis-
tencia.

La misericordia de Dios está llamada a realizarse y dejarse ver en todos los


ámbitos de la vida, convirtiéndose en el estilo de nuestras
relaciones interpersonales. Es un "deber" que cualifica la vida, ya que permite
experimentar siempre nuevas aperturas y posibilidades de caminar.

Recordemos algunos de estos ámbitos:

• el primero es el familiar: hasta las más bellas experiencias pueden


marchitarse con el paso del tiempo, haciéndonos olvidar la importancia de
ejercitar el perdón incluso en la familia, con el propio esposo o esposa, con
los hijos, con los hermanos, a fin de restituir la confianza y la esperanza;

• el segundo es el de las personas con las que nos relacionamos por diversos
motivos: parientes, amigos, compañeros de trabajo..., a quienes
generalmente tenemos ya encuadradas en unos esquemas que nosotros
mismos nos hemos construido;

• inalmente, es necesario introducir la lógica del perdón cristiano en las


relaciones eclesiales, sociales y políticas.

Frente a toda esta amplitud de situaciones, podemos experimentar una


cierta sensación de impotencia e incapacidad para hacerles frente; a menudo
las circunstancias nos superan y no dependen directamente de nosotros, y
experimentamos además cómo a veces no podemos controlar nuestros
sentimientos y cómo el rencor es más fuerte que nuestra voluntad.

Pues bien, esta parábola está aquí, con su imperativo y su invitación a


asumir la lógica del reino de Dios, para recordarnos que, si no somos capaces
de perdonar realmente, quizá sea porque no hemos sido capaces de acoger la
misericordia infinita de Dios y que, si no somos capaces de acogerla, es porque
no ejercitamos esa misericordia para con los demás.
ORACIÓN SALMÓDICA (del Salmo 118)

Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor. Diga la


casa de Israel: es eterno su amor. Diga la casa de Aarón: es eterno su
amor.

En el asedio clamé al Señor,


y me respondió dándome espacio.
El Señor está conmigo; no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?

El Señor está conmigo y me auxilia,


veré la derrota de mis adversarios.
Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres.
mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes.

El Señor es mi fuerza y mi brío,


él es mi salvación.
Me escarmentó, me escarmentó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor:
Ésta es la puerta del Señor, los vencedores entrarán por ella.

Tú eres mi Dos, te doy gracias;


Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor.
7, El buen samaritano

El buen samaritano

(Le 10,29 37)

El imperativo de hacerse prójimo


ORACIÓN

Te pedimos. Señor, » R á que seas nuestra ayuda y nuestra


defensa. Salva a los que están afligidos entre nosotros, ten piedad de los
desgraciados,
levanta al que ha caído, muéstrate al necesitado,
cura a los enfermos...
Que todos los pueblos reconozcan
que tú eres el único Dios
y que Jesucristo es tu hijo,
y nosotros el pueblo y las ovejas de tu rebaño. Clemente de Roma,
Oración universal (siglo I).

Texto
29
Pero el otro, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: 'Y ¿quién es mi
prójimo?" 30 Jesús le contestó: "Un hombre bajaba deJerusalén a Jericó, y lo
asaltaron unos bandidos; lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon,
dejándolo medio muerto. 31 Coincidió que pasaba un sacerdote por aquel
camino; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 32 Lo mismo hizo un clérigo que
llegó a aquel sitio: al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 33 Pero un
samaritano, que iba de viaje, llegó adonde estaba el hombre y, al verlo, le dio
lástima; 34 se acercó a él y le vendó las heridas, echándole aceite y vino; luego
lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. 35 Al día
siguiente sacó cuarenta duros y, dándoselos al posadero, le dijo: 'Cuida de él,
y lo que gastes de más, te lo pagaré a la vuelta'. 36 ¿Qué te parece? ¿Cuál de
estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos?".
37
El letrado contestó: "El que tuvo compasión de él". Jesús le dijo:
"Pues anda, haz tú lo mismo".
Estructura del texto

Pregunta El, queriendo justilicarse, dijo a Jesús:


¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?
Parábola Jesús, respondiendo, dijo:
1. Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó í y cayó en
manos de los bandidos, ;ii ; i que lo despojaron y lo golpearon il y luego
se fueron, dejándolo medio muerto.
2. Por casualidad, un sacerdote
bajaba por aquel mismo camino
y, cuando lo vio.
pasó de largo.
También un levita,
llegado a aquel sitio,
lo vio
y pasó igualmente de largo.
3. En cambio, un samaritano que iba de viaje, al pasar a su lado, lo
vio y tuvo COMPASIÓN de él. Se le acercó, le vendó las heridas, vertiendo
sobre ellas aceite y vino;
y luego, cargándolo sobre su jumento, lo llevó a una posada
y CUIDÓ DE ÉL.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero
diciendo:
CUIDA DE ÉL,
y lo que gastes de más te lo pagaré a mi vuelta. Contrapregunta ¿CUÁL DE
ESTOS TRES TE PARECE QUE FUE PRÓJIMO
I DEL QUE CAYÓ EN MANOS DE LOS BANDIDOS?
Respuesta Respuesta Y él respondió:
EL QUE PRACTICÓ LA MISERICORDIA GON ÉL Imperativo Y le dijo Jesús:
J Ve y haz tú lo mismo
Comentario

¿Qué puede exigirme Dios? ¿Hasta qué punto puede comprometerme la


exigencia de su Ley? Esta pregunta atraviesa la vida de quien intenta
comprender las expectativas de Dios y vivir de acuerdo con ellas. En tiempos
de Jesús, los doctores de la Ley andaban preocupados por encontrar una
respuesta a estos interrogantes. Las discusiones que mantenían en torno a la
interpretación de la Ley iban orientadas en esta dirección. Para dar una
respuesta es preciso, ante todo, aclarar cuál es la exigencia de Dios, cuál es
su mandamiento;
luego es preciso aclarar a qué ámbitos de la vida pone afecta: el interrogante
en torno a "quién es el prójimo" responde a esta instancia.

En el debate intentan implicar también a Jesús: le interpela un doctor de


la Ley para que también él tome posición. Es ésta la ocasión que da pie al
relato de la parábola del samaritano, en la que Jesús manifiesta su
comprensión de las exigencias de Dios con respecto al creyente y, de este
modo, ofrece su interpretación clara de las exigencias de la Ley. Así pues, la
parábola debe comprenderse en el contexto más amplio que incluye todo el
diálogo entre Jesús y el doctor de la Ley (Le 10,25-37).

Para mantenernos fíeles al esquema de lectura que hemos seguido hasta


ahora, partiremos de la parábola destacando la imagen a la que se refiere;
luego veremos cómo se convierte en relato y ampliaremos la consideración,
más allá de la parábola, a todo el diálogo entre Jesús y el doctor de la Ley.

LA IMAGEN

La parábola refleja una escena nada insólita en tiempos de Jesús.


Jerusalén es el centro religioso de Israel, y en ella se encuentra el Templo,
meta de frecuentes peregrinaciones. Se llega hasta allí subiendo desde Jericó,
ciudad situada en la depresión del Mar Muerto, mil metros más abajo que
Jerusalén. El trayecto que separa a ambas ciudades es una zona desértica
intransitable, un lugar especialmente apropiado para las emboscadas de los
bandidos, siempre presentes a lo largo de los caminos frecuentados por los
peregrinos. En Jericó viven
«idemás los saceidoics que picsi.ii) NCIVK lo cu <•! Templo de jemsalén;
por eso es normal que el < .miiiin que une .1 l.i.s dos < ind.ules se vea fre-
cuentado no sólo por los peleamos, sino por los que prestaban servicio en el
Templo. Así pues, los person.ijes y el < oiilexto de la parábola pueden ser
fácilmente reconoi ibies por los oycnles de Jesús.

Par comprender la parábola es preciso, además, conocer las relaciones


existentes entre los oyentes de Jesús y los personajes que entran en escena.
Al lado del genérico "un hombre" que cae en manos de los bandidos, van
pasando sucesivamente un sacerdote, un levita (servidor también del templo)
y un samaritano. Pues bien, los sacerdotes pertenecen al grupo "elevado" de la
población y no pasan inadvertidos; por eso la parábola resalta la actitud de los
que pasan de largo, sin preocuparse por el herido; pero hay que señalar que
en tiempos de Jesús esta categoría no gozaba de buena reputación entre la
población; por eso no hemos de pensar que los oyentes de Jesús se sintieran
especialmente escandalizados por oír que un sacerdote se portaba de ese
modo: se le describe tal como es imaginado por la gente.

Lo que resulta sorprendente en el relato es el papel que representa el


samaritano.

En efecto, el samaritano pertenece a una categoría por la que los oyentes


de Jesús sentían una aversión visceral. Entre los judíos y los samaritanos
reinaba desde hacía tiempo un clima de mutuo desprecio. Los samaritanos
eran considerados como una población herética y mixta y no pertenecientes,
por tanto, a la estirpe hebrea; el desprecio por parte de los judíos había
llegado al extremo de que en las sinagogas se maldecía públicamente a los
samaritanos y se pedía a Dios que los excluyese de la vida eterna. A su vez,
los judíos eran odiados por los samaritanos, y no eran raros los actos de
represalia contra ellos. Por eso es fácil imaginar la sorpresa de los oyentes de
Jesús al ver cómo se atribuye al samaritano un papel positivo en la parábola.

EL RELATO
Para comprender la dinámica del relato es importante situarlo en la estructura
del diálogo entre Jesús y el doctor de la Ley. Se perci-
be- fácilmente un paralelismo entre la primera y la segunda parte del diálogo
(w. 25-28 y w. 26-37), donde descubrimos los mismos pasos:
25
Pregunta Se levantó un doc 29
Pero él, queriendo
tor de la Ley para justificarse, dijo a Je
ponerlo a prueba: sús: "¿Y quién es mi
"Maestro, ¿qué he de prójimo?
hacer para heredar la
Contrapregunta vida eterna? 30
26
Jesús replicó: "Un
Jesús le dijo: "¿Qué
hombre bajaba [...]
está escrito en la Ley?
36
¿Quién de estos tres
¿Qué lees en ella?"
te parece que fue pró
jimo del que cayó en
Respuesta manos de los bandi-
27
dos?"
El respondió: "Am37
El respondió: "El que
rás al Señor tu Dios
tuvo compasión de él".
con todo tu corazón,
con toda tu alma, con
todas tus fuerzas y
Imperativo con toda tu mente, y a
tu prójimo como a
Jesús le dijo: 'Ve y haz
mismo".
28
tú lo mismo".
YJesús: "Has
contestado bien: haz
esto y vivirás".

La estructura de la narración se pone en contexto una vez más con la


sabiduría pedagógica de Jesús. En efecto, vemos que éste nunca da respuestas
inmediatas a las preguntas de su interlocutor, sino que lo lleva poco a poco
hasta descubrir por sí mismo la respuesta a sus preguntas. La función de la
contrapregunta es precisamente la de remitir al interlocutor a su propia
experiencia para que, tras un atento análisis, pueda deducir de ella la
enseñanza que busca. En las dos partes del diálogo encontramos la respuesta
a las preguntas puestas en labios del doctor de la Ley. La palabra final de
Jesús no es propiamente una respuesta, sino un imperativo que üene la
función de lle
var al interlocutor a II.KCI <|ur de linio Ir (|IK- b.i adquirido en el diálogo. El
que ha llevado .1 buen (ciiiiiiio su búsqueda se ve invitado ahora a traducirla
en un cslilo de vida < on< icio.

La orientación temática del diálogo está perfectamente expresada por la


repetición de los términos "hacer" y "vida/vivir" que encontramos en la primera
pregunta hecha por el doctor de la Ley y en el doble imperativo final de Jesús.
Así pues, el relato lleva a poner el acento en la cuestión del "hacer" y en el
ámbito respectivo de acción que esto supone, es decir, en la cuestión del
prójimo al que se dirige este "hacer".

El paralelismo entre las dos partes del diálogo permite entrever, además,
una progresión significativa en la respuesta a las preguntas sobre el "qué hay
que hacer" que se observa entre la primera y la segunda parte, donde vemos
inserta la parábola de la que nos estamos ocupando. En efecto, al principio el
"hacer" se refiere a la observancia de lo que ya está escrito en la Ley del
Antiguo Testamento; luego, a través del ejemplo del samaritano, que tiene
todo el sabor y el movimiento de la vida, aparece el "hacer" específicamente
evangélico en toda su novedad.

La manera como el evangelista Lucas refiere este diálogo da a entender


que su principal función es introducir y hacer resaltar la parábola del
samaritano, en la que se centra la atención del lector.

La parábola encuentra su ubicación en la segunda "contrapregunta" de


Jesús al doctor de la Ley. Constituye el recorrido a que se ve remitido el
interlocutor de Jesús para encontrar la respuesta a la pregunta que acaba de
avanzar sobre la cuestión de "quién es mi prójimo". Además, la parábola
presenta una trayectoria lineal, según una serie de paralelismos que facilitan
su comprensión. Después de presentar el hecho (v. 30), se narran las diversas
reacciones de los personajes: primero el sacerdote (v. 31), luego el levita (v.
32) y, finalmente, el samaritano (w. 33-35). De los tres se dice que
"subían/pasaban por aquel camino y vieron", subrayando a continuación sus
diversas reacciones: "pasaron de largo" y "se acercó". Se subraya además la
figura del samaritano por la riqueza con que se describe su comportamiento
con
respec lo a l;i narración expeditiva del compoilainienlo de los otros personajes.

La narración de Jesús pone en el centro a "un hombre", designado de


forma genérica, sin que se precise su condición social: la relación que los otros
personajes establecerán con él no tiene, pues, otro motivo que la simple
consideración de que se encuentran ante un ser humano necesitado de ayuda:
su condición es de tal categoría que no interviene ninguna otra consideración
exterior o accidental. Sin embargo, todos los otros personajes son señalados
con su caracterización socio-religiosa: "bandidos", "sacerdote", "levita",
"samaritano". El movimiento exterior de los tres primeros es de alejamiento de
aquel hombre necesitado, signo de una lejanía interior aún más profunda:
la falta de atención priva a aquel hombre de la ayuda indispensable para
mantenerse con vida. Además de los bandidos, figuras claramente negativas,
también el sacerdote y el levita aparecen con toda su negatividad cuando se
les compara con la actuación del samaritano. En efecto, éste realiza
exteriormente un movimiento de aproximación que corresponde palpablemente
a la actitud interior señalada por el hecho de que todas sus acciones en favor
del necesitado están inspiradas por un sentimiento de piedad: "tuvo compasión
de él". Este "sentir que se le conmovían las entrañas de misericordia" no
refleja tan sólo un dato psicológico; el verbo que emplea el evangelista Lucas
es el que utiliza otras veces para indicar la actitud misma de Jesús con las
personas que encuentra en su misión (por ejemplo, en Le 7,13, con respecto a
la viuda de Naím, que acaba de perder a su hijo), o también la actitud de Dios
Padre con los hombres, a los que considera hijos (así, en Le 15,20, el padre
que sale al encuentro del hijo pródigo que regresa a casa). Así pues, la actitud
del samaritano tiene un altísimo valor. Este movimiento interior va seguido
luego de la descripción concreta de las acciones externas correspondientes:
"cuidó de él". Es interesante advertir que esta misma expresión aparece
cuando el samaritano deja al herido en manos del posadero, como si se qui-
siera indicar una obra que se deja en herencia a otro y que, por tanto
continúa: ¡la obra del samaritano implica a otros!

De este modo, la acción del samaritano con el herido toma una dirección
contraria con respecto a lo que habían hecho los bandidos.
V\ dinero, que en l<i escena míii.il li.ibi.i sido rl motivo del asallo y la mina de
"aquel hombre", es .ilioi.i el medio por el que el samaritano se acerca al
necesitado para hacer posible su salud y su vida. Por tanto, en la obra del
saniai ilano la actitud interior, las acciones externas, los bienes..., todo va
dirigido a esa aproximación al "hombre" junto al
que pasa. EL MENSAJE DE JESÚS

La parábola del samaritano suele definirse como un "relato ejemplar". En


efecto, su interpretación, a diferencia de otras parábolas, no exige pasar del
plano smbólico-figurado al religioso, sino simplemente extender el ejemplo a
los demás casos de la vida que se presentan en contextos semejantes. No se
trata de transponer el significado de la parábola a otro plano, como sucede,
por ejemplo, con la parábola del sembrador. Allí era necesario pasar del plano
de la imagen al significado religioso, ya que, de hecho, no se quiere dar una
enseñanza sobre la siembra, sino hablar, a través de la imagen, del reino de
Dios; aquí, por el contrario, se trata de ampliar el significado del ejemplo que
se ha narrado a todos los casos análogos de la vida. Pero ¿cuál es el significado
que hay que comprender y vivir? Lo podremos ver explicitando el mensaje de
la parábola, acercándonos al punto de vista de Jesús y a la experiencia que
éste había vivido.

Se acude a Jesús para que responda a una cuestión de especial seriedad:


quién ha de ser considerado como prójimo. Entre los doctores de la Ley se
discutía acaloradamente este tema, y las opiniones iban desde la posición más
rigorista, que sólo consideraba prójimo al que formaba parte étnicamente del
pueblo de Israel, hasta otras posiciones menos rígidas, que comprendían
también entre el prójimo al extranjero residente en el territorio de Israel. La
cuestión se relaciona con la primera pregunta del doctor de la Ley sobre "lo
que hay que hacer para tener la vida eterna". Es interesante advertir cómo la
cuestión, tal como la plantea el doctor de la Ley, parece quedarse en el plano
de los principios: él pide un criterio concreto que le sirva para orientarse en
las diversas situaciones. Está dispuesto a aceptar incluso una respuesta muy
exigente, con tal de que sea concreta y le permita establecer qué es lo que
tiene que hacer y hasta qué punto ha de lle-
gar. Pero la respuesta a la que conduce progresivamente Jesús va orientada a
producir en su interlocutor un cambio radical de perspectiva. Jesús no ofrece
un criterio teórico, sino que dirige inmediatamente hacia la experiencia vivida
para que, fijándose en ella, aparezca lo que es justo y lo que no lo es.

Jesús lleva a cabo un doble desplazamiento en la pregunta del doctor de la


Ley: primero, de la teoría a la práctica (no se puede decir quién es el prójimo
sin referirse a la experiencia concreta; no es una materia de debate entre
expertos en la ley), y luego de fuera hacia dentro (la verdadera cuestión no es
quién es mi prójimo, sino quién se hace prójimo del otro).

La pregunta sobre qué es lo que Dios exige de mí no encuentra respuesta


si se orienta a descubrir el criterio o la medida de lo que es debido. Jesús
presenta el rostro de un Dios que no es avaro con el hombre. Por eso el
hombre puede abandonar la pretensión imposible de querer sentirse justificado
por haber hecho todo lo que está prescrito, todo lo que es debido, sin que se le
pueda exigir más. Pero este planteamiento se viene abajo, ya que no se trata
de sentirse justificado, sino de vivir prestando continuamente atención a las
necesidades del otro. Frente al Padre que Jesús revela, no tiene sentido
preguntarse si estoy justificado por haber hecho lo que debía; lo que he de
hacer es compartir con él la preocupación por la situación del prójimo, de
manera que también éste pueda sentirse acogido y experimentar que no ha
sido excluido de la atención de Dios ni, por tanto, de la mía. Es éste el mensaje
de Jesús, que rompe todos los legalismos a partir de su comprensión de Dios
como aquel que, sin limitación alguna, dedica una atención constante a todo
ser humano.

El doctor de la Ley que está escuchando a Jesús comparte probablemente


la posición del sacerdote y del levita; aunque sea doloro-sa su opción, es
legítima, ya que detenerse para ayudar al herido habría significado para él
quedar contaminado y no poder ejercer ya sus funciones de culto: una
comprensión legalista de la Ley les permitía sentirse justificados. Jesús
presenta este relato para manifestar su opinión, que es diametralmente
opuesta. No intenta simplemente polemizar con una clase religiosa, sino con
una mentalidad más difu
sa que, en nombre <!<• 1111.1 oliM-iv.uii 1,1 lilci.il y Ic^iilisl.i de I.» Ley, se
dispensa de prestar «ilcin ion .il cspirilii de l.i Ley iiiisin;». La cuestión del
"hacer" sólo ein iiciilr;» respuesta cu quien, iciunx i.mdo a la pretensión de
contal con un "recetario" que (•sl.tbic/.c.i lo que se debe hacer, se deja
implicar en la vida. 1.a cxpn k-ncia vivida por Jesús está totalmente orientada
en este sentido: su acogida concreta del pecador y de todo hombre que recurre
a él en la necesidad manifiesta la orientación de una vida que no busca el
objetivo de procurarse para sí una condición de pureza, de vida intachable,
sino que busca más bien encontrar la benevolencia de Dios en la atención al
prójimo. Es Jesús el primero que no se pregunta: "¿quién es mi prójimo?", sino
que se comprende a sí mismo como quien se hace prójimo del hombre.

SIGNIFICADO PARA NUESTRA VIDA


La parábola del samaritano, como relato ejemplar, permite entrever
fácilmente cuál es el significado que abre hoy a nuestra experiencia de
creyentes. Sin embargo, hemos de procurar no reducir ese significado a
términos puramente moralistas, convirtiendo la parábola en una simple
exhortación a mostrar un mejor corazón para con los necesitados. Sin negar
esto, es preciso resaltar el significado de la parábola a partir del nivel más
profundo, que es el religioso.

• En primer lugar, hay que pensar en nuestra relación con Dios que guía
nuestras relaciones con el prójimo, cuestión que subyace a la pregunta
sobre "qué es lo que Dios puede querer de mí". Se nos invita a abandonar
una comprensión de las exigencias de Dios en términos de prestaciones que
tengamos que hacer para quedar justificados. Nuestra actuación no debe
pretender pagar una deuda contraída con Dios, pretensión, por otra parte,
irrealizable. Lo que Dios quiere de nosotros es que, ante todo, acojamos su
estilo, su acercamiento a los hombres sin condición alguna; el que percibe
esta benevolencia de Dios para con él encuentra recursos para vivir esa
misma benevolencia con los hermanos con quienes se encuentra en las
diversas situaciones de la vida. Sólo quien se siente objeto de la atención de
Dios sabe vivir la atención incondicional al prójimo. Esta atención, liberada
de la obsesión por lo "debido", no estará ya ligada a un criterio cuantitativo
-¿a qué y en qué medida
prestar atención?-, sino que surgirá de la benevolencia inagotable que
Dios ha puesto en nosotros.

• Por eso la actuación del creyente no se medirá con criterios abstractos,


sino que encontrará siempre su verdad en la implicación concreta en las
diversas situaciones de vida. Esto excluye la posibilidad de recortar
"espacios neutros" en la actuación del creyente, momentos y ámbitos en
los que, al no existir indicaciones precisas de la Ley, se podría sentir uno
exonerado de la atención al prójimo;
para él, lo que es debido se percibe siempre en el momento en que
se implica en la vida, donde los hermanos interpelan siempre con sus
exigencias sin solución de continuidad.

• El que comprende todo esto ve cómo toda la vida se pone en movi miento.
Podemos identificar ahora en la caridad la síntesis verdadera de la Ley
-aunque, una vez más, lejos de toda visión moralista-, una caridad
perfectamente reflejada en la actuación del sama-ritano, que comprende la
atención expresada en el saber ver, la capacidad de participación interior
expresada en el profundo sentimiento de compasión, y la manifestación
exterior de este sentimiento que es la obra concreta de cuidar al prójimo,
que afecta también a los bienes materiales de que disponemos. Así pues, se
trata de una caridad que no es puro sentimiento ni pura obra material, sino
expresión de la implicación total de uno en su deseo de hacerse prójimo.

El rostro del Padre que Jesús experimenta y que nos manifiesta en sus
actitudes y gestos concretos de acogida y compasión para con todos los seres
humanos, se convierte en el rostro que el creyente está llamado a atestiguar
con su obra de aproximación al hombre: una aproximación que es la condición
indispensable para que el hombre siga viviendo. De este modo, la cuestión del
hacer y del prójimo encuentra su respuesta indicativa, no ya en términos de
una prescripción que la reduciría una vez más a pura teoría, sino como un
inmersión en la experiencia efectiva en la que cada uno está llamado a
implicarse, reconociendo en cada ocasión la llamada que procede de la
necesidad del hermano que hemos encontrado. La medida del "hacer" no
puede nunca determinarse a priori, de modo que sea posi
ble pensar en un motílenlo cu qiir .se haya iigol.ido, cu que la exigencia del
otro no nos ¡iilcí |»clc y;i; l.i verdad es que sigue siendo inagotable, ya que
tampoco se ;>gol;> nunca la llamada que nos dirige la presencia del otro. Sin
embargo, este carácter inagotable no tiene que verse como un peso imposible
de llevar, puesto que nunca se nos exige más de lo que podemos dar, a partir
de nuestros recursos: la única exigencia inagotable es la de sentir que en toda
situación humana de necesidad tenemos la capacidad y el gozo de poder
hacernos prójimos.

ORACIÓN SALMÓDICA (del Salmo 138)

Te doy gracias de todo corazón, frente a los dioses tañeré para ti. Me
postraré hacia tu santuario para darte gracias:
por tu lealtad y fidelidad,
pues tu promesa supera a tu fama,
Cuando te invoqué, me escuchaste,
avivaste mis bríos.
Que te den gracias. Señor, los reyes de la tierra
al escuchar el oráculo de tu boca.
Cantad la conducta del Señor,
porque la gloria del Señor es grande;
el Señor es sublime, se fija en el humilde, y al soberbio lo trata a
distancia. Cuando camino entre peligros, tú me conservas la vida;
extiendes tu izquierda contra la furia del enemigo,
y tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu lealtad es eterna, no abandones la obra de tus manos.

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